RÉGIS BOYE un admirable retrato de la civilización ia -Más allá de falsas leyendas que lo presentan ` cómo un: simple guerrero cruel semisalvaje, J « el vila 120 apareċe como un ser equilibrado : y portador de grandes valores de civilización. PA a DE LOS VIKINGOS. NA 37. (800-1050 RÉGIS BOYER LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Traducción de María Tabuyo y Agustín López MEDIEVALIA En esta misma editorial: -Cuentos de los vikingos, Ch. Guyot & E. Wegener Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopía, sin permiso previo por eserito del editor. La portada, contraportada y guardas reproducen fragmentos del tapiz de Bayeus. Musco del Tapiz de Baycux, Bayeux. Título original: La vie quotidienne des vikings (800-1050) O 1992, Hachette, París O 2000, para la presente edición: José J. de Olañeta, Editor Apartado 296 - 07080 Palma de Mallorca Reservados todos los derechos ISBN: 54-7651-829-3 Depósito L.: B. 24.488-2000 Prc-impresión: Ormograf, S.A. - Barecelona Impreso en Liberduplex, S.L. - Barcelona Printed in Spain PRONUNCIACIÓN 3 EE E å, å 1, å, ù son vocales largas. yeğ se pronuncian como la « francesa, breve y larga respectiva- & RA mente. tiene el sonido de una e abierta (como la è del francés père). como la eu francesa en beurre. como la eu francesa en oeufs. como la eu francesa en creux. Las demás vocales, como en castellano. ö b como la th inglesa en the. como la z. A tiene sonido de f como inicial o en contacto con un sonido sordo; en los demás casos se pronuncia como la v francesa. es siempre gutural, salvo cuando va delante de ¿o j, que se pronuncia como y. siempre muy aspirada; no hay h muda. siempre equivalente a la ¿ consonántica. - siempre como la ss francesa. w 4 de Las hacía China larfil de morsi pescado, pieles, SR Hierro, esteatita, g j pledras de afilar A s Qu i e ent A ES Samarcanda d ea ERMANIA ¿Quentowie Maguncia Vino, cerámica, cristal, tejido! armas, orfebrería, oro, e) vino, orlebrería TURQUÍA James Graham-Campbeli: «The Viking World», Frances Lincoin, Londres, 1980 PRÓLOGO Helga Pórólfsdóttir se va a casar pasado mañana. Es una bonita muchacha de unos catorce inviernos, tiene hacienda, pertenece a un alto linaje de poderosos beendr* entre los que se cuentan innumera- bles dignatarios eminentes; las propiedades de su familia, bienes muebles y bienes raíces, forman una lista impresionante. Por otra parte, puede establecer su «linaje» en un número respetable de gene- raciones, como corresponde a un chica bien nacida. Con sus llama- tivos ojos azules, su tez lechosa y sus largos cabellos rubios, es «de bella apariencia» y el vestido que lleva denota su fortuna y su rango. La escena que acabo de inventar pudo suceder hacia el año 950 en cualquiera de los países escandinavos, por ejemplo en Suecia, cerca de Sigtuna, en Dinamarca, cgrca de Odinsvé (hoy Odense, en Fionia), en Noruega, hacia Nidarós (hoy Trondheim), o en Islandia, en la orilla del Borgarfjórár. «Se va a casar» no es por otra parte la expresión adecuada. «Se la va a casar» sería más correcto. El matrimonio, que es con mucho * El lector encontrará al final de la obra un glosario de las voces más importan- tes, en cursiva, dentro del texto, y las principales nociones señaladas por un asterisco. “2 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) el acto más importante de la vida en la sociedad vikinga, no se deja jamás al azar, no es un asunto de sentimientos —que, por supuesto, no se excluyen— sino un «asunto» a secas (brádkaxp, literalmente, la «compra de la novia»). No debemos tampoco tomar «asunto» en su acepción estrictamente económica: el término se entiende mejor en el plano social. No se casan básicamente dos fortunas dadas, sino que se asocia a dos familias (o dos clanes) con un vínculo sagrado y, en principio, indisoluble, dando implícitamente por supuesto el hecho de que ni una ni otra es «pobre», no aplicándose esta última palabra ni necesaria ni exclusivamente a la ausencia de riquezas ma- teriales, Pues el concepto central en esta sociedad es la familia. Es ella la que rige hasta los menores detalles de la existencia. Ya Tácito, en su Germania, nueve siglos antes, observaba el extraordinario predomi- nio, en todos los campos, del militar al religioso, de esta institución. No, Helga no «se» casa. Un casamentero, personaje obligado para la ocasión, que es en general un pariente muy cercano del futuro ma- rido, se encarga de proponer y después arreglar la unión. Esto no significa que no se puede requerir el consentimiento de los interesa- dos, pero no es la norma, y cuando en un texto se introduce esta concesión, estamos autorizados a considerarlo «contaminado» por influencias cristianas. No, lo que el casamentero ha intentado es sol- dar fuertemente el linaje de Pórólfr, padre de Helga, con el de Björn, su futuro marido, quizá por razones políticas; quizá para terminar así con las interminables disputas que envenenan desde hace siglos las relaciones entre los dos clanes, y es de esta manera como muchas sagas* ¡slandesas encuentran finalmente un desenlace feliz; quizá para asentar más el peso y la autoridad de un partido de bendr, si podemos expresarlo así apelando a nuestra jerga política actual, frente al inquietante aumento de las prerrogativas de los «reyes» de espíritu «moderno» que se inspiran en ejemplos continentales, como el danés Haraldr Gormsson o el noruego Haraldr de la Her- PRÓLOGO 13 mosa Cabellera o, pronto, el sueco Òlàfr Sköttkonungr, por no ha- blar de las pretensiones de algunos soberanos noruegos sobre Islan- dia; o quizás, y no es la razón menos importante, para edificar una fortuna capaz de hacer frente a cualquier competencia. No importa. El matrimonio de Björn y Helga representará, en cualquier caso, una sabia e interesante operación a la vez económica, social y hasta diplomática. Por lo demás, el casamentero no ha esca- timado esfuerzos. Su primera preocupación fue consultar a los res- ponsables legales de Helga, dando por supuesto que tiene el con- sentimiento de Björn y de su padre, para fijar la ceremonia de los esponsales (festarmál) que tuvo lugar hace ahora más o menos un año, Había una condición sine qua non: que los dos partidos fuesen jafnræði (de rango, calidad y fortunas similares). Como tal es el caso, no hay problema. Sobre todo, había que convenir las condi- ciones materiales, y todos los tratos que a ello se refieren se han he- cho ante testigos, pues, repitámoslo, se trata de un acto determi- nante, Se ha convenido por tanto, conforme a la ley, que la novia aportará como dote (beimanfylgja, «lo que la sigue desde su casa») un conjunto de bienes de todo tipo de un valor global determinado, que vendrá a equilibrar el tilgjöf, procedente del marido, al que éste añadirá una «pensión» de un montante fijado por la ley o mundr (advirtiéndose que la distinción tilgjöf-mundr no es tal vez segura, pues los códigos varían sobre este punto). Aunque, después del ma- trimonio, corresponda al marido administrar el conjunto hei- manfylgja-tilgjóf-mundr, y por consiguiente mirar por su rentabili- dad, la casada sigue siendo propietaria de su heimanflygja y del mundr en caso de divorcio o separación, y es importante por tanto que se tomen todas las garantías para que el asunto se resuelva a sa- tisfacción de todos. Por el momento, hace pues un año que han bebido la festarál, la cerveza de los esponsales (puesto que toda festividad equivale a un banquete, que se expresa en términos de la cerveza, öl, que allí se 14 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) bebe y que puede tener virtudes específicas de acuerdo con la cir- cunstancia, haber sido fabricada en función de ésta, y ser en conse- cuencia más o menos fuerte), y el carácter público y, por consi- guiente, constrictivo de ese ritual ha sido debidamente establecido; todo hace pensar que la ceremonia transcurrirá sin incidentes. En dos días, alcanzaremos las «noches de invierno» (vetraetr: las tres noches que inauguran el invierno, pues el año no tiene, general- mente, más que dos «estaciones» o misseri, verano e invierno). Las vetrnetr se sitúan, pues, hacia finales de octubre, según nuestro ca- lendario, y seguramente dieron lugar, en las lejanas épocas paganas, mucho antes de la época vikinga, a importantes manifestaciones re- ligiosas. Es el mejor momento para celebrar las bodas: las cosechas están recogidas, el heno, el más preciado de todos los productos del suelo, ha sido colocado en almiares y, una vez secado, almacenado; el ganado, o bien está recogido para el invierno, o bien se ha sacrifi- cado y se ha preparado para su conservación, igual que el pescado seco (skreið), y la «buena cerveza» ya ha sido fabricada; los trabajos en el exterior permiten por fin un tiempo de descanso que por otra parte hará obligado el invierno que llega con gran rapidez. Helga está lista. En un momento, llegarán de casa de su novio los mensajeros para conducirla al hogar de él. Esta costumbre, aun- que no obligatoria —pues Helga y su esposo pueden muy bien ha- bitar, al menos por un tiempo, en casa de los padres de la prome- tida—, está atestiguada por testigos interesantes, por ejemplo, esos detalles que dan como de pasada y sin prestarles mayor atención, por su propio carácter evidente, los poemas éddicos*, cuyo propó- sito central es diferente: la Rigsbula de la Edda poética! observa que la muchacha «se transporta» a la casa de su futuro esposo. De ahí, sin duda, el término brádlamp (bodas), literalmente: «carrera de la novia», que pudo aplicarse mucho tiempo antes al rapto de la novia con el que se señalaba el primer momento de la boda. Pero en la época vikinga (ca. 800-ca. 1050) esta costumbre ha caído en desuso. e PRÓLOGO He ahí pues a Helga sobre uno de esos caballos de pequeño tamaño que todo el Norte conoce y gue todavía existen en Islandia; sus pa- tas especialmente firmes les permitían moverse con soltura por los temibles terrenos pantanosos que constituían la mayor parte de mu- chos paisajes nórdicos de la época. Debe llegar a casa de su novio al menos la víspera del matrimo- nio propiamente dicho, porque ese día tendrá lugar el «baño de la novia»; sobrevivencia, sin duda alguna, de un antiguo rito de lustra- ción como el que conocieron todas nuestras culturas, con el objetivo evidente de asegurar la «pureza» de la novia, es decir, liberarla de to- dos los malos espíritus o influencias que pudieran estar apegados a ella. Ese «baño» —un paso por la sauna, en realidad— es colectivo, se extiende a la novia y a todas las damas de honor, y puede durar un buen rato, no impidiéndose a las participantes el consumo de go- losinas. Se concluye con la confección de coronas de flores y hojas que engalanarán la cabeza de la novia, que, además, para su matri- monio propiamente dicho, cambiará de peinado. Por una parte, lle- vará un velo de lino, costumbre que debe remontarse a antiguas creencias sobre los poderes del mal de ojo del que debe ser defen- dida, a menos que se trate simplemente de que el novio debe ser el primero en desvelar el rostro de su prometida. Por otra parte, ella se recogerá en un moño, o sujetará en la nuca con una cinta o una joya, los cabellos que hasta entonces había llevado sueltos y flotantes. Será en lo sucesivo el indicativo de su nuevo estado, junto con el manojo de llaves que como buena húsfreyja (ama de la casa) llevará a la cintura: llaves de los cofres que contienen ropas de valor y ob- jetos preciosos, llaves de la despensa y de los armarios que consti- tuyen el «mobiliario» de la casa vikinga. Después viene el gran día o, mejor dicho, los días, pues las bo- das duran al menos tres días —de sábado a lunes, en general en la época cristiana, alrededor del año 1000— incluso más, según la cali- dad y la importancia de los participantes. Quienes fueron invitados 16 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) en su momento tienen como un honor haber sido convidados —aunque parece que pudo existir la costumbre de invitar sistemáti- camente a parientes ¡hasta de tercer grado!— y los excluidos se sien- ten gravemente ofendidos. En principio, su número deberá ser se- mejante por ambos clanes. Incluso llega a suceder que, en la sala común (skáli) donde se ofrecerá el banquete (brádveizla), cada bando esté colocado en uno de los dos bancos longitudinales, con un asiento más alto para el marido y otro para su mujer, en el cen- tro de cada banco y uno frente a otro, a no ser que sean para el dueño de la casa y su compadre. Por supuesto, los invitados no lle- gan con las manos vacías. Habrá que tener mucho cuidado de acor- darse de los regalos que traen, por razones de reciprocidad, en esta sociedad donde la regla del «doy para que des» apenas tiene excep- ciones, sea el ámbito que sea. Por otra parte, se prestará gran aten- ción a la colocación de los invitados, pues los vikingos eran espe- cialmente quisquillosos con respecto a las precedencias. Todavía en el siglo xm, las sagas se sentirán obligadas a precisar quién se sienta en cada sitio, es decir, más o menos lejos de la puerta de entrada, más o menos lejos de los asientos elevados, etc. Pero no nos anticipemos. El primer día de la boda ha tenido lu- gar, probablemente, la ceremonia del matrimonio propiamente di- cho. Estamos mal informados a este respecto, por razones que se ex- pondrán más adelante. Es evidente que existió un ritual que mezclaba un culto venerable del hogar (o del fuego del hogar, ver- dadera alma de la casa), unos gestos significativos del paso de un clan a otro —que vale en los dos sentidos, puesto que Helga seguirá siendo hija de su padre, Pórólfsdóttir—, y, por supuesto, toda una serie de actos votivos, propiciatorios y de consagración. Si hemos de creer a Adán de Bremen?, se hacía una ofrenda a Frigg, la represen- tación más expresiva de la antigua Diosa Madre, para atraer sobre los esposos el bienestar, la fertilidad-fecundidad y una cohabitación pacífica. Según Saxo Gramático?, esa ofrenda se hacía a Freyr (o a su PRÓLOGO 17 paredro Freyja, otra figura de la misma Diosa Madre‘), dios de la fe- licidad, el placer y los bienes terrenos. La þrymskviða de la Edda poética? menciona a una diosa menor, poco conocida por otra parte, Vår, que escucha y promueve las promesas. La misma prymskvióa, sin embargo, hace alusión a lo que parecen ser ritos más venerables: ofrenda de sacrificios de animales (el poema habla de «vacas de cuernos dorados» y «bueyes negros») y sobre todo consagración por el martillo de Pórr, práctica que podría ser muy antigua, en efecto, y que sobrevivía todavía, en Suecia, hace apenas un siglo, bajo la forma del hammarsáng, el hecho de ocultar un martillo en el lecho de la novia para asegurar la fecundidad de la pareja. Diré, lle- gado el momento, que no creo en la existencia de una casta o una corporación de «sacerdotes» en la religión de los vikingos. Parece más probable que fuera el cabeza de familia o del clan quien se en- cargara de la dirección de esos ritos cargados de sentido. En cual- quier caso, ignoramos qué fórmulas podían pronunciarse en este caso y bajo qué auspicios se situaba expresamente el rito. En una re- ligión que, como diremos, no se plegaba, contrariamente a la opi- nión habitual, a una estricta categorización duméziliana!, cada uno de los grandes dioses podía muy bien presidir la fertilidad-fecundi- dad y queda por saber, por otra parte, si el matrimonio se colocaba realmente bajo el signo de una figura divina determinada, o más bien bajo la tutela de deidades colectivas como dises* o alfes*. Sin duda es al jefe de familia o del clan a quien correspondía la responsabilidad de abrir el banquete nupcial, en el curso del cual, como en todos los banquetes solemnes, los brindis se dirigirán pro- bablemente a los dioses —los textos nombran aÒðinn, Pórr, Njórór, Freyr y «todos los dioses» (serán reemplazados en la época cristiana por Cristo, la Virgen María y los santos) — pero, sin duda, también a los grandes antepasados, de uno y otro clan: esto se llama drekka minni (beber a la memoria de) o drekka full. Considero este mo- mento capital, pues «consagra» la perpetuación del linaje en una 18 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) cultura en la que los antepasados no han muerto realmente nunca y en la que el primer deber de un ser humano es no derogar lo esta- blecido. Acabo de emplear un verbo que ezige una observación. Y una xpresión de pesar. Ya tendré ocasión de decir cuál es la calidad de las fuentes de que hay que servirse para tratar este tema. El vikingo que aparece, directa o indirectamente, en casi todas nuestras fuen- tes, no es un hombre del vulgo, no procede del pueblo llano. Sobre éste, debemos decir también que no sabemos nada, y es una lástima, pues él era el hombre de base, el remero del skeið. Pero las tumbas, los barcos funerarios, los poemas éddicos y escáldicos*, más tarde las sagas, no nos hablan jamás de él, si no es de pasada y con cierto tono de burla, Helga, Björn, son hijos de «aristócratas», diríamos, si ese término tuviera el mismo significado en esa cultura que en la nuestra, lo que no es el caso. El famoso aventurero de los mares, el testigo mayor de una civilización de la que se puede afirmar sin duda ninguna que aguanta la comparación con las más eminentes, el vikingo, no procede del vulgum pecus, aunque, también hay que de- cirlo, las diferencias sociales no tuvieran, en esas latitudes, el rigor que conocieron en otros lugares, En cuanto a Bjórn y Helga, que ahora ya están casados —sin que sepamos con certeza según qué ceremonia precisa, salvo que sin duda se ha hecho todo para que su unión fuera consagrada til års ok fridar (por un año fecundo y por la paz), que es la mejor definición del universo mental religioso del vikingo—, se sientan en el ban- quete donde se organiza la juerga, donde se bebe hidromiel y cer- veza, siendo la borrachera el final normal de un festín, hasta el punto de que antes de comenzar se juran mutuamente no tener en cuenta las palabras que se dirán cuando estén borrachos. Ya dije que esos ágapes podían durar mucho tiempo. Estaban entrecortados por todo tipo de diversiones: declamación de poemas o de relatos, can- tos y danzas, estas últimas probablemente de carácter ritual. Exami- PRÓLOGO 19 naremos más de cerca (infra, pág. 259 y sigs.) el célebre banquete de bodas que se celebró en Reykjahólar, Islandia, pero, desdi- chadamente para nosotros, en 1119, es decir, casi un siglo después de la desaparición del último vikingo y en un medio muy cristianizado; de la pluma, además, de un autor que seguramente era un clérigo y que escribía en pleno siglo XII. Esto nos permitirá no obstante ha- cernos una idea, aunque sea lejana. Queda el último rito de paso, en toda la fuerza de la expresión. La primera noche de las festividades de sus bodas, Bjórn y Helga se- rán acompañados hasta su lecho nupcial. No se dice que, como su- cede en otras culturas, la consumación de su unión debiera ser cons- tatada por expertos, pero no excluimos la posibilidad. A la mañana siguiente de esta primera noche en común, Bjórn debe hacer a Helga un bonito regalo, una joya delicadamente trabajada, ropa de magní- fico lino, un cofre de madera esculpida, etc.: es la morgingjóf, el re- galo de la mañana, que se institucionalizará durante mucho tiempo (morgongåva en sueco moderno). Así terminan las bodas de Helga. Tendrá muchos hijos a pesar de una mortalidad infantil tan elevada aquí como en otros lugares de Occidente. Si sabe mostrarse a la altura de sus funciones, como pa- rece que sucedía a menudo, hará de ellos hombres y mujeres dignos de ese nombre, los educará en el respeto a las tradiciones tanto de su clan como del de su esposo, y velará por inculcarles el sentido del honor familiar que jamás debe perecer; en resumen, será el alma de su hogar. s Ahora bien, se habrán observado dos cosas en la lectura de es- tas páginas. La primera son las reservas de carácter propiamente histórico de que he debido rodearme. Este libro pretende describir la vida co- tidiana de los vikingos, pero a menudo es difícil saber si los docu- en 20 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) mentos de que disponemos se aplican realmente a ellos, desde un punto de vista cronológico, se entiende, La segunda es la utilización de numerosos adverbios «aproxi- mativos» que se distribuyen a lo largo de mi texto (probablemente, tal vez, eventualmente...). Se deben a que, salvo excepciones estadís- ticamente raras, esos documentos no pueden ser tomados a priori como absolutamente fiables. Demasiados errores se han cometido, desde hace mucho tiempo, por utilizar sin discernimiento fuentes que exigen un análisis riguroso. En otras palabras, no es posible abordar nuestro tema sin haber tomado al menos dos precauciones elementales: la primera, definir aquello de lo que vamos a hablar, esos vikingos cuya vida cotidiana nos gustaría conocer”; la segunda, enumerar y criticar las fuentes de que nos vamos a servir. Ese doble esfuerzo es indispensable, incluso si, a ojos del lector, se corre el riesgo de hacer pesada esta obra. En tal sentido, mi propósito va en dos direcciones: tratar de informar correctamente, si se puede, por supuesto; pero, al mismo tiempo, lu- char contra los innumerables absurdos o errores que oscurecen gra- vemente la cuestión. Pues los vikingos no fueron protagonistas en el escenario de nuestra historia más que durante dos siglos y medio, lo que, en sí, es ya considerable, pero no autoriza a confundirlos con los germanos en general ni, de manera más precisa, con algunos de sus antepasa- dos como los godos, los burgundios, los vándalos o los lombardos, por ejemplo. Los documentos que nos hablan directamente de ellos, los que podríamos llamar de primera mano, son rarísimos. Y los otros, la impresionante masa de todos los demás, deben, casi por de- finición, ponerse en tela de juicio. I ¿QUÉ SE ENTIENDE POR VIKINGOS? Se ha convenido en llamar vikingr!, si actúa en Occidente, o veringr (varego) si escoge Rusia y Asia como campo de su activi- dad, a un comerciante escandinavo (danés, noruego, sueco, y des- pués, a partir más o menos del 900, islandés) particularmente dotado para el negocio y la navegación —gracias a los maravillosos barcos que pusieron a punto después de siglos de tanteos, el skeið o knörr (o byrdingr, skúta, langskip, etc., ¡pero en ningún caso la absurda creación francesa drakkar*!)— que debió de existir como tal mucho antes del siglo IX pero que un concurso de circunstancias poco co- mún, en primer lugar el hundimiento del imperio carolingio después de la muerte de su fundador y por tanto la ausencia de una oposi- ción seria como la que dicho imperio podía presentar a un predador audaz y decidido, impulsó súbitamente al primer plano de la actua- lidad. La costumbre es fijar el comienzo de este movimiento en la fecha del saqueo de la abadía de Lindisfarne, en Northumberland (Gran Bretaña), donde estaba el relicario de San Cutberto, el 8 de junio de 793. Es admisible, pero, acabo de sugerirlo, está fuera de duda que los escandinavos frecuentaban desde hacía mucho tiempo los itinerarios marítimos y fluviales, que tomaron quizá de los frisones 2 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) si se trata de la «ruta del Oeste»; y, en cuanto a la «ruta del Este», hacía tiempo que era familiar a los suecos. 793 es un punto de refe- rencia cómodo, pero no señala una verdadera novedad. A partir de ahí imperará un fenómeno que durará unos dos si- glos y medio (desde 800 hasta 1050 aproximadamente, recordé- moslo) y que conocerá, durante ese largo lapso de tiempo, impor- tantes virajes o, más bien, modificaciones sensibles, sobre una base que se mantendrá firme. La balanza de pesar la plata picada* en una mano, la espada de doble filo en la otra, el vikingo, según las cir- cunstancias, negocia o saquea, roba, incendia, regatea, cambia o cap- tura. El objetivo, que no varía, es «adquirir riquezas», como dicen las inscripciones rúnicas*, volver a la propia casa mejor provisto que al partir. Innumerables debieron de ser los vikingos a los que se aplicará la inscripción de Ulunda (Suecia): Fór hefila fêaR afladi út i Grikkiuum arfa sinum. Atrevidamente fue, riquezas ganó, lejos en Grecia [= Asia Menor] para su heredero. En el curso del camino, se le ofrece la ocasión de tratar de cerca a poblaciones con las que mantenía otras relaciones distintas a las bélicas, de examinar con cuidado sus condiciones de vida y sus mo- dos de implantación: llegado el día, sabrá dónde acudir para esta- blecerse de forma fija. Pragmático, realista, agudo observador, toma buena nota igualmente de todas las novedades que descubre y que adaptará a sus propias latitudes. Esto es por otra parte lo que hace un poco descorazonadores todos los intentos de estudio como éste. Cuando queremos descender al detalle, descubrimos en seguida que es con frecuencia muy difícil hacer la distinción entre escandinavo propiamente dicho, céltico, germánico continental, eslavo o bizan- tino, incluso sin abordar las creaciones del espíritu. Un solo ejem- w Las ¿QUÉ SE ENTIENDE POR VIKINGOS? plo: cuando nos encontremos en el capítulo del vestido, deberemos decir que la ropa más común son los calzones (brók, plural brækr). Parece sin embargo que la prenda y su uso sean de origen celta... Por otra parte, las tribus que el vikingo frecuenta aprecian a menudo su sentido de la organización, su amor por el orden, su espíritu colec- tivista o comunitario, y también la energía que le impusieron las duras condiciones climáticas de su país natal, como ya veía Montes- quieu. Esas poblaciones saben recordarlos a veces, sea para imitar- los, sea para pedirles que vayan a transmitir a uno u otro lugar sus conocimientos prácticos. Así nació Rusia. Así se generalizará en todo Occidente la utilización de cierto material náutico con el vo- cabulario correspondiente, que todavía está en uso en la actualidad. Dos siglos y medio, en una época en la que, de todas formas, Oc- cidente conoce grandes conmociones, no pueden ofrecer un aspecto uniforme a la mirada del observador. El movimiento vikingo pasa, en efecto, por cuatro fases sucesivas bastante bien diferenciadas, La primera (800 a 850, estas fechas delimitan tendencias, no tie- nen nada de rigurosas y pueden variar con los «frentes») es un mo- mento de tanteos, de pequeños golpes de mano intentados un poco al azar y en lugares en principio vulnerables por carecer de defensa y, además, ricos (abadías, monasterios, ciudades abiertas, etc.). La segunda (850 a 900) es más importante porque, conscientes de su fuerza, los escandinavos organizan mejor sus expediciones, imponen condiciones a las poblaciones amedrentadas (pasarán a la historia como grandes maestros de la «guerra psicológica»), mien- tras que frente a ellos distinguimos, de un lado, a adversarios inca- paces de defenderse y, por lo tanto, dispuestos a negociar en las peo- res condiciones; y del otro, a las naciones resueltas a resistir (como la Inglaterra del Sur o la España morisca) y frente a las cuales los vi- kingos no insistirán. Subrayemos el hecho de que fue la compla- 24 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) cierite imaginería romántica mantenida por dudosas teorías moder- nas la que pretendió hacer del vikingo un superhombre invencible que imponía su ley por todas partes. No se tienen ejemplos de una batalla en regla de la que el vikingo haya salido vencedor; es maes- tro de lo que llamaríamos la expedición de comando, el golpe de mano rápido, pero no es un guerrero en el sentido habitual. A fin de cuentas, sus compañeros y él son muy poco numerosos (pense- mos que, todavía hoy, los escandinavos apenas son dieciocho millo- nes en total) para haber podido constituir flotas o tropas capaces de resultados estruendosos. Son los clérigos timoratos —autores casi exclusivos de los anales o las crónicas que hemos conservado, pri- meras víctimas también de los saqueadores del norte— los que nos inducen al error al multiplicar las complacientes exageraciones y las relaciones patéticas. En realidad, sin hacer por supuesto del vikingo un modelo de dulzura y comportamiento pacífico, basta compararlo con sus contemporáneos concretos, sarracenos y húngaros, para to- mar la medida de su pretendida «barbarie». Añadamos a esto que tenemos tendencia a confundir a los es- candinavos de los siglos 1X y X con los germanos (muchos de los cuales eran escandinavos) de los siglos V al VII (responsables éstos de las «grandes invasiones», llamadas también «invasiones bárbaras») y comprenderemos de dónde proceden tantos errores y exageracio- nes. Sin embargo, esta segunda fase es capital. En primer lugar por- que se instaura progresivamente el sistema de los danegelds («pago a los daneses», es decir, ese tributo, cuyo montante no dejará de cre- cer, que reclamaban los vikingos para reembarcarse, a reyes pusilá- nimes e incapaces como el inglés Etelredo II o los dos Carlos fran- ceses —el Gordo, y después el Simple— que, a largo plazo, hará bascular el sistema económico de Occidente. A continuación y sobre todo, porque es en el curso de este pe- ríodo cuando se definen claramente las cuatro grandes «rutas», cada una con numerosas variantes, que siguen los vikingos (ver mapa, al ¿QUÉ SE ENTIENDE POR VIKINGOS? 25 principio de este libro). No podemos pasar por alto su importancia, ya que es según sus ejes como se organiza el complejo de intercam- bios, contactos e informaciones de donde nacerá en buena parte la Europa moderna. A saber: la ruta del Oeste (vestruegr), que admite dos variantes mayores, una, pleno oeste, hacia la Gran Bretaña, luego Islandia, después Groenlandia (después, eventualmente, Vin- land?, que se situaría en algún lugar del Labrador); la otra, oeste y después sudoeste, que va a lo largo de las costas de Francia y Es- paña, y franquea el estrecho de Gibraltar (Njórvasund) para diri- girse, bien hacia África del Norte, o bien a la Francia meridional e Italia, pudiendo situarse su punto final en Bizancio. Después la ruta del Norte que interesa sobre todo a los noruegos: a partir del sur de su país, bordean las costas hasta el cabo Norte y atraviesan el mar Blanco para recalar en Murmansk o en Arkhangelsk; ruta impor- tante aunque peligrosa, puesto que su objetivo es procurarse las pie- les que serán, junto con los esclavos, la «mercancía» por excelencia que negociarán vikingos y varegos. La tercera ruta es interior al Bál- tico y concierne especialmente a los suecos, que mantienen así rela- ciones duraderas con los finlandeses y explotan el ámbar, que abunda en las orillas de dicho mar y que es igualmente una de las es- pecialidades de estos comerciantes. Esta ruta desemboca por otra parte, casualmente, en la ruta del Este (amstruegr), que parte del fondo del golfo de Riga para tomar el complejo de los ríos y lagos rusos, a fin de llegar, a la altura de la actual Odessa (que se llamaba Aldeigjuborg en normánico antiguo), al norte del mar Negro, al que atraviesa en dirección sur hasta Bizancio; como esta ruta cruza al- gunos de los grandes itinerarios inmemoriales venidos del Extremo Oriente (la ruta de la seda especialmente), pudo suceder que los va- regos la siguieran. Las inscripciones rúnicas suecas nos han conser- vado el recuerdo de al menos dos prestigiosas expediciones hacia el Extremo Oriente que deben coincidir con este análisis. Este período de medio siglo, que va del 850 hasta, aproximada- 26 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) mente, el 900, es en cualquier caso un momento de intensa actividad que tiene muy a menudo, a ojos del objetivo observador moderno, aires de prospección: como si los escandinavos buscaran a lo largo de sus recorridos los puntos seguros, las paradas cómodas, los estable- cimientos en que podrían hacer escala y entregarse sin tropiezo a sus fructíferos intercambios. Pues el hecho es que los itinerarios que aca- bamos de esbozar están literalmente jalonados por puertos o ciuda- des que representan otras tantas escalas para un comerciante sagaz. El período que sigue (desde, más o menos, el año 900 hasta los alrededores del 980) es el momento de las instalaciones y las coloni- zaciones sistemáticas. Este punto, por lo demás, debería hacer refle- xionar a cualquiera que quiera ver a los vikingos como invencibles guerreros o como cofradías militares superiormente organizadas. Los escandinavos se instalan en Islandia (con una pequeña anticipa- ción sobre el desglose en períodos aquí propuesto: es colonizada por una mezcla de noruegos y celtas, entre 874 y 930), y, más tarde, en Groenlandia; en Normandía; en la parte de Inglaterra llamada después Danelaw (porque allí reina la ley, law, de los daneses, da- nes); en Irlanda del sur (con la que los noruegos especialmente man- tenían relaciones continuadas desde hacía mucho tiempo); en las re- giones eslavas situadas alrededor de las actuales Novgorod (antiguo normánico, Hólmgarór) y Kiev (antiguo normánico, Kaenugarár); se instalan más o menos por la fuerza (Danelaw), o porque los luga- res están más o menos desiertos (Islandia, donde, contrariamente a una opinión admitida durante mucho tiempo, la investigación actual descubre huellas de implantación céltica anterior a la llegada de los escandinavos), o también porque las poblaciones locales les habrían invitado (Rusia, que deberá su nombre a los varegos, llamados rās: rojizos, pelirrojos, sin duda porque la extraña coloración del cabe- llo de muchos de ellos había sorprendido, desde principios de nues- tra era, a los observadores «griegos», es decir, bizantinos, eslavos y árabes). ¿QUÉ SE ENTIENDE POR VIKINGOS? 27 En todos los casos, salvo en Islandia, quizá, no se trata de co- lonización verdadera en el sentido actual —y peyorativo— del tér- mino. Los recién llegados debieron plegarse a cierto número de con- diciones implícitas o explícitas: adaptarse a los marcos feudales de las sociedades en las que entran; contribuir a la defensa territorial de su nueva «patria», lo que harán en todas partes de buen grado; y bautizarse, cosa a la que consentirán sin esfuerzo, bien sea por con- vicción o por política; y esto es para nosotros de una importancia capital, puesto que, como podremos verificar aquí en más de una ocasión, el vikingo deja de merecer ese nombre a partir del mo- mento en que se bautiza. En todos los casos, el observador queda estupefacto por la facilidad, y sobre todo la rapidez, con que el vi- kingo supo adaptarse a las condiciones nuevas que había elegido. En dos o tres generaciones, no hay ya escandinavos, no hay ya, por ejemplo, más que normandos (de Normandía) o rusos. Queda por decir, para completar el cuadro, que el movimiento conocerá una última fase, de 980 a 1050, en verdad mal explicada y que no atañe más que a los daneses (hacia el noroeste) y los suecos (hacia el sudeste). Los primeros tratan, con Sveinn el de la Barba Hendida y su hijo Knùtr el Grande, de adquirir la supremacía sobre el conjunto de Escandinavia y Gran Bretaña conjuntamente. No lo lograrán más que por unos pocos años. Los segundos emprenden una, e incluso dos o más, misteriosas expediciones, atestiguadas por documentos, especialmente rúnicos, hacia el Asia lejana, aparente- mente sin resultado. y En realidad, ése es el fin del fenómeno vikingo. El mundo ha cambiado de tal forma desde hace doscientos cincuenta años que los criterios de comprensión han evolucionado radicalmente. Numero- sas causas justifican este final. Recordemos sobre todo que la ima- gen del comercio internacional se ha modificado radicalmente y ha hecho caer en desuso el knörr vikingo o sus variantes; que la cristia- nización del Norte ha hecho entrar en pie de igualdad a esta parte ` 28 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) del mundo en el concierto de las naciones europeas y que, en la misma Escandinavia, la instauración progresiva, según el modelo continental, de fuertes poderes centralizados va en contra de la po- lítica de golpes de mano individuales, fórmula que podría resumir con acierto la mayor parte de las expediciones vikingas. Digamos que la hora de los vikingos ha pasado. Ha durado unos doscientos cincuenta años; ha dejado huellas perdurables en muchos sectores de nuestra civilización; marca uno de los tiempos fuertes de nuestra historia de los doce últimos siglos. Pero no ha lugar ni para aumen- tar desmedidamente su importancia, ni para rebajar su dignidad. Dicho esto, la palabra vikingr, término cuya etimología? parece ahora elucidada —no es el bandido que se esconde en una «bahía» (normánico antiguo, vik) para abalanzarse, de improviso, sobre el barco mercante que pasa por allí, sino el comerciante que va ejerciendo su actividad de vicus en vicas (de centro comercial en centro comer- cial), no designa necesariamente a cualquier escandinavo de la época considerada. Todavía hoy tenemos tendencia a confundir bajo una de- nominación común realidades que, sin embargo, tienen rasgos especí- ficos muy diferentes, Y el hecho está muy difundido en la Edad Media. Conviene en efecto distinguir entre el danés, comerciante ma- trullero siempre a la cabeza en la problemática del modernismo de la época, que actúa preferentemente en grupos pequeños unidos por obligaciones constrictivas (félag, por ejemplo) y colocados bajo la autoridad de un jefe —quizás esos enigmáticos «reyes del mar» (se- konungar) de nuestros textos—, y el noruego, seguramente menos organizado, más tentado por la pura aventura —sería injusto olvidar este aspecto de la cuestión, esa llamada del oeste en particular, que engendrará un día el fenómeno americano— y centrado en cimien- tos familiares o «políticos», es decir, representados por el «rey» (ko- nungr), que reina sobre el fondo de un fiordo o una porción de un ¿QUÉ SE ENTIENDE POR VIKINGOS? 29 valle. Em cuanto al sueco, el más pacífico de todos, al parecer, es también el más comerciante. No es que no sea capaz de manejar pe- ligrosamente el hacha de mango largo y amplio filo, pero los testi- monios, árabes sobre todo, nos lo muestran ocupado esencialmente en actividades mercantiles. Un detalle, que no tiene nada de desca- bellado, vendrá a verificar este esquema: el dios preferido de los da- neses fue ciertamente Odinn, dios de los cargamentos (Farmatjr) y del comercio (los observadores extranjeros lo identifican sin es- fuerzo con Mercurio), pero también dios de la astucia, del engaño, de la cautela y de la victoria obtenida por ciencia estratégica o es- tratagema, incluso por traición o por magia. No se podría describir mejor la idea que se hacían los vikingos —aquí daneses, si se quiere— de su existencia. Los noruegos preferían a Pórr, divinidad brutal y ruidosa —es la encarnación del trueno, de cuyo nombre es portadora*— pero bonachona, enredadora y eventualmente carita- tiva. En cuanto a los suecos, daban, sin ningún género de duda, pre- ferencia a Freyr, encarnación por excelencia de la fecundidad-ferti- lidad. En otras palabras: los dioses guerreros, o bien no son los preferidos de los vikingos o, todavía mejor, no existen como tales. Acabamos de ver que el dios estratega Ódinn rige las cargas de los navíos; a Pórr se le atribuye tanto la resurrección de sus machos ca- bríos como el triunfo sobre la sagacidad del enano Alviss (Que- todo-lo-sabe) o el manejo de su maza-«martillo». Y no se podría ha- cer en ningún caso de Freyr una divinidad marcial. No hablo de los islandeses por razones evidentes; no es que las sagas no nos presenten, frecuentemente, a las expediciones vikingas como parte de la infancia del héroe, pero éste es un tema más bien literario y, de todas formas, los islandeses, por decirlo así, habrían tomado el knörr en marcha. Cuando redactan sus sagas, en el si- glo xit en el mejor de los casos, el «mito vikingo» está ya en vías de elaboración. Es sin embargo, sin duda alguna, a esos mismos islan- deses a quienes debemos el descubrimiento de Groenlandia (hacia 30 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) 980) y, a partir de ahí, del complejo Helluland-Markland-Vinland (alrededor del año 1000, si el hecho tiene una realidad histórica, cosa no segura). Pero esas proezas incumben solamente al tema del des- cubrimiento y no ofrecen una imagen completa del vikingo, Una última precisión, evidente pero rara vez expuesta: es senci- llamente imposible que el movimiento vikingo haya nacido de la nada y haya surgido de súbito. Recorrer en todos los sentidos, de norte a sur y de este a oeste, el mundo conocido, alejando eventual- mente sus límites, imponer parcialmente su ley a los viejos imperios, enfrentarse al mundo bizantino, .crear estados, apropiarse de pro- vincias, legar todo un vócabularig náutico a las lenguas modernas... se intuye que para eso fue necesaria una larga y lenta evolución an- tes de permitir esta eflorescencia. Los siglos IX y X no hacen sino» marcar el punto terminal de esa evolución. Es conveniente decir al meros algunas palabras sobre ello. Los escandinavos son antiguos cazadores-pescadores-recolec- tores, presentes en los lugares a los que dieron su nombre unos diez mil años antes de Jesucristo. Sufrieron la dominación indoeuropea, al parecer, en dos momentos sucesivos (hacia el 4000, y después ha- cia el 3000). Representan la rama septentrional de la «familia» ger- mánica, lo que hace que la lengua que hablaban a comienzos de nuestra era y que no se diferenciará realmente en danés, sueco, nor- uego, islandés y feroés sino mucho más recientemente, estuviera es- trechamente emparentada con el germánico llamado común, lo que los lingüistas llaman el proto-escandinavo. Aunque no faltan los testimonios anteriores, las primeras pruebas de la calidad de su an- tigua cultura están representadas, en la edad del bronce (según la terminología admitida para esas latitudes, del 1500 al 400 antes de Cristo) por diversos objetos y sobre todo por los célebres petrogli- fos* presentes especialmente en Bohuslän (Suecia, próxima a la ¿QUÉ SE ENTIENDE POR VIKINGOS? ES actual Góteborg). La calidad del trazo, la diversidad y la naturaleza de los motivos, testimonian, además de preocupaciones artísticas indudables, principios religiosos relacionados con la fertilidad-fe- cundidad, con un simbolismo solar, y evidencian una práctica gene- ralizada de la magia. Es notable el hecho de que un buen número de esas figuraciones demanden, sin tentaciones abusivas, la compara- ción inmediata con personajes o escenas presentes en los grandes poemas de la Edda, ¡más de dos milenios después! Más tarde, cuando la edad del hierro (-400 a 800), la evolución de esta civilización la llevará a sufrir primero una fuerte influencia céltica (entre 400 y 0), después romana (0 a 400), y por último ger- mánica continental (400 a 800). Es entonces cuando se pergeña pro- gresivamente el barco que, poco a poco, llegará a ser la maravilla sin la que la aventura vikinga habría sido sencillamente imposible; es entonces también cuando, en una especie de ensayo general, las tri- bus escandinavas afluyen sobre la Europa meridional y oriental (es- pecialmente los godos y los lombardos); y por último, para no ir más lejos, cuando aparece una escritura primero pan-germánica, después progresivamente transformada en específicamente escandi- nava: las runas, según un alfabeto o fuþark de veinticuatro signos, reducidos a dieciséis hacia el 850, que, contrariamente a una de las más tenaces ideas establecidas, no son signos mágicos, sino un me- dio de comunicación, como cualquier escritura. Hacia el 800, en el momento en que se inicia decididamente el movimiento vikingo, Escandinavia posee una cultura, una civiliza- ción perfectamente elaborada que no he tratado de presentar con más detalles porque el estudio de sus consecuencias será precisa- mente el objeto de este libro. Un último punto solamente: el lector ha debido sorprenderse sin duda, desde el inicio de esta obra, al verme manejar con cierta desenvoltura y, aparentemente, sin dema- siadas preocupaciones diferenciadoras, aunque haya planteado algu- nas reservas, a daneses, noruegos, suecos e islandeses. 32 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) En realidad existe una unidad escandinava que permite, con los matices indispensables, pero menores en verdad, tratar de la vida co- tidiana del vikingo independientemente de su «nacionalidad», refe- rencia equivocada, por otra parte, al no tener ningún sentido en aquella época la idea de «nación». No se era danés, sino originario de Sjaelland o de Fionia, no sueco, sino upplandés o del Gautaland, no noruego, sino del Trøndelag o de los Agðir. Esta unidad no es asunto étnico y hay que relegar imperiosamente esa imaginería al al- macén de los accesorios dudosos: no se trata del gran escandinavo rubio dolicocéfalo de ojos azules. Ese tipo existe, por supuesto, pero está en gran competencia con el pequeño castaño de ojos oscu- ros, más bien mesocéfalo, He querido que la Helga de mi Prólogo fuera una linda rubia de ojos azules, pero las sagas islandesas nos proponen muchas bellas morenas de ojos negros, como esa Porbjórg Glúmsdóttir de la Saga de los hermanos jurados apodada Kolbrún (de cejas [de un negro] de carbón). He señalado ya que los godos ha- bían impresionado a los eslavos por su rubicundez. No es ésa razón para verles uniformemente pelirrojos. Digamos llanamente que no existe «raza» escandinava. Asimismo, tampoco es la geografía la que hace al escandinavo, al menos globalmente. No se ve la relación que se podría establecer entre el relieve escabroso y montañoso de No- ruega, las extensas llanuras de Dinamarca, o los bosques suecos sal- picados de lagos, por no hablar de las lavas islandesas. Una sola constante a este respecto: el frío conjugado con la omnipresencia del agua en todos sus aspectos. En cuanto a la historia, no sugiere tam- poco mayores semejanzas entre los tres países continentales. Sin embargo, han existido denominadores comunes a los tres, después cuatro, grupos escandinavos, y los observadores extranje- ros los han confundido siempre, en general, bajo una misma deno- minación’. El primero, que hemos entrevisto ya en el Prólogo, es de orden sociológico y concierne a la importancia capital de la familia, verdadera célula de base de esta sociedad. El vikingo se define ante La, Os ¿QUÉ SE ENTIENDE POR VIKINGOS? todo por su pertenencia a un clan, no como individuo, Iremos más lejos: su «promoción» individual no tiene sentido más que si se ins- cribe claramente en el marco de su familia. El segundo es político: esas pequeñas colectividades se organizan en land, término cuyo contenido se ha modificado con el tiempo, pero que se aplica a uni- dades territoriales precisas cuyos habitantes están reunidos por con- sideraciones de orden familiar, económico y, propiamente, político, incluso religioso. El land parece centrado en un emplazamiento de ping, esas asambleas periódicas en el seno de las cuales todas las de- cisiones de interés común se tomaban por consentimiento unánime, El tercero de esos denominadores comunes es quizás el más im- portante: el lingüístico. Lo repetimos, con pequeñas variantes, to- dos los vikingos hablaban la misma lengua (que se llama, por como- didad, normánico antiguo y que se ha conservado maravillosamente, por razones históricas y geográficas, en la forma del islandés, idioma que ha permanecido casi como se presentaba en el año 1000). Esta «lengua danesa» (dönsk tunga) o «habla normánica» (norrænt mál) es el órgano de las sagas islandesas, por ejemplo, y posee todos los rasgos del germánico antiguo. El vikingo es el hombre que habla el antiguo normánico, que habita en Uppsala, en Bjórgvin (Bergen), en Kaupmannahöfn (Copenhague, la palabra significa elocuente- mente, en realidad, «puerto de los comerciantes»), en Reykjavik, en Jórvik (York, Inglaterra), Hólmgardr (Novgorod) o Dyflinn (Du- blín). Este detalle es importante, pues explica por qué, en sus nu- merosos y diversos desplazamientos a través de Europa, los vikin- gos no parecen haber tropezado con el obstáculo conocido de una incomprensión total. Queda el cuarto criterio, que es cultural, pro- piamente hablando. No insistiré en él aquí, puesto que en cierto sentido será el objetivo de esta obra detallar ese aspecto. Baste decir que las nociones que vamos a examinar más de cerca, religión, juris- dicción, legislación y, sobre todo, pequeños detalles de la vida coti- diana (lo que engloba también actualmente el término escandinavo 34 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) kultur) y actividades intelectuales o artísticas, todo eso presenta una notable uniformidad en todos los países del Norte. Esta última formulación exige una precisión, indispensable para el lector meridional. Aunque sea un «país del Norte», Finlandia no entra en el marco de este estudio, aunque fueran frecuentes y a ve- ces muy íntimos los contactos entre ese país y, especialmente, Sue- cia. Los finlandeses constituyen una etnia radicalmente distinta de los germanos, hablan una lengua no indoeuropea (fino-úgrica, como el húngaro y el estonio) y, aunque no sea más que por este motivo, no dependen de la cultura que aquí nos interesa. No existe el vi- kingo finlandés. Todas estas precisiones, rápidas y sumarias, eran necesarias an- tes de abordar nuestro tema. Igualmente, es importante antes que nada examinar el conjunto de las fuentes de que disponemos para tratar de la vida cotidiana de los vikingos, pues, también ahí, se im- pone una rigurosa mirada crítica, por las mismas razones que ya se han adelantado en el curso de las páginas anteriores. H NUESTRAS FUENTES Si, de forma general y por las razones que diremos, es necesa- rio manejar con las mayores precauciones las fuentes literarias, nu- merosas por otra parte, que nos ayudarán a tratar la historia de los vikingos y de su civilización, esta circunspección es todavía más ne- cesaria cuando se pretende estudiar su vida cotidiana, No es que una lectura atenta de los poemas éddicos o, sobre todo, de algunas sagas como las pertenecientes a la categoría de las llamadas «de contem- poráneos» (redactadas en el siglo XIII por autores que fueron con- temporáneos de los acontecimientos que relatan) no puedan pro- porcionarnos detalles y precisiones muy interesantes. Pero debemos tener en cuenta que esos documentos no pueden ser tomados en consideración más que si se encuentran confirmados por otras fuen- tes, O si se remontan a un tiempo que coincida con la época vikinga. Por ejemplo, aun suponiendo que no haya salido adornada por la pluma del redactor, Sturla Pórdarson, la relación de la «famosa» ba- talla de Ørlyggsstaðir, en Islandia, en 1238, no puede dar una idea de la forma en que hubiesen procedido eventualmente, en circuns- tancias semejantes, los vikingos noruegos, daneses o suecos tres si- glos antes!, Prácticamente nunca se ha establecido que los textos de 36 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-3050) los que partiremos no hayan sido «contaminados» por las innume- rables influencias de todo orden que pueden haber sufrido, cons- cientemente o no, los redactores. El principio está claro: es la arqueología la que debería ser nuestro guía principal y, en última instancia, nuestro único guía. Sus métodos, en particular de datación, sus técnicas, han hecho tales progresos, particularmente en Escandinavia, desde hace algunas dé- cadas, que los resultados a los que llega pueden satisfacer a los más exigentes. Y estamos bien surtidos: las campañas de excavaciones ciertamente «sensacionales» han exhumado yacimientos particular- mente ricos, como en Birka (Suecia, no lejos de Estocolmo), en He- deby (Dinamarca, antigua Haithabu), en York (Gran Bretaña, que fue una fundación danesa con el nombre de Jórvik), en Dublín (Ir- landa, la ciudad no es una fundación vikinga, pero los noruegos vi- vieron allí mucho tiempo), en Jarlshof (Orcadas, que fue una verda- dera colonia escandinava) o en diversos lugares de Islandia? Por lo demás, las obras que tratan temas emparentados con el nuestro no ocultan su deuda hacia esta disciplina. Hay trabajos, a los que aquí recurriré con frecuencia, que o bien son obra de arqueólogos espe- cializados, o bien se basan casi exclusivamente en datos arqueológi- cos, independientemente de todo lo demás’. Dios sabe, sin embargo, el número de disciplinas que se supone debe dominar el investiga- dor que quiera hablar de los vikingos: de la runología a la historia del arte, de la historia general al comparatismo religioso, de la filo- logía a la numismática, etc. Esto no impide que la única actitud hon- rada que debería exigirse al investigador es que esté en condiciones de probar sus afirmaciones a partir de testimonios arqueológicos. Pues existe un mito incurable del vikingo —volveré a ello— que desvirtúa desde hace un milenio casi todas nuestras opiniones sobre el tema. Pongamos un ejemplo anodino: jamás ningún vikingo llevó NUESTRAS FUENTES 37 un casco con cuernos; es ése un atributo, probablemente de tipo ri- tual, que se remonta a comienzos de nuestra era, unos ochocientos años antes del primer vikingo. Pero desde los textos latinos del si- glo XVI a nuestras actuales historietas, ¡que alguien intente encon- trar un vikingo sin casco con cuernos! No obstante, nunca la ar- queología ha exhumado nada semejante. Las dificultades que encuentra esta disciplina son conocidas. Recordemos que el cuadro cronológico de nuestro estudio es es- tricto: 800 a 1050, Ahora bien, incluso por los métodos más moder- nos (actualmente, la utilización del carbono 14 mejorado), la data- ción de los hallazgos permanece sujeta a una fluctuación que puede extenderse a varias décadas. Eso, que no es gran cosa en sí, es im- portante para un fenómeno que no duró más que dos siglos y medio y que se vio considerablemente modificado durante ese tiempo. Además, en la mayor parte de los casos, los sitios visitados fueron muy frecuentados tanto antes como después del período vikingo, y es en ocasiones difícil atribuir a un estrato dado un determinado ob- jeto, por no hablar de lugares de los que sabemos a ciencia cierta que fueron frecuentados por los vikingos, como Quentovic, cerca de Étaples, en el norte de Francia, difícil de situar por tratarse de una región muy poblada en la actualidad, y donde, por consiguiente, es casi imposible una restitución de los lugares originales. En este plano, es evidente que gran número de reliquias del suelo esperan su exhumación. La relativa indigencia, por ejemplo, de los vestigios vi- kingos encontrados en Francia, especialmente en Normandía‘, tiene algo de sorprendente. Por otro lado, los pequeños objetos o utensi- lios cotidianos no estaban concebidos, evidentemente, para durar eternamente, y su estado de conservación es a menudo deplorable. „Retomo de Ph. Sawyer”, gran especialista de la cuestión y par- tidario precisamente de la escuela que no quiere afirmar nadaque no esté apoyado por la arqueología, las reflexiones que le inspiran las excavaciones de Hedeby, localidad danesa de la que sabemos que fue 38 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKJINGOS (800-1050) uno de los grandes centros comerciales de la época vikinga: sola- mente un 5% del yacimiento ha sido excavado. Ahora bien, los re- sultados ya admitidos son impresionantes. Se han encontrado en el emplazamiento de la ciudad restos de 250,000 animales, de ellos 100.000 cerdos, 540 kilos de esteatita en 3.400 fragmentos y unos 4.000 cuernos. La impresión es pues la de un vasto vertedero donde los objetos de valor, los hallazgos significativos, son raros. ¿Cómo determinar lo que pertenece exactamente al comercio vikingo? En cambio, el puerto de la ciudad ha entregado 69 monedas y un saco de cuero con 42 moldes de bronce diferentes, destinados a fabricar * objetos de plata, oro, etc. Sería pues el puerto el que ofrecería inte- rés, ¡no la ciudad! Sawyer observa también que a veces se encuen- tran a más de cien metros de distancia trozos de una misma alfare- ría, en estratos situados dos metros uno por encima del otro: en la escala afinada en que se debe actuar en estos casos, la estratigrafía no tiene pues nada de convincente. Los resultados obtenidos por den- drocronología, que permite datar algunas construcciones de ma- dera, no pueden proporcionar más que unas indicaciones aproxima- das. Se ha concluido apresuradamente el origen eslavo de algunas vasijas en razón de su forma; pero el material del que están hechas es sin embargo de origen local. Y así sucesivamente... El vagabundeo de los objetos, por diversas razones y en primer lugar el trueque, es un fenómeno demasiado conocido para insistir en él. La importancia que se ha querido conceder a una punta de flecha de cuarcita o a un cofre de madera de alerce a fin de verificar la pre- sencia de escandinavos en América del Norte hacia el año 1000 es su- ficientemente conocida. Es sólo cuando llega a reunirse un conjunto de pruebas cuando nos podemos permitir pasar a conclusiones peren- torias. Pues, por no dar más que un ejemplo manido, las migraciones de una pieza de moneda o de una joya son con frecuencia fabulosas, y sería ridículo tratar de construir toda una teoría sobre el hecho de que se haya encontrado en Helgó (Suecia) una pequeña estatuilla del Buda. NUESTRAS FUENTES 390 No importa. Es a la arqueología a la que debemos el estar per- fectamente informados acerca del barco vikingo (descubrimientos numerosos en Noruega, como los de Oseberg y Gokstad, o en Di- namarca, en Roskilde), aunque una lectura atenta de la Saga de Olaf; Tryggvason (en la HeimskringlaS) pueda proporcionarnos todas las informaciones necesarias. Igualmente, es la arqueología la que nos autoriza a formarnos una opinión documentada acerca de los gran- des centros comerciales de Escandinavia en pleno período vikingo (Birka, sometida en este momento a excavaciones sistemáticas, He- deby, Helgö), es ella la que exhuma y analiza los numerosos tesoros enterrados por sus poseedores por razones de seguridad, sin duda (por ejemplo, Torslev, Dinamarca, o Kaupangr, Noruega), ella la que hace inventario pacientemente de las tumbas individuales o co- lectivas, como en Jelling o, particularmente impresionante, el con- junto de Lindholm Høje (ambas en Dinamarca), sin hablar de los fa- mosos campos fortificados de los que se trata a veces en las fuentes literarias (la Saga de los vikingos de Jómsborg) como los de Trelle- borg, Odense, Aggersborg y Fyrkat, todos en Dinamarca. Cuando la arqueología encuentra el sarcófago del obispo Páll (islandés, muerto en 1211) y constata que el objeto corresponde a la descripción que de él se hace en la saga de ese mismo obispo (entre las «sagas de obis- pos», que son una rama de las «sagas de contemporáneos»), tiene motivos para felicitarse y nosotros podemos seguirla. Igualmente, cuando encuentra y reconstruye con gran habilidad la granja de Stóng, en Islandia”, para verificar que responde perfectamente al conjunto de las indicaciones que puede proporcionar una lectura atenta de las sagas, en relación con las disposiciones de conjunto de una granja o bær. Se dirá que Islandia es un caso privilegiado: país poco poblado en el que.la implantación humana es localizable desde los orígenes y está atestiguada por documentos únicos en su género, como los libros de colonización (landnámaboekr?). Islandia es una especie de paraíso para los arqueólogos. Pero el emplazamiento vi- 40 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) kingo de York, pacientemente restaurado y habilitado como museo, procura imágenes que resultan completamente convincentes sobre la forma en que se desarrollaba la vida cotidiana en ese lugar alrede- dor del año 1000. La mayor parte de los grandes museos históricos de Escandinavia, por otra parte, nos ofrecen con profusión todas las piezas de convicción a partir de las cuales podemos hacernos ac- tualmente una idea clara de la forma en que vivieron los vikingos. Por lo demás, los trabajos de todo tipo que han intentado re- construir fielmente esta cultura a partir de la experiencia de la arqueología se han multiplicado desde hace algunas décadas’, e in- cluso disponemos, con el Kulturhistoriskt Lexikon för nordisk me- deltid!?, de una enciclopedia en veintidós volúmenes, cuyos artícu- los, abundantemente utilizados aquí, son una mina inagotable de información. Sus datos tienen en general un carácter técnico que so- brepasa los límites de este libro, destinado al lector común más que al especialista, pero el marco de estudios que delimitan conviene perfectamente a nuestro tema, en la medida en que su propósito, bien definido por el título preciso de ese monumental trabajo, coin- cide exactamente con el nuestro, y no corre el riesgo, como tantas obras similares, de desbordarse sobre lo germánico en general o so- bre dominios menos rigurosamente circunscritos. Por no dar más que un ejemplo, existen buenos estudios sobre Normandía que se desbordan considerablemente sobre otros ámbitos (lo feudal, lo francés), lo que no deja de engendrar temibles confusiones. En segundo lugar interviene la numismática, Ésta ha cotejado y estudiado pacientemente los innumerables hallazgos, tesoros en- terrados y colecciones que se remontan a la época que nos intere- sa!!, Por los estudios estadísticos que posibilita, por las dataciones, a menudo muy precisas, a las que llega, permite el establecimiento de gráficos cuyo estudio competente llega a conclusiones de ordina- NUESTRAS FUENTES 41 rio pertinentes sobre las diversas actividades de los poseedores. Pro- porciona, en muchos casos, un termino decisivo. Así, la pieza árabe encontrada en la tumba número 581 de Birka nos proporciona la fe- cha antes de la cual esta tumba no pudo ser excavada. O también, la numismática, por sí sola, proporciona la prueba del brusco cese de las actividades vikingas hacia finales del siglo X, es decir, el momento que hemos asignado al comienzo de la tercera fase del movimiento vikingo, hacia el 980. Pues es en efecto en este período cuando las fe- cundas minas árabes de plata se encuentran agotadas. Con este he- cho, una de las principales razones de ser de las incursiones vikingas desaparece, y, para perpetuarse, el fenómeno deberá entrar en una fase nueva: la de las colonizaciones propiamente dichas. El estudio de las bracteadas, esas medallas acuñadas por un solo lado, de manera que su motivo aparece en relieve por el anverso y ahuecado por el reverso!, aporta luces convincentes tanto sobre la riqueza de los poseedores como sobre cierto número de sus prácti- cas religiosas. Se han encontrado varios cientos de ellas, debida- mente repertoriadas. El examen de sus motivos, de ordinario de una calidad artística notable, su interpretación, que está lejos de ser uná- nime, el hecho de que lleyen muy breves inscripciones rúnicas, sin duda de carácter votivo o tutelar, forman parte de los elementos in- discutibles de la investigación. Acabo de hablar de runas (que veremos detalladamente, págs. 230 y sigs.). La runología es una de las ciencias fundamentales que debe tener en cuenta el especialista en los vikingos. Por una simple razón: las inscripciones rúnicas son, con toda seguridad, los únicos documentos «escritos» que proceden de los propios vikingos. Las que están redactadas en nuevo fupark de dieciséis signos (a partir de 850, por lo tanto, con sus numerosas variantes) son exactamente contemporáneas de los hombres y mujeres cuya vida vamos a estu- 42 .. LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) diar, y son ellos quienes las grabaron. No existe testimonio más evi- dente de sus actividades, especialmente intelectuales, pues los textos éddicos y escáldicos, a los que convienen probablemente las mismas observaciones, son más tardíos en la forma que los conocemos. La runología ha hecho progresos notorios”, en sí misma —hemos aprendido, sobre bases filológicas, a descifrar su sentido con un es- trecho margen de error, incluso a localizar su procedencia— y en cuanto a su contenido. Por el admirable trabajo pionero de S. B. E Jansson’, sabemos que nos informan, entre otras cosas, de los iti- nerarios de los vikingos, sus hechos bélicos, su religión, su vida nor- mal, sus actividades jurídicas y políticas, del ideal humano de esta sociedad e incluso de-sus intereses literarios y artísticos. En princi- pio, deberíamos disponer, pues,-con ellas, de los documeritos idea- les apropiados para formarnos una opinión inapelable. Sin embargo, dificultades de dos órdenes complican el asunto. En primer lugar, las runas existen, en toda el área de expansión ger- mánica, desde finales del siglo 11 de nuestra era y seguían entonces un alfabeto de veinticuatro signos o antiguo fuþark que, como acabo de decir, pasará a dieciséis signos hacia el año 850 por razones diversas. En la Germania continental, desaparecerán progresivamente con la adopción de la escritura latina, que se impondrá antes que en el resto de Germania”, y apenas subsistirán ya más que en los dominios an- glosajón y, sobre todo, escandinavo. Es grande la tentación de con- fundir inscripciones en antiguo y nuevo fuþark, y deducir aquéllas a partir de éstas. Ahora bien, las antiguas son a menudo muy difíciles de leer en su laconismo radical y, hay que subrayarlo con firmeza, no conciernen al mundo vikingo más que a título de anticipación. "Como el debate es candente, pondré un ejemplo. La inscripción de la piedra de Nordhuglen (Noruega), que.data según toda verosi- - militud del siglo v, dice: ek gudija ungandiR ib... — .. NUESTRAS FUENTES 43 es decir: «yo, el goi invulnerable por la vara mágica...» (inter- pretación conjetural). Henos aquí ante el término goði, que será am- pliamente comentado más adelante (págs. 59-60), la palabra gandr, que significa en efecto vara mágica, al menos en una de sus acepcio- nes, y una fórmula que parece ser conjuratoria. No se excluye que la fórmula completa sea de naturaleza mágica, si es que no remite tontamente a una especie de jactancia. Pero poco importa, en ningún caso las palabras y las prácticas de las que esta inscripción se hace eco están todavía vivas en el siglo 1X. Es simplemente abusivo dedu- cir de este documento prácticas o creencias que habrían existido to- davía ¡medio milenio más tarde! En cambio, una inscripción en nuevo fuþark como la de Had- deby 1 (Sønderjylland, Dinamarca, siglo X) es una verdadera mina de información: Purlf rispi stin pansi himpigi suins eftiR erik filaga sin ias narp: taubr ba trekiaR satu um haiba bu ian: han: nas: sturi: matr: tregR harha: kupr O, en antiguo normánico restituido: Pórólfr reisti sten paensi, heimpegi svens, æftiR Erik, felaga sin, es warp dópr, pa drengiaR satu um H epaby. Aen ban vas styrimannr, drengR harha gopr. Pórólfr, miembro de la guardia de Sveinn, erigió esta piedra a la memoria de Eiríkr, su félagz, que encontró la muerte cuando los jóvenes guerreros sitiaron Hedeby. Era comandante de un barco, joven guerrero de gran valor. Encontramos en esta inscripción, además de la mención del rey danés Sveinn el de la Barba Hendida y del sitio de Hedeby —que pertenecen a la historia y no nos conciernen aquí, aunque permiten datar muy exactamente la inscripción —, menciones muy valiosas de 44 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) ideas que estudiaremos cuidadosamente, algunas de ellas al menos: beimpegi, una especie de funcionario real, félagi, socio de negocios, styrismadr, «capitán» de barco y quizá también responsable admi- nistrativo, y el término drengr, que ha representado un ideal hu- mano bien atestiguado en esta sociedad!%, En resumen, encontramos ahí material con que alimentar una reflexión sólida sobre los valores vikingos. La segunda dificultad es, ¡ay!, más común. A pesar del progreso de la información, un error tenaz tiende a ver en las runas signos mágicos, y a dotar a todas las inscripciones de un sentido más o me- nos oculto. Esto vale, quizá, lo hemos entrevisto, para las formula- ciones arcaicas en antiguo fuþark, y tal vez ni eso. Pero es simple- mente ridículo aplicar esta clave de lectura a las inscripciones de la época vikinga, ya que muchas de ellas son de contenido completa- mente cristiano, pues la Iglesia no interrumpió esa producción, al contrario: prueba, si era necesario, de su carácter «inofensivo». Lu- cien Musset, retomando a A. Baeksted, ha dicho muy correctamente que las runas eran una escritura como cualquier otra, un medio de comunicación capaz de vehicular los mensajes más diversos. Pero el prejuicio mágico o religioso pagano adultera muy a menudo su in- teligencia. Sin embargo, esos testimonios se cuentan entre los más valiosos y a ellos recurriremos aquí en numerosas Ocasiones. Cuando leemos, en la inscripción de Nora (Uppland, Suecia, siglo X), erigida en memoria de un tal Óleifr, por sus hermanos, que la granja (o el dominio, bjr) que habitaba es su ódal y su patrimonio hereditario (aetterfi), obtenemos un documento legal —una atesta- ción de propiedad familiar— en el que figura el término ódal (pro- piedad indivisible que debe transmitirse de un heredero a otro), fundamental para la comprensión del funcionamiento de aquella so- ciedad rural. NUESTRAS FUENTES 45 Seré más reservado sobre la filología, especialmente con aque- llas de sus ramas conocidas como antroponimia y toponimia, por- que son mucho menos seguras. Sabemos todas las dificultades que confluyen en las etimologías, especialmente del tipo llamado «popu- lar». Nuestros normandos de Normandía experimentan a menudo, y como de forma congénita, la manía de hacer remontar su nombre a un vocablo «vikingo». Si parece establecido que nuestros Anque- til debieron de llamarse Ásketill en el siglo X, o nuestros Tostain, Toutain o Toustain, porsteinnió, no se debe olvidar que el feudo de Rollon fue objeto de implantaciones sajonas medio milenio antes del tratado de Saint-Clair-sur-Epte, después de que fuera invadido por los francos. El antiguo sajón y el franco eran lenguas germánicas muy próximas también al antiguo escandinavo de la época y parece imposible decidir a qué se remonta un nombre como Angot. La con- clusión es la misma, si no más matizada incluso, en lo que concierne a los topónimos. Sin desarrollarla aquí, hago mía la pertinente ob- servación de Jean Renaud: «La antroponimia no permite deducir de forma convincente el elemento nórdico en la población normanda moderna, pero [sus] datos coinciden con otros [...] Es el conjunto de esos datos lo que nos da una imagen bastante precisa del estableci- miento escandinavo en Normandía». Lo que vuelve a señalar un punto ya evocado en distintas ocasiones: es necesaria una conjun- ción de disciplinas diversas para dar lugar a una certeza. Sucede también que la toponimia se muestre más convincente. Una relación de los nombres de lugares de origen escandinavo de la Inglaterra oriental delimita con gran precisión las fronteras del Da- nelaw. A condición de saber o poder remontarse a la forma antigua, en la misma Escandinavia, de ciertos topónimos, es interesante des- cubrir que la actual Höör, en la Suecia meridional, remite a un anti- uo hórgr, un lugar de culto al aire libre; que la Odense danesa es ðinsvè, el lugar sagrado de Ódinn, que Oslo es sin duda un viejo Áslundr, bosquecillo santo del dios ase*, etc. 46 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Se dan también resistencias interesantes. Son los vikingos, lo sabemos por nuestras fuentes históricas, los que fundaron y pusie- ron nombre, en Irlanda, a las ciudades de Cork, Limerick, Water- ford o Wexford. Pero a pesar de su forma normánica Dyflinn, Du- blín procede del céltico (Dubh-Lin, «bahía negra») y es significativo que, de Novgorod, los varegos no hayan guardado más que -gorod (es decir, gardr, «cercado», «recinto»), no habiendo suplantado su Hólmgarór al eslavo Novgorod. Y no me detendré en las etimolo- gías complacientes que se han querido prodigar para explicar a Vin- land el bueno!!, Todavía no he enumerado hasta aquí más que los cuatro tipos de fuentes de las que nos sentimos autorizados a fiarnos, aunque sea en grados diversos. Me queda considerar aquellas, de manejo infini- tamente más delicado, de las que, en verdad, difícilmente podemos prescindir, pero que han sido explotadas con tal falta de discerni- miento que hacen innecesario buscar en otra parte la causa de buena parte de nuestros errores y nuestros mitos: las fuentes literarias, tanto escandinavas como no nórdicas. En líneas generales, corresponden a las producciones de lo que se ha convenido en llamar el «milagro islandés», con raras excepcio- nes. Sabemos que, por razones que permanecen mal dilucidadas, los islandeses, cristianizados en el 999, se pusieron, en el curso del si- glo xu y luego durante toda la Edad Media sin interrupción, a con- signar por escrito casi todo lo que se pueda imaginar, de los tratados de cómputo a las sagas, de los manuscritos de geografía universal a los rimar, que son poemas narrativos muy originales, Esta produc- ción, cuyo recuento y edición está lejos de estar terminada, ha sido objeto de estudios de todo tipo y de ardientes disputas que no inte- resan a nuestro propósito actual. Así por ejemplo, no es de impor- tancia capital saber si un buen número de esos textos proceden de una lejana tradición oral o de una imitación aplicada de modelos no autóctonos, ni tampoco si hay que considerarlos documentos histó- NUESTRAS FUENTES 47 ricos seguros, cuando incumben a la crónica. En cierto sentido, las reservas que debe mantener el historiador no se imponen siempre cuando no se trata más que de ojear hechos de cultura o de civiliza- ción. Éstos pueden perfectamente aparecer, aunque sea a espaldas del autor, a la vuelta de una frase. Se trata, por supuesto, de los poemas éddicos y escáldicos, de las sagas y de toda la literatura aferente, textos que serán examina- dos un poco más de cerca en este libro, en el capítulo de las pro- ducciones del espíritu. La cuestión aquí es solamente valorarlas en cuanto fuentes. Como he dejado entender, nadie está obligado a creer en la historicidad de los hechos contados por la Saga de Egill, hijo de Grimr el Calvo, pero no hay por qué situar entre las fábulas complacientes el célebre poema infamante (nióvisur) que el héroe dedica al rey Eirikr Blódaxi (y no importa si los personajes y las cir- cunstancias son más o menos inventados —aunque, probablemente, no sea éste el caso—, pues es el principio y el hecho mismo los que son interesantes), como tampoco el hecho, incidentalmente seña- lado, de que se dé a comer a Egill algas secas, en el capítulo LXXVIII. Se ha tratado de reconstruir el armamento del vikingo, o su indumentaria, o el enjaezamiento de su caballo, etc., solamente confrontando esos detalles pertinentes en los textos de las dos Ed- das*. Lo que no quiere decir, por otra parte, que haya que creer cie- gamente todo lo que relatan esos poemas. Para no ofrecer más que un ejemplo conocido, la organización social tripartita sugerida por la Rigspula (Edda poética) no corres- ponde sin duda a la realidad; me explicaré más adelante. Esto sucede seguramente porque el texto esxle origen céltico. En cambio, una comparación atenta entre los dos soberbios poemas heroicos cen- trados en la figura de Arli-Atila y el final de los Niflungar (Gunnarr y Högni) es muy instructiva, y es evidente que uno, Atlakvida, fue compuesto por un poeta de gran clase pensando en un auditorio re- finado, diríamos aristocrático si el término no corriera el riesgo de 48 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (806-1050) inducir a error al lector, mientras que el otro, Atlamál, está visible- mente destinado a un público más «popular», menos culto. Eso es establecer ¿pso facto la existencia de capas sociales diferentes, que no remiten sin embargo a la jerarquización estricta propuesta por la Rigsbula. Habrá que mantenerse en guardia con las fechas. Es verosímil que algunos poemas éddicos (Hambdismál, por ejemplo) y muchos poemas escáldicos aparecieran en vida de los vikingos, incluso que algunos fueran compuestos por ellos y para ellos. Pero muchos otros fueron concebidos en los siglos X11, XIII, e incluso XIV, aunque fuera sobre temas, esquemas e imágenes antiguas. Se ha demos- trado!? que la prymslkevida de la Edda poética data, en la forma en que la conocemos, del siglo XII! y que incluso podría ser de la pluma de Snorri Sturluson. Ahora bien, ése es un poema de género gro- tesco, truculento, que pone en escena a Pórr, el dios del trueno, el perdonavidas de gigantes, disfrazado... ¡de novia! Es posible que sus raíces sean antiguas, y especialmente el argumenso central. Ver ahí una buena expresión del «humor de los vikingos» no deja de ence- rrar peligro: ¡hacía unos doscientos años que había muerto el último vikingo cuando se redactó la þrymskviða que conocemos! En cam- bio, un aspecto, central para nosotros, de ese poema, debe ser puesto de manifiesto, aunque es evidente que en la época de la re- dacción, fuera ésta cual fuere, el autor no se detuvo en él: el texto es- tablece un vínculo casi orgánico entre matrimonio y consagración por el «martillo» (de Pórr), en el que Pórr se ve, de golpe, investido con un valor de fertilidad-fecundidad inesperado por parte del rayo —pues eso es Mjölnir, el «martillo» en cuestión— pero admisible si se recuerda la fórmula, sin duda mágica, con la que terminan algu- nas inscripciones túnicas: «Que Pórr consagre estas runas» (Bórr vigi rånar} . Esto no impide —los poemas éddicos y escáldicos y las sagas en su gran mayoría datan del siglo Xin en general-— que fuese la edad NUESTRAS FUENTES 49 de oro de este extraordinario movimiento de escritura. Por una par- te, no se puede esperar razonablemente que se conservaran intactas tradiciones de todo tipo durante un mínimo de dos siglos, sobre todo dada la ausencia total de medios de fijación como los que hoy tenemos abundantemente a nuestra disposición; por otra, es natural que sean sus propias costumbres, sus reacciones, sus simpatías y an- tipatías lo que nos restituya el sagnamaór (autor de relatos). Si las sagas islandesas, sea cual sea la categoría a la que pertenezcan?!, nos ofrecen una mentalidad, ésa es la de los hombres del siglo XIII que las compusieron, no la de los vikingos propiamente hablando. Aun- que se dediquen a reconstruir la vida y los actos de personajes que fueron históricos, como ese Egill, hijo de Gri mr el Calvo que aca- bamos de ver, y Óláfr Haraldsson (san Ólatr), o incluso los grandes protagonistas de ciertas sagas «legendarias» (fornaldarsógur) como Jórmunrekkr-Ermanaric o Pjóprekr-Pidrikr-Theodoric, que se re- montan, a decir verdad, ¡a una época anterior a los vikingos! Ya he sugerido que existía una categoría de sagas, las sagas lla- madas de contemporáneos (samtidarsógur), a la que se presta más atención que a las otras, dada la óptica en que aquí nos situamos. Se trata del conjunto Sturlunga saga-Sagas de Obispos sobre todo. En líneas generales, los hechos que nos cuentan suceden desde los alre- dedores del año 1000 (para las Sagas de Obispos) a 1264 (para la Sturlunga saga). Es decir, en el mejor de los casos, del final del fe- nómeno vikingo a casi dos siglos después de su desaparición. Por supuesto, las costumbres, los detalles referidos a las condiciones de vida, indumentaria, armamento, trabajos cotidianos, etc., evolucio- nan muy lentamente, como sabemos. ¡Pero no es posible que nada haya cambiado, y de forma sustancial a veces, a lo largo de tres si- glos! En resumen, las notables reconstrucciones logradas por B. Almgren y sus discípulos en una obra de la que me he servido abun- dantemente, Vikingen, no coinciden más que parcialmente con los datos de las sagas de contemporáneos. La Saga de Guðmundr el Po- 50 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) deroso, en el capítulo XXIII, por ejemplo (en la Sturlunga saga), presenta una ballesta (lásbogz): es evidente que esta arma, que no hace su aparición en el Norte hasta el siglo Xu, era desconocida de los vikingos. En cambio, encontramos en las sagas de contemporá- neos gran número de menciones de vadmál, ese paño buriel de tan alta calidad que sirvió durante mucho tiempo de moneda de cambio, y todo nos incita a pensar que fuera, durante siglos, el objeto pri- mero de la fabricación casera de tejido. Podríamos continuar así in- definidamente. No tenemos ningún documento escrito de alguna longitud que proceda de los propios vikingos, por la razones ya dichas. Sola- mente las inscripciones rúnicas serían la excepción, pero ya hemos visto las reservas que imponen. Sin caer en el hipercriticismo??, debemos igualmente desconfiar de los códigos de leyes. No pienso que fueran calcados de modelos bíblicos o latinos, al menos no íntegramente, pero, habida cuenta del hecho de que, en su espíritu, no pueden más que reflejar hábitos men- tales, tradiciones venerables y, seguramente, un derecho específico, resulta que sus formulaciones deben ser contempladas con reservas. Y, también en este caso, su fecha de redacción más antigua es muy posterior al final de la era vikinga. El lector comprenderá perfecta- mente que siempre nos encontramos enfrentados al mismo problema: ¿qué parte de verdad, de autenticidad, encierran los documentos es- critos de que actualmente disponemos? Como una pantalla, o, en todo caso, un filtro, la cristianización y ese considerable desfase en el tiempo que no dejo de subrayar se interponen entre la realidad de los hechos y la credibilidad de los testimonios. Esto es particularmente cierto —y normal, en cierto sentido— en el ámbito religioso, donde se trataba de erradicar; o al menos de devaluar el paganismo. Pero in- cluso en aquellos ámbitos considerados neutros, como los que aquí nos interesan en su mayor parte, parece vano pretender la objetividad. Queda una palabra por decir de los escritos extranjeros, es de- un pues NUESTRAS FUENTES cir, no escandinavos, que nos hablan de los vikingos. No quiero ha- blar de los analistas, cronistas francos, irlandeses, anglosajones, etc., de los que he tratado en otro lugar?” y cuya parcialidad es demasiado notoria para que nos detengamos en ellos. Son sin embargo los prin- cipales responsables de nuestro «mito vikingo». En cualquier caso, no aportan, por lo demás, sino escasa información a quien se interesa por la vida cotidiana del vikingo. Quiero evocar al menos a los ob- servadores más bien imparciales por no estar directamente implica- dos en los acontecimientos, a los testigos más curiosos que realmente interesados, como los diplomáticos árabes «en su puesto» (Ibn Fadhlan, Ibn Rustah, Ibn Kordadhbeh...), o un basileo como Cons- tantino Porfirogénito, un cronista eslavo bien dispuesto con res- pecto a los rēs como Néstor, o incluso un rey anglosajón consciente de su superioridad como Alfredo I de Wessex, sin hablar de Adán de Bremen, que está todavía, cronológicamente, muy cerca de su tema cuando llena los márgenes de sus Gesta Hammaburgensis de escolios referentes a Escandinavia y sus habitantes, o incluso de Rimbert, que redacta la vita de San Ansgario, evangelizador del Norte, y va diri- giendo una mirada curiosa a todo lo que encuentra de camino. Inútil seguir instruyendo este proceso. El lector habrá com- prendido que es una especie de apuesta tratar de reconstruir la vida cotidiana de los vikingos, cuando sólo los testimonios del suelo son de una relativa credibilidad. Sin embargo, es el ejercicio al que me entregaré aquí, partiendo del principio de que cuando diversos tipos de fuentes convergen o se completan, se iluminan, podemos pensar que tenemos un fragmento de realidad. Sé que la imagen final del vi- kingo que saldrá de estas páginas tiene grandes posibilidades de no coincidir con la que quiere en secreto nuestro corazón novelesco y que los románticos complacientemente mantuvieron. Pero no creo que nuestra eventual admiración por los «altivos hijos del Norte» se pierda. Se desplazará, eso es todo, y sus puntos de aplicación, por nuevos que puedan parecer, merecen ciertamente ser señalados. 1141 LA SOCIEDAD VIKINGA No es casual que hayamos comenzado este libro con conside- raciones de orden familiar?. La familia, en un sentido amplio (sett, kyn), es la célula base de esta sociedad: incluye, además de los con- sanguíneos, a los amigos cercanos y los hermanos jurados*, parien- tes adoptivos, pobres a cargo de la casa, etc. Por lo menos, una cin- cuentena de personas —en la medida en que tales cifras tengan un sentido, pues nos encontramos en colectividades muy reducidas donde nuestros datos numéricos modernos no tienen mucho sen- tido— que dependen todas, en grados diversos, del jefe de familia (búsbóndi) y de su mujer (hásfreyja). Porque, como hemos visto, un poema de la Edda, la Rigspula, justificaría la tripartición de la sociedad en «esclavos», hombres li- bres y jarls o reyes, se considera que los vikingos se organizaban en efecto en tres' Quedan el arco y las flechas, que conocieron un gran favor y parecen haber sufrido la influencia, precisamente en la época vi- "LA VIDA EN EL BARCO 125 kinga, de las armas magiares correspondientes. Hace tiempo que se ha señalado que una de las razones del valor guerrero de los vikin- gos tenía que ver con su adaptabilidad (cualidad que se manifestaba en muchos otros ámbitos, además de éste) y a la renovación total de . su equipamiento con relación a lo que era dos siglos antes que ellos, en la época llamada de Vendel. Volveremos sobre ello. Ser un gran arquero gozó ciertamente de un favor considerable, Una especie de héroe divinizado, Egill, hermano del semidiós Vólundr, es propues- to como prototipo de los arqueros, el arco es el atributo del dios Ullr, muy mal conocido por otra parte (y, en este caso, podría en- contrar su arquetipo en el arquero de los grabados rupestres de la edad del bronce), y el autor de la Saga de Njáll el Quemado no di- simula su admiración por Gunnarr de Hlidarendi como arquero ` prestigioso, Por supuesto, existían todo tipo de variantes de los modelos aquí descritos: la sax, por ejemplo, o espada de un solo filo; el vi- kingo, por,otra parte, no se separaba nunca del cuchillo que llevaba a la cintura. En cuanto a las armas de protección, diremos primero dos pa- labras del casco, que en ningún caso llevaba cuernos, Este tocado pudo existir muchos. siglos antes; siendo sin duda los «cuernos» atributos de carácter religioso, cultual en todo caso. Pero estaba ya anticuado desde hacía tiempo en el 800. El «casco» vikingo —sor- prendentemente, se han“encontrade-pocos ejemplares— era quizás cónico y prolongado por un nasal, Pero, más probablemente, con- sistía en un tocado cónico, de cuero grueso más que de metal, al que se añadían una especie de antiparras del tipo de las de nuestros mo- toristas, soldadas a una lengua de metal que protegía la nariz. Sin embargo, las sagas de contemporáneos mencionan también una gor- guera y un protector de mejillas que pueden relacionarse con los modelos occidentales y no aparecen sino más recientemente, — .. El escudo (skjóldr) era redondo, hecho de madera —de tilo, en 126 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) general, parece ser, puesto que el heiti escáldico más común para el escudo es el tilo (lid) —, a veces recubierto de metal y pintado o in- cluso decorado, aunque las «armas» que lo habrían decorado fueran desconocidas en esta cultura. El escudo, en el sentido que conoce- mos, no existía, o, más bien, se remonta a una época anterior: el mo- delo corriente era la tarja (targa) o la rodela (rönd), que se sujetaba por una correa de cuero en su centro, el cual estaba protegido por un relieve de metal, decorado. Varios poemas escáldicos, siguiendo una tradición indoeuropea, nos describen hermosos escudos deco- rados: es el signo de que esta arma servía tanto para la pompa como para la protección. La cota de mallas de anillas (brynja), parece haber sido corrien- te. Es posible también que la cota de placas de metal unidas unas a otras haya sido conocida igualmente. Si hemos de dar crédito, una vez más, al tapiz de la reina Matilde, habrían sido largas, llegando hasta la rodilla, aunque es posible que ese tipo sea bastante reciente (recordemos que ese documento data del siglo X1, que marca tam- bién el final de la época vikinga). Una importante observación se impone para concluir este tema: el vikingo en actitud de combate no corresponde en absoluto a lo que pretende nuestra imaginería popular. Bertil Almgren ha inten- tado una reconstrucción, basada en testimonios irrecusables, que no dejará de sorprender?”, Pone frente a frente a un guerrero a caballo, cuyo aspecto y equipamiento se basan en los hallazgos hechos en Vendel y en Valsgárde, Suecia, o en Sutton Hoo, Inglaterra, y que data por tanto del siglo vi, es decir, al menos doscientos años antes de la era vikinga (con su larga lanza, su casco de metal que remata un enrejado de metal, su escudo alargado y su muy larga espada, su cota de mallas y el enjaezamiento de su caballo, responde, imagino, a nuestras ideas habituales), y al caballero vikingo tal como surge de los descubrimientos de la arqueología más rigurosa. El resultado nos confunde: el retrato que se nos ofrece convendría a un caballero LA VIDA EN EL BARCO 127 asiático —el autor evoca a los guerreros del Turkestán del siglo VIEI— con su pantalón «de golf» terminado en los bajos rodeados de bandas de paño, su larga túnica de trencillas, su sombrero de piel, su espada de empuñadura, su carcaj lleno de flechas y su arco; y lo mismo el enjaezamiento de su caballo, cuyos estribos, probable- mente de origen alemán, constituyen una novedad. Ése es el gue- rrero vikingo, y es un problema nuestro si nos recuerda más a un húngaro que a un escandinavo. De la batalla propiamente dicha, de su estrategia y de sus even- tuales tácticas, no diré nada, por la sencilla razón de que nada sabe- mos. Ya hemos señalado que las batallas planificadas en que hubie- ran podido intervenir los vikingos son casi desconocidas. Eran especialistas del comando, del golpe de mano, cosas que no implican saber militar, Suponiendo que éste hubiera existido, habrá que de- ducirlo de ciertos poemas heroicos, que necesariamente deben in- terpretarse con cautela, o, como en el caso de las batallas navales, de las sagas de contemporáneos mucho más recientes que los vikingos. Ha podido existir —ya César habla de ello— un formación en án- gulo llamada fylkja hamalt: el jefe se dispondría en la punta (rani, cuyo sentido propio es jeta de cerdo, y de ahí svinfylking, forma- ción de batalla [en jeta de] cerdo, que habría sido inventada por el diosÒðinn) del orden de batalla o fylking, que se pondría en movi- miento a paso de carga, a una señal dada, contra las líneas enemigas, en las que se incrustaría como el vértice de un ángulo. El fylking te- nía dos «brazos» o alas, mandada cada una por un responsable de alto rango, y un cuerpo móvil que se dirigía a los lugares estratégi- cos llegado el momento*?, Son hermosas visiones teóricas destinadas a satisfacer al aficionado de la ciencia táctica. La verdad me obliga a decir que las numerosas descripciones de «batallas» que nos ofrece, por ejemplo, la Sturlunga saga, no son tan evolucionadas. Las rela- ciones de batallas que nos propone (que no afectaban más que a un centenar o dos de personas) consisten, antes de nada, y como los 128 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) combates navales, en un diluvio de piedras y proyectiles diversos, seguido de un cuerpo a cuerpo desordenado. Dejemos de lado esta indispensable digresión y volvamos a «nuestro» vikingo que prepara su expedición. Ha encerrado, pues, cuidadosamente, en uno de los muchos cofres de los que su barco está provisto, sus armas y las de sus hombres. Pero se ha dedicado igualmente a amontonar las mercancías con las que va a comerciar. Y merece la pena pasarles revista. Hemos hablado ya del vaðmál, que, en verdad, debió de servir de moneda de cambio sobre todo en los países escandinavos propiamente dichos, aunque el comercio de textiles haya sido, como sabemos, floreciente en toda Europa en esa época. Recordemos también que el barco vikingo no era apropiado para el transporte de mercancías pesadas en grandes cantidades, lo que obligaba a los escandinavos, en alguna medida, a comerciar con objetos valiosos en cantidades moderadas y fácilmente transporta- bles. Ahora bien, éste era el caso con los siguientes productos: pie- les (marta, cibelina, ardilla, zorro azul, visón, armiño, castor, etc.), que se encontraban en abundancia, en particular en el norte de No- ruega y de Suecia, y que el vikingo conseguía cazándolas personal- mente, o bien extorsionándolas a los sames en forma de impuesto (tenemos un ejemplo excelente en la Saga de san Oláfr, capítulo CXXXIID); marfil, especialmente de morsa, que estaba mucho más difundido entonces que en nuestros días; esteatita, que servía para fabricar todo tipo de utensilios y de la que existían grandes yaci- mientos, en particular en Noruega; y sobre todo ámbar, que es, re- cordémoslo, resina fosilizada, muy abundante en las orillas meri- dionales del Báltico y del que se hacía, entonces como ahora, todo tipo de joyas u objetos artísticos. Cambiaba, vendía, negociaba estas mercancías a cambio de sal y vino si iba a Francia (de ahí el interés que para él representaba Noirmoutier, que fue uno de los grandes centros del comercio de sal en la Edad Media), de trigo, estaño, miel y plata en Inglaterra, de va- LA VIDA EN EL BARCO 129 sijas, objetos de vidrio, vestidos y armas en la Europa central y ger- mánica, de cera y miel en los países eslavos, de seda, especias, orfe- brería y vinos en Bizancio, así como en los puntos de confluencia de la ruta del Este con las grandes pistas de las caravanas. Y en todas partes —ése era sin duda uno de los objetivos principales de los strandhógg— robaba esclavos para venderlos de nuevo en el mo- mento en que se presentase la ocasión. Podría suceder que los vi- kingos hubiesen sido los grandes especialistas de este último tipo de comercio en Occidente. Bizancio, al este, Hedeby, al oeste, fueron los dos grandes centros de este tráfico, precisamente durante los si- glos que aquí nos conciernen. Añado, como aspecto que ya se ha vistumbrado y que jamás se pone suficientemente de manifiesto, que muy a menudo el vikingo se alquilaba como mercenario un poco en todas partes. Este tema debería dar lugar a estudios detallados, pues considero que está en el punto de partida de buen número de colo- nizaciones, ya que los escandinavos tenían así una magnífica ocasión para tomar la medida de la capacidad de los territorios «visitados» para acogerlos. Más que multiplicar los comentarios, citaré aquí un extracto del informe realizado por el diplomático árabe Ibn Fadhlan ya mencio- nado. Nos habla de los ras, es decir, de los varegos o vikingos que ac- túan en la ruta del Este, suecos por consiguiente, casi con seguridad.. Se responderá que los varegos no son todos los vikingos; que las cos- tumbres que aquí se nos describen —adoración de ídolos de madera en particular— apenas están atestiguadas en otras partes; que este árabe pudo realizar una interpretación personal de lo que había visto en el 922, Sin duda. Sin embargo, el hecho es que casi nunca los tes- timonios —numerosos— que tenemos de los árabes tratan de las vir- tudes guerreras de los vikingos. He aquí lo que dice este texto??: He visto a los rás, que habían venido a comerciar y habían des- cendido hasta cerca del río Atil. Jamás he visto cuerpos más 130 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) perfectos que los suyos. Por su estatura, se dirían palmeras. Son rubios y de tez bermeja. No llevan túnicas ni caftanes, sino una vestimenta que les cubre un lado del cuerpo y les deja una mano libre. Cada uno lleva un hacha, un sable y un cuchillo y no deja nada de lo que acabamos de mencionar. Sus sables son de hoja larga, estriada con ranuras, semejantes a los sables francos [...]. Todas sus mujeres tienen, sobre sus senos, una caja de hierro, plata, cobre, oro o madera, según el grado de riqueza de sus maridos y su importancia social. En cada caja en forma de cír- culo, hay un cuchillo, todo ello sobre los senos. Llevan al cue- llo collares de oro y de plata, pues todo hombre, desde el mo- mento en que posee diez mil dirhams, hace confeccionar un collar para su mujer, y si posee veinte mil, manda hacer dos co- llares, y así sucesivamente; cuando su fortuna aumenta diez mil dirhams, añade un collar a los que su mujer posee ya, de manera que puede haber en el cuello de una sola mujer varios collares. Los adornos más preciosos están constituidos, entre ellos, por perlas de vidrio, verdes, de la misma fabricación que los obje- tos de cerámica que se encuentran en sus barcos. Pagan por ellos un precio exagerado, pues compran una de esas perlas de vidrio al precio de un dirham. Luego, las ensartan en collares para sus mujeres. Son los más desaseados entre todas las criaturas de Dios. No se limpian las manchas producidas por los excrementos o la orina; no se lavan después de las relaciones sexuales; no se lavan las manos después de comer. Son como asnos errantes. Cuando llegan de su país, anclan sus barcos en el río Atil, que es un gran río, y construyen en la orilla grandes casas de madera. En una - sola de esas casas se reúnen diez y veinte personas, más o me- nos. Cada uno tiene un lecho en el que se sienta. Con ellos es- tán bellas jóvenes esclavas destinadas a los mercaderes. Cada uno de ellos, ante los ojos de sus compañeros, tiene relaciones LA VIDA EN EL BARCO 131 sexuales con su esclava. Á veces todo un grupo de ellos se unen de esta manera, unos frente a otros. Si un mercader entra en ese momento para comprar a alguno de ellos una joven esclava y le encuentra cohabitando con ella, el hombre no se separa de ella antes de haber satisfecho su necesidad. [...] En el momento en que sus barcos llegan a puerto, cada uno de ellos sale llevando consigo pan y carne, cebollas, leche y cer- veza, y camina hasta que llega a un gran poste de madera cla- vado en tierra, con un rostro semejante al de un hombre y a cuyo alrededor hay pequeños ídolos; detrás de esos ídolos hay grandes postes de madera clavados en tierra. Cada uno de ellos se prosterna ante el gran ídolo diciendo: «Oh mi Señor, he ve- nido de un país lejano y tengo conmigo tantas y tantas esclavas jóvenes, y tantas y tantas pieles de marta...» hasta que ha enu- merado todos los objetos de comercio que ha llevado consigo. Después, dice: «Te he traído este presente». Después deja lo que tiene con él ante el poste de madera y dice: «Quisiera que me hicieras el favor de enviarme un mercader que tenga dinares y dirhams y que me compre lo que yo quiero y que no entre en discusión conmigo en lo que diga». Después, se va de allí, Si tiene dificultades para vender y su estancia se prolonga, vuelve con otro regalo una segunda y una tercera vez. Si le es imposible obtener lo que desea, lleva a cada uno de los peque- ños ídolos un regalo, y le pide su intercesión diciendo: «Son las mujeres de nuestro Señor, y gus hijas». Y de esta manera, con- tinúa dirigiendo una petición a cada ídolo, solicitando su inter- vención y humillándose ante ellos. En ocasiones, la venta le es fácil, y después de haber ven- dido, dice: «Mi Señor ha satisfecho mis necesidades y es justo que yo le recompense». Entonces, toma cierto número de car- neros o de vacas, los mata, distribuye como regalos una parte de la carne, se lleva el resto y lo deposita ante ese gran ídolo y ante 132 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) los otros más pequeños que están a su alrededor, y suspende las cabezas de los carneros o las vacas en esos postes de madera hincados en tierra. Cuando llega la noche, vienen los perros y se comen todo eso. Y aquel que ha hecho la ofrenda dice: «Mi Señor está satisfecho de mí y ha comido el presente que le he traído». Se estará de acuerdo en que este texto, a pesar de sus oscurida- des, incluso de sus errores o sus confusiones, es todo un compendio. Saco de las notas que el traductor ha añadido a estos extractos las si- guientes informaciones: Ibn Fadhlan ha mencionado ya, antes de este pasaje, a los räs llevando esclavos para venderlos a los búlgaros (nota 256); otro árabe, Ibn Kordadhbeh, dice de ellos que eran mer- caderes (ibíd.); un tercero, Ibn Rustah, precisa que se sirven de pie- les (ardilla, marta, cibelina) como moneda (nota 266); señala tam- bién «que raptan gentes entre los eslavos y los venden como esclavos entre los khazars y los búlgaros» (nota 269), y, por último, que «su único oficio es el comercio de pieles de marta, ardilla y otros animales de piel» (nota 273). En cuanto al «puerto» de que se habla en mitad de nuestro extracto, sería el gran mercado situado en el Volga, llamado aquí Atil, en el emplazamiento de la ciudad de Bulgar, que no existía todavía en tiempos de Ibn Fadhlan (nota 184). En cuanto a la vestimenta de los 72s —«que les deja una mano li- bre»— inspira al traductor, sensible al hecho de que tienen «un ha- cha, un sable y un cuchillo», la observación siguiente: «Son a la vez comerciantes y guerreros, y tienen a la vez armas y herramientas» (nota 259). En resumen, ¡la quintaesencia de lo que trato de demos- trar! Sobre todo, se habrá advertido al comienzo de ese pasaje la mención: los ras que habían venido a comerciar. Sin duda será útil retomar esas ideas un poco dispersas. Imagi- nemos a un bóndi de Uppsalir —que se convertirá en Gamla Upp- sala en la actualidad, muy cerca de Uppsala—, que practica las acti- pr Lo Las LA VIDA EN EL BARCO vidades del varego todos los años. Estamos a finales de lo que no- sotros llamaríamos junio. Se ha remontado en el curso de los dos meses precedentes hasta lo alto del golfo de Botnia, a comprar pie- les preciosas o a matar él mismo cibelinas, martas y ardillas, Ha re- clutado en su familia o entre sus amigos algunos jóvenes de los que está seguro y que sabrán respaldarle tanto en el negocio como en caso de adversidad. Confía su explotación a su mujer, a la que asis- tirán algunos hombres de cierta edad en los que confía. Su knórr está en buen estado, la parte de la carga que no piensa vender antes de estar en el extranjero está bien estibada. Vamos a imaginar su ex- pedición y a seguirle pacientemente. No hay más que algunas vika que recorrer —vika es el equiva- lente náutico de róst, que se aplica a los desplazamientos por vía te- rrestre y debió de corresponder a una distancia de entre siete y ocho kilómetros— para llegar a Birka, que examinaremos con algún deta- lle más adelante. Allí compra o cambia cierto número de mercancías que se propone negociar a lo largo del viaje que le espera: objetos de hierro forjado, bronce, cuero, hueso, sean joyas o cosas utilitarias. Así provisto, podría, si quisiera, bajar derecho a Gotland, donde, curiosamente, el centro más activo de la época no era Visby, que co- nocerá a continuación una fortuna clamorosa (hasta llegar a ser una de las grandes ciudades hanseáticas), sino Paviken, una veintena de kilómetros más abajo, y, de ahí, dirigirse a la costa báltica, donde se han excavado cementerios «mixtos», es decir, con tumbas escandi- navas y tumbas de habitantes locales, lo que prueba que existía allí alguna forma de simbiosis desde hacía mucho tiempo. Pero esta vez ha preferido seguir la ruta este-norte-este, por lo que nosotros llamamos hoy el golfo de Finlandia. Va a parar al em- plazamiento de la actual San Petersburgo y dirige su knörr por el Neva, que le llevará directamente hasta el lago Ladoga. Hay allí, en la orilla sur del lago, un lugar llamado Staraia Ladoga en ruso, Al- deigjuborg en antiguo normánico. Es una estación que los suecos 134 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) conocen bien. Abre la vía, al este, por el Volga, hacia Bulgar que, como su nombre indica, era la ciudad principal de las poblaciones que llevan ese nombre. Estratégicamente situada, Bulgar veía con- verger las rutas de los perm’, es decir, sin duda los habitantes de la enigmática Bjarmaland, donde, un día, las sagas legendarias situarán todo tipo de aventuras maravillosas?. estaban especializados, por decirlo así, en el comercio de pieles. Una gran pista caravanera ve- nía del Extremo Oriente, pasando por el sur del mar de Aral, por el Khwarezm o Chorezm mencionado por algunas inscripciones rúni- cas; Bukhara, Samarcanda y Tachkent están en el itinerario que ahora describo; y este itinerario es simplemente la Ruta de la seda que llega hasta China, esa China de donde procede el pequeño buda que se ha encontrado en Birka. Bulgar da acceso, en pleno sur y siempre siguiendo el Volga, al mar Caspio, especialmente a la ciudad de Itil, que es la capital de los khazars, a los que había que pagar un tributo, pero que tenían la prestigiosa plata árabe y comerciaban también con miel y cera, sin desdeñar el comercio de esclavos. Des- de Itil, era posible la travesía del Caspio, hasta Gorgan, desde donde podía descenderse hasta Bagdad. Un brasero de bronce, que data más o menos del 800, procedente probablemente de esta última ciu- dad, ha sido descubierto hace una cincuentena de años en Suecia, oculto detrás de una roca. Y de Gorgan, siguiendo una de las gran- des rutas que llevaban hacia Occidente, se partía para Bizancio, de la que habrá que volver a hablar. En realidad, puesto que se trata de aventura y nuestro mito vi- kingo se alimenta en una buena parte de un romanticismo basado en este tema, la contemplación de un mapa de Europa y Oriente —has- ta la altura, digamos, de Tachkent— tiene con qué alimentar la ima- ginación, pues el comerciante a la vez bien equipado y audaz que ha partido de Birka puede haber recorrido verosímilmente todo este territorio. Aquel en el que ahora nos interesamos tomó al principio su de- Ln LA VIDA EN EL BARCO 13 cisión de ir a Aldeigjuborg-Staraia Ladoga, tal vez de forma solita- ria, pero más bien, me parece, porque pertenece a una cofradía de comerciantes unidos por juramentos de asistencia mutua cierta- mente constrictivos (recordemos que el mismo nombre de Varegos, veringjar, podía proceder de estos juramentos, vá rar). Cae casi de su peso que semejantes expediciones difícilmente podían hacerse de manera individual, aunque no fuera más que por razones de simple seguridad. Digamos por lo tanto que la cofradía a la que pertenece, y que se ha dado cita en Aldeigjuborg para una fecha concreta, toma más bien la ruta del sur que pasa por Novgorod-H8Imgardr, un lu- gar que no fundaron sus antepasados pero al que —si hemos de creer la Crónica de Néstor (y todo hace pensar que no debe de men- tir en ese punto concreto) — proporcionaron gobernantes y un sis- tema de organización. La crónica en cuestión es por otra parte ex- plícita: partiendo del «mar varego», el Báltico, por lo tanto, y tomando el Neva, se llega al gran «lago Nevo», es decir, el Ladoga, después, por el Vokhov, se alcanza el lago Ilmen, de donde, si- guiendo el Lovat, es posible llegar a cierta distancia de Gnezdovo (la actual Smolenska). Allí, como en otros lugares de la actual Rusia, las excavaciones han sacado a la luz vestigios escandinavos mezclados, y en mucho mayor número en verdad, con testimonios puramente eslavos. El hecho de que no exista una vía de agua utilizable en cierta distancia no constituye un obstáculo en sí. Tenemos pruebas de que, o bien se desplazaba el knórr por vía terrestre haciéndolo rodar sobre rollos de madera, o bien se llevaba incluso a hombros; las maderas grabadas que decorarán, siglos más tarde, la Historia de gentibus septentrionalibus (1540-1555) de Olaus Magnus rememo- ran todavía una y otra operación. La misma obra, por otra parte y dicho sea de paso, describe cuidadosamente las martas, cibelinas y ardillas que cazan los varegos antes de embarcarse. Pero volvamos a nuestro transporte. No hemos olvidado que, debidamente vaciado 136 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) de su carga y desembarazado de su aparejo, el barco vikingo no pesa tanto que no pueda en efecto ser llevado a cuestas por los cuarenta hombres de su tripulación, De esta manera llegamos a Gnezdovo-Smolensk. Ahora, no hay más que seguir el Dniéper. Lleva en particular a Kiev-Koenugarór, otra «colonización» escandinava que ha conocido la misma historia que Novgorod-Hólmgarór. También allí la arqueología ha encon- trado un cementerio que contiene, entre otras, tumbas vikingas. Kiev-Koenugardr ha desempeñado, como se sabe, un papel capital en la historia medieval de Rusia. Es por consiguiente normal que los comerciantes venidos de Suecia se hayan reunido allí antes de em- prender su navegación por el último tramo del río para llegar al mar Negro. Y sobre este recorrido disponemos, por suerte, de un testi- monio de primer orden. Se trata del De administrando Imperio que el basileo Constantino Porfirogénito escribe hacia 950. Evoca allí en detalle a los varegos, a los que llama ros, y a los que sigue de Gro- bien (a algunos kilómetros de Riga) a Gnezdovo; después, de ahí a Kiev, y de esta última ciudad a Berezany. Su relato es de tal riqueza que me siento en el deber de citar algunos largos extractos: En invierno, la vida de los rhos es dura. A principios de no- viembre, los jefes de todos los rhos dejan juntos Koenugardr y van a sus fortines circulares [el texto es oscuro, se puede leer también: y van a hacer sus recorridos] en la región de [ilegible] entre las tribus eslavas que les deben tributo. Es ahí donde pa- san el invierno, pero en el mes de abril, cuando el hielo del Dniéper se ha fundido, vuelven a Kiev. [Para viajar por los ríos, sustituyen sus barcos por embar- caciones locales]. En Kiev, destruyen sus viejas barcas usadas y compran otras nuevas a los eslavos, que las han fabricado durante el in- vierno cortando madera en los bosques. Recogen los achicado- LA VIDA EN EL BARCO 137 res, los bancos y los accesorios de las viejas barcas y cquipan con ello las nuevas. En junio, salen en expedición para Grecia [Bizancio]. Durante algunos días, la flota de los mercaderes se reúne en Vytechev, una fortaleza de los rhos justo debajo de Kiev. Cuando la flota está al completo, salen todos río abajo, a fin de afrontar juntos las dificultades del viaje, [Las principales dificultades son una serie de terribles cata- ratas y rápidos del Dniéper, cerca de la actual Dniepopetrovsk. Constantino describe siete. La primera no es demasiado peli- grosa]. En su centro, hay elevados peñascos escarpados que se ase- mejan a islas; cuando el agua los alcanza y se precipita sobre ellos, hace un tumulto ensordecedor y aterrador al volver a caer. Por eso los rhos no se atreven a navegar entre esos peñas- cos. Fondean sus barcas cerca de la orilla, hacen bajar a las gen- tes a tierra dejando la carga a bordo. Después, caminan desnu- dos por el agua, tanteando el fondo con el pie para no tropezar con las piedras. Al mismo tiempo, empujan la barca hacia de- lante con pértigas, unos a proa, otros a mitad de barca, el resto a popa. Con todas esas precauciones, avanzan por el agua a tra- vés de esos primeros rápidos, muy cerca de la orilla; cuando han pasado esos rápidos, hacen subir de nuevo a bordo al resto de la tripulación y prosiguen su ruta. [Pero hay más dificultades]. En los cuartos grandes rápidos [...] se acercan todos a la orilla con sus navíos, y los hombres cuyo papel es montar la guardia desembarcan. Esas guardias son necesarias debido a los pechenegos [tribus turcas efectivamente muy peligrosas, que están siempre merodeando a la espera de la emboscada]. Los otros sacan las mercancías de las barcas y conducen a los escla- vos, encadenados, por tierra firme, una distancia de seis millas, hasta que se han pasado los rápidos. Después de eso, transpor- 138 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) tan sus barcas más allá de los rápidos, parte tirando de ellas, parte levándolas sobre los hombros, después de lo cual las me- ten de nuevo en el agua, vuelven a subir la carga, suben y pro- siguen su viaje? Este «reportaje» detallado tiene algo de sorprendente, tanto más cuanto que responde a lo que podemos saber por otra parte, No hay motivo, en efecto, para dudar de lo que nos dice Constantino por una razón muy simple: es posible verificar algunos detalles. Así, el Dniéper es peligroso a causa de sus rápidos. Constantino nombra esos rápidos, a la vez en sus formas eslavas y escandinava, y estas úl- timas no son difíciles de interpretar. Son Essupi (probablemente ez supi o ei sofi, para no beber, o no dormir), Ulvorsi (bálinfors, la cas- cada, fors, cerca del islote, hólimr), Gelandri (gjallandi, idea de au- llar, de hacer un ruido enorme), Baruforos (bárufors, la cascada que necesita transporte; fors, cascada; bå ru, de bera, levar), Leanti (blaejandi, la risueña, sobre hlaeja, reír), Strukun (el corredor, sobre struk, strok) y sobre todo Aifor (ei-fors, no-cascada por infran- queable). Lo más extraordinario es que una inscripción rúnica, en Pilgards, Gotland, nombra Aifor. Data de finales del siglo x, de la gran época vikinga por consiguiente, y dice esto: Pintada de colores brillantes, Hegbjórn y sus hermanos Redvisl, Øysteinn y Ámundr han erigido esta piedra a la me- moria de Hrafn, al sur de Rufsteinn?, Fueron lejos a Aifor. Lo que Constantino llama Aifor en «rhos», lo llama neaset en ruso, nombre que se ha conservado hasta nuestros días. Es evidente que Hrafn pereció en esta travesía y que este documento de primer orden que es el De administrando debe inspirarnos confianza. Ha mencionado de paso a los pechenegos. El viaje de nuestro comerciante varego, por pacífico que fuera en su principio, no era LA VIDA EN EL BARCO 139 un paseo de recreo, incluso sin tenes en cuenta las dificultades que en sí mismo suponía. Los varegos se habían impuesto 2 las pobla- ciones eslavas tanto en el principado de Novgorod como en el de Kiev. No se sigue de ello que reinara allí una paz perfecta. Por un lado, estaba Bizancio, de la que hablaremos, con la que las relacio- nes no siempre eran cordiales, ni mucho menos. Por otra parte, se puede imaginar que en un itinerario de semejante longitud, los peli- gros eran numerosos. Procedían sobre todo de tribus nómadas, tur- cas en general, como los pechenegos, precisamente, con los que los diversos soberanos räs, Igor-Yngvarr y Vladimir-Valdimarr en par- ticular, anduvieron con dimes y diretes con frecuencia. Pero hay que decir que las tribus poderosas que formaban los búlgaros, que ya hemos encontrado, así como los khazars, podían ser también muy amenazantes. Supongamos sin embargo que todo ha ido bien para nuestro co- merciante y que no ha sufrido la trágica suerte de Hrafn de que se hace eco la inscripción de Pilgards. Hele pues aquí llegado a Bere- zany, en la orilla norte del mar Negro, no lejos de la actual Odessa, en una isla. Que el lugar fue bien conocido de los varegos es cosa se- gura: hemos encontrado allí —y es incluso la que se sitúa más lejos hacia el este de todas las que conocemos— una inscripción rúnica en la que cierto Grani dice haber erigido y grabado una piedra para su camarada Karl: «Grani ha hecho esta tumba? para Karl, su cama- rada». Y ya que estoy con este tema, no resisto a la tentación de citar al gran runólogo sueco S. B. F. Jansson, que evoca justamente esta inscripción, la única que se ha encontrado en la ruta del Este y que reflexiona: «Karl fue enterrado en una isla cuyas abrigadas bahías habían protegido a muchos barcos suecos en camino hacia el este. Cuando el viajero venía desde el norte, con los peligros de las cata- ratas del Dniéper, las dificultades de los bancos de arena y los trai- dores bajíos todavía frescos en la memoria, llegaba al fin a Berezany, "> 140 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) a las aguas libres donde el mar Negro, más grande que el Báltico, se abría ante la proa de su barco. Y cuando llegaba a Berezany, vinien- do del sur —en su camino de vuelta a las caletas cubiertas de densos bosques en el Málar o en los pedregosos puertos de Gotland—, po- día allí recuperar fuerzas antes de verse obligado a remar en la larga lucha contra las corrientes del río y todos los demás obstáculos que surgirían en su camino. Enseguida llegará el momento de bajar la carga para llevar el barco a hombros, y después volverla a subir, todo ello en el calor sofocante del interior del país, apenas aligerado por los vientos de la estepa y la lluvia de verano»? Yo no sabría decirlo mejor. Por otra parte, es bastante elocuente seguir los itinerarios que hemos descrito examinando un mapa en el que están indicados todos los lugares que los varegos escogieron para enterrar en ellos, por una u otra razón, tesoros de monedas ára- bes o bizantinas y occidentales: las zonas de sus desplazamientos se encuentran así bastante bien delimitadas. No hay que hacer un esfuerzo excesivo de imaginación para re- construir la atmósfera de una plaza comercial como Berezany. Todo lo necesario para instalarse en tierra está en el barco, las tiendas de largueros triangulares terminados por figuras esculpidas se montan rápidamente, el material de cocina —trébedes de metal para poner la marmita, especialmente— está enseguida en su lugar. Y al lado, el varego ha expuesto sus mercancías, sus fardos de pieles principal- mente, guardando los esclavos para venderlos en Bizancio. Pues la «gran ciudad» —ése es el sentido de Mikligarór, como se llama a Bizancio en normánico antiguo— sigue siendo el centro fundamental de esos viajes, verdadero pivote, además, puesto que allí se encuentran las rutas procedentes de Oriente, del Norte (la que hemos seguido) y del Mediterráneo, que no desdeñaban los es- candinavos. La ruta del Oeste, según una de sus variantes, después de haber bordeado las costas de Francia, y luego las de España, atra- vesaba el estrecho de Gibraltar (Njórvasund en normánico antiguo) LA VIDA EN EL BARCO 141 y llegaba al Mediterráneo, dirigiéndose con frecuencia a Italia o al sur de Francia. Pero Bizancio tiene un prestigio completamente di- ferente. No es éste el lugar para rehacer la historia de la ciudad im- perial, pero es notable que la época vikinga coincida exactamente con el período de mayor prosperidad de esta ciudad. Se compren- derá fácilmente que toda la riqueza del mundo pasaba por allí. Y que los varegos se aprovecharan de ello: se han encontrado, actualmente, en el suelo de Escandinavia, cerca de 100.000 piezas de plata árabe, en general enterradas por sus poseedores, sin duda para evitar el robo. Son piezas kúficas?5 que tienen la ventaja, para nosotros, de "llevar su fecha de fabricación. No se podría pretender que hubieran sido robadas; no pueden sino ser el resultado de fructíferas opera- ciones comerciales. Por lo demás, Bizancio debió de marcar a los es- candinavos en todos los aspectos. Así, se encuentran, en Islandia, ta- pices que datan de la época vikinga que se inspiran evidentemente en motivos bizantinos e incluso con técnicas de ejecución tomadas igualmente de allí, así como son de factura bizantina, ya lo hemos dicho, las tablas de madera grabadas de Flatatunga. No hemos olvidado a nuestro varego. Una vez concluidos sus negocios y, podemos presumirlo, hecha en buena medida su fortuna, no le queda sino volver hacia el norte. La remontada de ríos tales como el Dniéper debía de ser notablemente «deportiva» y, como observa también S. B. E. Jansson, se necesitaba un vivo deseo de vol- ver a ver su país para embarcarse de nuevo en semejante aventura. Sin embargo, es evidentemente lo que sucedía. Cabe imaginar que esos mercaderes-aventureros fueron hombres de temple sólido. Hombres, por otra parte, a los que no repugnaba hacerse mer- cenarios, aquí como en el oeste. Curiosamente, ése es un punto que los historiadores, tanto escandinavos como no escandinavos, omiten generalmente. Nosotros tenemos sin embargo muchos ejemplos del fenómeno. No hay que olvidar nunca que partían para «adquirir ri- quezas», sin demasiados remilgos sobre la elección de los medios. 142 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Comercio, por lo tanto, como una especie de bajo continuo; pillaje, allí donde es posible y cuando es posible; mercenariado para el res- to. He aquí por qué los emperadores no se equivocaron y recurrie- ron a ellos para formar una guardia del cuerpo de elite que tomará incluso su nombre, De ello no habría que concluir, no obstante, que la guardia de los Varegos (con mayúscula) estuviera constituida sólo por escandinavos, aun cuando personajes de subido color y rango real formaran parte de ella, como Haraldr el Despiadado?, En rea- lidad, sabemos que en ella entraron buen número de ingleses y, más tarde, de normandos de Normandía. Pero se comprende que hom- bres aguerridos como los varegos (sin mayúscula) hayan retenido la atención del basileo. Volvamos de nuevo a nuestro hombre. Hele aquí dispuesto a partir, él y su tripulación, cargado su knörr de seda, especias, plata y, en cofres bien cerrados, joyas. Todo hace pensar que eran hom- bres felices. Sin duda cantaban al remar. Los diplomáticos árabes a los que hemos acudido no saben cómo describir el horror que expe- rimentaban al escuchar los sonidos guturales que emitían los rës. Y al hacer escala, por la noche por ejemplo, eran capaces de ejecutar danzas (¿rituales?) o mimos, puesto que el mismo Constantino Por- firogénito al que hemos citado evoca esas actividades. Lo que acabamos de describir del día a día con respecto al varego valdría también ciertamente para el vikingo empeñado en los itine- rarios del Oeste, si no fuera porque, allí, por una parte, la seguridad del comerciante estaba mucho más amenazada y, por consiguiente, para volver sobre esta imagen, le era necesario muy a menudo aban- donar la balanza de pesar plata para recurrir al hacha de mango largo; por otra, la falta de un poder fuerte en las regiones frecuenta- das y el deterioro del imperio carolingio hacían mucho más ten- tadores, y frecuentes, los golpes de mano, que no tenían ya nada de LA VIDA EN EL BARCO 143 mercantil. Con todo, y sin retomar la ficción que he escogido para la ruta del Este, es evidente que el vikingo que actuaba en el Oeste «apuntaba» primeramente a los grandes centros comerciales, y, en segundo lugar, no se alejaba jamás de los grandes cursos de agua o de las costas, es decir, de su barco. Se verá perfectamente exami- nando un mapa de Francia y señalando en él las referencias a inter- venciones vikingas que recuerdan anales, crónicas, etc. Es decir: Fontenelle, Jumiéges, Rouen, Jeufosse antes de París, por el Sena, Abbeville y Amiens por el Somme, Nantes, Saint-Florent-le-Vieil, Angers, Tours, Blois, Orleáns por el Loira, Burdeos e incluso Tou- louse por el Garona, Arles e incluso Lyon por el Ródano. Todo lo que Francia contaba como centros comerciales activos en la época considerada. Si me he detenido en la ruta del Este, es porque es ver- daderamente notable que, en territorios de dimensiones gigantescas, los escandinavos se hayan atenido únicamente a los itinerarios que estaban jalonados de centros comerciales o mercados interesantes. Ya hemos presentado, para que fueran admirados, objetos inteligen- temente concebidos para el comercio. Es innecesario añadir que utensilios más comunes, como la balanza romana encontrada en Mástermyr, Gotland”, se encuentran igualmente con frecuencia. Eran pues comerciantes dispuestos a aprovechar todas las oca- siones de hacer grandes beneficios sin tener que desplegar toda la dialéctica y la fuerza de persuasión del regateo. No reabriré de nuevo un proceso que me es querido, diré sencillamente que no eran tan numerosos como para constituir verdaderos ejércitos capa- ces de destruir a adversarios organizados. En el mejor de los casos, podían alquilar sus brazos armados a algún señor local comprome- tido en las querellas intestinas que fueron la plaga de la época. Por ejemplo, para Pepino II de Aquitania, nieto de Luis el Piadoso, que buscó la unión de los «daneses», según los Annales de Saint Bertin, en 857, a fin de asolar Poitiers. Que muy pronto se dieran cuenta del desastre de la situación que se desplegaba ante ellos y de su propia 144 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) eficacia, y que por lo tanto comprendieran rápidamente las ventajas de la guerra psicológica y se dedicaran a imponer sus condiciones a las poblaciones, es algo que nos atrevemos a calificar de evidente. Los monjes asustados a los que debemos casi todos muestros «testi- monios» escritos no nos contradirán, Pero eran ambivalentes, y si bien no es difícil prodigar los ejemplos de vikingos embarcándose de manera visible para hacer negocios, es mucho más difícil encon- trarlos partiendo a expediciones puramente militares. Hay que tener cuidado con el célebre tapiz de la reina Matilde, en Bayeux, tan a menudo invocado aquí para ilustrar los detalles de la vida cotidiana. No se deja de observar que este extraordinario an- tecesor de nuestros «tebeos» actuales evoluciona constantemente en dos planos paralelos: uno, el del centro, en el que se desarrolla la ac- ción principal debidamente comentada al mismo tiempo, y los otros (¿paralelos, realmente? es difícil saber si existe una relación con el motivo principal) de las dos bandas inferior y superior. Salvo en la última parte del tapiz, que refiere la batalla de Hastings, se observará que las dos franjas, independientemente del tema principal tratado en el centro, sólo se interesan por las acciones pacíficas (con acier- tos como la escena de la labranza y la siembra, secciones 9 y 10). El Speculum Regale (Konungsskuggsjá) que, en verdad, se sale de nuestra época —es una obra noruega (sin duda) que data aproxi- madamente de 1260— comienza, de manera significativa en mi opi- nión, antes de hablar de los hombres de la «mesnada» (bird) del rey, y después del rey mismo, de sus derechos y sus deberes, con un largo capítulo sobre el mercader, donde leemos esto, que debe ciertamente hundirse en raíces muy antiguas: «Aunque yo haya sido más hom- bre del rey [= guerrero] que mercader, no censuraré esta última pro- fesión, pues son a menudo los mejores quienes la eligen». Ese mismo texto utiliza el término farmadr, que se aplica a la vez al ma- rinero y al mercader. Y J. Graham-Campbell, al que debe mucho el presente capítulo, tiene razón al señalar? que la piratería, por inte- LA VIDA EN EL BARCO 145 resante que haya podido ser, no podía «asegurar una ganancia re- gular» como la procedente, por ejemplo, del suministro de esclavos a los árabes a cambio de esa plata que éstos poseían en grandes can- tidades. Cerrar el debate, por lo demás, no tiene nada de difícil: basta lanzar una ojeada sobre alguna de esas «ciudades» comerciales que han sido mencionadas más de una vez en páginas precedentes. Siem- pre para abundar en el sentido de las ideas fundamentales del pre- sente libro, observemos que, muy probablemente, las primeras «ciu- .dades» que aparecieron en el Norte, como Hedeby (Dinamarca) o Bergen (Noruega) fueron fundaciones reales, habiendo compren- dido rápidamente los soberanos escandinavos que les interesaba controlar el comercio, al ser la tasa de las mercancías una fuente sus- tancial de rentas. Hemos dicho aquí que algunas ciudades del sur del Báltico, como Grobin en Letonia o Wollin, en la embocadura del Oder (es tal vez la Jumne de Adán de Bremen —la Jómsborg de la Saga de los vikingos de Jémsborg—, que Adán nos presenta como la ciudad más grande de Europa, en el año 1070), eran centros flore- cientes donde los escandinavos dejaron huellas duraderas. Pero una originalidad de los vikingos fue probablemente que instauraron ru- tas regulares a través de toda Europa y buena parte de Asia, o, más exactamente a mi modo de ver, que «institucionalizaron» itinerarios conocidos antes de ellos, frecuentados desde hacía tiempo, pero no con la misma constancia ni regularidad. Demos mentalmente un paseo, por ejemplo, por las «calles» —en verdad, pasajes con el suelo cubierto de tablones de madera— de Haithabu-Hedeby, que un viajero árabe bien informado, Al-Tar- tushi, nos presenta, hacia el 950, como «una gran ciudad». A princi- pios del siglo IX, un rey danés particularmente sagaz, Godfred, ha- bía hecho construir allí una ciudad destinada a los comerciantes frisones y daneses que atravesaban Jutlandia por su base, evitando así los peligros del Sund y del Belt, siguiendo el célebre Danevirke, LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) pus a (ea esa larga fortificación que cruzaba toda Dinamarca. Hedeby estaba notablemente protegida por un cercado circular cuyos restos toda- vía se ven. La ciudad consistía en edificios rectangulares (15 x 6 m de media) que debían de ser almacenes: se han encontrado allí frag- mentos de ámbar, metal, piedra de Eifel (que servía para fabricar ruedas de molino) y monedas frisonas. Las casas más pequeñas, de encañado y techos hechos de cañas trenzadas (3 x 3 m), pudieron servir de habitación a las gentes más pobres. Hedeby fue floreciente desde finales del siglo X hasta mediados del x1. Ha sido metódica- mente investigada por dos veces%, y su reconstrucción?! da una per- fecta idea de lo que fueron las «ciudades» vikingas que, como se re- cordará, apenas se concebían, inicialmente, para residentes permanentes, sino para mercaderes de paso. He aquí lo que Al-Tar- tushi nos dice de ella??: Es una gran ciudad, en el extremo más alejado del océano del mundo. En el interior de esta ciudad, hay pozos de agua fresca, Sus habitantes veneran a Sirio, aparte de algunos que son cristianos y tienen allí una iglesia. [...] Celebran una fiesta cuando se reúnen para honrar a su dios y comer y beber. Cual- quiera que mata a un animal con fines sacrificiales planta una estaca delante de su casa y cuelga de ella al animal sacrificado, se trate de un buey o de un carnero, de un macho cabrío o de un jabalí, para que se sepa que hace un sacrificio en honor a su dios. La ciudad no posee grandes bienes ni riquezas. El ali- mento principal de las gentes es el pescado, pues lo hay en abundancia. Si nace un niño, se le tira al agua, al mar, para no tener que criarlo. [...] Además, las mujeres tienen el derecho de declararse divorciadas. Se separan de su marido cuando buena- mente les parece. Tienen una pintura artificial para los ojos; si se sirven de ella, su belleza no merma nunca, aumenta tanto para el hombre como para la mujer. [...] Jamás he oído cantar e tc LA VIDA EN EL BARCO 147 más horriblemente que a esas gentes; se diría que es como un gruñido que les sale de la garganta, como el ladrido de los pe- rros, pero todavía más bestial. No estamos obligados a seguir a nuestro informador en estas apreciaciones estéticas, por supuesto, pero las informaciones de otra naturaleza que nos proporciona son perfectamente conformes a la verdad. Y el hecho de que la ciudad no sea rica significa claramente que no es más que un almacén temporal. Lo que es igualmente Birka, en la actual isla de Björkö, en el Málar, al sur de la actual Estocolmo. Más todavía quizá que Hedeby, tenía un estilo evidente de centro comercial. Data de comienzos del siglo IX y estaba también rodeada de una muralla circular, dominada tal vez a intervalos por torres de madera, con apertura sobre el Má- lar, El lugar es más «pagano» que Hedeby, muy próximo al conti- nente cristiano, y las casi tres mil tumbas que contienen sus cemen- terios y la zona llamada de «tierra negra» (por estar compuesta de carbón de madera y residuos orgánicos que depositaron allí siglo y medio de actividades) están en proceso de excavación, pero lo que ha sido ya exhumado basta para establecer, en primer lugar, que se trató, como Hedeby, de un centro de artesanado (trabajo del hierro, moldeado del bronce, trabajo de cuero y hueso) y también de inter- cambio: el número de pesos que allí se han encontrado es bastante elocuente. Lo que es además interesante es que Birka, que conocía bien Rimbert y del que nos habla.en su vita de San Ansgario (Vita Ansgariz), el evangelizador del Norte, debió de funcionar tanto en invierno como en verano, lo que hace que además de sus dos puer- tos naturales, debiera dotarse de un puerto artificial. Otro detalle útil: Ph. Sawyer ha demostrado que la Suecia vikinga explotaba ya sus minas de hierro”, y era por Birka por donde pasaba la exporta- ción de esta materia prima, hacia Hedeby, así como era en Birka donde se hacía lo esencial del comercio de pieles. Y la arqueología "148 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) ha descubierto allí ejemplares de casi todo lo que podía negociar el vikingo, tanto al este como al oeste. Rimbert observaba, por lo de- más, que «se encontraban allí muchos mercaderes ricos, bienes en extraordinaria abundancia, mucha plata y cosas preciosas». Queda Kaupangr (que significa literalmente centro comercial, lugar de mercado, del verbo kanpa, con la idea de comerciar, com- prar o vender) en Noruega, en el fiordo de Oslo. Se encuentran allí igualmente casas y talleres donde todo tipo de artesanos fabricaban los objetos que conocemos, a los que se añadían los utensilios de es- teatita, especialidad noruega. Kaupangr estuvo activa también desde finales del siglo VIH hasta comienzos del X: esta conjunción, en sí, no necesita comentarios. El comercio, muy fructífero, de cuerdas he- chas con piel de morsa parece haber sido una de sus especialidades. Los descubrimientos del suelo demuestran una orientación muy clara hacia Renania e Inglaterra, lo que corresponde muy bien a lo que sabemos, por otra parte, de los vikingos noruegos. Sin embargo, esta «ciudad» no tuvo nunca, por razones desconocidas, la impor- tancia de Hedeby o de Birka. Para trazar un cuadro completo, habría que añadir aquí algunas palabras sobre las ciudades de York, de la que se afirma que estaba «llena de tesoros de mercaderes, de raza danesa sobre todo», de Du- blín e incluso de desconocidas como Quentovic en Francia, pero ya hemos dicho suficiente para convencer de la verdadera naturaleza de las actividades cotidianas del vikingo, tanto en su tierra como en el extranjero. No puedo dejar de aconsejar, no obstante, una visita al «Centro vikingo» de York, ciudad que fundaron los vikingos dane- ses hacia finales del siglo Ix y a la que dieron el nombre de Jórvik (sin duda, bahía del semental), de donde procede York. Los planes de acondicionamiento de la ciudad moderna provocaron la exhuma- ción de la ciudad vikinga, que un suelo propicio ha permitido con- servar sorprendentemente bien a pesar de su fragilidad, pues era de madera. Ha sido excavada entre 1976 y 1981, los numerosos descu- LA VIDA EN EL BARCO 149 brimientos han sido cuidadosamente estudiados, repertoriados y definidos, y se ha creado una especie de museo vikingo, que se puede visitar y donde los organizadores han tratado de reconstruir lo más exactamente posible lo que fue la Jórvik del año 900. El re- sultado es bastante sorprendente. El visitante puede contemplar vi- viendas, almacenes y talleres donde se ve trabajar el hueso (las puntas de los cérvidos, especialmente, para hacer peines, agujas, etc.), la madera (fabricación de escudillas, cucharas, cubetas, cubos, mobi- liario), la plata (broches, pulseras, collares, a partir de monedas de plata que se han descubierto en el lugar), el cuero (zapatos, cinturo- nes, mandiles de herrero), el cobre, que parece haber sido especiali- dad de la ciudad (para fabricar hojas de hacha o puntas de lanzas y de flechas) o la arcilla para obtener todo tipo de vasijas. Han sido reconstruidos igualmente los oficios de tejer con todos sus acceso- rios, juegos de hmeftafl, y los accesorios indispensables para el barco, cuya fabricación era igualmente una de las actividades más importantes de Jórvik, han sido minuciosamente reproducidos. In- cluso anzuelos, cucharas de hierro estañado, llaves, estribos, dados y hasta un cuchillo plegable, de metal, se muestran en facsímil al vi- sitante. En cierto sentido, nada es más elocuente que este tipo de re- construcciones. La guía oficial que se distribuye para acompañar esta visita plantea la pregunta: «¿Quiénes eran los vikingos?», algo que nos interesa aquí especialmente y, en razón de las excavaciones emprendidas y de sus resultados, da una respuesta en cuatro tiem- pos: saqueadores y conquistadores; colonizadores y artesanos; ma- rinos y comerciantes; constructores de ciudades. En resumidas cuentas, lo que se está diciendo aquí desde el principio. Yo no me atrevería a decir, como he tenido ocasión de lee que «vikingo» podría, simplemente, significar «burgués»; el hecho es que la etimología más corrientemente admitida en nuestros días hace de él el hombre que va de vicus en vicus, donde vicus designa un lugar comercial, como sabemos, pero burgués no debe enten- D4, 150 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) derse en la acepción moderna, por supuesto. Simplemente, quiero constatar que el hecho de que se pueda renunciar actualmente a la tradicional explicación por vik, la bahía, que haría del vikingo un fe- roz saqueador que, emboscado en una bahía, espera el paso de un pacífico navío para abalanzarse sobre él, me parece alentador. Entraba sin duda en la vida cotidiana del vikingo la necesidad de estar dispuesto a hacer frente a cualquier eventualidad, incluso a provocar sin dudar el combate si, llegado el caso, el resultado podía ser provechoso. Pero sin perder nunca de vista lo que fue, conforme a todo lo que podemos saber de su psicología, el fondo mismo de su carácter: la búsqueda del beneficio. VI LAS GRANDES FECHAS Si la vida cotidiana, que hemos seguido con algún detalle, des- pliega, no sin monotonía en ocasiones, la sucesión de tareas y cos- tumbres, ni que decir tiene que, en el Norte como en otros lugares, cierto número de acontecimientos requerían celebraciones o mani- festaciones particulares. Es lo que nos queda por examinar ahora, distinguiendo entre las grandes fechas de la vida (nacimiento, matri- monio, funerales) y los momentos importantes del año relacionados con la política y la religión. Consideraremos sucesivamente unas y otros. Las grandes fechas de la vida Sobre los ritos de nacimiento, estamos a la vez mal y confusa- mente informados, pues aquí, más que en ninguna otra parte, inter- vino por supuesto el cristianismo, de manera que es difícil decidir si lo que podemos saber es auténtico, está impregnado de cristianismo, o pretende hacer una «reconstrucción histórica», como parecen ha- ber intentado los autores de las sagas del siglo XIH que se esforzaron "452 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) por recrear un pasado de tres siglos de antigüedad. Se recordará también que en la Edad Media, aquí como en todas partes, los naci- mientos se suceden sin interrupción en tanto la mujer está en con- diciones de tener hijos. Nos encontramos por lo tanto con los pro- blemas que se relacionan con esos numerosos nacimientos. Hasta tal punto se considera natural un embarazo, que, en gene- ral, no da lugar a ningún comentario. Señalemos solamente, por lo pintoresco de la expresión, la formulación que se traduce por «ella es- taba encinta»: hon var eigi ein saman, ¡ella no estaba sola! Que yo sepa, las prácticas abortivas o anticonceptivas eran desconocidas, pero hay que desconfiar siempre del puritanismo de los autores de sagas o de los redactores de códigos de leyes, textos todos redactados en la forma que los conocemos varios siglos después de la cristianización. La parturienta, asistida por muchas mujeres, y, en particular, por ese tipo de comadronas reputadas por tener «buena mano», daba a luz en cuclillas o de rodillas. Que el parto, sin embargo, no era más fácil entonces que en nuestros días, se encuentra verificado por ciertas evocaciones de runas que favorecen el alumbramiento (en los Sigrdrifumál de la Edda poética). Si hemos de creer lo que di- cen ciertos poemas de esta última compilación, se trataría de un coro de cantos mágicos (galdr). También es posible que el niño, re- cibido de esta manera sobre la tierra madre, haya sido, después de cortado el cordón umbilical, rociado con agua (práctica del ausa barn vatni, frecuentemente evocada en las sagas, que puede ser una imitación del bautismo cristiano, por supuesto, pero también un an- tiguo rito de lustración), y después elevado hacia el cielo: una espe- cie de ofrenda, por lo tanto, a las grandes fuerzas naturales, que, como he intentado probar!, quizá fueron las primeras «divinidades» que conociera esta religión. Esto, en el caso de que el padre decidiera conservar el niño. Pues parece que diversas razones, en primer lugar, por supuesto, las económicas, hayan autorizado la práctica del 4tburór. Pudo existir pa un ae] LAS GRANDES FECHAS una época en que se admitía que el padre tenía derecho a rechazar al niño que acababa de nacer y hacer que se lo dejara a merced de los animales salvajes abandonándolo en el camino. Esto será, en todo caso, un motivo complacientemente explotado por las sagas, las de tipo legendario en particular. Pero si el padre decidía conservar el niño, debía darle un nombre, práctica importante que decidía ver- daderamente la entrada del recién nacido en el clan, le confería una cualidad personal de alguna forma, y por consiguiente garantizaba su existencia. Pues esta operación no era gratuita, estaba cargada de sentido en un mundo donde la pertenencia a un clan importaba más que nada y donde un ser humano no existía jurídicamente si no era capaz de fijar su linaje en varias generaciones. Lo que explica, dicho sea de paso, las largas y aburridas (¡para nosotros!) genealogías que figuran inevitablemente en sagas, libros de colonización y textos se- mejantes. La Sturlunga saga incluirá incluso una sección entera («t- tartólur, genealogías) exclusivamente reservada a este tema. Por consiguiente, el nombre que se confería al recién nacido respondía a ciertas normas. (Ya he dado alguna idea de ellas, pág. 54, que completaré aquí). Es posible que la elección se dirigiera hacia nombres que se suponía traían suerte o que la experiencia demos- traba que habían sido patrimonio de personajes favorecidos por el destino. Es por ello por lo que a menudo se encuentran niños que tienen el nombre de un antepasado fallecido recientemente antes de su nacimiento. No hay que descartar deliberadamente tampoco la hipótesis de una lejana creencia en la migración de las almas o en la reencarnación. Habrá que desconfiar de los nombres teóforos: en la edad vikinga, no implican necesariamente que el valor tutelar del dios invocado esté subyacente. Los innumerables nombres de pila, por ejemplo, en que aparece el nombre del dios Pórr (Porgestr, Por- gils, Porkell, Porsteinn, etc.) no parece que exijan comentarios par- ticulares. Asimismo, la extremada frecuencia de nombres zoóforos (Björn, oso, Ari ou Örn, águila, Hrútr, carnero, Ormr, serpiente, 154 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Úlfr, lobo, etc.) no debe llevar a concluir no se sabe qué totemismo. Es posible que estas actitudes religiosas hayan existido en tiempos muy antiguos, pero se puede afirmar sin gran riesgo de error que en la época vikinga habían caído en desuso. La única cosa de la que po- demos estar seguros es de que no era la fantasía la que decidía la elección del nombre, Así como no se puede olvidar que esta socie- dad no conocía patronímicos propiamente hablando y, por tanto, el «nombre» era esencial. Por lo demás, se era hijo o hija de su padre, como ya hemos dicho. De su padre, digo bien: no de su madre, salvo cuando el padre era desconocido. Un detalle más: el número de nombres no era ilimitado. De ahí, sin duda, la gran frecuencia de apodos que, a menudo, tienden a sustituir al mismo nombre. De esos sobrenombres, muy numerosos y con frecuencia muy pinto- rescos, no hay mucho que decir, pues no se diferencian de los que se podían utilizar en otras partes. Una ojeada al Libro de la coloniza- ción de Islandia nos ofrece, por ejemplo, los sobrenombres de «el Fuerte», «el Rojo», «la Bella», «el Sabio», «el Rico»... como en to- das partes. Precisemos por último que la sociedad en cuestión era decididamente patrilineal y que los casos de matriarcado no se en- cuentran, al menos en la época que nos ocupa. Hemos entrevisto de qué forma el niño será educado, desde su primera infancia —existen las nodrizas— hasta su «mayoría de edad», que, recordemos, se alcanza de forma variable según los tex- tos, pero, en general, hacia los catorce años, si no antes. Los niños aparecen poco en nuestros textos; todo hace pensar, sin embargo, que eran queridos y correctamente educados. Se han encontrado pe- queños juguetes de madera o de metal que no se distinguen de los que se utilizaban en otras partes. Tampoco hemos olvidado la cos- tumbre, en las familias de rango elevado en particular, de confiar los hijos por algunos años, a fin de recibir educación, a un amigo, un personaje de alta posición, etc., a condición de reciprocidad. Esta práctica del fóstr contribuía a crear lazos de afecto a menudo muy LAS GRANDES FECHAS 155 fuertes y, por supuesto, a extender el ámbito de influencia del clan. Muy frecuentemente, parece que hermanos adoptivos de este tipo se hayan considerado hermanos jurados según el ritual mágico que sin duda existió para la ocasión”. Que esto sirva para señalar de paso que uno de los valores más sólidos que haya tenido la sociedad vi- kinga fue ciertamente la amistad, y especialmente la amistad viril, Los Håvamål, en la Edda poética, tienen estrofas admirables para deplorar la suerte de «el hombre que no ama a nadie: ¿por qué de- bería vivir mucho tiempo?». Y a lo largo de toda su vida, en esta so- ciedad donde el colectivismo, como hemos dicho, era una especie de imperativo categórico, el hombre vela para no permanecer solo, para rodearse de amigos, de hermanos jurados, etc. En todo caso, para terminar con los ritos de nacimiento de los que nos hemos alejado un poco, se comprenderá que se considera- ran importantes. La familia (ætt) es, lo hemos dicho desde la entrada en materia de este libro, la estructura fundamental de esta sociedad. Entrar en una familia dada, sea naturalmente, por nacimiento, sea por matrimonio o de cualquier otra forma (esto se llama aettleiding en la acepción precisa de la legitimación del hijo de una concubina, por ejemplo, pero el sentido de la palabra —conducir a una fami- lia— puede ser más amplio) es uno de los actos capitales de la exis- tencia. Se ve también lo contrario: el einbleypingr, aquel que no tiene hogar fijo (lo que no significa, no obstante, que no tenga fa- milia), es lo que nosotros llamaríamos un pobre diablo y plantea graves problemas a la colectividad. , Volvamos al niño por última vez. Según una costumbre, que si- gue existiendo en Escandinavia e incluso en otros lugares, se hacía un regalo (tannfé) por el primer diente que le salía al niño de pecho. Que sepamos, al menos en la época que aquí nos concierne, no existían ya ritos de iniciación o de entrada en el mundo adulto co- mo, de manera verosímil, se encontraron en los tiempos más lejanos del paganismo. Georges Dumézil ha demostrado brillantemente que ` "156 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (300-1050) el mito de Pórr enfrentándose al gigante Hrungnir en la Edda en prosa, descansaba probablemente en el recuerdo de tales ritos de paso. En la época vikinga han desaparecido. Se ha pretendido igual- mente —fruto de una lectura rápida de un pasaje de Dudon de Saint-Quentin?, que, en verdad, es una de las fuentes más discutibles que se puedan encontrar sobre los vikingos— que en virtud del principio del ver sacrum (primavera sagrada), el joven que quería entrar en la sociedad de los adultos debía hacer una prueba partici- pando en una expedición vikinga que habría tomado, en consecuen- cia, un carácter religioso. Esto no resiste ningún análisis. Quiero de- cir que, si bien no es imposible que se esperara del joven que se mostrara capaz de emprender una expedición vikinga, esto no signi- fica en absoluto que tuviera que manifestar sus aptitudes guerreras, sino su capacidad para afrontar los peligros de un largo viaje por mar, sean cuales fueran las peripecias. No diré nada más, por falta de certezas, acerca de la instrucción que podía recibir el joven vikingo. Muy probablemente, tal instruc- ción no existía en el sentido que nosotros damos a esta palabra en nuestros días. Las personas ancianas se encargaban eventualmente de inculcar en el niño los rudimentos del conocimiento del pasado, de su familia y de su clan, sin duda. Ni que decir tiene que esto cam- biará una vez pasada la cristianización, pero entonces nos salimos ya de la era vikinga. Es necesario no obstante que hayan existido maes- tros artesanos para enseñar su saber a los «aprendices» y, quizá, pues veremos más adelante que era simplemente impensable proclamarse súbitamente escalda o recitador de textos en prosa sin haber pasado por una iniciación seria, alguna clase de maestros itinerantes o res- ponsables de lo que en nuestros días llamaríamos seminarios. Esto es válido también para el derecho, cuya complejidad y elaboración eran tales que no es posible considerar que su adquisición haya sido un simple asunto de transmisión oral. Pero una vez más, no disponemos de ningún documento que nos permita formarnos una opinión. LAS GRANDES FECHAS 157 En cambio, todo hace pensar que el niño pasaba por una sólida iniciación en algunos deportes como la equitación o el juego de ar- mas; no se excluye que en ciertos medios particularmente distingui- dos el joven haya sido iniciado a esas difíciles artes que evocábamos hace un momento. En conjunto, la vida era ruda en aquellos tiem- pos y en aquellas latitudes, y la educación no podía incitar al hedo- nismo. Los valores de supervivencia debían de ser, por definición, los preferidos. Sin duda por eso hemos conservado tan pocos textos líricos, contemplativos u orantes. Esto no impide que yo me haya preguntado siempre, a propósito de Islandia, donde los «sabios» eran legión, por qué solamente algunos de ellos eran gratificados con el apodo hinn fró di, el sabio, con el matiz concreto de «sabio que se dedica a comunicar su ciencia». No me sorprendería que se tratara de buenos pedagogos, de sabios que iban de granja en granja para difundir su saber. Del matrimonio, hemos hablado ampliamente en el Prólogo de este libro. Como para el nacimiento, se ponía el acento en la impor- tancia de la familia, siendo concebido el matrimonio, en primer lu- gar, como la alianza de dos clanes. Observemos aquí simplemente que el concubinato formaba parte de las costumbres. Un bóndi rico podía tener varias concubinas, pero esto no tenía ninguna conse- cuencia puesto que la concubina no tenía parte en la fortuna de su concubinario, ni en su herencia, salvo estipulaciones expresas. Los hijos nacidos de esta relación no tenían tampoco acceso a la heren- cia de su padre, a menos que este último hubiera decidido otra cosa. Es posible que estas disposiciones hayan sido severas en tiempos le- janos; en la época vikinga, parecen mucho menos estrictas. Sucedía, incluso en las casas «reales», que los bastardos no se distinguieran de sus hermanos legítimos y tuvieran acceso al trono. Y en todos los casos, el padre seguía teniendo la posibilidad de legitimar a su hijo LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) to Ln co natural. Si bien, según parece, esa formalidad era relativamente sen- cilla en Suecia y en Dinamarca, donde bastaba que el padre pusiera al niño sobre sus rodillas delante de testigos para legitimarle, tene- mos indicios de una costumbre mucho más pintoresca procedente de Noruega. Allí, el padre que quería introducir a su hijo legítimo en la familia, debía primero matar un buey de tres años y fabricar unos zapatos con el cuero de la pata derecha del animal. A conti- nuación, hacía una fiesta, en el curso de la cual se colocaba la bota en el centro de la habitación. Primero el padre, después el niño así reconocido, y a continuación todos los miembros de la familia, de- bían meter el pie derecho en esta bota, para expresar que tenían a este niño por su igual. En lo que se refiere a la herencia, la práctica, por regla general, no se distinguía de las costumbres europeas. Señalemos solamente algunos puntos que parecen interesantes. El primero se refiere al arfsal o cesión (literalmente, venta) de los derechos de herencia a un tercero que, a cambio, se encargaba de proveer a las necesidades de la persona que así actuaba: una especie de vitalicio, por lo tanto. Por supuesto, esto podía dar lugar a querellas, pero era una forma có- moda, para un anciano, de terminar su vida al abrigo de la necesi- dad. Por otra parte, igual que he hecho en relación con el ættleiðing —ritos que introducen a un individuo en una familia dada—, debo mencionar el arfleiding: el hecho de dar acceso a la herencia a un nuevo heredero. Pero el rasgo más típico es el ódal, es decir, el patrimonio indivisible, especialmente los bienes raíces, cuya propiedad debía permanecer en el interior de la familia, y sobre todo sin división. (Entra en la palabra ódal una idea de indivisión, y por ello no coin- cide exactamente con nuestro término «alodio», que, además, remite a un contexto feudal, aquí fuera de lugar. No puedo dejar pasar esta ocasión para recordar que en ningún caso la sociedad vikinga debe ser juzgada según análisis y criterios procedentes del feudalismo; es LAS GRANDES FECHAS 159 un error cometido bastante habitualmente, sobre todo por parte de los investigadores franceses más acostumbrados a este tipo de refe- rencias. Grosso modo, hay que decir que el Norte ignoró completa- mente el feudalismo). En virtud de este principio, correspondía por lo tanto a un hijo —que no era necesariamente el mayor— recoger el patrimonio. La noción tiene algo de fundamental, al ser el dere- cho de ódal uno de los rasgos más simbólicos de la antigua sociedad escandinava. Un gran romántico como el sueco Geijer, a principios del siglo XIX, no se equivocará con su célebre poema «Odelsbon- den». Volvamos a la época vikinga. Aquel de los hijos que retomaba el ódal debía dar una compensación a sus hermanos. De esta manera, la fortuna territorial de la familia permanecía intacta y esta disposi- ción debía animar a los hermanos no admitidos en la herencia a bus- car fortuna en otra parte, especialmente explotando nuevas tierras o buscando nuevos recursos, o también emigrando. Ahora bien, no es inútil insistir en este punto: el ódal no ha sido ciertamente una de las causas del fenómeno vikingo, y se debe desconfiar de las afirmacio- nes, de Snorri Sturluson en particular, a este respecto. No es porque fueran legalmente excluidos de su patrimonio por lo que se embar- caban los vikingos. No nos cansaremos de repetir que el organiza- dor de una expedición, el capitán del knórr, el reclutador de la tri- pulación, el principal proveedor de las mercancías que había que llevar y con las que se iba a comerciar, debía ser bastante rico para hacer frente a ello. En consecuencia, se trataba, o se presume que se trataba, más bien del bóndi instalado que de sus hermanos despro- vistos de fortuna. En cambio, el heredero podía vender la tierra, a condición de compartir las ganancias con todos los herederos más próximos. Esto restaba rigidez al sistema. Pero tenemos cantidad de testimonios de casos de herencia de una enorme complejidad, lo mismo que puede ocurrir en nuestros días; encontramos estos testimonios en las sagas, por supuesto, pero igualmente en inscripciones rúnicas de una no- e 160 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) sable elaboración, como la de Hillersjó, en Suecia, que data exacta- mente de la época vikinga. Hela aquí: ¡Interpreta este texto! Geirmundr tuvo a [= se casó con] Geirlaug, que era virgen. Después, tuvieron un hijo antes de que Geirmundr muriera ahogado. Y ese hijo murió a continua- ción. Luego, Geirlaug se casó con Guðri kr, ÉL... [laguna]. Des- pués tuvieron hijos. Solamente vivió una hija: se llamaba Inga. Ragnfastr de Snotrsá se casó con ella. Después él murió, y el hijo a continuación. Y la madre vino a heredar de su hijo. Des- pués, se casó con Eiri kr, después ella murió. Entonces Geirlaug “vino a heredar de Inga, su hija. Porbjórn el escalda ha grabado [estas] runas. Se estará de acuerdo —advirtiendo que nos encontramos ante una inscripción rúnica, es decir, un texto debido a un vikingo— en que esta inscripción es un verdadero documento de carácter jurídico (y súcede con frecuencia, en efecto, en estos textos), y que tenemos ahí un testamento poco corriente. Como dice L. Musset, de quien he tomado la traducción de esta inscripción: «Geirlaug, el personaje principal, se ha casado dos veces, con Geirmundr y Guórik, y su hija Inga, igualmente dos veces, con Ragnfastr y Eiri kr; pero como hijo, hija, yerno y nieto habían muerto antes que ella, ella reunía to- das sus herencias». Pero nos hemos alejado de nuestro tema del momento, que era el matrimonio. Hay que decir dos palabras más a propósito del di- vorcio, cuya importancia y frecuencia no habría que exagerar. Es cierto, hemos tenido ocasión de señalarlo a propósito de la condi- ción de la mujer, que el divorcio era relativamente fácil de llevar a la práctica, al menos si, como siempre, nos basamos en el testimonio de las sagas. No habría que concluir de ello que esta sociedad se en- contraba en situación de disolución permanente. En realidad, el di- po A qua LAS GRANDES FECHAS vorcio es muy raro y entraña graves consecuencias, a menudo dra- máticas; la decisión era sentida por las familias de los dos esposos desunidos, de un lado como del otro, como un insulto. Dicho esto, es exacto, si creemos también en los textos de las leyes, que la mu- jer podía separarse de su marido con relativa facilidad. Era necesa- rio que invocase un motivo satisfactorio, como la impotencia sexual declarada del marido (tenemos un ejemplo de ello en la Saga de Njáll el Quemado), la desaprobación de la conducta del susodicho marido en la vida en general, la negativa a sufrir los sarcasmos o las consecuencias de los actos del esposo, etc. Por su parte, el marido podía repudiar a su mujer con la misma facilidad. En todos los ca- sos, era necesario tomar testigos de la decisión; después, se marcha- ban. Tomando de nuevo —recordémoslo, pues es ahí donde residía la dificultad del problema— la dote (heimanfylgja) y el aduario que había aportado el marido (mundr). En este universo en el que, nos iremos convenciendo de ello poco a poco, los valores materiales no están nunca ausentes de ningún acto de la vida, en lugar de razonar a partir de grandes principios transcendentales, como nosotros $0- lemos hacer, hay que partir de estas consideraciones chatamente económicas: ¡el divorcio era una ruina para el marido! Nacimiento, matrimonio, forzoso nos ha sido partir de los tex- tos, en su mayor parte posteriores a los vikingos. No será éste el caso en el tema de los funerales. Ahí, estamos bien documentados, al haber podido excavar la arqueología, al día de hoy, un número impresionante de tumbas, lo que nos permite deducir una especie de imagen media de este ritual. Nos detendremos un poco en ello, ya que podría suceder que el culto a los muertos haya sido el estadio primero de esta religión pa- gana. Todavía en pleno siglo XIN, las sagas escritas por cristianos tie- nen en cuenta supervivencias caídas en desuso en sus días, pero to- 162 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (200-1050) davía vivas, al parecer, en la memoria popular. Por ejemplo, en la Saga de Egill, hijo de Grimr el Calvo, se nos describe cuidadosamen- te de qué forma convenía proceder frente al cadáver de un individuo que había tenido actitudes inquietantes en vida (tenía la facultad, es- pecialmente, de convertirse en hombre lobo al caer la noche, era bamrammr o rammaukinn o también eigi einbamr). Vemos a su hijo, que por su parte no ignoraba las prácticas mágicas, cómo va a taparle la nariz y los demás orificios del cuerpo —lo que denota una creencia en un alma o un soplo susceptibles de evadirse del soporte corporal para existir independientemente y cometer todo tipo de es- tragos—, y después cómo practica en la pared, detrás del cadáver, una abertura por la que se sacará el cuerpo y que se tapará de nuevo enseguida a fin de asegurarse de que el difunto no volverá a frecuen- tar la casa tomando el camino por el que se le ha hecho salir. No hay ninguna duda de que en el Norte se creyó en la existen- cia de un alma; existen al menos cinco vocablos para traducir nuestra palabra «alma»? (önd, hamr, bugr, fylgja, sål). Dos son visiblemente préstamos, sea lexicológicos (sál se toma del alemán continental), sea semánticos (önd corresponde a nuestra noción de soplo, hálito, y llegó ciertamente con el cristianismo), pero los otros tres son autóc- tonos: se aplicaban tanto a las membranas placentarias que acompa- ñan a la expulsión del recién nacido del seno materno como a la idea de alma, que sería por tanto la «forma» (sentido literal de hamr) o la esencia que «sigue» (fylgja, seguir, acompañar) al ser humano. Tal vez bugr remitiera a la idea universalmente conocida de «alma del mun- do» (mana, orenda) que baña nuestro universo y a la que, en ciertas circunstancias, podemos tener acceso, y que incluso a veces decide manifestarse a nosotros. La riqueza de este vocabulario y de las no- ciones a él vinculadas es bastante edificante. Por supuesto, hamr y fylgja en particular son susceptibles de evadirse de su envoltura cor- poral para existir independientemente y moverse en función de las necesidades de su soporte, desafiando las categorías espacio-tempo- 0 LAS GRANDES FECHAS 163 rales, Pueden incluso «volver» bajo la forma de ese extraño personaje o drawgr que poblará todos los cuentos populares islandeses hasta nuestros días y les dará ese aire a menudo siniestro que tienené. Estas rápidas precisiones son útiles para comprender todo el aparato de que se rodeaba la inhumación de un ser humano entre los vikingos. En épocas lejanas, la cremación —otra prueba de la creen- cia en un más allá y en un alma— existió sin duda, igual que las tum- bas colectivas (especialmente esas curiosas tumbas en forma de barco visto desde arriba o skibsetninger), pero en la época vikinga la norma es la tumba individual donde el difunto es inhumado con vestido de lujo, víveres, armas, animales y quizás incluso, si hemos de creer a ciertos textos, en verdad más o menos dudosos, esclava o concubina preferida. He aquí, por ejemplo, lo que nos dice un ára- be, Ibn Rustah, de los rás a los que frecuentaba: Cuando un hombre importante muere, hacen una tumba como una gran casa y le colocan allí. Con él, meten sus vesti- mentas, los brazaletes de oro que llevaba y también mucha co- mida, y tazones de bebida, y monedas. Meten también con él a su mujer favorita, cuando todavía está viva. Después, la puerta de la tumba es cerrada con cerrojo y ella muere allí. El detalle sobre la mujer enterrada viva es poco fiable. En cir- cunstancias idénticas, Ibn Fadhlan, que ahora conocemos bien, des- cribe una impresionante ceremonia de funerales en la que, en efecto, una mujer esclava es enterrada con el jefe muerto, pero después de haber sido estrangulada. Así, en Birka se ha descubierto un número impresionante de esas tumbas, de las que algunas consisten en una especie de encofrado de madera dispuesto alrededor del cadáver. El muerto es enterrado o bien sentado, o bien en posición fetal, y este último uso es seguramente muy antiguo. Los enanos, en esta mito- logía como en otras, son los espíritus de los muertos o, más exacta- ` 164 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) mente, los mismos muertos; en virtud de la valencia, cara a Mircea Eliade, homo-bumus, son prenda de fertilidad. Pero la palabra dvergr (enano) en normánico antiguo significa propiamente «tor- cido», lo que remite, por supuesto, a la posición del cadáver en su tumba. Acabo de escribir que la relación profundamente dramática que hace el diplomático árabe Ibn Fadhlan del enterramiento de un jefe ras (sueco, por tanto) en las orillas del Volga en el 922? debe ser tomada también con prudencia, pero muchos elementos de esta na- tración se encuentran verificados por otras fuentes. En cualquier caso, la idea de viaje hacia el otro mundo no se presta a ninguna duda, tanto por el aspecto a menudo naviforme de la tumbà —que era incluso un barco, como en Oseberg o en Groix—, como por los pertrechos con los que se rodeaba al guerrero o al co- merciante en su última morada. Estas observaciones se aplican tam- bién a las mujeres, por otra parte. Se las entierra muy adornadas y provistas de lujosas joyas, así como de todo tipo de objetos destina- dos a su subsistencia o su diversión, Tomemos la tumba de una mu- jer sin duda de alto rango, en Birka. El cadáver está engalanado con las joyas más bellas de la difunta, un collar hecho de anillas de plata, de ochenta perlas de cristal y perlas de vidrio engastadas en oro y plata; dos colgantes de plata enganchados al vestido y que represen- tan a dos caballos muy estilizados; un soberbio broche de bronce dorado en el estilo de Borre*, lo que nos lleva a principios de la era vikinga, con un decorado de animales lleno de belleza, y que debía servir para atar el manto de esta mujer; dos pequeñas joyas que lo mismo podían servir de pendientes que formar parte de un collar; un cierre de bronce para un cinturón o cualquier otra correa de cuero; una joya de bronce dorado con un trabajo sumamente refi- nado que constituía un segundo collar. En la tumba, junto al cuerpo, se encontraban recipientes, uno de ellos de factura frisona, un vaso de Renania, un hervidor de bronce de origen irlandés, dos cubos de madera y un joyero de madera en el que había un peine de cuerno. LAS GRANDES FECHAS 165 La tumba data de comienzos del siglo IX y es de una mujer de alto rango (estaba vestida de seda, lo que es el colmo del lujo en esa época) o, en todo caso, de gran fortuna. En cambio, otra tumba de Birka, que dataría de 913 como muy pronto, 280 lo más tarde, en ra- zón de la presencia de una moneda de plata conocida, nos ofrece los restos de un guerrero que fue inhumado en posición sentada. Tenía dos escudos, uno en la cabeza, el otro en los pies; a su izquierda, la espada de doble filo; a su derecha, un cuchillo decorado, un hacha, veinticuatro flechas y una lanza (de tipo venablo) de hierro con in- crustaciones de plata y cobre. Añadamos a ello dos estribos y dos caballos en un compartimento especial de la tumba de madera?, Pa- rece que hubiera sido más guerrero que comerciante, aunque ya he- mos insistido bastante en la desconfianza que debe inspirar este gé- nero de caracterizaciones. A propósito del otro mundo, es notable que esta civilización haya tenido dos concepciones distintas, que pueden corresponder a dos etapas, diacrónicas, más que a dos clases de la sociedad, como con mucha frecuencia se ha planteado. En primer lugar, Hel, que es el otro mundo, sin más, sin implicaciones personales; Hel designaba tanto ese dominio «infernal» como la diosa fea (tiene el cuerpo se- minegro, semiazul, nos dice Snorri Sturluson) que en él reina. En se- gundo lugar, Valhöll (Walhalla), cuya concepción puede parecer, a primera vista, más específicamente guerrera, pero que parece proce- der, de hecho, de la magia. Es allí donde el dios Óðinn reúne, con vistas al Ragnarók (la consumación del destino de las Potencias, más que el wagneriano crepúsculo de los dioses, aunque, sin embargo, existan las dos versiones) a los guerreros de elite, o einberjar, que ha hecho elegir por sus valkyrias para que mueran en el campo de ba- talla. Hel y Valhöll son dos concepciones que parecen muy antiguas una y otra, pero es abusivo privilegiar la segunda; por otra parte, basta releer los Baldrsdraumar de la Edda poética: es en Hel, no en la Valhöll, donde se buscará al dios Baldr muerto. 166 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Nos guardaremos de visiones románticas: si nada autoriza a de- cir de los vikingos que profesaban un gran desprecio a la muerte, nada permite tampoco afirmar que esperaban otro mundo donde pretendidos ideales marciales fueran satisfechos. La imagen que nos propone la Valhóll es más fatídica que marcial, y es importante su- brayar que ese «paraíso», por una parte, sigue siendo efímero; por otra, ha podido ser engordado por los escaldas, chantres oficiales de Ódinn (que es el dios de la poesía), cuyo dominio por excelencia es la Valhóll. Añadamos que la hermosa imagen, unida al mito de la muerte de Baldr, que hace partir al hermoso dios hacia el más allá en un barco al que se ha prendido fuego, por romántica que sea, corre el riesgo de ser mucho más céltica que escandinava. Pero los ador- nos de las mujeres, como los que se han descrito hace un momento, los trajes y el equipamiento de los hombres, confirman de forma su- ficiente que el otro mundo fue considerado un lugar agradable y digno de respeto. Se dirigían al otro mundo con todos los honores que le eran debidos. Pero debía hacerse con arreglo a los usos. Tendremos ocasión de repetirlo: todo lo que concierne a la vida pública de los vikingos es objeto de medidas jurídicas. La ley, el derecho, son verdadera- mente el alma de esta sociedad. Y es particularmente visible en lo que se refiere al ritual de los funerales. Es importante que el muerto esté «bien» muerto, es decir, con las formalidades legales; si no, vol- verá a frecuentar los lugares en los que vivió, como ya hemos vis- lumbrado, tratará de hacer daño a sus parientes y provocar todas las desgracias posibles. El ejemplo más famoso es el de Glámr, en la Saga de Grettir, pero tiene muchos émulos, a menudo en contextos siniestros o glaciales. El más representativo es sin duda Porbjórn el lisiado, en la Saga de Snorri el Goði. Y es que el draugr es un muerto mal muerto, o bien porque no ha sido enterrado en la forma reque- rida, o bien porque murió en una situación jurídicamente anómala (por ejemplo, fue víctima de una ofensa que no se compensó) o tam- LAS GRANDES FECHAS 167 bién incluso porque no está satisfecho con la forma en que sus des- cendientes administran su patrimonio, Lo que aquí nos importa es subrayar que será necesario, por regla general, hacerle sufrir un ver- dadero proceso (deradóm»r, proceso a las puertas [de la muerte]), para obligarle, de alguna manera, a estar muerto según las reglas!0, Según las reglas: esto implica que los vivos obedecen minuciosa- mente el ritual prescrito. Un muerto no está verdaderamente muerto en tanto sus descendientes o herederos no han celebrado su festín de funerales, es decir, en tanto no han bebido su herencia (drekka erfi). No podríamos encontrar mejor ejemplo de ello que, o bien en la Saga de los vikingos de Jómsborg, donde se nos dice expresamente que el rey Sveinn no quiere emprender nada en tanto no se haya ce- lebrado ese festín, o bien en la Saga de los jefes del Valle del Lago, donde, después de la muerte de Ingimundr el Viejo, que era el jefe del clan, vemos cómo sus descendientes se niegan a sentarse en su asiento elevado mientras no se haya «bebido» el erfi. Por lo demás, cuando Ibn Fadhlan nos describe los funerales del jefe rës que tanto le impresionaron, es interesante constatar que concluye su relato me- diante la presentación, que se produce en verdad con un extraño apa- rato que no está atestiguado por nuestras fuentes normánicas, del he- redero (o del pariente más próximo, nos dice el diplomático árabe) del difunto, que es quien prende fuego al barco-tumba del muerto!!, Concluyamos este tema señalando todavía otro aspecto: este universo no conocía demarcaciones claras entre el mundo de los vi- vos y el imperio de los muertos. Es sorprendente para el observador ver con qué facilidad el vivo puede motivar, de grado o por fuerza, a un muerto para obtener de él las informaciones que desea (es un poco lo que sucede incluso en el nivel de los dioses, en las Baldrs- draumar de la Edda poética: Òðinn, que no tiene noticias de la suerte reservada a su hijo Baldr después de su muerte violenta, fuer- za a una vidente a que le dé las informaciones que busca), o a la inversa, pues es completamente natural que el difunto vuelva a in- 168 ` LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) formar al vivo, sea directamente —y entonces aparece de forma na- tural—, sea por medio de sueños, que son como uno de los motivos obligados de las sagas y lòs poemas éddicos. En resumen, la impre- sión es la de un universo literalmente encantado, doble, que justifica así, lo diremos, la importancia de la magia en ese mundo. Las grandes fechas del año Consideraré aquí el derecho y la religión no en abstracto, sino en la medida eñ que uno y otra tienen importancia en la vida coti- diana. Pues ya en varias ocasiones hemos tenido ocasión de precisar hasta qué punto el derecho era una noción sagrada, la expresión misma de lo sagrado, en verdad, y podemos decir que la religión es íntegramente celebración de ésa modalidad particular de lo sagrado. Por otra parte, no es éste el lugar de dibujar un cuadro completo de los mitos, ritos y ceremonias que debió de conocer el paganismo”, Lo que sorprende al observador moderno es la constancia y la profundidad con que las ideas de derecho y de ley marcan esa so- ciedad. Nada se hace sin prestación de juramentos o presencia de testigos; todas las operaciones, de la más común (cesión de tierras, por ejemplo) a la más grave (matrimonio), están situadas bajo el signo de la ley. La minuciosidad extremada de los códigos de leyes que conservamos —que son, muy a menudo, los primeros docu- mentos escritos de que disponemos, se trate de Escandinavia o de Germania en su conjunto— confunden al entendimiento. Es como si todo debiera ser conocido y codificado por anticipado. De ahí viene también el formalismo extremo del que dan prueba los parti- cipantes en cualquier proceso. En última instancia, lo que importa no es tener razón, sino haber sabido respetar el procedimiento en sus pormenores, pues 'el derecho es sagrado, y quien no sabe se- guir sus aplicaciones demostraría ipso facto que tiene la culpa. ` LAS GRANDES FECHAS 169 Hay que tomar nota de que el dios más antiguo de ese panteón, aquel cuyo nombre significa propiamente «dios», Tyr!?, se presente como garante del orden del mundo, o que, más concretamente, haya conjurado a las potencias del caos aceptando perder la mano derecha que ha metido en la boca del lobo monstruoso Fenrir, símbolo del «mal». La marcha, la supervivencia del mundo, descansan por lo tan- to en un pacto basado en lo sagrado!*, Por otra parte, todos los poe- mas éddicos están de acuerdo en eso: desde el momento en que algo no va bien en el curso de los acontecimientos, el primer gesto de los dioses es reunirse, «sentarse en los asientos del juicio» para legislar. Hay que recordar el hermoso dicho que figura en la Saga de Njáll el Quemado así como en varios códigos de leyes: «Por la ley se edifica un país; por la ¡legalidad perecerá» (med lögum skal land byggja en með ológum eyða). No hay pues por qué asombrarse de que en to- dos los ámbitos de la existencia, el derecho, la ley, intervengan con una minuciosidad sorprendente. Existen especialistas, como hemos dicho, pero el bóndi medio es una especie de código viviente. Porque la justicia, el derecho, la ley, son dones de los dioses, entra en la definición de la persona humana participar en lo sagrado que viene de ellos, y atentar contra el honor de un hombre —contra la idea que del honor tenga ese hombre, en cualquier caso— equi- vale a cometer un sacrilegio. Es necesario insistir un poco más en ello y dar al menos los grandes elementos de la célebre dialéctica del destino, el honor y la venganza". Como lo demuestra la lectura de las sagas o de los códigos de la ley, es casi normal que, una o varias veces en el curso de su vida, un hombre se vea enredado en esas in- terminables disputas de las que los islandeses hicieron una especia- lidad. No digo que esto formara parte de su vida cotidiana por de- finición, pero, si es posible expresarse así, parece lo más lógico. Y en esta materia conviene cortar por lo sano muchos malentendidos. Hemos visto ya esquemáticamente los ritos que presidían el na- cimiento de un hombre. No hemos dicho que parecen haber estado 170 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) colocados bajo la tutela de divinidades bastante mal conocidas pero sin duda muy antiguas, los dises, relacionados a la vez con el destino y con la fertilidad-fecundidad (hemos visto que las grandes fiestas del solsticio de invierno son llamadas con frecuencia disablót, sacri- ficio a los dises). Eran ellas las que conferían al recién nacido su eż- ginn máttr ole megin, su capacidad de suerte y su facultad de éxito!S, Los investigadores se han engañado durante mucho tiempo acerca de la —para ellos— extraña fórmula: «él no sacrificaba a los dises, no creía más que en su eiginn máttr ok megin». No se trata de una manifestación de escepticismo, sino de una especie de acto de ado- ración implícita que vamos a tratar de explicar. Corresponde al hombre conocer ese depósito que las Potencias, dises u otros, le han confiado. Es un asunto de lucidez, por supues- to, pero dispone tanto de la todopoderosa mirada del otro, en esas pequeñas colectividades forzosamente limitadas en número, como del parecer de los sabios, y también, eventualmente, de sueños y vi- siones que pueden ser auténticas o pueden proceder del arsenal de recursos habituales de la hagiografía medieval. Poco importa aquí; a una edad dada, debe saber qué es, qué vale, de qué es capaz, o bien, digámoslo así, debe tener una idea clara de la forma en que las Po- tencias han querido que fuera. Va a tener que ser, por emplear la jer- ga de nuestro tiempo, lo que es, pero es también necesario que pri- mero sepa a qué atenerse. El segundo momento será aceptarse, algo en lo que nunca falla. Revuelta romántica, desesperación, sentimien- to del absurdo, están totalmente ausentes de este universo mental, no hay que levantarse contra las decisiones de los dioses. Luego ven- drá lo que constituye el tiempo fuerte de toda saga o texto afín y que la lengua llama skapraun (literalmente, [puesta a] prueba del carác- ter). Puede tratarse de toda clase de ofensas que se quiera imaginar, desde el insulto verbal (a menudo sobreentendido más que explícito; en el límite, una risa sarcástica oportuna puede bastar) a la violencia física, pasando por todas las expoliaciones, robos, crímenes, etc. De LAS GRANDES FECHAS 171 la forma en que reaccione el individuo dependerá su reputación, que es, con mucho, el valor fundamental de este universo; las dos estro- fas, 76 y 77, las más conocidas y las citadas con mayor frecuencia de los Hávamál de la Edda poética, son claras en este punto: Mueren los bienes, mueren los padres, y tú, tú morirás igualmente; pero la reputación no muere jamás, la que buenamente se ha logrado. Mueren los bienes, mueren los padres, y tá, tú morirás igualmente; pero conozco una cosa que jamás muere: el juicio dictado sobre cada muerto. Pero está también el valor de su forma de asumir (el tercer ver- bo clave después de conocerse y aceptarse) esa participación en los beneficios, como dirían nuestros financieros actuales, que han que- rido manifestar las Potencias respecto a él. En realidad, no es a él a quien se ha ofendido, es a las Potencias que viven en él; todo ataque a su integridad es propiamente un sacrilegio. Está por lo tanto to- talmente en su derecho si quiere vengarse; en su derecho, no en su deber, es preciso señalarlo para evitar un error común. Puede per- fectamente no vengarse, sean cuales sean las razones de esta nega- tiva. Pero si quiere vengarse, está en su derecho, pues restaura así lo sagrado que acaba de ser violado en su persona. ¿En su persona? En realidad, en la de todo su clan, puesto que él se siente parte inte- grante de su familia y es ella en última instancia la que, a través de 172 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) él, ha sido afrentada, y ya he señalado al hablar del matrimonio esta omnipotencia de la entidad familiar, Todo lo que hemos dicho del derecho y de la ley, y esta breve pre- sentación de la dialéctica del honor y la venganza, explican pues tanto la temática casi obligada de las sagas como la increíble minuciosidad de los códigos de leyes, confundidos completamente sus orígenes. Ésta es la razón por la que, en un primer análisis, el ping es una institución absolutamente fundamental, desde todos los puntos de vista, en esta sociedad. Existen varios por año, con emplazamientos fijados por la costumbre o queridos por la configuración de los lu- gares (el alping islandés de Pingvellir, por ejemplo, está situado en un marco natural de una belleza sobrecogedora y particularmente favorable a las prestaciones que habrá que proporcionar, una pared de lava sirve allí de caja de resonancia natural para el orador encara- mado en el monte de la Ley o Lógberg) y ciertamente muy antiguos. Parece que pudo existir un ping de primavera (o várping), otro de otoño (o leið), celebrándose el þing «central» en la segunda quin- cena de junio. Se piensa que el ping de primavera instruía los casos pendientes y preparaba la sesión mayor, y que el ping de otoño re- capitulaba las decisiones del alping (aunque esta última palabra no figure más que a propósito de Islandia). Como, evidentemente, el þing es la institución más importante que conocieron los vikingos, me detendré en él con algún detalle, pues esta asamblea es a la vez legislativa y jurídica, pero también económica y social, Imaginemos que estamos en Pingvellir, en Islandia, pues es so- bre ese lugar sobre el que estamos mejor informados, y con mucho, ya que es como una figura obligada de las sagas. Pero podríamos es- tar también en Riba, Dinamarca, o en Frosti, Noruega, o en Uppsa- lir (Gamla Uppsala actual) en Suecia o incluso en Visby, Gotland. LAS GRANDES FECHAS 173 He dicho que era necesario haber hecho la elección de un emplaza- miento favorable, que debía además implicar una elevación con una «falla», la falla del þing, o pendiente del þing (bingbrekka), que pudo tener inicialmente un significado religioso que hemos perdido. Algunos textos dan a entender que había que «consagrarla» antes de abrir las sesiones. Era bueno también que hubiese un amplio espa- cio disponible, para permitir que los asistentes se sentaran. En cual- quier caso, el þing general podía durar varios días, incluso dos se- manas, y había que instalarse allí. No existe ninguna razón para que la costumbre islandesa de levantar los b40 o «campamentos de ba- rracas» (véase el inglés actual booth) —en realidad, especie de tien- das de campaña montadas sobre armazones de madera, reposando todo sobre un zócalo permanente de piedras o de tierra— no haya existido por otra parte en Escandinavia. Así como se puede inferir del uso islandés la existencia en todas partes de una especie de pre- sidente de ese parlamento (lógsógumadr en islandés), elegido por cierto tiempo, tres años a lo que parece. Su tarea consistía, en pri- mer lugar, en recitar toda la ley, por tercios, durante un período: de tres años, pues, para que nadie la ignorara, En segundo lugar, pre- sumimos, debía dirigir las discusiones cuando se trataba de tomar nuevas medidas para el bien común, medidas de orden legislativo más que ejecutivo pues, rasgo completamente notable, estas socie- dades no conocieron jamás, que se sepa, ni policía, ni milicia, ni a fortiori ejército regular. Pero he dado a entender suficientemente hasta qué punto la ley, por poco que fuera adoptada por consenti- miento unánime, lo que parece haber sido una condición sine qua non, era sagrada en sí. Es cierto, y se podrá considerar esto una de las debilidades del sistema, que correspondía al ganador de un pro- ceso el hacer ejecutar la sentencia pronunciada contra su adversario. Pero me he anticipado. He aquí pues instalado'el ping, todos los 240 están montados, los bændr están reunidos en el citado lugar, y la sesión puede comenzar. Se escucha pues al presidente recitar la 174 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) ley, después se pasa a las cuestiones de interés general, que se rela- cionan casi siempre con las preocupaciones que se pueden esperar en una sociedad rural, Punto importante: cada bóndi dispone de una total libertad de palabra, ésa es incluso la primera de sus prerrogati- vas, Se puede incluso imaginar que esto justificaría la etimología ac- tualmente propuesta de la palabra germano. Sería un término céltico que significaría algo así como gritón o aullador (apodo que lleva en efecto al menos un personaje de las sagas); podemos imaginar sin di- ficultad el efecto que debía producir, en un extranjero no iniciado, esta asamblea en la que cada uno era libre de expresarse, pero donde evidentemente era necesario estar dotado de un fuerte órgano vocal para hacerse escuchar. No es sino una vez pasadas esas formalidades cuando el þing se erige en tribunal y juzga las causas pendientes. También de eso esta- mos bien informados por las sagas, un buen número de las cuales no son más que las minutas atentas de un interminable proceso ins- truido, más o menos concluido, retomado, reinstruido sobre nuevas bases, etc. La Saga de Njáll el Quemado es un perfecto ejemplo de ello. En realidad, existían tres formas de arreglar una diferencia (quedando claro que no tratar de hacerlo, no querer compensar una ofensa, era considerado infamante): tratar de arreglarlo amistosa- mente, querer la venganza sangrienta (hefnd) o, en la mayor parte de los casos, promover una acción en justicia y en la forma debida. Examinaremos sucintamente cada uno de los tres casos. La primera eventualidad consiste por consiguiente en buscar conciliaciones, especialmente por intermedio de «hombres de buena voluntad» (gódviljamenn) que desempeñan efectivamente un papel importante en las sagas de contemporáneos, pero que quizás no son tan frecuentes en la época vikinga, pues está claro que son el reflejo, real o inventado por necesidades de la causa, de disposiciones cris- tianas. Se podía igualmente, si se era el ofensor, dejar al querellante el derecho de juzgar solo (eindæmi o sjålfdæmi); era hacerle un ho- T u LAS GRANDES FECHAS nor señalado y se podía esperar que en ese caso la sentencia infligida estuviera claramente suavizada; sin embargo, esto no sucedía sin cierta humillación por parte del ofensor. Dudo de la conmovedora costumbre, atestiguada en las sagas de contemporáneos —que re- cordamos que fueron redactadas a partir de acontecimientos de los siglos XII y XIN por clérigos que vivieron en esa época— de «entre- gar la cabeza» al querellante, el cual podía llegar a perdonar; no sé si se debe suponer tanta clemencia a los vikingos (se trataba en reali- dad de poner la cabeza sobre las rodillas del interesado, færa höfuð sitt, de alguna manera rendirse a él). Pues me parece más acorde con sus costumbres, en virtud del análisis de lo sagrado que he realizado en las páginas precedentes, preferir alguna de las otras dos eventualidades. Pasaré rápidamente sobre la venganza sangrienta, que puede no recaer, se habrá visto, sobre la persona misma del acusado, sino sobre la de algún miembro de su familia, puesto que es todo un clan el que se encuentra ofen- dido en la persona del querellante; la «brecha» (skard) que se ha abierto en ese clan puede ser compensada de todas las formas que se quieran, en el interior del clan adversario, de ahí las absurdas —para nosotros— maniobras de dos mujeres rivales, Hallgerór y Berghóra, en la Saga de Njáll el Quemado: yo te mato a un criado, tú me ma- tas a un administrador, yo te mato un amigo, tú me matas a un primo, ¡y así sucesivamente! Recordemos que el deber de venganza no está expresado en ningún código de leyes, y que la conocida ac- titud de la mujer que recuerda la venganza a los hombres de su clan corre el riesgo de no ser más que un motivo literario. Pero no se ve que un hombre no tenga el derecho de vengarse de una manera o de otra. El hecho es también que no vengarse de forma sangrienta, aceptar, por consiguiente, compensaciones del orden que sea, era te- nido por una solución poco viril: esto se llamaba «levar a los pa- rientes muertos en su escarcela». Y tenemos, siempre en las sagas de contemporáneos, ejemplos de jóvenes jefes que se consideran insul- 176 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) tados y a los que se trata de obligar a aceptar una salida de tipo pa- cífico, que se lamentan diciendo básicamente: pero entonces, ¿cómo hablará de mí una saga? En el mismo sentido, la risa es rara en las sagas, y cuando se manifiesta, no es por pura alacridad, sino porque el interesado intuye por fin una solución violenta a su asunto. Pero no concluyamos de ello que aquellos individuos eran de raturaleza ferozmente vindicativa o sanguinaria. Si la línea de interpretación que yo propongo es correcta, eran conscientes de la infamia que su- frían, o, más exactamente, de que lo sagrado que vivía en ellos, por ellos, sufría. Había pues algo de imperioso, en última instancia, fe- rozmente apremiante, en el deseo de rescatar la sangre por la sangre. No es, digámoslo una vez más, que la ley de la sangre fuera sobe- rana. Sería absurdo tomar al pie de la letra una especie de proverbio, bien atestiguado, como blódnatr eru hverjum brádastar (en subs- tancia: es la misma noche en que se ha cometido el crimen cuando la venganza es más apremiante). Pero podía existir algo de intolerable en la constatación de que una ofensa permanecía impune. No importa, el proceso en buena y debida forma (sóken og vörn) sigúe siendo la vía más frecuente. Ya he mencionado la sorprendente minuciosidad de las disposiciones oficiales, tal como nos han lle- gado en las grandes compilaciones de jurisprudencia que poseemos. Los jueces eran en general vecinos (bùakviðr) o dignatarios locales, y existía un jurado (kviðr) cuyos fallos eran decisivos. La marcha del proceso no requiere comentarios particulares, pero todas las eta- pas importantes exigían la presentación de testigos o la prestación de juramentos. El veredicto podía variar. La pena de muerte no exis- tía, salvo para los casos reputados totalmente indignos de un hom- bre y no susceptibles de requerir compensación (óbótamal: literal- mente, caso, mál, para los que no podrían existir compensaciones legales, bót), como la violación, el robo declarado (en esas socieda- des en que la pobreza era grande) y el homicidio «vergonzoso», es decir, perpetrado cuando la víctima estaba totalmente indefensa (por LAS GRANDES FECHAS 177 ejemplo, si se le mataba cuando estaba en su lecho, o en tierra, o en cualquier estado de total vulnerabilidad), y, tal vez —si es que no hay que ver ahí una nueva marca de la huella cristiana— la brujería y la magia”. Se condenaba por consiguiente al pago de multas en plata (ra- ramente) o en especie (vadmál, o cualquier otra mercancía de valor) y, en los casos más graves —aunque esos pagos de multas podían muy bien dejar al condenado totalmente arruinado— al destierro o la proscripción. Traduzco así, respectivamente, los términos fjör- baugsgarór y skóggangr. El destierro, o fjórbangsgarór"*, duraba en principio tres años y podía estar limitado en el espacio (se podía no estar desterrado más que dentro de ciertos límites). El condenado debía exiliarse durante ese tiempo, sea, por lo tanto, del país si se trataba de Islandia, cuyos límites territoriales eran claros, sea de un distrito dado. Una vez purgada esta pena, quedaba rehabilitado y recobraba su integridad. En cambio, la proscripción, uso cierta- mente antiguo y que se remonta a la Escandinavia continental, si he- mos de juzgar por su nombre —caso en que el reo debe trasladarse al bosque (skógr), donde, por consiguiente, se convierte en un «hombre de los bosques», un «lobo» (vargr, que es el peor despre- cio que pueda conocer esta lengua)—, consiste, por decirlo breve- mente, en despojar a un hombre de toda prerrogativa humana, en rebajarle al rango de animal. Nadie puede albergarle, alimentarle transportarle, aportarle cualquier ayuda, ya no es digno de la socie- dad de los hombres, literalmente, se ha des-humanizado al cometer el crimen por el que ha sido condenado de esa manera. Con frecuencia he evocado aquí la fuerza constrictiva y tam- bién la cualidad de esas pequeñas colectividades que fueron las sociedades vikingas; se comprende pues que las sentencias que se acaban de mencionar estaban perfectamente adaptadas a aquella mentalidad. Ser separado así de la sociedad de los hombres era, en cierto sentido, peor que la pena de muerte. Por lo demás, las sagas han conservado proseritos que da a entender cla son y Grettir Ásmundarson e i lleva su nombre. Queda todavía una posibilidad, pero no estoy seguro de que haya tenido derecho de ciudadanía en la época vikinga, por eso la menciono en último lugar. Es el arbitraje (gór9), que no requiere ob- servaciones especiales sobre sus modalidades de ejecución. Digo que no estoy seguro de su existencia en el tiempo de los vikingos porque todo lo que nosotros podemos saber de ellos no parece apoyar esa idea. Independientemente del sentido extremadamente vivo que te- nían de toda ofensa sufrida, les gustaba demasiado la astucia y las vías indirectas para confiar su suerte a otros; y así vemos, cn ciertas sagas, cómo unos juran por su honor lo que el acusado, tratando de disculparse, ha jurado por el suyo. Pues la prestación de juramentos (eidr) a fin de declararse inocente parece haber existido, así como, por otra parte, el recurso de la provocación al duelo, considerado entonces como una especie de ordalía. Éste último punto es difícil de abordar!?. Aparecen ordalías en las sagas, pero la dificultad es- triba en saber si la institución era natural a los vikingos o si la to- maron de los usos procedentes del Sur y, eventualmente, transmiti- dos por la Iglesia. «Llevar el hierro» (¡járnburdr) o sumergir la mano en un caldero lleno de agua hirviente para coger una piedra deposi- tada en su fondo (ketiltak) o también caminar sobre rejas de arado calentadas al rojo, etc., son procedimientos que aparecen a veces. Recordemos que no se trataba de salir indemne de este género de pruebas, había «expertos» que examinaban las heridas o quemaduras y concluían de ellas la inocencia o culpabilidad del acusado. Dudo sin embargo un poco de la autenticidad pagana de este uso a partir de la constatación de que la mentalidad de esos hombres no parece haber hecho referencia directamente a una intervención de la divini- q 3 LAS GRANDES FECHAS dad. Una vez más, el principio en virtud del cual uno se hacía, por decirlo así, justicia a sí mismo a fin de traducir en actos la presencia divina o sagrada no necesitaba sin duda este tipo de demostraciones. Una buena forma de reunir las ideas que acabamos de adelantar puede ser el ofrecer un texto, a veces citado?, que procede de la an- tigua ley del Vástergótland (en Suecia, por tanto). De nuevo, trope- zamos con el hecho de que la redacción que de él poseemos data de la época cristiana, como se verá fácilmente en su lectura, pero no hay razones para dudar de la realidad de las disposiciones adopta- das, al menos en esencia. Helo aquí: Del crimen. Si un hombre es matado y privado de vida, el crimen debe ser proclamado en un þing y la muerte, notificada al heredero [en realidad, habría que leer: el querellante princi- pal o aðili] y la proclamación [esto se decía ljsa vigi] repetida en el þing siguiente. Y en el tercer þing, él [el heredero] debe presentar su causa, si no el proceso es nulo y sin valor. Después el homicida debe dirigirse al þing y mantenerse fuera de la asamblea del þing y enviar gentes al þing para pedir tregua [grið, se puede leer también salvoconducto]. Los miembros del bing deben permitir su aparición en la asamblea. Debe recono- cer el crimen. Después, el heredero debe dar el nombre del homicida. Está en su derecho de asignar el homicidio a quien le parezca, si hay varios homicidas. Si el heredero es un niño, su pariente más próximo del lado paterno debe nombrar al homicida con él. Si una mujer tiene un hijo tan joven que lo lleva todavía en sus ro- dillas, le toca a ella nombrar al homicida. Después, deben ser nombrados los hombres que pusieron la mano sobre el muerto y aquellos que estaban presentes en el momento del homicidio. Serán cinco a lo sumo, y habrá uno que será acusado de la muerte del hombre. Después, se fijará una reunión para el juicio co LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) en el domicilio del acusado en un día convenido por todo el þing. Después, en el curso de esa reunión, prestarán testimonio los miembros del þing: «Yo estaba presente en el þing, con otros cinco hombres en total. El juicio referente a tu caso ha sido que debes encontrarte hoy aquí y reconocer la acusación de homici- dio sobre su persona, por juramento confirmado por dos doce- nas de asistentes [se trata por lo tanto del ty/ftareiór, requerido, en efecto, en general, en este tipo de casos]. Que Dios me con- ceda su gracia, a mí y a mis testigos, en la medida en que el jui- cio de tu caso ha sucedido como atestiguo ahora». Después, el heredero debe jurar: «Que Dios en su gracia acepte de mí y de mis testigos que tú has levantado contra él el estoque y el filo y que tú eres su verdadero asesino y que ése es el nombre que yo te he dado en el ping». Después, el heredero permanecerá ante la segunda docena de personas que van a prestar juramento y él mismo prestará juramento. Habrá doce hombres en cada docena, y cada docena utilizará la misma ex- presión. He aquí la expresión que se empleará en cada «jura- mento de doce»: «Que Dios muestre su clemencia o su irrita- ción contra él». Después, el heredero se dirigirá al próximo þing general [...] y testimoniará con los hombres que han estado presentes, ro- gando a Dios que sea clemente con él y sus testigos, en la medida en que, en el momento de la reunión en el domicilio, ha hecho todo para preservar la seguridad del acusado según lo prescribe la ley. Después, debe dirigirse de nuevo al ping y hacerle juzgar de tal manera que pierda su inviolabilidad frente al heredero y querellante principal, e inapto para obtener compensación. Des- pués, el condenado deberá ser privado de su paz [frið]; en el al- muerzo [daguerór] tomado en el ping y en la cena tomada en el bosque. El jefe de distrito [héradshófding, es una disposición sueca] deberá pagar doce marcos si el proscrito permanece donde LAS GRANDES FECHAS 181 está, y si no se ocupa de ello, son cuarenta marcos los que deberá pagar el distrito [hérað] y tres marcos cualquiera que coma y beba con él y le haga compañía [...] Si, no obstante, se ofrece compensación por él, puede cenar impunemente en su casa. Si se está dispuesto a aceptar compensación, ésta será de nueve marcos en compensación para el heredero y de doce marcos en compen- sación para su parentela. De esos doce marcos, seis serán pagados por el heredero del homicida, seis por su familia, tres por la parte paterna y tres por la parte materna. Esos seis marcos se descom- ponen así: el pariente más próximo pagará doce aurar, el si- guiente más próximo a continuación, seis aurar, el siguiente, tres aurar, el siguiente, un eyrir y medio. De esta manera, todos de- ben pagar y todos deben recibir, reduciendo siempre la mitad cada vez, hasta que se llegue al sexto grado [lo que nos lleva al primo de quinto grado, que se supone pagará 3/8 de eyrir]. En su pintoresquismo —faltan en la traducción los giros alite- rados y el ritmo característico de este género de formulaciones— ese texto hace innecesarios los comentarios. Se habrá observado no obs- tante que la solución brutal no es puesta en primer plano en ningún caso. En cambio, la extraordinaria minuciosidad del procedimiento y la precisión de las formalidades coinciden con todas las ideas que hemos expuesto hasta ahora. Las actividades de orden jurídico eran seguramente las más im- portantes y las más amplias que haya conocido un þing normal, pero no obstante estamos todavía lejos de haber terminado con esta institución. Las leyes o enmiendas de leyes indispensables han sido realizadas, los procesados, juzgados, pero el þing no ha terminado con sus actividades, ¡ni mucho menos! Están en primer lugar las noticias, las apreciadas noticias a las que tan aficionadas eran esas pequeñas comunidades más o menos separadas del resto del mundo durante buena parte del año, se trate 182 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) de insulares como los islandeses o de los noruegos perdidos en el fondo de su fiordo, en las alturas difícilmente accesibles de sus fjells, o de los suecos sumergidos en los misterios de sus bosques sembra- dos de lagos. Cualquiera que llegara del extranjero, o simplemente de lejos, era acogido con una especie de fervor. Islandia nos guarda el recuerdo de un albing que cesa repentinamente sus actividades normales porque acaba de llegar un obispo y tiene cosas que decir. Todavía hoy día, en islandés, no se dice: «¿Cómo estás?» sino Hva er ad frétta («¿qué hay que saber?, ¿qué hay de nuevo?»). Siempre he pensado que esas naciones de marinos, de viajeros hacia los cua- tro rincones del mundo conocido de su tiempo, debían de comuni- carse las informaciones indispensables, describir itinerarios, contar las costumbres, etc., detalles indispensables para quien quería llevar a buen fin un largo viaje. También en las sagas, sea cual fuere su na- turaleza, es raro que el autor no ceda a la tentación de describirnos un objeto extraño que ha visto en el transcurso de sus viajes, de re- latar una costumbre inesperada o, más simplemente, de integrar en su relato, con una perfecta ingenuidad y fundiéndolo con arte en la trama de conjunto, determinado episodio que acaba de sacar de sus lecturas o que ha escuchado contar en otra parte. El episodio de Spes, en la Saga de Grettir, que procede directamente del roman de Tristán, es un buen ejemplo?!, El þing era el lugar idóneo para ello. Y todavía más, el ping es el lugar ideal en el que, una o dos ve- ces al año, uno puede encontrar a sus iguales, incluso encontrarse con la familia alejada, o frecuentar a los grandes jefes de los que se habla en las veladas de invierno. Existe una gran animación alrede- dor de los bżð, por la noche. Es ahí, por ejemplo, donde se casa a las hijas, es decir: donde se ponen de acuerdo para casarlas, donde se venden o compran las tierras, las mercancías, donde se deciden pró- ximas expediciones que emprender, donde se pagan las deudas o se hacen todo tipo de negocios. Sí, el þing es realmente el centro neu- rálgico de la vida de esas comunidades. LAS GRANDES FECHAS 183 También he dejado voluntariamente de lado hasta ahora un as- pecto más de esta asamblea, que es el religioso. Todo hace pensar que el þing era también ocasión de algunas grandes celebraciones, sea para abrir la asamblea —que, por otra parte, se reputaba de sa- grada, de manera que, si hemos de creer a ciertos textos, no se tenía derecho a llevar allí armas, detalle que, sin embargo, no siempre coincide con los datos proporcionados por las sagas— sea para mar- car sus tiempos fuertes, sea para concluirla. Existe la expresión þinghelgi, carácter sagrado vinculado al ping. De todas formas, la arqueología establece que con frecuencia existió relación directa en- tre un emplazamiento de þing y un vé, aplicándose este último tér- mino a uno de esos lugares de culto al aire libre que me parecen ha- ber sido los únicos «templos» que jamás conocieran los vikingos. Nos hemos encontrado ya varias veces, sea tal cual, sea en com- posición, con la palabra helgi (þinghelgi, por ejemplo); de ella deriva el adjetivo —fundamental aquí— heilagr, que encontramos hoy en el alemán heilig o el inglés holy. El sustantivo se aplica propiamente al estado de inviolabilidad sagrada de que goza un ser humano por el solo hecho, de alguna manera, de existir y de que se le haya dado un nombre, y después se haya integrado en un clan. Digamos que es la expresión de su carácter sagrado, de su participación en lo sa- grado. Una ofensa reconocida, atestiguada, es ¿ipso facto una viola- ción de su helgi, mannbelgi (donde mann = hombre, por supuesto). Cualquiera que atente de forma particularmente grave contra la helgi de otro es un nidingr (hvers manns nióngr: tenido por un in- fame por cualquiera). La lengua no conoce término más violento para condenar esta ignominia. Hay por tanto, a la vez, el senti- miento de un valor sagrado inherente al individuo y la referencia a la opinión común, debidamente codificada por los textos, sobre este punto: bella ilustración también de esa notable dialéctica de lo indi- vidual y lo colectivo en la que se basa el derecho. Pues, dicho sea de paso, tenemos todos los motivos para des- LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) EN 09 confia? de algunas descripciones de «templos» que nos son pro- puestas, sea por las sagas (recordemos que datan del siglo Xi y fue- ron redactadas en su mayor parte por clérigos), sea por testigos a los que se invoca con demasiada frecuencia sin ver que éstos no hacen sino referir relatos de segunda mano. Es el caso de Adán de Bremen: su «descripción» del gran templo de Uppsala, en Suecia, citada tan a menudo, no es directa; no hace más que contar lo que le habría di- cho un testigo al que no cita. He aquí lo que dice Adán”: Este pueblo [= los sviar, los suecos] tiene un templo muy famoso llamado Uppsala, situado no lejos de la ciudad de Sig- tuna o Birka, En ese templo, totalmente cubierto de oro, se ve- neran las estatuas de tres dioses, de manera que el más poderoso de ellos, Thor, ocupa un trono en medio de la sala; Wodan y Fricco están colocados a uno y otro lado. [...] Ese pueblo ve- nera también a héroes divinizados, a los que dotan de inmorta- lidad en razón de sus notables hazañas, como se dice en la vita de San Ansgario, que hicieron para el rey Eric. Para todos los dioses hay sacerdotes destinados a ofrecer sacrificios por el pueblo. Si hay amenaza de hambre, se vierte una libación al ídolo de Thor; si de guerra, a Wodan; si se trata de celebrar ma- trimonios, a Fricco. Existe igualmente la costumbre de festejar solemnemente, cada nueve años, una gran ceremonia de todas las provincias de Suecia. Nadie se encuentra dispensado de asis- * tir a esta fiesta. [...] El sacrificio es de la siguiente naturaleza: de toda criatura macho viva, ofrecen nueve cabezas, con cuya san- gre ungen habitualmente a los dioses. En cuanto a los cuerpos, los cuelgan en el pequeño bosque sagrado anexo al templo. Y este bosquecillo es de tal manera sagrado a ojos de estos paga- nos, que tienen por divino a cada uno de sus árboles a causa de la muerte o la putrefacción de las víctimas. Hay incluso perros y caballos, que son colgados allí con los seres humanos, y un LAS GRANDES FECHAS 185 cristiano me ha dicho que ha visto setenta y dos cuerpos así suspendidos. Además, los cánticos que entonan habitualmente durante ese ritual de sacrificio son numerosos e indecentes; así pues, mejor es guardar silencio a este respecto, Añadamos aún dos detalles: Cerca del templo se levanta un árbol muy alto de gran frondosidad, siempre verde, en invierno como en verano. De qué especie sea, nadie lo sabe. Hay también una fuente, en la que los paganos tienen costumbre de hacer sacrificios, y sumer- gen en ella a un hombre vivo. Si no se le encuentra, es que el voto del pueblo será atendido. Una cadena de oro rodea el templo. Está suspendida de los aguilones del edificio y centellea de lejos para aquellos que se aproximan, porque este joyero está al nivel de las montañas de alrededor como un anfiteatro. He citado ampliamente este texto porque nos sirve, además, de acuerdo con las ideas expuestas en el capítulo II, como un ejemplo perfecto de las confusiones de toda clase que se imputan a este tipo de testimonios. Si bien los detalles que no se refieren directamente al templo son sin duda exactos (el gran árbol, la fuente sagrada, los ahorcamientos de animales o de hombres, los sacrificios humanos, por ejemplo), todo lo que se refiere a este edificio escapa a nuestras investigaciones y hace tiempo que se han señalado las reminiscencias del gran templo de Salomón, en Jerusalén, con el presunto de Upp- sala. En cuanto a los sacerdotes, es sabido que no se trata de tales. En cambio, todo hace pensar que los antiguos escandinavos, así como los germanos en general, consagraban un culto a las grandes fuerzas naturales y a sus emanaciones: fuentes, pozos o cascadas, bos- ques o árboles aislados, lugares altos. Lo que ellos llamaban vé —el 186 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) término significa igualmente sagrado— debía aplicarse a esos elemen- tos ambientales que nada prohíbe situar en el emplazamiento de un þing. Así, en Jelling, Dinamarca, se han encontrado, además de una magnífica piedra rúnica conocida, una tumba y un lugar de adoración que no era ciertamente un templo en el sentido que acostumbramos a dar a esta palabra. Es sabido también que en un þingvellir, en Islan- dia, después de la conversión al cristianismo, se edificará una iglesia. Quería únicamente señalar la estrecha relación entre activida- des jurídicas y legislativas, por un parte, religiosas, por Otra, y eco- nómicas o sociales, por otra. El þing representa verdaderamente una síntesis de la vida de los vikingos, y se comprende, en consecuencia, que ocupara tal lugar en los textos. La transición podrá parecer un poco forzada, pero parece una buena ocasión para hablar algo más en detalle de las prácticas reli- giosas de los vikingos. He dicho bien: de las prácticas religiosas, y no de la religión. No es por azar por lo que quiero enlazar lo reli- gioso y lo jurídico-legal, y por lo que he insistido tanto también so- bre la ligazón orgánica entre el derecho y lo sagrado. No existe «re- ligión» escandinava antigua en el sentido abstracto, conceptual, que estamos acostumbrados a dar a esta palabra. Religión se dice siór (li- teralmente, práctica, costumbre). Pues en vano buscaríamos en los documentos que poseemos una dogmática, textos o costumbres de contemplación, de meditación, oraciones en el sentido que nosotros le damos; ciertamente, no existían sacerdotes tal como nosotros los concebimos, que pasasen una iniciación particular y formaran una casta o incluso una profesión aparte, como ya hemos dicho. En estas condiciones, ¿a qué se reducía la religión de los vikin- gos? La respuesta es evidente: al culto, a gestos significativos con una segunda intención muy utilitaria que responde al «doy para que me des», a costumbres o prácticas inmediatamente realizables. El pa oa “3 LAS GRANDES FECHAS momento central de esta religión es el sacrificio (blót), que puede ser público o privado. Los muy antiguos escandinavos conocieron sin duda los sacrificios humanos. Pero eso nos lleva al principio de nuestra era, a la edad llamada del hierro en esas latitudes. En la época vikinga, nada de ello parece subsistir. En cambio, el sacrificio de animales parece haber sido muy frecuente. Constituía el primer momento del blòt, siendo el segundo la consulta a los augures en esos pueblos tan atentos a las decisiones del Destino, y el tercero, el banquete sacrificial o blótveizla —cuyo desarrollo ya hemos visto a propósito del simple festín, y al que volveremos más adelante— en el curso del cual se consumía la carne del animal inmolado, rea- lizándose libaciones destinadas a los antepasados, a los dioses y quizás también a las personalidades presentes. Se hacían también ju- ramentos constrictivos (de los que la Saga de los vikingos de Jóms- borg nos proporciona un ejemplo excelente). No se excluye que se realizara cierto número de ritos mágicos, como el sejór del que ha- blaremos más adelante, juntamente con el blòt. Ese culto podía dar lugar a manifestaciones de tipo privado que no dejan de evocar, a un cristiano moderno, la veneración de los santos patrones. Al parecer, el vikingo escogía un fulltrái, un pro- tector, por lo tanto (el término significa, aproximadamente, aquel en quien se tiene plena confianza), con el que mantenía relaciones de tipo muy poco común en verdad, cuando se conoce esta cultura. Le llamaba su «amigo querido» (kæri vinr) e incluso llevaba en su es- carcela un amuleto de su imagen. La arqueología ha encontrado va- rios de ellos, que deben de representar a Freyr, Ódinn y Pórr espe- cialmente, y la Saga de los jefes del Valle del Lago nos cuenta la historia mágica del amuleto —de Freyr— que posee Ingimundr el Viejo y que se encuentra milagrosamente en Islandia (cuando Ingi- mundr está en Noruega), en el lugar en que se establecerá el coloni- zador. Por lo tanto, se tiene la impresión de que, en los pequeños detalles de la vida cotidiana, el vikingo mantenía relaciones de tipo ` 188 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) personal y utilitario con el dios o los dioses que había decidido re- verenciar, o que tenían derecho de ciudadanía dentro de su clan. Acabo de citar la Saga de los jefes del Valle del Lago; es notable que, contrariamente a la fórmula seguida en tantas otras sagas, ésta no nos cuenta el destino de un héroe, sino de todo un linaje de god orósmenn (dignatarios que tienen un poder temporal y, se supone, espiritual) cuyo carácter constante es haber dedicado un culto per- sonal a Freyr, como su antepasado Ingimundr el Viejo, ya citado. Detengámonos un instante. Fuera de las muy grandes celebra- ciones de los solsticios (véase págs. 85 y 92-93), no estoy seguro de que el vikingo haya sido un hombre particularmente religioso, tal como nosotros lo entenderíamos. Tampoco de que haya manejado un conjunto de concepciones de tipo abstracto con respecto a lo di- vino. Este hombre pragmático, realista, no practicaba ciertamente la oración, la meditación, ni a mayor abundamiento la mística. Estaba persuadido de la existencia de un más allá, digamos de ese universo de lo espiritual al que debía tener acceso. Pero su «religión» se rea- lizaba mediante actos: sacrificios, ofrendas, cuyo objetivo era refor- zar el poder de lo divino para obtener de él los favores que esperaba. En eso consistía su «fe». Se podría establecer una ecuación estricta entre «creer» y sacrificar. No veo un mejor ejemplo de ello que la actitud del jar! Hákon en el momento de la famosa batalla de Hjórungavágr contra los no menos famosos vikingos de Jómsborg, cuya autenticidad, por su- puesto, siempre se podrá rechazar. (Me parece sin embargo que, so- bre este punto, estamos ante una tradición válida, al menos en lo esencial). El jar! no llega a reducir a los feroces vikingos de Jóms- borg. Al contrario, está a punto de perder esa batalla naval, capital para él. Entonces, nos dice la saga, se dirige a tierra y sacrifica a su diosa tutelar, Porgerdr Hólgabrúdr, que parece haber protegido es- pecialmente a su familia, En vano; la diosa permanece aparente- mente insensible a sus ofrendas. Finalmente, el jarl inmola a su jo- LAS GRANDES FECHAS 189 ven hijo. La diosa no le pedía más, se muestra satisfecha y desenca- dena una violenta borrasca que cegará a los vikingos de Jómsborg y les hará perder la batalla, Digamos que, en cierto sentido, el «con- trato», noción esencial en este universo mental, que acaba de reali- zar el jarl con la Potencia ha sido cumplido: tu hijo contra tu victo- ria. Ejemplo elocuente, más allá de toda fabulación. Dicho esto, que me parece esencial, aunque no sea más que para criticar ciertas ideas admitidas, presentar la religión del vikingo se- gún una óptica del género al que estamos habituados no es fácil. Ja- más se insistirá bastante en ello, en primer lugar porque carecemos por completo de fuentes seguras y autóctonas; después, porque evi- dentemente, esta religión ha pasado por estadios diversos antes de presentar el rostro que conocemos; por último, porque este mismo rostro, que deducimos del estudio de las Eddas y de Saxo Gramático, suscita vivas sospechas. Es simplemente prudente limitarse a algunas afirmaciones comedidas, sin aspirar a juicios demasiado tajantes. No se podría decir si, en su origen, la religión de los antiguos escandinavos parte del culto a los muertos o del de las grandes fuer- zas naturales. He llegado, más bien a título de hipótesis, a optar por la segunda solución?, pero las certezas no son admisibles. Es posi- ble también que la antropomorfización y la individualización de las deidades escandinavas o germánicas antiguas se hayan producido bastante pronto. Se ve ya, en los grabados rupestres de la edad del bronce escandinava (1500 al 400'a.C.), un gigante con lanza, un hombrecillo-verraco y un personaje con hacha o martillo que muy bien podrían ser los arquetipos o prototipos, respectivamente, de Odinn, Freyr y Pórr. El observador queda sorprendido también, pero en una época mucho más reciente, por supuesto, del gran nú- mero de denominaciones en plural o en colectivo que se aplican al mundo de los dioses: guð, god, regin, hópt, bönd, álfar (que son los alfes, no los elfos de nuestros folclores), estr (plural de áss, ase) y va- nir (plural de van, etc.), como si hubiera una especie de imposibili- 190 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) dad de individualizar la idea de dios”. De esta manera, es completa- mente imposible saber si la función de fertilidad-fecundidad debe ser tenida por patrimonio de Odinn (que es el «padre fundador» de todos los grandes linajes), de Pórr (la lluvia benéfica que sigue regu- larmente a la tormenta es el emblema de este dios) o de Freyr (que, siendo un dios vane, parece reinar sin discusión sobre esta función, pero que es presentado a pesar de todo como el «amigo» de los hé- roes). Y una lectura atenta de las Eddas, de los poemas escáldicos, nos ofrece una increíble cantidad de nombres de dioses, de «reyes del mar», de héroes desconocidos por otra parte, de los que simple- mente no vemos qué lugar habrían podido ocupar en el universo di- vino. Sin hablar de la sorprendente cantidad de nombres que se da a ciertos dioses, Ódinn especialmente, que posee más de un centenar. Una presentación cómoda de este panteón, cuya existencia pro- bable ya en la época vikinga y sin duda mucho antes atestiguan las Eddas, entre otros documentos, consiste en partir de un principio psicológico o fenomenológico. Todo lo que podemos saber de esas mentalidades, ayer como hoy, incita a considerar que privilegiaban el orden, la organización, cierto tipo de fuerza no brutal, pero re- sueltamente aplicada a poner orden en el caos. Dinamismo o culto de la acción reemplazarían ventajosamente a la fuerza; nada hay de estático, de paralizado, en este universo; los dioses están perpetua- mente en marcha, como Pórr; no se encuentra tampoco un dios es- condido, todo está claramente dicho y la magia busca mucho más la eficacia que la exploración de los arcanos. Si bien puede reinar un relativo fatalismo en algunas de estas criaturas divinas o semidivinas (los héroes especialmente), hay que hablar de fatalismo activo, ca- minando el héroe voluntariamente hacia un destino que conoce, no por resignación, sino porque sabe, como hemos visto a propósito de la dialéctica destino-honor-venganza, que ese destino es querido por las Potencias. Por consiguiente, podemos proponer, si hemos de sugerir un principio de organización en un conjunto de textos muy LAS GRANDES FECHAS 191 impuros, tres variantes de ese complejo de ideas centradas en la no- ción de Fuerza útil: fuerza de la Ley, del derecho (si es necesario, de la guerra llamada «justa»), de la que ya hemos dado un ejemplo an- teriormente; fuerza del Verbo, de la «ciencia» (poética, mágica); y fuerza de la «producción», de la fertilidad-fecundidad. En realidad, esta especie de tripartición, que tiene la ventaja de ser cómoda, pero que no se pretende autoritaria, tiene también la de coincidir exactamente con la idea de bóndi que ya hemos entrevisto en este libro a cuento de otras circunstancias y por eso la mantengo de forma preferente. El bóndi es jurista y por tanto defensor de Týr, vive en una comunidad regida por leyes cuyos garantes lejanos son los grandes antepasados de su familia; es una especie de «aristócrata», pues es en sus filas donde se elige a los jefes y, ocasionalmente, a los reyes, y debe por lo tanto ser capaz de presidir las grandes operacio- nes del culto, entregarse a ritos mágicos o, en cualquier caso, patro- cinarlos; y, por último, es granjero-pescador-cazador-artesano atento a los valores materiales que permiten sobrevivir a su «casa». Acumula pues en su persona las tres valencias que propongo. Sería difícil ha- cer de él un partidario de un dios más que de otro, pues reúne en su persona la esencia misma del panteón, al que, quizás, reverenciaba. Bajo la rúbrica «fuerza-derecho, fuerza-ley», hay que colocar evidentemente a Tyr, al que ya conocemos. Se advertirá que una ins- cripción, frisona, encontrada en el muro de Hadriano, en Gran Bre- taña, le califica (pues no se ve de quién más podría tratarse) de «Marte Pincsus», Marte (dios de la guerra, por lo tanto) del bing. No podría decirse mejor. No hay que sorprenderse de su relativa discreción en este panteón: es su alma, su presencia es evidente; si no está escondido (otiosus), merecería estarlo. Por otra parte, su nom- bre, que significa simplemente «dios», es a menudo lexicalizado y empleado como sustantivo común: Odinn, por ejemplo, será Ia- 192 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) mado Farmatjx, týr (dios) del cargamento (de los navíos). Es el dios- pacto, aquel que ha asegurado el orden del mundo sellando un con- trato con las fuerzas del caos; ha perdido su diestra, pero de esta ma- nera, el universo está en su lugar. En cambio, Pórr, cuyo nombre, como hemos visto, significa trueno, es uno de los más populares en la época vikinga, con el apoyo de la antroponimia y la toponimia. No necesariamente por las razones de imaginería truculenta que la época actual querría po- ner de relieve: es un dios muy interesado por las cuestiones que nosotros llamaríamos intelectuales; es él quien interroga al enano Alviss para conocer los heiti (sinónimos utilizados en poesía) que réinan «en todos los mundos», y es un mago capaz que se dedica a resucitar a los chivos que ha matado para consumir su carne. Pero es el realismo y el pragmatismo encarnados, y, sobre todo, el dina- mismo en persona. Parte sin cesar «hacia el este» a fin de pelearse con los gigantes, en este caso concebidos claramente como fuerzas del caos. Con su martillo Mjölnir (símbolo del rayo), reduce a todo lo que puede ser nocivo para los dioses y los hombres. Es benéfico y tutelar, ésa es la razón por la que los vikingos le consagraron sin duda una especie de afecto. Es posible que antaño ocupara un esta- us mucho más importante, puesto que se dio su nombre, pdórsdagr, a nuestro jueves, lo que lo equipara con Júpiter, mientras queOdinn, responsable del ódinsdagr, miércoles, correspondería por lo tanto a Mercurio. Es su figura pintoresca, su enorme apetito, su primario sentido común lo que, salvo excepciones, ponen de relieve los poe- mas éddicos. Y es la Fuerza. Tiene para su ejecución un cinturón de uerza, guantes de hierro, y es susceptible de entrar en un furor tal que sus posibilidades físicas se ven centuplicadas. Insisto en su «martillo»: es un símbolo de violencia, por supuesto, como el re- lámpago y el trueno, implica una idea de guerra, pero también de protección contra las fuerzas hostiles, e igualmente de magia, pues a veces se le ve «consagrar» a personajes o acontecimientos con su — so [2o LAS GRANDES FECHAS martillo, así como «consagra» cierto número de inscripciones rúni- cas (Bórr vigi rånar, «que Pórr consagre estas runas»). De hecho, se comprende su popularidad. En la época vikinga, ha «recuperado» atributos de divinidades que o bien no conocemos, o bien fueron relegadas más o menos a un segundo plano, como Tr. Pues, estadísticamente, si puede decirse así, debe tanto a la magia, de la que tendré ocasión de mostrar que tal vez fue lo esencial de esta «religión», como a la inteligencia o el valor marcial. Después de todo, es considerado hijo de Jörð (literalmente Tierra, que en ese universo estaba divinizada) y se desplaza en un carro tirado por car- neros, imagen que remite muy claramente a representaciones vincu- ladas al culto procesional, por otra parte bien atestiguado en el Norte. Y su colusión con el serbal, árbol reputado de mágico, o so- bre todo la relación detallada que hace Snorri Sturluson de su viaje a la fortaleza de Útgardaloki (en su llamada Edda en prosa) lo ponen demasiado en relación con la magia como para que se conserve de él una imagen exclusivamente marcial. Tal vez sea ésa la razón de su éxito entre los vikingos (noruegos e islandeses sobre todo, en reali- dad; los daneses eran aparentemente más odínicos; y los suecos, de- cididamente partidarios de Freyr). Se convirtió poco antes del año 1000 en una especie de divinidad sintética, lo que explica que Adán de Bremen lo tenga por equivalente de Júpiter. Pero, a riesgo de in- sistir demasiado, su carácter verdaderamente notable es que no es ni destructor ni puramente violento, jamás malvado o cínico como Ódinn, y nunca pasivo como Freyr, Es bueno, compasivo, útil a los hombres. Decía que convenía admirablemente al bóndi: es moral, profundamente recto y por lo tanto quizás un poco ingenuo; no es un intelectual de la especie más refinada, pero no tiene nada de es- túpido, ni mucho menos, y es un buen vividor, a veces lascivo, siem- pre sociable. En suma, un dios simpático, y a nuestro alcance. Baldr tiene ciertamente otro origen y es de un tipo diferente. En el límite, podría representar otra tradición. Este dios enigmático no 194 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) nos es conocido más que por los mitos de su muerte y sus funerales, unos y otros muy elaborados y demasiado extensos para ser referi- dos aquí. Subrayaremos simplemente que no es el buen dios pasivo y más o menos oriental que se ha querido ver en él. Saxo Gramático y los escaldas están de acuerdo en darnos una imagen de él resuelta- mente marcial. Por otro lado, querer reducirlo, como hace Frazer, a una divinidad de la vegetación es algo actualmente superado. Se puede decir que en la época vikinga Baldr tiene un valor ejemplar, manifiesta en su persona que ni siquiera los dioses pueden nada con- tra el destino. Es también posible que esta figura, cuyo nombre sig- nifica «señor», haya recuperado al hilo de los tiempos los valores soberanos de las poblaciones que, sucesivamente, le veneraron: mar- cial para los cazadores-pescadores de los tiempos prehistóricos, des- pués pasivo y pacífico para los agricultores-ganaderos que les suce- dieron, y, por último, el ideal vikingo (luz, generosidad, valor, bravura), aunque dudo de ello; habré de precisarlo con Òðinn. En todo caso, está en relación evidente con el sol, del que prolongaría, pero en masculino (sol, sól, es femenino en normánico antiguo, re- cordémoslo), las cualidades de rectitud, fuerza imperiosa y prospe- ridad. Esto me proporciona una transición oportuna para hablar un poco del dios-héroe solar, que se beneficia de una tradición muy rica en el Norte. Es muy tentador, aunque no pueda desarrollarlo aquí, pensar que «la» Sol, casi con certeza la figura de la Gran Diosa, o Diosa-Madre (después Tierra Madre), que adoraron esos pueblos desde los orígenes, como en todos los lugares por otra parte, dio na- cimiento al andrógino que se desdobló en la forma de los gemelos "divinos (equivalentes de los Dióscuros griegos), perfectamente ates- tiguados en Escandinavia. Estos gemelos presentan la característica de ser de los dos sexos, un hombre y una mujer, como Freyr y Frey- ja, y el héroe solar podría perfectamente ser una de las dos caras —la masculina— de ese desdoblamiento. La hipótesis, en todo caso, LA LAS GRANDES FECHAS 19 es interesante, pues podemos proponer al menos tres figuras de ese héroe inicialmente solar: Vólundr, el herrero maravilloso, Helgi bajo una de sus (al menos) tres representaciones y Sigurdr, matador del dragón Fáfnir (Fáfnisbani). De Vólundr, que es el herrero maravilloso de esta mitología —llega a fabricarse alas y a volar—, hay poco que decir aquí, si no es que fue probablemente el primer maestro mago del Norte mítico. Como todos sus semejantes, «ata» mediante el fuego, forma parte pues de esos dioses ligadores que —nunca se insistirá bastante— fue- ron las deidades esenciales de los vikingos. Su figura es confusa: está asociado a las valkyrias por el poema que nos habla de él, la Vólun- darkvida de la Edda poética, y se sitúa, por otra parte, dentro de una genealogía de gigantes debidamente aliterada; su valor arquetípico explica sin duda esta confusión. Prefigura a Loki en ciertos aspec- tos, es una figura impura. No pudo sino agradar a los vikingos en cuanto artesano de genio, aunque es posible que proceda del viejo fondo indoeuropeo que dio lugar a Ícaro o Dédalo. Curiosamente, ese poema éddico prefigura los atroces textos heroicos en los que Guðrún hace comer a su esposo Atli (Atila), por venganza, a los hijos que ella ha tenido de él. Tiene la figura cínica y bribona de Ódinn. Parece que existió un gigante-mago, que Snorri Sturluson nos des- cribe con gran detalle con motivo de un famoso viaje de Pórr en el que el dios del martillo queda en ridículo, y que se llama Útgarda- Loki, Loki de los Recintos-Exteriores, es decir, Loki que habita el tercer círculo, el más exterior, según la visión que los antiguos es- candinavos tenían de la cosmogonía. Ahora bien, como acabo de de- cir, ese Loki es a la vez mago y gigante, a la vez maestro mixtifica- dor y soberano de al menos una parte del Otro Mundo. Sucede que Saxo Gramático conocía igualmente a ese personaje, que nos pre- senta, a decir verdad, en un contexto completamente diferente. No importa, podría ser una especie de arquetipo del que habría salido, sin duda en épocas más recientes, la pareja Odin-Loki. 196 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (300-1050) Por el contrario «los» Helgi, pues son al menos dos y su nom- bre significa simplemente «sagrado» o «santo», corresponderían más a nuestras ideas habituales referentes al héroe. Son el tema, por otra parte, de poemas éddicos más acordes con lo que hemos convenido en colocar bajo el vocablo «vikingo»*, Están, como Vólundr, en re- lación constante con las valkyrias (Sigrún, Sváva, Kára). Su antigüe- dad, su frecuencia en la toponimia, nos incitarían a colocarlos bajo la rúbrica muy conocida en la historia de las religiones: diosa-ma- dre-héroe solar, a conferirles por tanto un valor realmente fundador. Y se ajustan bien a las ideas generalmente admitidas respecto a los vikingos. Citemos al mengs, para ilustrar estas palabras, las estrofas 26 y 27 de Helgakviða Hundingsbana 1, que ofrecen la imagen con- vencional pero elocuente de la flota vikinga en pleno esfuerzo: Después el rey del mar derribó las tiendas para que la multitud de los hombres del príncipe velara, para que los reyes vean despuntar la aurora y los valientes guerreros suban a lo alto del mástil los paños tejidos en Varinsfjórór. Hubo estrépito de remos y ruido de hierro, escudo contra escudo magullados; reman los vikingos. Cubierta de espuma va, con su noble príncipe, la flota del rey ' muy lejos de tierra firme. LAS GRANDES FECHAS 197 Pero Vólundr o Helgi se desdibujan detrás de Sigurór, matador del dragón Fáfnir (Siegfried en la tradición alemana)?ó, que es quizá de origen más reciente, aunque su figura sea Igualmente muy com- pleja y no admita una explicación única y definida. En la época vi- kinga fue EL héroe mismo. Lo que no deja de sorprender, pues este héroe tiene como característica el no haber hecho nunca nada he- roico en el sentido que estamos acostumbrados a dar a este epíteto. La forma en la que debió emboscarse en un hoyo para llegar a ma- tar al dragón no tiene nada de admirable, y no es él quien atraviesa el muro de llamas que rodean a la valkyria dormida: es su caballo Grani, hijo del prestigioso Sleipnir de Ódinn. No insistiré en el fondo histórico que tal vez recubre esta figura, como tampoco en sus aspectos propiamente legendarios; tampoco en su aspecto solar, evidente y simbolizado por el oro del Rhin, entre otros. Tampoco me detendré en sus evidentes colusiones con buen número de divi- nidades conocidas, como Baldr, de quien tiene la rectitud, Týr, por la razón que diremos, Pórr en cuanto héroe, Odinn sobre todo, con el que está claramente relacionado en los textos. Quiero única- mente llamar la atención sobre el hecho de que este héroe es tal por razones de una ética elevada. Representante del clan real, está unido por la fraternidad jurada (el rito bien conocido del fóstbræðralag) con sus cuñados y es su fidelidad a la palabra dada la que, final- mente, será responsable de su muerte sin gloria (sin gloria, siempre en el sentido heroico convencional: los textos le hacen morir, bien asesinado vilmente en un bosque, bien tumbado en su lecho). Pero es justo decir que reúne en su persona los tres rasgos de la antigua ética heroica nórdica: sabe, por supuesto, desde el principio, cuál será su destino, lo acepta, después lo asume; surge de una concep- ción altamente aristocrática de la sociedad —es un Vólsungr—” y debe por tanto plegarse a sus normas, y, en definitiva, ha dado su palabra. Una cosa debe advertirse: se trate de Vólundr, de Helgi o de Si- 198 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) gurór, la proeza, la gesta, el golpe violento ejemplar, no están casi nunca en un primer plano. Llegará el día en que las sagas —que son textos claramente redactados después de la era vikinga, no lo olvi- demos— considerarán un deber ridiculizar al fierabrás bajo la forma del garpr o el berserkr. Volvamos a decir aquí de otra forma que lo que el vikingo apreciará más que nada será la inteligencia, la astucia, el saber hacer, pero no, ciertamente, el músculo. Quiero señalar este punto a partir de los textos de los que, cabe pensar, reflejan la visión de la vida que tenían esos hombres. No quiero tomar aquí en consi- deración las célebres sagas legendarias (fornaldarsógur)?*: notoria- mente, están más o menos inspiradas en modelos no escandinavos, y se sitúan en la línea de nuestras literaturas corteses. Lo que es sor- prendente es que, en ninguna parte, o casi en ninguna, en los poe- mas heroicos de la Edda, se nos presentan grandes gestas guerreras, sangre roja en la hierba alta, palafrenes partidos en dos con su caba- llero, etc. En cambio, qué de cálculos, qué de artimañas, en una pa- labra: qué de hipocresía (el ciclo de Atli está lleno de ella). Vamos más lejos, el verdadero heroísmo, en muestra opinión, es asumido por mujeres (Brynhildr y Gudrún, especialmente), pero los hombres se fían más a su buen sentido práctico (éste se denomina vit en nor- mánico antiguo) y lo que les ata, lo que les hace trágicos también, es, de ordinario, el respeto a una ética del clan, la fidelidad, la camara- dería, así como una conmovedora sumisión al Destino todopode- roso. Una observación más. Pongamos que los tres Helgi no forman más que uno y que Vólundr no haya sido inicialmente un dios o un gigante (una tradición no deja de dotarle de una genealogía debida- mente aliterada de gigantes). Los tres, Vólundr, Helgi y Sigurðr agotan todo lo que podríamos poner bajo el vocablo «héroe», a ex- cepción de la fuerza brutal o la hazaña «deportiva». Helgi asumiría su rostro sagrado y mágico, Vólundr, el aspecto de maestro de las técnicas, Sigurdr, el rostro propiamente ético. Algunos textos nos dicen de un gran artesano que era «un verdadero Vólundr», a pro- LAS GRANDES FECHAS 199 pósito de realizaciones artísticas; la toponimia prueba que Helgi era considerado una entidad tutelar muy popular, y la antroponimia, que Sigurdr fue uno de los nombres más corrientes entre los vikin- gos. Quizás, en diacronía, los tres personajes representen tres esta- dios sucesivos: Vólundr sería entonces el más antiguo, y Sigurár, el último en nacer. Según la situación o el momento podía ser posible colocarse bajo la égida de uno u otro. Pero ninguno adopta una ima- gen de fuerza brutal: se ve que el vikingo, decididamente, no tiene nada que ver con un guerrero brutal. No dejaré esta primera parte de la presentación de la religión del vikingo (fuerza-ley, fuerza-derecho) sin hacer una rápida alu- sión a algunos poderes antitéticos de aquellos que acabamos de ver, fuerzas del desorden si me puedo expresar así, es decir, los gigantes, Sutr, y, sobre todo, Loki. De los gigantes, que fueron probablemente los primeros ocu- pantes de ese mundo sobrenatural, hay poco que decir: son fuertes, colosales, son las fuerzas de la naturaleza personificadas, y su anti- güedad explica que posean la ciencia de los secretos primitivos; ésa es la razón por la que con frecuencia se ve cómo los dioses acuden a ellos en busca de un saber esotérico. Son los enemigos personales de Pórr, que va continuamente hacia el este para pelearse con ellos. Re- presentan un estadio sin ninguna duda arcaico de esta religión, están unidos al caos inicial (en particular, el hermafrodita fundamental Y mir) y su rivalidad con los dioses se explica de ese modo; aunque, muy a menudo, casan a sus hijas con los citados dioses. El lector cu- rioso podrá hacerse una idea de lo que pudieron ser esas criaturas interesándose por el troll de los cuentos populares noruegos, que, devaluado y reducido a la talla humana normal, debe representar el resto de entidades mucho más antiguas. Por lo demás, uno de ellos, que es más un gigante que un dios, Sutr (cuyo nombre significa lisa y llanamente negro) presidirá el Ragnarók* y simboliza claramente el fuego destructor. 200 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) La interpretación de Loki es mucho más temible y los investi- gadores más eminentes han tropezado con su extraña figura? No decimos que sea el dios del «mal», pues esta formulación no tiene sentido para los vikingos, sino más bien que engendra el desorden en todos los dominios posibles. Se puede avanzar una rápida pre- sentación de él en diacronía. Pudo ser, inicialmente, como se ha di- cho, una especie de gigante-mago como elÚtgarda-Loki que se burla de Pórr en la Edda de Snorri; en cuanto gigante, es padre de los tres monstruos, Fenrir, Hel y Miðgarðsormr, que son figuras ambiguas como su padre, puesto que son a la vez útiles y maléficos. El ejem- plo más importante es Miðgarðsormr, la gran serpiente cósmica que mantiene el mundo en su lugar y en orden en el repliegue de su cuerpo, puesto que su cabeza muerde su cola, pero que será respon- sable directa del Ragnarök el día en que afloje su opresión. Por otra parte, los tres monstruos han conservado algo del gigante primitivo, puesto que sus mismos nombres remiten al elemento líquido (en el nombre del «lobo» Fenrir entra la idea de ciénaga, fen-), telúrico (Midgarór es nuestra tierra, el mundo de los hombres), o incluso subterráneo (Hel, la señora de los «infiernos» de esta mitología, tiene un nombre que significa lo que está cubierto, escondido). En un segundo momento, Loki pudo tomar forma de daimon: de ahí su notable poder de metamorfosis (como yegua, halcón, mos- ca, foca, etc.), cada vez para llevar a término un proceso en curso. Es posible que el sustantivo loki remita a la idea de fin. Ésta sería la cara digamos «griega» del personaje, ya asumida de otra forma por su figura prometeica en la primera de sus acepciones (y como el Titán, sufrirá un suplicio particularmente atroz). Es posible que sea más reciente su extraña colusión con Ódinn (se suponen hermanos jurados), que, desde diversos puntos de vista, se le parece mucho. El hecho es que se supone que ambos participaron (así como el desco- nocido Hoenir) en la creación del hombre y la mujer. Por otra parte, uno de sus nombres, Loptr, haría de él una especie de genio aéreo LAS GRANDES FECHAS 201 (lopt significa aire, atmósfera). A menos que se acepte, conforme a algunas de nuestras fuentes, la paronimia loki-logi (donde logi = llama), que le pondría en relación con el fuego. Pensamos entonces en Luki-fer, teniendo en común las dos criaturas el carácter de ca- lumniadores (aquí en la Lokasenna de la Edda poética). Otros eruditos han querido ver en él la figura escandinava del trickster de las mitologías norteamericanas. El hecho es que tiene un lado «farsante» o de «diablillo», incluso grotesco (su forma de di- vertir a la diosa Skaði, por ejemplo) y que puede pasar también por un héroe civilizador (se le acredita la invención de la red, rasgo no despreciable para unas poblaciones cuya actividad fundamental era la pesca). Es en todo caso un gran ladrón: roba las manzanas de ju- ventud de Iðunn, la cabellera de Sif, esposa de Pórr, el gran collar Brisingamen de Freyja, etc. Paso por alto una interpretación de tipo naturalista que quiere hacer de él una araña, basándose, principal- mente, en el hecho de que «ella» engendra el caballo Sleipnir, que tiene ocho patas y se desplaza a una velocidad sorprendente. Pero creo que Loki se entiende fácilmente desde la visión ética vikinga. Es el mal-desorden, el saboteador, el calumniador, el que impide que el mundo funcione correctamente. Por otra parte, no tiene honor, es un sin derecho, sin ley, sin fe; es, por decirlo así, un anti-Tyr. Esto podría dar cuenta de su figura, en conjunto barroca. Y también, por supuesto, del hecho de que no figure jamás ni en la toponimia ni en la antroponimia. Por otra parte, es necesario examinar las divinidades que tuvie- ron derecho de ciudadanía en la época vikinga, pero que son quizá menos fácilmente comprensibles desde la perspectiva del análisis ético de su personalidad. Sin embargo, se trata siempre de orden y de fuerza, pero ejercida por el Verbo, bajo la forma de la «ciencia», es decir, de la poesía y la magia, o bien de una de las dos. Desde un punto de vista natural, las divinidades examinadas aquí estarían más en relación con el elemento líquido. Diremos algunas palabras de 202 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Ægir, de Óðinn y de Heimdalir, Antes de seguir adelante, una observación importante: es evi- dente que los tres dioses que conocieron un mayor favor entre, di- gamos, el siglo vit y el siglo x1, en el Norte, son Óðinn, Pórr y Freyr. Es, por otra parte, esta triada la que menciona Adán de Bremen en un testo que ya hemos citado%, Parece sin embargo que cada una de las etnias de daneses, noruegos y suecos, no siendo estrictamente idénticas —es algo que hay que recordar siempre a quienes no ven diferencias bajo la denominación de «nórdico» o «escandinavo»—, tuvo un dios privilegiado. Pórr debió de gozar de un favor particu- lar entre los noruegos, Ódinn entre los daneses, y Freyr, a no dudar, entre los suecos. La observación no tiene nada de secundaria. Si se mantiene que la religión y los dioses son en parte la proyección de las aspiraciones de los hombres que los confiesan, hay ciertamente visibles correspondencias entre cada uno de los pueblos menciona- dos y su dios «mayoritario», lo que no impide la presencia de las constantes que aquí vamos descubriendo poco a poco. Ægir, cuyo nombre significa exactamente «océano» (es la misma palabra que el griego okeanos), es una divinidad acuática de la que es difícil decidir si se trata de un gigante o de un dios propiamente dicho, ambigiiedad que nos encontramos sin cesar. Es el cervecero de los dioses y la importancia de la cerveza en este culto, que ya he- mos entrevisto, basta para poner de manifiesto el papel eminente de este dios. Su mujer, Rán (literalmente, «pillaje»), es una mujer temi- ble que acecha a los marinos para hacerles perecer cogiéndoles en las mallas de la red que arroja sobre ellos. Un extraño complejo de muerte y magia reina sobre esta pareja, cuya relativa insignificancia en una cultura promovida ante todo por y para marinos o navegan- tes no deja de asombrarme. Es cierto que casi todos los dioses tie- nen un vínculo cualquiera con el barco, la navegación, el mar (por LAS GRANDES FECHAS 203 ejemplo, el Vane Njórór habita en Cercado-de-las-naves, su hijo Freyr posee el maravilloso esquife Skiðblaðnir, Pórr tiene de parti- cular que es capaz de vadear mares y océanos, etc.), pero este as- pecto capital del vikingo no parece haber sido proyectado, sin em- bargo, sobre una entidad divina dada con toda la fuerza que hubiese sido de esperar. Pero hay que hablar sobre todo de Òðinn (Wotan, Woden), di- vinidad polimorfa y compleja, cosa de la que sus defensores eran ciertamente conscientes, como lo prueba la buena centena de nom- bres diferentes que le daban, los más representativos de los cuales son Grimnir o Grimr: enmascarado. Tiene un lugar tan importante en este panteón que sin duda vale la pena detallar un poco su ima- gen. Proponemos seis aspectos que tratamos a continuación. Odinn es, en primer lugar, el dios de los muertos, el dranga drót- tinn, el gran psicopompo de este universo. De ahí también su cien- cia de la necromancia, sus colusiones íntimas con los ahorcados. Es su dios, hangagud, y no es improbable que haya sido a él o a uno de sus arquetipos a quien se sacrificaran los ahorcados que se han en- contrado en las arcillas azules de Jutlandia, de comienzos de nuestra era. No obstante, el hecho no es seguro: podría tratarse también de alguna divinidad desconocida, probablemente femenina, de la ferti- lidad-fecundidad. Ódinn se vanagloria, sin embargo, en las Håvamål de la Edda poética, de haber adquirido la ciencia de las cosas supre- mas después de un ahorcamiento ritual. Toda la imaginería de la Val- höll (Walhalla), de la que él es el gran señor, con sus combatientes de elite (einherjar) servidos por las valkyrias que han ido primero a los campos de batalla a designar, bajo las Órdenes del dios tuerto, a los susodichos einberjar, responde a esta temática. En segundo lugar, si no en primero, Òðinn es el uates, el dios- vidente, el sabio (fròðr, vitr), sea que patrocine a los escaldas, para los que ha realizado un gran esfuerzo, ya que fue él quien supo ro- bar el elixir poético a los enanos y los gigantes que lo poseían, o que 204 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) arrebate, de la cabeza del gigante-dios Mimir (cuyo nombre signi- fica memoria), al que ha embalsamado a este efecto, los secretos de toda ciencia, especialmente escáldica o mágica. Es el «padre de [todo] canto mágico» (galdrs föðr); los Håvamål precisan que per- maneció colgado «en el árbol azotado por los vientos» nueve noches para obtener el conocimiento de las cosas ocultas. No se excluye, por lo demás, puesto que fue el dios de los escaldas, que éstos le ha- yan hecho un lugar y hayan «inflado» su importancia. Es también un dios-chamán que obtiene sus prerrogativas a partir de pruebas iniciáticas fácilmente identificables, que nos son descritas en las Grimnismál de la Edda poética. Sin detenernos aquél, existén sorprendentes semejanzas entre ese dios y lo que po- demos saber de los chamanes?, siendo algunos detalles de una sor- prendente similitud. Así, al igual que el chamán, para irse al otro mundo, debe montar a horcajadas su caballo, que es el poste central de la yurta de los pastores mongoles grabada con nueve muescas, Odinn dispone del gran árbol Yggdrasill, cuyo nombre significa ca- ballo deOdinn (Y grr, «temible», es uno de los nombres del dios), en el que monta para dirigirse «a los nueve mundos». Y le vemos, en los Baldrsdraumar por ejemplo, resucitar a una muerta para sonsacarle informaciones sobre la suerte del dios Baldr en el otro mundo. Es evidente que, bajo esta perspectiva, Odinn adopta ciertos rasgos del (rey)-sacerdote-sacrificador, del que deberemos volver a hablar, en la medida sobre todo en que este «sacerdote» preside los ritos de adivinación. Sin embargo, en lo mental, su retrato no es más atrayente que en lo físico. Es notoriamente cruel, trapacero, cínico, misógino. No se puede nunca contar con él y los escaldas, de los que es sin em- bargo «patrón», lo repiten a porfía. Uno de sus sobrenombres lo re- sume perfectamente: es Bólverkr, promotor de la desgracia. Que Obinn fuera un dios muy importante para los vikingos, incluyendo esta vez a todas las nacionalidades, es algo que no ofrece duda. Y LAS GRANDES FECHAS 205 siento, al decirlo, que voy a decepcionar al lector, pues este dios está muy lejos de corresponder a la idea que habitualmente se tiene de una divinidad «vikinga», Veamos el retrato que se puede hacer de él según numerosos textos: tuerto, feo, de barba gris, vestido con un manto azul mugriento, y tocado con un sombrero de fieltro lacio que cae sobre el ojo que le falta y que entregó en prenda a Mimir para obtener la ciencia de los grandes secretos sagrados. Inicialmente también pudo ser un gigante. Hay en Litsleby, en Bohuslán (Suecia), entre los grabados rupestres, un gigante con lanza que podría ser su arquetipo. No se ha dejado, por otra parte, de dotarle de una ascendencia de gigantes, debidamente aliterada, y muchos mitos que le conciernen (justas de saber, invención del eli- xir de la poesía, concepción de sus descendientes y vengadores) lo ponen en relación con gigantes o gigantas. De ahí vendría su aspecto fundador: del universo que edifica a partir del cuerpo del hermafro- dita fundamental, Ymir; del mundo divino que mandó hacer por medio del maestro constructor de Ásgarór; de la especie humana, puesto que participó en la creación de Askr y Embla, la primera pa- reja humana; y de las dinastías reales, que se sienten obligadas a re- montarse hasta él. Esto puede tomar aspectos graciosos: un bóndi islandés del siglo X1, que hizo consignar su genealogía, la hace re- montarse en última instancia jal dios de los cuervos! (Se trata de Sturla Pórdarson, padre de los célebres Sturlungar a los que está consagrada la Sturlunga saga). En quinto lugar, Ódinn es el dias de la victoria. Se ha leído bien: dios de la victoria (Sigtr), no dios de la guerra (el normánico anti- guo no tiene, por otra parte, vocablo para «guerra»; no dispone más que de «no-paz», ófridr). Si acaso, está Herjafódr, padre de los ejér- citos, pero decididamente nada en relación directa con la idea de guerra, Podemos comprender que es el dios que otorga la victoria a sus protegidos, por cualquier medio. Esto significa que la astucia no está proscrita del todo, no más que ciertas disposiciones que nos- 206 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) otros llamaríamos estratégicas. Ódinn es un dios inteligente que combate con su cerebro más que con sus brazos. Se le acredita tam- bién como inventor de la formación en ángulo (fylkja hamals, svinfylling: véase pág. 125) y un texto como las Hamdismál (Edda poética, en el ciclo heroico) lo muestra aconsejando a sus defensores cómo proceder para vencer a un enemigo considerado invulnerable. Ahora bien, nos encontramos con que su forma de actuar coincide exactamente con todo lo que podemos saber de la manera en que los vikingos hacían la guerra. Ellos también preferían la astucia y la in- teligencia a la brutalidad, Los anales y relatos contemporáneos están llenos de esas estratagemas que los «orgullosos hijos del Norte» preferían a los enfrentamientos directos, y no hay razón, que yo sepa, para rechazar su autenticidad. Podemos suponer que las suce- sivas estratagemas que emplea, por ejemplo, Haraldr el Despiadado en la saga que lleva su nombre? sean básicamente literarias, pues el- gunas se encuentran en otros textos y están acreditadas en otros per- somajes, pero esto no es obstáculo para que, en lo esencial, el autor no haya inventado. Se debe ciertamente admitir la existencia de los famosos guerreros-fieras o berser-kir (camisas de oso) o úlfhednar (pellizas de lobo) que entraban en estado de furor y se hacían capa-, ces entonces de hazañas sin igual en el cuerpo a cuerpo. No se ex- cluye tampoco que una práctica particularmente cruel y detallada por nuestras fuentes, como el «águila de sangre» (blodórz), que con- sistía en cortar la espalda de la víctima, entre dos costillas, sacarle los pulmones, y desplegarlos como alas —es posible que esta prác- tica fuera conocida ya en la edad del bronce, pues algunos petrogli- fos podrían remitir a ella—, haya tenido un valor cultual o ritual y haya sido colocada bajo el signo de Òðinn. El cual, para terminar con él, acabó por ser el dios supremo, Alföðr, pero parece necesario ver ahí una interpretación cristiana. En realidad, su nombre le resume por completo: es ódinn, es de- cir, dios del dd (alemán Wut, latín furor). Se trata de ese estado de ha o M LAS GRANDES FECHAS trance o frenesí que puede apoderarse de un ser humano y que le lleva a superar considerablemente sus capacidades ordinarias, bajo el efecto de la pasión amorosa, de la ebriedad guerrera, de los vapo- res de la orgía, del ejercicio sacerdotal, de las prácticas de magia o de la inspiración poética. Entonces, el ser humano se hace capaz de rea- lizar cosas sin medida común con sus capacidades ordinarias, multi- plica por diez sus posibilidades naturales: experiencia en suma bas- tante común que todo el mundo experimenta un día u otro. No sé si Snorri Sturluson, en su Ynglinga saga, pretende, como es habitual en él, tener un rasgo de humor cuando describe a los guerreros-fie- ras notoriamente al servicio de Odinn o poseídos por él, pero la ten- tación de creerlo es fuerte: «Combatían sin cota de mallas, como pe- rros o lobos rabiosos, mordían su escudo y poseían la fuerza de un oso o un toro. Masacraban a sus adversarios y ni el fuego ni el hie- rro hacían mella en ellos. Es lo que se llama el furor del berserkr [berserksgangr]». Ésa es la razón por la que Rodolfo de Fulda dice, en el siglo 1x: Wodan id est furor, y Adán de Bremen, en el pasaje que hemos citado, no dice otra cosa: Odín, es decir, el Furioso. El hecho de que en su Valhóll no se alimente, se supone, nada más que de vino, va en el mismo sentido. Y la lista, que acabamos de enume- rar, de los dominios donde se manifiesta ese furor resume también la compleja personalidad del dios. Figura barroca, también (piénsese de nuevo en Loki, que ha suscitado la misma observación y se su- pone que es hermano jurado de Ódinn), figura, en cualquier caso, que no coincide con nuestra imaginería. Con sus dos cuervos encar- gados de volar «por los mundos» para que le traigan noticias «de to- dos los mundos», o sus dos lobos Geri (Voraz) y Freki (Glotón), su lanza Gungnir, su anillo Draupnir, del que gotean, todas las noches, nueve anillos semejantes, su caballo Sleipnir, que tiene ocho patas y se desplaza con una velocidad sin igual tanto por el aire y el agua como sobre tierra firme, no tiene decididamente nada de un «dios hermoso», aunque en el mismo texto Snorri lo haya presentado, al 208 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) principio, como muy bello, Acabo de sugerir en diversas ocasiones que Odinn era sin duda perfectamente representativo de la mentalidad de los antiguos es- candinavos. Y más exactamente de los vikingos. Repetiré que era también el Farmatyr, el dios de los cargamentos. En resumen, no fal- taban razones para que los observadores latinos lo asimilaran a Mer- curio, pues hay semejanzas entre los dos dioses. No podría afirmar queÓdinn haya sido el regente de la primera función duméziliana*?; le falta, para hacerlo, el aspecto jurídico, que corresponde, como he- mos visto, a Tyr. Acabo de denunciar su adecuación forzada a la se- gunda función: es en realidad un estratega mucho más que un gue- rrero. En cuanto a la tercera, aparece en un segundo plano, pues no es sino por inferencia y por haber fundado las dinastías reales por lo que se puede ver en él un garante de la fecundidad. En cambio, tiene un lado esotérico que no puede engañar. Él es LA ciencia, el encanto en el sentido latino del término. En una sociedad forzosamente mi- noritaria y que debía imponer su gusto por la aventura y su deseo de conquista por otros medios que la fuerza bruta, no podía sino te- ner un lugar importante. Uno de los indiscutibles errores wagneria- nos fue hacer de él una divinidad marcial. No dejaré nunca de repe- tir que no hay ninguna posibilidad de confundir a los vikingos con las hordas del Tercer Reich. Los dioses que los primeros veneraron, incluido Òðinn, impiden tajantemente esa identificación. De Heimdallr, el dios centinela de los dioses, que ve crecer la hierba y oye cómo crece la lana en los lomos de los corderos, aquel que anunciará el Ragnarök soplando en su lor (especie de cuerno o trompa de los Alpes), no habría hablado si no me pareciera que ilus- tra con una pertinencia particular la mentalidad religiosa de los vi- kingos. Su nombre significa probablemente «pilar del mundo», y esta etimología abre perspectivas muy interesantes sobre la concep- e to > so LAS GRANDES FECHAS ción del hombre, de la vida y del mundo de estos pueblos. Pues con- cibieron, en otra fabulación, un exis mundi, una universalis co- lumna, por emplear los términos de Adán de Bremen, que tiene nu- merosas correspondencias en otros ámbitos indoeuropeos, el védico en particular (el skambha). Se trata, por supuesto, del gran árbol Yggdrasill, ya evocado aquí varias veces, y que otras fuentes nos ofrecen como depósito de las almas no nacidas, o de todo destino, así como de la quintaesencia de todo saber. El hecho es que, si se co- tejan todas estas fuentes, directas o indirectas, constatamos que pre- side todo destino (las Nornas*, divinidades fatídicas, están en la base de una de sus raíces), todo saber (el gigante Mimir, que ya hemos encontrado, posee igualmente una fuente cerca de otra raíz de este árbol) y toda vida (aunque no fuera más que por la intensa anima- ción que provocan los animales de todas clases, ardillas y cérvidos en particular, que viven en sus ramas y a su alrededor). Un árbol, en es- tas latitudes, una conífera sobre todo (Yggdrasill podría ser un tejo), simboliza magníficamente la Vida que desafía la falsa muerte del in- vierno. Partimos de los grandes antepasados, de los grandes muertos que fueron sin duda los primeros «dioses» de este panteón, pasamos al culto de las grandes fuerzas naturales que hemos encontrado mu- chas veces, no olvidamos que la magia es la atmósfera normal, de al- guna manera, en la que evoluciona este universo. Ahora bien, Heim- dallr-Yggdrasill desempeña exactamente el mismo papel que Miógarósormr, en la medida en que asegura verticalmente la cohe- sión del mundo, como Midgardsormr en el plano horizontal, Pero Miðgarðsormr recibe también el nombre de Jórmungandr, literal- mente vara mágica gigante. Nos sentimos por lo tanto con funda- mento para proseguir la ecuación comenzada más arriba al escribir: Heimdallr = Yggdrasill = Miógarósormr = Jórmungandr. Es decir, en el estadio de la antropomorfización e individualización de las en- tidades divinas, un recorrido completo del mundo sagrado. No me queda más que examinar los dioses que asumen la ter- 210 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) cera cara de esta noción de orden o poder que comento. Se trata de las fuerzas de producción, de fertilidad-fecundidad, en estrecha re- lación con tierra, agua y aire: los Vanes. Nociones muy antiguas, sin duda, cuyos arquetipos no es difícil descubrir mirando hacia el enig- mático Fjórgyn(n) bisezuado(a), cuyo nombre significa «el que fa- vorece la vida», o hacia los Dióscuros de esta mitología, o, lo que es igual, del andrógino verdaderamente constitutivo de la mentali- dad escandinava antigua o moderna, sueca principalmente*, Los Vanes son, visiblemente, divinidades procedentes de una cultura agraria, en estrecha relación con el culto a los muertos y, por consi- guiente, con la magia. Son divinidades de la riqueza, de los bienes de este mundo, de la voluptuosidad, de la paz, del amor. Se les dedicó un culto fálico bien atestiguado por un texto extraño como el Vólsa þåttr” o por piedras levantadas como la de Ródsten, en Óstergó- tland*%, No sorprenderá constatar que esos dioses son bisexuados. Se trata de Njórdx, que es un hombre en esta mitología, pero que Tácito, en su Germania, nos presenta como una diosa, con este in- teresante comentario: Nerthus id est Terra Mater, que preside la na- vegación y el comercio, es decir, todo el ideal de los vikingos. Por lo demás, se ha casado con una «mujer», Skaði, que lleva un nombre de género masculino (y que podría haber dado su nombre a Escandi- navia”). Tuvo de su hermana dos hijos, que no son quizás más que un solo ser, siendo uno el paredro del otro, los gemelos Freyr y Freyja, cuya popularidad fue grande, tanto en la toponimia como en los mitos. Un amuleto encontrado en Suecia representa por otra parte, ciertamente, a Freyr en una postura itifálica sin ambigúedad. Un soberbio mito detallado en Skirnisfór de la Edda poética nos describe los amores del dios y una bella giganta, Gerdr (su nombre significa campo vallado, por estar preparado para la agricultura), es decir, del dios sol primaveral con la tierra germinante, a la que él hace dar fruto. El animal simbólico de Freyr es un verraco, y el de Freyja una cerda, sr (que podría, perfectamente, haber dado nom- e sm a pm LAS GRANDES FECHAS bre a los suecos, sviar, adoradores de la cerda). Uno y otra regentan los años fecundos y la paz, son dioses til års ok friðar, fórmula (que ya hemos visto, pág. 63) que se aplicará igualmente al rey sagrado, que sería expresamente elegido para este fin y que era implacable- mente inmolado si fallaba en su cometido. En otras fabulaciones Freyr es el equivalente de Fròði, quizás personificación del adjetivo sustantivado fródr, que vehicula las connotaciones de sabio y fe- cundo por su saber. Por lo demás, si bien es posible relacionar la pa- labra freyr con la idea de señor, maestro, no es imposible ponerla en relación con la noción de simiente. En conjunto, la temática es sólida. Lo es todavía más a propósito de Freyja, de la que ya he dicho que era, eventualmente, la cara femenina de la misma representa- ción. Freyja reúne los diversos sentidos que puede contener la pala- bra francesa maítresse [señora, ama, maestra, amante]. Por otra par- te, se mueve en una atmósfera muy sexual, con su carro tirado por gatos, su gran collar Brisingamen, sus profundos conocimientos de magia y su dominio sobre los muertos. Posee toda una serie de va- riantes, que Snorri Sturluson detalla detenidamente, variantes que ilustran facetas interesantes de esta muy rica personalidad: Hórn que simboliza el lino, Gefn o Gefjón, que es la que «da», Îðunn, la que tiene las manzanas de la juventud, y Syr, como ya hemos dicho. Recordemos que «señora de la casa» se dice húsfreyja (donde hús es casa), lo que nos remite al tema de Isis y Osiris, y hay que recordar el mito según el cual Freyja se casó con el dios Ódr (ante cuya au- sencia, y en su espera, llora lágrimas de oro). La homología Freyja- Or y Frigg-Ódinn se impone. Por eso coloco aquí a Frigg, que, hablando con propiedad, debe- ría ser asociada con los ases, puesto que es la esposa de Ódinn, pero que es confundida con mucha frecuencia con Freyja, en primer lugar por razones paronímicas. En realidad, parece que la imaginación reli- glosa escandinava antigua hubiera querido, no sin lógica, descompo- ner la arcaica noción de Gran Diosa, o Diosa Madre, incluso Tierra 212 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Madre, en sus tres aspectos: la amante (que sería Freyja), la esposa (Frigg) y la muerte (Skaði) que toma de nuevo a sus hijos después de haberles dado la vida o, con más exactitud, en un mundo que no ha- cía del paso entre la vida y la muerte una solución radical de conti- nuidad, que los admite en otro estado después de su tiempo de vida terrestre, Pues ya he señalado esta ausencia de demarcación clara en- tre los dos reinos. Pero no habrá que deducir de ello el desprecio de la muerte entre los vikingos. El célebre «muero riendo», que se su- pone afirmó Ragnarr Lodbrók en su fosa de las serpientes, ha hecho correr demasiada tinta. Simplemente, no tenían de esa dicotomía la misma concepción que nos hacemos nosotros. Amaban la vida, Dios lo sabe, pero eso no significa sin embargo que la muerte les apareciera con aspectos desoladores. Tampoco estoy seguro de que haya que es- tablecer una diferencia absoluta entre las dos imágenes del «paraíso» (véase p. 163) o, al menos, del más allá que atestiguan nuestros textos, la Valhóll, que ya hemos visto sumariamente aquí, y Hel, que se aplica tanto al más allá como a la diosa —visiblemente una variante de Skadi— que lo preside. Una y otra parecen ser igualmente antiguas, como testimonia la poesía escáldica. No veo tampoco que la Valhöll sea más claramente guerrera, más aristocrática. Los einberjar que la pueblan están dispuestos a afrontar el terrible combate del Ragnarók, sin duda. Pero su señor, Oinn, sabe en su divina presciencia que ese enfrentamiento será vano, puesto que todo perecerá, en un primer momento, antes de la regeneración universal. Paraíso guerrero inútil, por consiguiente. ¿Se puede afirmar que uno de esos más allá es más espiritual que el otro, desde el punto de vista de esas mentalidades? De todas formas, este rápido retrato de las entidades divinas en las que creían, tal vez, los vikingos, bastará para convencer de la ela- boración y la riqueza de su concepción del hombre, de la vida y del mundo. Es simplemente ridículo hablar de civilización «bárbara» en este caso. Es todo lo que me gustaría haber demostrado. LAS GRANDES FECHAS 213 Hemos planteado las reservas que parecían imponerse sobre la «religión» de los vikingos, para señalar que la palabra y las realida- des que encierra no coinciden con las nuestras. En realidad, nuestros conocimientos en este punto proceden de dos grandes mitógrafos de principios del siglo xm, que escribían mucho tiempo después de la era vikinga y, ciertamente, sobre modelos «continentales», es decir, clásicos o bíblicos. Conviene recordar que «religión» se dice sidr en esta lengua, es decir: práctica, ritual, gestualidad cultual; pero nada, que sepamos, de religión organizada, de dogmática, de «fe» e in- cluso de cuerpo de «sacerdotes» debidamente organizado e iniciado, En otras palabras, esta religión tiende por completo a actos signifi- cativos, a un culto, por tanto, que podía ejercerse en los «lugares al- tos» naturales, colinas, montones de piedras, bosques sagrados, fuentes, cascadas, praderas consagradas, etc., pero no en «templos». El testimonio, a principios del siglo X1, de los Ansifararvísur, del es- calda Sigvatr Pórdarson parece claro en este punto. Con ocasión de un sacrificio o cualquier otra fiesta, la skáli se erigía, para la cir- cunstancia, en «templo», y era el jefe de familia quien se encargaba de la ejecución de los grandes ritos requeridos por el aconteci- miento. En cierto sentido, se podría decir que el asiento elevado del susodicho jefe hacía las veces de «altar». De manera semejante, no se podría establecer que existieran, como pretende Adán de Bremen, ídolos de piedra o de madera: quizás, como máximo, gruesos postes de madera esculpida —los arqueólogos han encontrado algunos—, pero ciertamente no hay razón alguna, aquí como en otros ámbitos, para atribuir a los escandinavos, o incluso a los germanos en general, lo que corresponde a los celtas, incluso a los eslavos. En cambio, el vikingo pudo venerar amuletos, de metal por ejemplo. Conocemos algunos que representan a Freyr, Pórr uÒðinn, y algunos testimonios como los de la Saga de los jefes del Valle del Lago, o lo que nos dice la Saga de los vikingos de Jómsborg, del escalda Einarr Helgason 214 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Skálaglamm, parecen verosímiles: el escalda había recibido como presente del jarl Håkon una balanza y «pesos» que se ponían auto- máticamente a tañer en los platillos en cuanto se los utilizaba; de ahí el extraño apodo de Einarr, «tañe-platillos», si es que no se trata de una etimología del tipo llamado popular. He insistido en el carácter «privado» del culto que consagraba, tal vez, el vikingo a su dios: tener de forma permanente, en su es- carcela, una estatuilla minúscula de su «querido amigo», Freyr, Osinn, Pórr especialmente, o llevar colgada de una cadenilla, alre- dedor del cuello, una de esas numerosas bracteadas* grabadas en runas con una palabra de connotaciones mágicas evidentes, como alu (idea de suerte tutelar), labu (idea de envite) o lamkaR (que significa propiamente cebolla o puerro y que figura entre las plan- tas empleadas por el mago), surge eventualmente del culto en cues- tión. Pues todo hace pensar que el vikingo dedicaba un culto de tipo completamente personal a una deidad de su elección. Lo dirigía, por lo tanto, a su «querido amigo» (koeri vinr) y, cuando la ocasión le urgía a ello, es decir, cuando estimaba que tenía una necesidad espe- cial de su ayuda, lo invocaba, no en forma de oración —ese tipo de práctica simplemente no está atestiguada— sino de petición (verda- dero sentido del verbo bidja, que a continuación llegará a significar «rezar»). Nos encontramos en una cultura regida por el principio del «doy para que me des»*!: si yo te ofrezco esto o aquello, tú me concederás esto o aquello, De ahí, los pozos de ofrendas, como el de Budsene en Dinamarca, y la práctica, conocida, de romper y arrojar a un agujero las armas de los enemigos. La Saga de Glámr el asesino describe cómo el adversario de Glúmr hace el sacrificio de un buey para conseguir que su causa contra su enemigo tome buen rumbo. El dios, sea el que sea, aunque sea una entidad de carácter natural —piedra sagrada (se trata, por ejemplo, en la Kristni saga, de toda una familia que venera una piedra que llama su árrmadr, su genio E mo un LAS GRANDES FECHAS tutelar; será necesario que el que convierte a los habitantes de esos lugares rocíe esa piedra con agua bendita para llegar luego a conver- tir a todos los componentes de la casa), bosquecillos de árboles (de serbales principalmente) o cualquier otro lugar determinado— debe ser conciliado y esto no se puede hacer mediante la oración, sino por un gesto cargado de sentido. Vemos por consiguiente al vikingo «sacrificando» un objeto, un animal (y, se recordará, aunque es qui- zás una exageración de tipo literario, a uno de sus hijos, como el jar! Håkon en la Saga de los vikingos de Jómsborg), para obtener satis- facción. Podemos también leer este breve pasaje del capítulo I de la Saga de los Gutes, es decir, los habitantes de la isla de Gotland, texto redactado, como muy pronto, a finales del siglo XI, y por tanto completamente «cristianizado» (y de ahí las indiscutibles exagera- ciones, como, una vez más, los sacrificios humanos), pero cuyo tes- timonio está relacionado con lo que estudiamos en este momento: Antes de aquel tiempo [= cuando los gotlandeses, es decir, verosímilmente, los godos sin más, llegaron hasta «Grecia»] y mucho tiempo después, se creía en los vé y en los recintos sa- grados [el texto propone aquí un término difícil que podría aplicarse a un círculo de estacas rodeando no se sabe qué] y en los dioses paganos. Ofrecían en sacrificio a sus hijos e hijas y también ganado, así como comida y bebida. He aquí lo que ha- cían en su impiedad. Todo el país celebraba el sacrificio mayor inmolando a seres humanos. De no hacerse así, cada tercio del país tenía su propio sacrificio. Y los ping más pequeños hacían sacrificios menores, de ganado, comida y bebida. Se les llama hermanos sacrificiales porque hacían sacrificios todos juntos. Esta religión no se conocía, no se actualizaba, pues, más que en y mediante actos cargados de sentido. El término bheilagr, y toda su familia semántica que transmite la idea de «suerte, buena suerte», 216 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) no es ciertamente representativo de la mentalidad religiosa inme- diata del vikingo. Este papel se otorga a la palabra vé que acabamos de ver en la cita de la Saga de los Gutes. Ahí, se trata de actos, de ri- tos precisos. Sobre lo que fuera el blót, que es la designación corriente del «sacrificio», estamos aceptablemente informados, pero nunca de forma global, y es necesario ir recorriendo diversos textos para in- tentar una reconstrucción”, Se puede decir, igualmente, que impli- caba cierto número de momentos esenciales: inmolación de una víc- tima —que no es nunca humana en la época vikinga, pues ese uso se remonta a tiempos anteriores— cuya sangre recogida en un reci- piente especial, o hlautbolli (hlaut designa esa sangre, bolli es la pila), servía para la consulta de los augures, la cual era sin duda al- guna el punto culminante y a la vez la razón de ser de toda la ope- ración. Se sacrificaba para «tener noticias» (expresión ganga til frétta, donde frétt es expresamente la «petición») relativas a las pró- ximas estaciones, o a la suerte de uno o varios de los asistentes, o también sobre la evolución futura de acontecimientos inquietantes como hambres, epidemias, etc. Lo que equivale a decir que un sa- crificio era ante todo una operación adivinatoria y por consiguiente dependía más o menos de la magia. Luego se consumía la carne del animal inmolado; esto se hacía en común, en un banquete o veizla, término que ya hemos encontrado y que existe en composición en la forma blótveizla, banquete sacrificial, por tanto. Es en el curso de ese banquete cuando se brindaba (drekka minni, expresión que tam- bién hemos encontrado antes), tal vez, como lo quieren fuentes re- cientes, en honor de los «dioses» (que serán reemplazados, en la época cristiana, por Cristo y sus santos), pero más seguramente en honor de los grandes antepasados de la familia, del clan o de la co- munidad reunida, a fin de establecer, como bien ha demostrado M. Cahen“, una cálida comunión entre los dos reinos, o establecer la continuidad de un mundo con el otro ya que, como sabemos, nada ha a `N LAS GRANDES FECHAS separa brutal ni definitivamente este mundo del otro. Quedaba en- tonces, pero no se nos dice que el rito haya formado parte obliga- toriamente del conjunto, la prestación de juramentos difíciles de realizar pero que dan testimonio de la vitalidad del culto así consa- grado. Tenemos un ejemplo particularmente elaborado de ello en la Saga de los vikingos de Jómsborg, pero ya hemos mostrado varias veces nuestras reservas respecto a esta saga «legendaria»*, Está cla- ro que el blòt era una ceremonia de tipo completamente colectivista y, si podemos decirlo así, utilitario. En realidad, se trata de canalizar, incluso de forzar, la suerte, el destino, la (buena) fortuna. Ésa es seguramente la noción clave de este universo. Sin entrar aquí en un largo estudio de esas ideas, pre- dominantes en aquellas mentalidades*% y del riquísimo léxico que le está unido, parece evidente que nos encontramos ahí con unas fuen- tes vivas. El destino rige el mundo del vikingo; él lo sabe, lo cree. Su mitología le enseña, en la medida en que haya tenido para él la co- herencia que nosotros queremos darle, que incluso los dioses están sometidos a las decisiones de ese Poder que debemos escribir con mayúscula. «Nadie sobrevive una noche a la sentencia de las Nor- nas»: esta cita de un poema éddico podría servir de exergo a todo es- tudio sobre esta religión. Más que embarcarme en una larga exége- sis, aquí fuera de lugar, no encuentro un ejemplo mejor que el de la Saga de Glúmr el asesino*, donde el héroe, Ghimr, posee dos obje- tos —habría que decir talismanes— que le vienen de su abuelo no- ruego, un manto y una lanza, que el texto nos presenta sin ambigúe- dad como signos de la suerte ligada a su clan. En tanto permanezca fiel a la ética fatídica simbolizada por ese manto y esa lanza, en tanto que no falte al honor del clan que encarnan, él será grande (sóguligr, digno de proporcionar materia para una saga). Si, por una u otra ra- zón, falta a ella, perderá de alguna manera su «honor» (vocablo que también admite todo tipo de denominaciones), es decir, no será ya digno de sus antepasados. Ahora bien, eso es lo que le sucede a LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) da pr os Glúmr, que incurre en perjurio, ofensa de suma gravedad en este universo donde todo está regido por la idea de pacto, de fidelidad a la palabra dada. Y, por consiguiente, con una perfecta lógica, Glúmr no parará hasta que se vea liberado de esos dos objetos simbóli- cos; después de lo cual, irá sin flaquear hacia la consumación de su destino. Por lo demás, no hay más que ver la riqueza del léxico referente a lo que nosotros llamaríamos alma”. También ahí hay que descon- fiar de las influencias, de que dan muestra nuestros textos, cristianas especialmente. Pero no se puede considerar «bárbaros» o «primiti- vos» a hombres y mujeres que creían en un «alma del mundo» (bugr), cuya intervención se podía solicitar por medios apropiados, o que no desdeñaba, llegado el caso, manifestarse en sueños o por medio de apariciones. Este hugr cra susceptible de efectos benéficos o maléficos, podía «morder» (bita) o «cabalgar» (riða), y se mani- festaba bajo la forma de mara o pesadilla (de ahí la palabra francesa cauchemar, «pesadilla»). O bien el vikingo creía en una especie de doble interno o hamr (propiamente, «forma») que tenía la facultad de evadirse de su soporte material —que entraba entonces en levita- ción o en catalepsia—, bien bajo las apariencias de su poseedor, bien bajo cualquier forma simbólica, de ordinario animal, para desafiar las categorías espacio-temporales y estar disponible para los deseos del interesado. O también, pero quizá se trata sólo de una variante de lo anterior, el individuo estaba dotado de una fylgja que le seguía como nuestro ángel de la guarda y que podía manifestarse a él, lo que era tenido por un signo funesto, por otra parte. Estas simples observaciones, sin desarrollar aquí**, bastan para probar que el vi- kingo no se movía en un mundo materialista. Ya he dicho de las runas que sin duda no son, en sí, caracteres mágicos, pero no obstante han podido y debido servir muy a me- nudo a fines mágicos. Remito sobre este punto a estudios especiali- zados dignos de todo crédito, como el de Lucien Musset9, Por otra hu se parte, sin exagerar la importancia del hecho, es evidente que si bien los escaldas se servían a menudo de formulaciones deformadas hasta el extremo, no era siempre con fines puramente artísticos. Es claro, por ejemplo, que la magia difamatoria desempeña un papel de pri- mer plano en las operaciones, bien atestiguadas, del 12485, que se acompañaba casi necesariamente de un formáli o fórmula debida- mente ritmada; o del sejðr, rito altamente mágico que, si hemos de creer la Saga de Eirikr el Rojo, debía estar apoyado por un canto te- nebroso o Varðlokkur. Cuando se descubre, en una pequeña caja de cuero redonda, una serpiente desecada, es difícil creer que se trate de un gesto vacío de sentido y de intención5!: ¿se trata de una mal- dición «enviada» a un enemigo, o de un conjuro destinado a prote- ger al poseedor del objeto? La respuesta no es más inmediata que cuando nos preguntamos por la célebre piedra de Jelling, que lleva en una de sus caras lo que debe ser una imagen de Cristo, en una re- presentación que recuerda extrañamente las representaciones con- vencionales de Odinn. En realidad, quizás sería mejor conferir a la suerte, al destino, lo que nosotros nos obstinamos en querer atribuir a la «religión», incluso a la magia. El vikingo vivía ciertamente en un mundo fatí- dico. Felicidad se dice heill o hamingja en esas lenguas: suerte, bue- na fortuna (se responderá, es cierto, que nuestra palabra francesa bonbeur, «felicidad», se remite a la misma idea). Evidentemente, es muy difícil definir en qué puede consistir la felicidad para un indi- viduo dado. Hemos sugerido ya, al estudiar brevemente la dialéctica del destino, el honor y la venganza, que la felicidad equivale a asu- mirse tal como los Poderes nos han hecho, sin recriminación ni dis- cusión, estar satisfecho de uno mismo de alguna manera. Los Háva- mál de la Edda poética no dicen otra cosa en su estrofa 95: Sólo el espíritu sabe lo que yace junto al corazón, 220 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) está solo con su amor: no hay pena peor para cualquier hombre sabio que no estar satisfecho de sí, Esto no impide que un rasgo sorprenda al observador, y es la importancia verdaderamente llamativa que tiene la magia en este universo. Ahora bien, aquí nos encontramos exactamente en el do- minio de las ideas que rigen el presente desarrollo. La magia, recor- démoslo, designa el conjunto de prácticas, de «recetas» técnicas, que obligan a las Potencias a intervenir en el curso normal de la existen- cia, para satisfacer los deseos del mago, que puede actuar en su pro- pio nombre o encargado por un tercero. Es propiamente sorpren- dente constatar hasta qué punto las sagas, por ejemplo, o incluso los códigos de leyes, están como impregnados de magia. La magia es, con mucho, la connotación religiosa fundamental de la religión es- candinava pagana, más aún que el ejercicio del derecho o de la so- beranía, a fortiori que el de la fuerza. Tengamos en cuenta, una vez más, el hecho de que buen número de sagas-se hacen eco de temas que ho son probablemente autóctonos (he hablado muchas veces de la distancia que convenía guardar con respecto a esos textos en ra- zón de su imitación de fuentes latinas clásicas o hagiográficas). Ello no impide que, en este terreno preciso, esté fundamentado el creer que los autores se servían, quisiéranlo o no, de creencias o supers- ticiones sin edad (para ellos), que restituían ingenuamente. Sí, cier- tamente la magia desempeñó un papel fundamental. Eso es lo que sorprende en la lectura de todos nuestros documentos, o en el in- ventario de todo el material de que se acompañaba a los difuntos en su tumba. Magia ofensiva (mal de ojo, mal de lengua, es posible que el arte de los escaldas les deba su origen y su prestigio); magia amo- rosa, utilización de runas con fines tenebrosos; magia protectora, principalmente para procurar la invulnerabilidad; y sobre todo ma- LAS GRANDES FECHAS 221 gia adivinatoria, en particular de tipo onírico: magia en todas partes. Mantengo que un texto voluntariamente burlesco, la Saga de Gan- trekr, que sistematiza con pesada insistencia esta temática, no tiene otra explicación, hasta tal punto se tiene la impresión de que este tipo de problemática ha invadido literalmente el universo de los antiguos escandinavos. Tomemos el ejemplo de la Saga de los jefes del Valle del Lago (aunque un estudio de la Saga de Snorri el Goði ofrecería idénticos resultados): en una centena de páginas, asistimos a descripciones de nid (operación mágica difamatoria), de hamfar (viaje chamánico), de sejór (ritual mágico elaborado de tipo adivinatorio), a sesiones de hechizos, conjuros de elementos naturales, interpretaciones de sùe- ños proféticos, ritos de posesión, historias de amuletos sagrados, de apariciones de espectros maléficos, descripciones de ritos de frater- nidad sagrada (fóstbroedralag), etc. No digo que tales hechos for- maran parte de la vida cotidiana del vikingo, pero forzoso es admi- tir que vivía en todo caso en un mundo doble, encantado. Con ese «amigo querido» del que hemos hablado, tenía una relación que po- dríamos llamar íntima, eventualmente asumida por objetos particu- lares que llamaba fulltrúi (nosotros los llamaríamos talismanes o, más exactamente, «patrones»). Es así como Glúmr llama a su lanza y su manto. Por otra parte, los grandes mitos de los que sin duda se nutrió esta imaginación, los mitos cosmogónicos y escatológicos en parti- cular, son de tal naturaleza que procuran, a quienes creen en ellos, una visión más bien optimista y equilibrada de su condición. Siem- pre he apreciado la coherencia de una cosmogonía que podemos considerar, según las fabulaciones que han llegado hasta nosotros, de dos formas”, O bien se ve el universo como constituido por tres círculos concéntricos: en el centro, la morada de los dioses, Ásgardr, rodeada del mundo de los humanos, Midgarór o Cercado del Me- dio, rodeado éste a su vez del mundo exterior o Útgardr, donde está 222 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) el Gran Mar primordial y donde se sitúa, en alguna parte «al este», el mundo de los gigantes, Jótunheimr. O bien se mantiene la sober- bia imagen del Gran Árbol Yggdrasill, pilar del mundo, que sostiene los nueve mundos, tres aéreos, tres terrestres que acabamos de enu- merar, y tres subterráneos. Todo ello puede inscribirse en una in- mensa esfera, de la que el conjunto Ásgardr-Midgardr-Útgarór repre- sentaría el gran círculo del medio. Un mundo cerrado y en orden, donde cada cosa, cada categoría de seres, está en su lugar. Reflexio- nes similares se aplicarían a la historia mítica tal como nos la relata la Vidente en la Vóluspá de la Edda poética. Pasada la era de los co- mienzos, después del desmembramiento del gigante hermafrodita fundamental, Ymir, del que las distintas partes del cuerpo constitu- yen los elementos del mundo visible, después del tiempo de los gi- gantes de los que proceden los dioses, después de la batalla funda- mental concluida mediante un pacto, después de la creación por los dioses de la primera pareja humana, después de la historia de la hu- manidad, vendrá, sin duda, la conflagración apocalíptica del Ragna- rök (consumación del destino de las Potencias, más que crepúsculo de los dioses, aunque esta última lectura no deba excluirse), pero, hay que insistir, ese final no es definitivo. Citemos esta vez la Vó- luspá (estrofas 59, 61 y 62), joya indiscutible de la Edda poética: Ella vio emerger por segunda vez una tierra de la ola eternamente verde. Fluyen las cascadas, por encima planea el águila que en las montañas persigue a los peces, [...] Allí, se encontrarán LAS GRANDES FECHAS 223 las maravillosas tablas de oro que en los días de antaño poseían los pueblos, En los campos no sembrados crecerán las cosechas, todos los males serán reparados, Baldr volverá, Separemos la parte de inspiración cristiana evidente de este poema (eternidad, felicidad). Nos queda que la visión así descrita no tiene nada de siniestra ni de desesperanzada. Habrá una rege- neración universal después del fin de los tiempos, suponiendo que esta formulación haya tenido un sentido para una cultura que, a no dudar, no estaba obsesionada por la temporalidad. En definitiva, el amor a la vida, a toda vida, a esta vida presente, parece haber sido la pasión fundamental del vikingo, y mostrar eso era todo mi pro- pósito. He querido detenerme en estas cuestiones de religión porque, por una parte, han dado lugar a demasiadas fabulaciones y comen- tarios fantasiosos, incluso peligrosos; por otra, porque debemos desembarazarnos de nuestros reflejos modernos para vislumbrar en qué consistía la esencia de la cuestión. No pienso que el vikingo fuera un hombre arreligioso, menos todavía irreligioso, como se ha escrito con demasiada frecuencia. Tampoco que venerara no sé qué divinidades de la fuerza o del saber esotérico. La impresión final que se obtiene de este tipo de estudios es que el pragmatismo, el rea- lismo, un sentido común sólido —todo a la escala de una época que vivía en colusión mucho más viva que hoy con lo sobrenatural, allí como en cualquier lugar de Occidente— y una atención extrema a las pequeñas dichas y desdichas de la existencia regían unos com- portamientos en definitiva muy humanos. - 224 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Hablaba, hace un instante, de los Håvamål, de los que nunca se insistirá bastante en el hecho de que resumen, sin duda alguna, la concepción del hombre, la vida y el mundo de los vikingos. Reco- rrámoslos una vez más, al menos las partes I, II y IH, que se pueden tener por las más representativas, aquellas también que mejor ex- presan la sabiduría popular de aquel tiempo y para aquellos hom- bres. Ahí se lee, por ejemplo, que vale más mostrarse desconfiado cuando se entra en un lugar desconocido (estr. 1), que es aconseja- ble callarse entre los sabios (estr. 5), que nada vale la sagacidad (estr. 10), que la embriaguez es el peor de nuestros enemigos (estr. 19), que nada es mejor que la propia casa (estr. 36), que hay que saber hacer amigos y serles fiel (estr. 42), que «el hombre es la alegría del hombre» (estr. 47), que la moderación es la mayor de las virtudes (estr. 64), que no hay desgracia absoluta (estr. 69), y así sucesiva- mente. Con esta fórmula soberbia: Se marchita el pino joven que se alza en lugar despoblado: no le abrigan corteza ni agujas; así es del hombre que no ama a nadie: ¿por qué debería vivir mucho tiempo? VII LA VIDA INTELECTUAL Un breve estudio de las distracciones del vikingo nos permitirá convencernos de la cualidad de sus centros dè interés, dándonos la ocasión de concluir el cuadro de su vida cotidiana. Por supuesto, ten- dremos que describir cosas que no siempre coincidirán con el título de este último capítulo. Pero se impone rápidamente una constatación que va en un sentido idéntico al de todas las afirmaciones que forman parte de este libro: todas las actividades del vikingo son racionales, por supuesto en grados diversos. Desde cualquier lado que se consi- dere, no nos encontramos con el primitivo, el salvaje, el bárbaro. Nos encontramos verdaderamente con una cultura, con una civilización. Para mayor comodidad de la exposición, distinguiré entre acti- vidades al aire libre y ocupaciones en la casa. Las actividades al aire libre Que el vikingo haya sido lo que nosotros llamaríamos un «gran deportista», cae por su peso: la vida era dura en esas latitudes y exigía un gran despliegue de energía; Montesquieu nos dirá que el frío dis- 226 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) ponía al ejercicio físico. Como hombres de acción, aman especial- mente los valores de la acción —en su ética como en su religión—, y es evidente que los escandinavos sintieron una predilección marcada por cierto número de prestaciones «al aire libre». Todavía en el tiempo de la redacción de las sagas, la admiración de los autores se dirige naturalmente a los reyes, héroes o boendr que fueron también hombres atléticos, como Olfr Tryggvason, Haraldr el Despiadado o incluso un esquiador excepcional, desconocido por otra parte, como ese Hemingr que ha dado materia a un páttr a causa simplemente de la rapidez de sus esquíes!. Existen dos sagas de la categoría de las sa- gas de islandeses consagradas, cada una de ellas, a un proscrito céle- bre que llegó a subsistir en esa situación un número considerable de años: la notoriedad de esos hombres no se refiere fundamentalmente al hecho de que lograran desafiar durante tanto tiempo a las leyes, sino a la extraordinaria proeza física que representaba el hecho (se trata de la Saga de Gisli Sérsson y la Saga de Grettir). Igualmente, también en el siglo XIM, una saga de contemporáneos, la Saga de Pórór Kakali, se extasiará ante la formidable proeza que represen- taba una cabalgada, en pleno invierno, de un extremo al otro de la región occidental de Islandia. Desde el momento en que el tiempo y una relativa desocupa- ción debida a la estación lo permitían, los deportes practicados pre- ferentemente eran: el esquí, el patinaje, la lucha, la natación y el tiro con arco. Los esquíes, una invención same, quizá —en cualquier caso, es- tán ya presentes en los petroglifos de la edad del bronce—, no re- quieren comentarios especiales en esos países en los que, trineo aparte —que está bien atestiguado—, cualquier otro modo de des- plazamiento queda descartado durante varios meses. Las mismas observaciones han de aplicarse al patinaje sobre los lagos helados. Es significativo que una gran diosa, Skaði, sea tenida por la «dise de las raquetas» y podemos imaginar que el enigmático dios Hænir, a ha M LA VIDA INTELECTUAL apodado «del largo pie», haya debido ese sobrenombre a su carácter de dios del esquí (o dios-esquí). La arqueología ha exhumado buen número de patines, en hueso o en metal, que prueban que la cosa es- taba sumamente extendida, Tampoco será incongruente decir algunas palabras del curioso tipo de lucha —glíma— que conocieron los vikingos. Había que ro- dear la parte alta de los muslos, la cintura y los hombros con correas de cuero por las que los dos combatientes debían agarrarse y tratar de derribar a tierra a su adversario. Ese deporte no dejaba de tener una buena dosis de brutalidad, pero parece que gozó de gran popu- laridad. Se asemeja algo al duelo (bólmganga) que, por supuesto, no es un «deporte» ni tampoco una diversión. Su nombre viene del he- cho de que, en el origen, habría sido practicado obligatoriamente en un.islote (bólmr). Pero ya no es ésa la situación en la época vikinga, al parecer. También aquí habrá que desembarazarse de ciertas imá- genes convencionales y olvidar a nuestros mosqueteros. Los dos rivales se colocaban sobre una piel de buey extendida en el suelo, cuyos límites no debían sobrepasar, e imaginamos qué enfrenta- mientos terribles debían producirse, siendo difícil el uso de las ar- mas en esas condiciones. El hecho es que Egill, hijo de Grimr el Calvo, que no llega a servirse de sus armas en estas circunstancias, agarra a su adversario entre sus brazos y... ¡le arranca la nuez de Adán de un mordisco! Es completamente verosímil que el duelo se realizara como una forma de ordalía, de la que hemos hablado en el capítulo precedente, y su valor jurídico está consignado por los tex- tos. Pero no obstante, no se desdeñaba su lado deportivo. Estamos mejor informados sobre la natación. El vikingo era un gran nadador y se vanagloriaba de ello. Grettir el Fuerte, citado an- teriormente, se cubre de gloria por haber recorrido, en el mar, una distancia considerable. También ahí existía un tipo de enfrenta- miento en el agua que tiene sus cartas de nobleza puesto que, si he- mos de creer un mito extremadamente oscuro, los dioses Heimdallr "228 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) y Loki se habrían medido de esta manera: había que arrastrar al ad- versario debajo de la superficie del agua y mantenerlo allí el mayor tiempo posible. Veremos a reyes entregarse sin vergüenza a este ejercicio... En cuanto al tiro con arco, gozaba de una estima que ilustra el personaje modelo, Gunnar de Hli darendi, en la Saga de Njáll el Quemado. No se olvide que la caza era uno de los recursos princi- pales de daneses, suecos y noruegos, y si bien el venablo no era allí desconocido, el arco era más frecuente. Buen cazador, buen arquero, buen esquiador: estos tres rasgos se conjugan a menudo en la admi- ración popular, como lo prueba suficientemente el Dicho de He- mingr, hijo de Áslaler, que nos propone además una de las versiones más antiguas que conocemos de la leyenda recuperada más tarde para Guillermo Tell. Éstas son las diversiones al aire libre, al menos si nos atenemos a aquellas que están suficientemente atestiguadas en nuestras fuen- tes. Es completamente evidente que otros ejercicios físicos gozaron igualmente de favor. Así, cuando el viaje mítico a la mansión de Loki el de los Recintos-Exteriores, tal como nos lo cuenta Snorri Sturluson en su Edda llamada en prosa, uno de los compañeros del dios Dórr ve cómo se le propone una prueba de carrera a pie. Gun- narr de Hlidarendi, ya mencionado por su destreza en el arco, era capaz de saltar su propia altura hacia adelante, esto es claro, ¡pero también hacia atrás! Se puede también considerar que ciertas prestaciones en mate- ria de navegación debieron de ser consideradas como proezas. Es posible que las leyendas relacionadas con el Vinland por los tres tex- tos que nos hablan de ello? estén relacionadas ante todo con esta perspectiva. No sé por qué un personaje, más o menos desconocido por otra parte, es apodado Hlymreksfari: se comprende que un rey noruego haya sido célebre bajo el sobrenombre de Jórsalafari (fari = quien ha hecho el viaje de), puesto que había ido a Jerusalén (Jórsala LA VIDA INTELECTUAL 229 [borg]), ¿pero Hlymrek- (que remite a Limerick, en Irlanda, ciudad que fundaron los vikingos noruegos)? La explicación podría refe- rirse a no se sabe qué proezas de las que ese marino habría sido ca- paz. Veremos enseguida a un gran personaje jactarse de saber remar, Es evidente que la navegación exigía conocimientos y, sobre todo, un saber hacer poco común. En definitiva, una vez que uno se ha de- dicado, como he hecho yo, a desmitificar al vikingo tal como se lo ha visto en los últimos mil años, queda como cierto que fue un na- vegante prodigioso y que, sin duda, ése es su mayor timbre de glo- ria. Todos los especialistas que han tratado de hacer largas travesías en los esquifes vikingos, del tipo knórr por ejemplo, fielmente re- construidos —es un hecho que se repite a intervalos regulares desde hace más de un siglo— se extasían no sólo por las cualidades del barco, sino también por el prodigioso sentido náutico de aquellos hombres. Pero la diversión preferida, y de lejos, la pasión «deportiva» por excelencia del vikingo, son los caballos, y, en particular, los combates de caballos (hestaat, hestavig). Sin embargo, degeneraban con gran frecuencia, pues aquellos hombres detestaban perder, y el bastón que debía, en principio, excitar al animal, se desviaba fre- cuentemente hacia las costillas del campeón que llevaba el caballo rival. Pero no importa. Desde la piedra grabada de Häggeby (Suecia, quizás siglo v1) hasta los textos reunidos en la Sturlunga saga, no hay tema más tratado que las largas discusiones alrededor de un combate de caballos. Se trataba de animales especialmente pre- parados, sin duda, a los que se hacía enfrentarse: debían morderse hasta que uno derribase al otro; cada uno era sostenido y excitado por un hombre armado con un grueso bastón. No estaban prohi- bidas las apuestas, y vemos a los interesados hablar de sus anima- les de combate en términos de los que no renegarían los aficiona- dos modernos a los coches de carreras. En razón del papel eminente que desempeña en las culturas de origen indoeuropeo, podría suce- 230 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) der muy bien que el combate de caballos hubiera poseído, inicial- mente, un carácter sagrado o ritual y que subsistiera algo en el in- consciente colectivo todavía en la época vikinga. Combate o no, no conozco texto en antiguo normánico que no se detenga un instante, si se presenta la ocasión, para describir amorosamente un hermoso caballo. Sobre los «deportes de equipo», seré más breve. Existió una es- pecie de juego de pelota y maza, llamado knattleikr, una especie de antepasado del béisbol o del cricket, que consistía en lanzar una pe- lota (en realidad, una bola de crin cosida en una piel de cuero) a los compañeros, tratando los adversarios de apoderarse de la susodicha pelota. También en este caso se trata de un juego sumamente vio- lento, cuyas consecuencias no siempre eran legales. Con los concur- sos de carreras o de velocidad en esquíes o sobre patines, son las únicas pruebas colectivas, que yo sepa, que atestiguan nuestros tex- tos, Pudo existir igualmente una especie de juego de las cuatro es- quinas, pero no estoy seguro de que su uso haya sido general. En rea- lidad, entonces, como también en nuestros días, el vikingo adoraba caminar, con un objetivo preciso, pero también, me parece, por pla- cer. En cualquier caso, también en las sagas, es común ver a un per- sonaje recorriendo a pie distancias verdaderamente considerables. Las diversiones intelectuales Como cabe esperar, vamos a detenernos más tiempo en las di- versiones de tipo puramente intelectual. También aquí nos vemos sorprendidos por la diversidad y la riqueza de las ocupaciones que se ofrecían al vikingo. Es costumbre partir de la estrofa que de- clamó, en el siglo XI (pero absolutamente nada impide considerar que haya podido valer igualmente algunos siglos antes, al menos en su conjunto), un jarl de las Orcadas, Rógnvaldr Kali (1135-1158), en mu Lar a LA VIDA INTELECTUAL la que se jacta de todos los «ejercicios» intelectuales o físicos de que es capaz. Hela aquí: Hay nueve artes conocidas por mí: juego a las tablas como un experto, me equivoco raramente en cuestión de runas, leer, tallar hierro o madera son cosas a mi alcance, sé deslizarme con suavidad con los esquíes, manejar un arco, remar a placer; sé aplicar mi mente a una u otra de estas artes: el lai del poeta y la música del arpa. No parece que haya que deducir una conclusión particular del orden adoptado por esta estrofa, La única observación inmediata que se impone es que las diversiones del jarl están muy equilibradas. Veamos en primer lugar las «tablas» (tafl, el término está to- mado evidentemente del latín tabula): la palabra es ambigua y no designa siempre la misma realidad. La precisión es mayor con hnef- tafl, una «tabla» dividida en casillas perforadas por agujeros para meter en ellos los peones. Si hemos de creer las alusiones que se ha- cen en «Los Enigmas de Gestumblindi» (en la Saga de Hervör y el rey Heiórekr), se trataría de una especie de versión de nuestro jue- go de «el zorro y los corderos», con cierto número de piezas pro- tegiendo a un «rey». Se ha encontrado uno en Irlanda, cerca de Li- merick; los motivos decorativos que se extienden por el marco sugerirían que procede de la isla de Man. En otro lugar, sobre una piedra rúnica, en Ockelbo, Suecia, vemos, entre otros motivos, a dos hombres jugando a las tablas. Sobre el ajedrez, que parece no haber sido introducido en Europa hasta el siglo Xi, es casi imposible saber si los vikingos, aunque grandes viajeros y en contacto con el mundo 232 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) árabe, en particular por la ruta del Este, lo conocieron. El descubri- miento, en Inglaterra sobre todo, de algunas piezas de marfil o de hueso, podría hacer pensar que ese juego no era desconocido por los escandinavos. De todas formas, es cierto que a los vikingos les gus- taba jugar a los dados: echar a suertes entra en sus prácticas jurídi- cas y se inscribe en la temática, que conocemos bien, del destino. La mención de los dados (teningar) es frecuente en nuestros textos. La costumbre concuerda evidentemente con esas tiradas de la suerte o consultas de los augures mediante la interpretación de la disposición de unas varillas arrojadas a tierra que ya evocaba Tácito en su Ger- mania. En otras palabras, es claro que los juegos de ese tipo goza- ban del favor de los antiguos escandinavos. Se dirá que, de manera general, toda pregunta por el destino, de cualquier naturaleza que sea, apasionó a aquellos hombres y a aquellas mujeres. Por volver a las «tablas», el número verdaderamente sorprendente de «peones» que se han podido encontrar demuestra suficientemente la impor- tancia que se concedía a los juegos, acerca de los que, en definitiva, sabemos muy poco. Rógnvaldr habla, a continuación, de las runas. Este tema es am- plio y podría dar lugar a muy largas consideraciones. No haremos más que dar una visión general’. Por diversas razones, no todas pu- ras, las runas han provocado, casi desde su aparición, largos estudios cuyo carácter casi obligado es la fantasía. Contentémonos aquí con hacer el balance de lo aceptado por la investigación y ofrecer las in- formaciones indispensables. Las runas hacen su aparición hacia el año 200. El problema de sus orígenes ha sido objeto de eruditas dis- putas, hoy apaciguadas. Las runas derivan de las escrituras norditá- licas, variantes de la escritura latina clásica, por consiguiente. Las regiones en las que se utilizaban estas escrituras eran conocidas por buen número de tribus germánicas, especialmente escandinavas, y ta (ae) LA VIDA INTELECTUAL 2 son esas tribus las que las difundieron. Surgen con una notable uni- formidad en toda el área de:expansión germánica, y no son de nin- guna forma, en el origen, una especialidad escandinava. Existen pri- mero bajo la forma de un «alfabeto» de veinticuatro signos, llamado fupark, por el nombre de las seis primeras runas. La costumbre es repartirlas en tres grupos de ocho o «ttir*. Los signos se graban con un objeto puntiagudo (estilete, cuchillo, pequeña hacha, etc.) sobre un soporte igualmente duro (madera, piedra, cuero, metal, hueso, etc.). Es decir, que nos encontramos ante una escritura exclusiva- mente epigráfica. No hay un texto largo en runas. Se ha debatido durante mucho tiempo —en verdad, el tema no está agotado, pues a él van unidas secretas pasiones— el problema de la naturaleza de las runas. Á riesgo de repetirme, no es inútil recordar aquí, siguiendo 2 L. Musset, que se sitúa en la línea de A. Baeksted”, que las runas no son signos mágicos: es una escritura como cualquier otra, que puede servir tanto a fines utilitarios como a intenciones mágicas. El argu- mento lingüístico es, en este punto, decisivo: la fonología demues- tra que los veinticuatro signos de este alfabeto cubren todas las ne- cesidades concretas del proto-escandinavo y que ninguno es inútil., Acabo de escribir «proto-escandinavo». Permítaseme una rá- pida digresión a fin de hacer una breve presentación de la lengua de los vikingos. Se trata, como se puede imaginar, de una lengua perte- neciente a la familia germánica, siendo ésta una rama del indoeuro- peo. Está por lo tanto completamente emparentada con otras len- . guas indoeuropeas, entre ellas el francés; es, pues, un primer título a considerar el hecho de que la cultura que refleja forme parte de nuestro patrimonio. Un poco antes dél comienzo de nuestra era, el germánico no se había diferenciado todavía en subfamilias: oriental (el gótico), occidental (que dará poco a poco el inglés, el alemán y el neerlandés), y septentrional (de donde surgirán los actuales danés, sueco, noruego e islandés). No es sino poco a poco como se ve emerger un primer estado de esa rama septentrional al que se da el 234 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (200-1050) nombre de proto-escandinavo (sueco urnordisk). Este proto-escan- dinavo se dividirá a continuación en dos ramas, una, oriental, que un día dará nacimiento al danés y al sueco, y otra, occidental, de la que provendrán el noruego, el feroés (que es una lengua con todo derecho) y el islandés. Todos esos idiomas poseen los caracteres específicos de las len- guas germánicas: conocen un acento fuerte sobre la primera sílaba de las palabras; han sufrido lo que los especialistas llaman la primera mutación consonántica (es decir, que las plosivas, p, t, k, b, d, g, su- fren ciertas modificaciones, en diacronía, según su lugar en la pala- bra con respecto del acento tónicoć); tienen una declinación llamada «débil» del adjetivo (esto depende del hecho de que el adjetivo epí- teto vaya, o no, precedido por un artículo: un buen hombre, gódr maðr, el buen hombre, hinn gódi madrinn”); por último, poseen una conjugación igualmente llamada débil de los verbos: algunos verbos, y éste debía ser el caso normal en indoeuropeo, señalan el paso al pretérito y al participio pasado por una modificación de la vocal ra- dical (skjota, tirar [con arco, por ejemplo], presente skyt, pretérito singular skant, pretérito plural skutum, participio pasado skotinn: se trata por tanto de un verbo «fuerte»), mientras que otros forman pretérito y participio pasado añadiendo un sufijo que implica una dental (comparar el inglés to see, saw, seen y to call, called, called; así, el verbo kalla, llamar, tiene un pretérito kallaða y un participio pasado kalladr). La evolución de esas lenguas continuará hasta fina- les de la Edad Media, cuando se fija poco a poco la fisonomía que tienen actualmente. Pero hay un rasgo completamente notable y ab- solutamente excepcional, y es que, habiéndose fijado el islandés an- tiguo siempre en el mismo lugar, por razones geográficas e históri- cas, a partir del siglo XII, no ha evolucionado en absoluto desde hace un milenio, si no es en la pronunciación. En otros términos, pronunciación aparte, los islandeses de hoy tienen una lengua que era la de los vikingos, que se pronunciaba de rd Ga LA VIDA INTELECTUAL este modo (se distingue entre las vocales largas y las breves, señala- das las primeras por un acento agudo): a, e, 1 0, u: vocales breves , e, 1 161 y, Y: como la u francesa, breve y larga respectivamente 3 7 2 , È, ú: vocales largas æ: como la è francesa en père œ: como la eu francesa en beurre 9: como la œ francesa en oeufs ø: como la eu francesa en creux Para las consonantes, hay que señalar que þ es equivalente de la 2 castellana; ö equivale a la th inglesa del artículo the; la f se pronun- cia f si es inicial o cuando está en contacto con un sonido sordo (t, por ejemplo), pero como la v francesa en los demás casos; g es siem- pre gutural, salvo cuando está delante de ¿ o j, pues entonces se pro- nuncia como y; la h nunca es muda, siempre aspirada; la j es siempre equivalente a la ¿ consonántica; la s se pronuncia como ss francesa. Las modificaciones actuales afectan de forma especial a las vocales largas, por ejemplo, å se pronuncia 40, e, ie, etc. Añadamos que la gramática de esta lengua está muy evolucionada —declinaciones de los sustantivos, adjetivos y adverbios, diversas cla- ses de conjugaciones, tanto de los verbos fuertes como de los verbos débiles— y que la sintaxis es tan compleja que, hasta la fecha, los es- pecialistas no se deciden a proponer un análisis exhaustivo. Es una lengua de tipo sintético, que gusta de los giros ambiguos, los sobreen- tendidos múltiples, cuyo vocabulario es de un contenido semántico muy impreciso cuando se trata del dominio abstracto, pero de una temible precisión en lo concreto; su sintaxis fluida y la extrema liber- tad que permite en el orden de las palabras la hacen capaz de proezas que enseguida podremos apreciar con la poesía escáldica. Como todas las lenguas dignas de ese nombre, hay evidentemente una total 236 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) adecuación entre ellas y sus hablantes, aunque no sea más que en el estadio de la mente, Esta lengua es, por lo tanto, un instrumento de cultura comparable a las otras grandes lenguas surgidas del indoeu- ropeo. Su originalidad fundamental procede solamente de que se ha conservado casi sin alteraciones durante al menos un milenio. Pero es tiempo de volver a las runas... Por el tenor de las ins- cripciones, si bien es evidente que, al pertenecer el conocimiento de esos signos en primer lugar a una elite, las formulaciones son muy a menudo de carácter más o menos esotérico?, el conjunto no deja de decepcionar: marcas de posesión, fórmulas conmemorativas, etc. Sin duda no conviene tomar al pie de la letra las declaraciones del «Al- tísimo» en las Hávamál de la Edda poética; es un texto demasiado compuesto y demasiado atiborrado de influencias diversas para que podamos confiar en él, sobre todo en sus partes más o menos oscu- ras. Ódinn nos explica allí cómo adquiere, por ahorcamiento sa- grado, el saber supremo; después, da un catálogo de las operaciones qué hay que ejecutar para ser un buen conocedor de las runas. Tengo por más seguro otro texto de la misma compilación, la Rigshula, ya citada aquí con otro motivo, donde el conocimiento de las runas se presenta claramente como patrimonio de los nobles. El rasgo apasionante en este caso es que hacia el comienzo de la era vikinga —y esta conjunción no puede despreciarse en ningún caso— este alfabeto de veinticuatro signos se simplifica radical- mente, de un solo golpe, en toda Escandinavia (el resto de Germa- nia, convertido al cristianismo mucho antes que el Norte y en con- tacto directo con el mundo latino, había adoptado la escritura latina desde hacía tiempo) para pasar a dieciséis signos, mientras que la fo- nética del normánico antiguo, a causa de fenómenos como la meta- fonía, se enriquece con algunos fonemas nuevos. En otras palabras, en el momento en que hubiera sido bueno enriquecer el alfabeto para hacer frente a las nuevas necesidades de la lengua, se lo simpli- fica radicalmente en un tercio. LA VIDA INTELECTUAL 237 Antiguo fuþark: PAPERXPNEIAT CTRA PSA Nuevo fupark en su versión llamada danesa (la más corriente): NEER TEYM Los debates con respecto a este fenómeno no están cerrados, pero me parece, en la línea exacta de las teorías que he desarro- llado ampliamente en otro lugar? —a saber, que los vikingos eran ante todo comerciantes que se trocaban cuando la ocasión era propicia en predadores—, que nos encontramos aquí con una de- cisión de tipo que yo llamaría estenográfica. En cuanto comer- ciantes, los vikingos debían poder comunicarse fácilmente con sus eventuales «clientes» o «proveedores». Por consiguiente, pusieron a punto este tipo de escritura rápida. El argumento más sólido a favor de esta teoría es que un mismo signo sirve para designar los pares contrastantes (k y g, p y b, t y d se anotan cada vez por me- dio de un solo signo, por ejemplo, igual que una confusión gene- ral asimila las vocales emparentadas unas a otras: la e y la i la o y la u, etc.). A la inversa, es cierto que nunca hemos encontrado nin- guna fórmula de tipo comercial que viniera a apoyar esta teoría. 238 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Tal como son, estas inscripciones nos iluminan a veces las prác- ticas religiosas paganas de esos hombres. Algunas invocan a Pórr, o a Sigurðr, matador de Fáfnir; otras se valen expresamente de ritos mágicos (así, en Urnes, Noruega, un sacerdote cristiano (!) escondió bajo el suelo de la iglesia una plancha grabada con la inscripción: «Árni el sacerdote quiere poseer a Inga»), o bien en Gørlev, Dina- marca, una inscripción a la memoria de un cierto Ó dinskar termina con el deseo: «¡Disfruta de tu tumba!» (es decir: sé feliz en tu nuevo estado de muerto, no vuelvas al mundo de los vivos, una fórmula de conjuro, por consiguiente). En otras partes, se pretende ensalzar a la familia del desaparecido: «Pocos han nacido de ella mejores que él» (Tryggevaelde, Dinamarca) o ésta, que es en verdad muy rara, pero tanto más conmovedora: «y Gyriðr amaba mucho a su marido. Así, que un canto de lamento preserve la memoria de éste» (Bállsta, Sue- cia). A cambio, ésta, que procede de Fliickebo, Suecia, debida al bóndi Holmgautr, que hizo erigir una piedra para Ódindis, su mu- jer: «No habrá en Hassmyra señora que mejor cuide de la granja». Habrá también detalles de legislación o de administración, muy va- liosos para nosotros, marcas de propiedad, por ejemplo, fijación de límites de tierras: hemos citado el documento jurídico por el que se establece la sucesión de una mujer casada varias veces. Veamos éste, procedente de Sandsjó, Suecia: «Arnvarór ha hecho erigir esta pie- dra para Hággi, su padre, y Häri, padre de éste, y Karl, padre de éste, y Häri, padre de éste, y Pegn, padre de éste, por lo tanto, para estos cinco antepasados paternos». Sin hablar de las múltiples acti- vidades y cualidades del bóndi que se pueden enumerar metódica- mente, de inscripción en inscripción, por ejemplo una, en Sten- kumla, Gotland, para un desconocido (la inscripción está mutilada) que «se ocupó de vender pieles en el sur». El colmo es alcanzado por Jarla-Banki que, a decir verdad, vivió después de la era vikinga, en Suecia, en Táby (no lejos de Uppsala) y a cuya memoria tenemos dieciséis piedras, algunas de las cuales prodigan desmesurados elo- LA VIDA INTELECTUAL 239 gios: poseía todo un distrito, prodigó las buenas obras (estamos en la época cristiana), fijó un emplazamiento de þing, y ésta, que no peca seguramente por exceso de modestia: «[Él] hizo erigir esta pie- dra en vida, a su propia memoria así como el emplazamiento del þing, y poseía para él sólo este distrito». Disponemos de un cuerpo impresionante de inscripciones rúni- cas, en piedra sobre todo, que tratan de casi todos los temas posi- bles, en fórmulas lacónicas, a partir, en general, de intenciones con- memorativas de un desaparecido. Su estudio ha sido realizado con cuidado"! y quisiera proponer un breve resumen, además de lo que se acaba de sugerir, ya que, como sabemos, son los únicos «escritos» de los vikingos. Lo que hemos de señalar en primer lugar es que una inscripción rúnica bien ejecutada posee en sí un indiscutible valor artístico, dado que la mayor parte, o bien forman como una serpiente que se muerde la cola, o bien están dispuestas alrededor de motivos deco- rativos, incluso con representaciones de determinados hechos. Hay algunas especialmente logradas, como la de Ramsundsbergez, donde se ilustra el episodio central del ciclo heroico de Sigurór (el mo- mento en que mata al dragón Fáfnir), o la de Altuna (Uppland, Sue- cia), que representa, entre otros motivos, a Pórr pescando la gran serpiente de Midgarór. En el origen, esas inscripciones estaban sin duda pintadas o teñidas de ocre y hollín, lo que debía darles un as- pecto hermoso. Las runas en nuevo fupark son precisamente aque- llas que conocieron y utilizaron los vikingos. Grabarlas, leerlas, in- terpretarlas, no estaba ciertamente al alcance de cualquiera, por eso se comprende que el jar! Rógnvaldr pueda vanagloriarse de ello. Está igualmente establecido que existieron lo que habría que deno- minar «escuelas» de grabadores, fácilmente reconocibles, y sucede muy a menudo que, al final de una inscripción, el grabador se da or- gullosamente a conocer. Así, en Maeshowe, en las Orcadas, una pie- dra lleva esta mención: «Estas runas han sido grabadas por el hom- 240 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) bre más versado en el conocimiento de las runas en las islas británi- cas». He dicho en diversas ocasiones que no había que despreciar esas fuentes, puesto que se cuentan entre las pocas que emanan de los propios vikingos. Habría que hacer un estudio global, del tipo del de S. B. E Jansson, que no se ha ocupado más que de las ins- cripciones rúnicas de Suecia. Se descubriría entonces que algunas inscripciones nos relatan batallas o hechos de guerra (en general, en- tre escandinavos, más que contra extranjeros). Asimismo se encuen- tra un interesante vocabulario técnico en Tuna, Suecia, donde se conmemora a un cierto Özurr er var skipari Haralds konungs; si bien ese Haraldr es probablemente el Despiadado, al que nos hemos reférido a menudo, es el término skipari el que importa: ¿se trataba del «capitán» de un barco? También a menudo obtenemos informa- ciones muy valiosas sobre los itinerarios y las expediciones vikingas, ruta del Oeste y ruta del Este en particular, como este Hólmsteinn (piedra de Tystberga, en Suecia): + Hann hafði vestarla / um vaRit laengi. / Don austarla / med Tngvari «Él había estado mucho tiempo en el Oeste. [Ellos] murieron en el Este con Ingvarr». Aquí, en Sjonhem, Gotland, se trata de Letonia: el desconocido al que está dedicada la inscripción varð dandr & vitan ha ido a Ventspils (alemán, Windau), en la costa letona. Mientras que Gunn- kell, en Návelsjó, Suecia, evoca a su padre, Gunnarr, al que su hermano, Helgi, lagði ? steinpró å Englandi ì Badam («depositó en un sarcófago de piedra, en Bath, Inglaterra»). Para Spjallbuði, con- memorado en Sjusta, en Uppland (Suecia), hann varð damór i Hólmgarói i Òlàfs kirkin («murió en Hólmgarór, en la iglesia de Ólátr»), es decir, en Novgorod, en la iglesia de San Olaf el Grande, muy conocida, en efecto, LA VIDA INTELECTUAL 241 He aquí algunos detalles instructivos sobre el paganismo escan- dinavo. En la iglesia de Borgund, en Noruega, se ha descubierto este texto: «Pórir ha grabado estas runas el día de la misa de Òlåfr [se trata pues del 29 de julio y la inscripción data de la época cristiana, pero sin duda poco tiempo después del 1000] cuando pasó por aquí». Nornir vel ok illa mikla måðu, skakadu ber mèr («las Nor- nas dispensan el bien y el mal; a mí, me han hecho mucho daño»). Hay convergencias apasionantes; así, los Sigrdri fumál de la Edda poética enumeran los diversos tipos de runas según sirvan para dar la victoria, curar enfermedades, favorecer la fermentación de la cer- veza, etc. Ahora bien, un palo descubierto en Bergen no hace mu- cho tiempo lleva la siguiente inscripción: rist ek bótrá nar, rist ek bjargrůnar, einfalt vió álfum, tuifalt við tröllum, prifalt vió bursum («yo grabo las runas que curan, yo grabo las runas que salvan [de los peligros], una vez para los alfes, una segunda vez para los trolls, una tercera vez para los þurs»); se recordará que los trolls son gigantes u ogros primitivos, y los þurs, otra categoría de criaturas monstruo- sas. “ Se encuentran también detalles muy interesantes de lo que no- sotros llamaríamos civilización. Veamos esta inscripción de Alum, en Dinamarca: «Vigot ha erigido esta piedra para Asgi, su hijo; que Dios ayude a su alma. Pfri, mujer de Vigot, ha erigido esta piedra para Porbjórn, hijo de Sibbi, su primo, al que amaba más que a un hijo propio». Hablemos de la elección de los nombres. Veamos esta inscripción, en Járosó (Suecia): «Upnúlfr y Fjölvar han erigido una piedra para Djuri, su padre, hijo de Hreidúlfr, y para su madre, Hornlaug, hija de Fjölvar de Viksta». En otras palabras, Unndlfr es nieto de Hreidalfr, y Fjölvar lleva el nombre de su abuelo materno. Ésta, que viene de Alstad en Ringerike, Noruega, evoca directa- mente el brádferó o brá ðför, o simplemente bráð laup, de los que hemos dicho en el Prólogo que remitían directamente al rito más significativo del matrimonio, el hecho de llevar a la novia: «Jórunn 242 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) ha levantado esta piedra para Öl-Årni, que tomó su mano en matri- monio y la llevó de Ringerike, en Vé, hasta Ölvestad». O bien, puesto que conocemos ahora el sentido de las palabras ódal (y su equivalente ættarfè, el bien, fé, que debe quedar en una familia, ett), ésta que viene de Nora, Suecia (Uppland), en una piedra que un tal Bjórn erige para su hermano Óleifr que ha sido «traicionado en Finnheden» (no sabemos a qué remite esta fórmula): Er þessi byr þeira ódal ok aettarfé, «Este dominio (o esta granja) es su patrimo- nio indivisible y su bien familiar». Tal vez al lector le molesten las largas genealogías que entorpe- cen, a sus ojos, el desarrollo de las sagas, pero léase este documento jurídico de Malsta, en el Hälsingland, Suecia: «Frómundr erigió esta piedra en memoria de Gylfi el poderoso, hijo de Bresi. Y Bresi era hijo de Lini, y Lini, hijo de Aun, y Aun, hijo de Ofeigr, y Ófeigr, hijo de Pórir. Gróa era la madre de Gylfi el rico, y dio a luz después a Ladvé, después a Gudrán», etc. ¡Tenemos por tanto la mención de seis generaciones! El documento siguiente data aproximadamente de 1050 y testifica acerca de un reparto de tierras, es decir, de una de esas transacciones que evocábamos al hablar del ping: «Finrr y Skapti erigieron esta piedra, hijos de Váli, cuando partieron sus tie- rras» (pá es þeir skipta löndum sinum). He hablado mucho del bóndi para decir que él era el verdadero vikingo y, de alguna manera, el ideal de esta sociedad. Helo aquí re- tratado de cuerpo entero, si puede decirse así, en Rórbro, Smáland (Suecia): Hann var manna mestr únidingr, var undr matar è ok ómunr hatrs, gódr þegn guðs trù góda hafði. LA VIDA INTELECTUAL 243 Es una inscripción de la época cristiana y su última línea la data, pero lo que dice de las cualidades de Eyvindr, puesto que así se llama el dedicatario, coincide con toda seguridad con el ideal del bóndi: «De todos los hombres, era el más incapaz de infamia, se complacía en dar comida, pero no le gustaba el odio, buen camarada y leal, tenía fe en Dios». Y ésta, que procede de Árhus, Dinamarca, y recapitula —para nosotros— nociones que ya hemos comentado extensa y frecuentemente, como la de félag: «Tosti y Hofi, así como Freybjórn, erigieron esta piedra a la memoria de Ozurr Saksi, su félagi, un hombre bravo y valiente que murió sin el menor oprobio [el texto dice aquí 4nidingr, que conocemos] y que poseía un barco con Arni». Tenemos pues la idea de félag, félagi, y el objeto de la asociación, el barco. Quisiera ofrecer, porque es un ejemplo a la vez sorprendente y admirable, la célebre inscripción de Karlevi, en Öland, Suecia, por- que nos proporciona una estrofa completa y admirablemente traba- jada, en dróttkvett (pronto estudiaremos esta palabra), a la gloria de un tal Sibbi el god, hijo de Foldar: Fólginn liggr hinns fylgón —flestr vissi pat— mestar depir dólga prúdar draugr i peimsi haugi. Munat reip-Vidurr rába Endils iarmungrundar órgrandari landi. «Oculto yace en este cerro —la mayor parte lo sabe— el gue- rrero capaz de las gestas más altas. No puede ya el poderoso Vidurr el del carro gobernar en Dinamarca, el compatriota más generoso del inmenso suelo dé Endill». Es una verdadera estrofa escáldica, según todas las reglas del arte, con los kenningar como «espectro de la espada de la hija de Pórr», para guerrero, o «Vidurr el del carro», paraOdinn, o también «inmenso suelo de Endill» (un rey del mar), para el océano. 244 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) El ejemplo en cuestión es elocuente. La formulación adoptada, leída en voz alta, tiene un valor musical inmediato. Ahora bien, el jari Rögnvaldr, al que no hemos olvidado, después de haber hablado de sus actividades de smiðr —que me reservo para desarrollar más adelante— y de su ciencia de «leer», así como de sus capacidades de- portivas, pasa a la actividad de «poeta». Será por lo tanto necesario examinar esta cuestión. Recordando enseguida que pretender hablar de la poesía de los vikingos supone necesariamente limitarse a cier- tas formulaciones poéticas que figuran en las inscripciones rúnicas, a los grandes poemas éddicos —los más antiguos principalmente— y al tesoro de la poesía escáldica; es ciertamente a esto a lo que quiere aludir Rógnvaldr, y me atrevo a decir que es suficiente, pues- to que la poesía escandinava antigua aparece ya con todos sus ele- mentos característicos casi desde que se manifiesta!!. Que los germanos hayan conocido, desde los orígenes, una poe- sía de tipo particular, basada en la aliteración, la acentuación (muy fuerte en esas lenguas, como sabemos) y la alternancia de largas y breves, es una evidencia: esto se manifiesta ya en lo que se denomina el «verso largo» germánico, del que, en verdad, poseemos pocos ejemplos. Que sean los escandinavos, y más precisamente los islan- deses, quienes hayan consignado en pergamino el tesoro de las anti- guas tradiciones poéticas germánicas, es una especie de misterio que no llegamos a descifrar y al que sólo podemos referirnos como el «milagro islandés». Sin embargo, hay que tener cuidado con el he- cho de que la consignación en cuestión, que no pudo comenzar an- tes de mediados del siglo Xu, en el mejor de los casos, no es ya un asunto vikingo. Lo he dicho al principio de este libro, pero cuando Rógnvaldr se jacta de saber componer un lai, no habla ya como vi- kingo, sino como jar! de las Orcadas de comienzos del siglo XI, es decir, dos o tres generaciones después de la muerte del último émulo de Ragnarr Lodbrók!?. Ahora bien, todo hace pensar que algunos principios de natu- LA VIDA INTELECTUAL 245 raleza poética —retorno de sonoridades a la inicial de las palabras, búsqueda de cierto ritmo, cómputo de acentos— hayan presidido, desde su aparición, la composición de las fórmulas rúnicas. Una for- mulación como ésta, que procede de Helnaes, Dinamarca, y que debe datar de comienzos de la era vikinga, sorprende ya por su na- turaleza «musical», es decir, por la profusión de sus vocales sonoras asociadas 2 consonantes situadas en los tiempos fuertes, Se trata de un goði, Hrólfr, que erige una piedra a la memoria de su sobrino Guðmundr, que debió de ahogarse con su tripulación: rhuulfRsatistainnuRa kupiafekupumutbrupur sunusinstruk- napu «Hrólfr, el goði del cabo, erigió esta piedra a la memoria de Guðmundr, su sobrino. [Ellos] se ahogaron!”...» Se puede afinar un poco. La piedra de Djulefors (Suecia, siglo XI) dice: Hann austarla Ñ arði barði ok i langabarðilandi andaðis. «En el este aró [el mar] con su proa y en el país de los lombardos murió». Se reparará en las sonoridades arði, andi. He aquí algo mucho más llamativo: en la inscripción de Vallentuna (Suecia, siglo XI) po- demos leer lo que sigue, cuyas terminaciones van según un sabio de- crescendo (las escribo en mayúsculas): Hann drunknadi å bólms bAFI skreið knórr hans ¿RAF prir einir kvómu AF 246 LA VIDA COTIDIANA DL LOS VIKINGOS (800-1050) «Se ahogó en el mar de Hólmr / su knórr se hundió / no sobrevivieron No nos sorprenderemos, por tanto, de que en pleno período vi- E aeq P P kingo esta vez, es decir, a principios del siglo Xi, la pequeña ceja de cuero redonda de Sigtuna (Suecia) lleve una inscripción que satisface los principios de la poesía escáldica. P fugl velva sleit falvan fann’k gauk a nas auka que es también una fórmula de conjuro contra el eventual ladrón: «Que el pájaro lacere al ladrón pálido [de miedo], yo he visto en- gordar al cuco sobre la carroña». Se habrá reparado en la aliteración en f (fann’k, falvan, fugl), así como lo que yo llamo las «vueltas de grafía» (el-al o ank-auk). He aquí otro ejemplo, la estrofa 3 de la joya de la Edda poética, la Vóluspá o Predicción de la Vidente: Ar vas alda, pat er ekki var, vara sandr né ser nè svalar unnir; iörð fanns eva nè ubbiminn, gap var ginunga, en gras hvergi. «Era en la primera edad / cuando no había nada, / ni arena ni mar / ni frías olas; / no había tierra / ni cielo elevado, / abierto estaba el vacío / y no había hierba en ninguna parte». LA VIDA INTELECTUAL 247 Vemos las aliteraciones de tres tiempos (por ejemplo, versos 3 y 4: svalar — sandr — ser, o en los dos últimos versos: gras — gap —ginnunga), el cómputo de sílabas y acentos, pero el conjunto es mucho más sencillo que los poemas escáldicos de los que hablare- mos y se presta bien a enunciados de tipo directamente narrativo, Henos aquí en buen camino para abordar sucintamente la poe- sía escáldica que, si bien pudo nacer en torno al Báltico hacia el siglo VII, se convirtió muy pronto en algo así como una especialidad es- candinava, a la espera de que los islandeses la hicieran suya en ex- clusiva, sin duda sobre modelos noruegos. La cuestión es de una complejidad que excluye cualquier análisis apresurado. Baste con- signar aquí algunos puntos importantes!*, El problema de sus oríge- nes primeros parece ahora resuelto: nació del «verso largo» germá- nico continental basado en la aliteración; ya he rechazado su origen mágico, precisando no obstante que pudo servir perfectamente, He- gado el caso, a fines esotéricos, que determinarían su buscada oscu- ridad en formulaciones y vocabulario. La Edda de Snorri, que es una especie de Poética en la materia, nos proporciona todos los puntos de referencia deseables. Y nunca podríamos interesarnos por ella en demasía, puesto que, con la poesía éddica, fue sin duda alguna la gran obra de los vikingos en esta materia. Es de ellos de lo que nos habla con prioridad, de sus viajes, sus hazañas, sus sentimientos. Era una poesía «de corte», expresión que debe ser entendida con precaución, puesto que la noción de «corte» no tenía derecho de ciudadanía en esas sociedades. Digamos más bien que el escalda o poeta titulado gravitaba alrededor de un jefe, de un jar! o de un rey, cuyas gestas es- taba encargado expresamente de celebrar según esquemas completa- mente convenidos, del tipo: «Alabo a X..., que ha realizado esto o aquello, ha dado comida al cuervo, ha distribuido los anillos [de oro)». Se trata por tanto, como casi siempre en la Edad Media, de poesía de encargo, salvo notables excepciones (como el Sonato- rrek de Egill Skallagrimsson conservado en la saga que lleva su nom- "248 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) brel5) y el interés no radica, en general, en el contenido del texto, sino en su elaboración. Digo «en general», porque uno de los rasgos originales de la poesía escáldica es que no obliga a su autor al anoni- mato (como la poesía éddica y, mucho más tarde, las sagas), y puede suceder que haga alusiones, muy valiosas para nosotros, a aconteci- mientos históricos, incluso a los sentimientos personales del autor. Su arte es de un virtuosismo desconcertante, de modo que uno se siente fundamentado para afirmar que la poesía occidental no conci- bió nunca nada más sabio: afirmación que no dejará de sorprender, pero que hay que hacer plácidamente, pues surge de la simple eviden- cia. En general, reposa sobre reglas sumamente rígidas de versifica- ción propiamente dicha, de vocabulario y de sintaxis. Entre el cente- nar de metros que enumera Snorri Sturluson, en su Edda en prosa, tomaremos el ejemplo más célebre, el dròttkvætt, o metro de la drótt (que designa a la guardia de corps o de la «casa» de un jefe, término sustituido más tarde por el préstamo anglosajón hirð), y del que aca- bamos de dar un ejemplo con la inscripción rúnica relativa a un cierto Sibbi. He aquí la estrofa —pues se trata de un poema estrófico, otra originalidad de la época, en ocho «versos», es decir, dos veces cuatro, puesto que cada mitad de la estrofa, o helmingr, constituye una uni- dad de sentido y de sintaxis y repite, por el contenido, la precedente— relativamente simple, atribuida a Egill Skallagrimsson, ya nombrado, y que se supone que había declamado a la edad... ¡de seis años! Pat melti min módtr, at mèr skyldi kaupa fley ok fagrar årar, fara å brott með vikingum, standa «pp i stafni, stira dyrum knerri, halda svá til hafnar, höggva mann ok annan. LA VIDA INTELECTUAL 249 «Mi madre me ha dicho / que me comprará / un barco y gran- des remos / para partir con los vikingos, / colocarme en la roda, / gobernar el knórr magnífico / después llegar a puerto, / y de- rribar hombre tras hombre». Cada línea tiene más o menos seis sílabas, tres de las cuales están acentuadas. Las líneas —es el punto capital — están unidas dos a dos por una aliteración consonántica o vocálica (todas las vocales aliteran entre sí) cuya «clave» es proporcionada por el primer tiempo fuerte de cada verso par: mér-melti-módir fara-tley-fagrar; stpra-standa- stafni; hóggva-halda-hafnar) que repercute por lo tanto dos veces en el verso impar precedente. En cada línea figura una «vuelta de gra- fía», es decir: una vocal, sea la que sea, es seguida de las mismas con- sonantes, como yr-err o an-an; no olvidemos que el autor es un niño, y de ahí las licencias tomadas con esta ley. Y no insisto en la alter- nancia de largas y breves, como tampoco en la presencia deseable de «rimas», en verdad de asonancias (aquí, a, i). He dicho que me aten- dría a lo elemental. Pues ni que decir tiene que, en la continuación de la saga, Egill, que es probablemente el mayor escalda islandés, da prueba de un virtuosismo absolutamente sorprendente. Pero el lector curioso podrá meditar algunos instantes en este visubelmingr (una visa es una estrofa, y ya hemos visto la palabra belmingr) atribuido a un obispo islandés, Klengr de Skálaholt, en el que parece describir un viaje por mar. Cada línea implica una doble «vuelta de grafía», indicada aquí por la tipografía: DADKk svejț å glAD geitis górs IÐ at för tl Dum drögum bEST a lög IESTa, lid fIYTr, en skrið nÝTam. «A menudo he invitado a los hombres a montar el corcel de Geitir [el barco]; se prepara el viaje; sacamos el caballo de car- 250 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) ss de la rápida ga [el barco] al mar; lanzado el esquife, gozar travesía». Queda el orden de las palabras, que es de una libertad extrema (declinaciones y conju- en una lengua que tiene una fuerte inflexió gaciones). Cuando Sigvatr Pórdarson, que fue un gran amigo de San Òlàfr, se aflige por la muerte del rey, dice: Há bótti mèr bleja böll um Nóreg allan — fyrr var ek kenndr à knórrum — klif meðan Ólafr lifði; ná þykki mèr miklu — mitt strió er svå-hliðir, jófurs hylli varð ek alla; óblidari siðan. «Los altos acantilados inclinados me parecían sonreír por toda Noruega — no hace mucho me dedicaba a conducir un knörr — cuando Òlàfr vivía. Desde entonces, los declives me parecen menos risueños — tal es mi duelo; yo había logrado todo el fa- vor del príncipe». No insistamos más en las aliteraciones, acentuaciones, vueltas de grafía, o alternancias de largas y breves. He aquí lo que sería el orden «normal» de las palabras desde la perspectiva francesa: Há höll klif pótti mèr hlæja um Nóreg allan — ek var kenndr fyrr á knórrum — medan Óláfr lifði; siðan blidir þykki mêr nå miklu ò bli- dari — mitt strid er svå — ek varð alla hylli jófurs. Uno se pierde en conjeturas sobre la forma en que el escalda lle- gaba a componer de esa manera, y sobre todo sobre el tipo de recep- ción que podría encontrar en su auditorio. Parece, sin embargo, que se le entendía, no digo sin esfuerzo, pero con una relativa facilidad. po n =a LA VIDA INTELECTUAL Algunos textos nos muestran a los que escuchan la declamación de una visa, repitiéndosela y logrando descifrarla. Tal vez un procedi- miento de naturaleza musical (la voz que cambiaba de registro cada vez que iniciaba o volvía sobre una nueva proposición) presidía este ejercicio, En cualquier caso, parece innecesario repetir una vez más hasta qué punto debía ser evolucionada la cultura de esos hombres y mujeres capaces de crear y de entender semejantes obras maestras. Y sin embargo, no son ésos sino ejemplos sumamente simples, dicho sin ironía (a excepción de la semiestrofa del obispo Klengr). Por otra parte, acabamos de ver el ejemplo anterior: esos artifi- cios de métrica se llenan de manierismos de vocabulario que res- ponden al principio según el cual no se deben designar cosas y seres por su nombre. Hay que sustituirlos por clases de sinónimos o eiti (denominaciones) o bien perífrasis de dos o varios términos unidos por una relación genitiva o kenningar (conocimientos). No se dirá, por lo tanto, el escudo, sino el tilo, puesto que esta arma está con frecuencia hecha de esa madera; ni el marino, sino el caballero del caballo del esposo de Rán, puesto que el esposo de Rán es Aegir, dios de los océanos. Se adivina la infinita variedad de soluciones que se presentan. Proceden, quizás, en los orígenes, del tabú verbal, pero es más simple ver en ellas investigaciones propiamente artísticas. Apreciemos los efectos que se pueden obtener por asociación de va- rios registros en una kenning, para «guerrero» como «såra dynbá ru svangreddir», donde sár es la herida, bára, la ola, y dynr, el estré- pito, el clamor; dynbára = la ola de clamor, la ola estruendosa; sára dynbára = la ola estruendosa de las heridas = la sangre; greddir, el que alimenta; svanr, el cisne; el cisne de las heridas = el cuervo, el que alimenta al cuervo = el guerrero. Nunca se insistirá demasiado en el hecho de que, como habrá que repetirlo a propósito del arte o el artesanado, la maravilla radica en cómo el poeta trabaja, cincela, pule, explota al máximo las posi- bilidades técnicas de su material, aquí, el verbo, en otra parte, el me- ` 252 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) tal o la madera. De alguna manera, no es el contenido directo del su- sodicho material lo que le interesa, sino el continente, la forma en que es posible explotarlo llevando casi hasta el exceso las potencia- lidades que ofrece, ¿Es en esos lais (ljó0) en lo que piensa Rógnvaldr cuando se enorgullece de ser un entendido en poesía? Es muy posible, pues, incluso si los documentos, que poseemos actualmente no pueden ha- ber aparecido en la forma en que los conocemos antes del siglo XH, no se puede dudar que son más antiguos, al menos en su substancia. Eso es tanto como plantear el insoluble problema de la tradición oral, que debe de haber existido, al menos en su principio, desde tiempos remotos, aun cuando todos los estudios recientes se afanen por encontrar modelos latinos, célticos u Otros para los textos que poseemos. No sé si hay que hacer retroceder mucho en el tiempo tantos poemas con frecuencia oscuros en sus formulaciones —lo que podría ser lo mismo una prueba de antigiiedad que de esote- rismo— pero no puedo desdeñar un detalle señalado, como de paso, en la Saga de San Oláfr, donde, al principio de la batalla, fatal para el rey, de Stiklarstadir (1030), vemos cómo de manera natural el es- calda Þòrmòðr entona los Bjarkamál —un soberbio poema en la mejor tradición de la poesía escáldica— para incitar a sus camaradas al combate. Hay ahí un uso que no parece improvisado por Snorri Sturluson, el autor de la saga. Y además, en todas o casi todas las sa- gas, aparecen eventualmente «estrofas libres» (lausavi sur), nosotros diríamos improvisaciones, que pueden, por supuesto, haber sido compuestas por el autor para las necesidades de su relato, pero que podrían también, en un buen número de casos, remontarse a las épocas consideradas por los textos —es decir, los siglos IX y X en ge- neral—. Pues es evidente, en mi opinión, que un arte de una com- plicación y una elaboración como el de los escaldas no pudo apare- cer por generación espontánea. Evidentemente, hemos ido directamente a los extremos para sa- D LA VIDA INTELECTUAL 25 tisfacer la vanidad del jarl Rögnvaldr. Existía un tipo de poesía más simple, aunque basada en los mismos fundamentos. Le damos el nombre de poesía éddica porque se expresa en los grandes textos de la Edda poética. Aquí, el metro es el fornyrðislag (metro de los cán- ticos antiguos) y sus variantes, metro de los lais (Ijódabátir) o metro de las sentencias (málabátir) o también metro de los encantamien- tos mágicos (galdralag). Son, en efecto, los tres tipos principales de poemas que contiene la Edda. Recordémoslo aquí: se entiende por Edda (el sentido de la palabra no está establecido con certeza, debe de significar «poética», pero no deben rechazarse otras posibilida- des) una compilación que data del siglo XI, pero que se apoya en modelos mucho más antiguos —algunos de los textos en cuestión pueden remontarse al siglo VII— y que contiene todos los grandes poemas mitológicos, gnómicos, mágicos, éticos y heroicos de la an- tigua Escandinavia, incluso de toda Germania. Y de hecho, la Edda poética nos relata los hechos y gestas de los dioses Ódinn (Håvamål, del que ya hemos hablado con fines éticos, Grimnismal, que es un gran poema iniciático, Hárbard sljód, en el que Òðinn y Pórr se entregan al clásico combate de injurias), Pórr (Hymiskvida, en el que va a buscar el caldero para fabriear la cer- veza de los dioses, Brymskvida, donde recupera su martillo, pero tras haber tenido que vestirse... de mujer), Freyr (Skirnisfor, que es la variante nórdica de los amores del dios-primavera-sol y la tierra germinativa), Loki (Lokasenna, en el que el dios del «mal», en ver- dad del desorden, insulta o calumnia abundantemente a los dioses y las diosas) y otros. Incluye también grandes textos que difunden el conocimiento de las cosas sagradas como los Vafbrádnismál o los Alvissmál, culminando todo en los dantescos frescos de la Voluspá, que describe en imágenes inolvidables la historia mítica del mundo de los dioses y de los hombres, de los orígenes al Ragnarók y a la re- generación universal que le seguirá. Dejamos aparte el ciclo heroico centrado en el prototipo del héroe, Sigurðr, matador del dragón 54 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) w Fåfnir, y en sus amores fatales (Brynhildr, Guórún) así como en sus arquetipos (Vólundr, que es también el herrero maravilloso de esta mitología) o prototipos como los Helgi, respectivamente matador de Hundingr e hijo de Hjórvardr; ya hemos dicho que el heroísmo no se ofrece ahí como ejercicio de proezas o realización de hechos impensables para el común de los mortales, sino como fidelidad a los grandes valores éticos de este universo. Esto es por lo demás lo que confiere a estos grandes textos, duros y a menudo tremendos, su aire inimitable. Por tanto, no se espera del héroe, que se nos da como tal de una vez por todas y sin demostraciones, que realice for- midables hazañas, sino que se muestre fiel a sus compromisos, más personales, en verdad, que dictados por un código externo. Esto no ha sido más que una breve ojeada sobre un género que, como se puede imaginar, exigiría un estudio mucho más desarro- llado. Volvamos ahora al jar! Rógnvaldr. Se jacta a continuación de su talento de smiðr; como hemos examinado muy de cerca esta úl- tima palabra, así como las realidades que implica, no me detendré en ella. Salvo para señalar que esta actividad en absoluto era considerada indigna de un hombre noble. Nos imaginamos bastante bien, por la noche, en la velada, a esos hombres hábiles con sus manos, tallando la madera, cincelando el metal, decorando el cuero, esculpiendo hueso o marfil, etc. Queda por otra parte algo de tales costumbres en eso que los suecos llaman actualmente el slöjd (hemslöjd), es decir, esos utensilios de uso corriente que elaboran en casa, por placer, los escandinavos y que tienen como resultado esos bellos objetos prác- ticos de «formas escandinavas» que han acabado por pasar a nuestra vida cotidiana. Basta recorrer alguno de los museos históricos de los países del Norte para admirar esos resultados de un acabado sor- prendente y, una vez más, de un funcionalismo evidente, con los que se rodeaban aquellos hombres y mujeres. Sin embargo, las técnicas LA VIDA INTELECTUAL 255 de trabajo de la madera, el metal, el cuero o el marfil, que han sido muy bien estudiadas por especialistas, eran muy diferentes. Sor- prende que, en la mayor parte de los casos, un solo hombre fuera ca- paz de pasar de un campo a otro. Pero, como hemos dicho, los días eran largos en verano en el Norte, y los meses de invierno, intermi- nables. Ciertamente no faltaba el tiempo libre. Hemos visto que po- dían estar ocupados en diversas tareas domésticas, y entre ellas, en primer lugar, el tejido, que era asunto de todos, hombres y mujeres. Asimismo, la construcción de un barco no se hacía en un día, como tampoco la de los diversos instrumentos indispensables en los des- plazamientos o en los trabajos cotidianos. Tampoco se debe olvidar que no existían profesiones especializadas en el ámbito alimentario, por ejemplo, o de la indumentaria: cada granja o grupo de granjas es- taban obligadas a vivir en una especie de autarquía que hacía de los dueños de la casa carniceros, panaderos, sastres, peleteros, guarda- bosques, etc. Ello no impide que siguieran existiendo momentos de tiempo libre, que la arqueología y los textos permiten imaginar cómo se ocupaban. Ésa es la razón por la que, haciendo una pequeña alteración en el orden en el que Rógnvaldr nos ofrece su enumera- ción, hablaré de arte y artesanía antes de terminar con la música. El objeto de este libro, en el terreno que vamos a abordar ahora como en todos los demás, no es presentar una especie de cuadro de las realizaciones artísticas de los vikingos, sino mostrar cómo este género de actividades se integraba en la vida cotidiana. Para el co- nocimiento del arte vikingo propiamente dicho y de su evolución, me permito remitir a obras especializadas!*, Haré a pesar de todo algunas observaciones de conjunto, que aparecen implícitamente ya en las páginas que preceden. La primera, que el arte vikingo es de naturaleza esencialmente decorativa y fun- cional. Nada de arte por el arte, pero tampoco un dominio reser- vado para el arte y otro sector chatamente utilitario en el que lo be- llo no tendría nada que hacer. El broche más bello puede ser de una 256 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) sabía elaboración, pero ha sido concebido para enganchar los dos la- dos de un vestido; a la inversa, hay una búsqueda evidente en la «na- riz» de un pequeño yunque portátil. Esto es ya muy visible en los objetos muy antiguos que proceden de la edad del bronce, o incluso antes. Cuando, actualmente, se habla de las «formas escandinavas», se olvida que esta cultura siempre ha sabido conciliar una cierta es- tética con la utilidad. Cuestión de largos ocios, tal vez; cuestión so- bre todo, yo creo, de gusto por el orden y lo acabado, perceptible en todos los ámbitos de la actividad humana. Segunda observación: la ley de este arte es el movimiento, el di- namismo. J. Graham-Campbell habla de vigor, de vitalidad; es posi- ble. El observador queda sorprendido por la ausencia total de moti- vos estáticos, así como por la gran continuidad que reina entre los sucesivos «estilos» (cuyas fechas de datación se superponen unas so- bre otras), que los especialistas distinguen entre, digamos, el 750 y el 1100: 750-850 estilos de Broa o de Oseberg 830-970 estilo de Borre 880-990 estilo de Jelling 950-1010 estilo de Mammen 980-1080 estilo de Ringerike 1040-1150 estilo de Urnes!” Todos ellos se dedicaron a pintar animales en movimiento —la famosa «fiera de presa», gripping beast, por ejemplo, de las clasifi- caciones antiguas—, a mostrarlos en contorsiones inimaginables, de modo que en ocasiones es casi imposible para la vista seguir los con- tornos de los cuerpos. Y esta tendencia, que tiene todos los rasgos de una constante, la encontramos al menos desde el siglo v. Se puede descender un poco a los detalles, aunque sin insistir. Desde sus inicios —estilo llamado de Broa (en Gotland)—, nos en- LA VIDA INTELECTUAL 257 contramos con un animal muy estilizado, hasta el punto de ser con frecuencia imposible de identificar, que es, en realidad, la primera versión de la «fiera de presa» cuyas versiones futuras serán innu- merables, ya se trate, señalemos este aspecto, de elaboraciones en madera o en metal, Es también justo decir que los estilos de los que se acaba de dar una lista (precisemos por honradez que esta lista no es respetada por todos los especialistas, y algunos introducen un es- tilo de Berdal, que sería el más antiguo de la época vikinga, según los descubrimientos hechos en ese lugar de Noruega) no son sino refinamientos sucesivos. Las verdaderas novedades serán escasas y tardías: los motivos decorativos vegetales, por ejemplo, aunque los objetos según el estilo de Mammen prueban que la hoja de acanto de origen carolingio había llegado al Norte ya en el siglo 1x'8, Y debemos señalar también que las características de esta manera de trabajar el metal, la madera u otros soportes siguieron siendo vá- lidas mucho tiempo después de la época vikinga. Un examen mi- nucioso de las maravillosas ornamentaciones de la stavkirke (o igle- sia de madera en pie) de Urnes (siglo X11) nos proporciona la prueba de ello. Es importante subrayar igualmente el incesante juego de inte- racciones que marcará la época vikinga, en los dos sentidos (Escan- dinavia-mundo exterior), en particular en materia de arte, aunque la observación valga ciertamente para todos los ámbitos. Así, es fácil descubrir influencias nórdicas en el mundo céltico (la cruz de Cong, en Irlanda, por ejemplo), o eslavo, siendo la observación recíproca igualmente verdadera, Basta ojear el catálogo de una gran exposi- ción consagrada a los vikingos, como la de Londres de 1980, para encontrar, entre los objetos expuestos y procedentes de Escandina- via en la época que aquí nos interesa, una encuadernación de un li- bro anglosajón, una medalla céltica reutilizada como broche, un cuenco carolingio, vasos de Renania, joyas de plata de factura es- lava, así como collares, brazaletes o bordados bizantinos’. 58 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) Pa En tercer lugar, este arte culmina cada vez que logra encontrar un punto de equilibrio exacto entre realismo y simbolismo. La ob- servación vale también para los grabados rupestres de la edad del bronce?, y nunca se desmentirá. Nada podría dar una idea mejor que las maravillas del barco de Oseberg, por ejemplo, como la figura del monstruo que decora la parte alta de un poste, debida a un ar- tista apodado el Académico, en razón de la maestría con la que lo- gra que la decoración no se imponga sobre el valor funcional del ob- jeto ni sobre la calidad intrínseca del material empleado, la madera. Probablemente, tampoco hay ilustración más elocuente de ello que la famosa veleta de Söderala —sin duda, estaba montada inicial- mente en la parte alta del mástil del navío— en la que, después de un momento de «aclimatación», el ojo llega a discernir, entre el cince- lado de la lámina triangular de metal que constituye propiamente la veleta, el cuerpo de un dragón. A menos que uno prefiera concen- trarse en las grandes piedras con inscripciones rúnicas que el graba- dor ha logrado convertir en verdaderos objetos de arte. En última instancia, no es necesario conocer el sentido de las piedras rúnicas de Ramsund, de Gripsholm o, culminación del arte, de Rök (que no tiene ningún motivo decorativo y existe únicamente en virtud de sus propias runas) para admirar la belleza de esos objetos. Ha sido necesario tiempo, y paciencia, y una pasión comedida, dominada, para crear todas esas maravillas que nos ofrecen con pro- fusión los grandes museos escandinavos. Esculpir la madera con una fineza increíble, obedeciendo sin fallo a los imperativos de ese ma- terial (así se puede ver todavía en los famosos montantes de la igle- sia de madera de Hylestad, donde se encuentra ilustrada una parte de la gesta de Sigurðr Fáfnisbani); labrar el metal, cincelarlo o fun- dirlo para hacerle adoptar todos los movimientos de la fantasía del creador; inscribir en el rudo marco de la piedra los motivos que por sí mismos la decorarán, como en las grandes piedras talladas de Got- land, o en relación con la inscripción rúnica que contiene; pulir y LA VIDA INTELECTUAL 259 ahuecar un pequeño fragmento de ámbar o de hueso para hacer que represente a un animal inscrito exactamente en la forma del soporte; incrustar con una precisión increíble una hoja de hacha —pienso en la de Mammen, por supuesto— de tal forma que el soporte conserve su carácter de arma y a la vez su ornamentación haga desaparecer de ella su carácter brutal: no acabaríamos nunca de detallar todas las técnicas, incluso todas las enseñanzas que a la manera de «escuelas» debieron de inculcar a sus discípulos”, Ciertamente, apenas podemos imaginar cómo el vikingo habría podido «aburrirse». Ya he insistido, al describir la casa, en la smiðja, la «fragua» si se quiere, en realidad, el edificio donde se practicaban todas las actividades de orden artesanal. Se comprende ahora su im- portancia y su verdadero papel: no sólo fabricar los objetos de los que se tenía necesidad en la vida cotidiana —esto es, por decirlo así, evidente—, sino dar a esos objetos una calidad capaz de embellecer la existencia. Y el aficionado no puede más que admirar igualmente con qué facilidad las influencias recibidas un poco de todos los lu- gares con los que el vikingo estaba relacionado fue- ron asimiladas y adaptadas. De esta manera, como acabamos de ver, los descubrimientos de origen eslavo o sajón que sólo un ojo ex- perto puede identificar o los paneles de madera grabados de Flata- tunga, Islandia, que deben ciertamente sus orígenes al arte de Bi- zancio, pero adaptado con una gracia ingenua que le da todo su valor. Es sorprendente constatar que, por razones que ignoramos, la escultura en piedra ha sido casi desconocida de los escandinavos, excepto los relieves —en los que Gotland se lleva la mejor parte— y que los motivos vegetales no aparecieron más que en época bas- tanté tardía. Pero todavía no hemos terminado con las altivas declaraciones de Rögnvaldr: dice también saber tocar el arpa. Y sobre este asunto, 260 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) tanto en este punto concreto como en lo que se refiere a la música en general, no tenemos información. Ya he hablado de los l40r; se trata a veces de tambores —en contextos mágicos en general— y del arpa, que toca el héroe Gunnar en su foso de las serpientes (pero el motivo órfico es una llamada a la prudencia), ¡y eso es todo! Sin em- bargo, he sugerido hace poco que la poesía escáldica, tanto en su es- cansión como en sus mismos principios de composición, podría muy bien tener orígenes musicales, cantados, gritados, incluso au- llados, He señalado también que esta poesía se presta fácilmente a operaciones de tipo mágico (id, sejór, mansóngr, por ejemplo). El hecho es que el dios de los escaldas,Odinn, es llamado «el que grita» (broptatór). Sin hablar de «canto» tal como nosotros lo concebimos, nada nos impide pensar que los vikingos practicaban una especie de declamación gritada que obedecería a leyes «musicales». Pero en cuanto al arpa, sospecho que Rógnvaldr debe haber querido, en este campo como en tantos Otros, imitar los usos continentales, incluso Corteses. Pues, desgraciadamente, eso es todo lo que se puede decir; to- dos los esfuerzos de reconstrucción de una posible música sobre la que, por ejemplo, habrían sido ejecutadas las estrofas escáldicas, proceden del más puro romanticismo. Nuestros textos, sean cuales sean, con rarísimas excepciones, sencillamente no mencionan instru- mentos o arte musical ninguno. Y esta laguna es difícilmente com- prensible, cuando los otros dominios artísticos están bien represen- tados en esta cultura. Por lo tanto, forzoso nos es concluir, una vez más, a propósito del jar! Rógnvaldr (que habla a comienzos del siglo xx, no lo olvidemos), que sigue los usos de países extranjeros. Sería más bien hacia el lado de la danza, de la pantomima, hacia el que habría que dirigir eventualmente la investigación. Ahí, pisa- mos un terreno algo más firme. Los grabados rupestres de la edad del bronce y Tácito, entre otros, están de acuerdo en afirmar que los germanos practicaban danzas rituales. El basileo Constantino Por- LA VIDA INTELECTUAL 261 firogénito observa en 950 que los varegos realizaron ante él, por Navidad, unas danzas punteadas con gritos: «¡yul, yul, yull». Por más que sabemos que las baladas medievales, o folkeviser (según la denominación corriente en danés), son verosímilmente de origen francés”, parece que encontraron un terreno completamente fa- vorable en el Norte. Aparecen igualmente, en la Sturlunga saga, pantomimas satíricas dirigidas contra grandes jefes —tendrían, por supuesto, consecuencias trágicas— que deben remontarse a costum- bres muy antiguas: en este caso, se trata de comparar a los miembros del clan enemigo con las diversas partes del cuerpo de una yegua. Pero no sabría decir nada más. Se trataba hasta aquí de diversiones y de vida intelectual. Otro aspecto sorprende al observador: la extrema curiosidad mental de estos hombres y mujeres. Más tarde, el investigador se sorprenderá por la fantástica cultura que, por ejemplo, Islandia consiguió adqui- rir, hasta el punto de que no se ve ámbito o disciplina que no haya practicado”. Sin duda esto entra en el «milagro islandés», pero no hay ninguna razón para que al menos disposiciones idénticas no ha- yan marcado a noruegos, suecos o daneses. Alguien me acusará de hacer de estos vikingos algo así como in- telectuales, a escala de su tiempo. No es que yo me empeñe en ir sis- temáticamente a la contra de la imaginería comúnmente aceptada y, espero haber convencido de ello al lector, radicalmente falsa. Pero, en fin... Quiere la suerte que dispongamos de la relación de un gran banquete de bodas con la consignación de su desarrollo concreto?*, La escena tiene lugar en 1119 en Reykjahólar, Islandia. Una vez más, por tanto, nos encontramos lejos del final de la época vikinga, y en Islandia, que tal vez no sea representativa de toda la Escandi- navia medieval. El 29 de julio de ese año, dos grandes jefes, ricos y poderosos, grandes bændr por consiguiente, casan a sus hijos. Ha- 262 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) bida cuenta de las reservas que se acaban de hacer y también del he- cho de que la escena no se refiere a lo que llamaríamos la clase po- pular, sorprenderá, al leer este texto, hasta qué punto Jos festejos a que dio lugar este banquete fueran de tipo «intelectual». Nada nos impide considerar que la misma fiesta, algo menos de un siglo antes, se desarrollara de forma semejante. El texto nos describe en detalle el banquete (veizla, ya hemos encontrado varias veces la palabra y su uso) de bodas: la fecha (el día de San Ólatr, en verano), el lugar, los invitados principales. Una vez llegados éstos, se los coloca en sus sitios respectivos, ejercicio deli- cado, pues esta sociedad no bromeaba con la cuestión de las prece- dencias y se necesitaba una habilidad extrema para no vejar a nadie”. Se colocan las mesas y se sirven los manjares «a la vez excelentes y abundantes», así como la bebida («nunca faltó tampoco la buena be- bida»). Después se bebe: el texto no precisa a la memoria de quién, pero hemos visto que ciertamente se trata de los grandes antepasa- dos (estamos en período de cristianización desde hacía más de un si- glo) y/o de Cristo y los santos. Los invitados comienzan a beber abundantemente, las lenguas se desatan, las pullas lanzadas contra uno u otro se hacen numerosas y aceradas y —notemos el hecho— algunos invitados se lanzan banderillas bajo forma de dísticos que no son sin duda elaboración de visur escáldicos, pero que testimo- nian un gran virtuosismo. Evidentemente, este intercambio degene- rará y contribuirá a enconar las disputas latentes. Una vez más, me permitiré una digresión antes de volver al banquete de Reykjahólar. Se ha leído bien: en un primer momento, los invitados se lanzan dardos, bromas más o menos atrevidas; en resumen, se divierten visiblemente unos a expensas de otros. Pre- fiero creer que se trata de humor, pues el humor tuvo claramente un lugar considerable en la vida de los vikingos; de humor, más que de ironía: esas mentalidades no entendían, en su sequedad y sus impli- caciones puramente racionales, ese tipo de ejercicio que no sirve, en LA VIDA INTELECTUAL 263 resumidas cuentas, más que a la mente. Pero el humor... compro- mete, recordémoslo, a toda la persona, se dirige al hombre más que a cualquier parangón mental, es una reacción de distancia y salva- guarda de lo que tiene como propio. Conviene admirablemente a esos temperamentos más bien introvertidos, taciturnos y de una extrema prudencia sobre las consecuencias que pueden tener sus pa- labras. Y, por otra parte, incluso en las inscripciones rúnicas encon- tramos humor. Así en Husby Lyhundra (Suecia), donde los que eri- gieron una piedra a la memoria de Sveinn piden a Dios y a su santa Madre que «ayude a su alma más de lo que ha merecido». U otra inscripción equívoca acerca del nombre de aquel al que conmemora: se llama Óspakr (literalmente, no sabio) y la inscripción, en conse- cuencia, le llama litill visi maðr, hombre poco sabio. Veamos tam- bién, en un contexto cristiano, a ese clérigo, de fecha reciente sin duda, que graba sobre una piedra, en runas: Ego sum lapis («Soy una piedra»). Pero, por supuesto, es en las sagas donde hay que buscar los mejores ejemplos del asunto. Por no repetir las citas que se dan en todas partes —aunque un estudio de síntesis sobre este tema es ab- solutamente necesario— propondré algunos rasgos sacados de las sagas de contemporáneos, especialmente de la saga de Sturla Pórdar- son, el padre de los tres grandes Sturlungar, entre ellos, Snorri Stur- luson. Parece que este personaje, que era, en cualquier caso, bastante pintoresco, aconsejó a su yerno Ingjaldr que le vendiera sus corde- ros; Ingjaldr se negó, pero después le robaron los corderos. Ingjaldr corrió a casa de su suegro para contárselo y pedirle ayuda. Sturla le vio desde lejos y dijo: «Tengo la impresión de que mi yerno Ingjaldr quiere venderme hoy sus corderos». Se le oye exhortar a sus hom- bres, con gran frialdad, para el combate: «Me gustaría que apretarais los mangos de vuestras hachas de manera que no se meta en ellas el hielo», Fue perseguido, durante toda su vida, con un odio tenaz, por 264 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) una mujer llamada Porbjórg; al enterarse de la muerte de ésta, se acostó y no quiso hablar con nadie. Ante la inquietud de quienes le rodeaban, él respondió: «Ahora que Porbjórg ha muerto, ¿para qué enfrentarme con sus hijos?». En otro texto (Íslendinga saga), un co- nocido usurero, perseguido por sus enemigos, es alcanzado en su huida por uno de sus deudores, que le da un golpe en la espalda pre- guntándole a cuánto, en lo sucesivo, venderá la medida de comida. Responde: Halda lagi, «¡se mantiene el precio!». Podría prodigar ci- tas de este género. Es asimismo de las grandes sagas clásicas de donde tomaré un ejemplo célebre, En la Saga de Hallfredr, que es un gran escalda pero, por el momento, locamente enamorado de Kol- finna, hija del bóndi Ávaldi, sucede que, si bien la muchacha no ve con mal ojo esos amores, el padre de Kolfinna prefiere casarla con un rico vecino, Griss, que va a casa de Ávaldi a discutir las condicio- nes del matrimonio. En esto (en el capítulo IV), aparece Hallfredr que va a ver a Kolfinna y comienza inmediatamente a manifestar sus sentimientos a la doncella, a su manera, es decir, tomándola sobre sus rodillas a la vista y delante de todo el mundo: «La apretó contra él y de vez en cuando se besaban». Entonces, Griss y los otros [es decir, los asistentes que Griss ha convocado para que fueran testigos de su petición de matrimonio y de las condiciones que ofrece] salieron [es decir, salieron de la skáli donde habían sido recibidos y pasaron por la sala de las mujeres, donde estaban, muy a las claras, Hallfreór y Kolfinna]. Griss pregunta: —; Quiénes son esas personas sentadas contra la pared y que se conducen con tanta intimidad? Griss era muy miope y no veía bien. Åvaldi respondió: —Es Hallfreór con mi hija Kolfinna. A lo que Griss dijo: —¿Se comportan habitualmente de esa manera? LA VIDA INTELECTUAL 265 Se A i —Sucede a menudo —respondió Avaldi—, pero ahora te toca a ti arreglar esta dificultad, ya que ella es tu futura mujer. Y, aunque no quiero extenderme demasiado, no me resisto a ci- tar el pasaje de la Saga de Gisli Súrsson en el que uno de los persona- jes más simpáticos, que es lo que nosotros llamaríamos un deportista, acostado en su alcoba, es herido, por la noche, y mortalmente, por su enemigo, que es un cobarde. Al recibir el golpe fatal, grita algo así como «¡Ya está!» o «¡Blanco!» (Hneit bar!) y muere. Pero estamos aparentemente lejos de la boda de Reykjahólar. Volvamos a ella: Hubo allí alborozo y gran alegría, diversión abundante y todo tipo de juegos, a la vez que danzas [la traducción no es se- gura, se trata del préstamo del francés dans, y la palabra puede aplicarse muy bien a las baladas o folkeviser que evocábamos hace un instante], lucha [glíma, que conocemos] y recitaciones de historias [sagnaskemtan, palabra sobre la que volveré] [...] Brólfr de Skálmarnes recitó la saga de Hróngvidr el vikingo y de Óláfr, rey de los Liðsmenn, contando cómo Práinn el ber- serkr rompió el túmulo, y la saga de Hrómundr Gripsson, con muchas estrofas [...] Esta última saga había sido compuesta por el mismo Hrólfr. El sacerdote Ingimundr recitó la saga de Ormr, escalda de Barrey, con muchas estrofas y un excelente poema hacia el final, que Ingimundr había compuesto, aunque muchas personas conocedoras tienen esta saga por verdadera, Este pasaje, que no ha dejado de llamar la atención de los in- vestigadores desde hace mucho tiempo, es una especie de compen- dio y proporciona una conclusión muy bienvenida para el tema que estamos tratando. Sin embargo, sólo puede dar una idea de conjunto de las diversiones de aquella sociedad, y yo creo que no puede in- 266 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) formar con certeza sobre el equivalente de ese banquete en pleno período vikingo, pues había entonces una gran ausencia: las sagas. Hay que repetirlo, basta remitir a nuestro capítulo II, las sagas no pueden en ningún caso datarse antes de comienzos del siglo XII, en el mejor de los casos. Y en ese momento sólo podía tratarse —el ejemplo que acabamos de leer es elocuente en este punto— de las sa- gas llamadas «reales» (konungasögur) o quizás, si hemos de creer a investigaciones muy recientes, «legendarias» (fornaldarsógur), como parece ser el caso de los textos citados en este extracto. En otras pa- labras, las sagas no se contaban entre las actividades intelectuales de los vikingos. Esto no significa que no cultivaran con predilección cierto arte del relato —quizás, por ejemplo, esos pettir (singular, púttr) de los que en ocasiones se ha querido hacer los «antepasados» de las grandes sagas y que adornan tan frecuentemente obras como los libros de colonización de Islandia?*. En realidad, por volver a nuestro ejemplo, nos sorprende el lugar eminente que la poesía ocupa («con muchas estrofas»), en sí misma o para ilustrar los rela- tos en prosa, en la ceremonia descrita. Y se me permitirá plantear una pregunta falsamente inocente: ¿existe en muchas sociedades de cultura elevada, hoy como ayer, la costumbre de acompañar un gran banquete de bodas con declamación de estrofas poéticas o con reci- tado de textos narrativos? Los capítulos precedentes habrán bastado para mostrar, espero, que se puede hablar con toda justicia de cultura y civilización vi- kingas. Es simplemente ridículo calificar de bárbaros a los hombres y mujeres que pudieron realizar las maravillas artísticas orgullosa- mente expuestas actualmente en todos los grandes museos escandi- navos, o las increíbles proezas literarias que implica la composición de una estrofa escáldica, sin hablar de las obras maestras de la téc- nica como el knörr o de la sofisticada elaboración de los grandes textos de leyes. De quien quiera ver una prueba de salvajismo en el demasiado famoso «beberemos la sangre en los cráneos de nuestros LA VIDA INTELECTUAL ho 0 w enemigos», tenemos que decir, por una parte, que no ha leído la ver- dadera redacción de la fórmula (que es, en la traducción de Renauld- Krantz”: «Beberemos la cerveza pronto / en la ramificación curva del cráneo» [es decir: en el cuerno de beber, que crece coma una rama en el cráneo del buey]); y, por otra parte, que no se ha tomado la molestia de intentar descifrar la estrofa sabiamente contorsionada en la que se inscribe dicha formulación; y aún, por último, que ol- vida que la cita sale de un texto fechado, como muy pronto, en el si- glo Xu, es decir, mucho tiempo después de la muerte del último vi- kingo. (Se trata de los Krákumál o cántico a la muerte de Ragnarr Lodbrók). Es necesario terminar con una imaginería demasiado fan- tasiosa mantenida por nuestra ignorancia y que pretende que los «piratas del Norte» han tenido que ser brutos salaces, lascivos y sanguinarios, Esto forma parte de nuestro mito vikingo, conservado por cierto cine americano o por tebeos simplistas; nada se puede hacer para justificar semejantes sandeces”, Compréndaseme bien: no estoy cayendo en el exceso contrario y haciendo del vikingo un modelo de humanismo o un superhombre (otros dos excesos que tampoco han sido evitados, hasta tal punto tiene este mito algo de completamente excepcional). No pretendo más que devolverle lo que le corresponde, ni más ni menos. A MODO DE CONCLUSIÓN Imaginemos a la Helga que hemos casado en nuestro Prólogo, ahora con unos cincuenta años de edad: estamos, pues, a finales del siglo XI o un poco antes. Helga ha tenido una buena vida, las Poten- cias del destino no le han sido hostiles. De sus muchos hijos, han so- brevivido siete, cuatro chicos y tres chicas, y algunos están ya «bien: casados». A pesar de sus numerosos viajes, Björn, su marido, vive todavía. Puede estar orgulloso, pues ha hecho fortuna tanto en su tierra, desarrollando su explotación, como gracias a las expediciones que ha realizado un poco por todas partes en la ruta del Oeste, Le ha tocado recibir duros golpes con ocasión de strandhógg mal prepara- dos —guarda de ellos, principalmente, un labio partido que, como él dice, no atrae ya los besos de las mujeres — pero, en conjunto, ha- ría mal en quejarse. Es un personaje importante que participa en to- das las instancias locales y nacionales (es decir, en la escala de su land), es grande a la vez por su riqueza y por su parentela. Es, por lo demás, sóguligr, digno de dar materia a una saga: no solamente ha hecho expediciones memorables, una de ellas por la ruta del Norte, que le llevó, en la búsqueda de pieles, hasta lo que actualmente llamamos Murmansk?, sino que en su misma casa fue 270 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) sometido, hace unos veinte años de esto, a un rudo skapraxr”, una seria puesta a prueba de su carácter. Se insinuó que habría dudado en arreglar la causa de uno de sus hermanos, cobardemente expoliado de sus bienes, un tenebroso asunto que fue preciso llevar con pru- dencia y habilidad, pero sin ceder en cuanto al objetivo. No cedió, se ha desvivido sin cuento, durante este tiempo, para obtener repa- ración y cerrar la herida que amenazaba con manchar a su clan. Lo ha logrado, es grande y todo el mundo lo sabe, y eso es lo más im- portante, pues no tiene valor lo que no pasa por la mirada del otro. Ahora puede contemplar con satisfacción sus bienes, sus cofres llenos de objetos preciosos que ha traído un poco de todas partes y ha obtenido a veces mediante trueque, a veces mediante transaccio- nes laboriosas, a veces por rapiña. Su beer, su granja, está perfecta- mente equipada; es él, personalmente, quien ha esculpido los mon- tantes del elevado asiento desde el que preside en las grandes ocasiones, y no está menos orgulloso del soberbio skeið que le es- pera en el naust (el hangar de los barcos), no lejos de allí. Cuando, en la primavera, se pasea por sus dominios, puede decir, como Gun- narr de Hlidarendi en la Saga de Njáll el Quemado: «¡Bella es la pendiente! ¡Nunca me pareció tan bella! Los campos dorados, el prado segado*...» Por otra parte, tiene bienes en diversos lugares, y sus muchos félagí saben que siempre pueden contar con él para He- var a cabo algún buen negocio. En resumen, ¡un gran bóndi! En cuanto a Helga, sigue estando hermosa con su vestido de vadmál de los días de fiesta; sus hijos y sus muchos nietos no la dejan sola; ha adquirido también, en el curso de los inviernos, «buena mano para curar» y con frecuencia vienen a verla desde lejos, para que ayude a sanar alguna herida maligna. Sin embargo, la pareja alimenta sombrías ideas sobre el porvenir. No se trata en absoluto del milenarismo y sus terrores, pues el mundo escandinavo no sufre demasiado por ello, según parece. Se trata más bien de grandes cambios que afectan a la sociedad misma, A MODO DE CONCLUSIÓN do 3 fak, y que parecen amenazar gravemente el orden establecido, Por ejem- plo, Björn no piensa ya en fara i vikingu, ir a expediciones vikingas, y no lo lamenta: lo que más transportaba, en este género de aventu- ras, eran esclavos; ahora bien, éstos han desaparecido casi en todas partes debido a los progresos de la Iglesia cristiana: era la principal de sus «mercancías», y con mucho, que transportaba hacia Hedeby. Sin ellos, no queda mucho comercio que hacer, tanto más cuanto que los países que debe atravesar se han fortificado y organizado para re- sistir eventuales golpes de mano. Los ríos están ahora cerrados por cadenas, los soberanos locales han instalado toda una serie de peque- ños fortines situados en lugares elevados, desde donde se puede vigi- lar el mar y prevenir cualquier eventualidad; basta con encender un fuego para que enseguida toda la comarca corra a por sus armas. También podría buscar otros recursos, pero Frisia, con sus grandes barcos de fondo plano, los cogs, transporta las materias primas pesa- das en grandes cantidades, al lado de las cuales la capacidad del knórr y sus equivalentes resulta ridícula. Esto ha terminado con el comer- cio de lujo, o, más exactamente, éste perdura todavía, pero los sarra- cenos se han hecho poco a poco con su monopolio y el Mediterráneo ha recuperado un tráfico intenso, que había perdido hacía dos siglos. Por otra parte, ¿con qué fin embarcarse ahora para recorrer las orillas en las que, hace cincuenta años, se podía confiar en hacer buenas operaciones? Esas orillas están ahora ocupadas por parien- tes, amigos, conocidos, instalados allí de manera estable: así en el Danelaw (Inglaterra) o en Irlanda del Sur, en Islandia, de la que se dicen tantas maravillas, o en la zona de Hólmgardr (Novgorod) y de Kcenugarór (Kiev), y, muy pronto, en Normandía. Bjórn, que tenía tierras, jamás pensó en embarcarse con mujer, hijos y bienes mue- bles para no volver nunca a su casa, como sucedería con tantos de sus congéneres. Ahora, sería demasiado tarde para pensar en seme- jantes soluciones. Y además, había que tener una especie de pequeño poder local para enrolar, de grado o por fuerza, a jóvenes bravos y 272 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) audaces (casi siempre de forma voluntaria, aunque había jóvenes que se veían obligados en alguna medida a obedecer a un reyezuelo deseoso de partir en expedición y que necesitaba a hombres decidi- dos para su tripulación). Ahora bien, desde mediados del siglo que está terminando, en los mismos países escandinavos, fuertes poderes dominan en todas partes: Haraldr Gormsson en Dinamarca, Haraldr el de la Bella Cabellera en Noruega, y ahora Olifr Skóttkonungr, que parece querer imitarles, en Suecia; la libertad de movimientos de los konungar de antaño está muy limitada y los impuestos por cual- quier leva de hombres o de material se hacen imposibles de cubrir. Sí, Bjórn vislumbra el momento en que habrá que renunciar defini- tivamente a esos trayectos por el mar y a esas maniobras comercia- les a las que debe, en gran parte, su fortuna. Pero, más allá de todo eso, Bjórn y Helga ven cuál es la razón principal de tan importantes cambios. A decir verdad, para Bjórn, no se trata realmente de una novedad. Se trata de la Iglesia cristiana, por supuesto, y su religión. Hace muchas generaciones que él y sus pa- dres comercian con el mundo cristiano, y los escandinavos saben muy bien lo que es el cristianismo; en el transcurso de las últimas dé- cadas, han debido incluso avenirse a recibir la prima signatio, una es- pecie de bautismo elemental o agua de socorro, pues, de lo contra- rio, sus socios comerciales no habrían conseguido autorización para negociar con ellos”, Están también acostumbrados a ver circular a esos sacerdotes de largas sotanas, a descubrir en el paisaje esas igle- sias que de tanto interés han sido, durante mucho tiempo, para ellos, pues no estaban defendidas y encerraban muy a menudo verdaderos tesoros fáciles de robar. Y han asistido, como espectadores inicial- mente pasivos, al irresistible progreso de esa religión en regiones desconocidas para ella. Es decir, en lugares que caían bajo el radio de influencia de ellos, los vikingos. De manera que, cuando los prime- ros misioneros llegaron a predicar, a Dinamarca primero, después a Suecia, luego a Noruega y, de ahí, a Islandia; cuando los partidarios A MODO DE CONCLUSIÓN 273 del «Cristo Blanco» hicieron valer claramente la superioridad de su Dios sobre los Ases u otras deidades locales; cuando aseguraron que el Dios cristiano era mucho más caritativo y útil que Pórr uÓdinn, la conciencia de los escandinavos se estremeció. Su paganismo era de naturaleza tolerante, no entrañaba fanatismo ni adoración, como he- mos visto. El observador se siente sorprendido al constatar que la conversión del Norte se hiciera sin un solo mártir, sin efusión de sangre, sin violencia, incluso por consentimiento unánime, como en Islandia cuando el célebre alþing de 999. Por consiguiente, para volver a Bjórn y Helga, hay una especie de fatalismo en la manera en la que ven venir esta religión nueva. Un misionero, un anglosajón, ha ido ya a verles, a ellos y a toda su casa, en su granja, para hablarles de cosas nuevas. No son cuestiones de dogma o metafísica las que preocupan a esa casa, sino consideracio- nes prácticas, sobre el ritual (son muy sensibles a la belleza de los oficios y sobre todo de los cánticos) y la finalidad de la «oración». Igualmente, no han dejado de observar el grado de cultura al que ha- bían llegado esos misioneros capaces de leer, escribir y citar nume- rosos textos, muchos de los cuales recuerdan extrañamente a sus propias tradiciones, a los cuentos especialmente. De esta manera han constatado que escribir en minúscula carolingia, con una pluma de oca o un estilete, sobre pergamino, no era comparable con el tra- bajo del buril y el martillo que exigía una breve inscripción rúnica. Y sobre todo, han encontrado muy extrañas similitudes entre —por ejemplo— los libros históricos de la Biblia y sus propios þættir. Además, lo he sugerido con frecuencia, son «fatalistas activos», es decir, que se pliegan a las leyes de la evolución sin lamentarse y sin rebelarse, sino esforzándose por adaptarse y, si es posible, tratando de sacar beneficio de la nueva coyuntura. Ahora bien, está perfecta- mente claro para todo el mundo que el cristianismo está asegurán- dose el dominio sobre todo Occidente. Oponerse a él sería locura. En realidad, subrepticiamente, insidiosamente, si lo piensan 274 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) bien, hace ya algún tiempo que el cristianismo forma más o menos parte de su vida cotidiana. Por lo demás, en todos los lugares en que se han instalado en territorios ya ocupados (esta observación es a causa de Islandia, que parece haber estado desierta en 874 cuando llegaron los primeros ocupantes escandinavos), han debido conver- tirse de inmediato, pues ésa fue una de las condiciones sine qua non que plantearon los soberanos más o menos obligados, sin embargo, a admitir la presencia de los recién llegados (así, por ejemplo, con Carlos el Simple, en Normandía, en 912). Esto es lo que preocupa a Bjórn y a Helga hacia, digamos, el año 990. Perspectivas radicalmente diferentes, cambio de sociedad, modificación profunda de las mentalidades, paso a un nuevo estado de cosas. No es que se lamenten y añoren los tiempos pasados, esas actitudes no son dignas de ellos, y el Norte siempre ha sabido hacer frente a las nuevas situaciones. Al contrario, esos hombres pragmá- ticos, realistas, ven enseguida el partido que se puede sacar de las nuevas opciones, incluso si éstas deben entrañar un cambio radica) de sus actividades e incluso de su forma tradicional de vivir. Su más hondo pesar, imagino, debió de ser, sin duda, abandonar ese barco que les permitió conquistar el mundo conocido de su época e in- cluso ensanchar sus límites. No pueden saber que han sido, sin quererlo, responsables del nacimiento de estados nuevos y fuertes en la misma Escandinavia, que han cambiado completamente el mapa de Occidente, especial- mente al obligar a bloques más o menos heterogéneos, en Francia, en Alemania continental, en el mundo eslavo, por ejemplo, a tomar conciencia de su unidad y a centrarse alrededor de ciudades llama- das a adquirir una importancia capital: París, Londres... Ignoran igualmente que su amor al orden, su pasión por la organización, su sentido de la administración, cosas todas que corren como entre lí- neas por las páginas de este libro, harán escuela, justificando que se apele a ellos, por ejemplo en Rusia. A MODO DE CONCLUSIÓN 275 Les hemos seguido en los detalles de su vida de todos los días, pasando revista a los grandes dominios donde se ejercía su activi- dad. De paso, he intentado restablecer lo que estamos fundamen- tados para considerar como verdadero; esto va a menudo directa- mente en contra de las ideas comúnmente aceptadas, pero así es. Si existen hermosas leyendas que es importante conservar, existen otras que se dejan utilizar demasiado fácilmente para servir a inten- ciones muy poco loables. Vikingo-bruto, vikingo-superhombre, vi- kingo-salvaje, o vikingo-puro-y-duro, ¡no, gracias! Fueron porta- dores de una cultura y de una civilización que resiste sin dificultad la comparación con las más grandes, y yo he tratado de mostrarlo descendiendo a los pequeños detalles de las realidades cotidianas, Cierto que tienen extraños límites: muy escasa capacidad para la meditación, la contemplación, la metafísica, por ejemplo. Muy poco espíritu creador, pero un talento excepcional para decorar, para per- feccionar, para llegar a una especie de ideal práctico. Un término lo resume: eficacia, Fueron hombres y mujeres que, en todos los ámbi- tos, fueron notablemente eficaces. No se les iba la fuerza en las pa- labras, no fueron grandes líricos (registro en el que no brillan de- masiado), se dirá que tenían de la vida corriente un agudo sentido que ponía término, por definición, a todas las hipérboles. Pero eran temiblemente eficaces. Sigo tomando al pie de la letra el célebre pa- saje de la Crónica de Néstor, a cuenta de la cual tanto se ha escrito en las últimas décadas, aunque la discusión parece actualmente casi liquidada", en la que Néstor nos dice que los eslavos de lo que en- seguida será Rusia, viendo la total incapacidad de sus príncipes para garantizar una apariencia de seguridad en sus estados, se dirigieron a los varegos y les dijeron, en substancia: ya veis, no logramos or- ganizarnos, dadnos príncipes que sepan administrarnos. Siempre me ha parecido, y el estudio de la vida cotidiana que el lector acaba de leer quizás le haya convencido de ello, que sucede con los vikingos lo mismo que acostumbramos a decir de su arte: 276 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) está a medio camino entre el simbolismo abstracto y el realismo. puro, es la vez funcional y bello, sin que nunca una de estas dos ca- racterísticas impida manifestarse a la otra. Veo perfectamente lo que hay de iconoclasta en el hecho de presentar a los «piratas venidos del frío» como seres equilibrados y portadores de grandes valores de civilización: es sin embargo lo que eran, estoy convencido de ello, y me sentiría feliz si hubiera conseguido demostrarlo. NOTAS PRÓLOGO 1. Rigspula de la Edda poética, estrofa 23 (confirmado por la estrofa 40). 2. En Gesta hammaburgensis ecclesiae pontificum, éd. B. Schmeidler, SRG, Hanover, 1917, 1V, 27. Adán de Bremen: clérigo alemán que compuso hacia 1075 una crónica de los grandes hechos de los arzobispos de Bremen-Hamburgo, In- teresado por Escandinavia, consigna en los márgenes de su obra cantidad de he- chos referentes al Norte y los vikingos. Utiliza sin embargo documentos de se- gunda mano, y especialmente el testimonio del rey danés Svend Estridsen (1047- 1074). 3. Saxo Gramático: escritor danés, quizá monje, «secretario» del célebre obispo Absalón, que redactó bajo las órdenes de éste las Gesta Danorum («Gestas de los daneses»), cuyos nueve primeros libros, que tratan de los orígenes míticos de Dinamarca, se refieren con frecuencia a los vikingos. 4, Véase el estudio de R. Boyer, «On the Scandinavian Great Goddess», Actas del coloquio de Bad-Homburg sobre las fuentes de la religión germánica, Bonn, 1992. 5. Þrymskviða de la Edda poética, estrofa 30. 6. En sus muchas obras, el gran erudito Georges Dumézil ha comparado los grandes textos religiosos que aparecieron en todo el ámbito indoeuropeo. De ellos ha sacado la conclusión dè que todas nuestras mitologías presentan a dioses y dio- sas que se organizan según las funciones que ejercen. Distingue así tres funciones: la primera (Zeus, Júpiter, Odinn) se aplica a los que tienen el poder jurídico-má- gico; la segunda (Indra, Marte, Pórr) corresponde a las divinidades guerreras; la tercera (los Asvin, Quirinus, Freyr) conviene a las divinidades tutelares de la fer- 278 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (200-1050) tilidad-fecundidad. Esta tripartición, satisfactoria para la inteligencia, no coincide sin embargo con la realidad de nuestra documentación, aunque proporciona un es- quema de interpretación interesante. 7. Advierto aquí de una vez por todas que este libro surge como complemento de otra publicación: Les Vikings. Histoire et civilisation, París, Plon, 1992. Han querido las circunstancias que haya debido tratar los dos temas al mismo tiempo. Esto, sin embargo, no parece ser un obstáculo. El propósito de cada uno de los dos libros está estrictamente delimitado por su título respectivo. En mi ánimo se com- plementan: me encuentro, por ejemplo, dispensado en la presente obra de las refe- rencias históricas que son de rigor en los estudios de este género. A la inversa, no he tratado en el otro libro las cuestiones de orden «vivencial» que encuentran su lugar en este libro. En consecuencia, el lector interesado tendrá que considerar que un mejor conocimiento del tema exigiría la lectura de los dos trabajos. 8. Se encontrará un ejemplo detallado de ello en R. Boyer, Le Mythe viking dans les lettres françaises, París, Éd. du Porte-Glaive, 1986. I. ¿QUÉ SE ENTIENDE POR VIKINGOS? 1. Aquí especialmente, véase Les Vikings. Histoire et civilisation, op. cit., en particular el cap. 1. 2. He intentado analizar esta cuestión en Les Vikings, op. cit., pág. 223 y sigs., o en Sagas islandaises, Gallimard, Pléiade, 20 ed., 1991, «Sagas du Vinland». 3, Véase Les Vikings, op. cit., cap. MI. 4. *Pundaraz > Pórr. El asterisco delante de la palabra significa que nos en- contramos ante una forma reconstruida por la filología (véase infra, las notas 13 y 39 del cap. VI). 5. Véase Les Vikings, op. cit., cap. II, in fine. I. NUESTRAS FUENTES 1. Íslendinga saga, cap. CXXXVII y sigs., en la Sturlunga saga. 2. Para Birka: H. Arbman, Birka I: Die Gräber 1-2 (1940-1943), Uppsala. Para Islandia: K. Eldjárn, Kumi og haugfé ùr heiðnum si ð å Íslandi, Akureyri, 1956. Para Hedeby: J. Jankhun, Haithabu. Ein Handelsplatz der Wikingerzeit, Neu- münster, 2* ed., 1963. Para York y Dublín: A. P. Smyth, Scandinavian York, 1-1, Dublín, 1979. 3. Dos obras generales indispensables: Bertil Almgren et al., Vikingen, Göte- borg, Tre Tryckare, 1967 (hay traducción francesa: Les Vikings, París, Hatier, 1972); James Graham-Campbell, The Viking World, Londres, 2* ed. 1989. 4. Véase Jean Renaud, Les Vikings en Normandie, Ouest-France, 1989. NOTAS 279 5. En Kings and Vikings. Scandinavia and Europe. AD 700-1100, Londres, 1982, cap. L 6. Véase La Saga d'Oláfr Tryggvason, trad. franc. R. Boyer, París, Imprimerie nationale, 1992, cap. XCIV, por ejemplo. 7. Los mejores estudios son los de Hörður Ágústsson, por ejemplo: Hèr stòð bar, Reykjavik, 1974. 8. En traducción francesa: Le Livre de la colonisation de lIslande, introduc- ción, traducción y comentario de R. Boyer, París, Mouton, 1973, 9. Así: P. Foote & D. M. Wilson, The Viking Achievement, Londres, 1970; J. Simpson, Everyday Life in the Viking Age, Londres, 1967 (tan fundamental como el anterior); después, además de las obras citadas supra en notas 3 y 5, O, Klindt- Jensen, Vikingarnas värld, 1967. 10. En la edición sueca, Malmö, 1956-1978. 11. Los mejores estudios son los de M. Dolley, Vikings Coins of the Danelaw and of Dublin, Londres, 1965, y B. Malmer, por ejemplo: Nordiska mynt före år 1000, Lund, 1966. 12, El mejor especialista es K. Hauck: Zur Ikonologie der Goldbrakteaten, 1- XX, Múnster, 1980. 13. Los mejores especialistas son Lucien Musset: Introduction à la runologie, París, Aubier, 2* ed., 1980, y E. Moltke: Runes and Their Origin: Denmark and El- sewhere, Copenhague, 1985, o también R. 1. Page: Runes, Londres, 1987. 14, The Runes of Sweden, Estocolmo, 1987. 15. Estudiado en detalle en R. Boyer, Le Christ des Barbares, París, Cerf, 1987, págs. 145 y sigs. 16. Además de la obra de J. Renaud, Les Vikings en Normandie, op. cit., véanse los trabajos de Jean Adigard des Gautries citados en esta obra, pág. 220. 17. Ibíd., pág. 133. 18. Véase supra, cap. I, nota 2. 19. Peter Hallberg en «Om prymskvida», en Arkiv f. nord. Filologi, 1969, págs. 51-77. 20. Snorri Sturluson (1179?-1241): gran jefe islandés, uno de los personajes más importantes de los últimos tiempos de la independencia de su país. Sin duda el gran escritor del Norte en la Edad Media. Es autor, entre otras, de la llamada Edda en prosa que es una presentación de la mitología escandinava antigua para uso de los escaldas, de algunos poemas escáldicos de gran calidad y, sobre todo, de sagas: de una de las más bellas «sagas de islandeses», la Saga de Egill, hijo de Grimr el Calvo, y de las «sagas reales» de la Heimskringla. 21. Ver R. Boyer, Les Sagas islandaises, París, Payot, 3* ed., 1992, cap. V. 22. Como hace M. Jacoby en sus últimas obras. 23. Les Vikings, op. cit, cap. 1, pág. 25 y sigs. ` -280 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) ii. LA SOCIEDAD VIKINGA 1. Las opiniones desarrolladas en este capítulo detallan en un plano más efa- miliar» las consideraciones más generales expuestas en Les Vikings. Histoire et ci- vilisation, op. cit., cap. V. 2. Saga de san Oláfr, cap. LXXX, Heimskringla. 3. Como se puede ver en la Saga de San Oláfr, cap. CCXXXIV. 4, El tema es inmenso. Para una orientación, véanse las «Actas de la Sexta Con- ferencia Internacional sobre las Sagas», Copenhague, Det arnamagnaéanske Insti- tut, 1985, vol. I. 5. El mejor estudio sobre las guildes (singular, gildi) sigue siendo el de A. O. Johnseñ, «Gildevaesenet i Norge i middelalderen. Oprindelse og utvikling», en Norsk Historisk Tidskrift, 5, V. 6. Véase sobre el tema, R. Boyer, «La femme d’après les sagas islandaises», en Boréales, diciembre de 1991. 7. Véase R. Bruder, Die germanische Frau im Lichte der Runeninschriften und der antiken Historiographie, Berlín, Walter de Gruyter, 1974. IV, LA VIDA COTIDIANA EN TIERRA 1. Esta última, magníficamente reconstruida a partir de los estudios de Hór- dur Ágústsson, especialmente Hêr stódbaer. Likan af pjódveldisbae, Reykja- vik, 1972, con croquis y planos convincentes. La granja ha sido reconstruida in situ. 2. Véase en la traducción francesa, París, Mouton, 1973, las págs. 114 y sigs. y 121. 3. En la Hisdrápa, finales del siglo x, Óláfr el Pavo Real es uno de los princi- pales personajes de la Saga de las gentes del Valle del Salmón (Laxdoela saga), tra- ducida en Sagas islandaises, Pléiade, op. cit. 4, Véase Selma Jónsdóttir, Dómsdagurinn i Flatatungu, Reykjavik, 1959. Exce- lente reproducción de un detalle de esos paneles en B. Almgren et al., Vikingen, op. cit., pág. 104, 5. Saga de Glimr el Asesino, en Sagas islandaises, Pléiade, op. cit., cap. VII, pág. 1.066. , . a 6. Las Austrfararvisur de Sigvatr están traducidas al francés por Renauld- Krantz en Anthologie de la poésie nordique ancienne, París, Gallimard, 1964, págs. 237 y sigs. 7. Estos itinerarios están descritos en detalle en Les Vikings. Histoire et civili- sation, op. cit. 8. La vestimenta del vikingo armado se describirá más adelante, en el capítulo V, pág. 121 y sigs. 81 isd NOTAS 9. Saga de Njáll el Quemado, cap. CLVIL Véase la traducción francesa, bien en L'Edda poétique, París, Fayard, 1992, bien en la Saga de Njéll le Brulé, en Sa- gas islandaises, Pléiade, op. cit., pág. 1,496 y sigs. 10. Estos dos términos se encuentran, respectivamente, en Íslendinga saga, cap. XCVI, y Sturlu þattr, cap. Il, ambos en la Sturlunga saga. 11. En la Saga de Haraldr el Despiadado y la Saga de Ôlåfr Tryggvason, una y otra en la Heimskringla de Snorri Sturluson. 12. En sus Skáldskaparmál, Edda de Snorri, cap. LKXVIIL Y debo añadir que la idea me ha sido sugerida por J. Simpson, en Everiday Life in the Viking Age, op. cit., cap. II, págs. 59 y sigs. 13. Esos relatos se ofrecen in extenso en Les Vikings, Histoire et civilisation, op. cit., pág. 132 yesigs. 14. Dibujo y reconstrucción detallada en B. Almgren, op. cit., pág. 175, foto- grafía pág. 177. 15. Término preciso, dægr, para distinguirlo de dagr, más neutro. Tomo el principio de este esquema de V, Gordon, An introduction to Old Norse, 2* ed. 1957. 16. Véase R. Boyer: «Dans Upsal où les jarls boivent la bonne bière», en las Actas del coloquio de Rouen, Rouen, 1992. 17. En el capítulo XLVI de la Gylfaginning, en su Edda en prosa. V. LA VIDA EN EL BARCO 1. En la Heimskringla, cap. LXXXVII. Véase la traducción francesa de R. Bo- yer, La Saga d'Oláfr Tryggvason, París, Bibliothèque nationale, 1992. 2. El tema es inmenso y ha dado lugar a un número creciente de estudios. El mejor estudio de presentación es, en mi opinión, el artículo del Kulturhistoriskt Lexikon f. nord. medeltid, «Skibstyper», debido al mejor especialista vivo, Ole Crumlin-Pedersen, con una extensa bibliografía. De ella destaco sobre todo los trabajos de A. W. Brøgger, A. E. Christensen, O. Olsen y O. Crumlin-Pedersen («The Skuldelev ships», 1958 y 1967). En francés, no existía nada que valiera la pena hasta el número 30, julio de 1987, de, la revista Le Chasse-marée, pág. 16 y sigs., que constituye una agradable novedad en nuestra lengua, 3. Véanse los detalles de los estudios de Le Chasse-marée, op. cit, 4. The Viking World, op. cit., pág. 43. 5. Véase supra, nota 2. Hay interesantes dibujos en la obra de J. Graham- Campbell, The Viking World, op. cit., p. 46-47. 6. Es muy interesante observar de paso que la palabra normánica que significa «ancla» es akkeri, término tomado del frisón. Esto significa que el arte náutico de los escandinavos debía probablemente mucho al precursor frisón, al igual, como se ha dicho, que su ciencia del comercio. 282 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) 7. Caps. XXXI a XXXIV en la versión ÅM 291, 4to. 8. Caps. XXIX y sigs. 9. Estudio exhaustivo de Th. Ramskou: Solstenen. Primitiv navigation i Nor- den for kompasset, Copenhague, Rhodos, 1969. 10. Estas narraciones se ofrecen en detalle en Les Vikings. Histoire et civilisa- tion, op. cit., pág. 132 y sigs. 11. De él no han subsistido sino escasos vestigios, que se encuentran en el Mu- seo de antigüedades nacionales de Saint-Germain-en-Laye. Esta cuestión me ha in- teresado siempre, Me parece difícilmente admisible que este barco-tumba haya sido un fenómeno único en Groix, pues la isla es tan visible que debió de servir de escala o de base de retaguardia. La presencia de otras pequeñas eminencias, en la región precisa en que fue exhumado este barco, me incita a pensar que tal vez que- den hallazgos que hacer allí. 12. Su traducción es ofrecida, bien, del original árabe, por Marius Canard en Ibn Fadlán: Voyage chez les Bulgares de la Volga, París, Sindbad, 1988, pág. 76 y sigs., bien en R. Boyer, Edda poétique, op. cit., pág. 53 y sigs. 13. Los detalles, en Les Vikings. Histoire et civilisation, op. cit. 14. Recordemos, puesto que se produce a menudo el error, que la conquista del sur de Italia, Sicilia especialmente, es un fenómeno puramente normando de Nor- mandía (Robert Guiscard) y no tiene nada que ver con los vikingos. 15. Por ejemplo, además de en Les Vikings. Histoire et civilisation, op. cit., también en «Les vikings: des guerriers ou des commerçants?», en Les Vikings et leur civilisation. Problèmes actuels, informes científicos publicados bajo Ja direc- ción de R. Boyer, EPHE, Bibliothèque arctique et antarctique, 5, París, Mouton, 1976, págs. 211-240. 16. Recordemos aquí las teorías del historiador belga Henri Pirenne, que re- tomo totalmente, en Mahomet et Charlemagne, 1937: los indispensables intercam- bios este-oeste en Europa se hicieron, durante milenios, por el Mediterráneo, lo que explica el prodigioso desarrollo de las culturas próximo-orientales, griega, y después latina. Hacia el siglo vin, los árabes cortan esta vía, lo que obliga a subir el eje de intercambios hacia el Norte -Báltico y mar del Norte- donde los escan- dinavos y los frisones ocuparon, por supuesto, un lugar preferente. 17. Se encontrará una ilustración sorprendente, mediante reconstrucción ba- sada en los hallazgos de la arqueología, en la obra de B. Almgren et al. con fre- cuencia aquí citada, Viking, op. cit., pág. 229. Compárese, en la página siguiente de la misma obra, con el retrato del «predecesor», que data del siglo vi. 18. La cuestión ha sido estudiada detalladamente, pero a partir de las sagas de contemporáneos, por R. Boyer, «La guerre en Islande à Pâge des Sturlungar: ar- mes, tactique, esprit», en Inter-Nord, n* 11, diciembre de 1970, págs. 184-202. 19. Ibn Fadián: Voyage chez les Bulgares de la Volga, op. cit., pág. 72 a 75. 20. Estudio de síntesis de R. Boyer en Penples et pays mythiques, Actas del V coloquio del centro de investigaciones mitológicas de la Universidad de Paris-X, NOTAS 283 reunidas por E Jouan y B. Deforge, París, Les Belles Lettres, 1988: «Le Bjarma- land, d’après les sources scandinaves anciennes», págs. 225-236. 21. Citado aquí según Constantin Porphyrogénete: De Administrando Impe- rio, éd. F. Moravcsik, trad. inglesa de R, J. H. Jenkins, I-II, Budapest, 1949-1962. 22. Se ha desplegado mucho ingenio para explicar esta palabra, que podría sig- nificar: la piedra hendida, y correspondería a un banco de piedra en el rápido lla- mado Nenasytec en ruso, 23. No hay duda de que se trata de una tumba. El texto parece decir hwdlfr, idea de bóveda, de panteón abovedado. 24. S. B. F. Jansson, The Runes of Sweden, op. cit., pág. 39. 25. Así llamadas según la ciudad de Kufah, en Mesopotamia. 26. Ver su saga (según la Heimskringla de Snorri Sturluson) traducida al fran- cés en Payot, 1979. 27. Reproducción en Ole Klindt-fensen, Vikingarnas värld, Estocolmo, Fo- rum, 1967, pág. 107. 28. Y que constituye el fondo de Les Vikings. Histoire et civilisation, op. cit. 29. The Viking World, op. cit., pág. 80. 30. Primero por H. Jankuhn, después por Schietzel. Se Ea Por ejemplo en The Viking World de J. Graham-Campbell, op. cit., págs. 32. Este texto nos es ofrecido, entre otros, por H. Birkeland en «Nordens his- torie i middelalder efter arabiske kilder», en Norske Videnskabs-Akademiets Skrif- ter, II, Hist. philo. Klasse, 2, Oslo, 1954, que da el Libro de viaje de Ibrahim ibn Jakub (hacia 975). Lo retomo de G. Jones, A History of the Viking, Oxford, 1968, pág. 177 y sigs. 33. Kings and Vikings, op. cit., págs. 63-64. 34, En Au temps des Vikings..., coll. «La vie privée des hommes», París, Ha- chette, 1983, texto de L. R. Nougier, pág. 48. Por lo demás, buen ejemplo de las confusiones presentes: junto a exposiciones que denotan una documentación com- pletamente correcta, todo el fárrago habitual de errores o de leyendas (los «caba- Heros del mar», el inevitable drakkar, los cascos de cuernos de los «sacerdotes» al consagrar un matrimonio, el escalda acompañando con su laúd la narración de las «maravillosas hazañas de los jarls», etc.) , VI. LAS GRANDES FECHAS . L En Yggdrasill, la religion des anciens Scandinaves, París, Payot, 2* ed. 1992. Distinguía allí tres grandes fuerzas naturales, que podría reclamar como suyas todo el panteón escandinavo antiguo. Es decir: el aire-fuego-sol, el elemento lí- quido y el elemento propiamente ctónico. En el estado actual de mis investigacio- nes, RO estoy ya tan seguro de que esta tripartición sea correcta. Me pregunto si no “284 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) habría que disociar del primer elemento el conjunto sol-fuego para dejar al aire in- dependiente. 2. Sobre el föstbræðralag, las dos sagas de obligada referencia son Gisla Saga Súrssonar y sobre todo Fóstbrczóra saga. La idea se estudia en R. Boyer, Le Monde du double, op. cit., págs. 147-148, 3. Dudon de Saint-Quentin: escritor normando que vivió a principios del siglo XI y que, por orden de los duques de Normandía, redactó un escrito de circunstan- cias titulado De moribus et actis primorum normannie ducum. Este libro es la fuente de los principales errores que seguimos cometiendo sobre la cuestión vikinga. 4. Introduction à la runologie, op. cit., pág. 381. 5. Véase R. Boyer: «Lame chez les anciens Scandinaves», en Heimdal, n° 33, 1981, págs. 5-10, donde, por razones evidentes, ónd, que es visiblemente un calco cristiano (la palabra significa soplo), no es estudiado. 6. La idea de drangr es estudiada por Cl. Lecouteux, Fantómes et revenants au Moyen Age, París, Imago, 1986 [trad. cast.: Fantasmas y aparecidos en la Edad Me- dia, José J. de Olañeta, Editor, 1999]. Para ejemplos concretos de supervivencias, véase Contes populaires d'Islande, traducidos y presentados por R. Boyer, Reykja- vik, Iceland Review, 1983, especialmente pág, 46 y sigs. 7. Texto, o bien en Ibn Fadlán: Voyage chez les Bulgares de la Volga, op. cit., o bien en R. Boyer, L*Edda poétique, op. cit., en el ensayo liminar sobre lo sagrado. 8. Véanse los diferentes estilos del arte vikingo, y su datación, pág. 254. 9, Véanse las sorprendentes reconstrucciones en B. Almgren et al., Vikingen, op. cit., págs. 43 y 45 respectivamente. 10. Los artículos duradómr y draugr del KLNM proporcionan buenas indica- ciones y elementos de bibliografía. 11. Véase también Ibn Fadlán, op. cit., especialmente pág. 82. 12. Los tres mejores estudios sobre la religión escandinava antigua son, en mi opinión, F. Ström, Nordisk hedendom. Tro och sed i förkristen tid, Göteborg, 1961; Jan de Vries, Altgermanische Religionsgeschichte, Berlín, 1970 y G. Dumézil, Les Dieux des Germains, Essai sur la formation de la religion scandinave, París, PUF, 1959. 13. Germánico común “tinas, griego zens, latín ju (piter), sánscrito dyaws, cél- tico di, francés actual dien [españo], dios], del latín dens. 14. Véase R. Boyer, «La dextre de Týr», en Mythe et politique. Actas del colo- quio de Lieja, estudios reunidos por F. Jouan y A. Motte, París, Les Belles Lettres, 1990, págs. 33-43. 15. Se estudia detalladamente en el «Essai sur le sacré», introducción a L’Edda poétique, op. cit. 16. El mejor estudio, en cierto sentido, revolucionario, es el de E. Ström, Den egna kraftens män, Göteborg, 1948. 17. Hay que recordar que todas las versiones de los códigos de leyes que po- seemos no se remontan más allá del advenimiento del cristianismo en el Norte, es NOTAS 285 decir, alrededor del año 1000 (en lo que concierne a la introducción del cristianis- mo) y del 1200 (para la redacción de esos códigos). Por supuesto, esto no significa que esos códigos no se basen en disposiciones más antiguas, pero no podemos afir- marlo, ya que los estudios recientes {los de M. Jacoby, por ejemplo) tienden a in- sistir en los modelos latinos o bíblicos de dichos códigos. 18. Literalmente, el territorio cerrado, gardr, en el interior del cual el conde- nado, con tal de que hubiera pagado la plata (el anillo, baxgr), para salvar la vida (fjör), era invulnerable. 19. Último estudio sobre la ordalía, R. Boyer: «Einige Überlegungen über das Gottesurteil im mittelalterlichen Skandinavien», en Das Mittelalter — Unsere fremde Vergangenheit, ed. de J. Kuolt et al., Stuttgart, 1990, págs. 173-194, 20. Se ofrece, por ejemplo, en P. G. Foote & D. M. Wilson, Viking Achieve- ment, op. cit., págs. 384-385. 21. Se trata de los capítulos LXXXVII y siguientes de esta saga. 22. Gesta Hammaburgensis, op. cit., IV, XXVI-XXVIL La segunda cita: esco- lios 138 y 139. 23. En Yggdrasill, la religion des anciens Scandinaves, op. cit. 24, Señalaré también, rápidamente, que G. Dumézil, a pesar de los brillantes análisis realizados, no ha agotado ciertamente el tema: aquí como en otros aspec- tos, ha forzado demasiado las fuentes en función de sus célebres teorías. 25. Es decir, Helgalevida Hundingsbana 1 y 1, y Helgakvida Hjórvaróssonar, 26. Estudio detallado, acompañado de una traducción de la Völsunga saga, en R. Boyer, La Saga de Sigurór ou la parole donné, París, Cerf, 1989. * 27. Es decir, descendiente de Vólsi, que podría ser la misma pálabra que el griego phallos, y aplicarse en particular al caballo. No queda absolutamente ex- cluido que pudiera proponerse un origen totémico de las divinidades del Norte, pero, como sabemos, esta clave de interpretación debe manejarse con precaución. Es notable, en efecto, que los textos heroicos de la Edda opongan los descendien- tes del caballo (quizás) a los del lobo (Ylfingar) y del perro (Hundingar). 28. Como la Hervarar saga ok Heióreks konungs (traducción francesa de R. Boyer, La Saga de Hervör et du roi Heiórekr, París, Berg International, 1988) o la Órvar-Odds saga. 29. Loki ha sido estudiado por J. de Vries, The Problem of Loki, Folklore Fe- llows Communications, 110, 1933; F. Ström, «Loki. Ein mytologisches Problem», en Acta universitatis gotboburgensis, Göteborg, 1956; y G. Dumézil, Loki, París, Flammarion, 2° ed., 1986. 30. Adán de Bremen, Gesta hammaburgensis ecclesiae pontificum, op. cit. Como se sabe, cubrió de escolios los márgenes de su texto, y a menudo trata en ellos de Escandinavia. 31. Los mejores estudios sobre el chamanismo en el Norte son los de Peter Buchholz, especialmente: «Shamanism — The Testimony of Old Icelandic Literary Tradition», en Medieval Scandinavia, 1971, 4, págs. 7-20. 286 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) 32. El estudio fundamental sigue siendo el de M. Eliade, Le Chamanisme et les techniques archaïques de Pextase, París, Payot, 1951 [trad. cast.: El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, Méjico, E.C.E., 1976]. 33. En la Heimskringla de Snorri Sturluson, traducción francesa de R. Boyer, La Saga de Harald PImpitoyable, París, Payot, 1979. Véanse los capítulos iniciales (hasta el capítulo X) y las notas correspondientes. 34. Véase supra, la nota 6 del Prólogo. 35. Estudio de R. Boyer, «Fjórgyn(n)», en Mort et fécondité dans les mytholo- gies, Actas del coloquio de Poitiers, publicadas por F. Jouan, París, Les Belles-Let- tres, 1986, págs. 139-150. 36. Véase Seraphitus-Sheraphita de Swedenborg, Amandus-Amanda de Stag- nelius, Tintomara de Almquist, sin hablar de ciertas creaciones de Strindberg o de P. O. Enquist, todos suecos, 37. El Völsa páttr está traducido en L’Edda poétique, op. cit., pág. 89 y sigs. 38, Fotografía en F. Ström, Nordisk hebendom, op. cit., plancha 18 (frente a la pág. 145), 39. *Skabin-auja, el territorio que goza de suerte -ey < auja=, vinculado a Skaði. 40. Recordemos que una bracteada es una medalla de oro o de plata, troque- lada por una sola cara, de manera que el motivo aparece en relieve en el dorso y en hueco en el reverso. Ilustraciones perfectas en Anker, L’Art scandinave, 1, La Pie- rre-qui-vire, 1969, pág. 64 y sigs., planchas. 41. Para la noción de «doy para que me des», véase R. Boyer, Le Christ des Barbares, op. cit., especialmente pág. 17 y sigs., el ensayo sobre la mentalidad reli- giosa de los antiguos escandinavos. 42. Estudio más desarrollado por R. Boyer, «Le culte dans la religion nordique ancienne», en Inter-Nord, n% 13-14, diciembre de 1974, págs. 223-243. 43. La Libation. Études sur le vocabulaire religienx du vieux scandinave, Pa- rís, 1921. 44. Ejemplo perfecto pero muy «literario» en Jómsvikinga saga, capítulo XXVIL 45. Es ése un tema que tiene para mí un interés especial. Lo he abordado por tanto desde ángulos diversos en varios trabajos: en primer lugar, en el ensayo so- bre lo sagrado que encabeza L*Edda poétique, op. cit.; igualmente en la introduc- ción a la traducción de La Saga des chefs du Val-au-Lac, París, Payot, 1980 (reto- mado en Sagas islandaises, Pléiade, op. cit.) o también en Sagnaskemmtun, Studies in honour of Hermann Pålsson, éd. R. Simek et al., Viena, 1986: «Fate as a deus otiosus in the Islendingasógur: a romantic view?», págs. 61-78. 46. Análisis detallado de este tema en la larga introducción a la traducción de esta saga, en R, Boyer, Trois sagas islandaises du XIF siècle et un páttr, París, EPHE, 1964, págs. 15-41. 47. Véase R. Boyer, «L'âme chez les anciens Scandinaves», art. cit. E NOTAS 87 48. Ideas desarrolladas ampliamente en Le Monde du double, op. cit., págs. 37 y sigs. 49. Introduction à la runologie, op. cit., principalmente los $ 76 a 84. 50. La Saga d'Egill, fils de Grimr le Chauve, en Sagas islandaises, Pléiade, op. cii., capítulo LVI, pág. 111 y sigs. El rito allí descrito es completo: erección del poste de infamia o zióstór1g, declamación de una fórmula específica o formáli, 51. Fotografía en B. Almgren et al, Vikingen, op. cit., pág. 144. 52. Véase el croquis propuesto en Les Vikings. Histoire et civilisation, Op. cit., pág. 345. VII. LA VIDA INTELECTUAL 1. El Hemings páttr ha sido publicado varias veces, pero nunca en francés. Véa- se, R. Boyer, «Toko le Scandinave», en Actes du Congrés Guillaume Tell, publica- das por Mme. Heger, París, 1992. 2. Las tres sagas referidas son la Saga de Eirikr el Rojo, la Saga de los groen- landeses y el Dicho de los groenlandeses, las tres publicadas en francés bajo el tí- tulo «Sagas du Vinland», en Sagas islandaises, Pléiade, op. cit. 3. Véase, además de la Introduction à la runologie, de L. Musset, op. cit, R. L Page, Runes, Londres, 1987, o E. Moltke, Runes and Their Origins: Denmark and Elsewhere, op. cit. La bibliografía sobre el tema es inmensa y contradictoria. i 4. La palabra ættir remite a åtta, ocho, y no, como se lee a veces, a œtt, fami- ia (1). 5. Para L. Musset, Introduction à la runologie, op. cit.; para A. Baeksted, Mål- runer og troldrunex, runemagiske studier, Copenhague, 1952. 6. Por ejemplo, la bh del sánscrito bharami (escogido porque el sánscrito está muy cerca del indoeuropeo) da fero en latín y bera en islandés (llevar); el sánscrito pad da podos en griego, pedis en latín, fótr en islandés, etc. Para una iniciación, R. Boyer, Éléments de grammaire de Pislandais ancien, Góppingen, Kiimmerle Ver- lag, 1981. 7. Donde se manifiesta también el artículo definido pospuesto, característico de estas lenguas. En el ejemplo dado, el hombre se dice hombre-el (madr-in2). 8. Así, el hecho de que muchas inscripciones rúnicas en antiguo fuþark co- mienzan por ek, erilaR, donde parece que erilaR (que podría corresponder a los hérulos o érulos de los autores clásicos y que podría haber dado, filológicamente, la palabra jarl) se aplique a un especialista, un conocedor, incluso un iniciado en las runas. Como esa palabra es la misma que jarl, se deduciría de ello el origen «aris- tocrático» de los conocedores de runas. 9. Trato detalladamente esta cuestión tanto en Les Vikings. Histoire et civilisa- tion, op. cit., pág. 130 y sigs., como en «Les Vikings: des guerriers ou des commer- gants?», en Les Vikings et leur civilisation. Problèmes actuels, op. cit., págs. 211-240. 288 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) 10. S. B. E. Jansson, The Renes of Sweden, op. cit. 11. Véase también R. Boyer, «La poésie scaldique» en Typologie des sources de Moyen Age occidental, fascículo 62, Brépols, Turnhout, 1992. 12. Ragnarr Lodbrók: célebre vikingo, más o menos legendario, sitió quizá Pa- rís en las primeras décadas del siglo 1x. Es renombrado a causa de sus hijos, que asolaron Inglaterra. Habría sido condenado a muerte por el rey anglosajón Ella, que lo habría mandado arrojar a una fosa de serpientes. Antes de morir, habría te- nido tiempo para componer una de las obras maestras de la poesía escáldica, titu- lada Krákumál, donde figura el célebre: «Muero riendo». 13. Encuentro esta fórmula en C. Cucina: Z tema del viaggio nelle inscrizioni runiche, Pavía, 1989, pág. 572. 14. He propuesto su estudio detallado en La Poésie scaldigue, París, Éd. du Porte-Glaive, 1990. 15. Traducción en Sagas islandaises, Pléiade, op. cit., cap. LXXVII, pág. 171 y sigs. Klindt-Jensen, Viking Art, Minneápolis, 1980; o P. Anker, L’Art scandinave, op. cit. 17. El estilo de Urnes escapa en parte, así como el de Ringerike, a la época vi- kinga en la medida sobre todo en que inspira ciertas stavkirker (o iglesias de ma- dera) de Noruega. 18. La observación es de J. Graham-Campbell, The Viking World, op. cit., pág. 144. 19. Encuentro todos esos objetos en el catálogo suntuosamente ilustrado The Vikings, publicado por J. Graham-Campbell y D. Kidd, Londres, British Museum, 1980. 20. Véase R. Boyer, «Le symbolisme des gravures rupestres de l'4ge'du bronze scandinave», en Le Mont Bego, Actes du Congrès de Tende, París, 1992. 21. Estas técnicas están admirablemente presentadas y explicadas en B. Alm- gren, Vikingen, op. cit., pág. 200 y sigs. especialmente. 22. Sobre este asunto, véase R. Boyer, «De la carole à la folkvisa», en Influen- ces. Relations culturelles entre la France et la Suède, Actas publicadas por G. von Proschwitz, Góteborg, 1988, págs. 7-21. 23. He esbozado un cuadro completo de ello que vale, evidentemente, sólo para el siglo xm, en La Vie religieuse en Islande (1116-1264) d’après la Sturlunga saga et les Sagas des Évéques, París, Fondation Singer-Polignac, 1979, parte H, cap. IL 24. Se trata del capítulo X de la Saga de Þorgils y de Hafliði, una de las sagas de contemporáneos incluida en la compilación llamada Sturlunga saga. 25. Sobre estos puntos, véase R. Boyer, Moeurs et psychologie des anciens Is- landais, París, Éd. du Porte-Glaive, 1987. El retrato etnopsicológico que se ha in- tentado en esa obra no ha sido retomado aquí porque se basa exclusivamente, y vo- luntariamente, en las sagas llamadas de contemporáneos. Sin embargo, es probable que valiera también para los vikingos. 16. Existen numerosos estudios sobre el tema. Por ejemplo, D. M. Wilson & o. Pan t A 4 3 3 j paepe | NOTAS 289 . 26, Existe una traducción francesa parcial de esta obra, Le Livre de la coloni- sation de l'Islande (Landnámabdk), op. cit. 27. Anthologie de la poésie nordique ancienne, op. cit., pág. 529. 28. El tema está ampliamente tratado en R. Boyer, Le Mythe viking dans les lettres françaises, op. cit. A MODO DE CONCLUSIÓN 1. Esta chanza figura, en esencia, en una ¿slendingasa, la Saga de los hijos de Droplaug: el labio inferior del héroe se ve partido por un tajo de espada. Comen- tario: «Nunca he tenido una cara bonita y tú no has hecho nada para mejorarla». 2. Los detalles concretos sobre los itinerarios de los vikingos o varegos figu- ran en Les Vikings. Histoire et civilisation, op. cit., pág. 140 y sigs. 3. Sobre este tema clave de las sagas, véase Les Sagas islandaises, op. cit., cap. XI. 4, Capítulo LXXV. 5. Sobre este aspecto, R. Boyer, Le Christ des Barbares, op. cit., págs. 64-65. 6. Se trata de la creación del estado ruso por los varegos. Para una última pun- tualización de este problema que ha hecho correr abundante tinta, véase R. Boyer, «Les vikings ont-ils fondé la Russie?», en Études germaniques, 1991, 4, BIBLIOGRAFÍA Algunas obras generales ALMGREN, Bertil et al., Vikingen, Malmöe, Tre Trykare, 1967. Indispensable. Ba- sado ante todo en los descubrimientos de la arqueología. Hay versión francesa, Les Vikings, trad. de M. De Bouärd, París, Hatier, 1972. GRAHAM-CAMPBELL, J., The Viking World, Londres, 1989. Con soberbios dibujos y fotografías. GRAHAM-CAMPBELL, J., Viking Artefacts: A Select Catalogue, Londres, British Museum Publications Ltd, 1980. GRAHAM-CAMPBELL, J. y KIDD D., The Vikings, Londres, British Museum Publi- cations Ltd, 1980. KLINDT-JENSEN, O, y EHREN, S., The World of the Vikings, Londres, 1970. WiLsoN, D. M., The Vikings and Their Origins, Londres, 1977. FOOTE, P. G. y WILSON, D. M., The Viking Achievement, Londres, 1970, numero- sas reediciones. Sin duda el mejor estudio existente sobre el tema, conjuga la ciencia del arqueólogo y la del filólogo, ambas de primer orden. 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Estudios más especializados Textos L'Edda poétique, traducida y presentada por R. Boyer, París, Fayard, 1992 (refun- dición de las Religions de 'Enrope du Nord, París, 1974). L'Edda. Récits de mythologie nordique par Snorri Sturluson, traducida al francés y anotada por F.-X. Dillmann, París, Gallimard, 1991. Traducción parcial. La me- jor traducción (íntegra) es la de A. Faulkes, Snorri Sturluson; Edda, Londres, 1987. Boyer, R., La Poésie scaldique, París, Éd. du Porte-Glaive, 1990. Anthologie de la poésie nordique ancienne, traducida al francés y presentada por Renauld-Krantz, París, Gallimard, 1964. BOYER, R., Les Sagas islandaises, París, Payot, 3° ed. 1992. BIBLIOGRAFÍA 293 Sagas islandaises, traducidas al francés y anotadas por R. Boyer, París, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 2° ed. 1991. Para algunas sagas que tratan más concretamente de los «vikingos»: La Saga de saint Oláfr, traducida al francés y presentada por R, Boyer, París, Pa- yot, 2* ed. 1992. La Saga de Harald PImpitoyable, traducida al francés y presentada por R. Bo- yer, París, Payot, 1979. La Saga d'Oláfr Tryggvason, traducida al francés y presentada por R. Boyer, Pa- rís, Imprimerie nationale, 1992. La Saga des vikings de Jómsborg. Jómsvikinga saga, traducida al francés y pre- sentada por R. Boyer, Bayeux, Heimdal, 1982. KRISJÁNSSON, J., Eddas and Sagas. Iceland's Medieval Literature, Reykjavik, 1988. Barco Le Chasse-marée, n° 30, 1987, págs. 16-45. BRØGGER, W. y SHETELIG, H., The Viking Ships, Oslo, Dreyer, 1951. Mc GRAL, S., Ancient Boats in North-West Europe, Londres, 1987. onn O. y CRUMLIN-PEDERSEN, O., Five Viking Ships from Roskilde Fjord, Ros- kilde, 1978. Religión BOYER, R., Yggdrasill, La religion des anciens Scandinaves, París, Payot, 2* ed. 1992. Ñ TurviLLE-PETRE, E. O. G., Myth and Religion of the North, Londres, 1964. STRÖM, F, Nordisk hedendom. Tro och sed i förkristen tid, Göteborg, 1961. OLSEN, O., «Hörg, hov og kirke», en Aarboger for nordisk Old-kyndighed og His- torie, 1965. Runas MUSSET, L., Introduction à la runologie, París, Aubier, 2° ed. 1980. JANSSON, S. B. F., The Runes of Sweden; Estocolmo, 1987. PAGE, R. I., Runes, Londres, 1987. BAEKSTED, A., Málruner og troldruner. Runemagiske studier, Copenhague, 1952. Arte ANKER, P., L'Art scandinave, vol. I, La Pierre-qui-vire, Zodiaque, 1969, WiLsoN, D. M., y KLINDT-JENSEN, O., Viking Art, Minneápolis, 2* ed. rev. 1980. KENDRICK, T. D., Late Saxon and Viking Art, Londres, 1949. 294 LA VIDA COTIDIANA DE LOS VIKINGOS (800-1050) [La bibliografía en lengua castellana es muy escasa; ninguno de los ensayos citados aquí por el autor está —que sepamos— traducido a nuestra lengua. En cuanto a las fuentes, hay que señalar las traducciones directas realizadas por Enrique Ber- nárdez: Snorri Sturluson, Textos mitológicos de las Eddas, ed. preparada por E. Bernárdez, Madrid, Ed. Nacional, 1982, incluye fragmentos de la Edda en prosa y diversos textos de la Edda poética («Vóluspa», «Havamal», «Rigsthula», etc., citados repetidas veces a lo largo de este libro). También hay traducción caste- llana de la Saga de Egill, hijo de Grimr el Calvo, igualmente citada por R. Bo- yer en varias ocasiones: Snorri Sturluson, Saga de Egil Skallagrimsson, ed. pre- parada por E. Bernárdez, Madrid, Ed. Nacional, 1983. Hay también una traducción de varias sagas islandesas: Sagas islandesas medievales, edición a cargo de E. Bernárdez, Madrid, Espasa-Calpe, 1983, aunque ninguna de las in- cluidas en dicho volumen es citada aquí por el autor. Sí se citan, por el contra- rio, las contenidas en el volumen: La saga de los groenlandeses. La saga de Eirik el Rojo, edición a cargo de Antón y Pedro Casariego, Madrid, Siruela, 1983. Hay que añadir también: Snorri Sturluson, La alucinación de Gylfi, traducción de J.L. Borges y M. Kodama, Madrid, Alianza, 1984. Y por último, podemos citar: J. Graham-Campbell, Los vikingos: orígenes de la cultura escandinava, col. «Atlas culturales del mundo», Folio, Barcelona, 1993, obra de la que Boyer toma el mapa que figura al principio de este libro (N. de los T.)]. GLOSARIO Aett: familia en sentido amplio (sinónimo: kyn). Alfe: espíritu sobrenatural que rige, quizás, las facultades mentales. Ases: familia de dioses, a la que pertenecen Ódinn, Pórr, Baldr, en oposición a los vanes. Asiento elevado: en la skåli (véase este término), asiento reservado al jefe de familia, Austrvegr: ruta hacia el este tomada por los vikingos (varegos). Berserkr: fiero guerrero embargado de un furor asesino en el combate, Blòt: sacrificio. Bændr: plural de bóndi, véase este término. Baer: granja. Bóndi: campesino-pescador-propietario libre; elemento de base de la sociedad vi- kinga. Brúdveizla: banquete de bodas. Búd: campamento de barracas provisionales instaladas en el momento del ping (véa- se este término). è Dises: divinidades oscuras del destino y la fertilidad. Drakkar: término erróneo (véase pág. 108) del que se debe prescindir, que designa el barco de los vikingos. Véase knörr. Draugr: aparecido, espectro. Drekka minni: