— GA NX ENIDY NS | ardid supiins sasmurlsiixe sinò slensi9 + - siqorq ue 919iupbs sup ne oimemom le 9b29b ies9 lsi omoo bsbinsmun sl sb e910dls 20l 9b9b ,sioneldanoo essi9ut 9b sionejeixe sl soipól omo siqs9s eidmon l9 eonsmun on sinemsizsuque 29192 9b .2sinepilein | ab nitnie nu y 20inomab ,2slepná ,eszoib— oe119 la na sinemsiognib nensivisini sup —2011sibamigini ob bsbizsasn ni2 .stensiq sizs 91do2 sbiv siesun sb əb 02119 lə ne sup 20jxai 20l ,2020bub 20pitesi s 1111UINM sinojeirl sl eb 1999ino9s le obnsjelter obi nsd 20qmaij 20! gup 20inomitesj sb zobsoiqlsa ntes bsbinsmun sl 9b sup esinslov zojejdo 9b sinensrmaeq sionsesiq sl nsrteuli sl eidoe s1ils sisd s sinspilejni sriiot eb nsnoioulova oboj na eoinsimsizivs 29lst 9b steil sJ .ovieomaj sioilieque noiosujos sl sup sdeu1q 2589009 esl esboj ne y obnum la esiniteib esionepilejni esirsv 9b o snu eb noionevisini sl y sl sb sbsuniinoo y sinsipeini ssq nsmiot siesun sl s n .bsbinsmun sl sb siojaid sies s ezobsoibsb eoibujes sb oñs oonidiiniev 2511 esdsu1q esl shoqs 192i5A-19d87 es91bnA ,soijémaj obsdo1q Isinemusob volsv ne y bsbiinso ne esinsioitua istidán oresun ne sionsza1q sl nsrizsumob sup s esineivenshsq on esinepilsini 29192 sb oiisienslq suq sl 9b èlls em obneY .senemun bsbinumos sizsun sies 9b nóoss1 sl sozud 1otus la ,Isinmemusob sdau1q le ene obnsnoiosler y ODASISQMOI .SASIXS ¡011 55 )]0 noizulonoo sl s spall ,aoerto zon sirojein sl sup 2otsb eol 28581 esijo .bsbinivib sl 9b ssiteib le ojsd sup 9b esbneir sl e1qmeiz ebzsb obnsñuqma neneiv asoimeaoo onsmurl 192 le sup opau¡ nu ne onitesb oitesun sb SS —omeim ləb RSE in móienemib lse1 ue in 1abne1qmoso s 1spall nie asdeits 9b .smorlsM ,sbug ,evzsL omo zejsnoz194 .obsoitinpia ue ue nebreiq 2010 20181 y 23109 nsmisH ongsmohso omo seisijzom s18q osioren o onivib Isubivibni smeitso Isnumosesb snu 9b sjenseipna le ne asseiq eelqmia .sisiensiq nolosluqinsm | pg l O cat . n e angoni - AA vease ae : . o Ga — E DIRA IA A mc rra crono race 0r12012:7200100003 5505200500 000080300000800006800:060000000)060000114)1 oinemuyod noivosloDd Andreas Faber-Kaiser (Barcelona, 1944), buscador incansable del sentido de nuestra existencia, es un viajero empedernido con pasaje de ida y vuelta de los límites del avance científico a los orígenes de la raza humana y del universo mismo, y viceversa, pasando por las sendas del conocimiento esotérico. Como autor, se ha especializado en la busca y captura de hechos, datos y documentos desconocidos por el gran público, para divulgarlos en obras que son herramientas de reflexión y de trabajo para toda persona que se plantee seriamente el conocimiento de nuestro origen y de nuestro destino. Licenciado en Filosofía y Letras, ha viajado en su búsqueda por buena parte de Europa, Asia, América y | Oceanía. En 1972 obtuvo el Premio Nacional de Astronáutica Julio Marial. Es autor de los libros ¿Sacerdotes o cosmonautas? (1971), Cosmos. Cronología general de la astronáutica (1972), Grandes enigmas del cielo y de la Tierra (1973), escrito en colaboración con el desaparecido Alejandro Vignati, Jesús vivió y murió en Cachemira (1976), traducido a siete idiomas, OVNIS: el archivo de la CIA. Documentación y memorándums (1980), OVNIS: el archivo de la CIA. Informes de avistamientos (1980), OVNIS: archivos americanos. Documentos militares y de Inteligencia (pendiente de publicación), La caverna de los tesoros (1984) y Fuera de control, en preparación. Desde su creación en 1976 hasta su desaparición, en noviembre de 1982, dirigió la revista Mundo Desconocido, prestigiada a nivel mundial como una de las tres primeras publicaciones en su género. Andreas Faber-Kaiser Las nubes del engaño Documento/141 A d C-61t Andreas Faber-Kaiser Las nubes del engaño Crónica extrahumana antigua — ==. > | Planeta COLECCIÓN DOCUMENTO Dirección: Rafael Borrás Betriu Consejo de Redacción: María Teresa Arbó, Marcel Plans, Carlos Pujol y Xavier Vilaró © Andreas Faber-Kaiser, 1984 Editorial Planeta, S. A., Córcega, 273-277, Barcelona-8 (España) Edición al cuidado de María Teresa Arbó Diseño colección y cubierta de Hans Romberg (realización de Jordi Royo) Ilustración cubierta: En un remoto pasado, seres semejantes a nuestros propios | cosmonautas se acercaron hasta la morada del hombre, por el que fueron recibidos como dioses. La foto reproduce a un astronauta que se desplaza libremente por el espacio, lo cual se logró por vez primera el 7 de febrero de 1984 (foto Martin Marietta Aerospace, Denver, Colorado) Procedencia de las ilustraciones: Archivo "Mundo Desconocido” Primera edición: mayo de 1984 Depósito legal: B. 15.985-1984 ISBN 84-320-4325-7 Printed in Spain - Impreso en España Talleres Gráficos ''Duplex, 5. A.'*, Ciudad de la Asunción, 26-D, Barcelona-30 Índice Introducción/VISTO PARA SENTENCIA: CONTACTOS OTRAS INTELIGENCIAS , . ÁNTES DE LA HISTORIA. . ... Visitantes sin boca . . . Los sin rostro . id g 11 000 AÑOS DE CARTOGRAFÍA AÉREA . CUANDO NADA EXISTÍA . : Errantes navegantes cósmicos . EN CÁPSULAS Y HUEVOS DIVINOS . EL «LIBRO DE LOS MUERTOS» . Los circulos de fuego. . . LA RAZA CRUZADA . le e s s Jesús Y EL OVNI DE BELÉN. . La caverna de los tesoros . DEMASIADA AYUDA PARA EL HIJO DE Dios . La palmera mecánica . La virginidad entre bastidores Adecuando el crisol . La guardia cósmica. . La paloma y el altavoz . ¿RESURRECCIÓN O RESCATE? T ee B a o o a a LAS NUBES DEL ENGAÑO . CON La teoría de la relatividad, anterior al siglo III. Un faro en el desierto . LAS BOMBAS DE Dios . LA NAVE QUE VIO EZEQUIEL. 13 21 21 23 24 26 28 29 32 34 35 46 51 52 54 56 61 63 64 66 69 71 74 80 81 Interpretación . Análisis aeronáutico DIOS ES AL'LAH Y MAHOMA SE LO CREE . EN UNA URNA DE CRISTAL . ; EL ARQUITECTO DEL UNIVERSO . LAS AVENTURAS DE RAMA . El mono volador . Los ASTRONAUTAS DEL SÁNSCRITO . No sudaban ni parpadeaban . Sus naves . JR EL MONSTRUO DE-LOS 9 ABISMOS . Los HIJOS DEL CIELO . ; Cielos imposibles . i Tang: una dinastía para los OVNIs ' EL ESPEJO DE IZANAMI. Los primeros hombres. . A Las pee de la Edad de Piedra EL MENSAJERO VOLADOR TRÁFICO AÉREO EN LA ROMA ANTIGUA . i El Libro de los Prodigios . LA GRAN OLEADA CLÁSICA . Después de Belén . LA VIRGEN DE CUBA . La trampa mental . MK-Ultra AYUDARON A CARLOMAGNO . ; 4 Los DIOSES QUE NACIERON DEL HIELO . El cerebro eterno . AZTECAS: REESTRENO DE LA COMEDIA DE Midis Reaparecen el Éxodo y el Arca de la Alianza . KASSKARA Y LOS KATCHINAS LA PERLA DEL LAGO . ¿QUIÉN VIVE DEBAJO? . Personas sin origen ; La historia de los niños verdes r Plagio de un enigma inglés . La primera versión Más humanoides subterráneos El hombre de la barba verde . El temido Mala Cosa . ¿QUIÉN COMBATE EN EL CIELO? . Por MA A UN OVNI. 84 88 102 106 110 114 116 117 120 121 127 129 130 134 136 140 140 141 142 144 146 156 162 165 170 177 178 180 184 186 190 196 197 198 199 203 205 206 210 211 213 214 LA MISTERIOSA LUZ DE MANRESA . EL CABALLERO QUE BAJÓ DEL CIELO . Los caballeros teleportados . La leyenda del dragón . MÁS CABALLOS EN EL CIELO . . SIGLO XV: OBJETOS VOLANTES SOBRE ITALIA i Vuelan ruedas de carreta . La Virgen del OVNI . EXCURSIONES AÉREAS EN LOS ANALES DE LA INQUISICIÓN LOS NAVEGANTES DE LA MUERTE . APOYO AÉREO PARA UNA CONQUISTA FULMINANTE " 20 días bajo el OVNI . j Reaparecen los caballos voladores i La cristianización programada Exhibición paranormal El hombre resplandeciente La figura celestial . LOS CILINDROS DE NUREMBERG . La viga aérea de Benvenuto Cellini . El sable volante . 4 Globos ígneos sobre Basilea : La columna brillante de Lepanto . EL CAMPESINO SECUESTRADO EL ALUCINANTE ESCUADRÓN NEGRO . LA CUEVA DE LOS CARNEROS VOLADORES . CRÓNICA DE OVNIS EN 1584 . ; COMBATE AÉREO SOBRE CATALUÑA EN 1604 . EL CIELO ABRE SUS OJOS . i EL BATALLÓN AÉREO DE 1621 . OVNI PARA UN FUNERAL . UNA HOSTIA EN BRAGA . LA NAVE FANTASMA . EL DRAGÓN ROJO A ' LA BOLA VOLANTE DE ROBOCERO i LA TAPADERA VOLADORA . EL DÍA EN QUE LLEGARON LOS NOMMOS | i Cada anciano que muere es una biblienesa" ai se quema ] El enigma de los dogones . La ciencia confirma Índice onomástico . 215 2 | ñ 220 221 221 226 226 221 228 232 235 236 238 240 242 245 245 246 246 248 248 248 249 251 254 256 251 258 259 262 263 265 267 267 268 270 270 271 212 277 Para Monika, Sergi y Mercedes .--y escrito en tu memoria, llanero solitario de nom- bre Alejandro Vignati, muerto por el veneno humano cuando ya tenías tu tercer milenio al alcance de la mano. Y los Maestros Gigantes hablaron, así como los Domi- nadores, los Poderosos del Cielo. Dijeron entonces a Los de la Suerte, los de su Formación, a los augures: «Es tiempo de concentrarse de nuevo sobre los sig- nos de nuestro hombre construido, de nuestro hom- bre formado, como nuestro sostén, nuestro nutridor, nuestro invocador, nuestro conmemorador. Comenzad, pues, las Palabras Mágicas, Abuela, Abuelo, nuestra abuela, nuestro abuelo, Antiguo Secreto, Antigua Ocul- tadora. Haced, pues, que haya germinación, que haya alba, que seamos invocados, que seamos adorados, que seamos conmemorados, por el hombre construi- do, el hombre formado, el hombre maniquí, el hombre moldeado. Haced que así sea. Declarad vuestros nom- bres: Maestro Mago del Alba, Maestro Mago del Día, Pareja Procreadora, Pareja Engendradora, Gran Cerdo del Alba, Gran Tapir del Alba, Los de las Esmeraldas, Los de las Gemas, Los del Punzón, Los de las Ta- blas, Los de la Verde Jadeíta, Los de la Verde Copa, Los de la Resina, Los de los Trabajos Artísticos, Abue- la del Día, Abuela del Alba.» Popol-Vuh, Libro del Consejo quiché Sabed, Maestros Gigantes, que vuestro hombre mani- quí no es culpable de vuestro fracaso. Sabed que el hombre ha logrado acceder a la Magia y se niega a seguir siendo vuestro alimento. Nos estamos quitando la venda que urdisteis para cegarnos la visión. Expiró vuestro plazo y se acabó nuestra adoración. En sus mensajes, nunca han contado un chiste... (son tétricos). MANUEL PEDRAJO, Santander ¡Oh humanos! Temed a vuestro Señor que os creó. Corán 4, 1 Porque yo, Yahveh, soy tu Dios, un Dios celoso, que castigo la culpa de los padres en los hijos, hasta la tercera y la cuarta generación de los que no me quieren. Éxodo 20, 5 No adorarás a otro dios más que a mí. Exodo 34, 14 No comparecerás ante mi con las manos vacías. Éxodo 34, 20 Sabed también vosotros, los del disfraz de Yahveh, de Allah y demás, que dejamos ya de ser los esclavos en- gañados de unos creadores vanidosos y vengativos. INTRODUCCIÓN VISTO PARA SENTENCIA: CONTACTOS CON OTRAS INTELIGENCIAS Casi desde el momento en que adquiere su propia cons- ciencia, desde los albores de la humanidad como tal, el hombre acepta como lógica la existencia de fuerzas inteli- gentes, de seres supuestamente superiores no humanos —dioses, ángeles, demonios y un sinfín de intermediarios— que intervienen directamente en el curso de nuestra vida sobre este planeta. Hasta el siglo pasado, esta aceptación prácticamente no varió, y para millones de personas sigue siendo hoy plena- mente vigente. Pero a partir del siglo xix, algunos hom- bres, aunque sea en un plano especulativo, comienzan a darle vueltas a la idea de que, tal vez, nuestro planeta no sea el único habitado en todo el vasto universo conocido. Disfrazando de ficción científica unas ansias latentes de despertar del letargo del aislamiento para volver a conec- tar directamente con lo que para los antiguos fueron los dioses, algunas mentes comienzan a fantasear —¿o no tan- to?—, bajo el velo de las aventuras noveladas, con la posi- bilidad de vidas inteligentes en otros mundos. Y ya pron- to, algunas personas se dedicarán a contabilizar tímida- mente (para evitar caer en el ridiculo ante los ciudadanos que no saben cruzar el monte más que por los senderos ya hollados) las injerencias de estos otros mundos en el nuestro. Una escuadrilla de más de 15 aparatos volantes no iden- tificados, que sobrevuelan en la madrugada del 25 de fe- brero de 1942 a las tropas norteamericanas que en la costa californiana están embarcando con destino al frente del Pacífico, abre paso a una interminable lista de incursiones —en los cielos de todas las latitudes del planeta— de obje- tos que vuelan inteligentemente guiados y cuyo origen, constitución y propósitos siguen siendo desconocidos para prácticamente la totalidad de los seres que integran la raza ES humana contemporánea. Con el paso del tiempo, la acumu- lación de avistamientos de estos objetos ha sido tal, que el fenómeno no sólo merece, sino que tiene que ser tenido en cuenta. Porque existe, convive y posiblemente juegue con nosotros. Se produce, sin embargo, un fenómeno común a la di- vulgación de cualquier tema cuyos elementos no sean es- trictamente mensurables. El objeto de estudio en este caso no es susceptible de ser retenido, analizado, ni siquiera to- cado. Valiéndose de esta peculiaridad, personas que no se guían por el faro de la verdad sino por el del egoísmo, han aprovechado la existencia de una fenomenología real para engañar con testimonios no verificables a sus lectores, des- provistos de puntos de referencia válidos. Pero aparte del daño que estos charlatanes causan a la - investigación del tema y a la información de las personas, existen buscadores probadamente cualificados y a la vez honestos que, ante la evidencia de unos hechos y frente a la aparente pasividad de la ciencia considerada oficial y de los responsables de cada una de las comunidades humanas, se sienten comprometidos con la humanidad toda y consi- go mismos, en la averiguación y el esclarecimiento total —si es que a ello puede aspirarse— de la razón de la pre- sencia del fenómeno extraterrestre en nuestro planeta, y de nuestra relación, sin duda alguna trascendente, con el mismo. Sé perfectamente que sobre esta temática se han escri- to en los últimos años infinidad de libros en todos los idio- mas. Que escribir y publicar en estos momentos un nuevo libro sobre el fenómeno OVNI o la incidencia extraterres- tre, podría incluso ser inoportuno. Si me decidí a escribir y a publicar ahora estos dos nuevos volúmenes, Las nubes del engaño y Fuera de control, que resumen la crónica ex- trahumana antigua y moderna, respectivamente, es preci- samente porque creo imprescindible hacerlo antes de dejar aparcados momentáneamente a mis OVNIS particulares. Es precisamente porque después de estos dos volúmenes voy a dejar de publicar datos sobre actividades OVNI para dedicarme a divulgar, en la medida en que ello me sea po- sible, datos sobre los efectos de la actuación de manos sin nombre ni rostro conocidos ni revelados. Al final de este proceso, si logro recorrerlo, se vuelve a conectar ineludi- blemente con esos entes que acuden a nuestro planeta des- de otros puntos cósmicos y que, desde siempre y hasta hoy, juegan con nosotros un juego. Falta saber aún si be- neficioso o perjudicial para nosotros. O ni una ni otra cosa; pero, para nuestra limitada lógica, absolutamente mal plan- teado y peor ejecutado. Claro que tampoco ninguna “célula 14 de nuestra mano izquierda —todo un universo en sí mis- ma— tiene noción alguna (ni se lo plantea) de por qué de repente los pies del mismo cuerpo del que forma parte se ponen en movimiento para que el cuerpo todo camine. Ni mano ni pies se enteran del juego, si bien lo están sufrien- do y ejecutando directamente. Sólo una central computari- zada en nuestro cerebro capta deseos, los asimila y trans- mite Órdenes de actuación. Es posible que cada cual de nosotros sea simplemente una de esas células de la mano o de los pies para poner un ejemplo. Va siendo hora ya de que nos encaminemos al cerebro-centro de operaciones para enterarnos de una vez de qué disputa somos piezas apetecidas. Por ese motivo aparcaré de momento a los OV- NIs y a sus tripulantes. Pero antes quería dejar aquí, en este trabajo, la cons- tancia de un dossier suficiente de las pruebas que, a lo lar- go de toda nuestra historia, han ido conformando el testi- monio de la presencia en nuestro hábitat planetario de seres inteligentes no pertenecientes a nuestra comunidad humana. Sin necesidad alguna de recurrir a testigos dudo- sos, los textos que en el decurso de los tiempos han ido reflejando el acontecer de la historia de la humanidad es- tán salpicados de testimonios que ilustran la presencia, yo me atrevo a decir que permanente, de objetos volantes que evolucionan de forma inteligente a baja altura, sobre la su- perficie terrestre. La lista de tales sucesos y avistamientos en todo el mundo, y en todas las épocas, se haría larga, lar- guísima. Tanto, que si los educadores explicaran la histo- ria en su totalidad, sin omisiones ni retoques, sus alumnos asimilarían con naturalidad que los fenómenos que eviden- cian la actuación y la intervención de una o de varias inte- ligencias distintas a la nuestra, forman parte integrante y continuada de la historia de la humanidad. Sabríamos to- dos un poco mejor en dónde nos encontramos. En estos dos volúmenes no voy a aportar la totalidad de las pruebas existentes de este permanente contacto; en primer lugar porque, por muchas que haya podido reunir muchas más deben de existir en textos, documentos y ves- tigios a los que no he llegado a tener acceso; y, en segundo lugar, porque tal tarea correspondería a una obra realmen- te enciclopédica que acaso algún día acometa, pero no a una obra de divulgación, seria pero a la vez amena, como pretende ser ésta. | Lo que sí voy a hacer es aportar las pruebas suficientes en cantidad y en valor documental probado, para que cual- quier tribunal (del que tú, lector, puedes ahora erigirte en juez) disponga de los testimonios precisos para dictaminar sı existe contacto con otros entes inteligentes e injerencia ES de éstos en nuestro quehacer terrestre, en el curso de nues- tra historia. Yo no preciso ya de más pruebas que las que aquí aporto. A la vista de las mismas, y mientras nadie me demuestre con evidencias que esto no es así, hoy tengo que aceptar como un hecho real este contacto y esta injerencia. Lo cual me confiere la tranquilidad precisa como para, tal y como dije antes, aparcar de momento a los OVNIs en este dossier con el propósito de meterme detrás de los bas- tidores que mencionó Disraeli e ir en busca de algo más. Lo que ahora sigue es, pues, una relación de todos aque- llos hechos, legados, datos, incidentes históricos que no tienen explicación desde el punto de vista de su origen ex- clusivamente humano, acontecidos desde los tiempos pre- históricos hasta hoy. En esta relación aporto únicamente incidentes documentados, repito, y que —interpretados con lógica humana— no admiten como originaria de su presen- cia a la civilización en la cual se están manifestando, Debo advertir igualmente que los orígenes de estas ma- nifestaciones no parecen estar unificados. Para poner un ejemplo simple, existen testimonios de avistamientos de figuras humanoides desconocidas que portan escafandra, mientras otros testimonios hablan de apariciones de seres antropomorfos que no portan ningún tipo de aditamento tecnológico. La hipótesis de que son diversas las razas de seres inteligentes desconocidos que llegan al planeta Tierra parece tener mayor base que la que opina que el origen de estos visitantes es sólo uno. Igualmente, numerosos testi- monios apuntan a que los desconocidos provienen del es- pacio exterior, mientras que otras manifestaciones parecen tener su origen en el interior mismo de nuestro planeta, o al menos inmediatamente debajo de su superficie. También parecen haberse producido disputas entre los desconoci- dos, combates incluso. Y, en los últimos años, hay que apuntar que algunas manifestaciones de origen desconoci- do pero inteligente, entran ya en un área en que fácilmente pueden ser confundidas con manifestaciones de los más avanzados sistemas de ataque y de defensa desarrollados por el hombre. Se dan, manifiestamente, aspectos contradictorios y has- ta decididamente absurdos en todo este conjunto de hechos cuya explicación final hoy todavia no tenemos. Pero lo que no voy a hacer es contemplar cómo se falsean los hechos y cómo —cuando no se los ignora u oculta— se manipulan los datos que la historia nos ofrece, sólo para que estos he- chos adquieran una aparente pero engañosa lógica. No de- bemos adaptar los hechos a nuestra inteligencia, sino que debemos aspirar a elevar esta inteligencia a un grado en el que pueda entender y asimilar los hechos, aunque en 16 estos momentos aún se le antojen absurdos. También ea un absurdo para los hombres de ciencia del siglo xvi el hecho o la simple idea de que el hombre viajara algún día hasta la Luna y pegara torpes saltos sobre su superficie, y, sin embargo, ésta es una experiencia superada hoy en din y aceptada por todos. A lo que debemos aspirar, a mi en tender, es a lograr comprender algún día la realidad subya cente y el sentido de los fenómenos inexplicados que se han venido produciendo a lo largo de la historia humana y que actualmente se siguen produciendo y prodigando. Quiero puntualizar que en este trabajo no intento inter- pretar ni dar soluciones. Unicamente enumero en él unos acontecimientos en una sucesión (hasta donde sea posible) cronológicamente ordenada, para que estos hechos no cali- gan en el olvido y sirvan en cambio de instrumento válido para todo buscador sincero. Es un repaso actualizado y se- leccionado en cuanto a su rigor documental de la inciden- cia del fenómeno extraterrestre en nuestra propia existen- cia. Hilvanado de tal forma que se pueda conocer digamos al microscopio, con detalle, cada uno de los elementos apor- tados de esta incidencia extraterrestre, y contemplar luego —una vez leídos los dos volúmenes de esta crónica extra- humana antigua y moderna— la totalidad del conjunto de esta incidencia que se extiende sobre toda nuestra existen- cia como raza. Sólo así, combinando cada lector con sabi- duría este juego de lentes de aproximación y panorámica para captar simultáneamente los detalles y el conjunto del fenómeno, podremos aventurarnos a intentar comprender nuestra posición activa en el universo. Así y todo, este tra- bajo no deja de ser más que un esquema, un esqueleto del inmenso cuerpo que sobre él puede construir cada lector por su cuenta, añadiendo nuevas piezas que están presen- tes en el fluir de nuestra historia y que no todas, ni muchí- simo menos, están recogidas aquí. Quiere de paso servir también de respuesta esta obra a todos aquellos que, si bien tal vez llegan a aceptar la posibilidad de que alguien procedente del espacio exterior nos visite, siguen, con todo, preguntando: «Sí, pero... ¿qué pruebas tenemos realmente de su existencia y de sus visitas a nuestro planeta?» Estas que siguen son algunas de estas pruebas. Sólo algunas. Aho- ra, tú eres juez, lector. ANDREAS FABER-KAISER Barcelona, febrero de 1984, Por cierto que la tinta de los sabios es más preciosa que la sangre de los mártires. Asistir a las lecciones de un sabio es más meritorio que hacer mil penuflexiones, que visitar mil enfermos, que seguir mil entierros. ' Muhammad Ibn Abdallah Ibn Abd al-Mutalib Ibn Hasim, Mahoma Aquel que busca no debe cesar de buscar hasta que encuentre, y cuando encuentre, quedará estupefacio, y, estando estupefacto, quedará maravillado, y reina- rá sobre el Todo. Evangelio de Didimo Judas-Tomás l i 1 | ANTES DE LA HISTORIA Ya mucho antes de que al hombre se le ocurriera la posi- bilidad de escribir su propia historia para ilustración de la posteridad, creyó oportuno darnos a entender que había sido testigo de la presencia de unos seres que le impresio- naron especialmente. Lo suficiente, como para que sus re- tratos merecieran ser grabados en las rocas milenarias de, por lo menos, Australia, el Sahara y los Alpes. Visitantes sin boca En la cordillera de Kimberley, en el noroeste de Australia, existen unas notables pinturas rupestres que se destacan de todas las demás halladas en el quinto continente. Son de figura antropomorfa, de notable tamaño (llegan a medir hasta seis metros), y presentan unos rostros blancos des- provistos de boca. Sus cabezas están rodeadas por uno o dos semicírculos en forma de herradura, con finas líneas que irradia el círculo exterior (simbolizando el aura, acaso un casco, pero eso no lo sabemos). Los nativos llaman a estas figuras wandjina y afirman que son las únicas repre- sentaciones rupestres no ejecutadas directamente por sus antepasados. Son, para ellos, representaciones de seres que inspiran un sentimiento profundamente sagrado. Tanto, que insisten en que estas figuras sin boca fueron trazadas por los propios seres a quienes representan, cuando éstos descendieron a la Tierra. Pues dicen los aborígenes que en los primeros días del mundo, cada wandjina creó la topo- grafía de una zona determinada. Una vez realizada esta ta- rea, el wandjina se transformó en una serpiente mítica y 21 se refugió en un charco cercano. Antes de hacerlo, dejó su imagen plasmada en una pintura rupestre en un refugio adyacente y ordenó que antes de que diera comienzo cada estación de los monzones, los aborígenes tenían que reno- var dicha pintura. La renovación de la imagen rupestre del wandjina no sólo origina el comienzo de las lluvias monzó- nicas, tan anheladas tras la larga sequía anual, sino que es el tributo que garantiza el aumento y la prosperidad de víveres, animales y vegetales. El incumplimiento del man- dato de renovación acarrea la sequía y, con ella, el hambre. Cuando las pinturas de los refugios rocosos se vuelven bo- rrosas, el wandjina correspondiente desaparece, llevándose consigo la lluvia y la fertilidad, y se le puede ver entonces de noche en forma de luces que se mueven a gran altura. Entre 70 y 80 luces que se movían a gran altura, fue lo que declaró haber visto (es mera anécdota comparativa, pero referida probablemente a un mismo enigma) el cate- drático Harley D. Rutledge, jefe del Departamento de Físi- ca de la Universidad de Saint Louis, en Missouri, cuando durante siete meses del año 1973 se dedicó con un grupo de universitarios a observar con atención el cielo. Comenzó sus investigaciones el 6 de abril de 1973 en Piedmont, en el sur del estado, tras haberse notificado allí el avistamiento de objetos voladores de origen desconocido. En el equipo de observadores de Rutledge figuraban miembros de la facul- tad, estudiantes de Física, pilotos, un catedrático de Cien- cia y miembros del club de Astronomía del sudeste de Mis- souri. i El 19 de noviembre afirmaron que en 38 de las 78 no- ches de vigilancia, vieron luces de procedencia inexplica- ble. En total, catalogaron en estas 38 noches unas 70 luces de origen no identificado. «Hemos visto las luces y las he- mos fotografiado. Allí están, no voy a intentar especular sobre lo que son. Hay algo en ellas que no puede explicar- se. Las luces se movieron, hicieron giros en ángulo recto y parpadearon.» Junto con esta declaración suya, Rutledge se negó a calificar a estas luces de objetos volantes no identi- ficados. Pero queda claro que volaban y no las identificó. ' Volvamos a Australia. El wandjina es, pues, un perso- naje divino que trae la prosperidad, sabe transformarse en serpiente y además ascender al cielo para ser visible ahí en forma de luz que se mueve a gran altura. Dios, fructifica- dor, serpiente y cuerpo celeste. En un mundo distante, Quetzalcóatl, dios celeste de los toltecas y nahuas (identifi- cado con Gucumatz por los quichés y con Kukulkán por los mayas), creador de la civilización, quedaba simbolizado por una serpiente con plumas. Era un agente unificador del cosmos. Quetzalcóatl trajo las semillas fructificadoras más 22 ricas, como el maíz. Trajo también la escritura, el calenda- rio, las artes y las leyes morales, y... huyó por los aires, fue por el espacio de un lado a otro, se consumió en las llamas del «fuego divino» y se convirtió en el planeta Venus. Allí quedó con el nombre náhuatl de «la estrella que echa humo». Dios, fructificador, serpiente y cuerpo celeste. Al igual que lo recuerdan los aborígenes australianos. Y los de tantos otros parajes en los que se conserva un más o menos vago recuerdo de nuestro- inquietante origen. Y ya de vuelta a los aborígenes australianos, sorprende por ejemplo en su primitivismo el famoso boomerang que, decididamente, no va con su nivel de desarrollo actual. Es fruto de un estudio profundo de las leyes de la aerodiná- mica. Y sorprenden los mismos aborígenes por sus detalla- das —y para ellos sagradas— reglas de higiene, genética y protección de la caza. Las consideran legado de una raza superior. Al igual que aducen, insisto, los primeros recuer- dos de casi todas las comunidades primitivas del planeta. Los sin rostro Portando serpientes sobre su tocado de cabeza de pájaro —al más elegante estilo egipcio faraónico—, un cuarteto de figuras femeninas bailan una danza petrificada en las rocas del importante enclave cultural prehistórico sahariano de Tassili n’Ajjer, en el este del actual Argel, cerca de la fron- tera libia. No lejos de estas bailarinas que remiten a las nociones divinas del vuelo (cabeza de pájaro) y de la ser- piente (que portan en su tocado), aparece grabado en la roca el torso (sin piernas, al igual que sucede con las figu- ras de la cordillera de Kimberley en Australia) de una fi- gura antropomorfa que por cabeza luce una cúpula con una sola marca ovalada en su centro, que podría represen- tar un ojo único. Esta cúpula está unida al tronco por me- dio de unos aros horizontales, simulando el acople de un casco al resto de la figura. Tanto las aludidas bailarinas de influencia faraónica como este gigante monstruoso catalo- gado por su descubridor, Henri Lhote, como el gran dios «marciano», están ubicados, entre los millares de pinturas rupestres de Tassili n'Ajjer, en el enclave conocido por Yabbaren, que en el idioma de los tuareg significa «los gi- gantes», precisamente porque las figuras allí representadas alcanzan en ocasiones concretas tamaños realmente gigan- tescos, de hasta 6 metros para una de ellas. (Recordemos que precisamente unos 6 metros alcanzaban también las figuras mayores de los wandjina australianos.) Más al nor- te de este enclave de Yabbaren, concretamente en Sefar, 23 alguien nos legó la representación de otro ser humanoide gigante, de cabeza achatada, a modo de martillo, en la que no se aprecian ojos, nariz, ni boca. Este ser es adorado por otros seres de tamaño más pequeño, que lo flanquean por ambos lados. Para explicar sin dar explicaciones estas es- trafalarias por monstruoides formas de cabezas, la arqueo- logía ortodoxa se contenta diciéndonos que pertenecen al «período decadente de las cabezas redondas» (?). Figuras toscamente humanoides, que igualmente lucen cabezas-martillo (como en este caso las cataloga la arqueo- logía universitaria), vuelven a estar plasmadas en las rocas del conjunto rupestre de Valcamonica, en la vertiente ita- liana de los Alpes. Y en este mismo museo rupestre prehis- tórico aparece una figura humanoide cuya cabeza está en- cerrada en un casco. Dado que una imagen vale más que cien palabras, remi- to al lector a las ilustraciones correspondientes que se apor- tan en el libro. 11000 AÑOS DE CARTOGRAFÍA AÉREA «Las líneas costeras debieron ser cartografiadas antes de que la Antártida quedara cubierta de hielo. Hoy en día, el hielo alcanza en este sector un grosor aproximado de una milla. No tenemos la más remota idea de cómo pueden en- cajar los datos de este mapa con los conocimientos geográ- ficos de 1513.» Tal fue la opinión del entonces comandante de la US Air Force Harold Z. Ohlmeyer, al comentar los mapas de Piri Reis el 6 de julio de 1960 en carta dirigida al profesor Charles H. Hapgood, cartógrafo de reconocida competencia. Los citados mapas fueron trazados en el año 1513 en Gallípoli sobre piel de gacela, por el hijo de Hachi Mehmet, Piri Reis, quien fuera almirante de las flotas turcas en el mar Rojo y en el golfo Pérsico. Dos fragmentos de estos mapas —que en su conjunto total reflejaban toda la super- ficie terrestre— fueron hallados el 9 de noviembre de 1929 por B. Halil Eldem, director del Museo Nacional turco. Desde entonces se conservan en el antiguo palacio de Top- kapi, en Estambul, transformado en museo en el mismo año 1929. El propio almirante Piri Reis indicó, en los textos ex- plicativos de sus mapas, que para su confección se había servido de un total de 20 mapas diferentes, empleando in- 24 - cluso para el área de las Antillas un mapa anterior de Cris- tóbal Colón. En 1954, los mapas llegaron a manos del cartógrafo ame- ricano Arlington H. Mallery. Su interés en los mismos se centraba en la constatación de que quedaban consignados en ellos sectores del planeta que en 1513 aún no habían sido descubiertos. Por ejemplo, la Antártida. A la vista de ello, Mallery llamó a consulta a su colega Walters, del Ins- tituto Hidrográfico de la US Navy. Mallery y Walters con- feccionaron una proyección que les permitiera reflejar aquellos antiguos mapas sobre un globo terráqueo moder- no. Descubrieron entonces con sorpresa que no sólo esta- ban exactamente en su sitio los accidentes geográficos de las costas de América del Norte y del Sur, sino también los de la Antártida. Con la notable peculiaridad de que en el mapa de Piri Reis el extremo sur de la Tierra de Fuego enlaza a través de una estrecha lengua de tierra con la An- tártida, allí donde hoy en día las aguas del estrecho de Drake enlazan entre sí a los océanos Atlántico y Pacífico. Se sometió entonces al mapa de Piri Reis a un meticuloso estudio de cotejo con las fotografías infrarrojas aéreas que reflejaban el perfil submarino y con los resultados que ha- bían obtenido en aquellas latitudes los barcos oceanográfi- cos. Se llegó a la conclusión de que realmente había exis- tido este puente de tierra entre el continente sudamerica- no y la Antártida a finales de la última glaciación; o sea, hace ahora unos 11 000 años. Piri Reis había señalado en su mapa con asombrosa exactitud costas, islas, bahías y montañas que en parte hoy ya no son visibles, sino que están cubiertas por una considerable capa de hielo. Con motivo de la celebración del Año Geofísico Inter- nacional, en 1957 se interesó también por estos mapas, a instancias de Mallery y Walters, el igualmente cartógrafo de la US Navy y director entonces del observatorio Wes- ton, padre Lineham. El cual expresó también la opinión de que los mapas eran de una precisión extraordinaria y que. aportaban detalles que nosotros solamente conocemos des- de que, entre los años 1949 y 1952, se efectuó la expedición británico-sueco-noruega a la Antártida. En un coloquio celebrado el 28 de agosto de 1958 en la Universidad de Georgetown, el propio padre Lineham de- claró sin rodeos que los modernos estudios en los que es- taba participando iban confirmando la exactitud de los da- tos referidos a las masas de tierra, proyección de los mon- tes, mares e islas señalados en los mapas. En el mismo coloquio, el cartógrafo Arlington H. Mallery afirmó que ha- bía que aceptar la evidencia de que los mapas de Piri Reis marcaban de forma absolutamente correcta los meridianos 25 terrestres, algo que nosotros sólo éramos capaces de hacer desde hace dos siglos, y manifestó que «no podemos ima- ginarnos cómo pudo trazarse un mapa tan preciso sin el concurso de la aviación». Para finalizar, y para no perder de vista la cronología de nuestra historia, conviene subrayar que si bien Piri Reis dibujó sus mapas en el año 1513, éstos se basaban en otros anteriores. Cuyos datos en parte —como quedaba dicho— se remontan a 11 000 años atrás. CUANDO NADA EXISTÍA «He aquí el relato de cómo todo estaba en suspenso, todo tranquilo, todo inmóvil, todo apacible, todo silencioso, todo vacío, en el cielo, en la tierra. He aquí la primera historia, la primera descripción. No había un solo hombre, un solo animal, pájaro, pez, cangrejo, madera, piedra, caverna, ba- rranca, hierba, selva. Sólo el cielo existía. La faz de la tie- rra no aparecía; sólo existían la mar limitada, todo el espa- cio del cielo. No había nada reunido, junto. Todo era invi- sible, todo estaba inmóvil en el cielo. No existía nada edificado. Solamente el agua limitada, solamente la mar tranquila, sola, limitada. Nada existía. Solamente la inmo- vilidad, el silencio, en las tinieblas, en la noche. Sólo los Constructores, los Formadores, los Dominadores, los Pode- rosos del Cielo, los Procreadores, los Engendradores, esta- ban sobre el agua, la luz esparcida.» Así reza el Popol-Vuh, el libro del Consejo de los indios quichés, quienes mucho antes de la llegada de los europeos sabían que el poder se obtiene en Oriente («Ciertamente, pasaron por el mar al llegar allá lejos a Oriente, al ir a recibir sus poderes. He aquí el nombre del título del jefe a cuyo país llegaron: el Gobierno de los Orientales. Enton- ces llegaron ante el jefe Nacxit, nombre del gran jefe, su- premo Decididor de Palabra, de mucho poder. He aquí que él les dio las insignias del poder, todos sus atributos»); que hubo un gran diluvio («Entonces fue hinchada la inun- dación por los Espíritus del Cielo, una gran inundación fue hecha, llegó por encima de las cabezas de aquellos mani- quíes construidos de madera» [...] «se oscureció la faz de la tierra, comenzó la lluvia tenebrosa, lluvia de día, lluvia de noche)»; que las aguas pueden separarse para permitir cruzar el mar sin riesgo («Su pasaje por mar no aparece; pasaron como st no hubiera habido mar, solamente sobre 26 Representaciones de «wandjinas» en la región australiana de la cordillera de Kimberley. piedras pasaron, y aquellas piedras sobresalían en la arena. Entonces las llamaron Piedras Arregladas - Arenas Arran- cadas, nombre dado por ellos al sitio por donde pasaron en el mar, habiéndose separado el agua allá por donde pa- saron»); que conocían la montaña en donde se habla con la divinidad —parece que Moisés tenga que entrar en es- cena de un momento a otro— («Grande era su tristeza cuando estaban en la montaña ahora llamada De la Consul- ta, en donde los dioses les hablaron otra vez»); que para colmo adoraban a una piedra de igual nombre que la pie- dra sagrada de los musulmanes («Mansión Florida que se ve en Cahbaha, nombre de otro grandísimo edificio en don- de estaba una piedra adorada por los jefes quichés, adora- da por toda la tribu»). Y nos habla este libro del Consejo de los indios quichés de los constructores, de los maçons que formaron al planeta Tierra y a todo cuanto en él vive y existe. Los que nos construyeron a nosotros, para que los adoremos y les sirvamos de nutrición. Eso explica el Po- pol-Vuh y con alguna variante tantas y tantas otras narra- ciones orales y escritas que la memoria del hombre ha pre- servado como elemento constitutivo de nuestra programa- ción global. Errantes navegantes cósmicos Los nativos de las islas Gilbert, en el extremo este de la Mi- cronesia, nos transmiten al respecto que «en el principio, hace mucho, mucho tiempo, sólo existía el dios Nareau, el creador. Nadie sabe de dónde vino, ni quiénes eran sus pa- dres, pues Nareau volaba a través del espacio solo y dor- mido. En sueños oyó que alguien pronunciaba su nombre, pero ese alguien que le llamaba era “Nadie”. Nareau des- pertó y miró a su alrededor. Estaba vacío, pero cuando miró debajo de sí advirtió un objeto grande. Era te-boma- temakt, lo que significa “el cielo y la tierra en una unidad”. La curiosidad de Nareau le hizo descender hasta allí y posó cuidadosamente el pie sobre te-bomatemaki. No había allí ser viviente alguno, ni ningún otro ser humano excepto él, el creador. Por cuatro veces rodeó el mundo que acababa de descubrir, de norte a sur y de este a oeste, hasta con- vencerse de que estaba realmente solo. Entonces Nareau excavó un hoyo en te-bomatemaki y lo rellenó de agua y tierra. Con el agua y la tierra formó una roca. Luego le ordenó a ésta que, en unión con el vacío, procrease a Na- reau Tekikiteia. De esta forma nació, por voluntad de Nareau el creador, Nareau Tekikiteia, o sea “Nareau el Sa- bio”. Nareau el creador reinaba ahora sobre te-bomatema- 28 ki, mientras que Nareau el Sabio residía en la Tierra. Dado que podían comunicarse entre sí, decidieron separar el Cie- lo de la Tierra, lo cual lograron tras algunos esfuerzos. Lue- go, Nareau el Sabio creó a los primeros entes dotados de razón». Todavía en el siglo pasado, los etnólogos trajeron este otro relato, igualmente de Oceanía: «Jo se movía en el infinito del universo. El universo estaba oscuro. No había agua en ninguna parte. No existía la aurora, ni la claridad, ni luz de ninguna clase.» Y en las islas de Samoa, los nativos recuerdan que «el dios Tagaloa flotaba en el vacío. Él fue el creador de todo. Antes de su llegada no había cielo ni tierra. Estaba comple- tamente solo y dormía en la inmensidad del espacio. No había mar ni existía la tierra entonces. Su nombre era Ta- galoafa'atutupu-nu'u, lo que significa “el origen del creci- miento”». Pronto veremos cómo estos dioses creadores, estos se- res que cruzaban el espacio infinito antes de nuestra pro- pia existencia, usaban cápsulas para trasladarse de un lu- gar a otro. EN CAPSULAS Y HUEVOS DIVINOS Sin movernos de escenario —aunque narraciones similares se repiten en otras áreas culturales del planeta—, los indí- genas de las islas de la Sociedad recuerdan que «Ta'aroa se hallaba en el interior de su concha, en la oscuridad, des- de el pasado infinito. La concha era como un huevo que flo- taba en el espacio infinito. No había cielo, ni tierra, ni mar, ni luna, ni sol, ni estrellas. Todo estaba sumido en la os- curidad, espesa tiniebla que se extendía en todas direc- ciones». «Un hombre emerge de un raro ovoide que, por sus co- lores y conformación interna, es a la vez una escarapela, un caracol o un huevo», escribe Henri Lhote refiriéndose a una de las figuras del conjunto rupestre del Tassili, con- cretamente enclavado en Auanguet, junto al grupo de Yab- baren, cuyas importantes representaciones vimos ya con anterioridad. Ahora, situado ligeramente al sur de las mis- mas, descubrimos a un ser aparentemente antropomorfo que surge de una especie de cuerpo ovoide. | _ Nos vamos a Europa. En la antigua mitología griega, los dióscuros Cástor y Pólux (entre otros personajes mitológi- 29 cos) brotaron a la vida de huevos celestes. En ocasiones se les representaba portando un casco en cuyo vértice bri- llaba una estrella, y Zeus los colocó como estrellas en el “firmamento. Es más: Cástor y Pólux fueron dos de los in- tegrantes de la expedición de los argo-nautas que a bordo de la nave Argos —nombre que indica la rapidez y la blan- cura luminosa— fueron en busca del Vellocino de Oro, que Frixos había ofrecido a Aetes, hijo del Sol, después de que el carnero Crisomalo, cuyo vellón era de oro, le resca- tara de la muerte. En efecto, en el momento de ir a ser sacrificados Frixos y su hermana Hela, apareció una nube de la que salió el carnero, enviado por Hermes, y transpor- tó a ambos, atravesando los aires, hacia la Cólquida. Hela cayó al vacío en el trayecto y Frixos llegó a la isla de Aea, país en donde «los rayos del sol se encierran en una cáma- ra de oro». Y bajo el signo del carnero, bajo el signo de Aries, el 12 de abril, se celebraban en Roma las Cereales. En las procesiones, llevaban un huevo. Pero es que descendientes herméticos de los argo-nau- tas fueron a su vez los argotiers, los que utilizan el argot, la lengua particular de todos los individuos que tienen inte- rés en comunicar sus pensamientos sin ser comprendidos por quienes los rodean, lengua en que se expresaban y se siguen expresando todos los iniciados. Hablaban esta len- gua los frimasons de la Edad Media, que edificaron los templos argóticos, las obras de art goth o de argot: las catedrales góticas. Junto al solar en que se estaba constru- yendo cualquiera de estas pétreas y monumentales claves argóticas, los constructores de las mismas instalaban su Bauhiitte durante el tiempo que duraban las obras, vinien- do a ser algo así como el «puesto de mando» y albergue de todo y todos los que intervenían en la construcción del templo, comunidad que se regía por unas normas muy es- trictas y perfectamente delimitadas. La transmisión de las reglas por las que se rigen estas Bauhiitten o alpendes se remonta —como escribe en 1962 L. Schwartz— a la época de los egipcios, asirios e hindúes. Bastante tiempo antes, en el siglo xviir, William Preston afirma que las huellas de estos iniciados constructores (maçons) se remontan hasta el momento de la creación, al tiempo que el doctor George Oliver no vacila en escribir que esta ciencia ya se cultivaba en otros sistemas planetarios antes de la formación de la Tierra. De modo que los frimasons, descendientes hermétl- cos de los argo-nautas, fueron constructores y nautas que — también ellos— conocían el camino que conducía al Jar- dín de la Hespérides. Y si profundizamos un poco más, de- bemos hablar aquí también de la concha de Santiago, del 30 «señor Yago de compos stella», que dispensa ayuda, luz y protección. Cuya' concha la llevan místicamente aquellos que emprenden la labor y tratan de obtener la estrella (compos stella), y que tienen que realizar, con el cordón por guía y la concha por insignia, este largo y peligroso re- corrido, una de cuyas mitades es por vía terrestre y la otra por vía marítima (también Ta'aroa, divinidad de las islas de la Sociedad, vimos que se hallaba en el interior de su concha, que era como un huevo que flotaba en el espacio infinito). Deben ser ante todo peregrinos y, después, pilo- tos. ¿Pilotos? En los pilares que decoran la credencia que se puede admirar en la Mansión Lallemand, en el Bourges vieja ciudad del Berry, la susodicha concha está rematada por un par de alas: ¿pilotos de naves capaces de volar? ¿Nautas voladores? Terminemos observando que la voz ar- gonauta nos remite a una familia de raíces —recorriendo a la cábala hablada— que permite establecer interesantes relaciones: es la familia de las raíces arg-, arq-, arc-, apy- que relacionan entre sí a palabras tan interesantes “como son el nombre de la nave Argos, los argonautas, la arqui- tectura, lo arcano, el arca de Noé, apxn (comienzo origen y en plural «potencias espaciales»), los arcángeles “etc «En los aparatos volantes vemos santos oficiando de pi- lotos», se afirmaba en el comentario que la revista yugos- lava Svet dedicaba al descubrimiento en 1964 de unos pr gulares frescos en el monasterio servio de Dečani, en Ko- sovska Metohija, en Yugoslavia. En los frescos “estaban netamente reproducidas las figuras de ángeles volando en el interior de cápsulas. Son dos cápsulas que vuelan una detrás de otra. En la que abre el paso va un ángel sin au- reola, que tiene las manos en posición de manipular algún mando, y mira hacia atrás, como atento al piloto que le sigue. Conduce la otra cápsula un personaje similar, ha- ciendo clara alusión ambas imágenes a sendos objetos es- féricos en vuelo, y con una figura humanoide en su inte- rior. Otros seres angélicos que contemplan el vuelo se tapan los oídos con las manos. En el centro del conjunto aparece la figura de Jesús crucificado. Debajo de éste se halla el fresco de la Resurrección. En él, parece que Jesús se halle en un cohete a punto de despegar. En su parte su- perior, la supuesta nave lleva incluso dos alas. En la Academia Conciliar de Moscú se encuentra el ico- no La resurrección de Jesucristo, en el que Jesús aparece en el interior de un receptáculo que recuerda una nave vo- A en tierra. De su parte inferior, por ambos Ima | , dE eras ic ha que oculta los pies de los ángeles agrupa- Estamos hablando de cápsulas y huevos divinos. En re- 31 lación con este último párrafo, ¿no conocemos acaso para el domingo de Resurrección la tradición popular del huevo de Pascua? ( EL LIBRO DE LOS MUERTOS También en la antigua historia de Egipto, las divinidades salen, entran y viven en huevos y en discos. «Salgo del huevo en el país recóndito», dice Osiris Ani en el Libro de los muertos, donde el triunfador Osiris Nu afirma ser «el que reside en las Utchat y en el huevo», opi- nando más adelante que «nadie puede entrar ni salir, sino el dios santo que vive en su huevo, y espanta a los inmor- tales y aterra a los jus»..., «nadie puede respirar los vien- tos, salvo el dios santo que vive en su huevo»..., etc. Prosigamos con la lectura de textos del Libro de los muertos de los antiguos egipcios, recordando una vez más ahora a los argo-nautas, ya que también aquí comienza a citarse la navegación. Así, el victorioso canciller en jefe Nu afirma que «Antebu es el guía de los dos países. Seb se constituye gracias a sus timones. El poder que abre el Dis- co. El príncipe de los seres rojos. Soy arrastrado como el náufrago...» «He abierto la casa de los tesoros del dios Hap, limpiado los caminos del Disco...» «Alabé y glorifiqué el Disco...» «Y hablaré con el Disco, y con los moradores del cielo.» Y el triunfador Osiris Patha-mes, director de los escri- bas y diseñador, dice: «Enviad vuestra luz y disipad la os- curidad que os rodea y contemplad la faz de Osiris, ¡oh existentes, como él existió!, y ensalzad a aquel que reside en su Disco»... «Venciste a tus enemigos, oh tú que resi- des en tu Disco.» «Déjame subir a bordo de tu embarcación, oh Ra», su- plica el victorioso Nu refiriéndose a la barca celeste que se apareció, por ejemplo, como un milagro a Isis, estando ésta junto al cadáver de su esposo, en forma de un disco de oro, cuando ya el Sol se había puesto. Y la ofrenda 4. de la sección IV reza: «Los que cantan loas dispensen que Osi- ris... sea como los marineros divinos del cielo.» En el himno a Osiris Un-nefer se dice de este señor que su cuerpo es «claro y fúlgido metal», que «azul es su cabe- za» y que «el brillo de la turquesa le cerca». Osiris Ani, por su parte, afirma que «forzó todos los ca- minos del cielo y de la Tierra». «Honor a ti, oh tú que vue- 32 Grupo de bailarinas de clara influencia egipcia reproducidas en la roca del enclave prehistórico sahariano de Tassili n'Ajjer. las por el cielo y brillas sobre el hijo de la corona blan- ca...», exclama Nu, el triunfador canciller en jefe. Obsér- vese que no se habla de una divinidad que mora en los cielos, sino que, muy concretamente, vuela por el cielo. Y el mismo Nu dirá: «Yo, incluso yo, soy el que conoce las ru- tas del firmamento...», «he andado las remotas, las ilimi- tadas comarcas celestiales...», «navego por el firmamento que separa el cielo de la Tierra» —¿tenía noción Nu de lo que es la atmósfera terrestre, que separa el espacio infinito de la Tierra?—, «viajé de la Tierra al ctelo...», etc. De la Tierra al cielo viajó también el instructor Quetzal- cóatl, al que anteriormente ya comparamos con la deidad wandjina australiana. Ambos se identificaban también con la noción de la serpiente divina. Quetzalcóatl —recorde- mos— era serpiente que se consumió en las llamas del fue- go divino. Aquí, en Egipto, la serpiente tiene un nombre: «Residente en su fuego.» Así, al hablar el Libro de los muer- tos de las Almas del Oeste, cuenta que «Sebek, el señor de Bajau, habita al Este de la Montaña, y tiene un templo en aquella tierra. En la cima hay una serpiente de treinta co- dos de largo; los primeros ocho codos están recubiertos de placas de pedernal y» —singular serpiente— «de brillantes piezas metálicas. El victorioso Osiris Nu conoce el nombre de la serpiente que mora en su collado: se llama “Residen- te en su fuego”. Después de permanecer inmóvil, Ra dirige los ojos hacia ella, su barca vara, un sueño invencible do- mina al que rige la embarcación y traga siete codos de las vastas aguas». Y en el capítulo de las ofrendas, sección V, la ofrenda 8.* reza: «Los inmortales que residen en los ani- llos dé la diosa serpiente Mehen permiten ver el Disco a Osiris...» Los círculos de fuego El número 87 del Boletín de la Sociedad Astronómica de España y América reprodujo en setiembre de 1957 un ex- tracto del informe de Boris Rachewiltz, quien halló un in- teresante documento en el Museo Vaticano mientras exa- minaba documentos dejados allí por el difunto profesor Alberto Tulli. El documento hace referencia a un papiro egipcio de la dinastía XVIII, que forma parte de los Ana- les reales de Tutmosis III el Grande. Durante su reinado (1501-1447 a. de J.C.) se produjo la siguiente visita de ob- jetos circulares voladores, según reproducimos fielmente: «En el año 22, mes tercero del invierno, a la hora sexta del día, los escribas de la Casa de la Vida percibieron la llega- da de un círculo de fuego en el cielo. Su cuerpo tenía una 34 vara de largo y un quinto de ancho. Aunque no tenía cabe- za, su boca despedía un aliento de olor fétido. No tenía VOZ... Sus corazones quedaron turbados y echaron a co- rrer. Después fueron a comunicárselo al rey. Éste meditó acerca de lo ocurrido. Dio la orden... ha sido examinado... como todo cuanto se ha escrito en los rollos de papiros de la Casa de la Vida... ahora, cuando ya han transcurrido muchos días desde estos acontecimientos... ¡Oh! Son nu- merosos como todo. Brillan más que el Sol en los cuatro puntos cardinales del cielo. Los círculos de fuego ocupaban una fuerte posición y el ejército del rey los vio, estando el rey en medio de él. Esto aconteció después de la cena. Allí arriba, ellos se elevaron en dirección sur. Cayeron del cielo peces y aves... una maravilla jamás vista desde que este país existe. El rey hizo traer incienso para apaciguar... en el Libro de la Casa de la Vida lo que había sucedido para que sea recordado durante toda la eternidad.» LA RAZA CRUZADA En la primavera de 1947, un joven pastor llamado Muham- mad ed-Dhib, buscando a una cabra que se había alejado de su rebaño, penetró en una cueva del desierto de Judea, en la que descubrió unas vasijas, rotas unas y otras intac- tas, llenas de manuscritos antiguos. Al cabo de veinte si- glos de haber sido escritos, acababa de hallar a 13 kilóme- tros al sur de Jericó la primera de las grutas que a algo más de kilómetro y medio de la orilla occidental del mar Muerto, en el tell de Qumran y sus alrededores, había ser- vido de cobijo y salvaguarda para la posteridad de los que se hicieron inmediatamente famosísimos rollos del mar Muerto, de Qumran o de En Fesha. Proceden de la comu- nidad parajudía de la secta de los esenios, herméticos ini- ciados conocidos también por los silenciosos. (La auténtica sabiduría siempre ha sido silenciosa, ya que en la ciencia, en el bien, el adepto que sabe debe siempre callar.) Con ocasión de la primera rebelión de los judíos contra la ocu- pación romana, los esenios ocultaron en los años 66 al 70 de nuestra era estos documentos escritos, pertenecientes a la Biblia o relacionados con ella, en las cuevas citadas. Hoy, los manuscritos de Qumran se conservan para su estudio en Jerusalén, expuestos en el Santuario del Libro. Entre los primeros rollos recuperados, nos llama la atención el del Génesis Apocrifón, denominado Manuscrito 35 de Lamech antes de haber sido desenrollado. Fue escrito en arameo en la primera mitad del siglo 1 a. de J.C. En él se cuenta cómo Lamech, padre de Noé, vuelto a casa tras larga ausencia, se encuentra con la sorpresa de que su mujer, Bathenosh, había dado a luz a un niño que no acababa de cuadrar en la familia. Su mujer le asegura que el niño no es hijo de ningún extraño ni de ninguno de los «Hijos del Cielo», como nos lo relata el propio Lamech: «Mi corazón estaba entonces sumamente afligido, y cuando Bathenosh, mi esposa, vio que mi semblante había cam- biado... Entonces ella dominó su enojo y me habló dicien- do, “¡Oh mi señor, oh mi [hermano, recuerda] mi placer! Te juro por el Gran Santo, el Rey de [los cielos]..., que esta semilla es tuya y que esta concepción es de ti..., no de ningún extraño, o Vigilante o Hijo del Cielo.”» Pero si bien Bathenosh niega que el niño sea fruto de su coito con , un visitante cósmico, Lamech sigue sospechando y envía a - Matusalem, su padre, a visitar a Enoch, abuelo de Lamech, que está en el Paraíso, para que le diga la verdad. Nos va- mos por ello al texto del Libro de Enoch, cuyo original pro- bablemente hebreo se ha perdido, pero del que se conser- van copias griegas, etiopes y latinas. Libro secreto, del que san Agustín afirmaba que la Iglesia lo rechazaba de su ca- non debido a su gran antigüedad, y que, sin embargo, fue plenamente aceptado por los primeros cristianos, entre ellos san Clemente de Alejandría, nos habla de este pasaje de las dudas de Lamech en su «Fragmento Noachico» (CVI, 1-19): «Y tras un tiempo, mi hijo Matusalem tomó para su hijo Lamech una mujer, y ella concibió de él y dio a luz a un hijo. Y su carne era blanca como la nieve y roja como la flor de la rosa; y los pelos de su cabeza y su ca- bellera eran blancos como la lana; y sus ojos eran hermo- sos, y cuando él abrió los ojos iluminó toda la casa como el sol, y toda la casa estuvo muy brillante. Y entonces él se levantó de las manos de la partera, abrió la boca y habló al Señor de justicia. Y su padre Lamech fue presa de terror ante él y huyó y fue ante su padre Matusalem. Y le dijo: “Yo he puesto en el mundo un hijo, diferente (a los otros); no es como los hombres, sino que parece un hijo de los ángeles del cielo”» —esta comparación que hace Lamech parece indicar que él, o incluso la gente de la época, esta- ban familiarizados con las características o peculiaridades que presentaban los «hijos de los ángeles del cielo»—; «su naturaleza es diferente y no es como nosotros; sus ojos son como los rayos del sol; su rostro es espléndido. Y me pa- rece que no es mío sino de los ángeles, y temo que se cum- pla un prodigio sobre la tierra durante sus días. Y ahora te suplico, oh padre mío, y te pido que vayas al lado de 36 Enoch, nuestro padre, y que conozcas por él la verdad, por- que su resistencia está con los ángeles. Así pues, cuando Matusalem hubo oído la palabra de su hijo, vino hacia mí en los confines de la tierra, porque se había enterado que yo estaba allí, y gritó y oí su voz y fui a él, y le dije: “Heme aquí, oh hijo mío, ¿por qué has venido hacia mí?” Él me respondió y me dijo: “He venido a ti a causa de una gran inquietud, y a causa de una asombrosa visión a la que me he acercado. Y ahora escúchame, oh padre mío: le ha na- cido un hijo a mi hijo Lamech que no es parecido a él: su naturaleza no es como la' naturaleza de los hombres, su co- lor es más blanco que la nieve y más rojo que la flor de la rosa, los cabellos de su cabeza son más blancos que la lana blanca y sus ojos son como los rayos del sol, y ha abierto los ojos y ha iluminado toda la casa. Y se ha levantado de las manos de la partera y ha abierto la boca y ha bendeci- do al Señor del cielo. Su padre, Lamech, ha sido presa del terror, y ha huido hacia mí; no cree que sea suyo, sino (que cree que es) la imagen de los ángeles del cielo, y heme aquí que he venido a ti para que me des a conocer la verdad.” Entonces le respondí, yo Enoch, y le dije: “El Señor cum- plirá cosas nuevas sobre la tierra; yo ya he visto eso en vi- sión y te he hecho conocer que en el tiempo de lared, mi padre, ha habido quienes han transgredido de lo alto del cielo la palabra del Señor. Y he aquí que han cometido pe- cado, transgredido la ley: se han unido a mujeres, con ellas han cometido el pecado, se han desposado y han tenido hi- jos. Es por eso por lo que habrá una gran ruina sobre toda la tierra: habrá un agua de diluvio y una gran ruina du- rante un año. Pero ese niño que os ha nacido permanecerá sobre la tierra, y sus tres hijos serán salvados con él cuan- do mueran todos los hombres que están sobre la tierra; serán salvados él y sus hijos. Ellos (los ángeles malos) en- gendrarán gigantes sobre la tierra, no de espíritu sino de carne; por eso habrá un gran castigo sobre la tierra, y la tierra será purificada de toda corrupción. Y ahora anuncia a Lamech, tu hijo, que el que le ha nacido es verdaderamen- te su hijo, y dale el nombre de Noé, porque él constituirá una permanencia para vosotros, y él y sus hijos serán sal- vados de la destrucción que llegará sobre la tierra a causa de todo el pecado y a causa de toda la injusticia que se cumplirá sobre la tierra en sus días. Y tras eso vendrá una injusticia más grande que la que se ha cumplido al prin- cipio sobre la tierra, porque yo sé los misterios de los san- tos, porque el Señor me [lo] ha enseñado y me [los] ha ne a conocer y sobre las tablillas del cielo yo [los] he eído.”» En otro lugar de su legado, Enoch nos habla ya de la s unión de los celestes con las hijas de los hombres. Vuelvo a transcribir literalmente del Libro de Enoch (VI, 1-8, y VII, 1-6): «Así pues, cuando los hijos de los hombres se hubieron multiplicado, y les nacieron en estos días hijas hermosas y bonitas, y los ángeles, hijos de los cielos, las vieron, y las desearon, y se dijeron entre ellos: “Vamos, es- cojamos mujeres entre los hijos de los hombres y engen- dremos hijos.” Entonces, Semyaza, su jefe, les dijo: “Temo que quizá no queráis [realmente] cumplir esa obra, y yo seré, yo solo, responsable de un gran pecado.” Pero todos le respondieron: “Hagamos todos juntos un juramento, y prometámonos todos con un anatema no cambiar de desti- no, sino ejecutar realmente [ese destino].” Entonces todos juntos juraron y se comprometieron acerca de eso los unos hacia los otros con un anatema. Así pues, todos ellos eran doscientos, y descendieron sobre Ardis, la cima del monte Hermon; y lo llamaron “monte Hermon” porque es sobre él donde habían jurado y se habían comprometido los unos con los otros con un anatema. Y he aquí los nombres de sus jefes: Semyaza, su príncipe. Arakib, Aramiel, Kokabiel, Tamiel, Ramiel, Daniel, Ezequiel, Baraqiel, Asael, Armaros, Batariel, Ananiel, Zaqile, Samsapeel, Satariel, Touriel, Yo- meyal y Arazeyal. Ésos son sus jefes de decena. [Éstos] y todos los otros con ellos, tomaron mujeres, cada uno es- cogió una, y comenzaron a ir hacia ellas y a tener comercio con ellas y les enseñaron los encantos y los encantamien- tos, y les enseñaron el arte de cortar las raices y [la cien- cia] de los árboles. Así pues, éstas concibieron y pusieron en el mundo grandes gigantes cuya altura era de tres mil codos. Ellos devoraron todo el fruto del trabajo de los hombres, hasta que éstos no pudieron alimentarlos más. Entonces los gigantes se volvieron contra los hombres para devorarlos. Y empezaron a pecar contra los pájaros y con- tra las bestias, los reptiles y los peces, después ellos se de- voraron la carne entre ellos, y se bebieron la sangre. En- tonces la tierra acusó los violentos.» Hasta aquí de momento el Libro de Enoch. Pero no es éste el único testimonio de la cohabitación de seres celes- tes con seres terrestres. En el Génesis (6, 1-4), se da fe igual- mente del habitual nacimiento de gigantes resultantes de los ligues de los playboys cósmicos con las mozas terres- tres: «Cuando los hombres comenzaron a multiplicarse so- bre la Tierra y les nacieron hijas, los de raza divina halla- ron que las hijas de los hombres eran agradables y toma- ron por mujeres a todas las que quisieron. Yahveh dijo: “Mi espíritu no permanecerá para siempre en el hombre, que es carne; su vida será de ciento veinte años.” Había gigantes en la Tierra, en aquellos años, y también después, 38 Henri Lhote denominó a esta figura de Tassili «el gran dios marciano», Representación de una figura humanoide gigante, con cabeza achatada a modo de martillo, en el grupo prehistórico de Tassili n'Ajjer. porque cuando los de raza divina se unían con las hijas de los hombres, ellas les daban hijos, que son los valientes de otro tiempo, hombres famosos.» El mismo pasaje bíblico figura igualmente entre los ma- nuscritos citados de Qumran, en un documento muy dete- riorado clasificado como Las eras de la creación. Transcri- bo de allí (Génesis 6, 1-4) literalmente: «Y la interpretación alude a Azazel y los ángeles que (se unieron a las hijas de los hombres: y) parieron ellas gigantes.» Muchas leyendas antiguas de todo el mundo nos hablan de relaciones amorosas de individuos terrestres con seres de otra u de otras razas, venidas desde lo alto, desde los cielos. Con estas leyendas entramos en el tema de los gi- gantes, conocidos por nuestros remotos antepasados, rela- cionados con los cruces de razas, relacionados con la miti- ca Atlántida, confusos, en una palabra. Pero fruto de un recuerdo. Del recuerdo de una raza de seres de talla dis- tinta a la normal humana. Famosos son los enigmáticos gl- gantes de la isla de Pascua. Y los atlantes del templo de Tula, en México. Desde Grecia hasta la Polinesia, desde Egipto hasta México y hasta Escandinavia, numerosas tra- diciones refieren que los hombres fueron iniciados por gi- gantes. Tradiciones, leyendas y. mitologías nos hablan de esos seres. Gigantes y no gigantes. Pero de linaje decidida- - mente no terrestre, de acuerdo con las referencias que de ellos nos legaron los antiguos; no humanos como nosotros. Distintos, diferentes, superiores, «divinos». Educadores casi siempre. Saben más que el hombre primitivo y le comuni- can parte de ese saber. JESUS Y EL OVNI DE BELÉN Hemos citado ya, hablando de los frescos del monasterio yugoslavo de Dečani y del icono de la Academia Conciliar de Moscú, la figura de Jesús encerrada en lo que aparente- mente son cápsulas voladoras. Jesús es indudablemente el personaje cuya imagen ha influido más acusadamente en la evolución de la cultura occidental. Por ello merece la pena detenerse aquí en él, y en el fenómeno, íntimamente rela- cionado con Jesús, de la llamada «estrella de Belén». Esta última es, como puede repasarse en los Evange- lios, una estrella que se mueve y que, además, tiene la fa- cultad de pararse. No es extraño que una estrella esté apa- rentemente «parada» en el firmamento, como nos parecen 40 estarlo las que vemos normalmente, ni tampoco que una estrella se mueva, como es el caso de las estrellas fugaces o de los cometas. Lo que en cambio realmente se sale fue- ra de lo usual es que una estrella haga ambas cosas: mo- verse y pararse. Y que, además, demuestre ser inteligente: «Salieron, y la estrella que habían visto en oriente iba de- lante de ellos hasta que se paró encima de donde estaba el niño.» (Mateo, 2:9.) Recuerdo que Julio Africano, cronógrafo del siglo III, relata el descenso de una estrella en Persia, que anuncia el nacimiento de Belén, y que guía a los Magos. Calcidio in- forma que los caldeos vieron esta estrella viajando durante la noche. En el capítulo XIX de su estudio de la Epístola de los efesios, san Ignacio subraya la «novedad de esa es- trella, que hacía que los que la contemplaban se quedaran mudos de estupor». Y el teólogo y exegeta Diodoro de Tar- so, que vivió en el siglo 1v, afirma que «esta estrella no era una de esas que pueblan el cielo, sino una cierta virtud o fuerza urano-diurna, que había asumido la forma de un astro». También la narración apócrifa Liber de infantia Sal- vatoris, contenida en el códice Arundel 404 del British Mu- seum, pone en boca de los Magos la afirmación de que la llamada estrella de Belén no era un cuerpo celeste usual, cuando dicen, hablando de ella: «Ésta no giraba en el cen- tro del cielo, como suelen (hacerlo) las estrellas fijas y los planetas.» Pero sigamos el rastro de esta singular estrella, que lo puede ser todo menos un astro del firmamento ni una con- junción de dos o más de ellos, como algunos estudiosos pretenden. Aquí viene lo que nos cuenta la historia, y re- cuerda, lector, que tú eres, de principio a fin de esta expo- sición de hechos, el propio y único juez de los mismos. En el Evangelio armenio de la infancia, traducido en el siglo vı por los propagandistas nestorianos de Siria del previo original siriaco Libro de la infancia, leemos (V, 10) que «un ángel se apresuró a ir al país de los persas, para prevenir a los reyes magos, y para ordenarles que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos, después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su destino en el punto y hora en que la Virgen acababa de ser madre». A este respecto, la versión siriaca del Evangelio árabe de la infancia concreta (VII, 1) que «como el 25 del primer kanun había gran fiesta entre todos los persas, adoradores del fuego y de las estrellas, todos los magos, en pomposo aparato, celebraban magníficamente su solemnidad, cuan- do de súbito una luz vivísima brilló sobre sus cabezas. Y, dejando sus reyes, sus festines, todas sus diversiones y 41 abandonando sus moradas, salieron a gozar del espectáculo insólito. Y vieron que una estrella ardiente se había levan- tado sobre Persia, y que, por su claridad, se parecía a un gran sol. Y los reyes dijeron a los sacerdotes en su lengua: ¿Qué es este signo que observamos? Y, como por adivina- ción, contestaron, sin quererlo: Ha nacido el rey de los reyes, el dios de los dioses, la luz emanada de la luz. Y he aquí que uno de los dioses ha venido a anunciarnos su na- cimiento». Ruego al lector que preste atención, en el párra- fo precedente, a que el fenómeno de la aparición de una luz potentísima va unido al hecho de que uno de los dioses se ha desplazado a Persia; y que, además, en la respuesta que dan los sacerdotes a los reyes, parece quererse indicar que por sus bocas hablaba —por medio de un fenómeno paranormal— una inteligencia ajena a los mismos. Más adelante continúa el texto del mismo apócrifo con- cretando que «al primer canto del gallo, abandonaron su país, con nueve hombres que los acompañaban, y se pusie- ron en marcha, guiados por la estrella que les había apare- cido. Y el ángel que había arrebatado de Jerusalén al pro- feta Habacuc, y que había suministrado alimento a Daniel, recluido en la cueva de los leones, en Babilonia, aquel mis- mo ángel, por la virtud del Espíritu Santo, condujo a los reyes de Persia a Jerusalén, según que Zoroastro lo había predicho. Partidos de Persia al primer canto del gallo, lle- garon a Jerusalén al rayar el día». Auténtico viaje-relámpago, que en cuestión de brevísi- mas horas cubre una distancia que normalmente en aque- lla época requería largos días de viaje. El dato de los nueve meses que aparece en el anteriormente citado Evangelio armenio de la infancia no puede ser en modo alguno exac- to, a menos que los magos llegaran desde muchísimo más lejos que Persia. Pero para explicar la rapidez del viaje, el propio redactor del texto apócrifo nos insinúa que éste pudo haberse efectuado por el aire, al decirnos que había guiado a los magos hasta Jerusalén el mismo ángel que ha- bía arrebatado de allí al profeta Habacuc. Y lo que mucho tiempo antes había hecho este ángel con Habacuc nos lo relata la Biblia en el libro de Daniel (14, 33-39): «Pero vivía en Judea el profeta Habacuc, que había preparado un co- cido, había untado pan en una cazuela, y salía al campo para llevárselo a los segadores. El ángel del Señor le dijo: “Lleva la comida que aquí tienes a Babilonia, a Daniel, den- tro de la cisterna de los leones.” Habacuc respondió: “Se- ñor, ¡yo no he visto nunca Babilonia, ni conozco la cister- na!” El ángel del Señor lo tomó por la coronilla y, asién- dole de los pelos por los aires, lo dejó en Babilonia sobre la cisterna, con la fuerza de su ala. Habacuc gritó: “Daniel, 42 Daniel, toma la comida que Dios te envía.” Y Daniel dijo “Has pensado en mí, oh Dios, y no has abandonado n los que te quieren.” Daniel se levantó y comió. Y el ángel del Señor devolvió inmediatamente a Habacuc a su lugar.» De esta forma, los desconocidos visitantes espaciales no tienen dificultad alguna, repitiendo una y otra vez semejan tes golpes de efecto, en hacerse pasar por dioses, por An geles o por emisarios de un dios omnipotente. Tienen asi A la humanidad a sus pies. Pero conviene también que nos vayamos dando cuenta de que alguien (o algunos) tienen interés en intervenir en el curso y desarrollo de la historia del ser humano sobre el planeta Tierra. En ocasiones, in cluso se diría que somos el objetivo por el cual están dispu- tando en nuestras cercanías dos o más intereses que vienen de más allá de nuestra atmósfera. En el pasaje del profeta Daniel, aparte del efecto deslumbrante que automáticamen- te conlleva la adoración al protector, es manifiesta la inter- vención extrahumana a favor de Daniel y en contra de los babilonios. Y no debe olvidarse que, anteriormente, los pro- tectores de Daniel le revelaron a éste con pelos y señales las características de los próximos reinados en la zona. Su intervención podía encauzar los destinos de los países, y esta situación se ha venido prolongando a lo largo de la his- toria de la humanidad hasta nuestros días. Daniel nos des- cribe a sus «contactos» —e invito al lector a que no pierda de vista que estos contactos forman parte del mismo grupo al que pertenece el «ángel» que traslada por los aires a Ha- bacuc, y que por ende se identifica con el que guió a los magos hasta el lugar de nacimiento de Jesús (!)— de esta forma tan poco divina y, en cambio, tan tecnológicamente avanzada (Daniel 10, 4-6): «El día veinticuatro del mes pri- mero, mientras me hallaba a orillas del gran río (es el Ti- gris), alcé los ojos y vi a un hombre vestido de lino, con el dorso ceñido de oro de Ufaz. Su cuerpo era como el crisó- lito; la cara, como el fulgor del relámpago; los ojos, como antorchas de fuego; los brazos y las piernas, como el refle- jo del bronce pulido; el sonido de sus palabras, como el murmullo de una multitud.» (Daniel 10, 15-16): «Mientras así me hablaba, bajé la cabeza sin decir nada; y como una semejanza de mano de hombre me tocó los labios.» (Da- niel 10, 18): «Nuevamente la apariencia humana me tocó y me confortó.» Y más adelante, Daniel nos relata que este misterioso personaje humanoide no estaba solo (Daniel 12, 5-6): «Y yo, Daniel, vi a otros dos que estaban de pie, uno en esta orilla del río y el otro en la otra orilla del río. Y le hablé al hombre vestido de lino que se hallaba por encima del agua del río: “¿Hasta cuándo, el fin de las cosas ex- traordinarias?” Y oí al hombre vestido de lino que estaba 43 encima del río: alzó la mano derecha y la mano izquierda hacia el cielo y juró por aquel que vive eternamente: “Por un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo, y todas estas cosas se acabarán cuando se haya acabado el poder del que oprime al pueblo santo.”» Insisto: ¿quién es ése, a quien tanto le interesa intervenir en nuestra historia? Pero sigamos las andanzas de nuestros magos. Llegados a Jerusalén, hacen un alto en el camino y mantienen una entrevista con Herodes. Nos narra el Evangelio armenio de la infancia (XI, 3): «Y, cuando llegaron a la ciudad de Je- rusalén, el astro que les precedía ocultó momentáneamen- te su luz, por lo que se detuvieron e hicieron alto. Y los reyes de los magos y las numerosas tropas de sus caballe- ros se dijeron los unos a los Otros: -" ¿Qué hacer ahora, y en qué dirección marchar? Lo ignoramos, porque la estrella nos ha guiado hasta hoy, y he aquí que acaba de desapare- cer, abandonándonos y dejándonos en angustioso apuro.”» Vuelven a ser guiados por la estrella en cuanto salen al exterior, una vez celebrada su entrevista con Herodes. Nos lo narra el mismo apócrifo armenio (XI, 14): «Y los magos, levantándose en seguida, se posternaron ante Herodes y ante toda la ciudad de Jerusalén, y continuaron su ruta. Y he aquí que la estrella, que habían visto antes, iba de- lante de ellos, hasta que, llegando, se puso sobre donde es- taba el niño Jesus.» Otros textos evangélicos dan testimonio del mismo fe- nómeno. Una variante aparece en el Evangelio árabe de la infancia (VII, 3): «Y los magos abandonaron la audiencia de Herodes, y vieron la estrella, que iba delante de ellos, y que se detuvo por encima de la caverna en que naciera el niño Jesús. En seguida, cambiando de forma, la estrella se tornó semejante a una columna de fuego y de luz, que iba de la tierra al cielo.» Esta columna de luz aparece en otros pasajes de la Biblia. El mismo apócrifo que acabamos de citar la menciona durante la presentación de Jesús en el templo (VI, 1): «Y, cuando María franqueó la puerta del atrio del templo, el viejo Simeón vio, con ojos del Espíritu Santo, que aquella mujer parecía una columna de luz, y que llevaba en brazos a un niño prodigioso.» Así reza en la versión siriaca del citado apócrifo, mientras que la versión árabe afirma que quien se transforma en columna de luz es el propio niño, y no María (VI, 1): «Y cuando su madre, la Virgen María, le llevaba gozosa en sus brazos, le vio el anciano Simeón resplandeciente como una columna de luz.» Volvamos a nuestra singular estrella-ángel-columna-guía. «Y una ingente estrella irradiaba sobre la gruta desde la tarde a la mañana, y nunca, desde el principio del mundo, se había visto una tan grande», reza el Evangelio del Pseu- 44 "e Pero la inteligente estrella no se contenta con pare AA oea pruta, sino que se va acercando a baja as al y a llega a penetrar en la gruta, como Dice el Protoevangelio d > de Santiago (XXI, 3) que: «Y er rd estrella aquella, que alla Toa al , VO e nuevo a guiarlos hasta que llega, | cueva, y se posó sobre la boca de é È Earann | poso : l De ésta.» Y un nuevo j a a insinuar que la estrella-guía va ie Evan eo den o como ya lo daba a entender el Ecol gel to árabe de la infancia, según vimos. Ahora es el Pes 4 ko ejani Sa voie ti (Cód. Arundel 404 del British ım) el que explica cómo José, antes de iti | F rm i la que ds iaa a los magos acerca de su nt r a ad s responden (89): «Nuestro guia ha entrado aquí e > LA Y más adelante (90): «Hemos visto en el e estrella del rey de los judíos y hemos venido a ado- ea ae pa así está escrito en los libros antiguos acerca de aa ss estrella: que cuando apareciere este astro me ml oT e a los justos una vida inmortal > | | o de esta estrella (91): «M aquí que la estrella, que se n í Pepa ' se nos había aparecido, i kien aje aa que salimos de erúgalén” ca ps j n esta cue 1 est permies a nosotros penetrar.» a A o contenta con todas estas a 's ayudas, la estrella y a gei que rss una y otra vez en su presencia a A Pe go i : peligro que supone para ellos Herodes, y los a pes man r regreso a Persia. «Y, advertidos por el ángel ae ga d pes viesen a Judea, regresaron a su país por otra da de a el Protoevangelio de Santiago (XXI, 4), al ds od nuevamente el Evangelio árabe de la infancia del E A (VII, 4): «Y, cuando llegó la noche el e le wh le la semana posterior a la natividad, el án- a g r a ae enie l guía se les presentó de rella. igui j por P e ania su llegada a su A A A as Oeuvres de saint Jean Chr) de 0 sostome y mn e » figura incorporado un o e un ter a glo vI titulado Opus imperfectum in Mattheum iS E o] hace referencia a un antiguo texto co- e P r ro de Set, el cual hablaba de la aparición al e a cal, ge los presentes que había de lle- de n0, Cu re 1ón se suponí niti penea de los Sabios, de padres a Ellos. w ranas entre ellos a doce de los más sabios má “ai osa los misterios de los cielos, y se dispusiero x esta estrella. Si moría alguno de ellos, su hijo sel 45 más próximo pariente que esperaba lo mismo, era elegido para reemplazarlo. Les llamaban, en su lengua, Magos, por- que glorificaban a Dios en el silencio» —¿insinuación a la telepatía?— «y en voz baja. Todos los años, después de la recolección, estos hombres subían a un monte que, en su lengua, llamábase “monte de la Victoria”, en el cual había una caverna abierta en la roca, agradable por los riachue- los y los árboles que la rodeaban. Una vez llegados a este monte, se lavaban, oraban y alababan a Dios en el silencio durante tres días; esto lo hacían durante cada generación, por si casualmente aparecía esta estrella de dicha durante su generación. Pero al fin apareció, sobre este monte de la Victoria, en forma de un niño pequeño y presentando la forma de una cruz; les habló, les instruyó y les ordenó que emprendieran el camino de Judea. La estrella les precedió, asi, durante dos años, y ni el pan ni el agua les faltaron jamás en sus viajes.» Àl igual que les sucediera muchos siglos antes a Moisés y sus seguidores, durante la huida de Egipto. La caverna de los tesoros En La caverna de los tesoros, recopilación de manuscritos sirlacos y árabes conservados en el British Museum, en el Vaticano y en un manuscrito de propiedad privada locali- zado en Berlín y procedente de Mosul, encontramos la na- rración oriental más antigua del viaje de los Magos, y que confirma y amplía el texto del Libro de Set que acabamos de presentar. Dice así: «Y sabe ahora, oh amante de la sa- biduría, nuestro hermano Nemesio, cómo en el año cuaren- ta y dos del gobierno de Augusto, nació el Mesías en Belén de Judá, tal y como está escrito en el sagrado Evangelio. Pero dos años antes de que naciera el Mesías, se les apare- ció a los magos la estrella; vieron una estrella en el firma- mento, que brillaba con una luz más intensa que todas las demás estrellas. Y en su centro había una muchacha que portaba un niño, y sobre la cabeza de éste había una coro- na. (...) Y al ver ellos la estrella, cayeron en confusión y temor, y toda Persia se alborotó. Y los reyes y magos y cal- deos y sabios de Persia estuvieron en consternación y tu- vieron mucho temor de este signo, que vieron.» Continúa la narración explicando el temor que experimentaban de que acaso el signo significara que el rey de Nínive les de- clararía la guerra. Hasta que los magos, repasando sus li- bros de sabiduría, hallaron el significado para tan extraor- dinaria aparición: «Leyeron que nacería un rey en Judá; y todo el curso de la salvación del Mesías se les reveló, E in- 46 | Espocialistas | del Centro Camuno di Studi Preistorici lafectuando estudios | sobre el terreno | elenclave rupestre de Valcamonica. Mapa de Piri Reis. Figuras humanoides prehistóricas del conjunto rupestre de Valcamonica, en el norte de Italia. mediatamente abandonaron de acuerdo con la tradición que habían recibido por la transmisión de sus padres, el Este, subieron a los montes de Nod, situados en las entra- das hacia el este desde los límites del Norte, y tomaron de allí oro, mirra e incienso. Y de ello inferirás, oh hermano Nemesio, que reconocieron todo el ministerio de la salva- ción de nuestro redentor, y precisamente por los presentes que tomaron: el oro para el rey, la mirra para el médico y el incienso para el sacerdote. Averiguaron quién era y re- conocieron que era un rey, médico y sacerdote. [...] Y los siguientes son quienes le llevaron los presentes al rey, re- yes e hijos de reyes: Hormizd de Makhózdi, el rey de Persia, que era llamado “rey de reyes” y vivía abajo, en Adhorgín; y Jazdegerd, el rey de Sábá, y Péróz, el rey de Seba, que está en el Este. Y cuando comenzaron a subir, se alborotó e intranquilizó el reino de los gigantes —y eran un potente ejército—, así como también todas las ciudades del Este se alborotaron ante ellos. Y también Jerusalén y Herodes se asustaron cuando subieron.» Más adelante, precisa el texto de la Caverna de los tesoros: «Fueron llamados magos por la indumentaria de la magia, que los reyes paganos vestían, quienes, cuando sacrificaban y ofrecían presentes a sus dio- ses, vestían dos indumentarias, la de la realeza por dentro y la de la magia por fuera. Así también éstos, cuando par- tieron en dirección al Mesías, portaban dos vestidos, para llevar sus ofrendas. Y cuando partieron de Jerusalén y de Herodes, se les apareció la estrella, que les supuso una guía en el camino, y se alegraron mucho. Y la estrella iba delan- te de ellos, hasta que penetraron en una cueva y vieron allí al niño envuelto en pañales y yaciendo en un pesebre. [...] Pero el Mesías contaba ocho días de vida cuando los magos le presentaron sus ofrendas. [...] Y cuando los ma- gos habían permanecido tres días junto a él, vieron a los poderes celestiales, que subían y bajaban hasta el Mesías, y escucharon las voces de las alabanzas de los ángeles. [...] Y tuvieron gran temor y creyeron en verdad en el Mesías y dijeron: “Éste es el rey que descendió del cielo y se trans- formó en hombre.”» Unas líneas más adelante, el rey mago Péróz les comenta a los otros dos: «Dado que es como un humano, y los ángeles del cielo descienden hasta él, así en verdad es señor de los ángeles y de los hombres.» Aparcamos por un momento al OVNI de Belén aquí, para dar un sucinto vistazo a otros pasajes de esta intere- sante Caverna de los tesoros, que indican una intervención de inteligencias no terrestres en la vida de los descendien- tes de Adán. Y en la de este mismo, por supuesto. Ya antes, refiriéndose al primer día de la creación, este texto siriaco roza las leyendas originarias de Oceanía al 48 afirmar que: «Al principio, en el primer día, o sea en el sagrado domingo, el principio y primogénito de todos los días, fabricó Dios el o la tierra y el agua y el aire y la luz y las fuerzas invisibles, esto es los ángeles y los a cángeles y los tronos y los príncipes y los imperios y los poderosos y los querubines y los serafines: todos los órde nes y ejércitos de espíritus; y la oscuridad y la luz y la noche y el día y los vientos y las tormentas; todo esto fue creado en el primer día. Y este mismo domingo flotaba el espíritu santo, una de las personas de la trinidad, sobre el agua.» a Luego, y poco después de narrar la expulsión de Sata- nás de las huestes celestes por negarse éste a adorar al re- cién creado Adán, declarándole así la guerra a éste y a su creador, el texto siriaco especifica: «Y cuando Satanás fue expulsado del cielo, Adán se vio elevado, de forma que su- bió al paraíso en un vehículo con fuego.» Después de esto, «cuando Satanás vio a Adán y a Eva, quienes brillaban en el paraíso, el rebelde fue consumido y tostado de envidia. Y se introdujo en la serpiente y vivió en ella, la llevó y voló con ella por el aire hasta los límites del paraíso». En esta imagen, la serpiente adquiere toda la apariencia de una nave voladora, al igual que se nos apare- cían anteriormente las serpientes divinas de los wandjinas australianos y del Quetzalcóatl, Gucumatz o Kukulkán de Centroamérica. Otro tanto sucede en esta narración siriaca con el arca de Noé, que igualmente aparece como una nave voladora: «Y el arca estaba cerrada y sellada; y el ángel del Señor permanecía en su techo, para conducirla. [...] Y el arca voló con las alas del viento por encima de las aguas, de Este a Oeste y de Norte a Sur, y describió una cruz sobre el agua. Y el arca voló sobre el agua durante ciento cin- cuenta días y llegó a un lugar de reposo en el séptimo mes.» Mucho antes del viaje de los magos a Belén, otro viaje que también tenía por destino Jerusalén se vio favorecido por la especial ayuda de un ángel-guía semejante al que condujo a los magos. En efecto —y continuamos refirién- donos al texto de la Caverna de los tesoros—, Noé da ins- trucciones a su primogénito Sem sobre la forma en que debe transportar, junto con Melquisedek, el cuerpo del pri- mer hombre, Adán: «Y verás que el ángel del Señor irá de- lante de vosotros y os indicará el camino que debéis reco- rrer y también el lugar en el que debéis depositar el cuerpo de Adán.» Ya muerto Noé, Sem cumple su misión: «Y tomó Sem el cuerpo de Adán y a Melquisedek y salió de noche de su pueblo. Y fijate que el ángel del Señor se les apareció y fue delante de ellos: y su camino fue muy fácil, debido a 49 que el ángel del Señor les fortalecía, hasta que llegaron al lugar preciso. Y llegados allí, el ángel mostró a Sem el lu- gar exacto.» Hasta aquí, lo que para este libro nos interesa de los manuscritos siriacos y árabes conocidos por el nombre glo- bal de la Caverna de los tesoros, cuya versión castellana ha sido publicada por Ediciones Obelisco de Barcelona. Pero regresemos al OVNI de Belén, que habíamos deja- do aparcado para penetrar en los secretos de esta curiosa Caverna, ya que existe un libro popularísimo que es como la explicación definitivamente aceptada sobre la naturaleza astronómica del fenómeno de Belén. Y el análisis que plan- tea el mencionado libro con su correspondiente demostra- ción definitiva, de rigor científico no tiene absolutamente nada. Y, en cambio, sus lectores se quedan tan convencidos como anchos. Me estoy refiriendo al best-seller de Werner Keller Y la Biblia tenía razón. Tras detalladas explicacio- nes que, analizando lo particular dejan de lado lo básico, o sea que, dando explicaciones muy convincentes para cada problema concreto, se olvidan de la esencia global del fenó- meno, Werner Keller concluye que el fenómeno que guió a los magos hasta el establo de Belén fue la conjunción (últi- ma de una serie de tres en aquellas fechas) de los planetas Júpiter y Saturno en la constelación de los Peces. Y dice: «En el camino de Hebrón, a unos 7 kilómetros de Jerusa- lén, se halla situada la aldea de Bet Lahm, el antiguo Belén de Judá. La vieja senda que en su tiempo había sido ya re- corrida por Abraham, lleva casi exactamente de Norte a Sur. En su tercera conjunción los planetas Júpiter y Sa- turno se unieron en tal forma que parecian formar una sola estrella. En el crepúsculo vespertino eran visibles en dirección Sur de manera tal, que los magos de Oriente, en la ruta que seguían de Jerusalén a Belén, siempre tenían a la estrella ante sus ojos. La estrella iba, en efecto, tal como dice el Evangelio, precediéndolos.» Muy bien. Pero de haber seguido siempre en la dirección que les señalaba la conjunción de Júpiter y Saturno, y por tratarse ésta de un fenómeno extraatmosférico que, por lo tanto, por mucho que avanzasen los magos, siempre que- daría por delante de ellos, de haber seguido en dirección de esta conjunción, repito, adonde habrían llegado habría sido a las aguas litorales del mar Rojo. Pero no. Se paran a escasos kilómetros —7— de Jerusalén. ¿Por qué? Porque no iban en pos de la conjunción Júpiter-Saturno, sino en pos de un objeto brillante que —sin necesidad de recurrir a ningún apócrifo, sino simplemente al texto oficialmente 50 aceptado de la Biblia (Mateo 2, 9)—: «...iba delante de ellos hasta que se paró encima de donde estaba el niño». Este detalle, el de que la «estrella» se paró encima de un lugar determinado, y de que, por lo tanto, se movía dentro de la atmósfera y por lo visto a no demasiada altura, es lo que Keller omite sin mayor escrúpulo en su análisis. Análisis que, por lo tanto, carece de validez. Esto, si nos atenemos únicamente al texto bíblico aceptado por la Iglesia romana. Porque, si además, nos atenemos a otros textos históricos, veremos —vimos— que esta misma «estrella» descendió, adoptó formas diversas, habló, penetró en la gruta, hizo su aparición guiadora en otros momentos históricos, y hasta volvió a preceder a los magos durante el viaje de regreso a su país de origen. Sea como fuere, lo único que podemos afirmar al cabo de casi dos mil años de su aparición, es que la susodicha «estrella» de Belén sigue siendo para nosotros, con todas sus letras, un objeto volante y luminoso no identificado, aunque sí inteligentemente producido; las crónicas antiguas citadas así lo atestiguan. Para finalizar este capítulo, recordemos otra estrella prometedora de que nos habla Varrón en las Antiquitates rerum humanarum, en las que, refiriéndose a la leyenda de Eneas, dice que «cuando hubo partido de Troya, vio todos los días y durante el día la estrella de Venus; hasta que llegó a los campos Laurentinos, en donde dejó de verla, lo cual le dio a entender que aquéllas eran las tierras señala- das por el destino». Está claro que una «estrella» que se ve durante el día y que de repente deja de verse mal podía ser el planeta Venus —¿o es que ya entonces, como en nuestros días, el sufrido lucero del alba cargaba oficialmen- te con las visiones de OVNIs? DEMASIADA AYUDA PARA EL HIJO DE DIOS Tanto el nacimiento de Jesús como su supuesta resurrec- ción y posterior ascensión se han visto acompañados de fe- nómenos que no pueden tener un origen humano, pero que, a la vista de cuanto hoy sabemos y podemos extrapolar hacia el futuro, no apuntan tampoco a una intervención directa y limpiamente divina. Más bien parecen estar ac- tuando unos seres de nivel tecnológico superior al humano, seres que están coordinando una gran farsa. Ya en el Evan- gelio de Valentino, llamado también el Evangelio de la sa- 51 Lectura del mapa de Piri Reis: biduría fiel, que constituye acaso el más trascendente y singular monumento gnóstico, se ponen en boca de Jesús ps z Eoo l discipulos (I 37): 1. islas Annobón; 2, río Cavalli; 3, cabo Palmas; 4, río St. Paul; 5, rio Mano; 6, Freotowen; 7, lalaa Fija las siguientes afirmaciones hechas Sp F ce d q, és de i gos; 8, río Gambia; 9, Dakar; 10, río Senegal; 11. cabo Blanco; 12, cabo Yubi; 13, rio Søbu; 14, Qibral «Os he dicho que la fuerza que ae eposita Sr vV al | se E sees dalla rie San pie 17, río Tajo; 18, cabo Finisterre; 19, río Gironda; 20 | Í ] doce salvadores que están en € | est; 21, archipiélago de Ca erde; 22, islas Canarias; 23, Madeira: 24, Azores; 26, Cuba = (a) tros la he extraído de los he dica A ninio golfo de Guacanayabo, (b) bahía de Guantánamo, (c) bahía de Nipe, {d} bahía de la Gloria, (a) montes tesoro de la luz. Y por €so os é dicho desde € Pa p | = paisa if} Siara Masna -a aa Aroa an San Salvador; 28, isla de Pinos; 29, Jamaiùa, a | i vo tampoco lo soy.» ), Santo Domingo, Haití; 31, Puerto Rico: 32, rio Maroni; 33, rio Corentyne; 34, río Essequibo; 36, re que vosotros no sois de este mundo , ni yo p A y | Macao. 38 palo A E can a a A AT o S e (I, 38): «Pero la fuerza que está en VOSO TOS viene e m y | duras (cabo Gracias a Dios); 41, Yucatán; 42, cabo Frio; 43, Salvador: 44, rio San Francisco; 46, Roui pertenece a las regiones superiores. Yo he conducido a los | fe (Pernambuco); 46, cabo San Roque; 47, río Paranaiba; 48, bahía de San Marcos; 49, sierras de Qu rupi, de Desordam, de Negro; 50, San Luis; 51, río Pará; 52, rio Amazonas; 53, isla Marajó; 54, rio Es sequibo; 55, desembocadura del Orinoco; 56, peninsula de Paria; 57, Martinica; 53, Guadalupe; 00, Antigua; 60, islas de Sotavento; 61, islas Virgenes; 62, golfo de Venezuela; 63, río Magdalena: 64, rio Atrato; 65, Honduras (cabo Gracias a Dios): 66, Yucatán: 67, bahía Blanca; 68, río Colorado; 69, golfo de San Matías; 70, río Negro (Argentina): 71, río Chubut; 72, golfo de San Jorge; 73, bahía Grande; 74, cabo San Diego: 75, islas Falkland; 76, islas Shetland del Sur; 77, Georgia del Sur; 78, peninsula de Palmer; 79, mar de Weddell; 80, Tierra de la Reina Maud: 81, Regula Range: 82, montes de Muh- lig-Hofftmann; 83, Penck Trough; 84, acantilado de Neumeyer; 85, montes Drygalski; 86, Vorposten Peak; 87, Tristán d'Acunha; 88, isla Gough; 89, isla Gough. doce salvadores del tesoro de la luz, de los que he tomado una parte de mi fuerza.» (1, 39): «Y cuando he venido al mundo, he venido entre los ángeles de las esferas.» (1, 40): «Y ocurrió que cuando estuve entre los jefes de los eones, miré desde arriba el mundo de los hombres.» Voy a hacer aquí un rápido inciso para aportar otro ejemplo de lo que para mí es una clara manipulación tec- nológica, manipulación que frecuentemente acompaña al fe- nómeno Jesús, y que a los ojos de la gente de la época, ignorante de cuantos «milagros» tecnológicos conocemos hoy (hoy ya no nos engañarían con falsos poderes divinos), no podía tener otro efecto que el de una intervención mila- grosa, divina. Pero veamos datos de esta manipulación, + A E a e E E e A A EEr pen para regresar luego de inmediato al nacimiento, resurrec- EM = ción y ascensión de Jesús. > E La palmera mecánica pla El Evangelio del Pseudo-Mateo, apócrifo, cuenta que, avi- pas | sado José por un ángel del Señor para que abandonara la na | jurisdicción de Herodes y se encaminara a Egipto con Ma- ría y el niño, Jesús, y puestos todos en camino, en un mo- mento del viaje María sintió fatiga y sed. Repentinamente, el niño Jesús habla y da órdenes a una palmera (XX, 2): = B _— | k aar a T r: E. -S . aen $ 5 «Entonces el niño Jesús, que plácidamente reposaba en el A e me. Ha regazo de su madre, dijo a la palmera: “Agáchate, árbol, y ME o S5 e Mea con tus frutos da algún refrigerio a mi madre.” Y a estas na “ parella, a deviza lo tihs secouná pf jhe curra 5 bata of ihe senh that has been etiributed do Piciemp Thesa ¿área wars no doubt the mii ol llar geographer Mbs fodhad ahii al iha geography el the main Pisi hef iha efect oë puahing tha gesgraphy of Grid D warbward about 4", thua merascing tha longituda arrori h si ihai part of dhè map Figurtá m brackels repesi EA God Da dejermined boih am to labiuda and longil- Mv upei dor amana | Y Buie by ibe Irigonomeby ef ihe projection hari? añ iha påla H may be conssgered àa a part of ihe mikin m Erid Ehel Byw bet amung through èn are èf sboui h TAM dagrasa, Doth tha prima maridian and fhè eyarior B i mp B cen e considered exbelona gë iha sea al vb m Far a jivi pf iha mentered googrephicel primis, saë 5 | hasa Grids È and D regregiód arrori in compllaios, Grid Desain (01, Drake Paiiage = Loss 019 L hasap en inor in acala end Grid Ü balag unralalad mong ol lab ping salha ba js irigonomabie projartias. kā al a! rel "Dl s " i ME i | | | l | | r Bi g | pi A MPW JW MEWO GSW Bp Ww BSW MPW adaw awo ISW MPW ew mw ay A qara daa] Y 52 aa [aai] 2a Pal rra] Er F mera y empezaron a brotar de entre sus raíces raudales de agua cristalina, fresca y dulcísima en extremo.» Pero el montaje no acaba aquí. Sigamos leyendo (XXI): «Al día si- guiente abandonaron el lugar. Mas, en el momento de par- tir, Jesús se volvió hacia la palmera y le dijo: “Este privi- legio te concedo, palmera: que una de tus ramas sea trans- portada por manos de mis ángeles y plantada en el paraiso de mi Padre.”» [...] «Y, mientras decía esto, apareció un ángel del Señor sobre la palmera, le quitó una de sus ra- mas y voló al cielo llevándosela en la mano. Al ver esto, todos cayeron sobre sus rostros y quedaron como muer- tos.» Semejantes golpes de efecto para ganarse la adora- ción de los humanos, proliferan en los textos bíblicos, hayan sido éstos aceptados o no por la Iglesia. Pero el mismo ma- nuscrito que estamos extractando aquí menciona el hecho de que hubo manipulación (XXI): «¿No sabéis que esta palmera [...] ha estado preparada para vosotros en este desierto?», les confiesa finalmente Jesús a sus acompa- ñantes. Al otro lado del Atlántico, también los indios qui- chés, recordémoslo, al hablar de la separación de las aguas —fenómeno idéntico al relatado en el Éxodo de Moisés— leen literalmente en el Popol-Vuh: «Entonces llamaron Pie- dras Arregladas al sitio por donde pasaron en el mar.» Al igual que la palmera bíblica, también aquel lugar de paso fue al parecer un enclave previamente preparado. La virginidad entre bastidores Veamos ahora lo que a los fieles no se les cuenta acerca del nacimiento de su Salvador. De entre los apócrifos que se refieren a la Natividad, citamos ahora el Protoevangelio de Santiago, que es el apócrifo ortodoxo más antiguo de los que se conservan y el que más ha influido en las narracio- nes extracanónicas de la natividad de María y de Cristo. El autor a quien se atribuye es Santiago el Menor. En el citado apócrifo se dice textuamente, al referir la llegada de la partera en cuya busca había ido José (XIX, 2): «Al llegar al lugar de la gruta se pararon, y he aquí que ésta estaba sombreada por una nube luminosa.» (¿No es exactamente esta nube luminosa la que nos refieren mu- chas visiones contemporáneas de «objetos no identifica- dos»?) Pero sigamos con el texto del apócrifo, ya que la nube cobra movimiento: «De repente, la nube empezó a re- tirarse de la gruta y brilló dentro una luz tan grande, que nuestros ojos no podían resistirla. Ésta por un momento comenzó a disminuir hasta tanto que apareció el niño y vino a tomar el pecho de su madre.» 54 Las ayudas externas —que no la inspiración divina— lueron sucediéndose a lo largo de la vida de María. Asi, en el momento de elegir un techo para el alumbramiento, cuando María sentía dolores de parto, «apareció ante los viajeros un hermoso niño que lucía una espléndida vesti- dura, Y dijo a José: “¿Por qué has dicho que eran palabras inútiles las que dijo María hablando de los dos pueblos? Hila ha visto llorar al pueblo de los judíos por haberse apartado de su Dios y ha visto regocijarse al pueblo de los pentiles por haberse acercado y adherido al Señor, en con- lormidad con las promesas que Él hizo a nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob. Pues es llegado ya el momento en que van a ser benditas todas las naciones de la tierra en la posteridad de Abraham.”» Así está escrito en el Evangelio del Pseudo-Mateo (XII, 1), en donde acto seguido el ángel da instrucciones concretas de lo que debe hacerse (XII, 2): «Y, en diciendo esto, mando el ángel parar la caballería, porque el tiempo de dar a luz se había echado ya encima. Después mandó a María que bajara de la cabalgadura y se metiera en una cueva subterránea, donde siempre reinó la oscuridad, sin que nunca entrara un rayo de luz, porque el sol no podía penetrar hasta allí. Mas, en el momento mis- mo en que entró María, el recinto se inundó de resplando- res y quedó todo refulgente como si el sol estuviera allí dentro. Aquella luz divina dejó la cueva como si fuera el mediodía. Y, mientras estuvo allí María, el resplandor no faltó ni de día ni de noche.» Otra cueva debidamente pre- parada —el ángel les dice que tienen que penetrar precisa- mente en ella—, al igual que lo estuviera luego, cuando hu- yen a Egipto, la ya mencionada palmera. En el Evangelio armenio de la infancia se narra cómo Eva, la primera madre de todos los nacidos, acude a ver con sus propios ojos su redención, que acaba de producir- se. José sale a su encuentro. Y remito al texto literal (VIII, 11): «Habiendo llegado a la caverna, se detuvieron a cierta distancia de la entrada. Y, de súbito, vieron que la bóveda de los cielos se abría, y que un vivo resplandor se esparcía de alto abajo. Una columna de vapor ardiente se erguía sobre la caverna, y una nube luminosa la cubría.» Y en el capítulo IX, 2: «Y, después de haber hablado así, Eva, nuestra primera madre, vio una nube que subía al cielo, desprendiéndose de la caverna.» Pero retrocedamos a la infancia de la propia madre de Jesús y aún más, a su misma concepción, ya que se intuye todo un plan de preparación y de adecuación acaso pgené: tica por parte de seres no humanos terrestres, para el pre ‘5 sumible objetivo final de inculcar en un cuerpo humano unos poderes y unas facultades superiores a las del ser hu- mano normalmente gestado sobre el planeta Tierra. Este ser distinto, artificialmente producido en un cuerpo natu- ral, sería —de ser válida esta hipótesis— Jesús. Adecuando el crisol Resulta que Ana, la madre de María, ya concibió a ésta gracias a la intervención de seres procedentes de fuera de este planeta. Según relata el Evangelio del Pseudo-Mateo, un hombre de la tribu de Judá, llamado Joaquín, al llegar a los veinte años de edad, tomó por mujer a Ana, hija de Isachar, que pertenecía a su misma tribu; esto es, de es- tirpe davídica. Después de vivir veinte años de matrimonio, no tuvo de ella hijos ni hijas. Un buen día, durante las fiestas, Joaquín se encontraba entre los que tributaban in- cienso y otras ofrendas al Señor. Se le acercó un respon- sable del templo (el escriba Ruben, según el Evangelio del Pseudo-Mateo, y el propio padre de Ana, Isachar, que en aquella época era Gran Sacerdote —lo cual confiere mayor trama a la «adecuación»—, según el Evangelio de la Nati- vidad de María), quien le recriminó su presencia entre los que agradecen a Dios su fecundidad, dado ei caso de que él no había aún tenido descendencia en veinte años de ma- trimonio, por lo que no se le consideraba digno de presen- tar ofrendas a Dios. Avergonzado, Joaquín se marchó lejos, a la montaña, sin siquiera despedirse de Ana. _ Veremos ahora cómo todo obedece a un plan preconce- bido, según le anuncian a Joaquín en las montañas. Un plan que ya de antiguo se ha servido de la preparación de diversas mujeres para que dieran a luz seres diferenciados, decisivos para la marcha de determinados pueblos del pla- neta. Quiero subrayar aquí mi impresión cada vez más acu- sada de que el timón de nuestro destino está empuñado por inteligencias que no forman parte de nuestra comuni- dad humana terrestre. Y que, para bien o para mal, esta- mos desde siempre navegando por aguas que a ellos les in- teresa que surquemos. Pero fue sólo una reflexión impro- visada sobre la marcha. Sigamos. Estando pues en las montañas, apartado de los suyos, Joaquín recibe una desconcertante visita (Evangelio de la natividad de María, III, 1-4): «Cierto día que estaba solo, le apareció un ángel del Señor, rodeado de una gran luz.» Ante su turbación, el ángel le dice: «No temas, Joaquín, ni te turbe mi vista, porque soy un ángel del Señor, enviado por Él a ti, para anunciarte que tus súplicas han sido escu- 56 hadas» [...] «cuando Dios cierra una matriz, lo hace para abrirla después de una manera más admirable, y para que we sepa que lo que nace así no es fruto de la pasión». [...] «La primera madre de nuestra nación, Sara, permaneció estéril hasta los ochenta años, a pesar de lo cual, en los ultimos días de su vejez, dio a luz a Isaac, en quien le ha- bia sido prometido que serían benditas todas las naciones. Asimismo, Raquel, tan agradable a Dios y tan amada por lacob, permaneció estéril durante mucho tiempo, y, no obs- tante, parió a José, que fue no solamente el dueño de Egip- to, sino el salvador de numerosos pueblos que iban a morir de hambre. ¿Quién, entre los jueces, más fuerte que San- són y más santo que Samuel? Y, sin embargo, ambos a dos tuvieron por madres a mujeres por mucho tiempo estéri- les, Si, pues, la razón no te persuade por mi boca, cree a lo menos que las concepciones dilatadamente diferidas y los partos tardíos son de ordinario los más portentosos. Así pues, tu esposa Ana te parirá una niña, y la llamarás María. Y, conforme a vuestro voto, se consagrará al Señor desde su niñez, y estará llena del Espíritu Santo desde el vientre de su madre. Y no comerá ni beberá nada impuro, ni vivirá en medio de las agitaciones populares del exterior, sino en el templo, a fin de que no pueda enterarse, ni aun por sospecha, de nada de lo que existe de vergonzoso en el mundo. Y, con el curso de la edad, al igual que ella nació milagrosamente de una mujer estéril, de igual modo, por un prodigio incomparable y permaneciendo virgen, traerá al mundo al hijo del Altísimo, que será llamado Jesús o salvador de todas las naciones, conforme a la etimología de su nombre. Y he aquí el signo de la verdad de las cosas que te anuncio: cuando llegues a la Puerta Dorada de Je- rusalén, encontrarás a Ana tu mujer, la cual, inquieta has- ta hoy por tu retardo, se regocijará sobremanera, al volver a verte, Y dicho esto, el ángel se separó de Joaquín.» Claro que nada más fácil para este ángel que darle al desprevenido Joaquín este signo de comprobación de la au- tenticidad de lo que afirma, por cuanto él u otro ángel se presenta oportunamente a Ana para anunciarle aproxima- damente lo mismo y acabar ordenándole en el momento justo que se dirija a la Puerta Dorada, en donde (IV, 2): «a manera de signo, encontrarás a tu esposo, sobre cuyo paradero anda inquieta tu alma. Y, cuando hayan sucedido estas cosas, lo que yo te anuncio se cumplirá al pie de la letra». ¡Qué sencillo es jugar con la voluntad de las perso- nas cuando se utilizan medios por ellas desconocidos! Dejemos el Evangelio de la natividad de María y volva- mos sobre el del Pseudo-Mateo, en el que se narra lo mis- mo con alguna variante. Así, Ana desde un principio ya re- 37 UN conoce allí que (II, 2): «Bien sabes, Señor, que desde el comienzo de mi matrimonio, hice voto de que, si me dabas un hijo o una hija, te lo ofrecería en tu santo templo.» Inopinadamente, mientras Ana estaba sollozando y lamen- tando su esterilidad y la prolongada ausencia de su esposo (IL, 3): «He aquí que de súbito apareció ante ella un ángel del Señor, diciéndole: “No temas, Ana, porque en el destg- nio de Dios está que salga de ti un vástago, el cual será ob- jeto de la admiración de todos los siglos hasta el fin del mundo.” Y no bien pronunció estas palabras, desapareció de delante de sus ojos.» | Y pasamos a ver lo que le sucede simultáneamente a su esposo Joaquín, allá en las montañas, pasaje en el que —como en muchos otros— el ángel se identifica con un ser tan cercano a nosotros como lo describen tantos y tantos testimonios de encuentros con supuestos extraterrestres en nuestros días (III, 1-5): «En aquel mismo tiempo, un joven apareció en las montañas en que Joaquín apacentaba sus rebaños, y le dijo: “¿Por qué no vuelves al lado de tu es- posa?”» A lo que Joaquín le contesta negativamente, adu- ciendo lo dolorido que está por su expulsión ignominiosa del templo, por culpa de su falta de descendencia. «Y, no bien hubo en tal guisa hablado, el joven le respondió: “Soy un ángel de Dios, que ha aparecido hoy a tu mujer, la cual oraba y lloraba. Yo la consolé, y ella sabe por mí que ha concebido de ti una hija. Ésta vivirá en el templo del Se- ñor, y el Espíritu Santo reposará en ella, y su beatitud será mayor que la de todas las mujeres, aun de las más santas, de suerte que nadie podrá decir que hubo, ni que habrá, mujer semejante a ella en este mundo. Baja, pues, de las montañas, y vuelve al lado de tu esposa, a quien encontra- rás encinta, porque Dios ha suscitado progenitura en ella, y su posteridad será bendecida, y Ana misma será bendita y establecida madre con una eterna bendición.” Y Joaquín, adorándole, dijo: “Si he encontrado gracia ante ti, reposa un instante en mi tienda, y bendíceme, puesto que soy tu servidor.” Y el ángel le contestó: “No te llames servidor mío, ya que ambos somos los servidores de un mismo due- ño. Mi comida es invisible, y mi bebida lo es también, para los mortales. Así, no debes invitarme a entrar en tu tienda, y lo que habrías de darme, ofrécelo en holocausto a Dios.” Entonces Joaquín cogió un cordero sin mancilla, y dijo al ángel: “No me hubiera atrevido a ofrecer un holocausto a Dios, si tu orden no me hubiese dado el poder sacerdotal de sacrificarlo.” Y el ángel le dijo: “Tampoco yo te hubiera invitado a ofrecerlo, si no hubiese conocido la voluntad de Dios.” Y ocurrió que, en el momento en que Joaquín ofre- cía su sacrificio a Dios, al mismo tiempo que el olor del 58 «Un hombre emerge de un raro ovoide, que por sus colores y conformación interna es a la vez una escarapela, un caracol o un huevo», escribe su descubridor Henry Lhote al comentar esta figura del grupo rupestre de Auanguet, en el Tassili sahariano. sacrificio, y en cierto modo con su mismo humo, el ángel se elevó hacia el cielo.» Chapeau!, otro majestuoso golpe de efecto, realmente. Finalmente convencido, Joaquín emprende el regreso a Jerusalén. Y he aquí la facilidad con que se producen efec- tos en apariencia asombrosos ante los ignorantes testigos e incluso protagonistas: «Y, después de caminar treinta días, cuando se aproximaban ya a la ciudad, un ángel del Señor se apareció a Ana en oración, diciéndole: “Ve a la lla- mada Puerta Dorada, al encuentro de tu esposo, que hoy llega.”» Con exactitud, naturalmente, se reencuentran am- bos esposos en la Puerta Dorada, y hubo gran júbilo entre sus vecinos y conocidos, y toda la tierra de Israel felicitó a Ana por aquella gloria, Sigamos leyendo textualmente, ya que veremos cómo María desde su más tierna infancia está siendo preparada para la misión que se le ha asignado (IV, 1): «Y nueve me- ses después, Ana dio a luz una niña, y llamó su nombre María. Y, destetada que fue al tercer año, Joaquín y su esposa Ana se encaminaron juntos al templo, y ofrecieron víctimas al Señor, y confiaron a la pequeña a la congrega- ción de vírgenes, que pasaban el día y la noche glorifi- cando a Dios.» A partir de este momento, María, la futura madre de Jesús, es visitada permanentemente por los men- sajeros, que no la pierden de vista y la mantienen en con- diciones óptimas para que pueda obrarse en su cuerpo, ya debidamente preseleccionado y adecuado, la importante mutación (VI, 2): «Desde nona en adelante consumía todo el tiempo en oración hasta que se dejaba ver el ángel del Señor, de cuyas manos recibía el alimento.» (VI, 3): «Cada día usaba exclusivamente el alimento que recibía de manos del ángel, repartiendo entre los necesitados el que le pro- porcionaban los sacerdotes. A menudo se veía a los ángeles conversar con ella, y obedecerla con el afecto de verdade- ros amigos.» Lo mismo se afirma en el Evangelio de la na- tividad de María (VII, 1): «Diariamente tenía trato con los ángeles.» Pero María llegó a los catorce años, y a partir de esa edad, conforme a la tradición, no podía una mujer conti- nuar viviendo en el templo. Abiathar, el gran sacerdote, or- ganizó las eliminatorias para elegir al hombre a cuya cus- todia debía encomendarse a la joven María, decisión final que recayó —previa intervención del consabido ángel— en José. Le fue por lo tanto entregada, bastante contra su vo- luntad, ya que era ya viejo y no quería ser centro del ri- dículo de sus convecinos, y Abiathar le dijo: «Le serán dadas a María algunas doncellas para su solaz hasta que llegue el día prefijado en que tú debas recibirla; pues has 60 de saber que no puede contraer matrimonio con ningún utro» (Evangelio del Pseudo-Mateo, VII, +). Pero los ánge- lbs nunca se separaron de María. Algún tiempo después, mientras se hallaba María junto a la fuente, llenando el cántaro de agua (IX, 1-2): «Se le apareció el ángel del Se- nor y le dijo: “Bienaventurada eres, María, porque has preparado en tu seno un santuario para el Señor. Y he aquí que vendrá una luz del cielo a habitar en ti, y, por ti, irra- dirá sobre el mundo entero.” Y al tercer día, mientras tejín la púrpura con sus manos, se le presentó un joven de Inenarrable belleza.» Éste vino para decirle: «Has encon- rado gracia a los ojos de Dios, y de El concebirás un rey, que dominará no sólo en la Tierra, sino también en los clelos, y que prevalecerá por los siglos de los siglos.» Mientras esto acontecía, José se hallaba ausente de casa, lrabajando de carpintero en Capernaum, junto al mar. Al cabo de nueve meses regresa a casa, hallando a María en- cinta. En su desesperación, no sabe qué decisión tomar. Pero las doncellas que habían estado haciendo compañía a María le intentan tranquilizar (X, 1): «Nosotras sabemos que ningún hombre la ha tocado, y que su virginidad conti- núa íntegra, intacta e inmaculada. Porque ha tenido por puardián a Dios, y ha permanecido siempre orando con no- sotras. A Diario un ángel conversa con ella, y a diario reci- be su alimento de manos de ese ángel. ¿Cómo podría existir un solo pecado en ella? Y, si quieres que te declaremos nuestras sospechas, nadie la ha puesto encinta, si no es el dngel del Señor.» Todo lo cual se me antoja demasiada preparación inme- diata, perfectamente asequible a una raza que esté operan- do a distinto nivel tecnológico y científico que la terrestre de aquella época, como para configurar el auténtico naci- miento del auténtico hijo de un auténtico dios. Muchos dioses ficticios —dominadores cósmicos— han asumido a los ojos del ser humano, a lo largo de nuestra historia, el papel de ese hipotético dios único, inaprehensible para la capacidad de la mente humana. La guardia cósmica Quiero hacer aquí un inciso para volver inmediatamente a la vida de Jesús, ya que me parece urgente dedicarles un paréntesis explicativo a los ángeles, que con harta frecuen- cia han sido citados en las páginas precedentes, y aparecen como elemento permanente en los textos bíblicos. Hay que subrayar aquí que el ángel no es aquel ser —permitase- me— «angelical» cuya imagen nos ha venido inculcando ól secularmente la Iglesia, sino que hay que ver en él más bien lo que nostindica su significado etimológico: un men- sajero intermediario entre nosotros los humanos y un dueño cuyas órdenes acata y ejecuta, un señor indefinido que parece estar manejando nuestra historia según sus de- signios, formando posiblemente parte de un más amplio plan cósmico. La voz ángel procede del griego 4yyelos, sig- nificando mensajero, pero es traducción a su vez del he- breo mal'ak, que significa emisario. Los llamados ángeles son, pues, en verdad y propiamente los emisarios de Dios. Recomiendo al lector que, si tiene tiempo para ello, relea las páginas precedentes sustituyendo, cada vez que aparez- ca, la voz ángel por la voz emisario, y la figura ángel de Dios por la de emisario de Dios. Observará cómo cambia sensiblemente la imagen total del texto que está leyendo. Observará también que no tiene absolutamente nada de ex- traño que a veces el emisario sea simplemente un joven de bellas facciones. Y ciertamente son frecuentes las referen- cias a ellos en los textos bíblicos presentándolos con apa- riencia de varones o de jóvenes. Naturalmente, recomiendo este ejercicio de lectura igualmente en los textos sagrados que se aportarán de aquí en adelante. También existen re- ferencias a ejércitos celestiales en relación con los ángeles, como, por ejemplo, en Lucas 2, 13, cuando el emisario del Señor se presenta a los pastores para anunciarles el naci- miento de Jesús, «y de repente se unió al ángel una multi- tud de la milicia celestial». En distintos textos aparece esta connotación bélica de los seres que nos visitan procedentes de fuera, como tendremos ocasión de comprobar también más adelante, en textos y crónicas medievales que refieren la presencia de ejércitos y gentes de armas en el aire, gen- tes de armas que incluso llegan a enfrentamientos aéreos. También sobre cielo hindú se refieren tales enfrentamien- tos en la antigüedad. | Quiero todavía aportar un rápido esquema del mito del ángel caído, que además aparece en distintos recuerdos an- cestrales sobre la creación del hombre. Un ser desconocido —al que llaman Dios— emprende la creación de un ser in- teligente que habite el planeta Tierra. Una vez creado, les ordena a sus emisarios (ayudantes, ángeles) que estén al servicio de estos nuevos hombres creados, y les ayuden en su desarrollo. Uno de los emisarios dicé que él fue creado antes, y que en todo caso el nuevo hombre debe obedecerle a él, y no él estar al servicio del recién creado. Un compa- ñero le recrimina diciéndole que, al hablar así, está contra- viniendo la orden de Dios. El ángel rebelde se reafirma en- tonces en su negativa a servir al hombre y declara al mismo tiempo su abierta rebelión contra Dios. Por lo cual es echa- 62 do del cielo (¿de una nave?) y cae (por lo cual se le llama el ángel caído), dedicándose desde entonces a intentar evi- tar que prospere el plan «ser humano». Cuenta con la baza de conocer el plan, ya que había colaborado en el mismo hasta el momento de su rebelión. En cambio, los que hi- cieron caso de la orden dada de estar al servicio y velar por el ser humano son los llamados «ángeles de la guarda», en cuyo supuesto cada ser humano tendría a uno de estos seres que le protege. Hay ejemplos a lo largo de la historia en que presencias o seres desconocidos han actuado en ocasiones en favor de determinadas personas. La paloma y el altavoz Otro efecto fácilmente producible es el de la paloma blan- ca y de la voz que habla desde el cielo. Para señalarles a los hombres de la época a quién deben hacer caso. Así aparece en Mateo (3, 16-17): «Una vez que Jesús fue bauti- zado, salió de inmediato del agua, y se abrió el cielo; y vio bajar al Espíritu de Dios en forma de paloma que se diri- gía a él, y se escuchó una voz del cielo aue decía: “Éste es mi hijo, el querido, en quien tengo puesta mi complacen- cia.”» Casi lo mismo refiere Marcos (1, 10-11), y también con alguna variante Lucas (3, 21-22): «Cuando todo el pue- blo fue bautizado, y fue bautizado también Jesús, mientras rezaba, se abrió el cielo y descendió sobre él el Espíritu Santo en figura corporal, como una paloma, y una voz vino del cielo.» | = La paloma, figuración del Espíritu Santo, puede acaso identificarse con la aleya que en el Corán se cita y que fue vista por Mahoma como más adelante repasaremos. Esta paloma estuvo presente durante la proclamación de Jesús como hijo elegido ante todos los congregados junto al río Jordán, como acabamos de ver. Estuvo presente también en el momento de la concepción de Jesús, como leemos en Lucas (1, 34-35): «Pero María le dijo al ángel: “¿Y cómo se producirá esto, si yo no conozco a hombre alguno?” El án- gel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá encima de ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra.”» Muy grande tenía que ser esta paloma para cubrir a María con su sombra, y muy material este Espíritu Santo para pro- ducir, igualmente, tal sombra. El mismo pasaje aporta el Protoevangelio de Santiago (XI, 3): «Y el ángel del Señor dijo: “No será así, María, porque la virtud del Señor te cu- brirá con su sombra.” » 6) ¿RESURRECCIÓN O RESCATE? Algo más —y alguien más— que la tan promocionada divi- nidad de Jesús, parece haber actuado para lograr en los testigos el efecto de una resurrección y de una ascensión que en absoluto son demostrables hoy en día a la vista de los testimonios de que disponemos. Y voy a ser yo mismo quien le ahorre a, partir de ahora al lector la doble lectura propuesta para la voz ángel, traduciéndola ya directa y legítimamente por la más auténtica versión de emisario. A partir de ahora, quien quiera leer ángel que lo lea así siempre que en los textos bíblicos que cite a continuación aparezca la más correcta versión original de emisario. Nos cuenta Mateo (28, 2-6) que cuando María Magdale- na y la otra María van a ver en la madrugada del domingo el sepulcro, «se produjo un gran temblor de tierra, porque un emisario del Señor descendió del cielo, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era como un rayo, y su ves- tido, blanco como la nieve. Atemorizados por él, se estre- mecieron los guardianes, y se quedaron como muertos. El emisario dijo a las mujeres: “No tengáis miedo, vosotras, ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado, tal y como dijo; venid, ved el lugar en donde estuvo.”» | | Para Lucas (24, 1-6), los seres (en este caso los llama ya directamente hombres y no emisarios) enfundados en tra- jes brillantes fueron dos y no uno: «El domingo, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando consigo los perfumes que habían preparado, y hallaron la piedra apartada del se- pulcro. Entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Je- sús. Estaban perplejas por esto, cuando se les presentaron dos hombres con vestiduras resplandecientes. Mientras ellas, espantadas, bajaron la cara a tierra, les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos a aquel que está el o?7"» pa Estas dos citas están extractadas de los Evangelios acep- tados por la Iglesia. Pero si volvemos a irnos a los apócri- fos, veremos cosas mucho más sorprendentes aun. En el Evangelio de Pedro, que forma parte efectivamente del an- tiguo manuscrito del mismo nombre, y que fue descubierto durante el invierno de 1886-1887 en el sepulcro de un mon- je cristiano de Akhmim, antigua Panópolis (Alto Egipto), leemos (X, 1-10): «Empero, en la noche tras la cual se abre el domingo, mientras los soldados en facción montaban dos a dos la guardia, una gran voz se hizo oír en las altu- ras. Y vieron los cielos abiertos, y que dos hombres res- plandecientes de luz se aproximaban al sepulcro. Y la enor- 64 me piedra que se había colocado a su puerta se movió por sí misma, poniéndose a un lado, y el sepulcro se abrió. Y los dos hombres penetraron en él. Y, no bien hubieron visto esto, los soldados despertaron al centurión y a los ancianos, porque ellos también hacían la guardia. Y, ape- nas los soldados refirieron lo que habian presenciado, de nuevo vieron salir de la tumba a tres hombres, y a dos de ellos sostener a uno» —(¡una resurrección muy poco so- brenatural!)— «y a una cruz seguirlos». —(Recordemos que también en el Libro de Set la estrella presentaba la forma de una cruz sobre el monte de la Victoria)]—. «Y la cabe- za de los sostenedores llegaba hasta el cielo, mas la cabeza de aquel que conducían pasaba más allá de todos los cie- los. Y oyeron una voz, que preguntaba en las alturas: “¿Has predicado a los que están dormidos?” Y se escuchó venir de la cruz esta respuesta: “Si.” Los circunstantes, pues, se preguntaban unos a otros si no sería necesario marchar de allí, y relatar a Pilatos aquellas cosas. Y, en tanto que deli- beraban todavía, otra vez aparecieron los cielos abiertos, y un hombre que de ellos descendió, y que entró en el se- pulcro.» También el Evangelio de Taciano confirma (CLXXITI, 3-5): «Y he aquí que sobrevino un gran terremoto, y llega- ron emisarios del cielo y removieron la lápida. Y llegando» —se refiere a María Magdalena, la otra María y Salomé— «vieron movida la lápida, y al emisario del Señor sentado sobre ella. Y su aspecto era como el relámpago, y blan- co su vestido como la nieve». Al igual que lo hace el Evan- gelio de Ammonio (XVIII, 3): «Y dos emisarios refulgen- tes apareciéronse ante los guardias»; y las Actas de Pilato (XIII, 1): «Y vimos un emisario que bajaba del cielo.» Aplicando una crítica objetiva a los textos bíblicos, los testimonios aportados apuntan más bien a un rescate aéreo, que no a una resurrección. Y conviene recordar aquí que la resurrección de Jesús es «piedra de toque de la fe y verdadero objeto de la fe cristiana, según se pone de manifiesto en los primeros sím- bolos cristianos» —estoy citando palabras del doctor Her- bert Haag, autor del Diccionario de la Biblia publicado por la Editorial Herder, de neta filiación cristiana—, pero los cuatro evangelios refieren «no la resurrección misma (ésta tuvo lugar, según la narración evangélica, sin testigos pre- senciales terrestres), sino el descubrimiento de la tumba vacía, y, sobre todo, las apariciones de Cristo resucitado a sus discípulos. Dichos relatos presentan lagunas, indican poca uniformidad, y, en los detalles, ofrecen numerosas discrepancias, por lo menos aparentes». [...] «Pero las apa- riciones mismas, consideradas en su terminus ad quem, es 65 decir, en cuanto que tienen por objeto la humanidad ya gloriosa de Jesús, no pertenecen al actual eón y no pueden ser objeto de ciencia histórica en cuanto tal; son exclusi- vamente objeto de fe. Este carácter sobrenatural, no ya terreno, de la humanidad glorificada de Jesús se manifies- ta, por ejemplo, en el hecho de aue sus rasgos fueron en parte irrecognoscibles. Además, el Señor se presentó exclu- sivamente ante discípulos y creyentes (Pablo constituye a este respecto una excepción), y precisamente su resurrec- ción se presenta siempre en la predicación apostólica como el objeto propio de la fe cristiana.» Santo Tomás dice que «incluso para los discípulos, la resurrección se puso de manifiesto sólo en virtud de signos fidedignos (El Antiguo Testamento y los “ángeles”) y de signa evidentia, que no demostraban la resurrección en sí, sino precisamente la autenticidad de los propios signos; la fe de los cristianos se basaba en la predicación de los após- toles». La resurrección «en cuanto misterio de fe, no es un hecho que pueda ser demostrado con certeza por los mé- todos de la ciencia histórica. Históricamente demostrable es sólo la fe de los discípulos en la resurrección». Medite cada cual sobre estas líneas. Y se fi. Después de esta indemostrada resurrección, aconteció otro hecho trascendental para la fe de los cristianos: la ascen- sión sobrenatural de Jesús supuestamente resucitado, a los cielos. Vayamos una vez más a los documentos. De entre los cuatro evangelios que la Iglesia acepta ofi- cialmente, nos interesa a este respecto especialmente el de Lucas, quien da testimonio de que (24, 51): «Mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo.» La misma insinuación de una «ayuda» hace Marcos (16, 19): «Así pues, el Señor Jesús, después de haberles hablado, fue llevado al cielo.» Y si volvemos ahora sobre el texto del ya mencionado Evangelio de la sabiduría fiel o Evangelio de Valentino, ob- servaremos que la insinuación de esta «ayuda» deja de ser tal insinuación para cobrar inusitada fuerza real. Jesús y sus discípulos están reunidos en el monte de los Olivos cuando reciben una inesperada visita (I, 14-28): «Y, mien- tras hablaban así, Jesús estaba sentado un poco aparte. Y ocurrió que el día quince de la luna del mes de tébéth, día en que había plenilunio, el sol, alzándose en su carrera ordinaria, emitió una luz incomparable. Porque procedía de la luz de las luces, y vino sobre Jesús, y le rodeó completa- ^G Aspecto parcial del fresco en que aparecen dos objetos volantes, en el monasterio yugoslavo de Decani. Detalle de una de las cápsulas volantes y tripuladas reproducidas en los muros del monasterio de Decani. ] "Mi Hil mente. Y estaba algo alejado de sus discípulos y brillaba de un modo sin igual. Y los discípulos no veían a Jesús, porque los cegaba la luz que lo envolvia. Y sólo veían los haces de luz. Y éstos no eran iguales entre sí, y la luz no era igual, y se dirigía en varios sentidos, de abajo arriba, y el resplandor de esta luz alcanzaba de la tierra a los cielos. Y los discípulos, viendo aquella luz, sintieron gran turba- ción y gran espanto. Y ocurrió que un gran resplandor lu- minoso llegó sobre Jesús y lo envolvió lentamente. Y Jesús se elevó en el espacio, y los discípulos le miraron hasta que subió al cielo, y todos quedaron silenciosos. Y esto pasó al decimoquinto día del mes de tébéth. Y cuando Jesús hubo ascendido al cielo, después de la hora de tercia, todas las fuerzas de los cielos se turbaron y se agitaron entre si, y todos los eones y todas las regiones, y sus órdenes, y la tierra entera, y sus habitantes, fueron estremecidos. Y los discípulos y todos los hombres se amohinaron, y pensaron que era posible que el mundo fuese a ser destruido. Y to- das las fuerzas del cielo no cejaban en su agitación y se agitaron entre sí desde la hora de tercia de aquel día hasta el de nona del siguiente. Y los emisarios y arcángeles, y todas las potencias de las regiones superiores entonaban himnos, y todos oían sus cánticos, que duraron hasta la hora nona del otro día. Mas los discípulos estaban reunidos y llenos de terror. Y se espantaban de lo que sucedía, y llo- raban, diciendo: “¿Qué ocurrirá? ¿Destruirá el Salvador todas las regiones?” Y hablando así, vertían lágrimas, y a la hora de nona del día siguiente, los cielos se abrieron, y vieron descender a Jesús en medio de un inmenso esplen- dor. Y este esplendor no era igual, sino que se dividía de muchos modos, y unos brillaban más que otros. Y había tres especies que brillaban de diferente forma, y la segun- da estaba sobre la primera, y la tercera era superior a las demás. Y la primera era análoga a la que envolvió a Jesús cuando ascendió al cielo. Y cuando los discipulos vieron tal, quedaron llenos de espanto. Y Jesús, misericordioso y dulce, les habló y dijo: “Tranquilizaos, y no temáis nada.” Y oyendo los discípulos estas palabras, dijeron: “Señor, si tú quitas de ti esa luz deslumbrante, podremos seguir aqui. De otro modo, nuestros ojos cegarán, y por esa luz noso- tros y el mundo entero estamos turbados.” Y Jesús hizo desaparecer aquella luz, y los discípulos, tranquilizados, fueron hacia él, y prosternándose unánimemente, le adora- ron, diciendo: “Maestro, ¿a dónde has ido? ¿A qué te han llamado? ¿Y de dónde proceden todas estas perturba- ciones?”» Ahí quedan los testimonios, los documentos. Tanto en el fenómeno de la resurrección como en el de la ascensión 68 de Jesús a través del aire, pueden apreciarse elementos ex ternos que no apuntan precisamente —como dije al prin cipio— a unos fenómenos sobrenaturales inherentes al pro pio Jesús, sino más bien a unos apoyos externos, proceden tes de arriba, del aire, cuyas intervenciones permiten que la figura y persona de Jesús sean admiradas como divinas por cuantos le rodean, desconocedores por completo de los recursos que puede llegar a ofrecer una elevada tecnología. LAS NUBES DEL ENGANO Vimos en pasajes anteriores, analizando los fenómenos que acompañaron el nacimiento de Jesús, cómo se hacía clara mención de una nube que se posaba sobre la gruta en que tuvo lugar el alumbramiento. Una nube inteligente o inte- ligentemente guiada. Veremos ahora otras nubes inteligen- temente guiadas que aparecen a lo largo de los textos bi- blicos y parabíblicos. En la narración llamada Tránsito de la bienaventurada Virgen María (Transitus Beatae Virginis Mariae), que per- maneció ignorada hasta el año 1854, en que el sabio alemán Euger publicó su texto árabe acompañado de una traduc- ción latina —procedente dicho texto árabe de los manus- critos orientales legados por Scholz a la Biblioteca de Bonn—, aparecen singulares menciones de estas nubes, que asumen aquí la función de vehículos volantes de transpor- te, como veremos a continuación. —. (V, 18-20): «Y todas alababan a Dios, y la Virgen las se- cundó con alegría. Y Pedro les dijo: “Alejaos de ella, por- que veo a los patriarcas.” Y he aquí que Adán, Seth, Sem, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y David, y los demás patriar- cas, y profetas y santos, llegaron sobre una nube y se acer- caron a la bienaventurada Virgen María, y la saludaron expresándole sus loanzas y llamándola bienaventurada. Y ella les devolvió su saludo, y los profetas se dieron a conocer, y ella tuvo gran júbilo. Y vino Enoch, y Elías, y Moisés, y manteniéndose entre el cielo y la tierra en carros de fuego» —al decir «entre el cielo y la tierra», ¿está di- ciéndonos el autor que sabía lo que era la atmósfera, que, efectivamente, separa el espacio cósmico de la tierra? Re- cuerde el lector que idéntica observación hicimos cuando Nu, el triunfador canciller en jefe, afirmaba en el Libro de los muertos egipcio que navegaba «por el firmamento que separa el cielo de la Tierra»—, «esperaban la llegada de Je- 0) sucristo. Y he aquí que doce carros, conducidos por emi- sarios innúmeros, hirieron los ojos con gran gloria y es- plendor, y Cristo Nuestro Señor apareció en forma huma- na, llevado en un carro en cuyo torno iban los serafines y las virtudes». (V, 31-33): «Y pusieron una piedra a la puerta de la ca- verna en que estaba el cuerpo de la Virgen, y permanecie- ron en oración. Y el Espíritu Santo esparció una gran luz que los envolvió, y no podían verse entre sí ni nadie podía verlos tampoco. Y la Virgen sin mancha fue llevada en triunfo al Paraíso sobre carros de fuego. Y una nube elevó a los asistentes y cada cual fue devuelto al lugar de que había venido, y no quedaron más que los discípulos, que es- tuvieron tres días en oración, y que oyeron siempre el cán- tico de los cánticos. Y, estando así reunidos, he aquí que Tomás, uno de los discípulos, llegó sobre una nube. Y el cuerpo de la bienaventurada María iba a hombros de los emisarios, y él gritó que se detuvieran, para obtener la bendición de la Virgen.» (V, 40): «Y Tomás les dijo: “No os aflijáis, hermanos, porque al venir yo de la India en una nube, vi el santo cuerpo, acompañado de multitud de emisarios, con gran gloria, y pedí que me bendijese, y me dio este ceñidor.”» (V, 47): «Y he aquí que sonó entre ellos una voz que decía: “Vuelva a su lugar cada uno de vosotros. Y carros de fuego llegaron sobre nubes, y cada uno fue devuelto 'a su residencia, y los muertos a sus sepulcros.”» Existen también otros textos que igualmente narran el Tránsito de la bienaventurada Virgen María. Por ejemplo, el que en el siglo XIII insertó Vicente de Beauvais en su Speculum historiale, importante obra en latín estampada en 1473 en Estrasburgo por Mentelin, y que apareció en 1495 en París, traducida al francés antiguo por Jean de Vignay. El relato del Tránsito está tomado de un Evangelio apócri- fo antiguo, y ofrece aspectos que no hallamos en los demás relatos conocidos. Así, por ejemplo, en esta versión leemos textualmente: (II, 3): «Y una nube levantó a Juan, y le condujo a la casa en la que se hallaba la Virgen.» (II, 7): «Y he aquí que súbitamente, por mandato de Jesucristo, todos los apóstoles de Dios fueron arrebatados por sendas nubes de los lugares en que predicaban, y pues- tos ante la casa en la que se hallaba María.» Todavía citaré otra versión de este Tránsito de la biena- venturada Virgen María, editada por E. Dulaurier en 1835 en París, formando parte de los Fragments des révélations apocryphes de Barthélemy, una colección de fragmentos de Evangelios apócrifos extraídos de manuscritos coptos. $ 70 Se cita allí (IV, 3): «Y, en este mismo instante, el Señor vino a ella, sobre los carros de los querubines, y precedido de los emisarios.» Otra curiosa referencia a un viaje que goza de transpor- te especial —dada la extraordinaria rapidez, presumible- mente aéreo— la hallamos en el Evangelio del Pseudo-Ma- teo, el mismo que nos refería aquella palmera (mecánica) preparada en el desierto para José y María. Ahora, José se lamenta del terrible bochorno que los asfixia, a lo que Je- sús le ofrece un inmediato remedio (XXII, 1): «“No tengas miedo, José; yo os abreviaré el camino, de manera que lo que habíais de hacer en treinta días lo hagáis en uno solo.” Y, mientras iban diciendo esto, tendieron su vista y empe- zaron a ver ya las montañas y las ciudades de Egipto.» Y ya en Egipto, recordamos a Isaías y éste nos aclara cómo se realizó este viaje relámpago (seguimos en el mismo Evangelio, XXIII): «Entonces tuvo cumplimiento lo que había predicho el profeta Isaías: “He aquí que vendrá el Señor sobre una nube ligera y penetrará en Egipto.”» La teoría de la relatividad, anterior al siglo III Y ya que hablamos de Isaías, no estará de más recordar aquí otro texto apócrifo, el escrito titulado Visión de Isaías, que relata cómo el profeta Isaías duda de la veracidad de su fe en la grandeza del Todopoderoso, por cuya duda es llamado al cielo. Al ver allí la majestad del llamado Crea- dor, Isaías se arrepiente de sus dudas. El emisario que le había conducido al cielo se disponía a acompañarle a la Tierra. «¿Por qué tan pronto?» —suplicó el profeta—. «No llevo más de dos horas aquí.» «Dos horas no, treinta y dos años», rectificó el emisario, advirtiéndole, sin embargo, que estos treinta y dos años no habían transcurrido para él: vuelto a la Tierra tendrá la misma edad que tuvo al partir. Tenemos aquí un ejemplo de aplicación práctica de la teoría de la relatividad. Pero ¿cómo la podía conocer el au- tor del apócrifo, escrito antes del siglo 111 de nuestra era? La pregunta no es capciosa ni ligera. Poco importa que la Iglesia reconozca la autenticidad o no de este texto apócri- fo. Poco importaría incluso en este caso el que Isaías as- cendiera realmente a algún punto externo a la atmósfera terrestre o no. Poco importaría para esta pregunta el que efectivamente realizara este asombroso viaje espacial. Por- que lo que realmente es inquietante en este texto —y que alguien me lo aclare si puede— es cómo un autor que vivió antes del siglo 111 de nuestra era, era capaz de poner un 71 ejemplo práctico de aplicación de la teoría de la relativi- dad formulada por Albert Einstein en nuestros días. Me permito un nuevo paréntesis entre estos divinos ser- vicios de transporte aéreo para presentarle al lector un ejemplo de aplicación del fenómeno conocido por la «con- tracción de Lorentz», ejemplo dado por los sabios france- ses Paul Langevin y François Le Lionais. Explican que en el supuesto de que una cosmonave se alejase de la Tierra a una velocidad algo inferior a la de la luz —por ejemplo, 299 850 km por segundo— y de que sus tripulantes volvie- ran a la Tierra al cabo de dos años, «comprobarían éstos que todos sus contemporáneos han desaparecido y que el curso de la Historia ha avanzado, en la Tierra, doscientos años». «No se trata de un efecto de perspectiva, sino de una alteración real. Todos los fenómenos vitales y menta- les (número .de latidos del corazón o de respiraciones, pe- riodicidad del apetito y del sueño, velocidad en el creci- miento del pelo, duración de los embarazos, etc.) ocupa- rían dos años del tiempo de la astronave y doscientos del tiempo terrestre.» Es el mismo fenómeno que nos trans- mite el autor del apócrifo. ¿Cómo? Ahí queda la incógnita. Algún día será despejada. Nosotros regresamos a nuestras nubes. : Habíamos visto cómo después de su bautismo, Jesús fue señalado como hijo predilecto ante todo el pueblo, por medio de una voz surgida del cielo estando presente el Es- píritu Santo en forma de blanca paloma. Habíamos insi- nuado la identificación de la paloma, figuración del Espíritu Santo, con la aleya del Corán, avistada por Mahoma. Esta sospecha aumenta con una nueva cita del Evangelio de Ma- teo, en el que la paloma —Espíritu Santo— queda identifi- cada con una nube de origen inteligente (17, 1-5): «Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Jaime (Santiago) y Juan, su hermano, y se los llevó a la cima de una montaña alta, completamente solos. Y se transfiguró ante ellos: su cara resplandeció como el Sol y sus vestidos se volvieron blan- cos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías con- versando con él. Pedro le dijo a Jesús: “Señor, qué bien estamos aquí; si quieres, haré aquí tres cabañas, una para ti, una para Moisés y una para Elías.” Aún estaba hablan- do, cuando una nube luminosa los cubrió, y se escuchó una voz que dijo surgiendo de la nube: “Éste es mi hijo, el que- rido, en quien tengo puesta mi complacencia: escuchadle.”» Muchas más nubes surgen una y otra vez de los textos bíblicos. Leemos en Exodo (19, 9): «Yahveh dijo a Moisés: “Acudiré a reunirme contigo dentro de una nube espesa, para que el pueblo pueda darse cuenta de cuando hablo contigo y crea aún más en ti.”» Pero Yahveh advierte del 12 El monasterio de Decani, contruido en la primera mitad del siglo XIV.. La estrella de Belén sigue siendo hoy en día, con todas sus letras, un objeto volante no identificado. | iT || Le | peligro de aproximarse a su «nave» (19, 12): «Además, már- cale al pueblo un límite alrededor (de la montaña) y ad- viérteles: “Guardaos de subir a la montaña y de tocar su base. Quien toque la montaña morirá.”» Y, efectivamente, Yahveh tomó la nube para desplazarse hasta Moisés (19, 16-20): «Al tercer día, de madrugada, hubo encima de la montaña truenos y rayos y una nube espesa, acompañados de un fuerte resonar de trompeta. En el campamento, todo el pueblo temblaba. Moisés hizo salir al pueblo del campa- mento para ir al encuentro de Dios, y se pararon al pie de la montaña. La montaña del Sinaí humeaba toda ella, por- que Yahveh había bajado sobre ella con fuego. El humo iba ascendiendo como el de un horno y toda la montaña tem- blaba. El sonido de la trompeta iba resonando con mayor fuerza. Moisés hablaba y Dios le respondía con un trueno. Entonces Yahveh descendió sobre la montaña del Sinaí, so- bre la cumbre de la montaña. Llamó a Moisés a la cumbre de la montaña, y Moisés subió.» Más adelante (20, 21): «El pueblo se mantenía lejos, mientras Moisés se acercó a la oscuridad en la cual se hallaba Dios.» Y ya su estancia pro- longada dentro de la «nube-nave de Yahveh» (24, 15-18): «Moisés entonces subió a la montaña. Entonces una nube cubrió la montaña, y la gloria de Yahveh se estableció en- cima de la montaña del Sinaí. La nube la cubrió durante seis días, y, al séptimo día, Yahveh llamó a Moisés desde el interior de la nube. El aspecto de la gloria de Yahveh era a los ojos de los israelitas como un fuego abrasador en la cima de la montaña. Moisés penetró en medio de la nube y subió a la montaña, y permaneció en la montaña durante cuarenta días y cuarenta noches.» Un faro en el desierto Las nube-naves de Yahveh —que dejaban atónitos y teme- rosos de Dios a los israelitas, ayudaban a aniquilar enemi- gos (¡menudo dios!), servían de tapadera para numerosas escenas comprometedoras y facilitaban a Yahveh su labor de proselitismo entre los humanos— asumen, cual comodín volante, las más diversas funciones. Famoso es el caso de la columna de luz que precede y marca el camino a los israelitas durante su larga marcha de huida de Egipto (Exodo 13, 21-22): «Yahveh iba cami- nando delante de ellos, de día en una columna de nube para mostrarles el camino, y de noche en una columna de fuego que los iluminaba, para que pudieran caminar día y noche. Ni la columna de nube de día, ni la columna de fue- zo de noche se separaron jamás de delante del pueblo.» 14 Inmediatamente se hace patente la intervención de Yah- veh —que jamás puede ser identificable con la noción de Dios, insisto una vez más— en defensa de los hijos de Is- rael (con la finalidad de que le admiren, teman y estén, por ende, a su servicio), masacrando implacablemente a los egipcios (¿es ésta la bondad infinita que tanto se predica de Dios?). Dejemos que hable la Biblia y nos narre la divi- na barbarie del mar Rojo (Exodo 14, 19-31): «El emisario de Dios, que iba delante de las tropas de Israel, se colocó detrás de las mismas. También la columna de nube, que los precedía, se colocó detrás, de tal manera que se situó entre el campo de los egipcios y el de los israelitas. La nube estaba oscura, y la noche transcurrió sin que unos ni otros se acercaran en toda la noche. Después Moisés exten- dió la mano sobre el mar, Yahveh retiró el mar con un viento de levante muy fuerte toda la noche, y dejó el mar seco, con las aguas partidas en dos. Entonces los israelitas entraron en el mar, sobre el terreno seco, con las aguas como una muralla a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del faraón, carros y con- ductores, entraron detrás de ellos en medio del mar. A la vigilia matutina Yahveh, desde la columna de fuego y de nube, contempló el campo de los egipcios y sembró en él la turbación. Les encalló las ruedas de los carros para ha- cerlos avanzar muy penosamente. Los egipcios exclamaron entonces: “Huyamos de Israel, porque Yahveh lucha a fa- vor de ellos, contra Egipto.” Yahveh le dijo a Moisés: “Ex- tiende la mano sobre el mar, que las aguas vuelvan sobre los egipcios, sobre sus carros y sobre sus conductores.” Moisés extendió la mano sobre el mar, y hacia la mañana el mar regresó a su lugar, y las aguas sorprendieron —aqui el ensañamiento de Yahveh llega a sus cotas máaximas— a los egipcios que huían. Yahveh sumergió así a los egipcios en el mar. Las aguas retornaron y cubrieron a los carros, a los que los ocupaban y a todo el ejército del faraón que los perseguía en el mar. No quedó ni uno. En cambio, los israelitas habían pasado el mar con pie seco, y las aguas los amparaban como un muro a derecha e izquierda. Así, Yahveh salvó aquel día a Israel de las manos de los egip- cios, y vieron a los egipcios muertos en la orilla del mar. Viendo Israel la gran gesta» (!) «que Jahveh había realiza- do contra los egipcios, el pueblo temió a Yahveh y creyó en él y en Moisés, su siervo». Con lo que Yahveh ya había logrado su objetivo primordial: ganarse una deuda de gra- titud permanente de un número importante de criaturas humanas, cuales son los hijos de Israel. Y continúa la protección, recurriendo al terrorismo y A costa de quien sea (Éxodo 23, 20-23 y 27-28): «Yo enviaré ' a Alhi UN) | l a un emisario delante tuyo para que te proteja en el cami- no y te conduzca al lugar que te he preparado. Respétalo y escucha su voz. No te rebeles contra él, ya que mi nombre está en él. En cambio, si escuchas su voz y haces todo lo que te mande, seré enemigo de tus enemigos y adversario de tus adversarios. Sí, mi emisario irá delante tuyo y te llevará hasta los amorreos, los hititas, los fereceos, los ca- naneos, los jeveos y los jebuseos, y los exterminaré.» [...] «Enviaré delante de ti mi terror, llevaré la confusión a todo pueblo por el que pases y haré volver la espalda ante ti a todos tus enemigos. Enviaré el pánico delante tuyo, para que te expulse de delante a los jeveos, a los cananeos y a los hititas.» Dejemos los tertores divinos y regresemos una vez más a su flota aérea. Acabada la obra de construcción del ta- bernáculo (Éxodo 40, 34-38): «Una nube cubrió la tienda - del oráculo, y la gloria de Yahveh llenó el tabernáculo. Moi- sés no podía entrar en la tienda del oráculo porque repo- saba sobre ella la nube, y la gloria de Yahveh había llenado el tabernáculo. En todas las etapas, cuando la nube se si- tuaba encima del tabernáculo, los israelitas partían. Pero si la nube no se colocaba encima, no partían hasta el día en que se elevaba. Porque de día la nube de Yahveh se colocaba encima del tabernáculo y, de noche, había un fuego a la vista de toda la casa de Israel, en todas sus etapas.» E Nos confirma todo este montaje el libro de Números (9, 15-23): «El día en que Moisés erigió el tabernáculo, la nube. cubrió el tabernáculo, la tienda del oráculo; y por la noche había encima del tabernáculo como una aparien- cia de fuego, hasta el amanecer. Así fue siempre: la nube lo cubría de día, y de noche, una apariencia de fuego. En cuanto se alzaba la nube de encima del tabernáculo, inme- diatamente los israelitas partían, y en el lugar en el que se posaba la nube, allí acampaban. A la orden de Yahveh, los israelitas partían, y a la orden de Yahveh acampaban. Si la nube se detenía durante mucho tiempo encima del tabernáculo, los israelitas observaban el precepto de Yah- veh y no partían. Y si la nube permanecía algunos días en- cima del tabernáculo, a la orden de Yahveh acampaban y a la orden de Yahveh partían. Si la nube permanecía del anochecer hasta la mañana, cuando por la mañana la nube se elevaba, partían; o bien, si después de un día y de una noche la nube se elevaba, entonces partían. Si se detenía dos días, o un mes, o un año, mientras la nube reposaba encima del tabernáculo, los israelitas acampaban y no par- tían; pero, cuando se elevaba, partían. A la orden de Yah- veh acampaban y a la orden de Yahveh partían. Observa- 16 ron el precepto de Yahveh, según la orden de Yahveh trans- iti or Moisés.» | o 11-13): «El año segundo, el día veinte, la nube se alzó de encima del tabernáculo del testimonio. Los israeli- tas fueron marchando por etapas del desierto del Sinaí, y la nube se paró en el desierto de Faran. Por vez primera, partieron por orden de Yahveh transmitida por Moisés.» (10, 33-34): «Partieron, pues, de la montaña de Yahveh e hicieron tres días de camino. El arca de la alianza de Yah- veh les precedía tres días de camino, para buscarles un lugar de reposo. De día, la nube de Yahveh planeaba enci- ma de ellos, cada vez que levantaban el campamento» (11, 25): «Yahveh bajó dentro de una nube y le habló. Después tomó del mismo espíritu que estaba encima de él y lo puso encima de los setenta ancianos. Cuando el espi- ritu reposó encima de ellos, profetizaron; pero esto no vol- jó a repetirse.» me lets, en Haserot, cuando María y Aharon se quejan contra Moisés, Yahveh muestra su tecnología, su poder y su ira (12, 4-10): «Yahveh les dijo acto seguido a Moisés, a Aharon y a María: “Acudid los tres a la tienda del oráculo.” Y los tres fueron. Entonces Yahveh descendió en la columna de nube, se colocó a la entrada de la tienda y llamó a Aharon y a María. Y los dos salieron. Y les dijo: “Escuchad mis palabras: si entre vosotros dos hubiera un profeta de Yahveh, me mostraría a él en visión, le hablaría en sueños. No sucede así con mi siervo Moisés; él es el hombre de confianza de toda mi casa. Yo le hablo cara a cara, en visión y no en enigmas; él contempla la imagen de Yahveh. ¿Por qué, entonces, habéis osado hablar contra mi siervo Moisés?” Y la ira de Yahveh se enardeció contra ellos. Se marchó, y la nube se retiró de encima del taber- náculo. Entonces María apareció cubierta de lepra como de nieve. Aharon se volvió hacia ella: se había vuelto le- a.» W ji asistimos a otro acto de tiranía y opresión del bon- dadoso dios de la Biblia (Números 14, 10-13): «Entonces la gloria de Yahveh se apareció sobre la tienda del oráculo a todos los israelitas. Yahveh le dijo a Moisés: “¿Hasta cuándo me menospreciará este pueblo? ¿Hasta cuándo no creerá en mí, a pesar de todos los prodigios que hice entre ellos? Lo atacaré con la peste, lo desharé.” —parecen pala- bras de Ronald Reagan o de Hitler, más que de un dios— “Y haré de ti y de la casa de tu padre una nación más gran- de y más poderosa que ellos.” Moisés respondió a Yahveh: “Pero los egipcios saben que por vuestra potencia hicisteis salir a este pueblo de en medio de ellos. Y todos los habi- tantes de aquel país han oído decir que tu, Yahveh, estás 71 en medio de este pueblo, que te le apareces cara a cara, que tu nube se sitúa sobre ellos y que tú marchas delante de ellos en una columna de nube, de día, y en una colum- na de fuego, de noche.”» Y continúa el carácter beligerante de este supuesto su- premo hacedor y creador, que cada vez más se nos aparece como un dictador cósmico que dispone de un considerable potencial tecnológico, y que con una finalidad concreta está intentando ganarse la confianza y el servicio de determina- do sector de la raza humana. Así, leemos en Salmos 68, 18: «Los carros de Dios son miríadas; viene entre ellos el Señor del Sinaí al Santuario.» Y en Isaías 13, 3-5: «“Soy yo que he dado órdenes, por mi ira, a mis santos guerreros; he llamado también a mis valientes, mis arrogantes triunfadores.” ¡Escucha! Un tu- multo sobre las montañas. ¡Escucha! Un movimiento de reinos, de extranjeros aliados: es Yahveh de los ejércitos que pasa revista al ejército para la batalla. Vienen de un pais lejano, del extremo del cielo, Yahveh y los instrumen- tos de su cólera, para asolar toda la tierra.» Mucho más adelante (Isaías 66, 15-16): «Porque, he aquí que Yahveh vendrá en el fuego, y sus carros serán como el torbellino, para saldar con el incendio su ira, y sus ame- nazas con llamas de fuego. Ya que Yahveh hará justicia de toda la tierra con el fuego, y de todos los humanos con su espada. ¡Numerosas serán las víctimas de Yahveh!» También el Libro de Enoch, mencionado en relación con el nacimiento de gigantes producto del cruce de mujeres terrestres con emisarios extraterrestres, nos habla de estos volantes carros bélicos (LVII, 1-3): «Y llegó, tras eso, que vi otro ejército de carros, sobre los que había hombres montados; y ellos iban, sobre los vientos, de oriente y de occidente hasta el mediodía. Se oía el rodar de sus carros, y cuando ese tumulto se produjo, los santos se apercibie- ron del cielo, la columna de la tierra fue echada abajo de su base y se oyó de una extremidad del cielo a la otra du- rante un día. Y todos ellos (los santos) se prosternaron y adoraron al Señor de los espíritus.» Dice este párrafo que los hombres montaban sobre ca- rros y que iban sobre los vientos. Carros voladores. Como el que elevó al cielo al propio Enoch (LXX, 2): «Y fue ele- vado sobre el carro del viento, y el nombre [de Enoch] desapareció de entre ellos [de los que habitan sobre el árido ].» Y otros enfrentamientos aéreos nos relatan los textos bíblicos. Como por ejemplo el que leemos en Macabeos II (5, 14): «Por esta misma época, Antíoco envió la segunda expedición contra Egipto. Por toda la ciudad —se refiere a a ¿Fue semejante a ésta la visión bíblica de la «gloria de Yahveh»? ¿Cómo pudo el profeta Isaías conocer en la práctica la aplicación de la teoría de la relatividad formulada en nuestros días por Albert Einstein? "i iil ii | Jerusalén— durante cuarenta días se vieron unos caballe- ros que corrían por el aire, vestidos con túnicas doradas; y escuadrones armados, formando regimientos, que desenval- naban espadas; y compañías de caballos bien alineados, ataques y carreras de un lado a otro, movimientos de escu- dos, multitud de lanzas, lanzamiento de dardos, brillar de los ornamentos de oro, corazas de todo tipo. Al ver esto, todos rezaron para que la aparición fuera de buen augurio.» LAS BOMBAS DE DIOS Bien conocido es también el pasaje que refiere la destruc- ción de Sodoma y Gomorra, en el que se conjugan los fac- tores de venganza, de protección a una familia concreta, de aviso previo por parte de los emisarios celestes del in- minente arrasamiento total, de ataque aéreo y de una po- sible cuenta atrás, ya que Lot y su familia disponen de un plazo muy breve e improrrogable para abandonar la ciudad a fin de salvar sus vidas. La hipótesis que algunos estudio- sos apuntan, en el sentido de que se produjo allí una au- téntica explosión nuclear, nace del hecho de que la mujer de Lot, haciendo caso omiso de la expresa advertencia que en tal sentido les hicieran los emisarios, se vuelve durante su huida para contemplar la destrucción, momento en el que queda instantáneamente convertida en una columna de sal. Pero vayamos al texto bíblico (Génesis 19, 1-29): «Cuan- do los dos emisarios llegaron por la tarde a Sodoma, Lot estaba sentado a la puerta de la población. En cuanto los vio, se levantó para salir a su encuentro, se prosternó de cara al suelo y dijo: “Por favor, señores míos, venid a casa de vuestro siervo para pasar la noche y lavaros los pies.”» Los dos emisarios en un primer momento se niegan adu- ciendo que dormirán en la plaza, pero a los ruegos insis- tentes de Lot aceptan y entran en su casa. Al poco rato los hombres de Sodoma llaman a Lot y le exigen que les en- tregue a los dos forasteros. Ya fuera de su casa, Lot se nie- ga a ello, ofreciéndoles a cambio a sus dos hijas, que aún no conocieron varón. Esto enoja aún más al gentío, que la emprende a empujones con Lot y se dispone a hundir la puerta de su casa. En cuyo momento intervienen los dos emisarios, asiendo a Lot y metiéndolo en casa, al tiempo que «hirieron de ceguera a los hombres que habían perma- necido fuera de la entrada de la casa, de forma que no pu- dieron llegar a hallar la entrada. Los hombres» —es éste 80 uno de los casos en que el texto bíblico denota que los ermi sarios (ángeles) que proceden de las alturas pueden ssi absolutamente semejantes a nosotros, ya que sin más los llama hombres— «dijeron a Lot: “¿Quién te queda aún aquí? A tus hijos y a tus hijas, hazlos salir de este lugar, al igual que todo lo que aún tienes en la población, ya que vamos a destruir este lugar: grande es el clamor contra ellos en la presencia de Yahveh, y Yahveh nos ha enviado para exterminarlos.”» [...] «Al despuntar el alba, los emi sarios instaron a Lot: “Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que están aquí, no sea caso de que murieras por la maldad de la ciudad.” Y dado que se hacía el remolón, los hombres lo tomaron de la mano, así como también a su mujer y a sus dos hijas, por compasión de Yahveh ha- cia él, le hicieron salir y lo dejaron fuera de la ciudad. Mientras lo sacaban, dijeron: “¡Sálvate, por tu vida! No se te ocurra mirar hacia atrás ni te entretengas en ningún lugar de la llanura. ¡Sálvate en la montaña, no fuera caso de que murieras!”» Lot les agradece la deferencia, pero argumenta que no logrará llegar a tiempo a la montaña. Les pide que le dejen refugiarse en la más cercana pobla- ción de Segor, y que eviten destruirla. Acceden a ello los dos emisarios, pero uno le insta: «Sálvate, rápido, ya que no puedo hacer nada por ti antes de que llegues.» Instan- tes después, «el sol salía sobre la tierra, y Lot llegaba a Segor, cuando Yahveh hizo llover sobre Sodoma y Gomo- rra azufre y fuego que venían de Yahveh desde el cielo. Y destruyó estas ciudades y toda la llanura con todos los habitantes de las ciudades y las plantas de la tierra. La mu- jer de Lot miró hacia atrás, y se convirtió en una columna de sal. Abraham fue muy de mañana al lugar en que había estado en presencia de Yahveh. Miró hacia Sodoma y Go- morra y toda la llanura, y vio la humareda de la tierra que subía como la humareda de un horno». LA NAVE QUE VIO EZEQUIEL LI fenómeno OVNI y los contactos de seres humanos con seres inteligentes no terrestres no constituyen hechos ca- racterísticos de nuestro siglo XX, sino que han venido acom- pañando —como estamos viendo a lo largo de estas pági- nas— al hombre durante toda su historia. Todo parece in- dicar que OVNIs e inteligencias extraterrestres estuvieron 81 e Interpretación Se trata, evidentemente, del relato del descenso de un apa- rato volante que se dirige hasta el lugar en que se halla Ezequiel, se detiene allí junto a él, momento en el que uno de sus tripulantes (o acaso el único) se dirige al profeta para entablar una conversación. Creo preciso efectuar aún unos cuantos comentarios a algunos de los pasajes de esta narración bíblica. Al afirmar el testigo que cuatro animales emergen del conjunto de la visión, en ningún momento alude a que es- tos animales se separan del mismo, sino únicamente que surgen de él. Podría entonces tratarse del tren de aterri- zaje que despliega el aparato al aproximarse a tierra. Ello explicaría la interpretación de animales por parte de Eze- quiel. Como todo ciudadano de su época, no había tenido en su vida ocasión de contemplar un aparato automático. Imaginémosle, pues, viendo un aparato del que, sin mediar intervención humana, surgen de repente cuatro «artefac- tos» móviles (tren de aterrizaje). Al desplegarse éste, el profeta cree ver, inevitablemente, seres animados, seres vi- vos, que se mueven por si solos, y al adoptar éstos forma vertical, que es la que asume el hombre, los compara a una «Semejanza» de animales, de forma vagamente humana. Por otra parte, Ezequiel únicamente conoce la tracción animal para cualquier tipo de vehículo, rudimentario o no. Al in- terpretar la visión que tuvo como vehiculo de Yahveh, como carro de Yahveh, el tren de aterrizaje del mismo, o sea las «patas», a las que están adosadas las ruedas que mueven al «carro», se convierten automáticamente para él en los «animales» que tiran del carro. Y, por cierto, tanto en este ejemplo como en otros que ya vimos, ¿para qué necesita- ba Dios un carro, un vehículo? Es algo que no concuerda en absoluto con la idea adquirida de la omnipotencia de un hipotético Ser Supremo. Los cuatro animales tenían la misma semejanza, nos dice el profeta, lo cual no deja de ser lógico teniendo en cuenta que las cuatro patas de un mismo tren de aterri- zaje pueden perfectamente ser idénticas. En cuanto a las cuatro caras, pueden ser expresión del poder de Yahveh. Asi, la cara humana es símbolo de inteli- gencia, la del león simbolo de majestad, la del toro de vi- gor y fuerza natural y la del águila de velocidad y facultad de vuelo. Se nos dice de los cuatro animales que «sus pies eran un pie recto». Lo cual confirma que cada pata del tren de aterrizaje terminaba en su parte inferior en un tubo. Tam- bién se nos dice que la planta del pie era como la planta $4 del pie de un becerro. Algunos estudiosos prefieren leer, en la voz original, redonda en vez de becerro; «...y la planta de sus pies era redonda» —¿ estamos descubriendo elemen- tos mecánicos en los supuestos animales? Así parece ser. Además, los pies «centelleaban como el fulgor del cobre pulido»—, muy metálicos debían de ser esos ples.. Los animales no se giraban cuando caminaban, se nos dice, lo que se justifica cuando los consideramos como pie- zas integrantes de un todo que se mueve precisamente como unidad global, y no por piezas individuales. Las cua- tro patas iban hacia delante al unísono, al tiempo que avan- zaba todo el aparato. También dice Ezequiel que los animales iban hacia don- de les impelía el espíritu: ¿hacia donde los guiaba una in- teligencia, hacia donde los conducía un tripulante, un piloto? Más adelante se habla de una «semejanza» de carbones de fuego, de antorchas que circulaban entre los animales. Podemos interpretar aquí la tobera del motor de descenso y frenado. No está claro si las ruedas se encontraban debajo o junto a cada «animal», pero es cuestión de menos tras- cendencia para nuestro caso. Lo importante es que se tra- laba de unas ruedas de tal disposición (una dentro de otra, cortándose en ángulo recto) que podían desplazarse y desplazar el conjunto del aparato sin necesidad de girar, únicamente rodando en la dirección deseada. El tren de aterrizaje se componía, pues, de las «patas» de aterrizaje propiamente dichas, y de unas ruedas que facilitaban el desplazamiento del aparato por tierra, en cualquier direc- ción, sin necesidad de giro previo. Por otra parte, no se habla necesariamente de la altura de las ruedas, ya que la voz hebrea para altura es tan parecida a la voz correspon- diente a llantas, que muy bien podría tratarse de una trans- cripción defectuosa de esta última, con lo que acaso el texto original sería: «...y miré, y he aquí que sus llantas estaban llenas...» Los «ojos» que se mencionan podrían ser ventosas u otro sistema de agarre de las ruedas a tierra, que las hicie- ra aptas para «todo terreno». Ateniéndonos al modelo que estamos describiendo, re- sulta lógico que las ruedas caminasen junto a los «anima- les» cuando caminaban éstos, y que cuando éstos se levan- taban del suelo se levantasen las ruedas con ellos, «ya que el mismo espíritu estaba en las ruedas». Ezequiel nos dice, pues, que el mismo espíritu, la misma inteligencia que ha- cia desplegar el tren de aterrizaje [los animales], movía también las ruedas. BA Es lógico si pensamos en un tripulante, en un piloto que maneja todo el aparato. A continuación se nos describe la «caja» propiamente dicha de la «nave»: un gran cuerpo esférico o semiesférico asentado sobre los cuatro «animales». En cuanto a las alas, éstas pueden representar el siste- ma de sujeción, de tubos y árboles de transmisión de cada «pata» del tren de aterrizaje, respondiendo la interpreta- ción de alas a la facultad de elevación del conjunto. En lo que respecta al murmullo que se oye mientras los «anima- les» —y con ellos las ruedas y todo el conjunto— avanzan, y al hecho de que las alas aflojasen en cuanto el conjunto se paraba, se explica si tenemos en cuenta lo dicho de que las «alas» son en realidad el sistema de transmisiones del tren de aterrizaje, sistema que produce ruido mientras está en funcionamiento, mientras avanza, y que «afloja», o sea, deja de producir ruido y deja de moverse en el instante mismo en que el aparato se detiene. El resto es bastante revelador. Se trata a mi entender de la escotilla superior de la nave, de la que emerge el (un) tripulante, iluminado desde abajo por el resplandor que surge del interior de la cabina. Cabe la posibilidad de una sobreiluminación expresa, a fin de causar una mayor im- presión en el espectador terrestre, humano. Ezequiel parece encontrarse en un apuro a la hora de redactar los últimos versículos del primer capítulo de su libro. Se produce una situación embarazosa y comprome- tida al no saber cómo conjugar y explicar al mundo la figu- ra de un ser tan humano en medio de lo que debería ser una manifestación extremadamente sobrenatural. Yahveh deja de ser algo sublime para convertirse en «una seme- janza como la apariencia de un hombre» —obsérvese el continuo recurso a «parecidos», «semejanzas», «aparien- cias», que denotan el esfuerzo de evitar un contraste exce- sivamente brusco entre la idea de un ser divino y la figura excesivamente humana que Ezequiel está viendo—. Al final, la voz de Yahveh se reduce a «la voz de uno que hablaba». La voz de un tripulante de la nave. Acabamos de ver y de interpretar someramente el pri- mer capítulo del libro de Ezequiel. Dije ya que se trataba de uno de los pasajes bíblicos que más extensamente alude al contacto inmediato del ser humano con una máquina volante —lógicamente en aquella época no terrestre— y con su(s) tripulante(s). De ahí que me extienda en su aná- lisis, aportando aun la autorizada opinión de un destacado ingeniero de la agencia espacial norteamericana, NASA. 86 ¿Qué seres planificaron desde esta perspectiva la larga huida de Moisés a través de la península del Sinaí? Hoy en día no solamente los supuestos dioses, sino el mismo hombre está en situación de repetir la jugada. Restos de una embarcación fotografiados en 1960 por el mayor Kurtis de la aviación turca en el monte Ararat, y que para algunos investigadores podrían ser los vestigios del arca de Noé. | Wi | i =- Análisis aeronáutico El estudio más serio y autorizado de cuantos se han efec- tuado del fenómeno observado por Ezequiel es indudable- mente el que llevó a cabo Josef F. Blumrich, una recono- cida autoridad científica en el campo del diseño de naves espaciales: nacido en 1913 en Austria, Blumrich emigró en 1959 a Estados Unidos para trabajar en la construcción de cohetes. A su ingreso en la NASA dirigió un equipo espe- cializado en la investigación y estudio de construcciones. Luego fue el ingeniero jefe responsable de la Oficina de Construcción de Proyectos. En 1972 se le concedió la me- dalla para Servicios Excepcionales de la NASA. Blumrich, con declarado ánimo de crítica, tuvo años atrás el firme propósito de rebatir definitivamente la posi- bilidad de visitas extraterrestres a nuestro planeta. Pero a lo largo de su labor de documentación para dicho fin, co- menzó a picarle la curiosidad, comenzó a vacilar, y no re- sistió la tentación de analizar, con el bagaje de sus conoci- mientos, con su aval de —repito— ingeniero jefe de la Oficina de Construcción de Proyectos de la NASA, la ver- sión que de su visión nos legó Ezequiel. El resultado de sus investigaciones fue no sólo la afirmación rotunda y ca- tegórica de que Ezequiel vio efectivamente una nave espa- cial, sino la descripción total y compleja de la misma. Afir- ma que encontró todos los elementos para la rediseñación del aparato, en los textos bíblicos. Su exposición y sus cálculos son complejos, profundos, exhaustivamente trabajados y fundamentados. Aquí, en este espacio, sólo reflejaré en forma muy resumida su des- cripción de la estructura del aparato visto y descrito por Ezequiel. Lo importante es la realidad de que un alto di- rectivo científico de la NASA se atreva a publicar sin titu- beos que el estado actual de la tecnología permite recons- truir pieza por pieza el aparato volante descrito en los textos bíblicos, y “afirmar su procedencia extraterrestre. Puntualicemos que la interpretación técnica de los tex- tos de Ezequiel es posible desde que, en diciembre de 1964, el ingeniero Roger A. Anderson, directivo del Centro de Investigaciones Langley de la NASA, publicara su estudio Structures Technology, en el que describía la forma por él desarrollada de un cuerpo volante destinado a la entrada en la atmósfera planetaria. Es la misma forma que volve- mos a encontrar en el cuerpo principal de la cosmonave de Ezequiel. Parece evidente —por sus características— que lo que el profeta vio fue un módulo de aterrizaje, con punto de partida y retorno a una nave-nodriza aparcada en órbita 88 terrestre. No hay naturalmente referencias a ella en el tex- to bíblico, dado que el testigo no la ve. El análisis de Blum- rich se limita, en consecuencia, únicamente a lo visto y des- crito por Ezequiel: el módulo de aterrizaje. Este módulo consta de tres sistemas: a) el cuerpo prin- cipal (semiesférico en su mitad superior, en punta de peonza en la inferior); b) los cuatro helicópteros que le sirven de soporte (4 «patas»), y c) la cápsula de la tripula- ción, situada en la parte superior del cuerpo principal. a) EL CUERPO PRINCIPAL. La influencia primaria sobre la forma la ejercen exigencias aerodinámicas. El vuelo del espacio a la Tierra, a través del aire, comienza con un ve- locidad de unos 34000 km/h. Hasta su toma de contacto con la Tierra esta enorme velocidad debe reducirse a cero. A esta reducción contribuye en gran manera la parte infe- rior cuasicónica de la nave. En la caída, la punta de la parte inferior marcará, por lo tanto, la dirección de vuelo. La nave desciende a lo largo de su eje principal vertical. Condicio- nes inversas rigen para el ascenso: se efectúa a lo largo del eje principal hacia arriba, con lo que la parte superior de la nave se convierte en su parte frontal. Si para el aterri- zaje se requiere una marcada resistencia del aire, rige lo contrario para el ascenso. La resistencia de la parte supe- rior queda marcadamente influida por las regiones exter- nas. La redondez exterior puede pasar dinámicamente al perfil cóncavo de la parte inferior, ya que también para éste es preferible un borde redondeado a un canto agudo. Las condiciones del borde de ambos perfiles son, por con- siguiente, las mismas y posibilitan una conexión lógica en- tre dos cuerpos de perfiles aerodinámicos extremadamente distintos. La idea de una formación semejante a la parte cuasicó- nica inferior descrita, fue desarrollada y publicada por An- derson en diciembre de 1964. Aparte de una alta resistencia del aire se exigía un peso muy reducido. Ambos problemas fueron brillantemente resueltos. El perfil cóncavo apunta hacia una reducción del peso. En efecto, con una correcta elección de este perfil, en la superficie de la construcción se originan únicamente esfuerzos de tracción: puede cons- truirse, por lo tanto, con un mínimo de entibos empleando chapas extremadamente delgadas. Las ventajas de esta formación son extraordinarias. Para vuelos dentro de la atmósfera la nave precisa cuatro heli- cópteros. El perfil cóncavo de la parte inferior es ideal para ello. Los helicópteros pueden contar con un máximo de separación entre sí, y es posible incluso plegar las hélices, en el mismo hueco de la concavidad, hacia arriba. En tal 89 disposición, el cuerpo principal queda situado entre los he- licópteros. Con esta solución, la altura total de la nave es- pacial queda reducida al mínimo, y el centro de gravedad global queda situado en un punto de localización idealmen- te bajo. Para la misión que a todas luces debía desempeñar la nave descrita por Ezequiel, su forma es innegablemen- te la solución ideal. Presentada esta forma externa del cuerpo principal, ve- remos ahora la propulsión por reacción (que consta de reactor, tobera de cuello anular y radiador), tanque de com- bustible, propulsión central para los cuatro helicópteros, y otras instalaciones, tales como el sistema de climatización y el de relicuefacción para el combustible. Así como la forma de la parte inferior había sido la cla- ve para la reconstrucción, el reactor es el factor esencial para una realización efectiva. Se encuentra en la parte más baja del cuerpo principal. En el reactor se halla la motiva- ción de por qué actualmente no somos capaces aún de cons- truir un aparato volante similar. Para comprender esto debemos tener en cuenta una de las magnitudes características de la calculación en cohete- ría: el impulso específico ls». En la definición usual, este valor indica cuántos kg de empuje desarrolla el motor por cada kg de combustible consumido por segundo. Se dedu- ce que se consume tanto menos combustible, para un de- terminado empuje, cuanto más alto es el valor Is. Resulta que el peso del combustible representa con mucho la ma- yor parte del peso total; de ahí la enorme importancia que tiene toda reducción del peso del combustible. He aquí, simplificado, el significado del impulso específico. Puede ocurrir que un valor I» dado conduzca a pesos y dimensiones que hagan imposible la realización del pro- yecto. En tal caso es necesario buscar motores con impul- so específico más elevado. En esta situación nos hallamos en relación con la nave espacial avistada por Ezequiel. Nuestros motores químicos actuales utilizan oxígeno puro o un portador de oxígeno en combinación con un com- bustible para lograr altas temperaturas de combustión. Se- gún los combustibles empleados, estos motores alcanzan hoy valores I de hasta más de 400 seg (la dimensión sim- plificada segundo se establece cuando —en correspondencia con la definición del l,,— se divide «kg» por «kg por segun- do»). Con los reactores, este valor alcanza, debido a sus mayores temperaturas, magnitudes de hasta 900 seg. Pero según los análisis efectuados, la nave de Ezequiel es posi- ble únicamente cuando se disponen de valores I» de 2000 seg o más. Éste es el motivo por el cual actualmente 90 no somos capaces todavía de construir una nave igual. Po- demos, sin embargo, estar ahí dentro de pocos decenios. Todo depende de la intensidad de los medios económicos de que se dispongan para su desarrollo. Estas considera- ciones nos sitúan en una relación nueva y mucho más cer- cana con la nave bíblica. En la forma de la parte inferior de la nave hemos reco- nocido una reciente creación de nuestra propia época. Los más recientes adelantos en el campo de los materiales nos aseguran para el futuro considerables reducciones de peso. Podemos, por lo tanto, enjuiciar la confección de semejan- te nave espacial, ya que hoy podemos construirla, con ex- cepción del reactor. A una altura aproximadamente igual que la del reactor se halla en la parte externa la tobera de cuello anular. En principio está construida como cualquier otro motor de cohete. La diferencia consiste esencialmente en su disposición. Los motores convencionales ofrecen una sección circu- lar. La construcción de la tobera de cuello anular se basa en la idea de trocar la sección circular por una sección anu- lar. Con ello aumenta ciertamente el diámetro del motor, pero se logra una reducción radical de su longitud. Se re- duce con ello considerablemente la altura total de la nave. Como además se puede adaptar el diámetro de la tobera al de la construcción principal, resultan nuevas simplifica- ciones y reducciones de peso. Por encima de la tobera está enclavado el radiador. Es muy difícil calibrar su tamaño, o sea la superficie que ocu- pa, ya que de hecho no conocemos ni el reactor ni un posi- ble sistema supletorio de refrigeración. Pero no cabe duda de que para el radiador se requiere una superficie muy considerable. En consecuencia, el radiador ofrecerá una notoria expansión hacia arriba, y formará una parte de la superficie aerodinámica. Por otra parte, podemos calibrar con bastante seguri- dad las temperaturas a las que trabaja el radiador. Consi- deraciones básicas sobre propiedades de los materiales, nos permiten calcularlas entre los 1000 y los 1300 *C. Esto es importante porque demuestra que el radiador permanece en estado incandescente durante su funcionamiento. Y aprovecho estos últimos datos para permitirme un interesante inciso para aquellos que quieran y sepan leer- lo, recordándoles que Fulcanelli, en su Misterio de las ca- tedrales, nos describe entre otros los motivos esculpidos en el pórtico del Salvador de la catedral de Amiens. El deno- minado «fuego de rueda» se refiere, en opinión de Jour- dain y Duval, de Ruskin, del abate Roze y de Georges Du- rant, a la profecía de Ezequiel, y concretamente a su vi. 91 sión de las ruedas. Junto a este motivo está el de la «cocción filosófica». «La iglesia es más bien un atanor que parece descansar sobre cuatro pies», escribe Fulcanelli —que como Niclaus Flamel, es un alquimista fundamentalmente distinto a los demás—, quien pocas líneas más adelante afirma que «el motivo de Amiens es fruto del simbolismo hermético y re- presenta la cocción, así como el aparato ad hoc» y, luego, lo que más nos interesa aquí: «se hace necesario mantener una temperatura próxima a los 1 200°C» (!). Amiens se re- fiere a la visión de Ezequiel. Josef F. Blumrich también, y da precisamente para el radiador de la nave de Ezequiel una temperatura de 1 000-1300 *C (!). Pero caeríamos en el hermetismo. Dejémoslo. Como hemos visto hasta ahora, la parte inferior de la nave espacial está expuesta —hasta una distancia presun- tamente considerable de la «punta»— durante el funciona- miento del reactor y de la tobera a temperaturas altas. La misma región soporta temperaturas similares durante el vuelo de frenado a través de la atmósfera. Pero entonces no está en funcionamiento el reactor, por lo que las super- ficies correspondientes no se ven afectadas por el calor del reactor ni de la tobera, pudiendo así absorber el del vuelo de frenado. Esta doble función de una de las partes más complicadas del aparato es muy importante para su mane- jo y rentabilidad. Su disposición es un verdadero prodigio. Lo más cerca posible por encima del reactor se halla el tanque de combustible. La amplitud del espacio interme- dio queda determinada por instalaciones necesarias entre el tanque y el reactor: la válvula principal en el conducto del combustible, la turbobomba y el escudo protector de las radiaciones. La válvula retiene el combustible en el tan- que mientras el reactor permanece inactivo, abriéndose cuando entra en funcionamiento. Entonces la turbobomba lanza combustible en la cantidad y con la presión precisas al reactor. El escudo protector se encarga de proteger a la tripulación, en la cabina, de las radiaciones perjudiciales del reactor. El escudo debe ser especialmente grueso en la dirección en que las radiaciones pueden alcanzar a la cabi- na, pudiendo ser más delgado y, por lo tanto, ligero en las demás direcciones, en que raramente se encontrará un tri- pulante, y si lo hace, será por breve tiempo. El tanque de combustible ocupa la mayor parte del volumen de la nave espacial. Comienza por encima del reactor y llega más allá de la cota del diámetro máximo del cuerpo principal hacia arriba. Su contorno se adapta esencialmente al perfil cón- cavo del lado externo. Entre éste y el tanque se hace im- prescindible una separación para albergar el armazón, las 92 Representación técnica de la nave vista por Ezequiel, en interpretación del ingeniero de la NASA Josef F. Blumrich. Detalle de la «rueda en rueda» descrita por Ezequiel y desarrollada y posteriormente patentada por el ingeniero Josef F. Blumrich, de la NASA. tuberías, cables y material aislante. La parte superior del tanque tiene una superficie considerable, que haría muy poco práctica una sección convencional elíptica. Podemos suponer con absoluta seguridad que se empleó una cons- trucción especial. Como carburante se emplea hidrógeno líquido, que tiene un punto de ebullición de —253 °C. Hoy existen ya sistemas aislantes que permiten la conservación de una temperatura tan extremadamente baja. También cabe la posibilidad de ue el recipiente contuviera una mezcla de hidrógeno líqui- do e hidrógeno helado. El último de los sistemas vitales que alberga el cuerpo principal es el motor central para los cuatro helicópteros. Constituye éste otra exquisitez más en el diseño de la nave espacial: una sola fuente de energía abastece a dos benefi- ciarios distintos. Resulta que los helicópteros y el motor del cohete no están nunca simultáneamente en funciona- miento a pleno rendimiento, por lo que la energía del reac- tor puede emplearse alternativamente para uno u otro motor. El principio auténtico por el que se rige el propulsor central no se puede determinar con precisión, pero se basa indudablemente en la transformación de la energía térmica del reactor en energía eléctrica, que a su vez se aplica al movimiento mecánico rotativo de los rotores. Puede presumirse una instalación que consta de turbo- generador, electromotores y engranajes. La transformación directa del calor en electricidad da, en el actual estado de nuestros conocimientos, instalaciones más pesadas; pero es de presumir que un tiempo de desarrollo suficiente hará posible en el futuro una solución que reduzca este peso. La supuesta instalación trabaja de la siguiente manera: la energía térmica del reactor acciona, mediante la evapo- ración de un medio no definido, la turbina; el generador acoplado a ella proporciona la energía eléctrica, que por medio de cables se transmite a unos electromotores que accionan los engranajes de los helicópteros. El vapor se condensa tras abandonar la turbina; el medio líquido que se obtiene se inyecta mediante una bomba en un recipien- te, a partir del cual puede volver a iniciar su recorrido. Para la condensación puede haber un radiador instalado en la parte superior de la nave espacial, como también es posi- ble que se aproveche para este fin la baja temperatura del hidrógeno. La obtención de energía y la condensación trabajan en circuitos cerrados: aparte de fugas mínimas en el sistema hermético, no se pierden ni el medio mencionado ni el hi- drógeno. Esta deducción es muy significativa, ya que nos 94 muestra que la nave dispone, dentro de la atmósfera te- rrestre, de un plazo de vuelo ilimitado, b) LoS HELICÓPTEROS. Lo más notable de estos siste- mas tan vitales para la misión de la nave espacial es la ab- soluta ausencia de detalles no familiares: en toda su cons- trucción no encontramos nada que esté fuera de nuestros conocimientos y posibilidades actuales. La posición de la horizontal de los rotores en relación con el cuerpo princi- pal requiere una construcción de enlace en forma de co- lumna, entre el punto de sujeción en el borde exterior del cuerpo principal y el helicóptero. Las cuatro unidades se revelan además como los elementos naturales para el apo- yo de la nave sobre el suelo. Si bien las patas de aterrizaje y las ruedas se hallan a considerable distancia por debajo del plano de los rotores. Debe haber, por lo tanto, otra instalación de soporte entre el plano de los rotores y las ruedas. Esta instalación ofrece una posibilidad ideal para el emplazamiento de cohetes direccionales y de sus corres- pondientes tanques de combustible. En la parte inferior queda además un hueco para la rueda retráctil. Los estu- dios realizados han demostrado que los cohetes direcciona- les han sido aplicados al lado del cilindro que da al cuerpo principal de la nave. Además se hallan adosados al cilindro unos brazos mecánicos teledirigidos. El rotor consta de cuatro paletas, que en estado de re- poso pueden plegarse por pares hacia arriba y abajo. Este reparto en principio no complicado, pero sí un tanto espe- cial de las paletas en estado de reposo, evoca la pregunta por su fundamento técnico. Una parte de la respuesta re- sulta de la posición de los helicópteros durante el vuelo de frenado: las paletas del rotor no plegadas, especialmente las dirigidas hacia afuera, estarían expuestas a fuérzas de alre desmesuradamente violentas. La solución de un plega- do por pares, en dos direcciones, se hace comprensible al observar los rotores, después del aterrizaje, en posición de reposo. Mientras, parados los rotores, las paletas se hallan desplegadas, dos o por lo menos una de ellas están muy cerca del radiador. Pero éste conserva todavía su plena temperatura de trabajo, por lo que las paletas están ex- puestas necesariamente a sus irradiaciones. Incluso em- pleando materias adecuadas no podría evitarse la deforma- ción de las paletas, con lo que el rotor permanecería inser- vible durante algún tiempo. Para evitar estos problemas las paletas deben ser alejadas de las cercanías del radia- dor. Sólo puede hacerse esto mediante desplazamiento o plegado. Pero si las cuatro paletas colgaran hacia abajo, siempre permanecería todavía una expuesta en todo su lar- 95 a go y ancho al calor del radiador. Las dos paletas contiguas muestran sólo su superficie mínima a la radiación térmica: se hallan en la posición más idónea posible en situación de paletas colgantes. Pero la posición desfavorable de la cuar- ta paleta puede evitarse plegándola hacia arriba en vez de hacia abajo. y En cambio, cuando el rotor está en funcionamiento, las fracciones de cercanía de las paletas con el radiador son mínimas y la misma rotación en el aire refrigera a las pa- letas, estableciéndose un equilibrio térmico con un aumen- to mínimo de la temperatura. Este estado se puede tener en cuenta —si es que es imprescindible hacerlo— en el mo- mento de calcular las paletas, su forma y los materiales con que se fabrican. El cuerpo cilíndrico del helicóptero queda expuesto completamente al calor por uno de sus la- dos; pero puede protegerse suficientemente con materiales y con un diseño adecuados. : La gran diferencia entre el número de revoluciones del rotor y del motor principal exige la mediación de un en- granaje. Al estar situado en este caso el motor principal por encima de los rotores, también el engranaje quedará emplazado por encima del plano de éstos. Por razones aero- dinámicas y de protección contra el calor y la suciedad, el engranaje se recubre de una funda. Ésta es necesariamente bastante irregular, ya que en algunos puntos debe amol- darse a los contornos del engranaje; además precisa para los parachoques y palancas de la dirección de las paletas pequeñas aperturas. Finalmente, la funda precisa, para cada una de las paletas que se pliegan hacia arriba, una profunda hendidura. Estos detalles no tienen mayor impor- tancia técnica, pero sí tienen una influencia marcada en al- guien que —como Ezequiel— no tuvo ningún tipo de rela- ción técnica frente a lo que vio. Hasta ahora sólo hemos venido hablando siempre de un solo plano de rotores. Pero es posible que en realidad las paletas girasen por pares en dos planos superpuestos dife- renciados. Esta variación depende del tipo de compensación del momento de arranque de los rotores. Los cohetes di- reccionales tienen, como en el caso de los vehículos de la serie «Apolo», la misión de conferir a la nave, en vuelo, li- geras modificaciones de rumbo o de posición. De 2 a 4 brazos teledirigidos están sujetos por debajo del rotor, en la parte externa. En posición inactiva cuelgan hacia abajo. Cada brazo se compone de brazo, antebrazo, codo, muñeca y mano. Para aumentar su longitud de alcan- ce, el brazo y el antebrazo son extensibles a la manera de un telescopio. Cerca del hombro y de la muñeca existen muy posiblemente unos ojos de observación remota que 96 t permiten ver la posición y el movimiento de la mano. El control y accionamiento del brazo se lleva a cabo desde la cabina de mando. Cada pata de aterrizaje consta de un sencillo amortigua- dor recto, que bajo presión se contrae a modo de un teles- copio, y de un pie redondo en forma de disco. Éste, al re- partir la toma de contacto con tierra sobre toda la super- ficie del disco, evita el hundimiento de la pata en el suelo. La parte inferior del pie tiene forma ligeramente abomba- da, para poder en caso necesario deslizarse, como por ejem- plo en un aterrizaje con fuerte viento lateral. Blumrich subraya que precisamente la exacta descripción de estos pies en el texto bíblico fue lo que le incitó a un estudio más extensivo del aparato visto por Ezequiel. Lo que leyó tuvo un significado inmediato para Blumrich, que años atrás ha- bía trabajado personalmente en la confección, construcción y ensayos de presiones de tales «pies». Las ruedas permiten un rodaje en cualquier dirección, sin necesidad de giro. Esta complicada condición se realiza de forma asombrosamente simple. Imaginemos la cáma- ra de un neumático: rueda según sabemos en la dirección frontal o inversa. Pero si giramos la cámara lateralmente sobre sí misma, se moverá la rueda perpendicularmente a la dirección habitual. Combinando adecuadamente ambos sistemas la rueda puede desplazarse en cualquier dirección deseada. El modelo más sencillo que resulta al transfor- mar este principio en una construcción funcional presenta una serie de segmentos de forma de barril, que se conectan al cubo de la rueda por medio de rayos. Las direcciones de rodaje se establecen por una parte por el giro de la rueda alrededor de su cubo, y por otra por el giro de los segmen- tos sobre su propio eje. Veamos ahora el significado de los «ojos», mencionados en el texto bíblico. Si los segmentos de la rueda poseyeran una superficie lisa, el roce entre la rueda y el suelo sería mínimo. Para aumentar este roce, o, mejor dicho, la resis- tencia al deslizamiento, la superficie precisa un perfilado. Pero la resistencia es necesaria en dos direcciones: en el plano de la rueda y verticalmente al mismo. La solución más sencilla y a la vez efectiva la ofrecen pequeños apliques en forma ligeramente cónica, repartidos por toda la super- ficie de los segmentos. Para posibilitar una más fácil pe- netración en el suelo, estos apliques pueden ser huecos; mostrarán entonces, en su extremo libre, un oscuro aguje- ro. Vistos desde cierta distancia, está plenamente justifica- da la comparación de estos agujeros con «OJOS». Cabe mencionar que la solución y construcción desarro- 97 llada por Blumrich para estas ruedas está actualmente pa- tentándose en Estados Unidos. Volviendo a la unidad del helicóptero como conjunto, queda todavía la siguiente reflexión. El efecto de frenado aerodinámico de la parte inferior del cuerpo principal pre- supone que éste se halle en una corriente de aire libre. La cercanía de los helicópteros malograría este efecto. Ade- más, éstos se verían expuestos a violencias de aire y a tem- peraturas para las que sólo podrían ser construidos tras superar serias dificultades. Por lo tanto, los helicópteros son inservibles para el vuelo de frenado y deben ser elimi- nados para la duración del mismo. Incluso esta exigencia aparentemente extremada halla una solución asombrosa- mente sencilla. Como ya vimos, los puntos de sujeción de los helicópte- ros están localizados muy cerca del diámetro máximo del cuerpo principal. De modo que los helicópteros pueden gi- rarse muy fácilmente hacia arriba. Con esta disposición en- tra la nave en la atmósfera terrestre, En esta posición los helicópteros se encuentran, desde un punto de vista: diná- mico-técnico, detrás del cuerpo principal, cuyo efecto de frenado aerodinámico alcanza así su punto álgido. La for- mación constructiva de las articulaciones y mecanismos precisos para esta inversión de posiciones no ofrece dificul- tades radicales, Esta inversión tiene una consecuencia interesante rela- cionada con los cohetes direccionales. Cuando los helicóp- teros están abajo, o sea en posición de trabajo, podríamos Inclinarnos a suponer que los cohetes direccionales están situados en su lado externo, con respecto al cuerpo princi- pal. En su posición doblada hacia arriba se hallarían en- tonces bastante cerca de la cabina de mando. Esta cercanía podría llegar a ser peligrosa para los tripulantes. Pero debe considerarse todavía otro punto: en la versión elegida es posible disponer de tal forma los cohetes direccionales en los helicópteros, que en las dos posiciones finales tengan la misma separación respecto al centro de gravedad de la nave espacial. El piloto tiene así la sensación de un efecto «de timón» siempre igual al accionar los pequeños cohetes, lo que significa un alivio considerable. La necesaria conver- sión de señales eléctricas es fácilmente practicable. Los co- hetes direccionales pueden accionarse también, naturalmen- te, durante el proceso de inversión de la posición de los helicópteros. La disposición elegida de los cohetes direccionales posi- bilita, pues, el empleo continuado de un único sistema de dirección durante todas las fases de vuelo. Saltan a la vista la sencillez, seguridad y economía de esta solución. 98 La parte inferior de la nave descrita por Ezequiel y desarrollada por el ingeniero Blumrich, en su fase de ensayo en el canal aerodinámico en el centro de experimentación de la NASA en Langley (USA). Al muñeco biológico fabricado por los «hacedores» no se le concedió más que una mínima parte del saber. Este gigantesco caballo blanco, de 110 metros de longitud, se halla grabado desde tiempos inmemoriales en el suelo de Uffington, en Inglaterra. | | C) LA CABINA DE MANDO. La cabina de mando se en- cuentra en el centro de la parte superior del cuerpo prin- cipal y, por consiguiente, en el punto más elevado de la nave espacial. Consta de una parte cilíndrica de unos dos metros de diámetro cuyo extremo superior está abovedado a modo del fondo de un depósito. La cubierta exterior está formada de un material sintético parecido al vidrio. En la parte superior existe una escotilla por la cual los tripulan- tes pueden abandonar la nave. En el piso de la cabina una escotilla similar establece contacto con el interior de la nave. La cabina forma un módulo que puede desprenderse de su armazón de apoyo; le es dado entonces alejarse volan- do, con energía propia, de la nave espacial y regresar otra vez a ella. Este proceso puede ser controlado tanto por una conducción directa como por conducción remota. La im- pulsión para tales vuelos la proporcionan unos cohetes de gas frío. Es posible que esto parezca un tanto fantástico, por lo que debemos puntualizar que tales posibilidades no integran ningún elemento que no exista hoy, al menos en menor escala. A causa de esta facultad de vuelo autónomo, la cabina está provista tan sólo de los elementos más imprescindi- bles. La parte principal del equipo está albergada debajo de ella en la nave principal; todas las instalaciones de la cabina están conectadas automáticamente con ella cuando está unida a la nave espacial, o sea, cuando no vuela con autonomía. En la cabina de mando se encuentran, por lo tanto, so- lamente los dos o tres asientos para la tripulación, el equi- po necesario para la conducción, los instrumentos y los aparatos de emisión y recepción. Normalmente, el abaste- cimiento de atmósfera adecuada se efectúa a través de la Instalación principal, y sólo para casos de emergencia exis- ten pequeños respirómetros. Exceptuando los asientos, las demás instalaciones ocu- pan muy poco espacio. Las condiciones de visibilidad son por lo tanto excelentes, y por ello también se aprecia per- fectamente, desde fuera, el interior de la cabina. El piloto. Ezequiel se refiere al piloto como de forma vagamente humana. A pesar de su demostrada capacidad de observación extremadamente detallista, no parece haber notado nada digno de mención. Puede suponerse pues que el piloto tiene realmente el aspecto de un «hombre huma- no», no distinguiéndose tampoco en su tamaño del prome- dio de los hombres de aquella época. Pero sí repara Eze- quiel en la vestidura del piloto, que tiene una superficie dorada o cobriza y brillante. Nuestros trabajos actuales 100 nos permiten saber que con ello se relaciona una intención de aislamiento y protección contra temperaturas excesiva- mente elevadas. El piloto está dotado de un aparato que le permite el vuelo autónomo. Esta facultad especial es significativa en varias fases de su viaje: una vez aterrizada la nave puede -desplazarse así, a través de la escotilla superior, hasta el suelo. i También empleará el aparato para superar y esquivar sobre el terreno cualquier irregularidad de éste o algún peligro imprevisto. Puede también, en cualquier momento, regresar volando a su cabina. En vuelo no acelerado fuera de la atmósfera, el aparato es práctico para efectuar ins- pecciones y reparaciones en la superficie de la nave es- pacial. Al atracar en la nave nodriza, la cabina es captada segu- ramente por una antecámara de aire, a través de la cual el piloto puede penetrar en la nave nodriza. Su pequeño apa- rato impulsor, que ya le fue útil sobre la superficie terres- tre, se convierte en necesidad incondicional en el caso de que el proceso de atraque normal se vea obstaculizado por algún imprevisto. En tal caso de emergencia el piloto aban- donará la cabina a través de la escotilla superior, despla- zándose, en vuelo, hacia la nave nodriza. Naturalmente debe llevar, para todas las operaciones en el vacío, su traje espacial, pero no por ello se ve obstaculizada la función de su aparato de propulsión. Las características descritas de este aparato y de sus posibilidades no son en modo alguno exageradas ni fantás- ticas. Hace ya bastantes años que se construyeron y ensa- yaron aparatos voladores de este tipo para vuelos terres- tres. Sabemos también que en plan experimental se em- plearon artefactos mucho menos potentes en vuelos espacia- les pasados. Pero queda claro que nuestras construcciones actuales representan tan sólo los primeros pasos, y que en un futuro podrán construirse aparatos mucho más reduci- dos, pero evidentemente más potentes y prácticos. Además, el piloto está provisto, siempre que abandona la cabina, de un transmisor de radio. Con un aparato adi- cional puede desprender por control remoto a la cabina de la nave, y guiarla a su antojo. ; Hasta aquí este resumen de la exhaustiva investigación y de los meticulosos estudios realizados por uno de los más destacados ingenieros espaciales de la NASA, tomando como referencia los textos bíblicos en que Ezequiel nos narra sus visiones. Quiero destacar una vez más, ahora con este nuevo respaldo, la desconcertante cercanía del apara- to descrito por Ezequiel, con respecto a nuestra propia tec- 101 i nologia espacial. Ezequiel nos describe nuestros propios en- sayos. Pero lo hace —¡y vive!— hace más de dos mil años. DIOS ES AL'LAH Y MAHOMA SE LO CREE AVlah, el único, el que nos exige exclusiva, temor y adora- ción, se identifica en lo básico con Yahveh, el único, el que nos exige exclusiva, temor y adoración. Como ya dijera Goethe, «si esto es el islam, ¿no somos todos musulma- nes?», Porque la comedia, perfectamente tramada, continúa ahora en el país de Saba, el de los Sabios, tan entrañable para los cabalistas, cuyo caballo vuela más que cabalga hasta Jerusalén y hasta incluso la lejana Avalon, en don- de está plasmado en gigantesco grabado blanco en el suelo de Uffington. El contactado es en esta ocasión un hombre realmente extraordinario, Muhammad Ibn Abdallah, descendiente de la familia principal de la tribu de Quraix, si bien analfa- beto como la inmensa mayoría de los habitantes de La Meca. Próximo a cumplir los cuarenta años, este hombre es contactado para ser convertido en el profeta Mahoma. Fue en una serena noche del 17 de Ramadán del año 609 de la era cristiana, mientras Mahoma estaba entrega- do a la meditación, aislado en una gruta del Hira, cerca de La Meca, cuando se le apareció un ángel (recordemos de los textos biblicos la identificación de los ángeles con los emisarios) que le dijo: «Yo soy Gabriel, el ángel envia- do por Dios para comunicarte que has sido elegido para que le anuncies a la humanidad su mensaje revelado.» Y lo primero que le revela este emisario al recién institui- do profeta («contactado», en nuestro argot ufológico del siglo xx) fue lo siguiente (Corán XCVI, 1-5): «¡Predica en el nombre de tu Señor, el que te ha creado! Ha creado al “hombre de un coágulo. ¡Predica! Tu Señor es el Dadivoso que ha enseñado a escribir con el cálamo: ha enseñado al hombre lo que no sabía.» Pero, aparte de enseñarnos lo que no sabíamos, el Da- divoso también recalca en el Corán (Sura XVII o del Viaje nocturno, 85): «No se os ha concedido más que una mini- ma parte del saber.» Comunicación que automáticamente nos remite al Libro del Consejo de los quichés, el ya men- cionado Popol-Vuh, cuyos Dominadores, al otro lado del gran Océano, también construyeron al ser humano, al hom- 102 a ' bre, para que éste los adorara y los invocara, ya que sin este detalle de vanidad su creación, su fabricación, no re- sultaba completa y, más aún, carecía de sentido. El primer muñeco formado no hablaba, por lo cual no los invocaba, motivo por el que fue destruido. Como afirma el Libro del Consejo: «No tenían ni ingenio ni sabiduría, ningún re- cuerdo de sus Constructores, de sus Formadores; andaban, caminaban sin objeto. No se acordaban de los Espíritus del Cielo; por eso decayeron. Solamente un ensayo, sola- mente una tentativa de humanidad.» Al segundo intento, les salió un hombre tan inteligente, de tan perfecta com- prensión, que temieron que supiera y viera demasiado, lo que no les convenía a Los de la Construcción, a los Pode- rosos del Cielo: «“No está bien lo que dicen nuestros cons- truidos, nuestros formados. Lo conocen todo, lo grande, lo pequeño”, dijeron. Por lo tanto, celebraron consejo. “¿Cómo obraremos ahora para con ellos? ¡Que sus mira- das no lleguen sino a poca distancia! ¡Que no vean más que un poco la faz de la Tierra! ¡No está bien lo que dicen! ¿No se llaman solamente Construidos, Formados? Serán como dioses, si no engendran, si no se propagan, cuando se haga la germinación, cuando exista el alba; solos, no se multiplican. Que eso sea. Solamente deshagamos un poco lo que quisimos que fuesen; no está bien lo que decimos. ¿Se igualarían a aquellos que los han hecho, a aquellos cuya ciencia se extiende a lo lejos, a aquellos que todo lo ven?”, fue dicho por los Espíritus del Cielo, Dominadores, Poderosos del Cielo. Así hablaron cuando rehicieron al ser de su construcción, de su formación. Entonces fueron pe- trificados ojos por los Espíritt .-1 Cielo, lo que los veló como el aliento sobre la faz de un espejo; los ojos se tur- baron; no vieron más que lo próximo, esto sólo fue claro. Asi fue perdida la Sabiduría y toda la Ciencia de los cuatro hombres, su principio, su comienzo. Así primeramente fue- ron construidos, fueron formados, nuestros abuelos, nues- tros padres.» De esta forma, para evitar que supiera y que viera demasiado, se corrigió a este segundo prototipo de hombre, para conformar definitivamente a la raza humana actual, previo ajuste de clavijas y recorte de su capacidad de comprensión. Así, no se nos concedió más que una mi- nima parte del saber. Exactamente igual que, más allá del vasto océano, nos lo cuenta la Sura XVII del Corán, libro sagrado de los celadores de la Caaba, que vimos quedaba también citada en el libro sagrado de los quichés (!). Este pasaje del Corán en que se nos hace saber que nuestra facultad de comprensión de la realidad ha sido de- liberadamente limitada, figura como dijimos en la Sura XVII, El viaje nocturno, cuyo título refleja lo sucedido en 103 una de las dos grandes noches que los musulmanes con- memoran en recuerdo de las dos principales revelaciones vividas por Mahoma. En ésta hubo de por medio un singular viaje, en el que Mahoma, montando la yegua al-Borak, jumento gris pla- teado, brillante y veloz como el rayo —que la tradición re- presenta como un ser alado, con cara de mujer, cuerpo de caballo y cola de pavo real—, y guiado por un ángel según narra la tradición islámica, se traslada por vía aérea a un lugar distante (Corán, XVII, 1): «Loado sea quien hizo viajar a su siervo, por la noche, desde la Mezquita Sagra- da hasta la Mezquita más remota, aquella a la que hemos bendecido su alrededor, para hacerle ver parte de nues- tras aleyas. Cierto, Él es el Oyente, el Clarividente.» La yegua al-Borak tiene todos los números para ser equiparada al veloz y dorado carnero volador Crisomalo, que ya vimos al hablar de los dióscuros Cástor y Pólux, en la mitología griega. Pero regresemos a la primera moche mágica de nues- tro Muhammad Ibn Abdallah, aquella en que el arcángel Gabriel descendió del cielo hasta la cueva en la que estaba meditando en solitario el futuro profeta, al que —de acuer- do con la tradición islámica— mostró un rollo para que lo leyera. Muhammad le insiste en que no sabe leer, por lo que Gabriel le fue dictando las palabras precisas. Mien- tras Muhammad las iba repitiendo, el arcángel fue desapa- reciendo. El ya instituido profeta Mahoma, confuso y te- meroso por aquel impresionante encuentro, salió de la cueva para regresar a su casa, cuando al poco rato de echar a andar escuchó una voz que le llamaba. Levantó la mi- rada y vio en el cielo una gigantesca figura, similar a la del arcángel, imagen que fue multiplicándose hasta cubrir todo el horizonte. Algo similar fue lo que en abril de 1982 vieron cuantos se hallaban en la bahía de La Habana, en Cuba. De repente apareció en el cielo de dicha bahía una imagen de la Virgen, blanca como la nieve, que desapareció tan repentinamente como apareció. Todo indica que se tra- taba de un holograma proyectado desde un submarino esta- dounidense hacia el cielo de la capital, como más adelan- te tendremos ocasión de analizar. Y ya que hablamos aquí de la Virgen, veamos el sor- prendente testimonio que de su concepción, muy poco mi- lagrosa, nos da el mensaje revelado del Corán (XIX, 16-22): «Y recuerda en el Libro a María, cuando se alejó a un lu- gar oriental y tomó, lejos de ellos, un velo. Le enviamos nuestro Espíritu, y éste tomó ante ella la forma acabada de un mortal. Ella exclamó: “¡En el Clemente me refugio contra ti, si eres piadoso!” Respondió: “Ciertamente, yo 104 - soy el enviado de tu Señor para darte un muchacho puro Ella dijo: “¿Cómo tendré un muchacho si no me ha toca do un mortal y no soy ligera?” Respondió: “Así ha habla do tu Señor: Eso es fácil para mí y lo pondremos como aleya entre los hombres y como misericordia procedente de Nos. Es asunto decidido.” Ella quedó encinta y se re tiró con el niño a un lugar apartado.» Otro revelador pasaje del Corán es el que nos refiere la Sura LIII, titulada El astro (1-18): «¡Por el astro cuando se oculta! ¡Vuestro contríbulo no anda descarriado ni equi vocado! No habla por vicio. Es una inspiración que le ins pira, que le ha enseñado un Angel, forzudo, poderoso e inamovible. Estaba en el horizonte más elevado: luego se acercó y quedó suspendido, habiéndose colocado a dos ar cos o menos. Inspiró a su siervo, Mahoma, lo que inspiró, El corazón de Mahoma no engaña acerca de lo que vio. ¿Dudaréis por él por lo que ve? Cierto, le ha visto descen- der otra vez junto al azufaifo de al-Muntaha; a su lado está el jardín de allMawa, cuando cubría al azufaifo lo que le cubría. La mirada de Mahoma no se desvió ni se desbordó: vio la mayor de las aleyas de su Señor.» Sin el menor ánimo de desconsideración, permítaseme comparar este pasaje con cualquier noticia periodística de nuestros días, que comunique que el señor Muhammad asistió ano- che a las evoluciones de un impresionante objeto volante, y que deje traslucir la incredulidad de las gentes y la con- secuente insistencia del señor Muhammad en reafirmar que realmente vio lo que vio, y que él no tiene necesidad de engañar a nadie. En esta citada crónica de un avistamiento cercano, se alude a la presencia de un Ángel, una vez más. O sea, de un mensajero de fuera de nuestro planeta. En la Sura La Vaca queda claramente especificado que es Ga- briel el ángel encargado de contactar con Mahoma (II, 9): «Di: ¿Quién se declarará enemigo de Gabriel, si es él quien, con permiso de Dios, depositó en tu corazón, ¡oh Profeta!, la Revelación que confirma las anteriores, como guía y buena nueva para los creyentes?» Y este mismo Gabriel aparece también en el principio del estableci- miento del gran santuario musulmán, la Caaba, que tam- bién mencionaban, como vimos, los indios quichés preame- ricanos. En efecto, en el centro de la Gran Mezquita de La Meca se halla el santuario de la Caaba. Cinco veces al día, millones de musulmanes de todo el mundo se vuelven ha- cia este santuario mientras recitan las oraciones prescri- tas. Según la tradición, la Caaba fue construida por Abra- ham (Ab-Ram = el hijo de Ram) y su hijo Ismael. Y la Hayar al-Aswad, o Piedra Negra, situada en el ángulo orien- 105 A o on tal de la Caaba, aproximadamente a metro y medio del suelo, fue llevada a Abraham por el ángel Gabriel. Dema- siado recadero volante aparece también aquí, en el origen de la fe islámica, que en el curso de quince siglos se ha colocado en el tercer lugar del ranking mundial de las grandes religiones, detrás de los budistas chinos y de la Iglesia católica. Setecientos millones de personas creen hoy que Al'lah —del que sólo tienen noción a través de lo que predicó un humano, Muhammad Ibn Abdallah, en base a lo que le dictó un mensajero volante, Gabriel— se identifica con la esencia de Dios. Realmente, los Poderosos del Cielo son hábiles psicólogos. EN UNA URNA DE CRISTAL Con el rostro vuelto aún más hacia el oriente, descubrire- mos en épocas remotas: más prodigios y contactos con se- res de fuera, con los Constructores de que nos hablaban los quichés, que también conocían, como vimos, la senda del Oriente. Résulta que los quichés son una de las tribus de la gran familia maya. Y este concepto, maya, es el como- din o, mejor, el leitmotiv o, mejor aún, el módulo inserta- do en nuestra memoria ancestral humana para codificar al crisol en el que se enlaza biológicamente al ser huma- no con otros seres cósmicos, Desde los indios de las Indias hasta los indios de la India —pues con toda premeditación el esfuerzo de Colón no se destinó a descubrir unas tie- rras ya descubiertas, sino a establecer la identidad entre los indios en cuya búsqueda oficialmente zarpó y aquellos otros indios a los que halló en su camino—, pasando por Europa y el Medio Orieñte, se repite invariable este con- cepto para atrapar en una bien urdida tela de araña plane- taria al muñeco creado: a ti, lector. Así, en un muy somero repaso, nos daremos cuenta-de que Maia es en la mitología griega la amada de Zeus, al igual que amada de Yahveh es la virgen del mes de mayo, María, en la acepción egipcia mri.t+ ydm. María-Maya es la amada de los dioses. (Sé que me estoy alejando geográfica- mente del oriente y que me voy de lo tangible a la cábala lingüística, pero me parece importante aquí dentro de este juego de lentes de aproximación y de lentes de visión pa- norámica del conjunto de nuestra historia que mencioné al explicar el propósito de este libro.) Bien, Maia es la ama- da de Zeus, que en griego significa «dios», Theos. Pero re- 106 Cinco veces al día millones de musulmanes en todo el mundo se vuelven hacia este edificio (la Kaaba), que -en el centro del patio de la Gran Mezquita de La Meca- alberga en su ángulo oriental la Hayar al-Aswad o Piedra Negra que, de acuerdo con la tradición, el ángel Gabriel e trajo a Abraham. Desde este mismo lugar habría ascendid Mahoma a lomos de la yegua «al-Borak», que, veloz como el ra o, le transportó a Jerusalén. Mahoma recibe una revelación del arcángel Gabriel (miniatura persa). sulta que en el idioma de los aztecas, íntimamente vincu- lados con la familia maya, este Theos (dios) griego es Teo. Teull llamaban a Cortés, Teotihuacán se llama aún la ciu- dad de los dioses y Teocalli el santuario. Por otra parte, la Maia griega era la hija mayor de Atlas, que a su vez era hijo de Japeto y de una hija de Océano (te ruego, lec- tor, que no pierdas el hilo). Atlas, a su vez, se casó con la oceánida Pleyone, de cuyo matrimonio nacieron las Pléya- des, cuyas raíces proceden del griego TAE («plein» = na- vegar), y que forman una constelación entre cuyas estre- llas figuran precisamente Maia y Atlas. Atlas, de acuerdo con Homero, era conocedor de todos los abismos del mar siendo, bajo este aspecto, padre de Calipso (la profundi- dad de las aguas = lo oculto), e hijo de una ninfa del Océa- no y de Poseidón. Queda patente que el Atlas griego es un dios rodeado de agua por todas partes. Pero es que resulta que la raíz atl del nombre Atlas se encuentra también en el idioma náhuatl —hemos hablado de Quetzalcóatl, por ejem- plo, el dios fructificador y serpiente emplumada que huyó “por los aires— de los aztecas, que ocuparon los territorios mayas, en relación con la divinidad y significando precisa- mente «agua». Pero aún hay más: sabido es que Atlas, en la mitología griega, fue castigado por Zeus a sostener so- bre sus hombros la bóveda celeste. Pues bien, en el códice Borgia hallamos idéntica figura en la imagen de Atlanteotl, antigua representación preamericana que lleva el cielo so- bre su cabeza (!). Atlas, en Centroamérica como en Europa (con el Atlán- tico por medio), es invariablemente agua, océano, mar. Maia es su hija. Y los iniciados saben que el «rocío (agua) de mayo» es la humedad vivificadora del mes de Maria, que en la traducción jeronimiana latina del hebreo «mi- ryam» es la «stilla maris» = «gota del mar» = «María». Y ahora sí nos vamos ya al oriente, puesto que todo esto allí no les viene de nuevo. Unos quinientos años antes de que la contactada y predestinada María se esmerara en Palestina en conservar su virginidad, una tocaya suya, Maya, formulaba en las estribaciones inferiores del Hima- laya idéntico voto de castidad, habiendo conseguido que su marido no la obligara a cumplir los deberes conyugales, al igual que sucediera con José y María. De acuerdo con las leyendas que los biógrafos del futuro Buda aducen, Maya vio en sueños cómo éste entraba en su seno bajo la forma de un elefante blanco. Madurada por existencias anteriores, su esencia espiritual había alcanzado tal ma- durez que ya no necesitaba de la fecundación paterna para tomar carne en el vientre de una mujer. Con lo cual, lec- tor, puedes sumar a los cuerpos previa y premeditadamen- 108 te «adecuados» de Ana y de María, éste de quien lleva el mismo nombre, Maya. También en su caso, los dioses ve- laban por ella y por el precioso embrión que habría de ser el Buda. Al avanzar la gestación de Maya, su cuerpo se hizo transparente y el bebé era claramente visible en su seno «como una imagen en una urna (recipiente) de cris- tal». Maya encarna así la viva imagen del crisol. Al igual que siglos más tarde en el crisol (cuerpo) de su tocaya María cristaliza al Cristo, en una magna operación alquí- mica presidida por el sello mágico de la estrella. Toda una hábil fabricación que al humano crédulo se le ha reves- tido de cómoda divinidad, y deja de preguntar. Y observa, si no, lector, cómo aquella palmera mecá- nica preparada en el desierto, aquella que se inclinaba has- ta las manos de María, recién nacido Jesús, la conocen las tradiciones budistas también. Así, en el último mes de su embarazo, Maya (= María) decide visitar su casa paterna en Devadaha. Su marido Suddhodana ordenó que se apla- nara y decorara el camino desde Kapilavatsu, en donde se: hallaban, hasta Devadaha. Cuando todo estuvo dispuesto, Maya viajó a Devadaha en un palanquín dorado. En el camino había un bosquecillo de árboles Sala conocido por bosquecillo de Lumbini. Maya, viendo los hermosos árbo- les florecidos, deseó descansar un rato en aquel lugar, por lo que les pidió a los portadores del palanquín que la lle- varan hasta allí. Mientras estaba disfrutando la fragancia de las flores y los agradables sonidos que emitían pájaros y abejas, se sintió atraída por la belleza de una rama —(re- cuerda lector que una rama de la palmera mecánica de María fue transportada por un emisario al cielo)— cargada de flores. Repentinamente, la rama se inclinó por sí sola —(en una maniobra idéntica a la de la palmera mecánica de María)—, y mientras Maya (= María) alarga su mano para asirla, da a luz a su hijo sin daño ni polución. ¡Soberbia alquimia cósmica! Date cuenta, lector, que en el momento de nacer el Buda, en el momento de cristali- zar en el aludido recipiente de cristal (= crisol) que es Maya (= María) el producto de la obra que los Poderosos acaban de construir, pende sobre esta obra el árbol Sala. ¿Y qué pende siglos después sobre el Cristo en el momento en que cristaliza en el crisol que es María (= Maya)? Como vimos ya, lo que ahí pende —exactamente encima— es el sello mágico de la estrella. Y el sello mágico de la estrella no es otro sino el sello de Salomón. En palabras bastante más claras, María es exactamente lo que su nom- bre indica: la gota de mar (agua) en la que cristaliza la sal. La misma humedad vivificadora albergó el cuerpo (= cri- sol) de Maya (= María), y ya dijimos que los iniciados la 109 conocían por «rocío de Mayo». «Frères de la Rosée Cuite» (Hermanos del Rocío Cocido) son los auténticos iniciados que se esconden tras la pantalla romántica de la aparente Rosa Cruz. La conjunción (la cruz marca un lugar concre- to) en que cristaliza la obra (momento simbolizado por el florecimiento de la rosa). Trabajan con los Constructo- res, los Formadores, los maçons. No los que reparten folle- tos, sino los que trabajan en el silencio. Aquellos que sólo se reconocen por sus obras, no por sus biografías. EL ARQUITECTO DEL UNIVERSO Por un sendero inédito, Maya nos llevó hasta los Construc- tores. ¡Los mismos Constructores que invocaban los mayas en el Libro del Consejo Quiché! ¿Y cómo se llamaba «El que lo fabrica todo», «El gran arquitecto del universo», -el constructor de los asuras? Nos lo aclara el Mahábhárata, la gran epopeya escrita en lengua sánscrita entre los si- glos 1 antes de nuestra época y Iv d. de J.C. Allí, en el Sabha- parvan (3, 6-10), leemos que Maya, el arquitecto de los asuras, había proyectado para Yudhisthira, el mayor de los pandavas, una maravillosa sala de asambleas en oro, plata y otros metales que, tripulada por ocho mil obreros, fue trasladada al cielo. Cuando Yudhisthira preguntó al sabio Narada si con anterioridad había sido construida otra sala tan majestuosa, Narada contestó que salas celes- tes similares existían efectivamente para cada una de las divinidades Indra, Yama, Varuna, Kuvera y Brahma. Se- gún el sabio Narada, la sala de reuniones de Indra era un espacio volante realmente inmenso, cuyas medidas, expre- sadas en unidades actuales, alcanzaban los 16 km de alto, por 1200 km de largo y 8 km de ancho. Narada, el gran sabio de la antigua tradición, explica que «la ciudad de Indra permanecía ininterrumpidamente en el espacio. Estaba construida enteramente de metales y contenía edificios, viviendas y plantas. Las entradas eran tan anchas que podían penetrar por ellas pequeños objetos voladores. La sala de reuniones de Yama tenía una longi- tud de 750 km, estaba construida de forma parecida, y dis- ponía de todas las instalaciones para llevar una vida có- moda. Estaba rodeada de una pared blanca, que producía destellos cuando el vehículo se desplazaba por el firma- mento. La sala de Varuna se hallaba bajo el agua y se mo- vía libremente en las profundidades de los océanos» —(la 110 A -Ml A E a E gran epopeya sánscrita nos está hablando, en la época de Jesús, de la existencia de submarinos)— «y tampoco aqui faltaban las comodidades de una vida lujosa. La sala de reuniones de Kuvera era la más hermosa de todo el uni- verso. Medía 550 por 800 km, pendía libremente en el aire, y en su interior se encontraban palacios dorados. Pero el lugar de reuniones más deslumbrante era el de Brahma. Esta sala era la de más difícil acceso y constituía un ver- dadero espectáculo cuando avanzaba por el universo. In- cluso el Sol y la Luna palidecían a su lado». Mientras que las referencias a ciudades submarinas pa- recen completamente realistas, teniendo en cuenta la téc- nica actual, la descripción de gigantescas ciudades espa- ciales parece a primera vista fantástica, pero lo va siendo menos cuando hablamos con pilotos comerciales que ase- guran haberse cruzado en vuelo con fortalezas volantes cuya altura alcanzaba la de una casa de cinco pisos, y cuando husmeamos en los proyectos espaciales para el fu- turo, y nos topamos con la colonia de Gerard O'Neill, Mo- delo 111, por ejemplo, que plasma un proyecto de albergue espacial capaz de dar cabida a una población de dos millo- nes de habitantes. «Desde el punto de vista del científico sólo puedo constatar que en los libros de que se compone el Mahábhárata se describen por lo menos cinco de tales ciudades. Todas ellas construidas por técnicos capaces de permanecer años enteros en el aire. Estaban provistas de todas las comodidades, pero también de temibles armas. Para mí y para mis colegas no existe duda alguna» —escri- be el director de Instrucción Pública del gobierno de Ben- gala Occidental y catedrático de sánscrito en Calcuta, doc- tor Dileep Kumar Kanjilal— «de que el término sánscrito “sabha” significa inequívocamente “reunión de personas”. Pero resulta que en los textos sagrados, esta “reunión de personas” queda ubicada en el espacio exterior y citada en conexión con las divinidades celestiales. Tales salas de reu- nión rotadoras no se encontraban, con toda seguridad, en la tierra. Aun eliminando todas las exageraciones de las na- rraciones épicas, queda el hecho de que, aparte de las máquinas voladoras (vimana), el Mahábhárata cita también objetos voladores artificiales de dimensiones gigantescas.» Sigue comentando el doctor Kanjilal que nuestra mo- derna tecnología no hace sino comenzar su acercamiento teorético al nivel de los mundos antiguos. Así, por ejemplo, el Departamento de Investigación Espacial de la Stanford University investiga la posibilidad de enviar una ciudad ar- tificial en un momento futuro a una órbita alrededor de nuestro planea. El proyecto del ya citado profesor Gerard O'Neill, del Instituto de Física de la Universidad de Prin- 111 ceton, ha calculado, por otra parte, que una ciudad satélite de este tipo, de 30 km de longitud, y con capacidad para un millón de habitantes, no es un proyecto en modo algu- no irreal. La descripción de este tipo de ciudades voladoras o —mejor— flotantes en el espacio circunterrestre, apare- ce desde tiempos inmemoriales en las epopeyas de la India antigua, cuya autenticidad nadie pone en duda. «La difi- cultad sólo residia» —puntualiza el doctor Kanjilal— «en la exacta transcripción moderna de expresiones tales como “valhayasi” (volar), “"gaganacara” (aire) o “vimana” (ob- jeto volador). Sólo la técnica moderna ha permitido una traducción razonable.» Pero regresemos al texto del Mahábhárata, En los capí- tulos 168, 169 y 173 del Vanaparvan, que forma parte de la citada epopeya, se describe de la siguiente forma lo que la interpretación tradicional explica como magna batalla en- tre el divino Arjuna y los «asuras», o demonios: «Arjuna ascendió al cielo para obtener de los seres celestiales ar- mas divinas y aprender su manejo. En el curso de dicha estancia, Indra, señor del cielo, exigió a Arjuna que destru- yera todo el ejército de los asuras. Estos treinta millones de demonios vivían en fortalezas situadas en las profun- didades de los mares. Indra, señor del cielo, cedió a este efecto su propia nave espacial a Arjuna, pilotada por su diestro ayudante Matali. Dicha nave también era capaz de moverse bajo el agua. En la encarnizada batalla que siguió, los asuras provocaron lluvias torrenciales, pero Arjuna les opuso un arma divina, que logró disecar toda el agua. Los asuras fueron vencidos, y tras la batalla Arjuna descendió a las ciudades de los vencidos demonios. Quedó fascinado por la belleza y el lujo de las ciudades submarinas. Arjuna preguntó a Matali acerca de la historia de tales ciudades, y se enteró de que originalmente habían sido construidas por los dioses para su uso particular.» Estamos tocando —comenzando a tocar— en aquella remota época el tema. delicado y comprometido de los po- sibles habitantes no manifestados del planeta Tierra, de los que viven debajo del manto oficialmente habitado. Los ire- mos viendo aparecer de vez en cuando en este estudio, re- lacionados de alguna forma con los otros, con los que lle- gan de más allá de nuestra atmósfera. En el capítulo 102 del Vanaparvan puede leerse, además, que los asuras ha- bían emergido de sus ciudades subterráneas, importunan- do por igual a humanos y a dioses. Cuando Arjuna regresó al cielo con su indestructible vehículo volador anfibio, des- cubrió una fabulosa ciudad que se movía sobre su propio eje en medio del espacio: «La ciudad aparecía radiante, bella, llena de edificios, árboles y cascadas de agua. Poseía 112 Ascensión de Mahoma sobre la yegua «al-Borak», encima de la Kaaba. Fi (SE - e EY NASA ria pr i “3 | Zg i L a j ti | as l E RNS | E NS | E 7 Mahoma, montando la yegua S ; | FES z3 pa voladora «al-Borak», y guiado NI ANYONE ANTI Pr ; r Las TETERA ATA LA por el arcángel Gabriel, visita el infierno (miniatura persa). cuatro accesos, guardados todos ellos por vigías provistos de las más diversas armas.» Arjuna se informó acerca del origen de este magnífico conjunto celestial, y Matali le explicó que Brahma, personalmente, había construido esa ciudad rodadora celestial, lamada Hiranyapura (lo que sig- nifica «ciudad dorada»). Con motivo de que dos influyen- tes mujeres asuras, Kalaka y Puloma, habian hecho pe- nitencia durante mil años, el creador Brahma les habia permitido a los asuras habitar en dicha ciudad. Pero los asuras se fueron afincando y expandiendo en la ciudad, apartando con el tiempo de ella a los dioses. Y puesto que Arjuna de todas formas combatía a los demonios, Matall le urgió a que destruyera la ciudad rotadora. Cuando Ar- juna se acercó a la plataforma espacial, los demonios sé defendieron con potentes armas: «Se desencadenó una te- rrible batalla, en el curso:de la cual la ciudad espacial fue violentamente lanzada a los aires, y luego de nuevo en dirección a la tierra, zarandeada de un lado a otro, sumer- giéndose incluso a las profundidades marinas. Ya bastante avanzado el combate, Arjuna disparó un proyectil mortal que destruyó la ciudad entera en mil pedazos, dejando caer sus fragmentos sobre la tierra. Los asuras supervivientes salieron de entre las ruinas y siguieron combatiendo dura- mente. Pero Arjuna dio fin a la batalla con ayuda de la poderosa Pasupata. Todos los asuras quedaron aniquilados. Indra y los demás dioses celebraron a Arjuna como héroe.» LAS AVENTURAS DE RAMA También en el Ramayana, el otro gran poema indio, se aprecian notables episodios que nos refieren la presencia de seres y de tecnologías que en modo alguno pueden iden- tificarse con el ser humano y sus conocimientos en aquella época. La epopeya del Ramayana (de «Rama» + «aya- na» = aventuras o hazañas de Rama), una de las más gran- des obras maestras del genio humano, fue escrita en sáns- crito —al igual que el Mahábhárata—, la lengua que solian hablar las clases sociales cultas, esto es, los doctores y sacerdotes hindúes, y se divide en siete libros que suman quinientos capítulos. De forma que aquí sólo reproduciré unas cuantas y brevísimas pinceladas de muestra de las alusiones que a seres con máquinas voladoras hace allí su supuesto autor, Valmiki. En numerosos pasajes del poema aparece el fabuloso 114 carro volador Pushpaka. Descrito en las sargas VII y VIII de la Kanda V (Sundarakanda), leemos allí: «Brillaba como una nube atravesada por relámpagos, y era tal su esplendor que se le hubiera tomado por un prodigioso carro arrastra- do en los aires [...] asi se apareció al vanara aquel carro de colores tales como los de una nube de cambiantes ma- tices, resplandeciente con el brillo de montones de joyas [...] contemplaba el enorme carro incrustado de perlas y diamantes y hecho de láminas de oro batido [...] estaba el carro parado en el camino de Vayu, que conduce al cielo, y brillaba como un jalón en la ruta de Aditya [...] no ofre- cía diferencia alguna con los carros de los suras» —de cuya comparación deducimos que los carros volantes eran ha- bituales, y no piezas únicas— [...] «Dirigíase en los sen- tidos que su conductor quería [... asi era] el carro Push- paka, espléndido como ninguno.» En la sarga CXXI de la Kanda VI (Yuddhakanda), Vi- bhishana pone este carro a disposición de Rama: «En un día, ¡oh principe!, te haré llegar a esa ciudad. Hay un ca- rro llamado Pushpaka, brillante como el sol [...] ese divi- no y maravilloso carro llega adonde se quiere [...] su sue- lo estaba incrustado de cristales, y tenía grandes asientos de esmeralda [...] aquel indestructible vehículo, veloz como el pensamiento [...] aquel carro Pushpaka, grande como una montaña, que se transportaba por sí solo adonde se quería.» En la sarga XV de la Kanda VII (Uttarakanda), se vuelve a describir al carro Pushpaka afirmando de él que estaba dotado de atre acondicionado: «El Indra de los rakshasas... se apoderó del carro Pushpaka [...] Rápido como el pensamiento, iba adonde se quería y cambiaba de forma a voluntad en su vuelo aéreo» (como tantos testi- gos de OVNIs afirman de éstos en nuestros días)... «Todo elemento deseable entraba en su construcción y era de in- superable magnificencia. Ni caluroso ni frío, en todas las estaciones era cómodo.» En la sarga CXXII de la Kanda VI —la recién citada Yuddhakanda—, Rama invita a Sugriva con sus vanaras y a Vibhishana, rey de los rakshasas, con sus ministros, a desplazarse en el carro Pushpaka a Ayo- dhya, que fuera real residencia del padre de Rama. Fue todo un asombroso viaje espacial: «Y en el divino Push- paka se sentaron alegremente Sugriva con sus vanaras y Vibhishana con sus ministros. Ya instalados todos, el ma- ravilloso vehículo de Kubera, a una orden de Raghava, se lanzó al espacio. En aquel carro que tirado por hamsas, brillaba en los aires, Rama se sentía transportado de albo- rozo; y tenía el aspecto del propio Kubera. Y los vanaras, rikshas y rakshasas viajaban felices y cómodos en el di- vino carro.» En la sarga siguiente (CXXIII), Rama explica 115 —cual guía turístico— los lugares que sobrevuelan a la princesa Sita: «Al mandato de Rama, aquel vimana sin par, tirado por hamsas, se lanzó con gran fragor al espacio» —(como nuestros aviones, como nuestros cohetes)— «y dirigiendo sus miradas a todos lados, Rama, Alegría de los Raghus, dijo a Sita, la princesa de Mithila, de rostro como la luna: “Sobre la cumbre del Trikuta, análogo al Kailasa, mira, Vaidehi, la ciudad de Lanka, construida por Vizva- karman. Mira ese campo de batalla cubierto de lodo y san- gre, en el que hubo, Sita, gran mortandad de haris y raks- hasas.”» Etcétera. Recuerde el lector que al citar la narración llamada Tránsito de la bienaventurada Virgen María, vimos que cantidad de patriarcas acudieron sobre una nube y se man- tuvieron Enoch, Elías y Moisés entre el cielo y la tierra en carros de fuego, esperando la llegada de Jesucristo. Has- ta que llegaron doce carros, conducidos por emisarios in- números, que hirieron los ojos con gran resplandor, y Je- sucristo apareció en un carro rodeado de serafines. Á con- tinuación, la Virgen ascendió sobre carros de fuego y en medio de una gran luz. Recuerdo sumariamente este pasa- je al lector, ya que exactamente la misma imagen nos la narra Valmiki en la penúltima sarga de su Ramayana (Ut- tarakanda, sarga CX): «Y Brahma, Abuelo de los mundos» —lo cual le identifica esotéricamente con el padre Abraham de los judíos (Abrahm y Brahma son cabalísticamente el mismo personaje)— «con todos los dioses y magnánimos rishis, cubiertos de adornos, acudió al encuentro de Ka- kutstha, que se aprestaba a elevarse al cielo. Centenares de kotis de carros divinos le acompañaban. El espacio se re- vistió de celeste esplendor, y apareció una inigualable cla- ridad producida por el brillo y la gloria propias de los bienaventurados, » Para finalizar ya esta breve exposición de extractos del Ramayana, aportemos aún algunas citas que figuran en la sarga I del Sundarakanda, que refiere la partida de Hanu- mat, dispuesto a descubrir el paradero de Sita, esposa de Rama, raptada por Ravana, quien, «en un carro mágico» (Pushpaka) «se la llevó por los aires», El mono volador El mono Hanumat era «como un brasero de tembloro- sas llamas», que se «preparaba para franquear el espacio». Al partir, tan ardoroso fue su impulso, que los árboles que crecían en las montañas quedaron desarraigados y, agitan- do sus ramas, voltearon en el aire como torbellinos, mien- 116 tras Hanumat «se precipitó en el espacio, bajo el cielo in- maculado». «El mono Hanumat era como un monte de ma- ravilloso aspecto; brillaba como una nube» —pero acaba- mos de leer que el cielo estaba inmaculado— «y parecía una montaña cubierta de khadyotas; dijérase que fuera, en su marcha, una nube ascendente, recamada de relámpagos.» «La nariz cobriza del mono, transmitiendo a su rostro aná- logo matiz, hacíale parecer el disco solar cuando se acerca el crepúsculo.» «Mientras el gran mono volaba sobre las olas, el aire contenido en las cavidades de su cuerpo pro- ducía los ruidos de una nube de tormenta; y hubiera podi- do compararse con un meteoro que, con su luminosa cola, desde las regiones superiores se precipitara, atravesando el espacio.» «El muy grande y glorioso kapi, que recorría el sendero de los vientos sin detenerse, parecía como un monte alado...», etcétera. Saque el lector sus conclusiones. Hanumat no podía ser, desde luego, un mono... Más bien parece tratarse de un objeto volante. La crónica que nos lo detalla figura como dije en el poema indio del Ramayana, aparecido hace más de dos mil años... | El propio poema dice que Rama era poseedor de «sae- tas mágicas que hienden el aire ilaminándolo “con un bri- llo igual al de los grandes meteoros”»; que Rama y su her- mano Lakshmana encuentran a un hijo de Lakshmi, «al que una maldición de Indra había encerrado en el cuerpo de un monstruo», y que al aparecer ante los dos herma- nos «recobró su forma celeste»; que se libraban combates en los que se empleaban «armas encantadas y dardos má- gicos; dardos impetuosos como el relámpago, y tan ardien- tes que parecia que el Sol, la Luna y los planetas caian del firmamento en llamas», formando un «terrorífico espec- táculo». LOS ASTRONAUTAS DEL SANSCRITO Un resumen completo de la presencia de aparatos y seres voladores en los textos sánscritos lo ofreció el ya citado profesor Dileep Kumar Kanjilal en su conferencia dictada en 1979 en Munich (Alemania Federal), ante los miembros ' de la Ancient Astronaut Society. Afirmaba allí el profesor Kanjilal que los cantos vedas —los más antiguos testimonios de que disponemos sobre la primera literatura indoaria— dan cuenta de la vida, del 117 — carácter y de la esencia de los dioses. Al principio, esos dio- ses eran sólo 33 y estaban agrupados en tres categorías: los dioses del aire, los de las alturas medias y los de la región atmosférica. Veremos a continuación las capacida- des de estos dioses, tal y como quedan expuestas en los vedas, los upanishads y los puranas. La cuestión del origen del mundo, del origen de los dioses y de la humanidad en- tera, e incluso la de los primeros nacidos y de los aconte- cimientos anteriores, se halla relacionada siempre en los vedas con la existencia sobrentendida de una magnífica ci- vilización humana muy anterior a la época de los vedas, cuyos textos más antiguos se remontan hasta el año 5000 a. de J.C. Acerca de estos tiempos hablan numerosas leyendas incluidas en los puranas. Los vedas y los puranas narran la historia de la creación como sigue: el universo estaba envuelto en tinieblas, invisible, inescudriñable, irreconoci- ble, de modo que estaba totalmente sumido en el sueño. Entonces se manifestó el dios todopoderoso, invisible, exis- tente por sí mismo, que —para poder ser visto y recono- cido— creó este universo con los cinco elementos y con todas las demás cosas, ahuyentando las tinieblas... Lleno de anhelo y deseoso de crear a partir de sí mismo otros seres, creó primero el agua v depositó en ella una semilla. Esta semilla se desarrolló y formó un huevo de oro del que nació él mismo, el padre original de todos los mundos, en forma de Brahma. Brahma se escindió a sí mismo en un cuerpo de hombre y otro de mujer. De la pareja así creada nació un ser llamado Virát, que a su vez creó seis —y se- gún otra doctrina diez— divinidades, denominadas praja- pátis. La primera de estas divinidades engendró con once de sus mujeres dioses, asuras (demonios), los objetos está- ticos y dinámicos, seres divinos y semidivinos, los hom- bres, etc. La primera mujer de Prajápati parió los dioses, y siete de las otras mujeres todos los restantes seres vivos. Como se ve, tanto los dioses como los asuras fueron crea- dos por uno y el mismo padre. Durante largo tiempo convivieron en armonía. Pero cuando el número de asuras fue en aumento, cambió su manera de ser, se volvieron altivos, descarados y penden- cieros, hasta que entablaron la guerra con los dioses y los expulsaron del cielo. Acaudillados por Agni, el dios del fue- go, los 33 dioses originales atravesaron la atmósfera y lle- garon a la Tierra. Tocaron primero un lugar desierto y yermo, hasta que atravesaron los mares y llegaron a ori- llas del río Asmanvati, en la India. El aspecto mayestático —pero con la piel bronceada— de los dioses, así como sus extrañas vestimentas y la sorprendente forma de su llegada asombraron a los mortales que vivían en la Tierra. A pesar 118 Miniatura persa que muestra un carro volador. Atlanteotl llevando el cielo sobre su cabeza, según figura en el Códice Borgia. Alejandro Magno explora el cielo volando en una barca portada por animales alados, ante la mirada deslumbrada e inquieta de sus soldados. de ello, los recibieron amistosamente. El famoso comenta- rista védico del siglo xīv Sayanácáryya ya dijo en sus exé- gesis que los dioses llegaron a la Tierra desde lo más alto del cielo y que Writra, el caudillo de los asuras, había com- batido en los aires con Indra, señor del cielo. La encarni- zada lucha entre los dioses y los poderes demoniacos con- tinuó, y en no pocas ocasiones los demonios se vieron precisados a buscar cobijo en las cuevas subacuáticas de los mares. Cuando los dioses fueron derrotados, se some- tieron a estricta penitencia para pedir la bendición del sumo espíritu de la creación, bendición que finalmente ob- tuvieron. El Rigveda contiene relatos que hablan de la de- rrota y humillación de los dioses. Algunos dioses fueron arrojados a profundos pozos, otros encarcelados. En la lar- ga y encarnizada lucha entre dioses y demonios, los asuras fueron obligados finalmente a retirarse y a buscar protec- ción en Pátála (= el «país inferior», que algunos identifi- can con Sudamérica). Los humanos ayudaron muchas veces a los dioses en la lucha contra los asuras, y de este modo fue desarrollándose la amistad entre ambos. Los vedas relacionan la primera aparición de los dioses con Sumeru, el Polo Norte, mientras que las fuentes litera- rlas citan repetidas veces el Himalaya. El Rigveda da cuen- ta de que tras la derrota total de los demonios y con el establecimiento de la paz en la Tierra volvieron al cielo 22 dioses, quedando sólo 11 en la Tierra. Según el Sáma- veda, que data aproximadamente del año 3000 a. de J.C., los dioses regresaron al cielo «en el momento justo», No sudaban ni parpadeaban En lo referente a las propiedades físicas de los dioses, el Mahábhárata dice que eran seres que no sudaban, que sus ojos no parpadeaban, sus pies no tocaban el suelo, y sus vestimentas no se descolorían. Aunque también ellos esta- ban sometidos al ciclo del nacimiento, el crecimiento y la desaparición, alcanzaban edades que llegaban a los doce mil años y más. Sin embargo, su aspecto era siempre el de un hombre de veinticinco años. De aspecto radiante, su len- gua era el sánscrito. Pánini, famoso gramático del siglo v a. de J.C., emplea las raíces stana y gada para reproducir los sonidos empleados por los dioses. según las directrices dramáticas del Nátyasastra de Bharata, redactadas 200 años a. de J.C., los dioses no mues- tran pena ni tristeza, por lo que en los dramas que muestran acciones con tristeza y pena no pueden actuar personajes que representen a las divinidades. Como resi- 120 dencia de los dioses se citan lugares como el Himalaya y el Vindhya, y se relata que a los dioses les iba muy bien el clima de la India. El Náryasastra exige también que en las representaciones teatrales en las que se representan luchas entre dioses y demonios debe emplearse un escenario de 33 metros para estar acorde con la enorme estatura de ta- les seres (recuerde el lector cuanto hemos apuntado con referencia a los gigantes en el apartado «La raza cruza- da»). Los dioses se diferenciaban claramente de los arios, y sobre la base de los datos existentes es legítimo suponer que llegaron a la Tierra procedentes del cielo. Para este «descendimiento» se emplea una palabra especial; «awa- tara». Abundando en el tema de las razas cruzadas, la proce- dencia extraterrestre de los dioses y sus contactos carnales con mujeres terrestres, que con Frecuencia tuvieron conse- cuencias, quizá podrían ser tenidas como invención de los textos védicos y del Mahábhárata. Pero si nos remontamos a la historia de la iconolatría en la India, nos topamos con dos importantes obras, el Kausitaki y el Satapatha Brah- mana (aproximadamente 500 años a. de J.C.), que dan cuen- ta de las imágenes de los dioses. Demuestran que los dio- ses fueron seres corpóreos, que por medio de sus retratos no cayeron en el olvido. Un historiador tibetano del si- glo xvii, el lama Taranatha, demuestra con ayuda de tradi- ciones antiguas que ya en el siglo vi a. de J.C. estaba viva en la India la tradición del arte escultórico, creado por los dioses. Sus naves La pregunta que ahora inevitablemente surge es ésta: ¿cómo llegaron los dioses a través de la atmósfera a la Tie- rra, según nos lo relata el Sáyana? No lo sabemos, pero los antiguos habitantes de la India a buen seguro conocían al- guna forma de vehículo volador. El Yajurveda habla sin ro- deos de una máquina voladora utilizada por los asvins (dos físicos que eran gemelos) de los dioses. i La palabra vimana como sinónimo de máquina volado- ra aparece en el Yajurveda, en el Ramayana, en el Mahå- bhárata, en el Bhagavata Purana y en la literatura clásica, La palabra yantra significa «aparato mecánico» y también es frecuente en la literatura sánscrita. Un vimana es una variante de aparato mecánico que imita el vuelo de las aves. Por lo menos veinte pasajes del Rigveda hacen referencia al artefacto volador de los asvins, descrito como de tres pisos, triangular y provisto de tres ruedas, con capacidad 121 para tres pasajeros. Estaba construido con los tres meta- les oro, plata y hierro, y disponía de dos alas. Su velocidad era tan rápida como el pensamiento, y podía moverse por tierra, por el agua y por los aires. Con ayuda de esta má- quina voladora los asvins salvaron también al rey Bhujyu, que había naufragado. El Matyasastra de Bharata narra que no sólo los dioses, sino también otros seres sobrehuma- nos celestiales empleaban tales artefactos. El mecanismo es descrito detalladamente en diversas obras, como por ejemplo en el Vaimánika Sastra de Bha- radjava, en el Samaranganasutradhara y en el Yuktikalpa- taru de Bhoja (del siglo xı d. de J.C.). Se dice que otros dieciséis textos describen también el mecanismo de los vi- manas, pero hasta el momento no han podido ser encon- trados. El Vaimánika Sastra es una colección de apuntes, cuyo núcleo procede del sabio Bharadvaja y se remontan hasta el siglo Iv a. de J.C., mientras que el resto procede de trans- misiones orales. Todos estos escritos fueron redescubiertos en 1875, antes incluso de la hazaña de los hermanos Wright. Como dice el propio Bharadvaja, este texto es una versión resumida. Describe el tamaño y las principales piezas de los diversos artefactos voladores, cómo se gobernaban, qué particularidades había que tener en cuenta en los vuelos prolongados, cómo había que proteger al aparato ante fuer- tes tormentas y rayos, cómo había de efectuarse un aterri- zaje forzoso, y cómo había que cambiar la fuerza propulsora por la energía solar cuando escaseara el combustible, Bha- radvaja remite a unas setenta autoridades y diez expertos de la ciencia y de la aviación protohistórica de la India. De acuerdo con el Samaranganasutradhara, originaria- mente fueron construidos cinco artefactos voladores para las cinco divinidades Brahma, Vishnú, Yama, Kuvera e In- dra. Más tarde fueron muchos más. A grandes rasgos hubo cuatro tipos de vimanas: rukma, sundara, tripura y saku- na. Estos cuatro tipos básicos estaban divididos en 113 sub- modelos, que apenas se diferenciaban entre sí. De los cua- tro tipos, los rukma eran dorados y de forma cónica, los sundara eran brillantes y tenían forma de cohetes, los tri- pura tenían tres pisos, y los sakuna tenían forma de ave. El mayor por su longitud es el modelo sakuna, que consta de 25 partes: plataforma base, mástil hueco, bornes de tres ruedas, calefactores de cuatro caras, tubos de aspi- ración de aire, abrigo de refrigeración, tanque de combus- tible, caldera con generador de energía, máquinas de im- pulsión, indicadores de dirección, dos alas, motor frontal y colectores solares. Los rukma y sundara poseen el mismo equipamiento de los sakuna, pero con los siguientes com- 122 plementos: chimenea, motor a gas, tubos metálicos, venti- lador y una capa exterior de un tipo especial de hierro. El modelo tripura se obtiene uniendo tres bandas indepen- dientes entre sí. Con la primera se puede viajar por tierra, con la segunda sobre y bajo el agua, y con la tercera por el alre. Los tres primeros tipos de máquinas voladoras se fabricaban con varias variantes de hierro denominadas «ra- jaloha», mientras que el tripura estaba fabricado con hierro «trinetra», La planta baja de este último tipo tiene dos me- tros de altura y 30 de ancho, con un grosor de 1 metro. La base dispone de ruedas retráctiles y extensibles, que inclu- so pueden ser recogidas. La primera planta tiene 25 metros de ancho y 2 de al- tura. Empleado como vehículo anfibio, es preciso sellar las aberturas por las que pasan las ruedas con algodón ais- lante. La segunda planta tiene 21 metros de ancho por 2 de alto, con un grosor de 15 centímetros. Aquí se encuentran los aparatos para la protección contra la lluvia, las tormen- tas y determinadas corrientes de aire. Este libro ofrece igualmente datos detallados sobre la carlinga, los compar- timientos de carga, los asientos, así como sobre el sistema de aireación y las ventanillas. Pero la parte quizá más interesante de esta maquinaria es el lugar ocupado por el generador de electricidad solar, El Vaimánika Sastra señala que deben fabricarse ocho tu- bos de un cristal especial, capaz de absorber los rayos so- lares. Y luego describe con exhaustivos detalles una máqui- na para almacenar la fuerza de los rayos solares. Los problemas básicos de la navegación aérea —como son el impulso necesario para la elevación, el mantenimien- to de una propulsión homogénea y el control del aparato— quedan contestados extensamente por el Amaranganasu- tradhara. En lo referente al combustible líquido, la citada obra hace referencia a dos tipos: el mercurio y el rasa, del que hoy en día aún no sabemos exactamente a qué hace referencia. Cuatro jarras llenas de mercurio se colocan en las cua- tro esquinas de la máquina en forma de pájaro. Con ayuda de fuego de leña, se calienta cuidadosamente el mercurio. El artefacto se alzará por la presión hacia arriba del mer- curio así calentado y por el empuje hacia atrás de los va- pores de salida. El movimiento de las alas y la capa de aire mantienen al artefacto en vuelo. El Samaranganasu- tradhara ya ofrece una clara idea de lo que la mecánica moderna denomina «momento», y en esa obra se discute acerca de diferentes formas de velocidad y movimiento, así como sobre su empleo para diferentes fines mecánicos. El 123 autor también tenía ya idea del secreto del efecto de la palanca y del empleo del recubrimiento mecánico de pro- tección. Esos gigantescos artefactos voladores parecidos a las aves eran capaces de elevarse a enormes alturas. Al ha- cerlo, desarrollaban un enorme estruendo y dejaban un rastro de humo. Resulta interesante comprobar que el Vaimánika Sastra describe el empleo de una serie de aceites, y que la eleva- ción, el descenso y las emocionantes maniobras en el aire eran posibles gracias a la fuerza de los motores. El Yukti- kalpataru nos informa también sobre la construcción de tales artefactos metálicos. Pero en un punto el Samaran- ganasutradhara se diferencia de todos los demás textos: propone para el fuselaje de estos artefactos voladores una especie particular de madera ligera. Todos estos detalles de aparatos voladores en la India antigua serían simples cuentos de ayas o simples leyendas, si no encontráramos la confirmación a través de los textos de los vedas y de los textos clásicos. Hemos citado ya los aparatos voladores de los asvins. También la descripción del carro Pushpaka en el Ramayana, cuyo aspecto era el de una pequeña montaña que culminaba en forma puntiaguda. Vimos cómo Rama, acompañado de Sita y otros viajeros, sobrevolaba el sur de la India haciendo de guía turístico al describir los lugares que estaban sobrevolando. Habiendo dejado atrás el campo de batalla —pasaje que ya mencionamos en su momento—, los afortunados viaje- ros sobrevolaron en el Pushpaka las montañas y los bos- ques y alcanzaron Kiskindhya, cerca de la actual Hydera- bad, en donde aterrizó el artefacto para que subiera a bor- do otro grupo de damas del palacio Sugriva. Luego el viaje prosiguió por encima de la meseta central de la India y del lago Pampa, sobre el bosque Dandaka y el río Ganges, has- ta que al fin aterrizaron en Ayodhya. En el Raghuvamsam de Kalidasa (siglo 11 a. de J.C.), la descripción resulta to- davía mucho más viva. Anteriormente, habíamos repasado algunos pasajes del Mahábhárata. Seguimos insistiendo ahora en los textos de esta gran epopeya. Porque vale la pena leer cómo cierto día el rey UVaparicaru Vasu, del antiguo linaje de los kuru, recibió de Indra, señor del cielo, el presente de un magní- fico vehículo volador. Desde él el rey podía observar todos los acontecimientos que se desarrollaban en tierra, y —al igual que los dioses— podía volar por el universo y visitar otros mundos. Desde que Vasu recibió este artefacto, ape- nas se dejaba ver en la Tierra: la mayor parte del tiempo la pasó con su familia en los atres. El propio Indra utilizaba otro aparato, y cuando aterri- 124 «La ciudad de Indra permanecía permanentemente en el espacio. | Estaba construida enteramente de metales y contenía edificios, | viviendas y plantas. Las entradas eran tan anchas que podían penetrar por ellas pequeños objetos voladores», escribió Narada, | el gran sabio de la antigua tradición hindú. Ideograma de la creación, según se representaba en Creta (izquierda), en Egipto (centro) y en México (derecha). | rr aaa zaba adoptaba por lo general la forma de un cisne. Narda, ` el enviado de las estrellas, vino con un aparato volador que no se diferenciaba mucho de los actuales cohetes. Habíamos hablado ya igualmente de cómo el piloto Ma- tali, enviado expresamente por Indra, recogió en su nave voladora anfibia a Arjuna, para trasladarle al cielo de los dioses y proveerle allí de material bélico adecuado para combatir con éxito a los asuras. Pues bien, una vez remon- tado el vuelo, el viaje discurrió frente a las estrellas. Desde la Tierra, las estrellas parecían pequeñas, pero luego fue- ron aumentando de tamaño y luminosidad. Arjuna pasó ante un sinnúmero de cuerpos celestes y muy pronto dejó atrás el Sol. Cuando llegó a la morada de Indra, descubrió gran número de aparatos voladores; algunos estaban aterri- zando, otros despegando y otros más permanecían inmóvi- les en el suelo. Se nos está describiendo, en la época de Jesús, la actividad en un cosmodromo. En el Yajurveda existen ya referencias a los vehículos voladores de los asvins, capaces de acercarse mucho al Sol y de observar la salida y la puesta del Sol y de la Luna. En el inmortal drama Abhijnanasakuntalam de Kalida- sá, escrito en el siglo 1 d. de J.C., se narra la venida de Dusyanta, que bajó del cielo en una máquina voladora del dios Indra. Dusyanta vio primero cómo su vehículo volaba por entre las nubes, y cómo los radios de las ruedas de su aparato volante habían quedado mojados por el contacto con las nubes. Cuando el vehículo aterrizó a toda veloci- dad, el suelo parecía querer reventar y los pájaros salieron de sus nidos, espantados por el atronador ruido. Cuando el vehículo ya había aterrizado, Dusyanta comprobó sorpren- dido que las ruedas ya no hacían ruido y que el aparato ya no desarrollaba humo. Y entonces comprobó que el vehícu- lo no tocaba el suelo, a lo que el piloto le explicó que ello sólo era posible gracias a un mecanismo especial. Parecidas descripciones de vuelos las encontramos en el Avimaraka de Bhasa. Y en el Bhaghvata incluso hallamos un pasaje que describe un ataque aéreo contra la capital de Krishna. El profesor Kanjilal se plantea en este momento la pre- gunta de cómo pudo desaparecer el conocimiento de tales artefactos voladores. ¿Por qué los habitantes de la India no explotaron en la práctica esta herencia? La palabra yantra aparece varias veces en el Rigveda, en el Yajurveda y también en el Athervaveda. El Mahábhá- rata hace referencias a un manual de ciencias mecánicas, que también es mencionado repetidas veces en el Markan- deyapurana, en tratados médicos de Susruta y Caraka, etc. Encontramos relaciones de aparatos estáticos y dinámicos 126 en el Arthasastra de Kautilya. El Samaranganasutradhara describe la fabricación de un robot mecánico capaz de ma- tar a gran número de enemigos. Así pues, la literatura in- dia no escasea en referencias técnicas. Ahora bien, ¿por qué no fueron activados estos conocimientos? En el Satapatha Brahmana, que data de unos 2 500 años antes de nuestra era, nos enteramos de unas gigantescas Inundaciones que cubrieron la casi totalidad del mundo. En general, la literatura sánscrita da cuenta de varias grandes catástrofes, entre ellas la desecación de los mares. Por ello es lógico suponer —concluye Kanjilal— que con el paso de la historia la Tierra fuese testigo del nacimiento y desarro- llo de una floreciente civilización, quizá creada por influen- cia extraterrestre, pues los textos sánscritos reflejan bas- tantes contactos e intercambios científicos entre los dioses y los humanos. Pero una descomunal catástrofe acabó con todos estos conocimientos y los escasos supervivientes es- taban demasiado ocupados en ponerse a salvo como para rescatar encima los conocimientos técnicos. A pesar de todo, tales conocimientos lograron transmitirse, aunque sólo fragmentariamente, en forma de leyendas. Las leyendas siempre poseen un núcleo verdadero, y allí donde fracasan la historia y la arqueología, las leyen- das abren las puertas a un pasado largo tiempo olvidado. EL MONSTRUO DE LOS 9 ABISMOS Debo al orientalista T. K. Barooah el conocimiento de una interesante tradición de los khási, un pueblo originario del delta del Mekong que, sin embargo, está asentado en las montañas del estado indio de Assam, que separan el Bhu- tan y las estribaciones meridionales del Himalaya de la frontera noreste de Bangla Desh. Es la tradición conocida por Ki khun Ka Ramew (Los hijos de la Tierra), que con- sidero adecuado aportar aquí. Afirma dicha tradición que cuando por vez primera hubo un amanecer en este mundo, no había nada sobre la faz de la Tierra. Dios, dueño y señor de todas las cosas, creador y dominador de todo, dio entonces el ser a Ka Ra- mew y a U Basa, su esposo. | Vivían los dos en la mayor dicha y paz, pero había algo que noche y día los preocupaba: y era que no tenían hijos ni descendencia alguna. Ésta era su preocupación. No te- nian hijos. 127 Ka Ramew estaba triste y no era feliz, a pesar de la di- cha en que vivía, y no hacía otra cosa que elevar súplicas a dios, ordenador y creador de todas las cosas, oraciones que repetía día tras día con la esperanza de obtener de él la descendencia que perpetuara el clan y la tribu. Después de mucho suplicar, después de días y años de oración, el dueño y señor de las cosas escuchó la oración y le dio cinco hijos. Éstos fueron el Sol, la Luna, el Agua, el Viento y el Fue- go. Ka Sngi (el Sol) era la mayor, la primera hija en ver la Tierra y lo que la rodea. Ka Ding (el Fuego) era la última, la que cerró el vientre, la que tiene el deber de proteger y cuidar a la familia, el hogar, los asuntos de la casa, como es costumbre de la última de las hijas. Y así fue como la madre de todas las cosas sonrió de felicidad y alegría al ver que la familia era grande, el clan potente, aumentaban las casas y se recorrían los caminos. Como había Sol, Agua y Viento, brotaron árboles y hier- bas de todas las clases, germinaron las flores y la tierra entera se adornó de los más bellos colores. Qué alegría más grande la de Ka Ramew viendo tal es- tallido de vida alrededor suyo. i Después de algún tiempo elevó de nuevo sus plegarias al dueño y señor, creador y dador de vida a cuanto existe sobre la faz de la Tierra, a fin de que su misericordia le concediese alguien que pudiese ordenar y desarrollar todo lo que ya llenaba la Tierra. El dueño y señor de todas las cosas vio que los deseos de Ka Ramew no eran otros sino adornar la Tierra y en- tonces prometió darle satisfacción. Fue entonces cuando hubo una gran asamblea en el cie- lo para buscar a alguien que bajase a la tierra a regentarla y desarrollarla. Después de días y días de discusión y argumentos sin fin, se decidió enviar a siete de las dieciséis familias de hombres a quienes se llamó «Los siete hogares» o «Los sie- te nidos». Éstos vinieron y se establecieron en la Tierra en toda su extensión. : | Dios dio su bendición a toda la Tierra e hizo una alian- za con el hombre. La alianza era ésta: que si los hombres siguen la senda de la justicia y viven en la equidad guardando la ley de dios en todo detalle, él, dueño y señor de todas las cosas del cielo y de la tierra, les daría su bendición y los hom- bres serían felices y podrían ir y venir del cielo cada vez que así lo deseasen desde una montaña llamada «La monta- ña umbilical del cielo». 128 Como prueba de esta alianza que se había jurado, dios, creador y señor de todas las cosas, fijó un árbol llamado Ka Diengiei, señal perenne de este pacto. Así pues, mientras los hombres viviesen en la justicia y en la equidad de acuerdo con la ley de dios, serían feli- ces y estarían contentos, crecerían y se desarrollarían en una dicha sin fin. Desconocerían las preocupaciones y la tristeza, las desgracias y la miseria, la enemistad y los li- tigios. Por el contrario, el amor y la felicidad reinarían en el mundo. Pero había alguien que no veía con buenos ojos esta fe- licidad y dicha del hombre y se consumía de envidia y ce- los. Ni dormir podía pensando en la manera de tender una trampa al hombre y hacerle caer de la felicidad que poseía. Después de pensarlo por días y meses junto con sus se- cuaces, salió solo de los antros subterráneos y se mezcló con los hombres. | Éste es el Monstruo de los Nueve Abismos... LOS HIJOS DEL CIELO Abandonamos ahora las tierras de la Maya asiática y del gran arquitecto del universo para desplazarnos algo más al nordeste y descubrir allí a un pueblo ancestral que tam- poco se queda corto al vanagloriarse desde antiguo de ser Celeste Imperio y de ser su emperador hijo del Cielo. La obra magna de los manchúes fue la reedificación de la ciudad imperial en el corazón de Beijing (Pekín), que había sido incendiada en 1644 cuando el derrocamiento de los Ming, y que se concibió de acuerdo con consideraciones a un tiempo religiosas y astronómicas, que sintetizan toda la civilización china. Seguimos, pues, sin salirnos de la in- fluencia del arquitecto del universo. El imperio, en efecto, no es más que una expresión del orden cósmico y el em- perador simboliza las leyes que rigen el universo. Los asun- tos de Estado se resuelven en la sala de la Pureza Celeste, nombre que, junto con el de la sala regia de la Suprema Concordia, resume toda una filosofía del poder. Todos los años el emperador iba al Altar del Cielo, al sur de Beijing, a pedir que el Cielo le renovara la misión de gobernar el imperio. ¡ Mas no todo fue pureza celeste ni suprema concordia sobre las cabezas de los primeros chinos. Nuestros creado- res, a todas luces, intentaron por todos los medios y al me- 129 nos en este aspecto lograron plenamente, fabricarnos a su imagen y semejanza. Porque en todas las épocas pretéritas han mostrado al igual que nosotros un muy peculiar regus- to por los enfrentamientos bélicos, si bien en su caso a eran altura. Así, ya en las leyendas chinas antiguas, espe- cialmente las del Viaje al Oeste, del Feng-Shen-Y en-1, del Liu-Shi-ChH'un-Ch'iu y del Shan-Hai-Jing, se relatan comba- tes aéreos o fenómenos OVNI. En el Feng-Shen-Y en-1, «No- cha, montado sobre su rueda de fuego y de viento, venció a Chang-Kuoi-Fung después de haber llamado en su ayuda a las legiones de los dragones de plata que vuelan», Pero éste -es sólo un ejemplo. Dragón y serpiente son símiles legendarios. Estos que acabamos de citar son dragones volantes, al igual que las serpientes que vimos vinculadas a los wandjinas australia- nos y al Quetzalcóatl, Gucumatz y Kukulkán mesoameri- canos. También en el Shan-Hai-Jing chino existe un capitu- lo titulado «Da-Huang-Si-Jing», que se refiere a los dioses que habitan el mar del Oeste. Estos dioses tenían todos un rostro humano y un cuerpo de pájaro —al igual que los yakshas de la India antigua— (el cuerpo de pájaro alude directamente a la facultad de vuelo de la correspondiente deidad), dos serpientes verdes en las orejas y dos más ro- jas bajo los pies. Una curiosa cita aporta el obispo Fulton J. Sheen en su libro Life of Christ (Vida de Cristo). Cita curiosa por cuan- to parece tener relación con la magna representación pla- netaria de la anunciación de la llegada de Jesús, pero pro- ducida dicha anunciación con siglos de antelación en Chi- na, de acuerdo con la cronología de la dinastía que se menciona. Puesto que afirma Fulton J. Sheen que los ana- les del Celeste Imperio contienen esta declaración: «En el año 24 de Chao Wang, de la dinastía de los Cheu» —que lo- graron sacar tajada del año 1027 al año 221 antes del naci- miento de Jesús— «el día 8 de la 4.* luna, apareció una luz por el lado del sudoeste que iluminó el palacio del rey. El monarca, sorprendido por tal resplandor, interrogó a los sabios. Ellos le mostraron libros en los que se indicaba que este prodigio significaba la aparición del gran Santo de Oc- cidente, cuya religión había de introducirse en el país de ellos.» Cielos imposibles Y comienza ya el interminable repertorio de fenómenos aéreos, de objetos volantes no identificados que desde siem- pre se mueven en la atmósfera terrestre. Lo que vimos has- 130 la ahora estuvo todo ligado al concepto de una o unas di- vinidades. Esta relación con el fenómeno divino sigue la- tente en buena parte de los casos hasta entrado incluso nuestro siglo XX, pero ya desde tiempos pretéritos se van interpolando fenómenos documentalmente reseñados que los testimonios de la época no atribuyen ya a un origen di- vino, sino simplemente a la manifestación de objetos vo- lantes cuyo origen, esencia y significado o propósitos des- conocen. 0 He aquí uno de los más antiguos de estos testimonios. La obra china Ciencia natural señala en su capítulo 10 que «bajo el reinado de Xia Ji (hace aproximadamente 4 000 años) se vieron dos soles en la ribera del río Feichang, uno ascendiendo en el este y el otro descendiendo en el oeste, que rugían como el trueno». _ Bastante más recientemente, el escritor Wang Jia, que vivió bajo la dinastía de los Tshin, relata en su libro Reen- cuentro una historia acaecida en el siglo Iv a. de J.C.: «Du- rante los treinta años del reinado del emperador Yao, una inmensa nave flotaba sobre las olas del mar del Oeste. So- bre este barco, una luz potente se encendía de noche y se apagaba de día. Una vez cada doce años, la nave daba una vuelta por el espacio. Por lo que se la llamaba nave de luna o nave de las estrellas.» Otro historiador, Zhao Xigu, que vivió bajo la dinastía de los Song, entre los años 960 y 1279, nos da una imagen aún más clara de esta nave del cielo. Efectivamente, en su obra Observaciones del cielo nos da la medida aproximada de la nave y nos insinúa su naturaleza metálica al escribir literalmente que: «Hubo un gran navío celeste fabricado por un tal Yan Zun, expuesto bajo la dinastía de los Tang» —años 618 a 906— «en el palacio de la Virtud. Con más de 50 pies de longitud, la nave resonaba como el hierro y el cobre y resistía perfectamente a la podredumbre... Se elevaba en el cielo para regresar después y así continua- mente». _. Un profesor de literatura popular china, Ke Yang, que imparte sus actividades docentes en la Universidad de Lan- zhou, en la provincia de Gansu, halló numerosas referen- cias a objetos volantes no identificados en antiguos libros chinos. Especial importancia tienen ocho de estas referen- clas, que iremos viendo a lo largo de las páginas de este libro. A continuación transcribo los dos casos más antiguos —cronológicamente— de esta serie de ocho más desta- cados. El primer texto afirma literalmente: «Un día de enero del año 2» —año 314 de nuestra era— «bajo el reinado del emperador Jianxing, el Sol se precipitó a tierra y otros tres 141 soles surgieron juntos por encima del horizonte. Y otro día, el Sol descendió rápidamente hacia el suelo y otros tres soles volaron uno junto a otro, después de haberse ele- vado al oeste, dirigiéndose hacia el este». | El segundo texto reza: «En el año 5» —año 317 de nues- tra era— «bajo el reinado del emperador Jianxing, en el mes de enero, tres soles brillaron simultáneamente en el cielo teñido de tonos multicolores. Los soles estaban ro- deados de una aureola y suspendidos a diez metros por en- cima del suelo. El centro de los soles tenía una coloración verdosa». Recomiendo al lector esté atento a los casos OVNI re- latados por Plinio el Viejo en los cielos de la Roma anti- gua, a los que también rindieron visita tan curiosos grupos de soles. Pero sigamos viendo textos antiguos chinos. El historia- dor Zhang Zuo escribe lo siguiente bajo la dinastía de los Tang (años 618-907), en su obra Historia del poder y de la oposición: «Qui Jingye se alzó en armas con sus hombres armados contra el emperador, y sobre el campo de batalla dos ejércitos combatían encarnizadamente. Encima de los mismos se veían grandes estrellas en formación batallan- do las unas contra las otras, retrocediendo y acercándose cada cual dentro de su formación; esta escena duró tres noches.» ¿Quién diablos juega sus cartas en la historia humana? ¿A qué oculto poder le interesa la intervención decisiva en la historia humana? Ya insinué esta intervención al ha- blar de-la cruel protección de Yahveh a Moisés, y volveré a referirme a ella más adelante, ya que tendremos ocasión sobrada de contemplar la intervención de ayudantes baja- dos del cielo en suficientes batallas o enfrentamientos ar- mados de grupos humanos en oposición. Veremos inmediatamente una cita que habla de un fe- nómeno similar al que nos acaba de relatar Zhang Zuo. En un opúsculo titulado Los signos espantosos han aparecido de nuevo en el aire sobre las ciudades de Lyon, Nimes, Montpellier y otros lugares circundantes, ante el gran asombro del pueblo, impreso en Lyon en 1621, se refiere que «Eneas Silvius, que murió en el año 460, escribió que el año sexto después del Jubileo, fueron vistas entre Siena - y Florencia veinte nubes, las cuales agitaron los vientos, batallaban las unas contra las otras, cada cual en su fila retrocediendo y aproximándose, cual si hubiesen sido or- denadas en batalla, y durante este enfrentamiento de las nubes, los vientos cumplieron también con su deber de de- moler, abatir, romper, arrugar y destruir casas, rocas e in- cluso elevar a hombres y bestias por los aires». 132 El mitológico ser volador Garuda lleva a dos viajeros a través de los aires. Un «yaksha», ser volador mitad hombre, mitad pájaro, esculpido en el templo de Martand en Cachemira. Tang: una dinastía para los OVNIs La dinastía de los Tang, que acabamos de ver relacionada con las estrellas que en formación batallaron durante tres noches por encima de las cabezas de los ejércitos enfrenta- dos en el campo de batalla, parece haber gozado de la es- pecial atención, curiosidad o incluso participación de quie- nes están detrás —si no de todos— al menos sí de deter- minado tipo de objetos voladores no identificados. Vere- mos algunos ejemplos de su actividad en los cielos chinos durante el mandato de dicha dinastía. El recién citado historiador Zhang Zuo, autor de la His- toria del poder y de la oposición, escribe en otro pasaje de dicha obra que «el 29 de mayo del año dos bajo el reinado del emperador Kai Yuan, durante la noche, apareció una gran estrella móvil, grande como una cuba, que volaba en el cielo del norte, acompañada de otras pequeñas. Esto duró hasta el alba». Otro texto hallado por el profesor Ke Yang da fe de que «en el año 6 bajo el reinado del emperador Xizhong de la dinastía de los Tang» —o sea en el año 879— «en noviem- bre, se vieron un día dos soles que luchaban ardientemen- te. Y otro día del mismo mes, dos soles surgieron juntos y se batieron en el cielo, fundiéndose en un solo astro bajo las miradas de todos los espectadores». Observe el lector que los datos son concretos en cuanto a fechas, y que lo que nos cuentan los textos antiguos es exactamente, en muchas ocasiones, lo que refieren las per- sonas que actualmente, en la segunda mitad de nuestro si- glo xx, han presenciado las evoluciones de los objetos vo- lantes no identificados. En este último ejemplo, valga la reunión de dos OVNIs en un solo cuerpo. Pero prosigamos con los OVNIs de los Tang. En esta época se escribió otro libro, titulado Nuevo libro de los Tang, en cuyo capítulo 22, dedicado a la Astronomía, lee- mos: «En el año dos bajo el reinado del emperador Qian- fu, dos estrellas, una roja y otra blanca, cuyo tamaño era como dos veces la cabeza, se dirigieron una junta a la otra hacia el sudeste; una vez posadas sobre el suelo, aumen- taron lentamente de tamaño y lanzaron violentas luces. Al año siguiente, una estrella móvil brilló de día como una enorme antorcha. Tenía el tamaño de una cabeza. Habiendo venido del nordeste, sobrevoló dulcemente la región, para desaparecer luego en dirección noroeste.» Para aquellos lectores no familiarizados con el fenóme- no, cabe aclarar que los tamaños que se dan referidos a los objetos volantes o celestes no identificados se refieren siem- 134 pre no a sus dimensiones reales, sino a sus tamaños apa- rentes. En otro punto, el mismo Nuevo libro de los Tang afir- ma: «En marzo del año dos bajo el reinado del emperador Tian Yu, cierta noche, una gran estrella surgió de la bóve- da de los cielos. Era cinco veces más grande que un cele- mín y volaba en dirección del noroeste. Descendió hasta treinta metros del suelo. Su parte superior lanzó destellos fogosos de color rojo naranja. Sus luces alcanzaron una longitud de más de cinco metros. Se desplazaba como una serpiente, escoltada de numerosas pequeñas estrellas que desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Se vio un va- por que subía muy alto en el cielo.» Y un último caso, una última referencia a objetos vo- lantes no identificados en este Nuevo libro de los Tang: «En marzo del año tres bajo el reinado del emperador Guang Hua» —o sea en el año 900 de nuestra era— «una gran estrella, grande como un celemín, de color amarillo, volaba hacia el sudoeste. Su cabeza era puntiaguda y ter- minaba en forma cilíndrica». | Otro caso que hemos podido recoger de la época de los Tang figura en el libro antiguo Cuentos de las cosas raras, escrito en la época de vigencia de la repetida dinastía. Lee- mos allí: «En el año siete, bajo el reinado del emperador Kai Yuan de la dinastía de los Tang, Tang Peiyo fue nom- brador gobernador de Kuang-Zhou. Una noche de otoño, el cielo se tornó súbitamente todo luminoso. Mucho tiempo después, todo volvió a la normalidad y la noche negra vol- vió a cernirse sobre la tierra. Algunos meses más tarde, un marino llegado de muy lejos al sur, le anunció al goberna- dor: “El 11 de agosto, durante la noche, yo navegaba por el mar. Repentinamente, una gran tortuga surgió delante de mi navío. Miró en dirección al norte y como dos soles, sus Ojos iluminaron hasta una distancia de 500 km de allí, pudiendo ser vistos claramente los más pequeños objetos. Mucho tiempo después, todo volvió a la oscuridad y la no- che volvió a ser normal...”» Hasta aquí, este breve resumen de acontecimientos inex- plicables relacionados con objetos volantes o con indicios de una tecnología no humana, en los cielos de la China an- tigua. Regresaremos a estas latitudes más adelante, con nuevos casos acaecidos en épocas posteriores. 135 | EL ESPEJO DE IZANAMI Al principio no había cielo ni tierra. Los elementos de to- das las cosas formaban una masa liquida y confusa, seme- jante al contenido de un huevo en que se hubiera mezclado la clara y la yema. En el espacio infinito que llenaba aquel caos, surgió un dios, que se llama el divino Ser supremo, cuyo trono está en medio del cielo. Después vino el dios creador, altisimo y elevado sobre la creación; y luego otro dios creador que es el sublime espiritu. Cada uno de estos tres dioses primitivos tenía su existencia propia; pero aun no se habían revelado fuera de su naturaleza espiritual. Entonces se verificó poco a poco una separación en el caos. Los átomos sutiles, diseminándose en diversas direcciones, formaron el cielo. Los átomos más grandes, fijándose y ad- hiriéndose entre sí, produjeron la Tierra. Los átomos suti- les constituyeron muy pronto la celeste bóveda redondeada sobre nuestras cabezas. Y como los átomos grandes se agregaban con más lentitud, formando cuerpo sólido, la Tierra no quedó hecha hasta mucho tiempo después que el cielo. | Cuando la materia terrestre flotaba todavia, como un pez que retoza en la superficie de las aguas, o como la ima- gen de la Luna trémula en las límpidas olas, apareció entre el cielo y la Tierra —observe el lector que, en diversas oca- siones ya, ha aparecido en las antiguas memorias del ori- gen de las cosas terrestres esta imagen de la existencia de algo entre el cielo y la Tierra, siendo la idea de la atmos- fera una imagen inherente a la consciencia universal an- cestral del ser humano— alguna cosa parecida a una rama de espino, dotada de movimiento y susceptible de trans- formación. Esta rama se convirtió en tres dioses, que son: Kuni-Toko-Tatsi, no Mikoto, es decir, el Augusto perpetual- mente existente en el Imperio; Kuni-Satsu-Tsi, no Mikoto, aquel que reina por la virtud del agua; y Toyo-Kumu-Su, no Mikoto, aquel que reina por la virtud del fuego. Después de estos tres primeros dioses, hubo cuatro pa- rejas de dioses y de diosas. El primero de los siete dioses celestes, Kuni-Toko-Tatsi, es el iniciador de la creación del universo. En las cuatro últimas generaciones de dioses hay coexistencia de los dos principios masculino y femenino, pero no llegarán a la consciencia de ellos mismos hasta la cuarta pareja, Iza- naghi e Izanami, en la séptima y última generación. Cierto día —dice la leyenda— Izanaghi, el séptimo de los dioses celestes, resolvió crear un mundo inferior. Iza- naghi e Izanami se adelantaron juntos por el «puente flo- 136 è I 1 tante del cielo» y sumergieron una lanza celeste adornada de joyas en el piélago caótico que se extendía por deba- jo de ellos. La agitaron hasta que el líquido se coaguló y se espesó. Tras lo cual retiraron la lanza, y las gotas de sal- muera que cayeron de ella en el océano formaron la isla de Onogoro, es decir, la isla «que se coagula por sus pro- pios medios». Cuando la hubo visto elevarse sobre las olas del océano, Izanaghi se sintió atraido hacia esta nueva crea- ción, y, dirigiéndose a su divina compañera Izanami, le pro- puso bajar con él a la Tierra. Aceptó la diosa con placer tan amable invitación, y los dos celestes esposos y herma- nos, apoyados en las balaustradas de sus moradas aéreas, se preguntaron qué lugar elegirían como término de su pe- regrinación. Con la vista recorrieron las cuencas graciosas del mar interior del Japón; y de común acuerdo resolvie- ron dirigirse a la bonita isla de Awaji-Sh, que reposa como un cesto de flores y de hojas sobre las tranquilas y profun- das aguas, protegidas de un lado por las rocas de Shikoku, y del otro, por las fértiles riberas de Nipón. Al ver aquella isla que era su propia obra, aquella espléndida naturaleza, cuyos elementos habían evocado ellos mismos, aquellas aves que suspendían sus nidos de las ramas, les pareció que la existencia terrestre no era indigna de los dioses mismos. Transcurrieron los días, las estaciones y los años; y llegó un tiempo en que la divina pareja no vagaba ya solitaria por los prados y las colinas: los seguían unos alegres y her- mosos niños, a los que se veía juguetear a la puerta de su morada, en un risueño valle de la isla. Sin embargo, a medida que iban creciendo, un velo de tristeza oscurecía a veces la mirada de sus padres. En efec- to, la celeste pareja no podía ignorar que todo cuanto nace en la Tierra está sujeto a morir; y que más pronto o más tarde deberían llegar sus hijos a este trance supremo. Aque- lla idea hacía estremecer a la dulce Izanami: no le era po- sible representarse que un día debía cerrar los ojos de sus hijos, y continuar disfrutando de la inmortalidad: le pa- recía mejor bajar con ellos a la tumba. Izanaghi resolvió poner término a una situación que iba siendo cada vez más angustiosa, y persuadió a su compañera a que subiese con él a la celeste morada antes de que el espectáculo de la muerte entristeciese su felicidad. «Es verdad» —dijo a su esposa— «que nuestros hijos no podrán seguirnos a la man- sión de la felicidad inmutable; mas, al abandonarlos, sabré dulcificar el dolor de la separación, haciéndoles un legado que les facilite el medio de acercarse a nosotros tanto como lo permita su mortal condición». Así habló; y llegada la hora de la despedida, invitó a sus hijos a que enjugaran sus lágrimas, y a prestar atento 137 oído a su última voluntad. Comenzó por pintarles, con esas imágenes que la palabra humana es impotente de repro- ducir, el estado de inmutable serenidad que es el dominio incorruptible de los habitantes del cielo. ; Luego, elevando con la mano derecha el disco de plata en el que tantas veces se había reflejado la pura Imagen de su divina compañera desde que bajó a la tierra, mandó arrodillar a sus hijos y les dijo en tono solemne: «Os dejo este precioso recuerdo: él os traerá a la memoria las divi- nas facciones de vuestra madre; pero al mismo tiempo contemplaréis vuestra propia imagen, por más que esto sea para vosotros motivo de comparaciones humillantes. Cada mañana os arrodillaréis delante de este espejo: él os se- ñalará las arrugas que tal o cual tribulación de la tierra haya podido producir en vuestra frente, o el desorden que una pasión funesta imprima en vuestro semblante. Borrad esas señales del mal; tranquilizad vuestro espiritu y sere- naos; y entonces elevad a nosotros vuestra oración, senci- llamente y sin hipocresía, pues estad bien persuadidos que los dioses leen en vuestra alma como leéis vosotros en vues- tros ojos al miraros en este espejo. Y si durante el día sentís en vuestro corazón algún movimiento tumultuoso de impaciencia, de envidia, de avaricia o de cólera, que no po- dáis reprimir espontáneamente, acudid al santuario de vuestra invocación matinal, para recogeros y elevar vues- tras oraciones. Y todas las noches, antes de entregaros al reposo, sea vuestro último pensamiento un examen de vo- sotros mismos, y una nueva aspiración a la felicidad de ese mundo superior en que os precedemos.» Aquí termina la leyenda, resumida. Existen naturalmen- te variantes de la misma y todo un abigarrado historial de los acontecimientos posteriores. Del fragmento citado podemos deducir que el pueblo japonés, una raza con marcado carácter diferencial que la hace inconfundible en sus características con ninguna otra raza terrestre, cree —en su creencia ancestral— proceder originalmente de la llegada y procreación en la Tierra de unos seres procedentes del espacio, que además vinieron en algún tipo de vehículo volador (el puente flotante del cielo). Adicionalmente, podemos entrever (las citas están subrayadas en cursiva) que estos seres y sus hijos podían entenderse telepáticamente, que los seres celestes pueden conocer nuestra voluntad (leer nuestro pensamiento) y que nuestro desarrollo como humanidad nos debe llevar a una superación tal que nos convirtamos en un futuro en seres tan desarrollados como estos que nos crearon sobre el pla- neta Tierra. La tradición añade a la leyenda que los hijos de Iza- 138 El profesor Dileep Kumar Kanjilal, exponiendo sus hallazgos en los antiguos textos sánscritos, durante de la Ancient Astronaut Society celebrado en Munich en 1979. El Templo del Cielo el congreso naghi consagraron por un monumento de su piedad filial el sitio en que recibieron la despedida de sus divinos padres, erigiendo un altar de madera de cedro, sin más adornos que el espejo de Izanami, y dos vasos formados de troncos de bambú, con dos ramos de las flores favoritas de la dio- sa. Una sencilla cabaña de forma cuadrada, con techo de junco, protegía el rústico altar, que se cerraba por medio de dos bastidores; y allí era donde los hijos de Izanaghi celebraban mañana y tarde el culto que les había enseñado su padre. Los primeros hombres En la actualidad se encuentra aún a lo largo del litoral y en las islas de la parte septentrional del Gran Océano, una raza particular de hombres fornidos, de cuerpo velludo, ca- beza voluminosa y rostro aplanado, que los japoneses de- signan con el nombre de ainus (= «los primeros hombres»). Se ve algunas veces su tipo entre los campesinos, los pes- cadores y los barqueros. Lo que parece indicar que los ainus constituyeron el primitivo tronco de la población ja- ponesa, es que su nombre no infunde en el país un senti- miento despreciativo: en la lengua japonesa existe también el equivalente de la palabra «bárbaros; mas para expresar- lo se dice «yebis», pero jamás ainus. En relación con estos primeros hombres, resulta que en Hokkaido, en el norte del Japón, el viajero puede admirar un monumento formado por dos obeliscos, un gran círcu- lo floral y un platillo volante. Es un monumento moderno, erigido en el lugar en donde la tradición sitúa la llegada de Okikuru-mi-Kami, antiguo dios ainu, a bordo de su bri- llante «shinta». Las gafas de la Edad de Piedra No debemos olvidar que también en el norte, en Tokomai, Aomori, los arqueólogos hallaron las ya famosas estatuillas (dogu) conocidas por figuras de Kamegaoka, que con su indumentaria extraña y ausencia de manos y pies, y sobre todo por sus enormes gafas, parecen venir de otros mun- dos. Pertenecen a una época de la que se saben muy pocas cosas, correspondiente al último período de la civilización Jomon, que existió durante 5 000 años y desapareció a prin- cipios de nuestra era. 140 EL MENSAJERO VOLADOR Habíamos insinuado ya la vinculación cósmica griega al ha- blar de Zeus, Maya y Atlas, y relacionar dichas divinidades con los pueblos mesoamericanos y con la India antigua. Igualmente habíamos citado a los dióscuros Cástor y Pó- lux, que surgieron de huevos celestes y formaron más tarde parte de la expedición ya citada de los argonautas. Estos argonautas fueron en busca del vellocino del carnero Criso- malo, el mismo que, enviado por Hermes —naturalmente hijo de Zeus y Maya—, surgió de una nube y transportó por los aires a Frixos y a su hermana Hela. Pues bien, no hay que perder de vista en nuestro contexto que Hermes era el mensajero de los dioses, función en la cual sus atri- butos eran el caduceo del heraldo (una vara alada, rodeada por dos serpientes —cuya relación con el vuelo vimos ya también—), las sandalias aladas y el casco alado. En Roma, a Hermes lo conocían por Mercurio, y bien saben los al- quimistas que el mercurio filosófico es el pájaro de Hermes. Pero también en Grecia hay más de una nube que actúa inteligentemente. Así, Eurípides, en su Ifigenia en Aulide, escribe que en el momento en que Calcante se dispone a sacrificar a Ifigenia, una nube dorada la envuelve y se la lleva. Ifigenia, en el último instante, fue sustituida por una cierva, cual anticipo de la sustitución que más tarde se obraría en la cruz. Y Plutarco, en Temístocles XV, escribe, refiriéndose a la decisiva victoria naval de los espartanos sobre los per- sas: «En esta fase de la lucha dicen que una gran luz brotó flameante de Eleusis y un clamor se expandió por el llano tricasiano hasta el mar, como si multitudes de hombres condujesen el místico laco en procesión. Luego, de la voci- ferante muchedumbre apiñada pareció alzarse una nube junto al suelo, extenderse hacia el mar y posarse sobre los trirremes. Otros creyeron haber visto apariciones y figuras de hombres armados procedentes de Egina con las manos tendidas y para proteger a los trirremes helénicos.» Repito: ¿quién demonios está interesado en manipular el curso de la historia de los hombres? Todavía en el ámbito helénico, cabe mencionar a Gale- no, de cuyo cientifismo no se puede dudar, y quien, en su Comentario a los apotegmas de Hipócrates, observa en el siglo 11 que: «Es generalmente sabido que Esculapio fue elevado a los ángeles en una columna de fuego, cosa seme- jante a la cual se refiere también con respecto a Dionisio, Hércules y otros que laboraron en beneficio de la Huma- mdad.» 141 En cuanto al mentado Hércules, escribe Apolodoro en su Historia: ea «Hércules se trasladó a Oeta en el territorio traquiniano y construyó allí una pira y montó en ella. Y cuando la pira estaba ardiendo, se cuenta que una nube le llevó flotando a los cielos.» TRAFICO AÉREO EN LA ROMA ANTIGUA Acabamos de ver cómo en el Japón se erigió un monumen- to a un ser que bajó del cielo en una nave voladora, y vi- mos un poco antes cómo en la China antigua hicieron re- petida aparición varios soles simultáneos, básicamente tres. La historia se refleja igual en la Roma antigua, Así, leemos en el libro II de la Historia natural de Plinio el Viejo, que vivió en el siglo 1, los siguientes pasajes, que no son más que una muestra resumida de los fenómenos que refiere el citado historiador: «Roma es el único lugar del mundo en que hay un tem- plo dedicado a un cometa, a aquel que el divino Augusto juzgó favorable a sí mismo; el que apareció al comienzo de su vida pública, durante los juegos celebrados en ho- nor de Venus madre, poco después de la muerte de su pa- dre César, en el colegio instituido por este último a tal fin. Expresa su gozo con estas palabras: “Durante los días de la celebración de mis juegos, fue observada una estrella con cola, durante siete días, en la región del cielo que cae hacia septentrión. Esta estrella permanecía hasta “casi las once horas del día, y era resplandeciente, y fue visible des- de toda la tierra.” » También se ha dado el caso de ser visibles varios soles al mismo tiempo, nunca por encima o por debajo del Sol, sino a un lado. Ni cerca de la Tierra ni en su dirección, sino hacia levante o hacia poniente. Se dice que una sola vez se ha observado este meteoro durante el dia; esto acon- teció en el Bósforo, y su contemplación duró desde la ma- ñana hasta la puesta del Sol. En otros tiempos a menudo se vieron tres soles, por ejemplo durante los consulados de Sp. Postumio y O. Mucio, de O. Marcio y M. Porcio, de M. Antonio y P. Dolabella, de M. Lepido y L. Planco, y en nues- tros días fueron visibles durante el principado del divino Claudio, siendo colega en su consulado Cornelio Orfito. En vida mía, no he oído decir nunca que más de tres soles hayan sido vistos simultáneamente. 142 »Aparecieron tres lunas durante el consulado de Gn. Domicio y G. Fannio.» Pero la conexión celeste de Roma comienza ya con su propia fundación. De acuerdo con la tradición, Rómulo es el fundador y epónimo de la ciudad de Roma. Según esta misma tradición, el padre de Rómulo y de su hermano Remo era el dios Marte, quien sedujo a Rea Silvia —que se convirtió en virgen vestal en el año 775 a. de J.C.— en el bosque sagrado al cual ésta había acudido a buscar agua para el sacrificio. El 21 de abril del año 754 a. de E: (o 752 de acuerdo con otra cronología), Rómulo fundó la ciudad de Roma. Plutarco dijo de él que era un buen rey y querido por el pueblo. El reinado de Rómulo duró 33 años y fue señalado por los progresos de la naciente ciudad, hasta tal punto de que el pueblo le concedió a su rey el tí- tulo de «Padre de la Patria». Pero Rómulo desapareció de forma tan celeste como apareció en la escena de la huma- nidad, en cuyo seno dejó la huella de la fundación de una de las ciudades auténticamente pilares para el curso de nuestra historia. El día de las nonas de julio, en el año en que Rómulo contaba 54 de edad, se hallaba pasando revis- ta a su ejército en el Campo de Marte (el del propio dios que le engendró) y concretamente en el palus Caprae, o sea en el pantano de la Cabra. En cuyo momento estalló repentinamente una terrible tempestad acompañada de un eclipsamiento del Sol. Todo cuanto se hallaba en aquellos contornos desapareció bajo trombas de agua. Pasada la tormenta, cuando todo el mundo fue saliendo de sus refu- gios, el rey ya no volvió a aparecer. Buscado afanosamen- te, no hubo forma de dar con su cuerpo. Rómulo había desaparecido sin dejar rastro. El único que supo dar razón de su paradero fue un ciudadano romano, Julio Próculo, quien afirmó que Rómulo se le había aparecido y le había revelado que se lo habían llevado los dioses y que se ha- bía convertido en el dios Quirino. De acuerdo con su pro- pia voluntad, los romanos le erigieron un santuario en la cumbre del Quirinal. Ciertamente más próximos que esta tradición original están los testimonios de los distintos historiadores, escri- tores y oradores romanos y griegos. Vimos ya algunas citas de Plinio el Viejo. Tanto él como Tito Livio, Plutarco, Dio Cassius, Séneca, Cicerón y Julio Obsequens fueron en ma- yor o menor grado conscientes de que los dioses estaban guiando a los hombres en la Tierra. Sin ir más lejos, en el libro VIII de la Eneida, Virgilio habla de «ruedas que transportaban rápidamente a los dioses», Y el propio Virgilio afirma en la Egloga IV que «yn MA s una nueva raza está siendo enviada desde los cielos». No la perdamos de vista. Pan El Libro de los Prodigios =Y Cithiltctorgnetl C 3 str RS ¡A o + "X N E OA) s RS En el Prodigiorum Liber (Libro de los Prodigios), el histo- | riador Julio Obsequens recoge textos originales de Cice- meme aT rón, Tito Livio, Séneca y otros autores latinos. De ahí ex- tractamos estas dos citas: «Siendo cónsules C. Mario y L. Valerio, fue visto en di- Ea A — . e . l . A A n ferentes lugares en Tarquinia un objeto que semejaba una 1 El y antorcha encendida que repentinamente cayó del cielo. Ha- E. q Es pa cia el anochecer, un objeto volador circular, similar en su forma a un “clypeus”» —el escudo redondo usado por los legionarios romanos— «llameante, fue visto cruzando el cielo de oeste a este. »En el territorio de Spoleto, en Umbría, un globo de NES RA O fuego, de color dorado, cayó a tierra, girando. Luego pare- ANTA ció aumentar de tamaño, se elevó del suelo, y ascendió ha- Le cia el cielo, en donde oscureció al disco del sol con su ful- Quetzalcóatl gor. Desapareció en dirección al cuadrante este del cielo». en su serpiente En el siglo xvi el humanista alemán Karl Wolffhart, voladora más conocido por el nombre de Conradus Lycosthenes, edi- (reproducción tó el Libro de los Prodigios de Julio Obsequens, comple- extraída tanto las lagunas del texto original con citas de las fuentes del Códice primarias latinas y aportando descripciones de fenómenos Vaticano A, 6). | similares acontecidos en el medievo y hasta sus propios | días. Alí, Lycosthenes refleja así el suceso de Tarquinia: | «En Tarquinia, una antigua ciudad de la Campania italia- i na, se vio una antorcha ardiente que recorría el cielo. De l pronto descendió. Al anochecer, un escudo llameante cru- | zó el cielo de Roma. Vino echando chispas del occidente i y desapareció hacia el oriente.» En la misma edición, Lycosthenes recoge otros testimo- nios que —como todos los que presento en estas páginas— evidencian que el fenómeno OVNI no es ni mucho menos una invención de nuestro siglo xx. Así, escribe: «Un terrible signo apareció en el cielo, en forma de co- lumna. Fue en la época del emperador romano Teodosio.» Refiriéndose al año 919, dice: «Un objeto como una an- torcha encendida fue visto en el cielo, y bolas brillantes como estrellas se movían por el aire sobre Hungría.» Nos adelantamos ahora mucho en el tiempo y saltamos al mismo siglo XvI, pero es sólo para citar dos ejemplos más sin salirnos del marco del estudio publicado por Ly- costhenes, quien afirma allí: «En 1520 en Inglaterra, en Hereford, fue vista en el cie- Hepresentación china de un ser volante dotado de inteligencia. 144 PMA + - amme u do lo una colosal viga de fuego. Descendiendo hasta la tierra, quemó muchas cosas con su calor. Después de esto ascen- dió nuevamente al cielo y se vio cómo cambió su forma para convertirse en un círculo de fuego.» En el mismo año de 1520, afirma Lycosthenes que en una población a orillas del Rhin, todos los de la ciudad oye- ron en pleno día un ruido grande y terrible de armas en el aire, como si dos ejércitos muy fuertes y poderosos estu- viesen luchando a muerte. De tal suerte que la mayoría de los de la ciudad que podían llevar armas, del temor que los invadió, fueron rápidamente a coger sus armas y se reunie- ron para defender su ciudad, la cual pensaban estaba sitia- da por tropas enemigas. Regresemos ahora al mundo clásico para leer en textos de Tito Livio.y de Plutarco que, en la época en que fueron cónsules Lucius Scipio y Norbanus, se oyó entre Czpua y Volturno un gran ruido en el aire y —también allí— un es- pantoso ruido de armas, que duró por espacio de varios días, viéndose además cómo dos ejércitos luchaban el uno contra el otro. Y ya en el capítulo «Los hijos del cielo» vimos cómo Eneas Silvius escribió que en el año sexto después del Ju- bileo fueron vistas en Italia veinte nubes que generaban vientos luchando unas contra las otras, alineándose cada cual en su fila como dispuestas en orden de batalla. LA GRAN OLEADA CLÁSICA Nuestro buen amigo W. Raymond Drake es indudablemen- te el investigador que más ha profundizado en la literatura clásica, sumiéndose en una exhaustiva labor de lectura, análisis y criba de textos antiguos que mencionen —siem- pre con el rigor del testimonio histórico escrito— la mani- festación de fenómenos aéreos inusuales. Su trabajo me sirve de guía para ofrecer a continuación un resumen cro- nológicamente enumerado de algunos de los fenómenos do- cumentados en el ámbito del Imperio romano y áreas co- nectadas. | Ya desde las primeras épocas, los romanos estaban con- vencidos de que los diose dominaban de forma muy inme- diata su vida cotidiana, en el sentido de protegerlos contra sus enemigos. El romano creía en sus dioses no como en- tes que viven alejados de su mundo, sino como seres que intervenían directamente en los asuntos humanos. Marco 146 Tulio Cicerón ya escribió en su De Natura Deorum que «las voces de las lisonjas se han oído a menudo y las dei- dades han aparecido en formas tan visibles que han obli- gado a todo aquel que no es insensible o endurecido en la impiedad a confesar la presencia de los dioses». Y en De Divinatione, el propio autor remarca el carácter de asunto de Estado que los objetos volantes no identificados cobra- ban para el gobierno de la época, al escribir: «Mas vuelvo a la adivinación de los romanos. ¡Cuántas veces ha instado nuestro Senado a los decenviros a consul- tar los libros de la Sibila! Por ejemplo, cuando fueron vis- tos dos soles o cuando aparecieron tres lunas y cuando fueron observadas lenguas de fuego en la noche, y el pro- pio cielo pareció abrirse restallante, y extraños globos fue- ron vistos en él.» Plutarco, a este respecto, escribe que Numa Pompilio, por ejemplo, no se preocupó nunca de la aproximación de sus enemigos, limitándose a ofrendar sacrificios a los dio- ses, quienes sabía que le defenderían. Los hermanos Cástor y Pólux, que ya fueron debidamen- te citados en este libro y que evidenciaron ya su conexión con los «dominadores» —recuerde el lector todo lo di- cho con relación a estos hermanos que participaron en la expedición de los argonautas— protagonizaron —en opi- nión de los romanos— la protección de sus intereses: «Y esto no debe ser imputado a la suerte o a la teme- ridad, sino a la frecuente aparición de los mismos dioses. En la guerra con los latinos, cuando Áulio Postumio, el dic- tador, atacó a Octavio Manilio, el turculano, en Regilo fueron vistos Cástor y Pólux luchando en nuestro ejército a lomo de caballo y esos mismos vástagos de Tíndaro die- ron luego muestras de su presencia, pues cuando P. Vatie- no, abuelo del actual joven del mismo nombre, estaba yen- do a Roma desde su gobierno de Reato, se le aparecieron dos jóvenes montados sobre caballos blancos y le dijeron que aquel mismo día había sido hecho prisionero el rey Perseo.» Cicerón, en su obra De Natura Deorum (libro I, capítu- lo 2), insiste así en la firme convicción de los romanos de que los dioses Cástor y Pólux descendieron de los cielos para defender a la ciudad. En el año 498 a. de J.C., el exiliado Tarquino se enca- minó sobre Roma, con la intención de aplastarla con alia- dos de treinta y seis ciudades de la Liga latina conducidos por Octavio Manilio. La batalla se libró junto al lago Regi- lo, cerca de la actual Frascati. Cuando al cabo de unas ho» ras parecía decantarse cierta ventaja en favor de los etrus- cos, que consiguieron empujar a los romanos, Aulio Posti 147 mio, en su desespero, prometió un templo a Cástor si éste intervenía en la lucha. Repentinamente, en una violenta carga contra el enemigo se colocaron a la cabeza de la ca- ballería dos extraños y apuestos jinetes de una estatura superior a la humana, que de inmediato se pusieron a diri- gir la carga. Al atardecer del mismo día dos hombres jóve- nes hicieron aparición en el foro procedentes del campo de batalla y dieron la noticia de la victoria conseguida. Aulio Postumio erigió efectivamente un templo, cumplien- do su promesa, y en cada aniversario de la decisiva bata- lla, cabalieros vestidos de púrpura y coronados de ramas de olivo iban en procesión desde el templo de Marte, en el exterior de la ciudad, hasta el templo de Cástor y Pólux. Plutarco añade en Aemulius Paulinus (XXV) que «el primer hombre que los encontró donde estaban refrescan- do sus caballos, mientras ellos estaban bañados en sudor, se asombró ante su noticia de victoria. Ellos se mesaron la barba sonriendo silenciosamente y el pelo de ella se trocó al instante de negro a rojo, circunstancia que dio crédito a su historia, y dio al hombre el apodo de “Aenobarbus”, o sea “barba de bronce”». i Recuerde el lector este episodio de los dos jinetes que sobre blanco corcel se ponen al frente de un ejército en plena batalla para decidir la victoria sobre el enemigo, ya que en episodios similares se prodigará san Jorge más ade- lante. Y porque, si el lector está atento, habrá percibido que volvemos a estar hablando de los cabalistas en la mis- ma dimensión en que los habíamos mencionado al hablar de Mahoma. Pero vayamos ya a la enumeración de fenómenos con- cretos. Plutarco, en Timoleón, describe el viaje que en el año 344 a. de J.C. realiza Timoleón —de noble familia de Co- rinto—, al ser requerido por las ciudades griegas de Sicilia a expulsar a los cartagineses, que habían desembarcado en la isla. Y escribe: «Ahora con siete naves corintias y dos de Corcira y una décima, que proporcionaron los leucadianos, él zarpó. Y por la noche, tras haber entrado en mar abierto y hallándose disfrutando de un viento favorable, los cielos parecieron estallar, abriéndose súbitamente sobre su nave, despidien- do seguidamente abundante y vivo fuego. De éste se alzó una antorcha a lo alto, como aquellas de que son portado- res los místicos, y corriendo con ellos en su trayectoria los llevó precisamente a aquella parte de Italia a la cual ha- bian puesto rumbo los pilotos.» = Timoleón obtuvo la victoria y gobernó Sicilia a partir de ella. Y siempre la misma pregunta: ¿quién está intere- 148 sado en manejar el curso de la historia humana? Porque además, solamente cuatro años más tarde, hubo una nueva intervención cuando los romanos codiciaban el fértil país de la Campania y se la estaban disputando a los latinos. En el capítulo VÍ del libro VIII, Tito Livio escribe al res- pecto: «Allí, en el silencio de la noche, se dice que ambos cón- sules fueron visitados por la misma aparición, un hombre de estatura más elevada que la humana y más mayestático» —observa lector que esta descripción coincide con la de los supuestos Cástor y Pólux, que se colocan al frente de las huestes romanas— «quien declaró que el jefe de un ban- do y el ejército del otro debían ser ofrendados a los Manes y a la Madre Tierra». Nuevamente en Timoleón, Plutarco escribe que en el año 234 a, de J.C., «en Rímini fueron vistas tres lunas, mien- tras los galos invadían Italia». Recuerdo al lector que también los historiadores chinos relataban la aparición de más de una luna y más de un sol simultáneos. | Más pintoresco es el pasaje que aporta Dio Cassius en su Historia romana. Habla del año 223 a. de J.C.: «Ocurrieron portentos que sembraron gran miedo entre el pueblo de Roma. Un río de Picena tuvo las aguas de co- lor de sangre en Etruria, y una buena parte del cielo pare- ció estar incendiada. En Ariminio fulguró una noche una luz como el día. En muchas partes de Italia fueron visibles tres lunas en la noche, y en el foro un buitre estuvo enca- ramado durante varios días.» Plinio, en su Historia natural, dice del año 222 a. de J.C.: «También aparecieron tres lunas a la vez.» Un año más tarde —o sea, en el 221 a. de J.C.— se vuel- ve a producir el fenómeno, como puede leerse en el Prodi- giorum Libellus que se publica en el año 1770 recogiendo la obra de Julio Obsequens y de Lycosthenes: «En Rímini fueron vistas tres lunas viniendo de distantes regiones de los cielos.» Año 218 a. de J.C. Informa Tito Livio (libro XII, LXID: «Naves fantasmas han sido vistas brillando en el cielo... En el distrito de Amiterno aparecieron en muchos lugares hombres con destellantes atuendos, a lo lejos y sin que se acercasen a nadie.» | Año 217 a. de J.C. Informa igualmente Tito Livio, en el libro XXIII: | «El disco solar pareció contraído. Resplandecientes pie- dras cayeron del cielo en Prenesta, y en Arpi aparecieron escudos en el cielo, el Sol pareció estar luchando con la Luna, y en Caperna dos lunas se alzaron al mismo tiem- 149 po... En Faleri, el cielo pareció desgarrarse como en una gran hendidura y a través de la grieta había relucido una brillante luz y aquellas partes se habían contraído... En Capua hubo el aspecto de un cielo incendiado, y de una luna que caía en medio de una aguacero.» Seguimos con Tito Livio, ahora en el libro XXIV, X, y situados en el año 214 a. de J.C.: «Prodigios en gran número, y cuanto más eran creídos por hombres sencillos y píos, más eran informados aquel año. El río Minucio apareció sangriento... En Calas llovió yeso... En Adria fue visto un altar en el cielo y en torno a él formas de hombres con blancas vestiduras... Algunos aseguraron haber visto armadas legiones sobre el Janículo, lo que movió a la ciudad a correr a las armas.» En el libro XXIV, XLIV, informa para el año 213 a. de JC: «En el río, en Terracina, fueron vistas formas de naves de guerra que no tenían existencia. En el templo de Júpi- ter Vicilino, en el territorio de Compsa, hubo un ruido de choque de armas, y el río, el Amiterno, era de Sangre.» Seguimos con Tito Livio. Año 206 a. de J.C.: «Dicen que en Alba fueron vistos dos soles, y que en Fregelle se hizo claridad en la noche.» Año 204 a. de J.C.: «Dos soles se vieron y en Setia un meteoro fue visto cruzando de este a oeste.» Para el año 175 a. de J.C. escribe Julio Obsequens: «Tres soles brillaron en el cielo al mismo tiempo, y va- rias antorchas cayeron aquella noche en Lanuvia.» Y Plinio para el 174 a. de J.C.: «Fueron vistos tres soles.» Y para el año siguiente, nuevamente Obsequens: «En Lanuvia fue contemplada en el cielo la aparición de algo como una gran flota. En Priverno lana gris cubrió el suelo.» «En el foro romano fueron vistos tres soles brillando al mismo tiempo», informa, para el año 171 a. de J.C., el recopilador Lycosthenes. Luego vuelven a aparecer los hermanos Cástor y Pólux citados por Tito Livio (libro XIV, I), en relación con la victoria en Macedonia: «Rumores de la victoria romana lograda en Macedonia se expandieron por Roma antes de que llegaran los men- sajeros. Los magistrados quedaron asombrados. Las noti- cias fueron proclamadas por Cástor y Pólux.» Los datos que siguen se deben a Julio Obsequens. Año 167 a. de J.C.: 150 ' ci lla an- «En Lanuvio fue vista en el cielo una brillante tare a de J.C no a: de JC.: ; a : ai el territorio de Vel creció lana de los a ES Lanuvio fue vista una antorcha en el cielo, y en Ca visto el Sol unas horas por la noche.» ño 163 a. de J.C.: | a | «En Capua fue visto el Sol de noche. En Porn an vistos dos soles de día. El a r os aspas ni iÓ | ielo el sonido de ' sta. lonia pareció provenir del cie! co Tea | i “iento impetuoso una lluvia de tierra. Un vien etuos: | ce y arrasó los sembrados. De noche brilló un sol apa rente en E a f eS E 3 k Ea a ta] da od parecieron volar armas a traves del cielo.» ño 152 a. de J.C.: | E AER K Aa lugares de Roma fueron vistas aparicio nes en togas, que a cada intento de aproximación desapa- recian de la a ño 140 a. de J.L.: : s C. «En Prenesta y en Cefalonia parecieron haber caido imágenes del deoz no l . de J.G.: EA e sa fue vista una antorcha ardiendo en el cielo.» Año 134 a. de J.C.: «En Amiterno fue visto el Sol de noche.» ño 127 a. de J.C.: cel po io fue vista en el cielo una antorcha encen sa aquí una serie de avistamientos insólitos docu- mentados por Julio Obsequens. Plinio refiere para el año 122 a. de ios en fueron vistos fres soles y tres lunas». En el libro Tae les escribe que en el año 118 a. de J.C. «fueron vistos tr cd les en Roma». Y añade: «Se informa también que hiato soles fueron vistos a mediodía en el Bósforo y que durar desde el orto hasta el ocaso.» y | R Lycosthenes recoge este dato para el año 116 antes de ”» nuestra era: e «En Lacio fueron vistos tres soles este año.» ěć _/ dad Nuevamente Plinio sitúa solamente tres anos mas tar de esta noticia (libro 11, XXXIII), afirmando T pam T aparición de soles nocturnos parecia ser algo familiar p habitantes de Italia: $ los «Una luz del cielo en la noche, el fenómeno genetan te llamado “soles nocturnos” fue visto durante el consula- 152 Reproducción de uno de los carros volantes de que hablan los antiguos textos chinos. VD dh Apr e o ESE SN yj a) Otra versión de un carro volante en la China antigua. J do de Cayo Cecilio Cneo Papirio y a menudo en otras oca- siones, causando una aparente luz diurna en la noche.» Nuevamente Julio Obsequens nos refiere que en el año 106 a. de J.C. «fue oído un alboroto en el cielo y parecieron caer jabalinas de él. Hubo una lluvia de sangre. En Roma fue vista una antorcha». Especialmente importante en cuanto a actividad aérea desacostumbrada pareció ser el año 103 a. de J.C. Así nos lo refieren Plutarco, Julio Obsequens y también Plinio el Viejo, en las citas que siguen. Plutarco, en Cayo Mario: «Muchas señales aparecieron también, la mayoría de las cuales fueron de clase corriente; pero de Meria y Tuda, ciudades de Italia, se informó que de noche habían sido vistos en los cielos flamígeras lanzas y escudos, que al prin- cipio se movían en diferentes direcciones, y luego chocaron entre sí representando las formaciones y movimientos de hombres en batalla y finalmente algunos de ellos cediendo, mientras otros presionaban en persecución y todos se des- plazaban hacia el Oeste.» Julio Obsequens, en el Prodigiorum Liber: «La Luna, con una estrella, apareció de día desde la hora tercia a la séptima. En la hora tercia del día un eclip- se de Sol produjo oscuridad. Llovió leche en el campo vo- tivo. En Picena fueron vistos tres soles.» Plinio el Viejo, en la Historia Naturalis: «Nos cuentan que durante las guerras contra los cim- brios se oyeron ruidos de metálicas armaduras y sonidos de trompetas procedentes de lo alto, y lo mismo ha suce- dido frecuentemente tanto antes como después. En el con- sulado de Mario, los habitantes de Ameria y Tuder vieron ese espectáculo de ejércitos celestiales avanzando del Este y Oeste para enfrentarse en batalla, siendo derrotados los del Oeste.» Aclaremos al respecto que las guerras contra los cim- brios se desarrollaron en Germania entre el año 113 y el 110 a. de J.C., y que el consulado de Mario se dio en el año 103 a. de JC. Y seguimos con Plinio, con un testimonio que para el año 100 a. de J.C. recoge su libro 11, XXXIV: «En el consulado de Lucio Valerio y Cayo Mario un es- cudo ardiendo y despidiendo chispas atravesó el cielo en el ocaso, desde Oeste a Este.» Julio Obsequens reseña para el año 93 a. de J.C.: «En Volsini parecieron brotar llamas del cielo al alba, y, después de que se juntaran todas, la llama desplegó una gran abertura gris y pareció dividirse el cielo, y en la hen- didura aparecieron lenguas de fuego.» 153 Y para èl 91 a. de JC: «A la puesta del Sol un globo de fuego recorrió el cielo en la región del norte, emitiendo un terrible ruido.» En este mismo año 91 a. de J.C. se sitúa el avistamiento de la bola de fuego dorada que descendió a nivel del suelo para luego aumentar de tamaño y volver a despegar en di- rección Este, avistamiento acontecido en Spoleto y que ya documentamos en la segunda cita del apartado El libro de los Prodigios. El mismo libro refiere para el año 88 a. de J.C.: «En Stratopedon fue vista una gran estrella que des- cendía del cielo. Fue vista la aparición de Isis atacando a un arpa con un rayo.» En el año 83 a. de J.C. se produce el encuentro de Sila con un extraño ser, que de por sí acaso no tendría mayor interés si no fuera porque en épocas posteriores estos en- cuentros se vuelven a dar, como tendremos ocasión de ver detalladamente en el momento oportuno. Veamos ahora el incidente del año 83 a. de J.C., referido por Plutarco en su obra Sila: «Cerca de Apolonia y en su vecindad está el Ninfeo, un sagrado recinto, el cual despide en varios lugares de sus verdes valles y prados corrientes de perpetuo fuego lla- meante. Según se cuenta, aquí fue sorprendido un sátiro dormido, tal y como lo representan escultores y pintores, y llevado ante Sila, donde varios intérpretes le preguntaron quién era. Y cuando por fin profirió algo ininteligible, difi- cultosamente fue un grito ronco que era algo así como el relincho de un caballo y el balido de una cabra, lo cual horrorizó a Sila, quien ordenó que se lo quitaran de su vista.» Nuevamente Julio Obsequens nos obsequia con un dato del año 82 a. de J.C.: «Durante el gobierno de Sila fue oído entre Capua y Vol- turno un gran batir de estandartes y armas con espantoso vocerío, de forma tal que dos ejércitos parecieron estar em- peñados en combate durante varios días. Cuando este por- tento fue investigado más de cerca, las huellas de caballos y de hombres y la hierba y las matas recientemente piso- teadas parecían predecir la carga de una gran guerra.» Un suceso importante aconteció en el año 73 a. de J.C., en el momento en que Mitrídates, rey del Ponto y conquis- tador de Asia Menor, iba a enfrentarse a las tropas del cón- sul romano Lúculo. Nos refiere este incidente —nueva in- tervención de saben los dioses quién en el desarrollo de la historia humana— Plutarco en Temístocles, XV: «Mas en el mismo momento en que se iba a desencade- nar la batalla y sin ningún aparente cambio de tiempo, sú- 154 bitamente el cielo pareció partirse en dos, y fue visto caer de él un cuerpo ígneo entre los dos ejércitos. Su forma era muy semejante a la de un jarro de vino, y de color como de plata fundida. Ambos bandos quedaron en suspenso ante la visión y se separaron. Este portento, como dijeron, su- cedió en Frigia, en un lugar llamado Otria.» Plinio, en el libro II, XXXV, refiere otro caso importan- te, acaecido en el año 66 a. de J.C.: «En el consulado de Cneo Octavio y Cayo Scribonio fue vista caer una chispa de estrella y aumentar de tamaño al aproximarse a la Tierra, y tras hacerse tan grande como la Luna difundió una tenue luminosidad, y luego, volvién- dose hacia el cielo, se tornó como una antorcha; ésta es la única noticia de lo ocurrido. Fue visto por el procónsul Sila, y su séquito.» Refiere Obsequens que sólo tres años más tarde, en el 63 a. de J.C., «un destellante haz atravesó el cielo desde el Oeste, siendo sacudido todo Spoleto por temblores de tierra». Y una nueva intervención determinante en la historia del hombre, puesto que decidió nada menos que la futura llegada de César al poder. Refiere el incidente Cayo Sueto- nio en su obra Los doce Césares. El año es el 49 a. de a A cuando Cayo Julio César recibió la orden del Senado, do- minado por Pompeyo, de deponer el mando de las tropas que habían conquistado la Galia e invadido Britania. Se le ordenaba regresar a Roma como ciudadano particular, para —según se rumoreaba— ser allí juzgado y condenado a muerte por sus enemigos políticos. En respuesta, César de- cidió marchar con sus batallones sobre Roma. Pero al lle- gar a la ribera del río Rubicón, que marcaba la frontera entre la Galia e Italia, César vaciló. Nos describe la escena decisiva la citada obra de Suetonio: «Y cuando estaba indeciso, se produjo una aparición de sobrehumana estatura y belleza» —recuerde el lector la intervención de los misteriosos y apuestos caballeros, de estatura superior a la humana, que intervinieron también decisivamente en la batalla del lago Regilo— «que estaba sentada a la orilla del río tocando un caramillo. Un grupo de ovejas estaba reunido en derredor suyo escuchándole y, cuando algunos de los hombres de César rompieron filas para hacer lo propio, la aparición arrebató la trompeta a uno de ellos, corrió ribera abajo, lanzó un sonoro trompeta- zo y cruzó el río. César exclamó: “Aceptemos esto como una señal de los dioses y sigamos adonde nos señalan en venganza de nuestros falaces enemigos. ¡La suerte está echada! ”» La vida de César se verá salpicada de fenómenos o apa- 195 riciones curiosas en más de una ocasión. Cuando finalmen- te se enfrenta en el año 48 a. de J.C. con su reducido ejér- cito a la gran concentración de tropas de Pompeyo en Far- salia, en la Tesalia, refiere Plutarco en César, XI y Pompe- yo, LXVIII: «Durante la guardia de la mañana, una gran luz brilló sobre el campamento de César, el cual estaba completa- mente en calma, y de ella brotó una llameante antorcha que se precipitó sobre el campamento de Pompeyo. El pro- pio César dijo haberla visto mientras inspeccionaba las guardias.» Acto seguido, César derrotó a Pompeyo, netamente su- perior en fuerzas, en lo que sería la batalla decisiva de su vida. Dio Cassius añade otro dato: el resultado de la bata- lla fue anunciado en Siria, a más de mil quinientos kiló- metros de distancia, por dos jóvenes desconocidos que de- saparecieron tan inadvertidamente como hicieron aparición. Recuerde el lector a los dos jóvenes que 450 años antes habían dado de forma similar, en el foro romano, la noti- cia de la victoria de Áulio Postumio sobre Tarquino. Plutarco, en su obra César, LXIII, aporta sucesos inex- plicados acaecidos en el año 44 a. de J.C., el año en que César fuera apuñalado mortalmente en el edificio del Sena- do, a los pies de la estatua de Pompeyo: «Mas parecería que el destino no es tan inesperado como inevitable, puesto que se dice que fueron vistas sor- prendentes señales y apariciones. No merece quizá la pena mencionar luces en los cielos, y ruidos atronadores en la noche, y aves de presagio bajando al foro, como precurso- res de tan gran evento, pero el filósofo Estrabón dice que fueron vistas multitudes de hombres incandescentes preci- pitándose de las alturas.» Después de Belén Como paréntesis importante entre los fenómenos aéreos inusuales que estamos repasando, y que condicionan ade- más el curso de la vida del ser humano sobre el planeta que está habitando, aparece sin duda el fenómeno del «ovni de Belén», ya estudiado. La representación cósmica se rea- nuda en el mundo clásico a partir del año 9 de nuestra era. Nos lo narra Dio Cassius. Para el citado año 9: «El templo de Marte en el campo del mismo nombre fue alcanzado por el rayo y numerosas langostas invadie- ron la ciudad y fueron devoradas por golondrinas, y los picos de los Alpes parecieron derrumbarse sucesivamente 156 Katsumi Koosaka mostrando una figurilla «dogu». Figurilla «dogu» japonesa. y despedir a lo alto tres columnas de fuego. El cielo pare- ció arder en muchos puntos y numerosos cometas aparecie- ron al mismo tiempo, y del Norte parecieron ser lanzados dardos que caían en dirección del campamento romano.» Para el año 14: i «El Sol sufrió un eclipsamiento total y la mayor parte del cielo pareció estar incendiándose, y ardientes ascuas parecieron caer de él y se vieron cometas de rojo color de sangre.» Para tres años más tarde, o sea para el 17, nos cuenta Plinio el Viejo en su Historia natural, libro XI-XXIV, lo siguiente: «Hay también luces meteóricas que sólo se ven cuando caen; por ejemplo, una que recorrió el cielo a mediodía y a la vista de todo el público cuando Germánico estaba ofre- ciendo un espectáculo de gladiadores. De ésas las hay de dos clases: una especie de las llamadas “lampadarios”, que significan “antorchas”, y las otras “bólidos”, “misiles”, que son de la clase de las que aparecieron en época del desas- tre de Módena. La diferencia entre ellas es que las antor- chas trazan largos regueros, con su parte delantera incan- descente, mientras que las otras están encendidas en toda su longitud en su lurgo recorrido.» Concretemos que el mencionado espectáculo de gladia- dores se dio en el año 17 de nuestra era, mientras que el desastre de Módena es aquel que en el año 44 a. de J.C. —el mismo de la muerte del César— protagonizó Antonio al sitiar a Décimo Bruto. Ovidio murió en el año 18. Antes, contó: «En medio de la noche vi brillar con deslumbrante blancura al Sol.» Pero quedan, evidentemente, testimonios mucho más elocuentes que estos tres que acabamos de ver. Soy cons- ciente de que estoy acaso comenzando a aburrir al lector con esta larga sucesión de acontecimientos inusuales, que a fuerza de leerlos se están haciendo usuales, hasta norma- les. Pero precisamente esto es lo importante de la cuestión: la constatación casi inconsciente de que los fenómenos aéreos no naturales ni humanos han estado ahí acompa- ñándonos durante las distintas etapas de nuestra evolución, siempre. Escribe una vez más Plinio en su Historia natural: «Tres soles fueron vistos durante el consulado del fu- turo emperador Claudio, siendo a la sazón su colega Cor- nelio Ofito.» Y Séneca en sus Cuestiones naturales: «Durante el reinado de Claudio un cometa procedente del Norte se alzó hacia el cenit para ser luego llevado hacia el Este, haciéndose cada vez menos brillante.» Claudio go- 158 bernó desde el año 41 hasta el 54, en que fue envenenado por su mujer, Agripina. El propio Séneca afirma que, en el año 60, «hemos po- dido contemplar durante seis meses ese cometa que apare- ció en el feliz reinado de Nerón». Por su parte Flavio Josefo, en su obra Las guerras de los judíos (libro VI, capítulo V, 3), aporta estos testimo- nios de lo acontecido en Jerusalén en el año 65: «Una vez aparecieron encima de la ciudad una estrella semejante a una espada y un cometa que duró un año en- tero. Con anterioridad a la rebelión judía, y antes de las algaradas que precedieron a la guerra, el pueblo llegó en grandes contingentes a celebrar la fiesta del pan ácimo, el día octavo del mes de Xanticos (Nisan); a la hora nona de la noche, brilló una gran luz en el altar y el santuario, aná- loga a la del día, persistiendo media hora.» Retenga el lector en su memoria esta espada suspendi- da encima de la ciudad, puesto que la misma volverá a ha- cer su aparición 1462 años más tarde, a más de 13000 km de distancia, sobre las cabezas de las huestes de Hernán Cortés. Pero continuemos leyendo al historiador judío Yosef ben Matatayahu o Matthias ha-Kohen, conocido como Fla- vio Josefo: «Además, pocos días después de la fiesta, el vigésimo primero del mes de Artemisios (Jyar), aconteció un fenó- meno increíble y maravilloso. Se le podría tildar de fábula si no lo refiriesen los que lo presenciaron y si la índole de los hechos que siguieron no justificasen aquellas señales. Antes de la puesta del Sol corrieron, entre las nubes, si- tiando ciudades, carros y soldados armados de pies a ca- beza.» | Hago una pausa y pregunto al lector: ¿Es que una gran parte de nuestros historiadores se han vuelto locos, o mien- ten? Porque si eso aceptamos, hay que convenir en que su locura tiene cohesión, al repetirse los fenómenos que des- criben en diferentes épocas y en lugares distantes entre sí, en culturas que aparentemente nada tienen en común. Y además, si esa locura o engaño aceptamos, ya nos pode- mos poner todos a revisar la Historia de arriba abajo, ya que son esos mismos historiadores en los que confiamos para edificar sobre sus testimonios el bagaje de cultura que alimenta nuestros conocimientos. ¿O es que también aquí tenemos que esperar a que un censor nos dicte lo que son escritos apócrifos y lo que, en cambio, son verdades «cáa- nónicas»? Afortunadamente, muchos de nosotros hemos 159 aprendido a leer con nuestros propios ojos, y nos permi- timos el lujo de decidir por nosotros mismos lo que pode- mos creer y lo que nos merece menos credibilidad. Lo que en estas páginas aportamos, son citas extraídas de los orto- doxos textos de los historiadores reconocidos en las cáte- dras universitarias. A partir de esta realidad, que cada cual se forme su propia idea de los hechos. Volvemos a Lycosthenes, quien afirma para el año 71: «Además fueron vistos en el Este y en el Oeste dos so- les, uno de los cuales era débil y pálido, y el otro potente y claro.» En el libro II, CXXII, de su Historia natural, Plinio es- cribe refiriéndose al año 76: «También hay estrellas que nacen súbitamente en el mismo cielo. [...] Estrellas-jabalinas vibrantes como una saeta, y que son un terrible portento. A esta clase pertene- ce el cometa sobre el cual Tito escribió durante su consu- lado en su famoso poema, siendo ésta la última aparición hasta el presente. Las mismas estrellas, cuando son más cortas y se reducen hasta un punto, han sido llamadas * da- gas”. Éstas son las más pálidas de todas y tienen el fulgor como el destello de una espada, y no tienen radiación alguna.» En el volumen LXXII de su Historia romana escribe Dio Cassius, hablando de los eventos del año 174: «Durante una gran batalla contra los quadri, Marco Au- relio temió por todo su ejército. Una legión entera de cris- tianos oró a su dios, quien inmediatamente prestó oídos fulminando al enemigo con sus rayos y aliviando a la par a los romanos con intensa lluvia. Marco se quedó muy asombrado ante este hecho, y no sólo honró a los cristia- nos con un edicto oficial, sino que dio el título de "Tonan- te” a su legión. [...] Numerosos rayos cayeron en las filas enemigas, y el agua y el fuego descendían simultáneamen- te, consumiendo a los bárbaros. Pues la lluvia era como aceite que hacía que el fuego se extendiera.» El historiador Elio Lampridio escribe para el año 192 en su Vida de Cómodo: «Durante el reinado de Cómodo cruzó el cielo un objeto particularmente brillante.» Herodiano deja constancia en el libro 1 de su Historia del Imperio después de Marco Aurelio de que «hubo mu- chas maravillas en aquellos días, [...] fueron vistas estre- llas en el espacio y en pleno dia». Dio Cassius, en el libro LXXXIV, relata para el año 193 y refiriéndose a la conspiración contra Didio Juliano: «Tres hombres trataron de asegurarse el control de los asuntos. 160 Severo, Niger y Albino. [...] Éstos eran los tres hombres augurados por las tres estrellas que súbitamente aparecie- ron a la vista rodeando al Sol cuando Juliano se hallaba en nuestra presencia ofreciendo sacrificios de Ingreso fren- te al edificio del Senado. Estas estrellas fueron tan visibles que los soldados se las quedaron mirando continuamente y señalándoselas mutuamente, declarando que algún terri- ble hecho debía acontecer al emperador.» En el año 312, Constantino el Grande, a la sazón paga- no, se encaminaba sobre Roma en su lucha contra el em- perador Majencio. Buscaba, clamaba al cielo por que le tendiera —quien fuera— una mano en apoyo de sus preten- siones. Su biógrafo, Eusebio de Cesárea, escribe al respecto en su obra Vida de Constantino, libro I, cap. XXIII: «Hacia las horas meridianas del Sol, dijo Constantino que vio con sus propios ojos el trofeo de la Cruz en los cielos, situado sobre el Sol radiante de luz y con una ins- cripción adjunta conteniendo las palabras con esto con- quisto, y que a la vista de ello quedaron pasmados tanto él como todas sus fuerzas militares, las cuales le seguían en su marcha y fueron espectadores del milagro.» El historiador Edward Gibbon admite al respecto en su obra The Decline of the Roman Empire, en su volumen 1I, capítulo XX, que «este sorprendente objeto del cielo asom- bró a todo el ejército, así como al propio emperador, quien aún estaba indeciso sobre la elección de una religión, pero su asombro se trocó en fe por la visión que tuvo la siguien- te noche. Pues Cristo se le apareció ante sus ojos y, des- plegando el mismo signo de la cruz, dijo a Constantino que fabricase un estandarte semejante y marchara con la segu- ridad de la victoria contra Majencio y todos sus enemigos». Alguien, desde lo alto, continúa promocionando la ima- gen de Jesús con intervenciones esporádicas pero muy di- rigidas, empeñado en intervenir activamente en el desarro- llo de las acciones de los humanos. Lo que Constantino vio le decidió a aliarse a los cristianos, a otorgar a éstos —has- ta entonces perseguidos— plena igualdad de derechos me- diante la promulgación del edicto de Milán, a convocar el Concilio de Nicea y a convertirse él mismo al cristianismo. Que no es flaco paquete de ganancias para quien decidió potenciar al cristianismo a través del citado emperador romano. Para después de este incidente, Lycothene vuelve a in- formar de nuevos avistamientos: en el año 384, en época del reinado del último emperador del gran Imperio roma- no antes de que éste se escindiera, Teodosio el Grande, quien además en el momento de recibir el bautismo de- claró de paso al cristianismo religión oficial del Estado y 161 prohibió los cultos paganos, brilló en el cielo «un terrible signo en forma de columna». | Nueve años más tarde, en el 393, fueron vistas luces y luego un brillante globo a medianoche, el cual absorbió muchas estrellas pequeñas. Un año más tarde, el firmamento nocturno de Antioquía ofreció el espectáculo de una inmensa aparición, descrita por los testigos como una mujer que se movía con adema- nes extraños encima de la ciudad, emitiendo simultánea- mente repentinos estallidos de sonido que espantaron a los ciudadanos. Para no perder la unidad de esta temática, voy a dar un salto en el tiempo, siempre buscando posibles explicacio- nes a unos fenómenos inexplicables —hasta que se demues- tre lo contrario. En su Historia anglicana, William de Newbury afirma que en el año 1189 estuvo al mediodía suspendido en el aire encima de la aldea de Dunstable, cerca de Londres, «el emblema de Nuestro Señor de cegadora blancura junto a la figura de un hombre crucificado». Años más tarde, Mateo de Paris cita en su obra Historia Anglorum que en el año 1227 la multitud pudo contemplar en Alemania un crucifijo suspendido en el aire. LA VIRGEN DE CUBA y Quiero intercalar aquí el ejemplo de cómo se fabrica una imagen celeste aparentemente sobrenatural, ya que de for- ma tan tecnológica como ésta pudieron haber acontecido a lo largo de la historia humana fenómenos celestes inexpli- cados que fueron condicionando en la mente del testigo y de cuantos de él dependían la idea de una presencia divi- na, allí donde acaso no hubo otra presencia sino una ma- nipulación tecnológica tendente a encauzar al respectivo sector de población hacia una creencia, ideal o intención concreta. El ejemplo a que me refiero se dio —tal y como ya apun- té al hablar de Mahoma— en abril de 1982 en Cuba, sobre la bahía de La Habana. En aquella ocasión, centenares de cubanos vieron con asombro y devoción cómo de repente se producía sobre la bahía una especie de fogonazo, de im- pacto lumínico impresionante, que inmediatamente dio paso a una imagen de la Virgen que, tendiendo sus brazos en dirección a los asistentes, pendió durante algunos ins- 162 Distintos figurillas «dogu». tantes por encima de ellos. No llevaba al niño Jesús, ni la cruz. Portaba lo que semejaba un manto blanco como la nieve y sonreía. Fuentes oficiales cubanas intentaron que no se filtraran las informaciones sobre este acontecimiento, ni en el inte- rior ni en el exterior. Fuentes cubanas de Miami comenta- ron el incidente a través de las emisoras WRHC y WOBA «La Cubanísima». Mis informadores en Cuba me comunica- ron que posteriormente volvió a aparecer la imagen de lo que ellos interpretaron como la Virgen de Regla, esta vez sobre la bahía de Mariel. También me informaron acerca del hecho de que la imagen fue tiroteada con armas de fuego. i La Virgen hace acto de presencia en Cuba, por casuali- dad o con intención, poco antes de los cambios importan- tes de gobierno. Así, fue vista poco antes del final de la gue- rra de la Independencia, en los últimos años del siglo pa- sado. En el año 1933, la Virgen apareció poco antes del derrocamiento del dictador Gerardo Machado. Y finalmen- te, la imagen venerada volvió a presentarse, esta vez en San- tiago de Cuba, días antes de que el propio Fidel Castro, a finales de diciembre de 1958, afianzara el éxito de su revo- lución contra el régimen de Fulgencio Batista. Aprovechando esta coyuntura latente en el subconscien- te popular, que asocia la aparición de la Virgen con un próximo cambio de régimen, los servicios de inteligencia norteamericanos situaron en abril de 1982 a un submarino en la posición adecuada para lanzar un holograma de la imagen de la Virgen sobre la bahía de La Habana. Mis ave- riguaciones propias cerca de fuentes cubanas confirman estas informaciones procedentes de contactos norteameri- canos, subrayando la presencia del submarino como foco de este fenómeno, por cuanto dichas fuentes cubanas noti- ficaron que en un hospital fue ingresado un hombre que había ido a bucear. Fue ingresado sin conocimiento y cada vez que se le intentaba reanimar abría los ojos desmesu- radamente, como si estuviera viendo una visión, y volvía a desmayarse. Además de esto, en determinado momento, la imagen de la Virgen se hundió en el mar, para volver a sa- lir inmediatamente. No sólo se trataba por parte de la Inte- ligencia norteamericana de activar los resortes de la cons- ciencia popular, sino de un más sutil ensayo de condicio- namiento mental en el que entraban en juego los propios estratos de superstición ancestral latentes en la misma per- sona de Fidel Castro. Lo que por esta vía puede conseguirse quedó en la prác- tica pública plenamente evidenciado en la masacre de la Guayana. en noviembre de 1978. 164 La trampa mental Lo que sucedió en la Guayana es absolutamente impres- cindible tenerlo en cuenta, es necesario que lo tengamos presente todos, ya que demostró de forma trágicamente real adónde nos puede conducir un condicionamiento men- tal hábilmente tramado y ejecutado, sea por parte de una persona o un grupo humano, sea por parte de una inteli- gencia que se sitúa fuera de la comunidad humana terres- tre. El individuo humano, en el momento en que se integra en una comunidad armónica de congéneres, puede llegar a perder fácilmente —mucho más fácilmente de lo que ca- bría pensar desde una óptica externa— sus Convicciones individuales, y pasar a asimilar el sentir global del grupo armónico del que forma parte y del que pasa a ser una cè- lula más sin personalidad propia. Esta célula puede en cualquier momento —en cuanto concurran en el momento justo las circunstancias óptimas— transformarse en brazo ejecutor de una acción extremadamente nefasta, con el agravante además de estar íntimamente convencido de es- tar haciendo el bien. Otro ejemplo, a menor escala, sería acaso el de Charles Manson en su cruzada contra Sharon Tate. Pero veamos lo realmente ocurrido en la selva de la Guayana, en donde los muertos en un solo acto fueron úni- camente 900 porque no había allí muchos más. No es un problema de efectos, sino solamente de escalas. Ya que idéntico efecto —una vez prendida la chispa— pudo haber- se dado a una escala comunitaria de 900 millones o de 900 mil millones de voluntades anuladas. Sin ir más lejos, el mismo caso de estos «templarios del pueblo» de la Gua- yana ofreció ejemplos de mutación y de anulación de vo- luntad a dos escalas distintas: la de la comunidad global, y la individual de su líder Jim Jones. Porque el comienzo de Jim Jones fue todo lo contrario de su final. Su comienzo fue una ardua tarea por la integración de las razas, una lu- cha decidida contra el racismo. De procedencia mestiza, Jim fundó a finales de los años cincuenta una comunidad benéfica en uno de los más míseros barrios de Indianápo- lis. Alimentaba a los hambrientos al tiempo que les pro- porcionaba empleo y ropa limpia. Predicaba la igualdad de las razas con el ejemplo, al adoptar siete niños de diferente color de piel. Eso no les interesaba a los ciudadanos aco- modados de Indianápolis, que escupían en la calle a estos niños y lanzaban gatos muertos a través de las ventanas del templo en que estaba oficiando Jones. Cada vez más aco- sado por semejante odio racial, acabó por marchar de mi- sionero a Brasil, a mediados de los años sesenta. Ya en- tonces tomó contacto con la Guayana, antigua colonia bri- 165 tánica recién independizada con el nombre de Guyana, que le gustó por su carácter socialista y por la cuando menos superficial armonía de las distintas razas —hindúes, africa- nos, mestizos, amerindios, portugueses, chinos y europeos— que la habitaban. La obsesión de sobrevivir a una inevita- ble conflagración nuclear le llevó a instalarse más tarde en el valle de Redwood, en el norte de California, que, según había leído en cierta ocasión, ofrecía la posibilidad de di- cha supervivencia. A los adeptos que le habían seguido hasta Ukiah incluso les prescribió una dieta de semillas de soja, de girasol y nueces, para protegerlos contra las posi- bles radiaciones. En 1970, Jim Jones funda en el barrio Filmore de San Francisco su iglesia, que en sus principios era, según el San Francisco Chronicle, un «escaparate de todos los jus- tos y rectos deseos». Incluía instalaciones hospitalarias, una guardería, una carpintería, una imprenta. Contactaban con Jim Jones los líderes de todos los movimientos de los opri- midos, cual era el caso de Angela Davis, que abogaba por los derechos humanos junto al pantera negra George Jack- son, asesinado por un guardián en la prisión de San Quin- tín en agosto de 1971, o del jefe indio Dennis Banks. Lue- go, Jim Jones llegó a destacar en el Partido Demócrata de San Francisco. Los «templarios del pueblo» acudían en masa siempre que algún demócrata —ya fuera Rosalyn Carter, Mondale o el alcalde Moscone— proclamaba su so- lidaridad con los pobres de la ciudad. Pero era un cuerpo extraño, un libertador que no convenía. Y así, saltó como un grano de pus para continuar su experimento en la selva guayana. Incluso allí, creó vida y recursos en un terreno muerto: hizo de un pedazo de selva inhóspita que nadie osó tocar (32% a la sombra con un 80 % de humedad) una granja-modelo. Pero aquí da comienzo la guerra mental. Allí fue muta- do, en el marco de un certero ensayo de manipulación de voluntades. Una creciente manía persecutoria se adueñó de él. Temía que el régimen fascista de Estados Unidos rechazara su experimento integrador, antirracista. Temía que su Jonestown fuera desmantelado por la fuerza, encar- celados los negros y aniquilados por la CIA los blancos. Para no caer en esas garras, se imponía en último extremo el autoaniquilamiento. A ese fin encaminó a sus seguidores y ese fin tuvo que llegar fatalmente. Un factor oscuro jugó con Jim Jones y le hizo variar de rumbo. Y Jim Jones con- taba con la energía suficiente para subyugar y anular a cientos de personas. Esos cientos de personas que se suici- daron en la selva guayana en noviembre de 1978 eran los mismos cientos de personas que pocos años antes habían 166 colaborado en la construcción de una valla que debía im pedir que suicidas potenciales se arrojaran desde las aliu ras del Golden Gate Bridge. Estos mismos seguidores del Jim Jones que últimamente amenazaba de muerte a los pe riodistas que informaban inconvenientemente acerca de su grupo, habían anteriormente protestado con vehemencia contra los atentados contra la libertad de prensa. Jim Jo nes, antirracista, antifascista, acabó aplicando las más rigu- rosas reglas dictatoriales en su campo de concentración de la Guayana. La mutación es evidente. Ahí hay una fuerza que jugó con Jim, y que arrastró tras él a todo su grupo fanatizado. 3 Estoy resumiendo este caso porque es el más espectacu- lar, y lo suficientemente reciente como para que el lector lo rècuerde con una mínima claridad. Pero no es el único. Con Jim Jones jugó la misma fuerza que jugó con tantos y tantos líderes y que obnubiló a miles y millones de indi- viduos cegados a lo largo de nuestra historia. Somos cla- ramente vulnerables a esta manipulación, y en este aspecto la selva guayana lanzó en noviembre de 1978 un gravísimo aviso a la humanidad entera. 900 cadáveres que se pueden atribuir, de acuerdo con los elementos de juicio de que ahora disponemos, a una trama urdida por los servicios de inteligencia norteamericanos dentro de las experimentacio- nes de control de la voluntad derivadas del programa «MK- Ultra». Recordemos para ello someramente los hechos. En agos- to de 1977 la revista New West de: San Francisco publica una encuesta de Marshall Kilduff y Phil Tracy denuncian- do las prácticas dictatoriales de James Warren Jones, para los amigos Jim Jones. Diez antiguos miembros de la secta contaban allí las torturas, los sometimientos a trabajos forzados, las extorsiones de fondos, las amenazas de muer- te, etc. El lugarteniente-gobernador Mervyn-Dymally inten- ta obligar a los periodistas a interrumpir su investigación, intervención que contribuirá a su fracaso electoral de no- viembre de 1978. Algún tiempo más tarde, la investigación del New West la continúa el San Francisco Examiner, y revelá que varios centenares de adeptos han sido obligados a entregar todos sus bienes a Jones. Una adepta, Deborah Berkeley, se escapa de Jonestown y narra a unos reporte- ros del San Francisco Chronicle las condiciones de vida en la comunidad de la Guayana, en donde unos guardias ar- mados mantienen una disciplina férrea. Revela además, or vez primera, la existencia de un proyecto de suicidio colec- tivo. Es entonces cuando interviene Leo J. Ryan, de 53 años 167 de edad, padre de cinco hijos, miembro demócrata de la cámara de Representantes por el condado de San Mateo, en California. Decide intervenir oficialmente. En Washing- ton pide varias veces al Departamento de Estado informa- ciones sobre la instalación del People's Temple de la Gua- yana, teniendo en cuenta las alarmantes noticias de las que él dispone. Cada vez, los servicios en cuestión le responden que la colonia de Jonestown no ha sido objeto de ninguna investigación, de ninguna información, y que en las altas esferas no disponen de ninguna noticia a este respecto. Ante ese silencio, Ryan decide actuar en el marco de la cámara de representantes. A petición suya, es nombrado jefe de una «Misión del gobierno de Estados Unidos encar- gada de investigar las alegaciones de malos tratos infligi- dos a ciudadanos norteamericanos en la colonia de Jones- town, en Guyana». Tal es el título exacto de dicha misión, que, por tanto, es perfectamente oficial, y no oficiosa, como en Ocasiones se dijo en aquella época. A ese título, todos los servicios gubernamentales, y en particular, en el extran- jero, los del Departamento de Estado, estaban obligados a aportarle toda su ayuda, a transmitirle sus informaciones, y a asegurarle su protección. El 14 de noviembre de 1978, Leo Ryan desembarcó en Georgetown, la capital de la Guayana, junto con sus ayu- dantes, varios periodistas y abogados de la secta. El núme- ro dos de la embajada norteamericana en Georgetown, Ri- chard Dwyer, los acompañó a Jonestown. Allí, los miembros de la comisión mantuvieron una entrevista con Jim Jones y recorrieron el campamento. Los testimonios que recogie- ron eran abrumadores, lo que no dejó de inquietar a Jo- nes, y tanto más cuanto que una veintena de sus fieles se acogieron bajo la protección de Ryan y le pidieron ser re- patriados a Estados Unidos. El sábado, 18 de noviembre, el grupo abandonó Jones- town y acudió al aeropuerto de Port Kaituma, donde los esperaban unos aviones. Y, repentinamente, se produjo el ataque. De un remolque tirado por un tractor saltaron unos hombres que abrieron fuego, matando a cinco personas, entre las que se contaba Leo Ryan, e hiriendo a otras diez. Dos días más tarde tenía lugar el holocausto que ya cono- cemos. A partir de ese suceso se desataron algunas lenguas, y se recogieron testimonios que tienden a probar que a Leo Ryan le tendieron una trampa deliberada. Para dar luz a todo este asunto, los hijos del diputado decidieron presen- tar una denuncia contra el gobierno norteamericano. De la instancia presentada a la justicia ante la Corte del Distrito Norte de California por su abogado, Marvin E. Lewis, se 168 AS CA La MARVIN E. LEWIS, ESQ. (SPACE BELOW FOR FILING STAMP ONO: + y | TOEN WINER, ESQ. 68 Lawis, Lems A LESS : E Ae) A 3 AUTDAAYS at taa y | E ES iý Y 4h 200 MARKET QUISE do ; E ES BAM FRANCUICO. CALIBRA #404 E E S e y Mo 5 | tnea ezo 1636 NE A nS į P * No 7 ÏN THE UNITED STATES DISTRICT COURT x 8 OF THE NORTHERN DISTRICT OF CALIFORNIA a 9 [CHRISTOPHER ROBIN RYAN, SHANNON JO" ). - CIVIL WO. © de RYAN, PATRICIA ELLEN RYAN, KEVIN Picas e a o A 10 | LEO RYAN and ERIN MEAD RYAN, A COMPLAINT FOR: ; 11 Plaintiffs, i DEATH co ) “DEMAND a 12 ) E Ery p ta Quer ES vs. ; E ¿ > ao nanaonan EE da A UNITED STATES OF ~ SG 27 97 S i BPReéndant” * 2i ! Plaintiff alleges: pa y æ w 0 5“ I 18 JURISDICTION: This action arises under the Federal Tort Y Stener and further relief as the court deems 18 [just and proper. 19 [DATED: July 31, 1980 20 | LEWIS, LEWIS 4 LESS 21 / WA a DAV a 22 ] By: y Vaa 4 n 23 | MARVIN E. LEWIS í Attornoy for Plaintiffs Fragmentos iniciales y finales de la primera y última hoja, respectivamente, del acusador documento presentado por los hijos de Ryan contra el gobierno de Estados Unidos. Representación de un «clypeus ardens» (escudo llameante) y de una «trabs ignita» (viga incendiada) del libro de Julius Obsequens. deduce que, contrariamente a lo que se había dicho oficial- mente a Leo Ryan, el Departamento de Estado estaba per- fectamente al corriente de las actividades oscuras de Jim Jones en Jonestown. Se acusa nominalmente a un alto fun- cionario, John Brushnell, que entonces era adjunto a la subsecretaría de Estado para los asuntos interamericanos. Lo mismo sucedía con Richard McCoy, en aquella época cónsul general de Estados Unidos en Georgetown, y con John Burke, agente consular. A Richard McCoy ya se le había acusado tras la matanza de Jonestown, pero el señor Hodding Carter, portavoz del Departamento de Estado, ha- bía declarado públicamente que el cónsul «había desempe- ñado su tarea conforme a las más severas exigencias pro- fesionales y morales». Pues bien, de la denuncia de los hijos de Leo Ryan se desprende que estaba informado de las condiciones de vida en el campo de Jim Jones, de los malos tratos infligidos a sus fieles, del uso de drogas y de la importación masiva de armas. Además, aparte del De- partamento de Estado propiamente dicho, la CIA estaba perfectamente al corriente de lo que se hacía en el People's Temple. Uno de sus agentes, Philip Blakley, vivía en Jones- town, donde se había convertido en uno de los brazos de- rechos de Jim Jones. Y, por otra parte, Richard Dwyer, el mismo que acogió a Ryan y lo acompañó a Jonestown, era igualmente agente de la CIA. En el documento judicial de Marvin E. Lewis puede leerse textualmente que la acusación de los hijos de Ryan se funda «en el hecho de que los citados agentes trabaja- ban por cuenta del Departamento de Estado y de la CIA con el fin de utilizar la colonia de Jonestown como campo de experimentación del control mental en el marco de las investigaciones emprendidas por la CIA en el programa MK-Ultra». MK-Ultra Sé que me estoy alejando de forma acaso excesivamente exhaustiva del tema central de este libro, pero lo estoy ha- ciendo muy expresamente porque el alejamiento del tema es sólo aparente, ya que las experimentaciones que aquí estoy exponiendo tienen relación directa con las motivacio- nes que llevaron a los servicios de inteligencia a plasmar en el cielo de La Habana la imagen de la Virgen, y la apa- rición de dicha imagen guarda a su vez relación directa —en cuanto al procedimiento empleado— con el posible proceso que subyace a multitud de apariciones de figuras inexplicadas en el cielo de distintos lugares a lo largo de 170 toda nuestra historia. En épocas en que el ser humano no fue capaz de plasmar estas figuras en el cielo, necesaria- mente tuvo que ser alguien tecnológicamente superior quien provocara el fenómeno. Y de cualquier forma, no está de más rememorar las posibilidades que ofrece el condiciona- miento de nuestra mente, al enfocar el conjunto de los fe- nómenos implicados en la fenomenología global de la rela- ción del ser humano con otros seres inteligentes. Pero vayamos a lo que es MK-Ultra. Las investigaciones sobre control mental engloban en Estados Unidos a dece- nas de miles de individuos. Se iniciaron con un amplio pro- yecto que comprendía las técnicas de hipnosis, narcohip- nosis, estimulación electrónica del cerebro, el estudio de los efectos de los ultrasonidos sobre el comportamiento, así como el de las microondas y los sonidos de baja fre- cuencia, la terapia por repulsión, etc. De hecho, al explorar los medios de dominar la memoria y la voluntad de los in- dividuos, el gobierno prácticamente no olvidó ningún as- pecto del control del comportamiento humano. El escán- dalo estalló en Estados Unidos en 1975, tras el suicidio de Frank Olson, quien dos años antes se había defenestrado desde el décimo piso de un edificio de Manhattan, aparen- temente a consecuencia de un ataque de locura. Sorpren- dió en aquel entonces que el Consejo General de la CIA declarara extrañamente que Olson —que a la sazón era quí- mico al servicio del ejército— había muerto «en acto de servicio». Evidentemente, son muy especiales y extremos los casos en que alguien ponga fin a su vida voluntaria- mente por razones del servicio que está prestando. Pero el suicidio de Olson sobrevino en un momento en que el quí- mico estaba participando en investigaciones secretas sobre los efectos del LSD en el cerebro humano, dirigidas a co- nocer el modo de empleo de alucinógenos en el curso de interrogatorios. Una comisión del Congreso, ante la que fue obligado a declarar el almirante Stansfield Turner, director de la CIA y amigo personal de Jimmy Carter —a quien es- taba a su vez vinculado Jim Jones— desde la época en que ambos frecuentaban la Escuela Naval, reveló que estos ex- perimentos habían formado parte de un programa secreto sobre el control mental, bautizado como MK-Ultra. Y los elementos que concurrieron en el caso del People's Temple indican que Jim Jones habría participado en dicho progra- ma. Después de la matanza de Jonestown, a los observado- res atentos les sorprendieron determinados aspectos para- dójicos en cuanto a las implicaciones políticas del perso- naje central del drama. Ya vimos que hacia 1950 Jim Jones había militado en favor de los grupos integracionistas de Indiana y después, a escala nacional, participando como ya 171 dijimos en las campañas en favor de la liberación del líder extremista Huey Newton y de Angela Davis, además de sus relaciones con organizaciones negras de extrema izquierda, como por ejemplo los Panteras Negras. En Brasil contactó - con grupos izquierdistas implicados en la lucha armada, y tuvo también contacto con representantes políticos soviéti- cos. Luego, a partir de 1970, su secta se convierte en una verdadera fuerza política en California al asumir sus fieles la función de agentes electorales. El gobernador Edward Brown, el lugarteniente Mervyn-Dymally, el alcalde de Los Ángeles, Thomas Bradley y el de San Francisco, George Moscone, visitan en varias ocasiones los templos de la sec- ta. En las elecciones de 1975, Moscone obtiene la alcaldía por una corta diferencia de votos, lo que los observadores atribuyen a la acción de los seguidores de Jim Jones. En agradecimiento, fue nombrado directivo de la Housing Au- thority (servicio de la vivienda). En el condado de Mendo- cino, Jones representa entonces el 20 % de los votos. En 1976 participa en la campaña democrática en favor de Jim- my Carter. Hace participar en ello a todos sus equipos: y acompaña a Rosalyn Carter en su gira electoral, tomando la palabra en los mítines al mismo tiempo que ella. Es ade- más uno de los pocos soportes democráticos que fuera in- vitado por el vicepresidente Mondale en su avión privado. Queda por dilucidar si Jim Jones fue un agente regular de la CIA, si fue obligado a trabajar por cuenta de la Agencia de Inteligencia contra su voluntad, o si incluso estaba tra- bajando para ella sin ser consciente de su función. Pero centrémonos en la grave realidad de MK-Ultra. Esta primera operación de control mental, de la que deri- van las actuales investigaciones en este campo, duró de 1952 a 1965, costó alrededor de mil quinientos millones de pesetas, e involucró —en investigaciones que se desa- rrollaban en el más estricto secreto— a 185 sabios que lle- varon a cabo 149 experimentos diferentes en 44 universida- des e institutos científicos, 15 fundaciones de investigación y laboratorios, 12 hospitales y 3 penitenciarías. | A raíz del incidente Olson, un equipo de cinco periodis- tas del New York Times emprendió una investigación con carácter discreto. La publicación del resultado de sus pes- quisas en el periódico para el que trabajaban, el 2 de agos- to de 1977, produjo un gran eco en el público y obligó a que Stansfield Turner, director de la CIA, que contaba con el apoyo de su buen amigo el presidente Jimmy Carter, se presentara a declarar ante el Congreso. Se dio a conocer así, a grandes rasgos, el proyecto MK-Ultra. La historia co- menzó en el año 1949, con ocasión del proceso del cardenal Josef Midszenty, quien ante la sorpresa general reconoció 172 todos los cargos que le fueron imputados por los jueces de Budapest. En aquella ocasión, el lavado de cerebro al que fue sometido el primado de Hungría había quedado patente. De acuerdo con la declaración del director de la CIA, «al principio el proyecto MK-Ultra fue un programa defensivo para saber cómo habían conseguido los soviétl- cos y sus aliados controlar el cerebro humano mediante drogas o lavado de cerebro; pero ya en los años 50 los ob- jetivos se desviaron y el proyecto se convirtió en ofensivo». A partir de entonces, los esfuerzos de los servicios de inteligencia norteamericanos se encaminaron hacia una meta muy concreta. Un psiquiatra de la Cornell University, amigo del entonces director de la CIA Allen Dulles, creó una sociedad cuyos fines aparentes eran la investigación científica, pero que en realidad dependía de la Agencia Cen- tral de Inteligencia norteamericana: era la Society for In- vestigation of Human Ecology (Sociedad para la Investi- gación de la Ecología Humana). En este marco se expert mentaron todas las técnicas posibles por los sabios adscri- tos al programa MK-Ultra. hai Una de las principales metas consistia en poder provocar la amnesia a voluntad. Con ello se conseguiria por una par- te interrogar a un espía enemigo de tal forma que ni él mismo ni sus superiores sabrían que habría revelado sus secretos, y por otra se lograría suprimir de la memoria de los agentes propios todo cuanto supieran de compromete- dor antes de enviarlos a una misión a paises enemigos. Igualmente se lograría borrar la información acumulada en el momento en que cesaran en el servicio activo. Entre los documentos librados en agosto de 1977, a raíz de las revelaciones de los periodistas del New York Times, figura un testimonio que hace referencia a la contratación por parte de los servicios de inteligencia norteamericanos de un mentalista profesional con el rango de «consejero técnico». El reclutado era John Mulholland, fallecido des: pués, en 1970. Mulholland fue llamado a consulta una doce- na de veces en el espacio de dos años. Un portavoz de la CIA declaró que «recurríamos a él cada vez que un acon- tecimiento rebasaba los límites de nuestro entendimiento y que podía tratarse de un recurso de magia». La verdadera especialidad de este mentalista o «mago», como ellos le llamaban, consistía en una extrema habilidad y don especial que le permitía desviar la atención de un sujeto obligándole a mirar en la dirección que él deseaba gracias a sus poderes hipnóticos. En 1953, John Mulholland recibió una gratificación de tres mil dólares por redactar un manual de manipulación con el fin de permitir a todo agente de la CIA estar en condiciones de administrar dro- 173 gas a un sujeto sin que éste lo advirtiera. Este trabajo, que recibió el nombre de código de Subproyecto n° 4 dentro del programa MK-Ultra, fue llevado a cabo por Mulholland y permitió, según los términos del contrato, «administrar secretamente a cualquier individuo no importa qué sustan- cia sólida, líquida o gaseosa». En cuanto al lavado del cerebro, alcanzó su éxito defi- nitivo en manos de los especialistas de Corea del Norte, que marcaron la pauta para el resto de equipos que en todo el mundo practican este sistema de despersonalización. El esquema que se sigue se basa en diez puntos básicos: 1.2 destrucción de la identidad del individuo, 2.2 insinua- ción de su culpabilidad general, 3.° incitación a la denuncia de sí mismo, 4. instauración de un clima de inseguridad, 5° clemencia aparente y proposición de perdón, 6.* incita- ción a confesarse, 7.° insinuación de su culpabilidad punto por punto, 8.” autocrítica por deducción lógica de su cul- pabilidad, 9. armonización de los puntos de vista entre las dos posiciones, 10.” acabado del cambio del sujeto. De esta forma, se lleva al sujeto a condenarse a sí mismo sin que se ejerza verdadera violencia sobre él, obligándolo a anali- zar de forma lógica desde un punto de partida erróneo. Si analizamos bien el sistema, cabría achacárselo igual- mente a las sectas dominantes y prácticamente a casi to- das las religiones, y hasta a los mismos dioses que acaso nos crearon y nos ajustaron las clavijas para que no lo vié- ramos, oyésemos y comprendiéramos todo; o sea, la ver- dad del juego que se llevan con nosotros. Volviendo a MK-Ultra y sus derivaciones actuales, no hay que perder de vista naturalmente que los norteameri- canos no son los únicos en aplicar estas experimentaciones a la práctica. Han salido a colación porque el motivo de traer el tema a estas páginas fue la aparición de una ima- gen de la Virgen en Cuba, fenómeno achacado a un plan de sus servicios de inteligencia, y porque enlacé el tema con un ejemplo mayoritariamente conocido en cuanto a su trágico desenlace final, cual fue la matanza de la Guayana en noviembre de 1978. Pero naturalmente los poderes pa- ranormales son experimentados activamente por la mayor parte de los servicios de inteligencia del mundo. Así, por ejemplo, el Estado Mayor soviético dispone de una central de informaciones que opera bajo las siglas GRU y cuenta con una red de treinta mil agentes diseminados por los paí- ses occidentales y del tercer mundo. Los dos objetivos prin- cipales de esta red de infiltración mental consisten en la preparación de la injerencia rusa en los asuntos occidenta- les a escala planetaria mediante la manipulación de la opi- nión, por una parte, y, por otra, en el intento de apropia- 174 Grabado medieval de naves aéreas vistas en el cielo en Francia, y conservado en la New York Public Library Picture Collection. 5 i im o en el cielo medieval Fenómeno volante y luminoso inusual observad elo me: y plasmado en un grabado de la época. y al AL Naaa ción de los progresos de la investigación y de la industria de los países occidentales, especialmente en las áreas de la aeronáutica, de las comunicaciones, de la informática avan- zada y de la ingeniería militar. Director de este grupo de control y condicionamiento mental es el general Piotr Iva- novich Ivashutine, quien dirige un grupo que aplica autén- ticas técnicas de influencia mágica en la población. Otro caso notorio de condicionamiento mental es el que llevó al de otra forma inexplicable suicidio simultáneo a los com- ponentes del grupo RAF Baader-Meinhof en la prisión de Stuttgart/Stammheim. En lo que respecta al conocimiento que se tiene en España de estas prácticas, mis averiguacio- nes me llevaron a oírlas confirmadas en boca de un militar de alta graduación destinado en la plaza de Melilla en 1980, de uno de los componentes de la Junta de Jefes de Estado Mayor en Madrid en la primavera de 1983, y en la misma fecha de otro integrante del Estado Mayor de la Dirección General de la Guardia Civil. «Que sin ello, la investigación en situaciones concretas no se vería completada.» Por ende, me vi involucrado personalmente en 1982, en Florida, en un proceso de condicionamiento mental que me demostró por la vía directa el tremendo grado de efectividad que pue- de llegar a generar un encauzamiento subliminal correcta- mente dirigido, en un grupo homogéneo de personas. En tales circunstancias, lo de la Guayana es perfectamente comprensible y realizable. De ahí mi insistencia en esta denuncia, en especial ante lectores vivamente interesados en la problemática extraterrestre. Pero repasemos —para no perder el hilo de la cues- tión— por qué hemos ido a parar al control mental al hablar de muestras de presencias extraterrestres. Estába- mos concretamente presentando casos, en la antigüedad y en el medievo, de apariciones de crucifijos y otras formas concretas en el cielo en diferentes lugares de Europa. Para poner un ejemplo de cómo se puede lograr hoy en día un efecto similar pusimos el de la Virgen plasmada en el cielo de La Habana. La finalidad de esta plasmación fue un con- dicionamiento mental inadvertido de la población cubana. Demostramos luego lo que puede llegar a desencadenar este tipo de condicionamientos mentales, aduciendo el ejemplo de la matanza de la Guayana. Y vimos después te- legráficamente que las investigaciones paranormales for- man parte de los programas de los principales servicios de inteligencia del mundo. | De lo cual podemos concluir, ya para finalizar este tema, que si la Virgen de Cuba obedece a un plan de condiciona- miento mental a nivel de servicios de inteligencia, y a su vez el fenómeno de la misma se confunde con modelos que 176 aparecen en la fenomenología OVNI, la combinación de ambos factores nos da ya un motivo contundente para el silenciamiento de al menos una parte de la fenomenología OVNI por parte de los consejeros de inteligencia de los distintos gobiernos. Y podemos concluir además que el mismo fenómeno puede estar presente en multitud de apa- riciones OVNI a lo largo de la historia, no creadas por la inteligencia humana, sino por otra inteligencia que aún des- conocemos. Volvamos, pues, a ella y a las pruebas de su: presencia aquí, entre nosotros. AYUDARON A CARLOMAGNO Una vez más unas manifestaciones celestes concretas ayu- daron a los cristianos, esta vez en plena campaña extermi- nadora de Carlomagno contra los paganos sajones. Asi nos lo refiere claramente el monje Lorenzo en sus Annales Lau- rissenses, recogidos en la obra Patrologiae de Migne, To- mus CIV, Saeculum IX (p. 404): «DCCLXXVI [AD 776]. Entonces nuestro señor, Carlos el rey, avanzó hacia Italia para asaltar las tierras que ro- dean a Foruli: Hrodgaudus fue muerto y nuestro antes mencionado rey Carlos» [Carlomagno] «celebró la Pascua con los ciudadanos de Tarvisium. Los ciudadanos captura- dos en Foruli, junto con los ciudadanos dejados atrás en Tarvisium que se habían rebelado, fueron distribuidos todos entre los franceses, y regresó nuevamente a Francia con prosperidad y victoria. Entonces llegó un mensajero anun- ciando que los sajones se habían rebelado y masacrado a todos sus rehenes y que habían roto todos sus solemnes juramentos. Habían pacificado el castillo de Aeresburg me- diante perversa y siniestra ingenuidad, persuadiendo a los franceses para que se fueran, de modo que cuando Aeres- burg fue abandonado por los franceses, ellos destruyeron sus muros y fortificaciones. Avanzando desde allí intenta- ron hacer lo mismo en Sigisburg. Los franceses, con la ayu- da de Dios, se les opusieron valientemente de forma que en modo alguno se impusieron. Pero para pacificar a la guarnición en el interior de la fortaleza, los sajones fueron incapaces de destruirlos tal y como habían hecho con los otros en el otro castillo, de forma que comenzaron a pre- parar sus fuerzas y catapultas para capturarlo por la fuer- za. Por la voluntad de Dios, las balas de piedra que habian preparado les causaron más daño a ellos mismos que no 177 a los que habitaban la fortaleza. Entonces, cuando los sa- jones advirtieron que las cosas no marchaban a su favor, comenzaron a erigir andamiajes desde los cuales pudieran asaltar valientemente el castillo mismo. Pero Dios es tan bueno como justo. Superó su valor, y el mismo día en que prepararon el asalto contra los cristianos que vivían den- tro del castillo, la gloria de Dios apareció en manifestación encima de la iglesia en el interior del castillo. Aquellos que lo observaron, muchos de los cuales aún viven hoy en día, dijeron que tenían el aspecto de dos grandes escudos de color rojizo llameantes y que se movían encima de la igle- sia» —(et dicunt vidisse instar duorum scutorum colore ru- beo flammantes et agitantes super ipsam ecclesiam)— «y cuando los paganos que estaban fuera vieron este signo, se sumieron de inmediato en la confusión y quedaron aterro- rizados por el pánico, huyeron precipitadamente, matando unos a otros indiscriminadamente, mirando hacia atrás lle- nos de pánico, arrojando entonces sus lanzas, que porta- ban sobre sus hombros, contra aquellos que huían delante de ellos. Otros recibieron golpes de sus propios compañe- ros, y por el divino pago que se cernía sobre ellos. Nadie puede explicar cómo obró sobre ellos la bondad de Dios para la liberación de los cristianos, pero cuanto más se fue- ron aterrorizando los sajones por el creciente temor, tanto más confortados se sintieron los cristianos y alabaron la omnipotencia del Señor, que graciosamente había extendi- do su poder sobre los fieles». A consecuencia de la intervención de este poder aéreo, los sajones se rindieron y decidieron en juramento solem- ne convertirse al cristianismo, Por lo tanto, acatar las le- yes del magno monarca Carlos. Una vez más: ¿a quién le interesa, a qué plan o juego cósmico obedece este descarado encauzamiento de la his- toria humana? LOS DIOSES QUE NACIERON DEL HIELO Se haría interminable una incursión en profundidad en las relaciones cósmicas que afloran a lo largo de toda la am- plia mitología germánica. No es el momento de hacerlo. Pero tampoco debe caer en el olvido —en un estudio como el que pretende este libro—, por lo cual opto por mostrar- le al lector solamente unas cuantas pinceladas de lo que puede hallar en las antiguas colecciones épicas del Norte. 178 Recuerde el lector todo lo apuntado en el capítulo «En una urna de cristal». Recuerde el lector que relacionába- mos allí a María con las distintas versiones de Maya (o Maia). Dijimos que representaban a la gota de agua en la que cristalizaba la sal. Fuimos a parar para ello a la Maya hindú, Maya que se presentó a un pueblo que ya con ante- rioridad había reconocido a la vaca sagrada como principio vivificador. Pues bien, en la mitología germánica nos encontramos con la vaca, antecesora de la vida y símbolo de fecundidad, que se alimenta de la sal contenida en el hielo (= agua). Forma junto con el gigante Ymir la primera pareja de se- res dotados de vida. Mientras Ymir bebía la leche de la vaca y multiplicaba sus fuerzas, el mencionado primer ani- mal hizo surgir, en las tibias gotas que hacía salpicar los bloques de piedra cubiertos de escarcha, un nuevo ser vi- viente de forma humana: Buri, de cuyo hijo Bor nacería el primer dios, Odín. Tanto la vaca Audumla como el gigante Ymir habian nacido en el hielo fundido. Del gigante Ymir, que era capaz de reproducirse al igual que Buri, nacieron los «gigantes de hielo», que serían los eternos y poderosos oponentes de los dioses, encabezados éstos, como vimos, por Odín. E inme- diatamente aparecen los constructores. Los mismos a los que invocaban los mayas en el Libro del Consejo quiché, y que aparecen en los textos sánscritos. Recuerde el lector que Maya fue también el gran arquitecto del universo, el constructor de los asuras. De acuerdo con el texto del Ma- hábhárata, había proyectado una maravillosa sala de asam- bleas en oro, plata y otros metales, que fue trasladada al cielo. El mismo recuerdo expresan las narraciones épicas ger- mánicas. A Odín se unieron dioses de origen desconocido que emplearon los servicios de un gigante —que fue su ar- quitecto— para que les construyera su morada celeste, un gran palacio fortificado edificado de materiales brillantes. Otros simbolismos referidos a seres procedentes del es- pacio que visitan el planeta Tierra y que hemos ido viendo a lo largo de estas páginas y de diferentes latitudes y épo- cas primitivas, afloran en la rica mitología germánica. Así por ejemplo, el gigante constructor de este brillante pala- cio celeste poseía un caballo maravilloso capaz de trans- portar en un instante masas increíbles de rocas. Lo que nos trae a la memoria a la yegua al-Borak, que transportó a Mahoma, al caballo de los cabalistas, al mágico carnero Crisomalo de la mitología griega, etc. | Por otra parte, cuando los dioses —entre ellos Odín— fabrican por fin al primer ser humano, lo hacen —al igual 179 que lo explica el Libro del Consejo de los indios quichés— de madera: «Vivieron, engendraron, hicieron hijas, hicieron hijos, aquellos maniquíes, aquellos muñecos construidos de madera», leemos en el Popol Vuh, mientras que la mitolo- gía nórdica nos lega el recuerdo de que cuando les tocó el turno de su formación a los hombres, aconteció que tres dioses, paseándose por la orilla del mar, encontraron dos troncos de árbol dejados allí por las olas, a los que deci- dieron dar la forma y las cualidades de una pareja humana. Odín, que es el jefe de toda la sociedad divina, es el gran iniciado en los misterios, el señor de la magia, de la ciencia suprema y de la poesía. Gran guerrero, Odín —que es Wotan— es el jefe de una horda de activistas cósmicos cuyo galope irresistible atraviesa el cielo dejando tras de sí una huella de fuego. Recuerde al respecto el lector que Quetzalcóatl era un dios de forma de serpiente que volaba y se consumía en las llamas del fuego divino, al tiempo que los egipcios antiguos hablaban de la serpiente metálica que se llamaba «residente en su fuego», y el Ramayana hindú nos refería que el mono volador metálico Hanumat parecía una nube ascendente, recamada de relámpagos (= Tuiego). También Odín, el dios nórdico, lleva una coraza brillan- te y un casco de oro, y su arma es la lanza mágica Gungnir. Tan mágica es que sus forjadores encerraron en ella un poder que asegura la victoria a su dueño: nada puede des- viarla del objetivo al que sea lanzada. ¿Nos está hablando la mitología nórdica de misiles teledirigidos? Pero no so- lamente la mitología nórdica: también —una vez más— los textos sánscritos. Recordemos que Rama poseía «saetas . mágicas que hienden el aire pr aaa “con un brillo igual al de los grandes meteoros”», y que de acuerdo con el poema del Ramayana se aei ka en la antigüedad ar- mas encantadas y dardos mágicos que RD ST un terro- rífico espectáculo. También las brillantes walkirias, mensajeras de la mo- rada celeste, se lanzaban por los aires en mágicos corceles ardientes. El cerebro eterno Y un botón más de los indicios de tecnologías superiores en los pasajes épicos relativos a los orígenes de la raza germánica, se halla en el hecho de que cuando Odín deseó beber en la fuente que encerraba la inteligencia y la sabi- duría, su tío Mimir, celador de la misma, solamente se lo concedió a cambio de que le cediera uno de sus ojos. A cam- 180 Huitzilopochtli, dios de los aztecas. El dios Huitzilopochtli guió a los aztecas a través de América de la misma forma que Yahveh guió a los israelitas a través del Sinaí. bio de esta pérdida física, Odín halló en las aguas de la fuente tanta secreta sabiduría que cuando Mimir murió, pudo concederle el poder de sobrevivir: su cabeza, embal. samada por los cuidados de Odín, seguía respondiendo a las preguntas que se le hacían. Esto último, que hasta hace muy poco —y para muchos hasta hoy mismo— seguía sien- do pura mitología fantástica, es ya indicio de elevada cien- cia. Porque nuestra propia ciencia está aspirando a un éxi- to similar. Efectivamente, los especialistas, habiéndose dado cuenta de la cualidad de mera herramienta oxidable de nuestro cuerpo, se plantean ya la posibilidad de criogeni- zar (conservar en estado congelado, a —196°) no ya los cuerpos, sino únicamente los cerebros de las personas cuyo cuerpo no puede curar hoy en día la ciencia médica. Es exactamente la operación de extraer la computadora (cere- bro) de la máquina averiada para incorporarla a una má- quina nueva y que siga así rindiendo como antes. Se trata- ría —de acuerdo con los especialistas norteamericanos que están trabajando sobre esta posibilidad— de injertar los cerebros sanos en cuerpos de personas en estado de muer- te clínica, y cuyo propio cerebro estaría, por lo tanto, des- truido, cuando el trasplante de cerebros se haya convertido en una técnica operatoria segura. Incluso viviendo en un cuerpo diferente al suyo, esos «resucitados» inéditos se- rían, a pesar de todo, ellos mismos: poseerían su propia inteligencia, sus conocimientos, sus sentimientos y, sobre todo —como en el caso de Mimir—, su memoria. El proce- dimiento ha demostrado experimentalmente —gracias a los ensayos realizados con animales— su factibilidad, y —apli- cado al ser humano— sus tarifas son sensiblemente infe- riores a las que reclama la criogenización de un cuerpo entero, El conjunto de las operaciones asciende a unos 4 500 dólares (unas 700000 pesetas), y el mantenimiento anual en estado de criogenización a 800 dólares (unas 150 000 pesetas). Mientras que la criogenización de un cuer- po entero oscila actualmente (dependiendo de la sociedad que la efectúe) alrededor de los 10000 dólares (algo más del millón y medio de pesetas) para el conjunto de las operaciones de criogenización, y de unos derechos de mantenimiento anual del orden de los 2800 dólares (unas 435000 pesetas). Está visto que, también aquí, sólo los ri- cos pueden soñar con una relativa inmortalidad. Pero lo que Odín logró con el cerebro de su tío Mimir, lo intentaron lograr posiblemente los servicios de inteli- gencia norteamericanos con el cerebro de Kennedy, en nuestros días. En Francia, sabios como los esposos Fessard consiguieron ya hacer resurgir recuerdos olvidados en am- nésicos y enfermos mentales profundos, aplicando impul- 182 sos eléctricos de muy débil intensidad. Una técnica muy parecida permitió a los profesores norteamericanos Flexner y Chamberlain captar informaciones almacenadas en la memoria por un ser humano muerto, conservado biológica- mente. En cuanto al cerebro de Kennedy, no podemos perder de vista el exhaustivo trabajo de información realizado por David S. Lifton en un dossier de más de setecientas pági- nas y que requirió quince años de investigaciones. Lo pu- blicó en su libro The best evidence (La mejor prueba), edi- tado en 1981 por la editorial MacMillan. Según Lifton, el cerebro de Kennedy fue sustraído entre el momento en que se constató su muerte en el Parkland Memorial Hospital de Dallas, y el de la práctica de la autopsia oficial en el Bethesda Naval Hospital de la base Andrews. Un agente del FBI que se hallaba presente al principio de dicha au- topsia oficial observó señales de operación en el cráneo del presidente, y oyó que algunos cirujanos hacían la misma observación. Pero en Dallas no se había efectuado ninguna operación. Las investigaciones de Lifton le llevan a afirmar que dicha extracción del cerebro de Kennedy se practicó inmediatamente después de su arribo a la base Andrews, y concretamente en el Walter Reed Hospital, a cinco minutos de vuelo en helicóptero. De allí habría sido trasladado el cuerpo de Kennedy al Bethesda Naval Hospital, en donde habría tenido lugar la llegada oficial ante las cámaras de televisión. En todo caso la operación es plausible si nos atenemos al cronometraje del tiempo empleado en todo el proceso. Un elemento turbador lo proporcionó la declara- ción del médico jefe, James Humes, que procedió a la au- topsia del cráneo de Kennedy, según el cual no hubo nece- sidad de seccionar el encéfalo para extraerlo, dado que ya se había hecho. Pero, repito, oficialmente no había habido ninguna operación previa, ni en Dallas ni en ninguna otra parte. Y si nos quedamos con la versión oficial, el cerebro de Kennedy fue extraído del cuerpo del presidente durante la autopsia practicada en el Bethesda Naval Hospital, y de- positado en una cámara de conservación biológica. Los es- pecialistas encargados de esta delicada intervención, en aquella época, habían inyectado con infinitas precauciones una sustancia líquida a base de glicerina y de ácido ribo- nucleico que impide a las células degradarse y permite la conservación del órgano en perfecto estado. Una semana más tarde, el cerebro de John F. Kennedy fue transferido a un contenedor biológico isotérmico, un recipiente capaz de mantener una temperatura constante óptima para la conservación del órgano que contiene. Agentes de los ser- vicios de inteligencia controlaron desde el principio hasta 183 el final el desarrollo de estas operaciones. Ahora bien, en agosto de 1972 el director del Instituto de Medicina Legal de Pittsburg, profesor Wetch, al hallar contradicciones en la investigación policial, obtuvo autorización para proceder a un nuevo examen del cerebro. Pero el contenedor encar- gado de albergar este órgano, depositado en una caja fuer- te de los Archivos Nacionales, había desaparecido. Pero si el cerebro de Kennedy había desaparecido, no podía ser ya para borrar en él las huellas de las balas que causaron realmente la muerte de Kennedy, de forma que se pudiera acreditar la culpabilidad de Lee Harvey Oswald (operación que presumiblemente —de acuerdo con la tesis de Lifton— se habría efectuado en el Walter Reed Hospi- tal), sino para impedir que el presidente hablara y denun- ciara a sus asesinos. Como todo cerebro conservado bioló- gicamente, este órgano habría conservado la memoria, y un sistema de impulsos eléctricos habría permitido captarla y descifrarla. Existen testimonios —como el de su médico personal, el doctor Burkley— que indican que poco antes del atentado de Dallas, Kennedy había manifestado que te- mía por su vida y que conocía a sus enemigos. La desapa- rición de su cerebro puede deberse, por lo tanto, a dos cau- sas o intereses: el de hacer desaparecer su testimonio, o lo contrario, el de interrogarlo para conocer la trama autén- tica urdida contra su persona. De cualquier forma, hoy en día estamos cerca, muy cer- ca, de hacer lo que Odín hizo con el cerebro del celador de la fuente de la sabiduría, Mimir. Pero, por enésima vez: este conocimiento no es atribuible —por ellos mismos— a los antiguos. Sirven estos breves ejemplos para dejar anotada la co- nexión también de los antiguos pueblos del norte de Euro- pa con un conocimiento que procede de más allá del exclu- sivamente humano. Pero invito al lector a que profundice personalmente en las ricas fuentes de la mitología escandi- nava y germánica, en las que hallará tema suficiente para llenar su vida de apasionante búsqueda e investigación. AZTECAS: REESTRENO DE LA COMEDIA DE MOISÉS Vimos al comienzo de este estudio la importancia que para el mismo tenía la figura de Quetzalcóatl, divinidad volante de los toltecas y de los nahuas, al igual que de los quichés bajo el nombre de Gucumatz, y de los mayas bajo el de 184 Kukulkán. Vimos también la importancia del Libro del Consejo o Popol Vuh de los citados indios quichés, que fue- ron una de las tribus de la gran familia maya. Íntimamente vinculados con esta familia estaban los aztecas, cuya im- portancia para nuestro estudio también apuntamos ya al hablar de las raíces Teo y Atl, que correspondían a los con- ceptos griegos de Zeus y de Atlas, y se entroncaban —en una amplia red que iba desde Centroamérica hasta la In- dia, pasando por las orillas del Mediterráneo— con los con- ceptos de Maya, María, Atlas, Atlanteotl, la Atlántida, Teo- lihuacán, Quetzalcóatl, las Pléyades, etc., impregnado todo cello de un saber que hacía depender al ser humano de una o varias razas de procedencia celeste. Estas o esta raza se llevó con los mencionados aztecas un juego similar (una descarada réplica) del juego que Yah- veh se llevó en el Sinaí con el pueblo de Israel y con su caudillo Moisés. Lo veremos inmediatamente. Pero antes quiero recordar en este contexto que precisamente el re- petido Libro del Consejo de los quichés daba cuenta de su conocimiento del fenómeno vivido por Moisés duran- le su huida de los egipcios cuando afirma que «su pasaje por mar no aparece; pasaron como si no hubiera habido mar, solamente sobre piedras pasaron, y aquellas piedras sobresalían en la arena. Entonces llamaron Piedras arre- gladas - Arenas Arrancadas, nombre dado por ellos al sitio por donde pasaron en el mar, habiéndose separado el agua allá por donde pasaron». Vimos ya anteriormente también la experiencia especí- fica y extraña por la que tuvo que pasar el pueblo que acau- dillaba Moisés, la de andar errantes por muchos años antes de llegar —bajo el mandato específico y la dirección direc- ta del protector volante— a una «tierra prometida». Nos encontramos ahora con otro pueblo, cuya distancia en el tiempo y en el espacio se cuenta por miles de años y de kilómetros, al que su «protector» le hizo pasar por la mis- ma extraña experiencia, que tiene que haber resultado pe- nosísima para los hijos de Israel, y que se repite con unos paralelismos asombrosos e incomprensibles en el pueblo azteca. Estudió las similitudes entre ambos éxodos mi buen amigo el ex sacerdote jesuita e incisivo estudioso de la ca- suística religiosoparanormal Salvador Freixedo, y a él me remito, por lo tanto. Aparte de que desde aquí recomiendo al lector, como imprescindible, el último libro de Freixedo, Defendámonos de los dioses, que da en la llaga de una he- rida que nos causaron a todos. De acuerdo con las tradiciones del pueblo azteca, hace aproximadamente 800 años su dios Huitzilopochtli les co- 185 municó que tenían que abandonar la región que habitaban y comenzar a desplazárse hacia el Sur «hasta que encon- trasen un lugar en una isla en medio de una laguna en que verían a un águila devorando a una serpiente». En este lugar deberían asentarse, y él los convertiría en un gran pueblo. La región en que por aquel entonces vivían los az- tecas estaba en lo que hoy es territorio norteamericano —probablemente entre los estados de Arizona y de Utah— y, por lo tanto, su peregrinaje hasta Tenochtitlán debió de ser notablemente más largo que el que su protector Yahveh les exigió a los seguidores de Moisés: la caminata de los «hijos de la grulla» fue de no menos de tres mil kilóme- tros, y no precisamente —como apunta Freixedo— por có- modas carreteras, sino teniendo que atravesar vastos de- siertos y zonas abruptas y de densa vegetación que cierta- mente tuvieron que poner a prueba su fe en la palabra de su dios Huitzilopochtli. Pero por fin, después de mucho caminar, encontraron en una pequeña isla en medio del lago Texcoco, al águila de la profecía devorando a una ser- piente (montaje concienzudamente preparado por —segu- ramente— los mismos que prepararon aquella palmera me- cánica en la ruta que consecuentemente les fue indicada a María, José y el recién nacido. Jesús, y que se lucieron ya anteriormente con la famosa separación de las aguas, en- tre otras exhibiciones deslumbrantes de su superioridad «divina»). Esta pequeña isla estaba exactamente en donde ahora está asentada la enorme e impresionante plaza del Zócalo, en el centro de la ciudad de México. La febril acti- vidad constructora de los aztecas —muy influida por otros dos grandes pueblos que se habían distinguido por sus grandes construcciones: los olmecas y los toltecas— pron- to convirtieron aquellos terrenos pantanosos en la gran ciudad con la que se encontraron los españoles cuando lle- garon a principios del siglo xvr. Hoy en día ya apenas sí quedan algunas partes con agua del lago Texcoco, pero cuando llegaron los aztecas, allá por el año 1325, ocupaba una superficie notablemente mayor del valle de México. Argumenta Salvador Freixedo que si nos ponemos a con- siderar cuidadosamente todos los detalles de la historia de la peregrinación azteca, nos encontraremos con asombro- E similitudes con la peregrinación de los seguidores de Oisés. Reaparecen el Éxodo y el Arca de la Alianza Los paralelismos comienzan con la misma personalidad de ambos protagonistas, Yahveh y Huitzilopochtli. Ambos que- 186 El águila de la profecía se detuvo para señalarles a los aztecas su tierra" prometida: la futura capital de México. Mapa de Tenochtitlán-México, según la descripción de Hernán Cortés. NÓ MON A MEA CON NA a MANENO N, y ANS X WA AN ONE AS peda WAR) NANNA S SRA PAL RANNO l AA SONES N A ES $ E A £ RAR o Ja e rían ser considerados como protectores y hasta como pa- dres, pero eran tremendamente exigentes, implacables en sus frecuentes castigos y muy irritables. Ambos les dijeron a sus pueblos escogidos que abando- nasen la tierra que habitaban. Yahveh ya lo había hecho anteriormente con Abraham indicándole que dejase Cal- dea, y lo hizo luego con Moisés forzándolo a que abandona- se Egipto al frente de toda su gente. l Ambos acompañaron personalmente a sus protegidos a lo largo de toda la peregrinación, ayudándolos directamen- te a superar las dificultades que se iban encontrando en el camino. Yahveh acompañó a los israelitas —como ya vl- mos— en forma de una extraña nube o columna de fuego y humo que lo mismo los alumbraba por la noche, que les daba sombra de día, o les señalaba el camino que debían tomar, cumpliendo además otros muchos menesteres tan extraños y útiles como —según vimos también— apartar las aguas del mar para que pudieran pasar de una orilla a la otra, etc. Por su parte, Huitzilopochtli acompañó a los aztecas en forma de un gran pájaro. La tradición afirma que fue un águila o una grulla blanca que les iba mostran- do la dirección en que debían avanzar durante su larguísi- ma peregrinación. l en Ambos pueblos transportaban una especie de cajón sa- grado que tenía para ellos una gran importancia y servia para comunicarse directamente con el dios. Los israelitas llevaban su famosa Arca de la Alianza y los aztecas trans- portaban un cofre, tal y como nos dice fray Diego Durán, historiador contemporáneo de la conquista: «Cuando llega- ban a un lugar para permanecer en él por un tiempo, lo primero que hacían era construir un templo que sirviese para alojar el cofre en que llevaban a su dios.» Este peregrinaje no fue cosa de días ni de semanas. En el caso de los hijos de Israel, Yahveh extrañamente se dio el gusto de hacerles dar vueltas por el desierto del Sinaí durante cuarenta años, cuando la travesía bien podría ha- berse efectuado en unos cuantos meses. Huitzilopochtli fue todavía más desconsiderado con sus protegidos, pues los tuvo vagando durante más de un siglo y medio hasta que por fin los estableció en el lugar que hoy ocupa la ciudad de México. Si el tiempo que ambos pueblos anduvieron errantes no fue breve, tampoco lo fue la distancia que tuvieron que cubrir. La distancia recorrida por el pueblo de Moisés fue en teoría de poco más de 300 kilómetros, pero Yahveh se encargó de estirarla hasta convertirlos en más de 1000. La distancia recorrida por el pueblo azteca fue aún mucho mayor ya que no debió de ser inferior a los 3000 kilóme- 188 tros, distancia que fue fielmente recorrida por las seis tri- bus que inicialmente se pusieron en camino. De acuerdo con lo que cuenta fray Diego Durán, las vi- cisitudes vividas por el pueblo azteca y la manera de ser guiados por sus protectores, fueron absolutamente seme- jantes a las acaecidas a los israelitas. Así, nos cuenta de los aztecas que «en su peregrinación pasaron grandes tra- . bajos, hambres, plagas, sed, tempestades, guerras, insectos y granizo». Cuando se detenían en algún lugar, «plantaban maíz, chile y otras cosas. Si su dios quería, tenían una bue- na cosecha y la recogían, pero si él sentenciaba otra cosa, entonces abandonaban los campos y partían». Llegados a Tula, por orden divina (por orden de la superioridad, de acuerdo con mi criterio), hicieron represas en un río, «plan- taron árboles y las orillas pronto se llenaron de cañas y junquillos y en el lago había toda suerte de peces...». El pueblo quería quedarse allí y le oraban de esta guisa a Huitzilopochtli: «Concédenos terminar aquí nuestro pere- grinar de modo que tu pueblo repose por fin y descanse de tantos trabajos...» Pero su dios, lleno de ira, exclamó: «¿Por ventura son ellos más fuertes que yo? Diles —(no sabemos cuál era el nombre del Moisés azteca)— que to- maré venganza de ellos de modo que en el futuro no se atrevan a dar opiniones. Tienen que acabar de comprender que están para obedecerme a mí únicamente.» E inmedia- tamente les ordenó que destruyesen la presa de modo que la tierra volviese a convertirse en un desierto, y que pro- siguiesen su peregrinaje hacia el Sur. A lo que parece —como comenta acertadamente Salvador Freixedo— Huit- zilopochtli era hermano gemelo de Yahveh. Ambos pueblos tuvieron que enfrentarse a un sinnúme- ro de tribus o pueblos que ya habitaban la «tierra prome- tida» cuando llegaron los «pueblos escogidos». Los amo- rreos, filisteos, jebuseos, gabaonitas, amalecitas, etc., que a cada paso nos encontramos en la Biblia en guerra con los israelitas, tienen su contrapartida americana en los chichi- mecas, trascaltecas, otomíes, tepanecas, xochimilcos, etc., con los que tuvieron que enfrentarse los aztecas a su lle- gada. Ambos pueblos, en cuanto fueron adoptados por sus respectivos protectores, comenzaron a multiplicarse rápi- damente, pero sobre todo en cuanto llegaron al lugar pro- metido y se establecieron en él, se hicieron muy fuertes y pasaron a ser los pueblos dominantes de la región avasa- llando a sus vecinos. Ambos pueblos llegaron a la cúspide de su desarrollo aproximadamente a los dos siglos de ha- berse establecido en la tierra prometida. Tanto Yahveh como Huitzilopochtli les exigían a sus 189 pueblos sacrificios de sangre. Entre los israelitas esta san- gre era de animales, pero entre los aztecas la sangre era en ocasiones humana, como en la dedicación del gran templo de Tenochtitlán, en donde, de acuerdo con los historiado- res, se sacrificaron varios miles de prisioneros, abriéndoles el pecho de un tajo y arrancándoles el corazón todavía pal- pitante y sangrante para ofrecérselo a Huitzilopochtli. Como ya comenta Freixedo, Yahveh a primera vista no llega a tanta barbarie, si bien parece que a veces acaricia la idea. Recuérdese si no, el abusivo sacrificio que le exigió a Abraham en la persona de su hijo Isaac (y que sólo a úl- tima hora impidió) y el menos conocido de la hija de Jef- té, caudillo israelita que le prometió a Yahveh que manda- ría sacrificar al primer ser viviente que se le presentase a la vuelta al campamento, si Yahveh le concedía la victoria contra los amonitas. Cuando regresó victorioso de la bata- lla, la primera que le salió al encuentro para felicitarle fue su propia hija. Y Yahveh, que con tanta facilidad solía co- municarle sus deseos a su pueblo, no dijo nada y permitió que Jefté cumpliese su bárbaro juramento. Tanto Yahveh como Huitzilopochtli abandonaron de una manera inexplicable a sus respectivos pueblos cuando éstos más los necesitaban. Yahveh, en la época de la llega- da de los romanos a Palestina. Huitzilopochtli, cuando lle- garon los españoles; y a partir de entonces la identidad de los aztecas como pueblo se ha disuelto en el variadísimo mestizaje de la gran nación mexicana. Y añade Salvador Freixedo todavía un último paralelis- mo: si el Yahveh de los israelitas tuvo su contrapartida en Huitzilopochtli, el Cristo judío y en cierta manera reforma- dor de los mandamientos de Yahveh, tuvo su contrapartida americana en Quetzalcóatl, el mensajero divino, instructor y salvador del pueblo azteca que, como Jesús, apareció en este mundo de una manera un tanto misteriosa, fue un auténtico ser humano como él, y al igual que él se fue de la Tierra de una forma igualmente extraña, prometiendo ambos que algún día volverían. KASSKARA Y LOS KATCHINAS La senda del conocimiento puede conducir a la sabiduría o a la perdición, y éste es el riesgo inherente a toda la aventura humana desde el momento mismo en que vislum- 190 bramos la posibilidad de acceder a la inteligencia. A ello alude por ejemplo la leyenda de Teseo y Ariadna, escenifi- cada en el laberinto de Dédalo en Cnossos, en Creta. El es- quema de dicho laberinto —dibujo ancestral que se repite en diseños parecidos en diversas culturas de la antigiie- dad— tal y como aparece grabado en monedas cretenses antiguas, es idéntico a otro que aparece en una cruz rúnica danesa, y a otro que simboliza a la «madre Tierra» entre los indios hopi americanos. La identidad de dichos esque- mas, que forman parte del simbolismo inherente a cultu- ras tan dispares como estas tres, es realmente asombrosa y sigue constituyendo un enigma a la par que un reto para el investigador. Igualmente asombroso es que el esquema de la mitolo- gia griega aparezca idéntico precisamente entre los indios hopi. Pues la tradición de dichos indios —viva hoy en día— une el origen de su pueblo al contacto con unos seres de forma humana que disponían de aparatos voladores en for- ma de escudos. Acabamos de dejar a los aztecas. Los hopi también efectuaron migraciones por aquellos mismos pa- rajes. Los textos clásicos latinos, así como también los Annales Laurissenses que daban cuenta de las campañas de Carlomagno, referían avistamientos de escudos voladores. Las tradiciones de los indios hopi, exactamente igual. De- tengámonos, pues, un momento en estas tradiciones, im- portantes en el contexto de este ensayo. Los indios hopi viven hoy en una reserva en el estado norteamericano de Arizona, y su poblado principal es Orei- bi, el más antiguo lugar ininterrumpidamente habitado de Norteamérica. Josef F. Blumrich, el mismo ingeniero de la NASA que ya mencionamos al hablar de la nave que vio Ezequiel, y con quien tuve ocasión amplia de intercambiar informaciones en sendos congresos de la Ancient Astronaut Society celebrados en Cricvenika (Yugoslavia) y en Munich, vive en Laguna Beach, en California, no lejos de la reserva de los hopi. Desde el año 1971 mantiene una agradable amistad con el anciano indio White Bear, el cual le ha ve- nido narrando pacientemente a Blumrich los recuerdos an- cestrales de su pueblo, que forman parte de su actual tra- dición viva. El ingeniero Blumrich dispone hoy así de casi cincuenta horas de cintas grabadas con narraciones y ex- plicaciones adicionales. Vamos a resumir aquí los puntos que nos interesan de estas grabaciones. De acuerdo con la tradición hopi, la historia de la hu- manidad está dividida en períodos que ellos denominan «mundos», los cuales están separados entre sí por terribles catástrofes naturales. El primer mundo sucumbió por el luego, el segundo por el hielo y el tercero por el agua. Ac- 191 tualmente vivimos en. el cuarto mundo. Y en total, la hu- manidad deberá recorrer siete. No siendo comprobables históricamente los dos prime- ros mundos, la memoria tribal de los hopi se remonta a la época del tercer mundo, cuyo nombre era Kasskara. Éste era el nombre, en realidad, de un inmenso continente si- tuado en el actual emplazamiento del océano Pacífico. Pero Kasskara no era la única tierra habitada. Existía también el «país del Este». Y los habitantes de este país tenían el mismo origen que los de Kasskara. Los habitantes de este otro país comenzaron a expanderse y a conquistar nuevas tierras, atacando a Kasskara ante la oposición de ésta a dejarse dominar. Lo hicieron con armas potentísimas (re- cordemos las epopeyas hindúes), imposibles de describir. Tan sólo los elegidos, los seleccionados para ser salvados y sobrevivir en el mundo siguiente, fueron reunidos bajo el «escudo». Los proyectiles enemigos reventaban en el aire, de modo que los elegidos colocados bajo el «escudo» quedaban indemnes. Repentinamente, el «país del Este» desapareció por alguna causa desconocida bajo las aguas del océano, y también Kasskara comenzó a hundirse pau- latinamente. : En este momento, los katchinas ayudaron a los elegidos a trasladarse a nuevas tierras. Este hecho marcó el fin del tercer mundo y el comienzo del cuarto. Es preciso aclarar ahora que, desde el primer mundo, los humanos estaban en relación con los katchinas, pala- bra que puede traducirse libremente por «venerables sa- bios». Se trataba de seres visibles, de figura humana, que nunca fueron tomados por dioses, sino solamente como se- res de conocimientos y potencial superiores a los del ser humano. Eran capaces de trasladarse por el aire a veloci- dades gigantescas, y de aterrizar en cualquier lugar. Dado que se trataba de seres corpóreos, precisaban para estos desplazamientos artefactos voladores, «escudos voladores» —al igual que en las crónicas romanas, al igual que en las crónicas de Carlomagno—, que recibían diversos nombres. White Bear describe estos artefactos: «Si de una cala- baza cortas la parte inferior, obtendrás una corteza; lo mis- mo debe hacerse con la parte superior. Si luego se super- ponen ambas partes, se obtiene un cuerpo de forma de len- teja. Éste es básicamente el aspecto de un escudo volador.» Hoy en día los katchinas ya no existen en la Tierra. Las danzas katchinas, tan conocidas hoy en Norteamérica, son representadas por hombres y mujeres en calidad de susti- tutos de unos seres realmente existentes antaño. Los kat- chinas podían en ocasiones tener un aspecto extraño, sien- do así que originariamente se solian confeccionar muñecas 192 + > A RL AAA a E RETINA P AA iji h i Es AS ra Impresionante imagen futurista de un imperio desaparecido: maqueta ideal de Tenochtitlán. katchina para que los niños se acostumbraran a su aspec- to. Hoy en día, estas muñecas se fabrican preferentemente para los turistas y coleccionistas. Hecha esta aclaración, regresemos al cambio de terri- torio de los antiguos habitantes de Kasskara. La población, de acuerdo con el recuerdo tradicional de los hopi, llegó a la nueva tierra por tres caminos diferentes. Los seleccio- nados para recorrerla, inspeccionarla y prepararla, fueron llevados allí a bordo de los escudos de los katchinas. El gran resto de la población tuvo que salvar la enorme dis- tancia a bordo de barcas. Y cuenta la tradición que este viaje se efectuó a lo largo de un rosario de islas que, en dirección nordeste, se extendía hasta las tierra de la actual América del Sur. La nueva tierra recibió el nombre de Tautoma, que vie- ne a significar «la tocada por el rayo». Tautoma fue tam- bién el nombre de la primera ciudad que erigieron, a orillas de un gran lago. De acuerdo con los conocimientos actua- les, Tautoma se identifica con Tiahuanaco, mientras que el lago corresponde al Titicaca. Un cataclismo convulsionó a la ciudad, destruyéndola, motivo por el cual la población se fue desperdigando por todo el continente. Durante un largo período los hombres se fueron repartiendo en grupos y clanes por los dos subcontinentes. Algunos de estos cla- nes iban en compañía de los katchinas, quienes a menudo intervinieron para ayudarlos. Los hopi formaban parte de aquellas tribus que emi- graron en dirección norte, y recuerdan un período en el que atravesaron una calurosa selva y un período en el que se toparon con una «pared de hielo» que les impidió el avance hacia el norte y les obligó a volver atrás. El ingeniero Josef F. Blumrich, comentando lo sorpren- dentes que pueden parecer algunas de estas tradiciones, recuerda, que todavía hoy en día siguen vivas a través de diversas ceremonias. Mucho tiempo después de estas migraciones todavia ha- bia clanes que seguían conservando las antiquísimas doc-. trinas. Estos clanes se reunieron y construyeron una ciu- dad de «importancia trascendental», que recibió el nombre de «la ciudad roja», a la que se identifica con Palenque. En dicha ciudad fue establecida la escuela del aprendizaje, cuya influencia todavía puede descubrirse en algunos hopi. Los maestros de dicha escuela eran los katchinas, y la materia de enseñanza estaba compuesta esencialmente por cuatro apartados: 1.” historia de los clanes; 2.” la naturaleza, las plantas y los animales; 3.? el hombre, su estructura y fun- ción física y psíquica; 4. el cosmos y su relación con el Hacedor. 194 Tras un posterior período de numerosos enfrentamien- tos entre las ciudades establecidas en el Yucatán, sus ha- bitantes abandonaron la zona y reemprendieron la gran migración. Durante aquella turbulenta época los katchinas abandonaron la Tierra. Los pocos clanes que han seguido manteniendo vivo el antiguo saber se juntaron más tarde en Oreibi, siendo ésta la razón de la especial importancia de este lugar. Después de haber recogido toda la información que le ha sido posible sobre los katchinas, Blumrich llega a las siguientes conclusiones sobre estos seres que, sin ser con- siderados en ningún momento como divinidades —y esto es importante—, se sitúan en este plano cósmico de inje- rencia directa en el quehacer humano: tenían cuerpo fisi- co, tenían apariencia de hombres, en muchos aspectos se comportaban como hombres, pero disponían de unos cono- cimientos muy superiores a los de los hombres. Poseían artefactos voladores, y un escudo que rechazaba a los pro- yectiles enemigos a elevada altura. Eran además capaces de engendrar niños en las mujeres sin mediar contacto se- xual. A todo ello hay que sumar las habilidades que los humanos aprendieron de los katchinas, la más importante de las cuales fuera quizá el corte y transporte de enormes bloques de piedra y, en relación con ello, la construcción de túneles y de instalaciones subterráneas. Además de lo que afirma Blumrich con referencia a los hopi, que él estudió en profundidad, podemos corroborar algunas de sus constataciones observando las costumbres de sus inmediatos vecinos, los indios zuñi y pueblos, que junto con los hopi forman el grupo de pueblos agricultores de la actual Arizona. Así, por ejemplo, los zuñi, cuyos tem- plos son cámaras ceremoniales subterráneas, conservan el culto de la serpiente emplumada como deidad celeste, lo que indica el origen mexicano de ciertos elementos de su religión (recuerde el lector todo lo dicho acerca de Quet- zalcóatl —Kukulkán, Gucumatz— que fue serpiente emplu- mada y voladora). Los mismos zuñi rinden culto igualmen- te a los katchinas, para ellos mensajeros o intermediarios entre las deidades del cielo y el ser humano. Con lo cual se identifican prácticamente con los seres —emisarios, men- sajeros— que en los textos bíblicos vimos que figuraban bajo el concepto de ángeles. Otro dato curioso es que este grupo de indios pueblos practican el arte de la pintura en seco, de arena o de polen, frente a sus altares, para las ce- remonias religiosas. El origen de este arte es desconocido, y el mismo es practicado igualmente en el Tibet y entre algunas tribus de Australia. Pero regresemos a las observaciones que efectúa Josef 195 ALAL «pe | H 3| i ł zj F. Blumrich, sin perder de vista al hacerlo que se trata de las observaciones de un ingeniero con rango de directivo de la NASA. Afirma que los hopi cuentan que los escudos voladores de los katchinas se desplazaban a enormes velo- cidades gracias al impulso de una «fuerza magnética». En relación con ello, argumenta Blumrich que ni los hopi ni nosotros sabemos de qué se trataba concretamente. Y que nosotros, por ejemplo, todavía no sabemos qué es realmen- te la gravitación. El día en que logremos descifrar este enigma, existirá la posibilidad de que incluso nosotros po- damos volar sin limitación alguna. En cuanto al escudo ca- paz de hacer explosionar los proyectiles enemigos en el aire, recuerda Blumrich que los rusos están desarrollando en la actualidad unos haces de protones capaces de des- truir a los cohetes en pleno vuelo, mientras que en Estados Unidos se realizan ensayos con rayos de electrones pareci- dos, que tienen esta misma capacidad. LA PERLA DEL LAGO Prosiguiendo en un relativo orden cronológico, volvemos a dar ahora un salto en el espacio para regresar a las anti- guas obras clásicas chinas, en las que vuelven a aparecer citas de objetos volantes. Así, en Observaciones del cielo, un ensayo del que es autor Zhao Xigu, quien escribió durante la dinastía de los Song (años 960 a 1279), leemos que «hubo un gran barco celeste fabricado por un llamado Yan Sun, expuesto bajo la dinastía de los Tang en el palacio de la Virtud. Tenía una longitud de 50 pies, resonaba como hierro y cobre, y resistía bien a la podredumbre. (...) Se elevaba volando. en el cielo para regresar después, y así continuamente». Pre- gunto: ¿De dónde obtuvo Yan Sun el conocimiento para construir semejante aparato volante metálico? La ciencia académica, ¿por qué no nos da repuestas a tantas pregun- tas? Evidentemente, porque no las tiene. Pero, entonces, que no tache de visionarios a quienes ponemos estas pre- guntas sobre la mesa. Porque estamos aportando datos con- cretos, históricamente comprobables. No quererlos ver es una actitud netamente anticientífica. Sigamos poniendo cartas sobre la mesa. El erudito chi- no Sheng Gua, que igualmente vivió durante la dinastía de los Song, es autor del libro Relatos a la orilla de un to- 196 rrente de sueños. En el capítulo 369 de este libro de rela- tos, que lleva por título «Cosas extrañas», leemos: «Hacia mediados del reinado del emperador Jia Yu (1056-1063), hubo en Yangzhou, en la provincia de Kiangsu, una enorme perla que se veía especialmente con tiempo sombrío. Al principio hizo aparición en las marismas del distrito Tianchang, pasó por el lago Bishe y desapareció finalmente en el lago Xinkai. Los habitantes de esta región y los viajeros la vieron frecuentemente durante más de diez años. Yo tuve un amigo que vivía junto al lago. Un anochecer vio a través de la ventana a esta perla luminosa cerca de su casa. Entreabrió su puerta y la luz se infiltró, iluminando con gran resplandor su habitación. La perla era de forma redonda, con una línea de color dorado que la rodeaba. Repentinamente aumentó en forma considerable de tamaño y se hizo más grande que una mesa. En su cen- tro la luz era blanca, plateada, y su intensidad fue tal que fue imposible mirarla de frente. Esta luz iluminaba inclu- so a los árboles que se hallaban a 5 kilómetros de distan- cia, y que proyectaban su larga sombra sobre el suelo, como a la salida del sol. El cielo lejano aparecía totalmente abra- sado. Finalmente, el objeto luminoso redondo comenzó a desplazarse a una velocidad vertiginosa y fue a posarse so- bre el agua entre las olas, parecido a un sol naciente.» ¿QUIÉN VIVE DEBAJO? Existe una nutrida literatura y suficientes investigadores que mantienen la hipótesis de que debajo de la superficie de nuestro planeta habitan seres inteligentes que no son de nuestra raza. Existen diversas hipótesis acerca de la posi- bilidad de que inteligencias procedentes de fuera de nues- tro planeta posean puntos de apoyo subterráneos o suba- cuáticos en el planeta Tierra. No voy a entrar en el análisis de estas posibilidades, ya que forman parte de otro estudio que merece su propia dedicación. De forma que no voy a hablar de organizaciones como la Hollow Earth Society (Sociedad de la Tierra Hueca) o el SAMISDAT nazi, que buscan establecer contacto con supuestos habitantes del interior del planeta, la primera, mientras que la segunda echa leña al fuego de la existencia de toda una organiza- ción de ideología nazi —naturalmente vinculada a los per- sonajes dirigentes de la Alemania nazi— que sobrevive bajo la piel de nuestro planeta. No voy a hablar de tales orga- 197 nizaciones ni de otras similares, ni voy a entrar en el tema de Shamballah ni de Agartha —supuestos centros de con- trol subterráneos en los confines del Asia central—, porque no es el momento de negar ni de confirmar la validez de todos estos supuestos. El día en que crea oportuno hablar de ellos, lo haré de la forma más clara posible. Pero sí quiero aportar aquí unas breves pinceladas his- tóricas que nos hablan de que algo se está moviendo con inteligencia debajo de nuestros pies. Se puede leer en el Himno a Osiris Un-Nefer, que forma parte de los textos que conforman el Libro de los muertos egipcios: «Dios An, el de millones de años, cuyo ser todo lo invade, el de la bella apostura en Ta-tchesert: concede al ka de Osiris, al escriba Ani, esplendor en el cielo, poder en la tierra y victoria en el mundo inferior; haz que yo baje a Tattu como alma viva y me remonte hasta Abtu como un ave bennu, y que pueda entrar y salir sin dificultad por los pilonos de los señores subterráneos.» Aunque sin aludir directamente a ninguna inteligencia ni siquiera a ser vivo alguno, el cósmico señor feudal Yah- veh no pierde de vista recomendarle al hombre (Exodo 20, 3-4) que: «No tendrás otros dioses fuera de mi: no te ha- rás ninguna escultura, ni ninguna imagen de nada de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en las aguas de debajo de la tierra.» Estas fueron únicamente dos citas sin mayor importan- cia documental directa. Pero hay citas de valor histórico concreto. Veremos después algunos botones de muestra, Personas sin origen Ya vimos, al hablar de la gran oleada clásica, cómo Plutar- co, en su obra Sila, refería el encuentro de dicho político romano con un ser idéntico a los sátiros que pintaban y esculpían los artistas, ser que logró horrorizar al sensible aristócrata romano cuyos lacayos habían sorprendido al desconocido ser mientras dormía. Hay quien compara dicha aparición con la de aquel otro muchacho que únicamente sabía decir «quiero ser un sol- dado como lo fue mi padre» y «no sé», y que rápidamente se convirtió en uno de los enigmas del siglo XIX. Aparenta- ba tener unos diecisiete años, caminaba con dificultad y apareció un buen día de mayo de 1828 en pleno Nuremberg, en Alemania. Se mostraba tan ajeno a todos los usos y costumbres humanas, que parecía provenir de otro mundo. Su procedencia, su identidad y su muerte violenta, el 17 de diciembre de 1833, continúa siendo un misterio. Pero no 198 nos engañemos, tanto este personaje —llamado Kaspar Hauser— como el anterior que horrorizó a Sila, pueden lener una explicación absolutamente humana. También en los escritos de Agobardo, arzobispo de Lyon, se cita la extraña historia de tres hombres y una mujer que fueron vistos apeándose de un barco aéreo en el si- plo 1x. Un populacho exaltado los fue rodeando. Los cuatro extraños visitantes fueron tomados por magos enviados por el enemigo de Carlomagno, Grimaldus, duque de Be- nevento, para destruir las cosechas francesas. En vano, los cuatro extraños personajes protestaron aduciendo que eran compatriotas que fueron arrebatados por hombres mila- grosos que les mostraron maravillas inauditas. Cuando el populacho ya se disponía a echar a los intrusos a la ho- guera, fue interrumpido por Agobardo, su respetado arzo- bispo. Sentenció éste que ambos bandos estaban en un error, concluyendo que, dado que era imposible que la gente cayera del cielo, esto no podía haber sucedido. Y así los ciudadanos de Lyon, respetando la autoridad de su ar- zobispo, rechazaron la evidencia de lo que habían visto con sus propios ojos y liberaron a los cuatro extraños. La historia de los niños verdes Pocos siglos más tarde de este testimonio de Agobardo, se da el caso más conocido —si bien erróneamente presenta- do, como veremos— de aparición de seres cuya proceden- cia sigue siendo un enigma absoluto. En esta ocasión, sur- gen de debajo del suelo. Para llegar hasta el origen de la historia de los niños verdes, Mercedes Castellanos y W. Ray- mond Drake unieron sus esfuerzos en 1980 para investigar hasta donde les fuera posible lo que había de cierto en ella. En diciembre de aquel mismo año publiqué un resumen de su trabajo en el n° 51 de la desaparecida revista Mundo desconocido. Vayamos a la historia. Diversos autores especializados en temas de lo extraño vinieron publicando durante los úl- timos años en sus obras la súbita aparición, a finales del siglo pasado, de dos hermanos de piel verde en la supuesta localidad española de Banjos. Como suele suceder en estos casos, unos autores han ido copiando la noticia de otros, sin profundizar mayormente en la autenticidad o no de los datos que les proporcionaba el libro del que los estaban tomando. Al principio de esta cadena de autores aparece —como fuente de la que parte originariamente la difusión de la noticia— John Macklin, quien publicó la versión ori- ginal de la historia en diciembre de 1966 en la publicación 199 H Grit. Dado que todas las demás versiones son copias e in- cluso variantes de esta primera, transcribiré a continua- ción este texto original sobre los sucesos de Banjos: «En una tarde de agosto de 1887, dos niños salieron, co- gidos de la mano, de una cueva en la ladera de una mon- taña cercana a la localidad española de Banjos, y se enca- minaron a un campo en el que estaban trabajando unos granjeros. Hace de ello cerca de ochenta años, pero vive aún gente que conocieron a quienes recordaban aquel día. »Hubo exageración, indudablemente, también distorsión, pero los hechos básicos parecen indiscutibles. Los niños que salieron temerosos de la cueva hablaban una lengua extraña e incoherente, y sus vestidos estaban hechos de una sustancia nunca antes vista. ¡Y su piel era verde! »Es una historia fantástica sin lógica ni explicación. Pero los psicólogos la consideran acaso la más valiosa evi- dencia de que disponemos de la existencia de una cuarta dimensión, un mundo que existe paralelamente al nuestro, un mundo crepuscular del que de alguna forma escaparon los niños. »Se baraja la teoría de que cayeron en un remolino es- pacial —como una persona que cae a través de una grieta en el hielo y no puede volver a localizar el lugar de entra- da—, penetraron en nuestro mundo tridimensional desde otro tetradimensional, y no lograron regresar. »¿Ridículo? Posiblemente, pero de todas las teorías ela- boradas para explicar la aparición de los niños verdes, es la única que ofrece visos de credibilidad. »Poco después del suceso llegó un sacerdote de Barce- lona para investigar. Vio a los niños e interrogó a los tes- tigos. Más tarde escribió: “Quedé tan abrumado por el peso de tantos testimonios competentes que estoy obligado a aceptarlo como un hecho que soy incapaz de comprender y esclarecer con los recursos del intelecto.” »Los granjeros estaban descansando después del al- muerzo, cuando apareció la extraña pareja en la entrada de una cueva de la ladera del monte... Atónitos, los gran- jeros corrieron hacia ellos. Los extraños seres, balbucean- do ininteligiblemente, fueron capturados y conducidos al pueblo. Fueron llevados a casa de Ricardo da Calno, ma- gistrado y más importante terrateniente del lugar. »Da Calno tomó la mano de la chica y la frotó. El color permaneció invariable. Formaba indudablemente parte del pigmento de la piel. »Les fue traído alimento, pero no lo comieron. Mano- searon el pan y la fruta con una mezcla de suspicacia y asombro, pero no los acercaron a su boca. »El magistrado advirtió que sus facciones eran regula- 200 £ j Ñ Tres caras para un mensaje: A = grabado del laberinto de Cnossos, en una moneda cretense, B=dibujo laberíntico de los indios hopi americanos, C = grabado del laberinto en una cruz rúnica danesa. Idéntico dibujo está grabado en el suelo de la isla sueca de Gotland. res, ligeramente negroides, los ojos almendrados y pro- fundos. »Los niños permanecieron en la casa cinco días. No co- mieron nada y se debilitaron notablemente. No fue posible dar con ningún alimento que les apeteciera. Hasta que cier- to día, dice un informe, “fueron llevadas a la casa judías cortadas, y se abalanzaron sobre ellas con gran avidez... y en adelante no tocaron otro alimento”. »Pero el ayuno, parece ser, había dañado seriamente al niño. A pesar de las alubias, su estado fue empeorando y, finalmente, murió un mes después de haber sido hallado. La chica, por el contrario, se fue reponiendo y se convirtió en doncella de la casa de Da Calno. Su color palideció un poco y dejó de ser una curiosidad en el pueblo. »Al cabo de unos meses aprendió suficientes palabras de castellano y estuvo en condiciones de darle a Da Calno una explicación de su llegada. »Pero si algo hizo, fue únicamente aumentar el miste- rio. Dijo que procedía de un país en el que no salía el Sol y en el que siempre reinaba la penumbra, añadiendo: “Se puede ver un país de luz no lejos de nosotros, pero sepa- rado por una corriente muy ancha.” l »¿Cómo llegaron a la tierra? Todo cuanto pudo decir fue: “Hubo un gran ruido. Perdimos el conocimiento y nos hallamos en aquel campo.” Esto fue todo lo que dijo, y probablemente todo cuanto sabía. »Vivió otros cinco años antes de morir también y ser enterrada junto a su hermano. »Una extraña narración. ¿Se trata de un mito popular del pasado? ¿De una broma, de una historia legendaria transmitida de generación en generación? »Los documentos siguen existiendo. Las declaraciones juradas de testigos que afirman que han hablado con y to- cado a seres que surgieron cogidos de la mano de un agu- jero en el suelo...» Hasta aquí la narración original del enigma de Banjos, tal y como la publicó por vez primera John Macklin en la publicación Grit. De este texto surgieron posteriormente, como ya queda dicho, todas las variantes y copias del tema. Nadie, excepto en su momento la publicación Mundo des- conocido y para ella Mercedes Castellanos y W. Raymond Drake, se molestó nunca en comprobar la veracidad o la falsedad de estos datos. 202 E Plagio de un enigma inglés En el relato que acabamos de ver se decía que acudió un sacerdote de Barcelona, que siguen existiendo los documen- tos que recogen los testimonios de la época, que existen las tumbas de ambos hermanos, que el nombre del pueblo era Banjos, que el magistrado que acogió a los extraños niños se llamaba Ricardo da Calno..., datos todos ellos re- lativamente comprobables en cuanto a su autenticidad. Llamó, por lo tanto, poderosamente la atención el que no se hubiera abierto ya una investigación completa sobre este suceso, cercano además en el tiempo al situarse a fines del siglo pasado. Por consiguiente, investigamos nosotros. Y re- sulta que todos los datos, si es que existieron, se han esfu- mado. No fue posible dar en España con un núcleo habi- tado que se llame Banjos, ni con un magistrado a fines del siglo pasado que se llamara Ricardo da Calno. Tampoco fue posible encontrar mención alguna de los niños de Ban- jos en los diarios de la época, ni expresamente en el Diario de Barcelona en el que la noticia debería haber aparecido al ser un sacerdote de Barcelona el que supuestamente ha- - bría recogido los testimonios. En cambio, y a partir de aquí ya interviene en la inves- tigación y en la recopilación de datos nuestro buen amigo W. Raymond Drake, sí existe un testimonio comprobable que abunda en la hipótesis de que la historia de los niños de Banjos es fraudulenta. Porque resulta que el supuesto Ricardo da Calno así como la historia de los dos hermanos son un plagio del nombre del soldado Richard (Ricardo) de Calne que, según cuenta una crónica del siglo XII-XIII perfectamente verificable, acogió en su casa a dos niños de piel verde surgidos de las entrañas de la tierra. Así consta en el Chronicon Anglican (1066-1223), una crónica compilada por Radulph (Ralph), un monje de la Orden del Cister que residía en la abadía de Coggeshall, en Essex. En la citada crónica y correspondiente al año 1200, Ralph of Coggeshall escribe literalmente, en el capítulo que titula en latín De quodam puero.et puella de terra emer- gentibus (Acerca de un niño y una niña que'emergieron de la tierra), lo siguiente: «También otro prodigio, parecido al anterior, ocurrió en Suffolk, cerca de Saint Mary of Wulfpetes. Cierto mucha- cho fue encontrado junto con su hermana cerca de un pozo situado en un lugar próximo. Tenían una forma y todos los miembros parecidos a los de las otras personas, pero por el color de su piel se diferenciaban de todos los mortales de nuestro mundo habitado. Toda la superficie de su piel presentaba un color verdoso. Nadie podía entender su len- 203 a y 3 gua. Llorando inconsolablemente fueron llevados, para que los admirasen, a casa de sir Richard (Ricardi en el texto original latino) de Calne, un soldado, cerca de Wikes. Colo- caron ante ellos pan y otros alimentos, pero ellos no de- seaban comer nada de lo que les suministraban; ciertamen- te, ayunando durante mucho tiempo estuvieron padeciendo hambre, porque, como posteriormente confesó la niña, creían que ninguna clase de alimentos era comestible para ellos. Sin embargo, finalmente fueron traídas a la casa unas judías cortadas de su tallos, y ellos con gran ansiedad mo- vieron la cabeza indicando que les diesen aquellas judías. Cuando les fueron traídas, abrieron los tallos, no las val- nas, pensando que las judías se encontraban dentro de los tallos huecos. Pero al no encontrar las judías en el tallo, rompieron de nuevo en llanto. Cuando los alli presentes advirtieron esto, abrieron las vainas y les mostraron “las judías. Habiéndoles sido mostradas, las comieron con gran alegría y durante mucho tiempo no quisieron probar abso- lutamente ningún otro manjar. El niño fue debilitándose más y más y al poco tiempo falleció. Sin embargo, la niña continuó viviendo con alegría, acostumbrada a todas las clases de alimento. Perdió completamente aquel color ver- de y poco a poco fue recobrando la condición normal de la sangre en todo su cuerpo. Tras haber sido regenerada en las sagradas aguas del bautismo, permaneció durante mu- chos años al servicio del mencionado soldado (según oimos muchas veces contar al mismo soldado y a su familia). Re- sultó muy frívola y lasciva. Cuando solían preguntarle acer- ca de los hombres de su país, aseguraba que todos sus habitantes y todos los que habían vivido allí eran de color verde y que no veían el sol, pero que gozaban de una cla- ridad como la del crepúsculo. Y cuando le preguntaban cómo había llegado a esta tierra con el niño antes mencio- nado, respondía que siguiendo a unas ovejas habían llega- do a una cueva. Al entrar en ella, oyeron cierto agradable sonido de campanas y fascinados por la dulzura de este so- nido, erraron durante un buen rato por el interior de la cueva hasta que encontraron la salida. Al salir, la excesiva claridad del sol y la insólita temperatura del aire les asom- braron y aterraron, de suerte que permanecieron largo rato tendidos en el suelo, cerca de la cueva. Asustados por una sensación de inquietud, quisieron huir, pero no pudieron en modo alguno encontrar la entrada de la cueva, de modo que fueron capturados por ellos (por la gente de la super- ficie, del mundo de arriba).» : La primera versión Prácticamente la misma historia testimonió ya anterior- mente William of Newbury en Yorkshire, Inglaterra (1136- ¿11982), en su Historia Rerum Anglicarum, un registro cuidadoso de hechos contemporáneos. Allí, en el capítu- lo XXVII, que titula De Viridibus Pueris (De los niños ver- des), escribe literalmente: «El prodigio que aconteció durante el reinado de Este- ban de Inglaterra (1135-1154) no parecía que iba a ser de- soido durante siglos. Y, en efecto, me mostré indeciso un largo tiempo acerca de esto, que sin embargo es menciona- do por muchos. Me pareció una creencia ridícula aceptar el hecho como algo sin importancia o como la ciencia más secreta hasta que me detuve a considerar esta evidencia y otras para reunir, creer y asombrar, lo que puedo alcanzar o examinar sin esfuerzo de la imaginación. »Hay una villa en la parte oriental de Inglaterra a cua- tro o cinco millas, se dice, del noble monasterio de Edmun- do, el rey santo y mártir. Cerca de la villa se pueden ob- servar algunas de las más antiguas trincheras, que en in- glés se llaman Alfpittes, que significa “fosos de lobo” (Walf- pits). Ellos le dan el nombre a la villa adyacente. Durante la siega, cuando los segadores estaban ocupados en los cam- pos recogiendo trigo, de estos fosos surgieron dos niños, un niño y una niña, todo su cuerpo era verde. Vestían prendas de un color inusual y de material desconocido. Deambularon por el campo con asombro. Atrapados por los segadores, fueron llevados a la villa, donde se reunió mucha gente para ver tan insólito espectáculo. Durante días, aunque los tentaron con algunos alimentos, pasaron sin ellos, y como consecuencia casi murieron por inanición. No prestaban atención a ningún alimento que les ofrecían. Por casualidad sucedió que se habían traído algunas judías de los campos, las cuales arrebataron al instante. Exami- naron el tallo de la planta y no encontraron nada en lā vaina y lloraron amargamente sobre el tallo. Entonces al- guien allí presente les ofreció judías peladas, que tomaron en el acto y comieron con placer. Durante meses se nultrie- ron con este alimento hasta que aprendieron a comer pan, Finalmente, debido a la imperante naturaleza de nuestro alimento, su color fue cambiando lentamente y llegó a ser muy similar al nuestro; incluso aprendieron a hablar nues tra lengua. A la gente prudente le pareció apropiado que la parejita recibiera el santo bautismo, el cual se llevó a cabo. Pero el muchacho, aparentemente el menor, vivió muy poco tiempo después del bautismo, agonizando en una muerte prematura. Su hermana sobrevivió indemne sin diferen U ciarse en modo alguno de las muchachas de nuestra propia tierra. La historia dice que se casó con un hombre en Lynn; unos años después se decía que aún vivía. » En efecto, cuando habló nuestro idioma fluidamente, a menudo se le interrogó quién era y de dónde había venido. Contestó diciendo: “Somos gente de la tierra de St, Mar- tin, quien en nuestro país es tenido en la más alta venera- ción.” Más adelante se le preguntó dónde estaba su país y cómo habían llegado hasta aquí, a lo que respondió: “No tenemos idea. Sólo recordamos que un día estábamos cul- dando las ovejas de nuestro padre en los campos cuando oímos un fuerte ruido similar a campanas, igual al que nor- malmente oímos ahora en St. Edmundo cuando repican todas a la vez. Nos asombramos con este ruido, y perdimos el sentido. Y, de pronto, de alguna manera con nuestra mente exaltada, nos encontramos entre vosotros segando el campo.” A ambos se les preguntó si creían en Cristo o si oraban al Sol, si su tierra era cristiana y tenía iglesias. Contestaron: “Nuestro pueblo no adora al Sol, cuyos rayos dan muy poca luz a nuestra tierra, sólo hay crepúsculo, como antes de vuestro amanecer o después de vuestro atar- decer. Aunque se ve una tierra algo luminosa no demasia- do lejos de la nuestra y separada por un rio muy ancho. »Estas cosas y muchas más, que tomarían demasiado tiempo desenmarañar, contestaron los niños a nuestras pre- guntas. Cada cual puede opinar lo que quiera y considerar todo esto como mejor le parezca; sin embargo, yo no me arrepiento de haber expuesto este portentoso y maravillo- so evento.» Más humanoides subterráneos Existe otra historia, que no nos habla de niños verdes, pero sí de un país subterráneo en el que no luce el Sol, la Luna ni las estrellas, y que está, pues, sumido en una penumbra permanente. En este sentido, coincide con la explicación que dieron los citados hermanos. También este relato nos lo transmite otro monje, Giraldus Cambrensis (1147-1223), quien en su obra Itinerarium Cambriae nos relata literal- mente en el capítulo Elidoro y las hadas: «Sweynsei, Swansea o Abertawe. »Poco antes de nuestros días, ocurrió en estos lugares un hecho digno de mención que Elidoro, un presbítero, afir- maba encarecidamente que le había sucedido a él mismo. Cuando contaba doce años de edad y estaba aprendiendo sus letras, dado que Salomón dice que “La raíz del apren- 206 der es amarga, aunque su fruto es dulce”, para evitar la disciplina y los frecuentes castigos que le infligía su pre- ceptor, huyó y fue a esconderse en una hondonada de la ribera de un río. Tras ayunar en esta situación por espacio de dos días, se le aparecieron dos hombrecillos de estatu- ra de pigmeo, y le dijeron: “Si quieres venir con nosotros, te llevaremos a un país lleno de deleites y diversiones.” Asintiendo con la cabeza y poniéndose en pie, los siguió a través de un sendero, al principio oscuro y subterráneo, hasta llegar a un hermosísimo país, adornado con ríos y prados, bosques y llanuras, pero oscuro, y no alumbrado por la plena luz del Sol. Todos los días eran nublados y las noches sumamente tenebrosas, debido a la ausencia de la Luna y de las estrellas. El muchacho fue conducido ante el rey y fue presentado a él en presencia de la corte. El rey, habiéndolo examinado largo tiempo, lo entregó a su hijo, que entonces era un muchacho. Estos hombres, de pequeñísima estatura, pero muy bien proporcionados, eran todos de piel clara, con abundante cabellera que caía sobre sus hombros, como la de las mujeres. Poseían caballos y lebreles adaptados a su propio tamaño. No comían ni carne ni pescado, sino que vivían con un régimen de leche, en manjares condimentados con azafrán. Jamás formulaban un juramento, porque nada detestaban tanto como las mentiras. Cada vez que regresaban de nuestro hemisferio superior, reprochaban nuestra ambición, deslealtades e in- constancias. No poseían ninguna forma de adoración públi- ca, siendo estrictos amadores y reverenciadores, a lo que parece, de la verdad. »El muchacho volvía con frecuencia a nuestro hemisfe- rio, a veces por el camino que había recorrido la primera vez, a veces por otro; al principio en compañía de otras personas y después solo, y solamente se dio a conocer a su madre, a la cual explicó las maneras, naturaleza y condi- ción de aquel pueblo. Al desear su madre que le llevase un presente de oro, abundante en aquella región, el muchacho, mientras estaba jugando con el hijo del rey, robó la pelota de oro que utilizaba para divertirse y se apresuró a llevár- sela a su madre, y cuando llegó a la puerta de la casa de su padre, sin dejar de ser perseguido, y entraba con gran prisa, su pie tropezó en el umbral y fue a caer al interior de la habitación en que su madre se hallaba sentada. Los dos pigmeos se adueñaron de la pelota que se le había cat- do de la mano y desaparecieron, dándole muestras al mu- chacho de su desprecio y burla. Recobrándose de su caída, confundido y avergonzado, y maldiciendo el consejo de su madre, regresó por el sendero acostumbrado al camino sub- terráneo, pero no pudo encontrar nada que tuviese la Api 207 le riencia de una entrada, por más que estuvo buscándola por las orillas del río por espacio de casi un año. Pero, dado que con frecuencia acaba el tiempo mitigando aquellas des- gracias que la razón no es capaz de aliviar, y el solo paso del tiempo embota el filo de nuestras aflicciones y pone término a numerosos males, el muchacho fue recogido por sus amigos y su madre y devuelto a su correcta manera de pensar y a su estudio, y con el tiempo alcanzó su orden del presbiteriado. Cada vez que David Il, obispo de San David, en su edad provecta, le hablaba acerca de este su- ceso, él nunca podía referir sus pormenores sin verter co- piosas lágrimas. Se había familiarizado con el idioma de aquella nación, las palabras del cual solía él recitar en sus años mozos y que, según solía decirme el obispo, eran muy parecidas a las de la lengua griega. Cuando pedían agua, decían Y dor ydorum, que significaba agua, porque Y dor en su lenguaje, al igual que en griego, significaba agua, de don- de los recipientes para el agua se denominaban hydskiai; y Dur también, en lengua británica, significa agua. Cuando querían sal, decían Halgein ydorum, trae sal; sal se dice Hal en griego y Halen en británico, porque ese idioma, desde el tiempo en que los britanos (entonces llamados troyanos y después britanos, de Brito, el nombre de su jefe) permanecieron en Grecia después de la destrucción de Troya, llegó a ser en muchos casos parecido al griego. Es curioso que haya muchas lenguas que coincidan en una palabra, Hal en griego, Halen en británico y Halgein en la lengua irlandesa, con la g intercalada; Sal en latín, porque, como dice Prisceano, “la s se coloca en algunas palabras en vez de una aspirada”; como Hal en griego se dice Sal en latín, Hemi = Semi, Hepta = Septem, Sel en francés, ha- biendo cambiado la a en e, Salt en inglés, por la adición de t al latín; Sout en la lengua teutónica; hay, pues, siete u ocho idiomas que coinciden en esta sola palabra. Si un investigador escrupuloso me pidiese mi opinión en cuanto a esta relación, yo respondería con san Agustín que “los divinos milagros son para ser admirados, no para ser dis- cutidos”. Y yo no voy a poner límites, negando, al poder divino, ni tampoco, asintiendo, voy a extender insolentemen- te aquello que no puede extenderse. Pero siempre recorda- ré aquel dicho de san Jerónimo: “Encontrarás —dice— muchas cosas increíbles e improbables, que, no obstante, son ciertas; porque la naturaleza no puede en modo algu- no prevalecer contra el Señor de la naturaleza.” Estas co- sas, pues, y contingencias parecidas, las colocaría yo, con- forme a la opinión de san Agustín, entre aquellos porme- nores que ni pueden afirmarse ni tampoco negarse dema- siado rotundamente.» ( 208 INN El antiguo ingeniero de la NASA Josef F. Blumrich, rediseñador de la nave volante de Ezequiel y recopilador de la historia de los indios hopi. La pirámide del Sol en Teotihuacán. La plaza de la Luna y la calzada de los Muertos en Teotihuacán, fotografiados desde lo alto de la pirámide de la Luna. A la izquierda, la pirámide del Sol. El hombre de la barba verde Otra historia curiosa de un ser humanoide que moraba en las profundidades, en esta ocasión marinas, nos lega el ya citado monje Ralph of Coggeshall en el mismo Chronicon Anglican mencionado en el que aportaba el testimonio de los hermanos verdes de St. Mary of Wulfpetes, en Suffolk. Antes del capítulo dedicado a estos hermanos, escribe —bajo el título De Quodem Homine Silvestri in Mari Capto (De cierto hombre salvaje capturado en el mar)— lo que sigue: «En tiempos del rey Enrique II, cuando Bartolomé de Glanville era guardián del castillo de Oreford, aconteció que unos pescadores que pescaban en el mar capturaron un hombre salvaje con sus redes. Fue llevado al menciona- do castillo para su inspección. Estaba completamente des- nudo y parecía un ser humano en todos sus miembros. Sin embargo, tenía unos cabellos de aspecto revuelto y enma- rañado; su barba era larga y de color verdoso y en su pe- cho abundaban el vello y unos pelos como cerdas. El sol- dado mencionado lo tuvo custodiado mucho tiempo, de día y de noche, para que no pudiese acercarse al mar. Co- mía ansiosamente todo lo que se le ponía delante. Devora- ba el pescado tanto crudo como cocido, pero el crudo lo apretaba fuertemente entre sus manos, para poder consu- mir todas las partes húmedas y así las comía. Sin embar- go, no sacaba la lengua, o más bien no podía, porque le colgaba hasta los pies y estaba terriblemente retorcida. Cuando le llevaron a la iglesia no mostró señal alguna de veneración o de creencia, pues ni doblaba la rodilla ni in- clinaba la cabeza cuando veía alguna cosa sagrada. Se apre- suraba a buscar el lecho al ponerse el Sol y permanecía acostado hasta que el Sol salía. Sucedió también que cuan- do una vez lo llevaron al puerto, volvieron a ponerlo en el mar; delante de él colocaron tres hileras de redes muy re- sistentes. Pronto buscó las profundidades del mar y se abrió paso rompiendo todas las redes. Volvió a emerger de las profundidades del mar y otra vez estuvo contemplando un buen rato a los espectadores de la orilla. Muchas veces se sumergía y al cabo de un rato volvía a asomar la cabeza, como si se burlase de aquellos de cuyas redes había esca- pado. Largo rato estuvo así retozando en el mar, y cuando ya habían perdido todas las esperanzas de que volviese, él vino a ellos voluntariamente, nadando a través de las olas y permaneció de nuevo con ellos por espacio de dos meses. Pero en un momento en que se le custodiaba con descuido y él se sentía incómodo, huyó en secreto hacia el mar y ya 210 no volvió a aparecer nunca más. Sin embargo, si existió este hombre mortal, o si algún pez fingió ser una criatura humana, o algún espíritu maligno se escondía en otro cuer- po de un hombre oculto, como se lee en la vida del bien- aventurado Audón, no es fácil de decir. Podrían contarse un montón de maravillas y sucesos de este género.» El temido Mala Cosa Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien tomó parte en la terri- ble y desdichada expedición que en el año 1527 emprendie- ra Narváez a la Florida, y que fuera el primer blanco que recorrió el sur de los actuales Estados Unidos, refiere en sus Naufragios otra historia de un hombre curioso que de- cla vivir debajo de la superficie terrestre. Así cuenta en el capítulo XXII de su mencionada obra, respecto a este ser al que los indios temían: j «Estos y los de más atrás nos contaron una cosa muy extraña, y por la cuenta que nos figuraron parescía que ha- bía quince o diez y seis años que había acontescido, que decían que por aquella tierra anduvo un hombre, que ellos llaman Mala Cosa, y que era pequeño de cuerpo, y que te- nía barbas, aunque nunca claramente le pudieron ver el rostro, y que cuando venía a la casa donde estaban se les levantaban los cabellos y temblaban, y luego parescía a la puerta de la casa un tizón ardiendo; y luego, aquel hombre entraba y tomaba al que quería de ellos, y dábales tres cuchilladas grandes por la ijada con un pedernal muy agudo, tan ancho como una mano y dos palmos en luengo, y metía la mano por aquellas cuchilladas y sacábales las tripas; y que cortaba de una tripa poco más o menos de un palmo, y aquello que cortaba echaba en las brasas; y luego le daba tres cuchilladas en un brazo, y la segunda daba por la sangradura y desconcertábaselo, y dende a poco se lo tornaba a concertar y poníale las manos sobre las he- ridas, y deciannos que luego quedaban sanos, y que mu- chas veces cuando bailaban aparescía entre ellos, en hábito de mujer unas veces, y otras como hombre; y cuando él quería, tomaba el buhío o casa y subíala en alto, y dende a un poco caía con ella y daba muy gran golpe. También nos contaron que muchas veces le dieron de comer y que nunca jamás comió; y que le preguntaban dónde venía y a qué parte tenía su casa, y que les mostró una hendedura de la tierra, y dijo que su casa era allá debajo.» AL En estas dos últimas circunstancias, la de que no acep- taba comida y que surgía de una hendedura en la tierra, coincide con la historia de los niños verdes. Pero continue- mos leyendo a Cabeza de Vaca: «De estas cosas que ellos nos decían, nosotros nos reía- mos mucho, burlando de ellas; y como ellos veían que no lo creíamos, trujeron muchos de aquellos que decían que él había tomado, y vimos las señales de las cuchilladas que él había dado en los lugares en la manera que ellos contaban. Nosotros les dijimos que aquél era un malo, y de la mejor manera que podimos les dábamos a entender que si ellos creyesen en Dios nuestro Señor y fuesen cristianos como nosotros, no tenían miedo de aquél, ni él osaría venir a hacelles aquellas cosas; y que tuviesen por cierto que en tanto que nosotros en la tierra estuviésemos él no osaría parescer en ella. De esto se holgaron ellos mucho y perdie- ron mucha parte del temor que tenían.» Todavía, en el contexto de los posibles habitantes no maniestados del planeta Tierra que viven debajo del manto oficialmente habitado, quiero recordar las menciones a ciu- dades submarinas que vimos citadas por ejemplo concreta- mente en el Vanaparvan, que forma parte del Mahábhára- ta, y que ya detallé en el capítulo «El arquitecto del uni- verso». Igualmente el «Monstruo de los nueve abismos» deci- dió, después de pensarlo largo tiempo, salir de los antros subterráneos y mezclarse con los hombres. Para finalizar ya este breve resumen, más anecdótico ciertamente que indicativo, y con respecto al pigmento ver- de de los hermanos de la Historia Rerum Anglicarum o del hombre marino del Chronicon Anglican, quiero señalar aún que por ejemplo el maestro o guía espiritual que los ini- ciados islámicos conocen bajo el concepto de Khezr, y que en la sura XVIII del Corán —precisamente la titulada La caverna— aparece (v. 59-81) enseñándole a Moisés la vir- tud de la paciencia, significa etimológicamente, en su acep- ción fonética Khadir, «el que verdea». El verde es el color litúrgico espiritual del islam —y ya vimos la importancia del fenómeno Mahoma en el contexto de este ensayo—. El verde es el color chiíta por excelencia, y en la fisiología su- til instaurada en el siglo xtv por el gran sufí iraní Semnáni el centro supremo, el «misterio de los misterios», tiene por color el verde. En su artículo «Por la cruz a la rosa», publicado en el número 56 de la revista Mundo desconocido, Juli Perade- jordi afirma que «es curiosa la relación entre Virgilio, al- 212 Khezr o el Genio de los Sabios con el color verde. (La pa- labra Virgilio procede de una raíz que significa verde.) Pero ¿no es éste el color del sombrero del personaje que apa- rece en el primer arcano del Tarot de Marsella? El som- brero está sobre la cabeza, en hebreo “Rosch”, palabra de la que deriva “Reshit”, principio, inicio. Por otra parte, la primavera, el “primer verdor”, es tradicionalmente el prin- cipio del año». Anteriormente, Peradejordi había recordado que en la Divina Comedia de Dante, Virgilio era precisa- mente el guía que conduce a Dante a través del Infierno y del Purgatorio hasta llegar al Cielo, y que vir, en latín, sig- nifica «hombre», «macho». Y que en el Sueño verde, trata- do de alquimia atribuido a Bernardo el Trevisano, este arquetipo se convierte en el «Genio de los Sabios, que viste un capuz verde». En mi próximo libro sobre la isla de Pohnpei aportaré más datos acerca de criaturas de color verde. ¿QUIÉN COMBATE EN EL CIELO? Vimos a lo largo de este estudio algunos casos, algunas ci- tas de textos que nos referían la presencia y el avistamien- to de tropas desconocidas y de combates increíbles en las alturas, en el aire, por encima de los atónitos espectadores humanos. Seguiremos viendo ejemplos de tales movimien- tos bélicos no humanos en los cielos del planeta Tierra. Al- gún día —espero— hallaremos la explicación de tan insó- lito como repetido fenómeno. El historiador Flavio Josefo nos refirió por ejemplo uno de tales movimientos bélicos aéreos en el cielo de Jerusa- lén durante el siglo 1 de nuestra era. Pues bien, el mismo fenómeno ya se había dado en el mismo lugar bastante tiempo antes, tal y como leemos en el texto bíblico del se- gundo libro de Macabeos (5, 1-3): «Por aquel mismo tiempo, Antíoco envió la segunda ex- pedición contra Egipto. Por toda la ciudad, durante una cuarentena de días, apareció la visión de unos caballeros que corrían por el aire, vestidos con túnicas de oro; de es- cuadrones armados, que formaban regimientos, que desen- vainaban espadas; de compañías de caballos bien alineados, de ataques y carreras de un lado y de otro, movimientos de escudos, multitud de lanzas, lanzamiento de dardos, brillar de armaduras de oro, corazas de todo tipo. Al ver esto, to- dos rogaron que la aparición fuera de buen augurio.» 213 Pero para regresar a nuestro mínimo orden cronológi- co, observemos que algo similar refiere Mateo de París para el año 1236 en su Historia Anglorum: «También hacia esta época aparecieron en el cielo, a lo largo de las fronteras de Inglaterra y Gales, portentos de soldados armados soberbia, si bien hostilmente. Esto quizá parecerá increíble a todos cuantos lo oyen a menos de que se lea lo mismo al comienzo de los Macabeos. Lo mismo, ciertamente, fue visto sin embargo reunido en Irlanda, de cuya aparición nos contó cierto pariente cercano del duque de Gloucester.» i Volveremos a ver, más adelante, a gentes de armas que se movían por encima de las cabezas de nuestros atónitos antepasados. POEMA A UN OVNI Cuarenta y un años después de este fenómeno aéreo avista- do en Inglaterra, uno de los más prestigiosos poetas chinos refiere un avistamiento singular y muy concreto en los cie- los del Celeste Imperio. Sucedió el alba del 3 de junio de 1277. Liou Ying, céle- bre poeta de la dinastía de los Yuan y hombre recto, leal y serio, conocido y querido por todos en su país natal —el distrito de Yongcheng, cerca de la villa de Baoding, en la provincia de Hebei—, escribió un poema titulado Suceso visto al alba, que está reproducido en el capítulo 3.* del Compendio de la literatura de los Yuan. Cuenta allí el poe- ta —y lo que menos importa es que se trate de un poema (cosa que podría objetarse), desde el momento en que bajo dicha forma literaria se está describiendo con detalle un avistamiento real y complejo)—-: «Me levanto al alba y, a través de la ventana, veo una estrella muy brillante que atraviesa la Vía Láctea. Enton- ces veo tres objetos luminosos que aparecen en el cielo del sur, dos de los cuales se elevan y desaparecen súbitamen- te de mi vista. El que permanece posee cinco luces desi- guales debajo del mismo, y sobre su parte superior ad- vierto una cosa en forma de cúpula. El objeto desconocido comienza a Zigzaguear, semejante a una hoja muerta. Al mismo tiempo, algo envuelto en fuego cae del cielo. Poco después, sale el Sol, pero su resplandor es empañado por el objeto luminoso que se desplaza rápidamente en la di- 214 rección del norte. En el cielo del oeste, una nube verde es repentinamente agitada por un objeto desconocido de for- ma ovalada, plana, que desciende rápidamente. Este objeto tiene más de tres metros de longitud, está rodeado du lIla- mas ardientes, y vuelve a remontar poco después de su descenso. Ante este espectáculo espléndido y asombroso, corro al pueblo para alertar a los habitantes. Cuando mis amigos salen de su casa, el ingenio volante ha desapareci- do. Después del acontecimiento reflexioné mucho, pero no llego a hallar una explicación razonable. Tengo la impre- sión de salir de un largo sueño. Me apresuro a escribir in- mediatamente todo lo que he visto, para que aquellos que puedan comprender estos acontecimientos, me den una ex- plicación.» LA MISTERIOSA LUZ DE MANRESA Continuando con nuestro orden cronológico, llegamos al 21 de febrero de 1345, jornada en la que los habitantes de Manresa, en la provincia de Barcelona, vieron aparecer en el cielo, poco antes del mediodía, y siendo el tiempo claro y sereno, una misteriosa luz (sic) que, procedente de las montañas de Montserrat —el gran santuario catalán—, se acercó por el aire a la citada localidad, hasta detenerse so- bre la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. Tan impor- tante fue este acontecimiento aéreo, que la mencionada fe- cha se transformó desde entonces en la de la festividad local, conmemorándose año tras año en aquella ciudad ca- talana la aparición de la «santa Lluna», la venida de la «misteriosa Llum». Es determinante observar —para comprender la amplia difusión del fenómeno religioso— cómo en épocas en que el ser humano no disponía de otros puntos de referencia válidos, semejantes apariciones quedaban automáticamen- te vinculadas a la fenomenología sagrada (la «santa Luna»). Es evidente que, en la óptica actual de nuestros conoci- mientos, los habitantes de Manresa siguen celebrando anualmente, con su fiesta mayor y su festividad del 21 de febrero, nada más que la llegada del OVNI del año 1345, Pueden consultarse datos históricos de este avistamicn- to, entre otras obras, en la monografía de Olegario Miro, La santa Lluna de Manresa, editada en Barcelona en el año 1883, 21° EL CABALLERO QUE BAJÓ DEL CIELO Sin movernos de Cataluña ni del ámbito religioso, cabe de- dicarle atención también, en este estudio, al universal pa- trón de los catalanes, Sant Jordi (San Jorge). Con la actuación del misterioso personaje que se iden- tifica con san Jorge, volvemos a hallarnos ante la imagen del guerrero que surge de las alturas, así como con el fenó- meno de la intervención de algún tipo de inteligencia que, procedente del aire, interfiere en el curso de batallas deci- sivas, siempre a favor de la causa del cristianismo. Con lo cual repito una vez más la angustiante pregunta: ¿Quién demonios tiene interés en empuñar la palanca del curso de nuestra historia? La profusión de semejantes intervencio- nes de inteligencias desconocidas para nosotros en momen- tos importantes a lo largo de toda nuestra historia es alar- mante —como vamos viendo— e igualmente alarmante es el hecho de que nadie se dé cuenta de semejante manipu- lación de nuestro destino por seres cuya identidad y cuyos propósitos desconocemos por completo. Tradicionalmente, san Jorge pertenece al grupo de los santos caballeros y soldados que desde el cielo ayudaron a los cristianos creyentes en sus luchas, en especial cuando combatían a los infieles. Hay que contar entre ellos a san Miguel y a san Magín, que tanto protegieron los intereses de Carlomagno. Los guerreros catalanes, antes de empren- der alguna lucha, se encomendaban a san Jorge y obtuvie- ron gran protección? particularmente en ocasiones en que luchaban contra los musulmanes. Su intervención le es atribuida históricamente en gran número de batallas, y en numerosos lugares se recuerda su milagrosa intervención en varios hechos de armas. Cuando los árabes hubieron conquistado la ciudad de Barcelona, y ésta hubo quedado arrasada y reducida a rui- nas, el conde Borrell II se refugió en Manresa, y desde allí llamó a sus gentes para que se alzaran contra la media luna. Sólo respondieron a su llamada —según la leyenda— nueve homes de paratge, es decir, caballeros, al frente de un menguado número de campesinos. Más animados por su fe que por la exigua fuerza que representaban, acudie- ron ante Barcelona, y no tardaron en fijarse en un apuesto guerrero que galopaba entre las nubes y que esgrimía un rayo por arma, con el cual. sembró la muerte y el terror entre los moros que caían a millares o huían a todo correr. Según otra variante de la leyenda, en cuanto empezó la batalla, el caballo blanco que montaba el guerrero desco- nocido —cubierto de ropas blancas, con una cruz encarna- 216 El templo de las Inscripciones en Palenque. La losa sepulcral de Palenque, hallada en el templo de las Inscripciones. Mide 3,80 metros de largo por 2,20 de ancho y pesa cerca de cinco toneladas. Numerosos investigadores creen ver en este bajorrelieve la representación de un cosmonauta pilotando una cápsula espacial. da sobre su pecho y otra igual en su escudo— se convirtió en fuego, y se lanzó furiosamente entre las filas moras re- partiendo furiosas lanzadas a diestro y siniestro, que ha- cían caer a cada golpe docenas de moros. Aquel caballero desconocido luchó furiosamente, e hizo un tan fuerte des- trozo entre los musulmanes, que éstos pronto se batieron en retirada e hicieron fácil y posible la nueva entrada de los cristianos en la ciudad condal de Barcelona, perdida pocos días antes. Todos los bravos luchadores quedaron admirados por el coraje y valentía del joven guerrero desconocido, y en- tre ellos se preguntaban quién podría ser, puesto que nadie le conocía ni sabía de dónde había venido. La hueste cristiana hizo su triunfal entrada por la puer- ta de Mar, situada entonces en el lugar donde hoy existe la plaza del Ángel, capitaneada por el caballero desconoci- do, quien, a pesar de la mucha sangre sarracena que había derramado, llevaba su vestido limpio y puro, y su escudo, en el cual figuraba una cruz encarnada, reluciente como si estuviera animado de maravillosa vida. Al llegar el caballe- ro a la plaza de San Jaime, su caballo de fuego se tornó de carne, y alzando, el caballero, su lanza hacia el cielo, hizo con ella tres veces la señal de la cruz, y desapareció. Todos los caballeros y la gente que le seguían creyeron al mo- mento que se trataba de san Jorge, que había querido de- fender y salvar Cataluña de las tropas musulmanas. Los caballeros y Cataluña entera lo tomaron por patrón, y su cruz pasó a formar parte del escudo de Barcelona y de mu- chas otras ciudades y pueblos. También prestó este caballero su valiosa ayuda al rey Jaime el Conquistador y a su ejército durante la conquista de Mallorca. Faltos de provisiones por la desconexión de tierra firme, hallaron solamente una cabeza de ajos que comióse el rey, para luego exclamar con solemnidad: «El Rey en Jaume i el seu exèrcit han ben dinat» («El rey Jaime y su ejército han comido bien»). Dichas estas palabras in- vocó la ayuda de san Jorge, que atendió su súplica y apa- reció entre la soldadesca con su caballo alado, su lanza de fuego y su alba túnica con la gran cruz. Se lanzó decidido y valerosamente a la lucha, y la morisma no tardó en ce- der, hasta tal punto que al poco tiempo el rey al frente de su ejército entró triunfalmente en la capital, Palma. Asimismo, san Jorge ayudó a los alcoyanos en la defen- sa de su ciudad, cuando los moros, mal avenidos a su pér- dida, intentaban apoderarse nuevamente de ella y recon- quistarla a todo trance. Un poderoso ejército la atacó fe- rozmente por sorpresa, y habría logrado su intento, puesto que la lucha no podía ser más desigual, a no ser por la apa- 218 rición milagrosa del caballero san Jorge, que, a semejanza de como aconteció en Barcelona, apareció galopando por las nubes con su brioso caballo blanco y armado de fulgu- rantes rayos, que arrojó a diestra y siniestra contra las luerzas agarenas, entre las cuales cundió la muerte y la confusión, que les condujeron a la mayor de las derrotas. En conmemoración de tan magna victoria, la ciudad de Alcoy, en el levante español, celebra cada año unas solem- nes fiestas dedicadas a san Jorge Mártir, durante las cuales se representa la lucha de los cristianos contra los moros, el episodio final de la cual recuerda la milagrosa ayuda del santo, que, representado por un niño montado en blanco corcel, aparece entre nubes en la parte superior del gran castillo elevado en el centro de la plaza, y desde allí espar- ce profusión de rayos luminosos, producto de ingenioso ar- tificio igneo. | Uno se imagina la cara de estupor de los bravos árabes, confundidos sin duda en extremo al ver a aquel blanco ca- ballo volador que bajaba de los cielos para combatirlos, mientras recordaban con estupefacción que el mismo ju- mento plateado volante fuera acaso el que transportara por los aires a su profeta Mahoma. Recuerde el lector lo apun- tado con referencia a la yegua al-Borak, que ya en su mo- mentó comparé con el veloz carnero volador Crisomalo. Recuerde el lector también lo insinuado acerca del caballo de los cabalistas. Y recuerde ahora sobre todo el lector todo cuanto mencionamos ya acerca de los efectos especia- les repetidas veces aplicados por los dominadores celestes para impresionar al humano terrestre y ganarse su entrega incondicional. Porque el elemento que se presenta bajo la imagen de san Jorge conoce también los favores del holo- grama. De ello da fe el antiguo escudo del reino de Aragón. Efectivamente, san Jorge aparece también en los oríge- nes legendarios del citado reino. Invadido el país por la morisma, un grupo de valientes, mal dispuestos a some- terse al invasor, se congregaron en una cueva del monte Pano, decididos a hacerse fuertes e intentar desde allí la reconquista. Ante un pelotón de hombres tan bravos y aguerridos como escasos en número, el rey García se lanzó a la lucha, desigual en fuerzas y en potencia. En cierta oca- sión, la superioridad numérica de los moros era tal y tan enorme su ventaja combativa, que la moral de los cristia- nos peligraba, cuando de repente apareció en la copa de un árbol la cruz roja y dorada de san Jorge, como anuncio de victoria, cuya vista alentó a los bravos guerreros, que ven- cieron bravamente a la morisma. La fe movió, mueve y mo- verá montañas. La mente humana es el mejor arma y a la vez la mejor defensa que el individuo y la masa humana 219 poseen. El carácter absolutamente real de este recuerdo le- gendario queda reflejado en el hecho de que el novel reino, en recuerdo de esta celestial aparición, tomó el apelativo de Sobrarbe, que más tarde cambió por el de Aragón. El viejo escudo de este reino estaba integrado por un árbol con la cruz de san Jorge en la copa. Tal escudo lo usaron asimismo varios reyes de Cataluña y Aragón. La cueva sede de la reconquista aragonesa fue convertido en monasterio, tomando el nombre de San Juan de la Peña. Y así, granito a granito, el pueblo fue tejiéndose una capa de divinidad aparente a base de hechos concretos que cualquier tecno- logía medianamente avanzada es capaz de producir sin ne- cesidad de intervención divina alguna. Sólo depende de quién escriba la historia. Los caballeros teleportados Hace unos años causó cierto revuelo en España la historia de aquel automóvil que, circulando de Madrid hacia An- dalucía, se detuvo en una gasolinera para repostar carbu- rante. Allí, su conductor percibió con sorpresa que no es- taba pisando suelo ibérico, sino que estaba repostando ga- solina en pleno Perú. Se habían roto las fronteras entre el tiempo y el espacio, y la realidad fue una vez más acallada porque se carecía de la solución al problema. Pero el suce- so tiene precedentes. Uno —si bien algo diferenciado, como más adelante veremos— lo vivió en el siglo xv el doctor Eugenio Torralba, según consta debidamente en los anales de la Inquisición. Otro lo recuerdan las gentes de Alcoraz, tal y como lo describe Juan Amades en el artículo «Leyen- das de san Jorge» publicado en 1953 en el n° 11 de la pu- blicación San Jorge, editada por la Excma. Diputación Pro- vincial de Barcelona: «Nuestros cruzados invocaban también a san Jorge en sus luchas contra infieles que ocupaban Tierra Santa. Du- rante el sitio de Antioquía, en el álgido de la lucha, al ca- ballero de Montcada le mataron el caballo. Al hallarse ten- dido en el suelo en el momento de más fragor bélico, invo- có a san Jorge, y al momento halló junto a sí un magnífico caballo blanco, en el que rápidamente montó, sin preocu- parse de su procedencia. Lanzóse contra los muros de la ciudad alzando briosamente su arma heroica, a la vez que pensaba que quizá mientras él luchaba en Tierra Santa para abatir a la morisma, ésta se cebaba con los suyos en su patria. Y dejando caer su espada con fuerza, rajó la mu- ralla y abrió brecha, por la cual, seguido de un ingente 220 ejército, se abrió paso y se adentró por la ciudad. Mas ¡cuál no sería su sorpresa cuando se dio cuenta de que no se hallaba en una ciudad oriental, como era la de Antioquía donde luchaban, ni las gentes que le rodeaban no eran agarenas, sino que vestían y hablaban como él mismo! Re- hecho de su sorpresa, vino a saber que se hallaba en Alco- raz, cuya ciudad sitiaba el rey de Aragón, al mismo tiempo que los cruzados atacaban Antioquía, y que, cual él había creído, mientras luchaba para defender de moros tierras lejanas y extrañas a la suya, en ésta campeaban los sarra- cenos. San Jorge se había hecho cargo de su inquietud y le había deparado el caballo que necesitaba, y, rápido como el mismo pensamiento, le había transportado desde muros de Antioquía a Alcoraz, y la espada que alzara contra los muros de la Judea, al dejarla caer rasgó los muros de la ciudad pirenaica aragonesa. »Una variante de la leyenda supone protagonista a un caballero de la corte del rey de Alemania. Este caballero, que luchaba entre los cruzados, apareció ante los moros de Alcoraz sin darse cuenta ni saber cómo. El rey de Ara- gón preguntó por él al de Alemania, quien le aseguró que se hallaba entre su gente luchando en Tierra Santa, y que había desaparecido sin saber cómo y sin que sus com- pañeros supieran nada de él.» - Acabamos de ver unos cuantos botones de muestra de intervenciones de este ser —popularmente interpretado como san Jorge— en batallas en las que su aparición supo- ne la victoria para los cristianos. Pero fueron muchos más, tal y como ya nos lo testimonia en el siglo x111 la Crónica del rei Jaume: «Segons que els sarrains nos contaren, deien que viren entrar a cavall un cavaller blanc ab armes blanques; e acó deu esser nostra creenga que fos Sent Jordi, car en esto- ries trobam que en altres batalles l'han vist de crestians e de sarrains moltes vegades» («Según nos contaron los sa- rracenos, dijeron que vieron entrar a caballo a un caballe- ro blanco con armas blancas; y creemos que fue san J orge, puesto que en historias hallamos que en otras batallas lo vieron cristianos y sarracenos muchas veces»). La leyenda del dragón Este personaje sobrehumano, defensor a ultranza de la cau- sa cristiana frente a la islámica, se entronca oscuramente con la figura legendaria de san Jorge, popularizada en la 221 Leyenda áurea de lacobus de Voragine, que recoge por una parte la leyenda del dragón, y por otra el martirio y la pa- sión del santo, que sería el descendiente de un noble linaje de la Capadocia que vivió en la época de persecución con- tra los cristianos decretada por Daciano. La leyenda del dragón se sitúa originalmente en la ciudad libia de Silene, bajo el reinado del monarca Silvio, siendo el nombre de la princesa el de Margarita. El monstruo tenía su guarida en un estanque inmediato, y para saciar su voracidad le en- tregaban dos ovejas cada día. Cuando terminaron éstas, el rey dispuso que se sacrificara un vecino elegido por sorteo. Cúando la suerte escogió a la hija del rey, éste se desesperó y ofreció todo el oro de las arcas reales para redimirla. El pueblo se alborotó, le recriminó su acción por intentar de- sobedecer sus propias disposiciones, y le amenazó con la muerte. En este momento el cielo envió al santo caballero para libertar a la doncella y aprovechar la ocasión para convertir al país al cristianismo. San Jorge redujo al mons- truo con sólo mostrarle la cruz de sus armas y escudo y tocándolo suavemente con su lanza. Atado con su ceñidor, la princesa lo condujo aún vivo hasta la ciudad, con gran admiración de las gentes. El santo les habló y prometió acabar con el dragón si se convertían a la ley de Cristo. Más de veintidós mil personas, con el rey a la cabeza, abra- zaron el cristianismo y aceptaron el bautismo. El rey man- dó elevar un suntuoso templo dedicado a la virgen María y a san Jorge. Junto al altar manaba una fuente cuyas aguas virtuosas curaban toda suerte de dolencias. El santo, antes de abandonar la ciudad, hizo tres recomendaciones al nue- vo rey cristiano, a fin de servir mejor a su nuevo dios: que protegiera a la iglesia y a sus ministros, que asistiera con fervor al santo sacrificio de la misa, y que protegiera y ayu- dara a los pobres. Y dados estos consejos, desapareció tan misteriosamente como hubo aparecido. Para júbilo y solaz de las gentes, el monstruo fue paseado por todo el país, tirado por cuatro pares de bueyes. En una combinación de papeles poco clara, el joven sería perseguido por Daciano a causa de su defensa del cristianismo. Fue encarcelado, comenzando con ello su pasión y martirio, que duró siete años, durante los cuales resucitó tres veces, bebió veneno sin que le pasara nada, resucitó muertos, destruyó a los dioses paganos con la fuerza de la oración, fue visitado en diferentes ocasiones por Jesucristo, hasta que finalmente una voz del cielo le llama. Debido a todo ello, las huestes cristianas que combatieron más tarde a los musulmanes creyeron ver en el misterioso personaje que tan contunden- temente les estaba ayudando, a san Jorge. De acuerdo con la creencia generalizada de los caballeros medievales, este 222 enigmático personaje no humano proporcionó una milagro- sa ayuda a las huestes cristianas en los momentos más crí- licos de la primera cruzada. | ¿Quién demonios —no dejaré de insistir en ello— tiene lan descarado interés en guiar a la humanidad (o a un sec- tor de la misma) hacia esta mentalización seudodivina? Porque recuerda además, lector, que ya muchísimo an- les Cicerón nos había dejado dicho en su obra De Natura Deorum, tal y como lo expuse en el capítulo «La gran olea- da clásica», que dos jóvenes montados sobre caballos blan- cos se le habían aparecido a P. Vatieno para anunciarle que el rey Perseo había sido hecho prisionero aquel mismo día. Y ya allí, estos blancos jinetes fueron tomados por Cástor y Pólux, o sea por divinidades. Pero la imagen del jinete blanco —muy anterior a su identificación con san Jorge, como podemos perfectamente documentar— aparece además en el año 498 a. de J.C., como ya expuse también: ¡nopinadamente, dos extraños y apuestos jinetes de esta- tura superior a la humana se ponen a dirigir el combate contra los enemigos de Áulio Postumio. ¿Por qué?: para reforzar, indefectiblemente, la imagen de la divinidad. Pues- to que Áulio Postumio, en su desespero al ver que estaba perdiendo la batalla, prometió un templo a Cástor —el di- vıno— sl éste intervenía en la lucha. Y Cástor —o el gra- cioso de turno— envió a dos jinetes enigmáticos que bo- rraron al enemigo. Tras las distintas caretas divinas —de todas las épocas y de todos los lugares— se ampara una sola inteligencia que juega con nuestra ignorancia y credulidad. MAS CABALLOS EN EL CIELO Leyendo así la historia, uno no acaba de salir de su asom- bro. Porque sin mayor esfuerzo que el de continuar con nuestro orden cronológico, la historia nos lleva de nuevo al imperio del Centro —por ende el imperio del dragón del que estamos hablando al citar a san Jorge— para continuar mostrándonos caballos bélicos en el cielo. Zhong S a ers Aay sobre la vida campestre, de Tao , leemos literalme Í śpti j me ed nte en su capitulo séptimo, titu- «El 23 de enero del año 15, bajo el reina rador Yuan Shun» —corresponde ri 5 de war o 1358 «cuando el Sol se puso tras las montañas del oeste, yo me 223 hallaba en mi residencia en la parte noroeste de la villa de Pingyiang» —corresponde a la actual Suzhou, al sur de la provincia de Kiangsu— «y repentinamente escuché un gran alboroto como de tropas que marchaban majestuosamente: caballos que galopaban sobre el pavimento y tambores de guerra que redoblaban vigorosamente. Sobresaltado, me apresuré a salir de la casa para ver lo que estaba sucedien- do afuera. Pero no vi nada, ni siquiera un gato. Alcé incons- cientemente mi cabeza hacia el cielo y ¡cuál no fue mi sor- presa! Vi una gran nube negra en la que se movía algo como soldados y caballos. Esta nube estuvo precedida y seguida de innumerables llamas, grandes como linternas y pequeñas como velas encendidas. La nube cargada de hom- bres y de caballos volaba rápidamente zigzagueando, y de- sapareció muy lejos en el cielo del noroeste. Después del suceso, me informé entre los transeúntes de la población y éstos me dijeron que, entre la puerta Fengmen» —la puer- ta situada en el flanco este de la muralla— «y la puerta Qui- men» —situada en el flanco norte— «la nube había arranca- do, por el impetuoso choque del aire, las tejas de las habi- taciones, revolviendo las camas y los muebles en el interior de las casas. La abacería de una familia de Dong, cerca del puente Chufang, perdió más de mil libras de arroz y un to- nel de queso de soja salado, absorbidos por el torbellino de aire. Este suceso del cual soy testigo escapa a la com- prensión de todos. Es realmente deplorable». Sin movernos de lugar ni de las imágenes simbólicas de la leyenda de san Jorge —ahora aparece el dragón volan- te—, leemos en un párrafo de los catorce volúmenes de los Relatos en el jardín, de los que es autor Quian Yong, es- critor de la época de la dinastía de los Tsing: «Nací en el campo y en él crecí. En mi país natal, se cuenta a menudo que antes del alba, un día, hacia el final del otoño, cuando madura el arroz, el viento se alzó sobre una espesa niebla que cubría el campo. Se destacaron dos o tres dragones que volaban dentro de esta niebla» —la imagen es semejante a la de Yahveh que bajó en espesa nube y en violento viento— «no poseyendo cabeza ni cola. Repentinamente, desaparecieron con la niebla. La cosecha de otoño fue destruida y los campesinos padecieron ham- bre. La población dice que este fenómeno aconteció ya du- rante la dinastía de los Ming». Los Ming dominaron el ce- leste imperio desde el año 1368 hasta el 1644. 224 Indios hopi en sus tradicionales trajes cere- moniales que imitan el aspecto de sus dio- ses, los katchinas. Muñeca «katchina», que los indios hopi americanos elaboran recordando el aspecto de sus antiguos dioses. =e me SIGLO XV: OBJETOS VOLANTES SOBRE ITALIA El historiador italiano Leone Cobelli, contemporáneo de los acontecimientos que a continuación transcribiré, refleja en sus Cronache Forlivesi (Crónicas de Forli) dos avista- mientos de objetos voladores en absoluto identificados, que se presentaron sobre su ciudad durante el verano del año 1487: «...en este mismo año, cierto día de junio, una viga de fuego procedente del monte Pogiolo fue vista en el cielo durante la noche y se dirigió hacia Forli a la altura del cas- tillo de Ravaldino [...] A la mañana siguiente, apareció otra de estas vigas de fuego. Procedente del monte Puzolo se plantó en el cielo justo encima de la plaza principal de Forli. Y todos los habitantes de Forli lo vieron... »...en este mismo año, cierto día de agosto, una desco- munal estrella apareció en el cielo dos horas antes del anochecer, procedente de las montañas —los Apeninos— y se dirigió hacia Ravena. Flotaba en el aire al igual que una mariposa, y yo la vi también, junto con muchos otros ha- bitantes de Forli. Debo decir que parecía una rueda de ca- rreta volando en el cielo, y su aparición duró algunos mi- nutos, aproximadamente el tiempo que se emplea para decir un “miserere”. Algunas personas dijeron que lo habían vis- to más de media hora antes, sobre las montañas...» Vuelan ruedas de carreta Esta observación última de una rueda de carreta que so- brevoló la villa de Forli a finales del siglo xv es especial- mente significativa por cuanto idénticas palabras a las em- pleadas por el cronista italiano, las emplean para describir tales objetos volantes circulares (para entendernos, «plati- llos volantes»), otros dos cronistas, equidistantes geográfi- camente de Forli, uno en América y el otro en China. Efectivamente, como más adelante tendremos ocasión de ver, los indios refirieron a los españoles que poco antes de que éstos llegaran, «vieron una señal en el cielo que era como verde y colorado y redonda como rueda de carreta». Por su parte, un letrado que vivió una vida de ermitaño en el norte de la provincia china de Kiangsu, escribe en su obra Notas sobre el cielo: «El 17 de julio del año Dingchou, un letrado de la villa de Yangzhou, estaba leyendo a altas horas de la noche. Sú- 226 bitamente vio la pared norte extrañamente iluminada como en pleno día. Pensando que los vecinos habían prendido inadvertidamente un incendio, salió apresuradamente. Pero constató que en el cielo flotaba una bola roja grande como una rueda de carreta. Lanzaba luces multicolores y desa- pareció entre las nubes, provocando un vago ruido. Las lu- ces brillaron durante tres cuartos de hora y se apagaron de súbito. Al día siguiente, toda la villa estuvo en ebulli- ción y todo el mundo habló del acontecimiento. Durante esta misma. noche del 17 de julio, los habitantes de las márgenes del lago Quingyubishe comprobaron igualmente el sobrevuelo de luces brillantes que se dirigían del sur hacia el norte.» i _En sus mismas Notas sobre el cielo, el citado autor es- cribe con referencia al día anterior: «El 16 de julio del mismo año, una luz grande como una rueda de carreta sobrevoló la villa de Suzhou» —la misma sobre la que vimos que Tao Zhongyi refería haber aparecido aquella negra nube repleta de caballos y solda- dos— «de este a oeste, a la velocidad de un relámpago. Se percibió un ligero ruido. Todos los habitantes cercanos a la puerta Changmen constataron este fenómeno». La Virgen del OVNI Finalmente, para el interesante siglo xv ufológico italiano, cabe destacar aún ahora no un documento escrito, sino un curioso cuadro de la escuela florentina de Filippo Lippi. Se titula La Madonna e san Giovannino (La Virgen y el niño san Juan), se halla en la Sala di Saturno del Palazzo Vec- chio en Florencia, y se fijó en él —en cuanto documento ufológico— el arquitecto italiano Daniele Bedini. Observando el cuadro podemos advertir claramente en su parte superior derecha, por encima del hombro izquier- do de la Virgen, la presencia de un objeto aéreo de color gris plomo aparentemente identificable como un aparato volante de forma circular. Un factor especialmente intere- sante del cuadro es que el objeto volante y netamente arti- ficial —en el siglo xv el ser humano no había fabricado ningún objeto de tales características— está siendo obser- vado por un pastor, representado por el pintor con la mano derecha sobre la frente en clara actitud de estar con- centrando su mirada en el curioso fenómeno, mientras que su perro está ladrando de manera muy evidente. Dado que una imagen explica más que mil palabras, re- 221 mito al lector a la fotografía que del citado cuadro se in- serta en este libro, o directamente, si le es posible, a la contemplación del original en el Palazzo Vecchio de Floren- cia. A efectos comparativos quiero recordar aún que tam- bién habíamos comentado ya la presencia de objetos vola- ' dores en sendas representaciones pictóricas religiosas cris- tianas localizadas en el monasterio servio de Decani y en la Academia Conciliar de Moscú, respectivamente. EXCURSIONES AÉREAS EN LOS ANALES DE LA INQUISICIÓN Veremos ahora la curiosa personalidad de un médico es- pañol que vivió a finales del siglo xv y principios del xvi, y que fue un auténtico contacto que vivió en plena corte y se relacionó con toda la nobleza, no sólo cortesana, sino tam- bién eclesiástica, ya que sus misteriosas y milagrosas an- danzas lo llevaron a la Roma renacentista, en donde sus inexplicables talentos fueron muy admirados. El caso fue rescatado para la casuística extrahumana, en base a los documentos de la Inquisición, por el investi- gador y antiguo sacerdote jesuita Salvador Freixedo, a cuyo análisis y exposición publicados en el n” 22 de la ex- tinta publicación Mundo desconocido (Barcelona, abril 1978), remito al lector. De acuerdo con la documentación citada, el doctor Eu- genio Torralba, natural de Cuenca, desempeñaba sus actl- vidades preponderantemente en Valladolid, en donde radi- caba la corte de los monarcas españoles. El mencionado doctor Torralba afirmaba mantener con- tacto con un enigmático personaje que se le presentaba en muchas ocasiones y que decía llamarse Zequiel. A cuyo nombre por cierto y como es fácil observar,.le falta sola- mente una letra para identificarse con el famoso profeta ya tratado en este mismo libro, y que a su vez conectaba el fenómeno religioso con el de una avanzada tecnología extrahumana. La descripción que el doctor Torralba hace de Zequiel coincide con lo que muchos de los modernos contactos —opina Freixedo— nos dicen de los personajes que los vi- sitan o que los transportan en sus naves. Uno de los rasgos físicos más notables de Zequiel es que era muy blanco y muy rubio, cualidades casi normales en uno de los tipos 228 de extraterrestres que ocasional y supuestamente se dejan ver por aquí. l El primer contacto del doctor Torralba con Zequiel fue más bien indirecto, ya que Zequiel se comunicaba original- mente con un fraile de la orden de Santo Domingo que vi- vía en Roma y al que se le aparecía de ordinario en fechas que coincidían con las fases de la luna. Hasta que un buen día, el fraile le preguntó a Zequiel si tendría inconveniente . en tomar bajo su protección al doctor Torralba. Zequiel manifestó no tener inconveniente y desde entonces quedó sellada la amistad que los unió durante toda su vida. Bien entendido que me refiero a la vida del médico español, ya que Zequiel, a juzgar por sus propias manifestaciones, con- tinuaría viviendo largo tiempo después, al igual que ya vi- vía mucho antes de nacer el ilustre galeno. El doctor Torralba era conocido en la corte por su gran sabiduría como médico, ya que lograba curaciones que otros médicos no habían logrado, y esto fue la causa de que tuviese ocasión de relacionarse con los personajes más importantes de su época, que lo llamaban para que los cu- rase a ellos o a alguno de sus familiares. Pero no sólo era conocido por su acertada aplicación de la ciencia médica, sino también por sus conocimientos en teología, siendo un gran aficionado a discutir en este cam- po con distinguidos teólogos, frailes en su mayoría, a pesar de que él era laico, y no se había distinguido por sus estu- dios en esta disciplina. | Zequiel instruía a su protegido en toda suerte de cosas, no sólo a él, sino a los amigos que se lo pedían, aunque muy raramente se dejaba ver de ellos. En cierta ocasión, un tal Camilo Ruffini, de Nápoles, le pidió a Torralba que le dijese a Zequiel que le diese una fórmula para ganar en el juego. Zequiel, que en otras ocasiones se había negado rotundamente a semejante cosa, accedió en ésta y le dio una especie de fórmula a base de números cabalísticos. Jugó Ruffini con ella y ganó la no pequeña cantidad de cien ducados. Zequiel le enseñó igualmente a Torralba el uso y las propiedades de muchas plantas, cosa que él utilizaba con gran provecho en la medicina, lo cual le abrió por comple- to las puertas de la corte papal en Roma, en donde gozaba de gran amistad con alrededor de diez cardenales. Va- rios de éstos acudieron en más de una ocasión al doctor Torralba para que éste intercediera con su protector en favor de ellos. Un detalle curioso es que Zequiel reprendía a su protegido por el hecho de que éste cobraba, y no poco, por las curaciones que efectuaba valiéndose de los conoci- mientos que él le había dado. Le decía que no debería co- 229 brar, pues a él no le había costado nada el adquirir tales conocimientos. Al mismo tiempo le censuraba cuando le veía triste por falta de dinero. Pero curiosamente el doctor Torralba, después de tales reprimendas, solía hallar en su cama o en otro lugar inesperado cantidades de monedas que le servían para salir de los aprietos financieros en los que se encontraba. Con el paso de los años, la confianza de Torralba en su protector y en la superioridad que en él mismo se iba ope- rando, le llevó a mantener menos en secreto sus relaciones con Zequiel, al mismo tiempo que se atrevía a cosas ma- yores sin preocuparle que ello fuese a levantar sospechas entre los inquisidores acerca de la identidad de su miste- rioso amigo. Con frecuencia, Torralba hacía predicciones de sucesos públicos que luego resultaban exactas. Uno de los episo- dios que más puso en guardia a los mentados inquisidores fue la predicción que el galeno hizo del famoso saqueo de Roma, acaecido el 6 de mayo de 1527. Torralba, ante un grupo de admirados hombres importantes de la corte, en Valladolid, describió minuciosamente los detalles del sa- queo y hechos tan importantes como el degúello de Carlos de Borbón, condestable de Francia, y el encarcelamiento del Papa en el castillo de Sant'Angelo. Preguntado acerca de cómo lo sabía, dijo tranquilamente que porque él había estado allí presente. Cuando a las dos semanas llegaron a la corte española las noticias oficiales confirmando todos y cada uno de los detalles que el doctor Torralba había avanzado, la Inquisición se sintió en la obligación de lla- mar a Torralba a declarar. Éste fue el inicio de todos sus males. Fue encarcelado y, tras tres años de prisión, fue sentenciado a sufrir tormento, volviéndose entonces contra él o abandonándolo todos sus amigos eclasiásticos y corte- sanos, algunos de los cuales, como por ejemplo el cardenal Volterra y un general de cierta orden religiosa, le habían suplicado en años anteriores que les cediese la protección de Zequiel. El propio cardenal Cisneros le pidió en cierta ocasión al doctor Torralba que le presentase a Zequiel, a lo que éste se negó. La forma en que Torralba efectuaba sus viajes se ase- meja mucho a la que nos narran los contactos actuales. En 1520 le dijo en Valladolid a Diego de Zúñiga —un noble amigo suyo que luego le acusaría ante los inquisidores— que él se iba a ir a Roma «por los atres cabalgando en una caña y guiado por una nube de fuego». No sabemos si así lo hizo, pero lo cierto es que al día siguiente estaba en Roma. Más interesante fue la manera en que efectuó el viaje 230 de ida y vuelta de Valladolid a Roma en 1527. Salieron Ze- quiel y Torralba a las afueras de Valladolid a eso de las 11 de la noche. Allí, Zequiel le dio un palo lleno de nudos y le dijo que cerrara los ojos, que no tuviera miedo, que sujetara aquello en la mano y que nada malo le sucedería. Sintió entonces Torralba que comenzaba a elevarse por los alres y le pareció estar metido en una nube muy oscura, que pronto se iluminó hasta el punto de pensar Torralba. que se iba a quemar. El viaje de ida duró una hora y el de vuelta hora y media. Antes de despedirse en aquella oca- sión, Zequiel le dijo que a partir de entonces debería creer en cuanto le dijera. Finaliza su trabajo Salvador Freixedo afirmando que en los anales de la Inquisición, en donde se narra todo el pro- ceso, figuran muchos otros detalles que nos dan derecho a ver en Torralba a un auténtico «contacto» del siglo xv-xvI. Y que naturalmente las circunstancias de este contacto obedecen a las características de la época en que vivió, y por eso vemos en ellas menos detalles técnicos y muchos más detalles mágicos y demoniacos, como son el palo de nudos para volar, las fórmulas cabalísticas para ganar en el juego, el uso de plantas y animales, la relación con la astrología, etc. Por mi parte quiero añadir aún —para enjuiciar la va- lidez del testimonio de Torralba, que de cualquier forma. queda ya reforzada por su conocimiento de los sucesos del saqueo de Roma dos semanas antes de llegar la comunica- ción oficial de. los mismos— la comparación de su expe- riencia con la vivida muchos siglos antes por los profetas Daniel y Habacuc, tal y como ya vimos en el capítulo «Je- sús y el OVNI de Belén». Tanto las características del via- je realizado por Habacuc y por Torralba, como el hecho de que el respectivo «transportador» anuncia hechos venide- ros, se repiten en ambas narraciones. En este capítulo el lector acaba de conocer la forma en que fue alzado Torral- ba al aire, la duración de su viaje, lo repentino e inespe- rado del mismo, y los anuncios de hechos venideros que Zequiel le comunica al médico español. Le recuerdo, por lo tanto, lo que puede leer en el libro bíblico de Daniel: «El ángel del Señor» —recuerdo la identificación de án- gel con emisario— «lo tomó por la coronilla y, asiéndole de los pelos por los aires, lo dejó en Babilonia sobre la cis- terna, con la fuerza de su ala. Habacuc gritó: “Daniel, Da- niel, toma la comida que Dios te envía.” Y Daniel dijo: Has pensado en mí, oh Dios, y no has abandonado a los que te quieren.” Daniel se levantó y comió. Y el ángel del Señor devolvió inmediatamente a Habacuc a su lugar». Y le recuerdo que, anteriormente, los protectores de 231 Daniel le revelaron a éste con pelos y señales —igual que Zequiel a Torralba— las características de los próximos reinados de la zona. Habiendo condenado a Torralba, los santos inquisidores debieron de haber condenado por igual razón también a los profetas bíblicos Habacuc y Daniel. Digo. Y para finalizar, observar aún —en el conjunto del ca- chondeo que se llevan con nosotros— que el profeta Da- niel tuvo junto al río Tigris una experiencia similar a la que vivió junto al río Quebar el también profeta Ezequiel, precisamente aquel cuyo nombre —como pocas páginas atrás acabamos de señalar— solamente en una letra se di- ferencia del nombre del protector del doctor Torralba. En el capítulo que sigue veremos cómo solamente cua- tro años antes del viaje de Torralba a Roma, empleando para ello un instrumento identificado con una caña y con un palo —circunstancia que me imagino habrá causado la hilaridad de más de un docto lector—, se notifica desde China el mismo instrumento en manos de personajes que tripulaban navíos celestes. LOS NAVEGANTES DE LA MUERTE Imperativos de orden cronológico nos vuelven a remitir ahora a la literatura china. Qiu Fuzou, importante drama- turgo de la dinastía Ming, autor de Notas sobre la aurora y Una pieza de moneda, escribe en su obra Relatos en el pabellón de las flores este alucinante párrafo sobre un en- cuentro cercano acaecido en el año 1523: «En el año dos bajo el reinado del emperador Jianjing, un maestro llamado Lü Yu habitaba el pueblo llamado Yujiu. Un día en que estaba lloviendo sin parar este maes- tro advirtió dos navíos que estaban bogando sobre las nu- bes encrespadas por encima de las ruinas, delante de su casa. Sobre estos dos navíos, que medían más de diez bra- zos, se movían unos hombres de dos brazos de largo, que portaban cada uno un gorro rojo y vestimentas multicolo- res. Todos llevaban una pértiga en la mano. Los navíos se desplazaban muy rápidamente. Se hallaban aquel día en casa del maestro Lü Yu una decena de letrados que, aler- tados por Lü Yu, salieron de la casa y acudieron junto a él para observar el fenómeno. Los hombres en vestimentas 232 Estampa de la aparición de san Jorge al rey Jaime | en la cumbre de la montaña del Puig, durante el sitio de la ciudad de Valencia, en una cabecera de una edición cincocentista de los Gozos de la imagen de Nuestra Señora del Puig. Estampa de la aparición aérea y ayuda milagrosa de san Jorge a los cristianos de Alcoy, en su lucha por la reconquista de la ciudad (cabecera de una edición ochocentista de los Gozos de este santo caballero que se cantan en la villa de Alcoy). multicolores pasaron entonces su mano sobre la boca de los letrados; su boca se volvió inmediatamente negra y nin- guno de los letrados pudo hablar. En este momento vieron a un hombre, escoltado como un mandarín, con atuendos como un letrado retirado, que surgió sobre uno de los na- víos acompañado de un bonzo. Bastante tiempo después los navíos se alejaron, como impulsados por las nubes, y volvieron a descender a un kilómetro de allí en un cemen- terio. Una vez que se hubieron alejado los navíos, los le- trados notaron que sus bocas volvían a la normalidad. Pero cinco días después, Lü Yu murió, sin saberse por qué.» Del relato se deduce una correlación de detalles —ex- presados en términos adecuados a los conocimientos pro- pios de la época y del lugar, cosa que quiero de paso re- calcar que hay que tener presente en cualquier descripción similar— entre este avistamiento y otros que refieren los testigos de nuestros días. Así, la aparición de naves volan- tes entre las nubes, la imagen del mandarín con su escolta que denota una organización de mando, la pértiga que por- taban en la mano y que nos hace pensar en algún tipo de instrumento, y que además —insisto de paso— se asemeja sospechosamente al palo y a la caña que solamente 4 años más tarde de este episodio chino le entregó Zequiel al doc- tor Torralba para que éste pudiera efectuar su vertiginoso viaje aéreo a Roma. ¿No sería realmente necesario que nos pusiéramos todos a analizar lo que hay de real detrás de tanto informe aparentemente irracional? Cada caso aisla- do puede parecer hasta cierto punto una fabulación. Pero cuando uno se toma el trabajo de comparar y atar cabos, la red mundial de estas aparentes locuras está muy sólida- mente tramada y nos lleva a la conclusión de que más in- creíble es el hecho de que los muchísimos testigos diseml- nados por el mundo y las distintas épocas se pusieran tan puntualmente de acuerdo en los detalles de sus avista- mientos, que no el hecho de que fueran efectivamente tes- tigos de la aparición de objetos volantes que evoluciona- ban inteligentemente en sus inmediaciones. 234 APOYO AÉREO PARA UNA CONQUISTA FULMINANTE En un documentado trabajo inédito que titula Operación América (y que debió aparecer en la revista Mundo desco- nocido en el momento en que nos vimos obligados a sus- pender su publicación), el estudioso español Manuel Audi- je sustenta la tesis de que el fenómeno de la conquista de América es inexplicable bajo la consideración de las res- tringidas posibilidades del invasor español, frente al poten- cial de los imperios asentados al otro lado del gran mar. Resultaba incomprensible —argumenta— que imperios como el azteca, de gentes acostumbradas a privaciones y luchas por la subsistencia durante cientos de años, sucum- bieran ante el empuje de un puñado de hombres, aunque éstos contasen con aquellos monstruos de cuatro patas que corrían como el viento. Pero es que alguien, desde lo alto, estaba apostando una vez más por la expansión de quienes portaban el signo de la cruz. La historia de los acontecimientos humanos, de la evolución de la raza humana, está escrita ciertamente so- bre papel terrestre, pero la pluma que escribe la sostienen en demasiadas ocasiones manos que no son de hombre. ¿Quién demonios —una vez más— tiene interés en que evolucionemos de tal o de cual forma? ¿Y por qué demo- nios los historiadores académicos cierran sus ojos a esta realidad? Voy a limitarme a continuación a transcribir li- teralmente algunos pasajes extraídos de crónicas escritas referidas a la conquista y colonización del continente ame- ricano. Debo algunas de ellas a la labor de Manuel Audije, y otras proceden de mi propio archivo. Las crónicas selec- cionadas —hay bastantes más— no están escritas por cua- tro ignorantes ni desconocidos, sino por cuatro prestigia- dos cronistas de la historia de España, cuales son Bernal Díaz del Castillo, Pedro de Valdivia, fray Junípero Serra y Pedro de Cieza de León. Pero ya antes que ellos, el propio Colón haría alusión a que los indios americanos parecían familiarizados con la idea de que podían bajar figuras antropomorfas de los cie- los hasta la superficie terrestre. Así, leemos en su Diario de a bordo del primer viaje, transcrito por fray Bartolo- mé de las Casas, por cierto y cómo no «In Nomine Domini Nostri Jesu Christi»: «Domingo, 14 de octubre de 1492, [...] Otros, cuando veían que yo curaba de ir a tierra, se echaban a la mar nadando y venían, y entendíamos que nos preguntaban si éramos venidos del cielo; y vino uno viejo en el batel den- tro, y otros a voces grandes llamaban todos hombres y 235 mujeres: venid a ver los hombres que vinieron del cielo: traedles de comer y de beber. »Martes, 6 de noviembre de 1492, [...] Dijeron que los habían rescebido con gran solemnidad según su costum- bre, y todos así hombres como mujeres los venían a ver, y aposentáronlos en las mejores casas; los cuales los toca- ban y les besaban las manos y los pies, maravillándose y creyendo que venían del cielo.» Luego, Cortés venció a los indios, entre otras razones, por tres para él afortunadas coincidencias (¿o no tanto?) que marcaron el ánimo del indígena con la propia convic- ción de su derrota inevitable: el emblema de Cortés era la cruz, que para el indio era emblema de Quetzalcóatl, cuya vinculación tecnológico-aérea ya vimos; los hombres de Cortés eran además blancos y barbudos como los dioses que referían las leyendas indias, y por ende Cortés desem- barcó el año 1519, que era el año I Acatl, el año consagra- do a Quetzalcóatl. 20 días bajo el OVNI Por su parte, el cronista de Cortés, Bernal Díaz del Casti- llo, refiere en su obra Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, en su capítulo CI («Cómo el gran Mon- tezuma con muchos caciques y principales de la comarca dieron la obediencia a su majestad, y de otras cosas que sobre ellos pasaron»): «Y diré que en la plática que tuvo el Montezuma con todos los caciques de toda la tierra que había hecho un parlamento sin estar Cortés ni ninguno de nosotros delan- te, salvo Orteguilla el paje, dicen que les dijo que mirasen que de muchos años pasados sabían por cierto, por lo que sus antepasados les habían dicho, e así lo tienen señalado en sus libros de cosas de memorias, que de donde sale el Sol habían de venir gentes que habían de señorear estas tierras, y que se había de acabar en aquella sazón el seño- río y reino de los mexicanos; y que él tiene entendido, por lo que sus dioses le han dicho, que somos nosotros.» Así, cualquiera conquista y vence. Máxime cuando además, coin- cidiendo con la llegada de estos que venían de donde sale el Sol, se plantan en el aire objetos voladores que confir- man que ellos son los anunciados por la tradición de los antiguos para tomar el relevo del mando en aquella zona del planeta. Así lo leemos en el capítulo CCXIII («De las señales y planetas que hubo en el cielo de la Nueva España antes que en ella entrásemos, y pronósticos de declaración que los indios mexicanos hicieron, diciendo sobre ellos y 236 de una señal que hubo en el cielo, y otras cosas que son de traer a la memoria») de la misma obra de Bernal Díaz del Castillo: «Dijeron los indios mexicanos, que poco tiempo había, antes que viniésemos a la Nueva España, que vieron una señal en el cielo que era como verde y colorado y redonda como rueda de carreta» —el cronista español está emplean- do exactamente la misma expresión que para dicho fenó- meno emplearon el historiador italiano Leone Cobelli para el objeto que sobrevoló en agosto de 1487 la villa de Forli, y el autor chino de las Notas sobre el cielo para los objetos que los días 16 y 17 de julio del año Dingchou sobrevolaron las regiones orientales del imperio de los hijos del cielo, tal y como ya apunté en el capítulo: «Siglo xv: objetos volan- tes sobre lItalia»— «y que junto a la señal venía otra raya y camino de hacia donde sale el Sol y se venía a juntar con la raya colorada; y Montezuma, gran cacique de Méxi- co, mandó llamar a sus papas y adivinos, para que mirasen aquella cosa y señal». Más adelante, continúa: «Nosotros nunca las vimos, sino por dicho de mexicanos lo pongo aquí, porque así lo tienen en sus pinturas, las cuales ha- llamos verdaderas. Lo que yo vi y todos cuantos quisieron ver, en el año veinte y siete» —1527— «estaba una señal del cielo de noche a manera de espada larga, como entre la provincia de Pánuco y la ciudad de Tezcuco, y no se muda- ba del cielo, a una parte ni a otra, en más de veinte días». ¿Me quieren explicar los doctores de la ciencia, que tanto gustan de atribuir los avistamientos de OVNIs a fenóme- nos atmosféricos inusuales y globos-sonda (en el mejor de los casos), a qué tipo de fenómeno atmosférico obedece la presencia de una forma de espada larga a relativamente baja altura (localizada entre dos puntos concretos de Mé- xico) y en posición fija durante más de veinte días? Porque globos-sonda y chatarra de satélites en el siglo xvt, no cue- la. Y meteoritos en posición fija, menos. Pero no cierren los ojos, porque ahí está el testimonio. Por favor, una res- puesta coherente de la comunidad científica ortodoxa. Si la tienen, tienen la obligación de comunicarla. Y si no la tienen, deberían tener la suficiente humildad y rigor cien- tífico como para abstenerse de negar aquello que no han investigado. Por ende, quiero recordar que esta misma es- pada aérea fue lo que ya notificó —encima de Jerusalén y fija durante un período de un año entero— el historiador Flavio Josefo. Lo vimos en el capítulo «La gran oleada clá- sica» (apartado «Después de Belén»), añadiendo allí otros casos en que se vieron formas de cruces en el cielo. Pero continuemos con el testimonio de Bernal Díaz del 237 Castillo. En el capítulo XCIV («Cómo fue la batalla que dieron los capitanes mexicanos a Juan de Escalante, y cómo le mataron a él y el caballo y a otros seis soldados, y mu- chos amigos indios totonaques que también allí murieron») relata cómo la aparición de una enigmática figura decide la victoria a favor de los españoles (a quienes los indios llaman «teules»): «Y preguntó el Montezuma que, siendo ellos muchos millares de guerreros, que cómo no vencieron a tan pocos teules. Y respondieron que no aprovechaban nada sus va- ras y flechas y buen pelear; que no les pudieron hacer re- traer, porque una gran tecleciguata de Castilla venía de- lante dellos, y que aquella señora ponía a los mexicanos temor, y decía palabras a sus teules que los esforzaba; y el Montezuma entonces creyó que aquella gran señora que era santa Maria y la que le habíamos dicho que era nuestra abogada, que de antes dimos al gran Montezuma con su precioso Hijo en los brazos.» Y como vamos viendo a lo largo de esta exposición, el caso de la aparición de la ima- gen de la Virgen no es aislado, sino que otras figuras mis- teriosas y caídas del cielo ayudan a convencer al indio de que no tiene nada que hacer contra el invasor. Y, ¡asóm- brate, lector!, vuelve a hacer su aparición aquí en apoyo de la cruzada cristiana aquel blanco caballero que sobre corcel blanco pasaba por san Jorge en los enfrentamien- tos con los moros. Reaparecen los caballos voladores Así, el extremeño Pedro de Valdivia relata lo siguiente en carta dirigida a Carlos I de España y V de Alemania, y re- firiéndose a un ataque de los nativos contra su fuerte esta- blecido en lo que hoy es tierra chilena, en el año 1541: «Y paresce nuestro Dios quererse servir de su perpetua- ción para que sea su culto divino en ella honrado y salga el diablo de donde ha sido venerado tanto tiempo; pues según dicen los indios naturales, que el día que vinieron sobre este nuestro fuerte, al tiempo que los de a caballo arremetieron contra ellos, cayó en medio de sus escuadro- nes un hombre viejo en un caballo blanco e les dixo: “Huid todos, que os matarán estos cristianos”, y que fue tanto el espanto que cobraron, que dieron a huir. »Dixeron más: que tres días antes, pasando el río de Biubiu para venir sobre nosotros, cayó una cometa entre ellos, un sábado a medio día, y desde el fuerte donde está- 238 bamos la vieron muchos cristianos ir para allá con muy mayor resplandor que otras cometas salir, e que caida, sa- lió della una señora muy hermosa, vestida también de blanco, y que les dixo: “Serví a los cristianos, y no vais contra ellos, porque son muy valientes y os matarán a to- dos.” E como se fue de entre ellos, vino el diablo, su pa- trón, y los acabdilló, diciéndoles que se juntasen muy gran multitud de gente, y que él vernía con ellos, porque en viendo nosotros tantos juntos, nos caeríamos muertos de miedo; e así siguieron su jornada.» Con ligerísimas variaciones en la forma de exposición, se encuentra este mismo relato en la relación de hechos y noticias que Pedro de Valdivia envía a sus apoderados en la Corte: «Informar así mismo de la buena tierra ques ésta, de buen temple, fructífera e abundosa e de sementeras e de mucha madera e de todo lo de mas ques menester e se requiere para ser poblada e perpetuada de nosotros, e con razón, porque paresca tenerla nuetro Dios de su mano y servirse de nosotros en la conquista y perpetuación della» — ¡qué lúcido estuvo Pedro de Valdivia al decir con estas palabras que Dios (o quien sea) se servía de ellos para sus propósitos! — «pues dicen los indios naturales quel día que llegaron a la vista deste fuerte cayó entre ellos un hombre viejo, vestido de blanco, en un caballo blanco e que les dixo: “Huid todos que os matarán estos cristianos”, e así huyeron; e tres días antes, al pasar del río grande para acá, dixeron haber caído del Cielo una Señora muy hermo- sa en medio dellos, también vestida de blanco, e que les dixo: “No vais a pelear con estos cristianos, que son va- lientes e os matarán”, e ida de allí tan buena visión, vino el diablo su patrón e les dixo que se juntasen muchos e vi- niesen a nosotros, que en viendo tantos, nos caeríamos muertos de miedo, e que también él vernía; y con esto llegaron a vista de nuestro fuerte». Pero, bueno, doctos de la ciencia, todo esto no son más que chorradas, ganas de tomarle el pelo a Carlos I de quie- nes se estaban dejando la piel en América. ¡Alegría! Que no pasa nada. Nunca pasa nada. ¿Oue cómo los indios veían bajar ante sus narices al mismo caballo blanco que a decenas de miles de kilómetros de distancia descendía igualmente entre moros y cristianos, y que siglos antes re- galaba victorias entre los romanos en beneficio de los divi- nos Cástor y Pólux? ¡Pero, hombre, por favor, no seas ilu- so! ¿Cómo van a bajar caballos blancos del cielo? ¿No ves 239 H / 1 ALAS | ø que esto es imposible? Pues la historia de España dice que si: que bajan. Y así les fue a moros y a indios. Porque al- guien a quien no conocemos tuvo la imperiosa necesidad de que la cruz dominara sobre parte del planeta. mn. my: Ma y ; RE la A li i J E ige e = La cristianización programada Y ya que hablamos de la cruz, qué mejor que un fraile en América para seguir explicando cosas que no pueden ser, pero que fueron. Escudo con el caballo Fray Junípero Serra fundó en la sierra de Santa Lucía, de san Jorge, usado a unos cien kilómetros de Monterrey, una de sus misiones por los caballeros cristianas. Para dicha fundación, los misioneros contaron r Bernat y Miró, entre otros, en recuerdo de haberles ayudado este personaje prestándoles su caballo en ocasión de haber perdido ellos el suyo en lucha contra los sarracenos. con una curiosa ayuda: la de una anciana indígena, bauti- zada más tarde y que recibió el nombre de Águeda, que se presentó a los sorprendidos misioneros pidiéndoles que le administrasen el sacramento del bautismo. Preguntada acerca de las razones que la impulsaban a esta decisión, tanto más arriesgada cuanto que existía una negativa gene- ral por parte de los nativos a aceptar las pretensiones del invasor, la futura Águeda comenzó a relatar esta fantástica historia: Cuando ella era aún niña, oyó referir a sus padres que en cierta ocasión habían llegado a aquella tierra dos hom- bres blancos cuyas vestiduras, por la descripción que de las mismas le habían hecho sus padres, eran similares a las de los religiosos que acababan de llegar. Además, lo que dijeron aquellos dos hombres se parecia a lo que predica- ban los nuevos frailes. Solamente había entre ellos una di- ferencia: los dos hombres que habían llegado por lo menos cien años antes que fray Junípero, no lo habían hecho a pie, ni a caballo, sino que llegaron volando: cayeron de arriba, de las alturas. Se establecieron en el poblado y per- manecieron allí por algún tiempo. No dando crédito a sus oidos, los frailes recabaron cuanta información pudieron entre los demás componentes de aquel grupo de indígenas. Lo cual les llevó a verificar que aquel suceso permanecía vivo en la memoria de aquel pueblo como parte del legado histórico transmitido de padres a hijos por medios estric- tamente verbales. El establecimiento por parte de los ha- bitantes del poblado de una posible conexión entre los recién llegados misioneros y los dos hombres que según referencias de sus antepasados habían llegado volando, y cuya memoria fue revitalizada gracias al relato de la ancia- na Águeda, constituyó un factor decisivo para que todos los integrantes de aquella comunidad indígena solicitaran recibir el bautismo. ` Y y j A 4 E it - =E LON NA pe AS Xilografía de la portada de los Capitols e Ordinacions del General de Catalunya» (1534), con la imagen del enigmático caballero vengador. La leyenda del dragón se sitúa originalmente en la ciudad libia de Silene (ilustración de Will Faber). 240 Más adelante, fray Junípero volvería a ser testigo de otro episodio que nos lleva a pensar que hubo una prepa- ración previa —como aquella de la palmera mecánica y si- milares que ya vimos a lo largo de este estudio— del terre- no para cuando llegara el momento oportuno. Resulta que el día 6 de agosto de 1772, un reducido: grupo mixto inte- grado por fray Pedro Cambón, fray Ángel Somera y diez soldados, bajo las órdenes de fray Junipero Serra, llegaba al río de los Temblores, después de caminar cuarenta le- guas al norte desde la ciudad de San Diego, en la Califor- nia septentrional. Una vez elegido el sitio adecuado para erigir la cruz que presidiese aquel lugar, y en el preciso instante en que se disponían a clavarla en el suelo, un con- siderable número de indígenas manifestó su presencia pro- firiendo gritos y amenazas. La situación se estaba poniendo fea para el reducido número de cristianos, cuando uno de los misioneros tuvo una idea que les salvaría la vida. En esta ocasión, su fe movió montañas (o lo que es lo mismo, redujo a corderos a los fieros nativos). Al fraile se le ocu- rrió sacar del escaso equipaje que llevaban un cuadro de la Virgen de los Dolores, y exponerlo a la vista del enemi- go. El resultado fue absolutamente sorprendente. Los gri- tos y los gestos amenazadores cesaron bruscamente. En silencio, aquel grupo de nativos fue acercándose al sitiado grupo de hombres de armas y cruz. Uno a uno, los indíge- nas se inclinaron, como muestra evidente de respeto y su- misión, al tiempo que fueron depositando junto al cuadro todos cuantos objetos de valor adornaban sus cuerpos, amén de sus armas, arcos y flechas que momentos antes empuñaban amenazadoramente. ¿Qué significaba para aquellos indios la visión de esta Virgen? No lo sabemos. Pero todo parece indicar que reaccionaron a un estímulo previamente inducido a la vista de una imagen similar. Exhibición paranormal Pedro de Cieza de León escribió en el siglo xvi La crónica del Perú. Escribe allí, en el capítulo CXVIII («De cómo, queriéndose volver cristiano, un cacique comarcano de la villa de Ancerma veía visiblemente a los demonios, que con espantos le querían quitar de su buen propósito»): «Tamaracunga, inspirando Dios en él, deseaba volverse cristiano y quería venir al pueblo de los cristianos a recibir baptismo. Y los demonios, que no les debía agradar el tal deseo, pesándoles de perder lo que tenían por tan ganado, espantaban a aqueste Tamaracunga de tal manera que lo 242 asombraban, y permitiéndolo Dios, los demonios, en figura de unas aves hediondas llamadas auras, se ponían donde el cacique sólo las podía ver; el cual, como se sintió tan per- seguido del demonio, envió a toda priesa a llamar a un cristiano que estaba cerca de allí; el cual fue luego donde estaba el cacique, y sabida su intención, lo siguió con la. señal de la cruz, y los demonios lo espantaban más que primero, viéndolos solamente el indio, en figuras horribles. El cristiano vía que caían piedras por el aire y silbaban; y viniendo del pueblo de los cristianos un hermano de Juan Pacheco, vecino de la misma villa, que a la sazón estaba en ella en lugar del Gómez Hernández, que había salido, a lo que dicen, de Caramanta, se juntó con el otro, y vían que el Tamaracunga estaba muy desmayado y maltratado de los demonios; tanto, que en presencia de los cristianos lo traían por el aire de una parte a otra, y él quejándose, y los demonios silbaban y daban alaridos. Y algunas veces, estando el cacique sentado y teniendo delante un vaso para beber, veían los dos cristianos cómo se alzaba el vaso con el vino en el aire y dende a un poco parescía sin el vino, y a cabo de un rato vían caer el vino en el vaso, y el cacique atapábase con mantas el rostro y todo el cuerpo por no ver las malas misiones que tenía delante; y estando así sin se tirar ropa ni desatapar la cara, le ponían barro en la boca como que lo querían ahogar. En fin, los cristianos, que nunca dejaban de rezar, acordaron de se volver a la villa y llevar al cacique para que luego se baptizase, y vi- nieron con ellos y con el cacique pasados de docientos in- dios; mas estaban tan temerosos de los demonios, que no osaban llegar al cacique; y yendo con los cristianos, llega- ron a unos malos pasos, donde los demonios tomaron al indio en el atre para despeñarlo, y él daba voces diciendo: Váleme, cristianos, váleme”; los cuales luego fueron a él y le tomaron en medio, y los indios ninguno osaba hablar, cuanto más ayudar a éste, que tanto por los demonios fue perseguido para provecho de su ánima y mayor confusión y envidia deste cruel enemigo nuestro; y como los dos cristianos viesen que no era Dios servido de que los de- monios dejasen a aquel indio y que por los riscos lo que- rían despeñar, tomáronlo en medio, y atando unas cuerdas a los cintos, rezando y pidiendo a Dios los oyese, camina- ron con el indio en medio, de la manera ya dicha, llevando tres cruces en las manos; pero todavía los derribaron al- gunas veces, y con trabajo grande llegaron a una subida, donde se vieron en mayor aprieto. Y como estuviesen cer- ca de la villa, enviaron a Juan Pacheco un indio para que viniese a los socorrer, el cual fue luego allá, y como se juntó con ellos, los demonios arrojaban piedras por los 243 aires, y desta suerte llegaron a la villa, y se fueron dere- chos con el cacique a las casas deste Juan Pacheco, adonde se juntaron todos los más de los cristianos que estaban en el pueblo, y todos vían caer piedras pequeñas de lo alto de la casa y oían silbos. Y como los indios, cuando van a la guerra, dicen “Hu, hu, hu”, así oian que lo decían los de- monios muy apriesa y recio. Todos comenzaron a suplicar a nuestro Señor que, para gloria suya y salud del ánima de aquel infiel, no permitiese que los demonios tuviesen poder de lo matar; porque ellos, por lo que andaban, según las palabras que el cacique les oía, era porque no se volviese cristiano. Y como tirasen muchas piedras, salieron para ir a la iglesia; en la cual, por ser de paja, no había sacramen- to, y algunos cristianos dicen que oyeron pasos por la mis- ma iglesia antes de que se abriese, y como la abrieron y entraron dentro, el indio Tamaracunga dicen que decía que vía a los demonios con fieras cataduras, ] 1] y los pies arriba. Y entrando un fraile llamado fray Juan y lo tuvieron en el aire, poniéndolo como ellos estaban, la cabeza abajo y los pies arriba. Y los cristianos, diciendo a grandes voces: “J esucristo, Jesucristo sea con nosotros”, y signándose con la cruz, arremetieron al indio y lo tomaron, poniéndole luego una estola, y le echaron agua bendita; pero todavía se oían aullidos y silbos dentro de la iglesia, y Tamaracunga los vía visiblemente, y fueron a él y le die- ron tantos bofetones, que le arrojaron lejos de allí un som- rero que tenía puesto en los Ojos por no los ver, y en el rostro le echaban saliva podrida y hedionda. Todo esto pasó de noche, y venido el día, el fraile se vistió para decir misa, y en el punto que se comenzó, en aquél no se oyó cosa ninguna, ni los demonios osaron parar ni el cacique recibió más daño; y como la misa santísima se acabó, el Tamaracunga pidió por su boca agua del baptismo, y luego hizo lo mismo su mujer y su hijo.» De acuerdo con el rela- to, una vez bautizado los demonios ya no volvieron a hacer acto de presencia. Para acabar afirmando: «Y fue este caso tan notado de los indios, que muchos se volvieron cristia- nos y se volverán cada día. Esto pasó en el año de 1549 años.» ¿Hace falta recordar los «milagros preparados» en los textos bíblicos y otros que vimos? La pregunta grave es la que surge cuando uno quiere averiguar quién o qué es lo que hay detrás de estos montajes. 244 El hombre resplandeciente Porque las ayudas extrahumanas E deere, peon ds E i lro de Cieza de Leó americanas. El propio Pec ¡ el capítulo anterior (CXVII: «En que se q ro cosas que en esta historia se han tratado era se dad i > acaeció n clérigo con uno de dios, y de lo que acaeció a u clérigo c en pueblo deste reino») que el clérigo Marcos Otazo, vecino de Valladolid, le narró la siguiente vivencia: «Estando yo en este pueblo de Lampaz, un Jarre be Cena vino a mí un muchacho mío que en la ig spa e à, 1 cacique que en la iglesia estz ica rodillas lana de lan Ei A muy temeroso y o ón estando la noche pasada, que ese ea plns, ido en una guaca, que es do doran, deci ria a Aa boa vestido de a el een E que qué hacía allí con aquella estatua de piedra. bis fuese luego, y viniese para mí a se volver cristiano, o do fue de día yo me levanté y recé mis os y a yendo que era así, me llegué a la iglesia eN = lo hallé de la misma manera, hincado de rodi p a me vio se echó a mis pies, rogándome a voi S cristiano, a lo cual le respondí que sí pren - Je ma, E cual oyeron algunos cristianos que allí esta ani Y ade. bapticé, y salió con mucha alegria, dando a a ae que él ya era cristiano, y no malo, como los in z A Muchos indios se volvieron cristianos por las persuas deste nuevo convertido. Contaba que el aanne S E estando en la guaca o templo del diablo era aneo y men hermoso, y que sus ropas asimismo T? resp S an oi tes.» Se parece sospechosamente a los os que e n —bajando del cielo— en el sepulcro previsto para ; La figura celestial Finalmente, en el capítulo CXIX ( «Cómo se a ns ramente grandes milagros en el O e dias y querer guardar nuestro soberano Señor Es A españoles, y cómo también castiga a los que s ¡ | para con los indios»), podemos leer: «Cuando en el Cuzco generalmente se levantaron Sed in- dios contra los cristianos no a mas de naay ST oles 1e caballo. Pues estar | ta españoles de a pie y de lc estan E ellos Mango inga, con más de doscientos mil indios de gue 245 rra, y durando un año entero, milagro es grande escapar de las manos de los indios; pues algunos dellos mismos afirman que vían algunas veces, cuando andaban peleando con los españoles, que junto a ellos andaba una figura ce- lestial que en ellos hacía gran daño, y vieron los cristianos que los indios pusieron fuego a la ciudad, el cual ardió por muchas partes, y emprendiendo en la iglesia, que era lo que deseaban los indios ver deshechos, tres veces lo encen- dieron, y tantas se apagó de suyo, a dicho de muchos que en el mismo Cuzco dello me informaron, siendo en donde el fuego ponían, paja seca sin mezcla alguna.» LOS CILINDROS DE NUREMBERG El 14 de abril del año 1561 se dio uno de los más espec- taculares avistamientos de objetos volantes no identifica- dos que tanto se prodigaron en los cielos de todo el planeta durante el siglo xvi. El artista contemporáneo Hans Glaser plasmó dicho avistamiento en un grabado en madera que refleja gráficamente lo ocurrido: en las primeras horas de la mañana, el cielo de la ciudad alemana de Nuremberg se llenó de objetos volantes cilindricos, de los que surgieron esferas y discos negros, rojos, naranjas y azul-blancos. Es- tos objetos parecian estar luchando entre sí. En la parte baja derecha del grabado de Glaser se aprecia un grupo de esferas humeantes que parecen haberse precipitado con- tra el suelo. El incidente, comentado por Carl Gustav Jung en su obra Platillos volantes: un mito moderno de cosas que se ven en el cielo, fue interpretado por los distintos observadores como un fenómeno sobrenatural o religioso. La viga aérea de Benvenuto Cellini En relación con estos objetos volantes cilindricos, cabe mencionar que por aquella misma época el orfebre y escul- tor italiano Benvenuto Cellini refirió un avistamiento si- milar en el capítulo 89 del libro 1.” de su autobiografía La vita (La vida): «Montamos en los caballos y nos encaminamos rápida- mente hacia Roma. Hacia el anochecer alcanzamos la cima de una colina, y, echando un vistazo a nuestras espaldas, exclamamos ambos al unísono: “¡Oh, Dios mío! ¿Qué es 246 «La Madonna e San Giovannino», cuadro de la escuela de Filippo Lippi (siglo XV), conservado en la Sala di Saturno del Palazzo Vecchio de Florencia, y en cuyo cuadrante superior derecho se aprecia claramente un objeto volante no ide ntificado por nosotros. acuerdo con los relatos aportados por los testigos presen- esta cosa descomunal sobre Florencia?” Era como una £ ciales Sereno y Caracciolo: landeciente...» gantesca viga de fuego his pennir TEE «La noche antes del 21 de setiembre se vio un signo en | el cielo, y todo el mundo lo consideró un milagro: La no- che era serena y despejada, con un viento fresco del norte y con todas las estrellas claramente visibles y brillantes. Entonces, repentinamente, fue visto por todos un colosal El sable volante j ñ | j algo Además, por aquellos mismos anos, los chinos vieron alg Í «Las cosas imi í nos lo refiere el capítulo 18 ( de a toa del distrito Linggui de la pro eee ; 1 vincia de Guangxi, citando un acontecimiento habido en e ñ 63: i! l ! e agosto a octubre del año 46, bajo a peoe e emperadcr Jiajing, los habitantes de la villa Gui DRT E A dai noche en el cielo una estrella que Y Wa a “brazos. Permanecía siempre suspendida en e A an my en vapor blanco. Era dolar Lado o coat o Aa ¡91 { r.» irigía lentamente del norte al su n N 37 años antes una espada dee da alfa] pendida en © aire durante más de 20 días sobre s ernán Cortés. l ' j p on dijo que los objetos a k ider j lema número uno de der- nstituyen el protlema n f T Yo Aa que “nstituyen uno de los prer trascendentales de nuestra historia. AE Globos ígneos sobre Basilea O E i jè j cinco; des: Tres años después de este avistamiento chino y I e el ués del fenómeno múltiple de Nurenterg, e Ple 1 E > de agosto del año 1566, aparecieron ee o A Has : ] < igne : a, numerosos globo: ign ] lo de Basilea, en Suiza, numer i o de es; tamaño, y de colores negro, rojo y naranja. ica S tar danzando en el aire sobre la ciudad con i.o j ápi . Recoge*' irregulares, fueron desapareciendo rápidamente E s ibro ci de Carl Gustav Jung. * también este fenómeno el libro citado de f, 3 | | 4 La columna brillante de Lepanto El 7 de octubre del O a be iaa istiana, derro de r A os en un enfrentamiento decisivo e “vilización occidental. Pocos días antes de este e T a lso entre musulmanes y cristianos, sucedió algo E a Foso en el cielo. Así nos lo refiere el e T en la flota papal romana, el padre Alberto Guglielmottl, 248 / i a Y do? A ' A X : ' AR E | y 7 fuego en forma de columna llameante y resplandeciente | que cruzaba el aire nocturno durante largo tiempo, llenan- do a todos los testigos de gran admiración.» [...] «Todos y ] los testigos consideraron todo esto como de buen augurio y y presintieron una gran victoria. Creyeron que esta colum- na de fuego les estaba mostrando el camino, guiando a la flota cristiana en el mar de la misma forma en que guió en tiempos bíblicos al pueblo de Israel a través del desierto...» EL CAMPESINO SECUESTRADO Seis años después de hacer su aparición aquellos globos ígneos en el cielo de Basilea, Suiza volvió a estar de actua- lidad enigmática. Así lo registró el cronista de la ciudad de Lucerna, Renward Cysat. El 15 de noviembre de 1572 desapareció misteriosamen- te el campesino Hans Buochmann, de cincuenta años, de la población de Rómerswill, a quien Cysat conocía bastan- te bien. Aquel día Hans Bouchmann había ido a la pobla- ción de Sempach. Cuando, ya entrada la noche, no hubo regresado, su mujer envió a los dos hijos, ya mayores, en su busca. Cuando los dos hijos llegaron al bosque junto al campo en el que se dio la batalla de Sempach, hallaron el sombrero, el abrigo, los guantes, el sable desenvainado y la vaina del mismo, pertenecientes a su padre, diseminados «Junto al camino. Se asustaron por este hallazgo, y sospe: charon que Klaus Buochmann, primo y vecino del desi parecido, que desde hacía años estaba enemistado con - ellos, pudiera haberle asesinado. Las propiedades del pri mo fueron registradas infructuosamente en busca: del cad- ver. La autoridad detuvo al sospechoso, pero al no poderle imputar nada, tuvo que volver a soltarlo. Cuatro semanas más tarde se recibieron noticias del desaparecido, en las que sólo se decía que se hallaba en Milán. El día 2 de febrero del año 1573, dos meses y medio después de su desaparición, regresó a casa sin cabello ni | 249 barba, sin cejas, con la cara y la cabeza hinchadas, de for- ma que en un principio no fue reconocido. Cuando las au- toridades supieron de su regreso, le interrogaron, dado que había causado gran revuelo y había puesto en apuros se- rios a su primo. El cronista de la ciudad, Renward Cysat, estuvo presente en el interrogatorio y llevó las actas del mismo. Esto es lo que relató Hans Buochmann: El día en que desapareció, había tomado 16 florines en moneda pequeña para llevarlas a Hans Schiirmann, el hos- telero de Rómerswil, a quien debía esa cantidad. Pero al no encontrarlo en casa, siguió a Sempach, por otros nego- cios suyos. Allí había permanecido hasta el amanecer, be- biendo algo, aunque no mucho. Cuando ya se encontraba de regreso, de noche, y al pasar por el bosque junto al campo de batalla de Sempach, percibió de repente un ex- traño rumor y estrépito. Al principio le había parecido el zumbido de un enjambre de abejas, pero luego fue como toda una banda de música. Le embargó el miedo, ya no sabía dónde se encontraba ni qué le estaba sucediendo. A pesar de ello, logró desenvainar su espada y había dado golpes a su alrededor. Así perdió sombrero, guantes y abri- go. Antes de perder el conocimiento, todavía percibió cómo era alzado en los aires. Fue llevado a un país desconocido. No sabía dónde se encontraba ni sus sentidos le obedecían bien, y había notado dolores e hinchazones en el rostro y toda la cabeza. A las dos semanas de su secuestro se vio en la ciudad de Milán, pero sin saber cómo había llegado hasta allí. Puesto que no había comido ni bebido en varios días, le habían abandonado las fuerzas, pero había recobra- do el sentido. Dijo que no conocía la ciudad, por no haber estado allí previamente, ni tampoco entendió la lengua de la gente, hasta que un soldado de la guardia, de origen ale- mán, se había apiadado de él. En opinión de Cysat, Hans Buochmann había sido se- cuestrado por un duende nocturno, y narra otros secues- tros de este tipo, que en consonancia con las ideas de la época achaca a los malos espíritus y al diablo. No debe perderse de vista, sin embargo, el enfoque de este secues- tro de acuerdo con lo que hoy sabemos en boca de perso- nas que dicen haber sido teletransportadas por tripulantes de naves volantes desconocidas. Como no debe perderse de vista tampoco que este mismo cronista de la ciudad de Lu- cerna informó igualmente de dragones que en los alrede- dores de dicha ciudad disparaban cual un incendio de un monte a otros objetos que ofrecen el aspecto de vigas in- cendiadas, y que cuando se detienen en el suelo dejan en él huellas o marcas de quemaduras. 250 EL ALUCINANTE ESCUADRÓN NEGRO En el libro Historias prodigiosas y maravillosas, escrito en Irancés por Pierre Bouistau, Claude Tesserant y Francois Beileforest, y traducido al castellano por Andrea Pescione cuya edición fue impresa en Madrid en el año 1603 por Luis Sánchez para el mercader Bautista López, a quien el mismo rey Felipe III otorga licencia para difundirlo apare- ce, en sus páginas 386 a 389, un relato que lleva el siguien- le título: «De un temeroso prodigio, y maravillosa señal del cielo, que en el año de 1577, a los cinco de diciembre se vio en Alemania, en la villa de Altorf, que es de la dió- cesis de Wittemberg.» Transcribo a continuación literal- mente la segunda y más interesante parte de dicho relato: «Y así ahora en este tiempo que ciertamente es pasaje- ro, nos ha querido Dios avisar con señales maravillosas del cielo. Y entre las muchas e infinitas que desde hace po- cos años hasta ahora se han visto, destaca una ocurrida en Alemania, en la villa de Altorf, que es tierra de Wittem- berg, a una legua de Tubinga. _»A las siete de la mañana del 5 de diciembre de 1577, al mismo tiempo que el Sol comenzaba a mostrarse sobre el horizonte, se advirtió que no daba su acostumbrado res- plandor y claridad; parecía que estaba oscuro y amarillo a la manera con que algunas veces se nos presenta la Luna cuando estando llena aparece sobre nuestro horizonte parece un círculo teñido. Y, como su resplandor taba OE N se podía mirar sin que la vista se deslum- »En poco tiempo se cubrió de una oscuridad, como si estuviera eclipsado, y luego se tiñó de un color rojo como sangre, y estaba tan cubierto, que no se distinguía su for- ma. Y de allí se mostraron dos soles, el uno de color roio y el otro amarillo, y parecía que el uno estaba debajo del otro, como se pone la Luna cuando le eclipsa. » Y después que hubieron estado así un poco, uno de ellos se disolvió y sólo quedó el que era natural pero con el color muy amarillo y sin fuerza. Y poco después apare- ció una nubecita negra, de forma de una bola, la cual direc- tamente se fue contra el Sol y le cubrió su centro de ma- nera que no se divisaba más que un círculo redondo el mismo color amarillo. iH »Y estando así cubierto, se vio otra nubecita negra, algo prolongada, la que combatió con él. Y muchas veces se s brieron el uno al otro hasta que al fin la nube se rakari mió y el Sol se quedó con el mismo color amarillo. 251 »Poco después apareció otra nubecita, que parecía como de media vara de largo, la cual salió de hacia la banda de poniente y se detuvo junto al Sol. Y estando así parada, salió de ella mucha gente, todos vestidos de negro, unos a pie y otros a caballo, y marchando en orden, se metieron por aquel Sol y formaron un escuadrón. »Y así ordenados, se fueron hacia el Oriente. Tras el es- cuadrón iba un hombre de mayor estatura y brío que los demás. Y después que aquel ejército hubo atravesado por el Sol, éste se aclaró más pero no del todo; y luego volvió a teñirse de color de sangre. Y así el cielo como la tierra se mostraron de color rojo, y del Sol salieron unas nubes sangrientas, las cuales se levantaron más altas que él y se fueron hacia Oriente siguiendo el mismo camino que había llevado la gente armada, mientras que alrededor del Sol aparecían algunas nubes negras, como las que se suelen ver cuando hay gran tempestad. » Y después se vio que del Sol salieron otras nubes, unas eran sangrientas, otras como encendidas y otras amarillas como el azafrán. Y de ellas salieron unas reverberaciones con la forma de grandes y altos sombreros, los unos rojos, otros azules, otros verdes, y la mayoría de ellos negros. Y después aquellas nubes descendieron y se convirtieron como en un torbellino, y parecía que de él llovía sangre, y que el cielo, la tierra y todo cuanto se divisaba estaba te- ñido de sangre y de amarillo. »Y todo esto duró harto tiempo, y poco a poco el Sol cobró su claridad, aunque su centro parecía que estaba teñido de azul y de amarillo. Y ya cuando fueron como las diez del día quedó todo claro y desocupado, y el resto de aquel mismo día fue luminoso y sereno. »Éste fue un prodigio del que no es difícil entender su significado, ya que es una advertencia que Dios nos envía para que corrijamos nuestras vidas y hagamos penitencia. Porque si así no lo hiciéramos, él enviará sobre nosotros castigo de fuego y sangre.» Recuerde el lector casos similares ya citados para épo- cas anteriores en este estudio, como por ejemplo los carros y soldados armados que actuaban entre las nubes y de los que daba cuenta Flavio Josefo en su obra Las guerras de los judios. Y observe el lector cómo todas estas manifestaciones aéreas, que hoy formarían parte de la casuística OVNI, au- tomáticamente son atribuidas en esta época aún al diablo o a los dioses. 252 Grabado mostrando los globos igpneos aparecidos sobre la ciudad suiza de Basilea el 7 de agosto de 1566. e alia poetes bo! Alanha lanned vertit geeint Pampa do re fis ión dos Pollos Soga taltestniegon Hosp greka Aarm nes cor iS e] E PL b a RTE . [Jatierarcia o icaler:eztenenirass een st lios Pel e nl tu bioi tgb mother hio dodo eta lindos 00 geiarad DE Edda n vá coordine mos e ES: filo beage ARAU lec lo 0 coles ou palas o lec EEA DLE e ado TEAN K [Eo tung gafat meme ; pa Dra bir Prevos Oca Jro qbo Dare impone (eliges 00 aoaie Y eieo alla fonos D1e vea dor elle oca. y sE la [ihanicanon: Retrato contemporáneo de Hernán Cortés, cuyo cronista oficial, Bernal Díaz del Castillo, nos legó el testimonio del avistamiento, durante más de veinte días, de un objeto volador parado sobre las tropas españolas. Grabado de Hans Galser mostrando los objetos volantes vistos sobre Nuremberg, en Alemania, el 14 de abril de 1561, LA CUEVA DE LOS CARNEROS VOLADORES En las páginas 400 a la 402 del libro citado en el capítulo anterior, Historias prodigiosas y maravillosas, figura otro capítulo con el título «De un prodigio que el año de 1579 se vio en Vizcaya, cerca de la villa de Bilbao». Se narra allí otro alucinante episodio aéreo, que se manifestó escasos dos años más tarde del recién expuesto referente al escua- drón negro. Transcribo literalmente, si bien en fiel y con- cienzuda adaptación moderna del texto —para hacer legi- ble el antiguo texto— a cargo del estudioso Jesús Mosque- ra Armendáriz: «Es tan profunda e inmensa la sabiduría de Dios, y sus secretos nos son tan incomprensibles que no podemos ras- trear ni juzgar las causas de sus particulares obras, ni me- nos cuáles serán los efectos de sus significados. » Y de que esto es así queda bien probado en todos los ejemplos que en los capítulos de todas estas Historias pro- digiosas se han visto. Y aunque ellos bastaban, y aun so- braban, porque la verdad no necesita pruebas, he querido escribir este caso que ahora ha sucedido nuevamente en nuestra España, el cual no es inferior a ninguno de cuantos prodigios quedan relatados atrás. Y este caso es tan infali- ble verdad, que humanamente ninguna cosa lo puede ser más, y el ilustre y docto varón, el licenciado Diego Álvarez de Solórzano, corregidor que era entonces de Vizcaya, en Bilbao, hizo del caso bastante información con gran núme- ro de testigos, todos gente fidedigna, y de ello envió rela- ción a la majestad del rey don Felipe, nuestro señor, de esta manera: ) »“Era miércoles, 16 de septiembre de 1579. Entre las tres y las cuatro de la tarde un vecino de la villa de Bilbao, hombre rico e hijodalgo, llamado San Juan de Yssasi, es- taba asomado a una ventana de su casa, que se llama Gas- telu, que está en la anteiglesia de San Vicente de Abando. Desde allí miraba a unos hombres que estaban vendimial- do en una viña situada al pie de su casa y como a un cuarto de legua de Bilbao. »”Y estando así, observó que los vendimiadores se ha- bían alterado y que miraban atentamente hacia la otra banda de una hondonada, que desde donde ellos estaban se dominaba con la vista. »”San Juan de Yssasi se puso inquieto y anhelante de saber a qué podía deberse el que los vendimiadores se hu- bieran alterado de aquella manera. Y luego vio que con gran prisa uno de ellos le venía a llamar y le dijo que 254 tuese j ee ag un caso raro y maravilloso que desde allí se »” Y él fue adonde estaban los vendimiadores. Y vio que en lo más hondo de un valle entre dos cerros, de los pe abundan en aquellas tierras, había una caverna O me distante de donde él estaba como dos tiros de ren, Y vio- que de ella salían muchos cuerpos o bultos como borregos o medianos carneros, unos con cuernos y otros sin ellos; unos eran de color blanco y otros tenían el color más oscuro, tirando a amarillo. Y no se paró a contar de cuál de los dos colores había más. Y conforme iban saliend de aquella cueva, se levantaban en el aire a la altura de cuanto con la mano se puede tirar una piedra y, quedán- dose en aquel paraje, se chocaban los unos con los otros y volvían a descender hasta la boca de la cueva, y allí se pl ami Aia Cc em más. E iban saliendo otros que e iban Ape OS por el atre, chocaban con los »”Y duró aquel combate como un cuarto de hora mostrando siempre la misma grandeza, al cabo de a de tiempo todos juntos se bajaron a la boca de la cueva Y en un Instante pareció que allí uno de ellos se había converti do en buey, así en la forma como en la grandeza. Y era J color hosco, oscuro tostado. Y sin detenerse, se metió jas la espesura de un robledal que allí había. E iba con tal md A ganado que había por allí de vacas, ye- ps Y A r y corrieron en diferentes di- »”El cuerpo de aquel aey pie i Ar - p a ser vano ni fan- | como lo eran los de los carneros, de los cuales fue- cel a algunos y resultaron vacíos, no sólidos, como a a a pp. la ligereza con que subían y descen- »”Pero el buey cuando corrió parecía que iba rompien do el suelo, y en el momento en que él hizo de sí a Al conversión, salieron de aquella cueva otros dos al E seme jantes, pero de mucho menor estatura. Y también ellos se emboscaron por el monte, aunque por diversos caminos ar Después de aquello se vio que de la cueva salió ran cantidad de langostas, las cuales subieron por el iia Y l o altura que habían subido los carneros, y allí se bota batieron un poco entre sí, y después todas juntas fueron Fy o vaguada que está frente a casa de San Juan = de consumiéndose de tal forma que no se vie- »Este ha sido un caso sobre el que no ha habido pers na que se haya atrevido a darle significado. En él aiin hn otras demostraciones más de las que se han Ber el , 259 _——_—_—_—__—_—____— aR —-— =— cielo estuvo siempre claro y sereno, y el sol puro y relu- ciente. Y, pues, nuestro mortal entendimiento alcanza el significado de estas maravillas, hagamos lo que hicieron los que las vieron: arrodillarse en el suelo y, con lágrimas en los ojos, suplicar a Dios se sirva librar del mal y de adver- sidades a su Católica iglesia y pueblo cristiano y que le haga vencedor y triunfador de los enemigos de su santo nombre. Amén.» CRÓNICA DE OVNIS EN 1584 Y sigue Dios cosechando temerosos fieles gracias a seme- jantes e inexplicables maravillas aéreas. Asi, leemos —tam- bién para España y solamente cinco anos después de lo de Bilbao— en la Relación de casos notables ocurridos en la Alcarria y otros lugares en el siglo XVI, escrita por el cro- nista de Almonacid de Zorita, Matías Escudero de Cobeña, lo siguiente: «El verano y otoño de mil e quinientos y ochenta y cua- tro, fueron en extremo muy grandes los calores, y ansí los ríos con la sequedad y calor del tiempo, eran muy pobres de aguas. Y en este tiempo sucedió a los cuatro de sep- tiembre, a las nueve horas de la noche, salió un cometa a la parte do sale el sol, el cual fue grande a el parecer de los hombres. Pasado un rato después de lo dicho, salió por aquella parte dicha otro cometa tan grande y espantoso, que pareció abierto el cielo. Y paró toda la tierra muy cla- ra, y con su resplandor privaba a los ojos de los hombres la vista. Y se hizo este fuego muy largo y espacioso. Y des- pués se paró retortijado, y con rastro de fuego. Y después se vino a hacer como nubecilla blanca, en la forma que es- taba de fuego. Turaría» (sic = “duraría my «esto como medio cuarto de hora. Y después de pasado lo dicho, tornó en el mismo lugar a salir otro cometa como el primero. Espantó este prodigio a munchos hombres. Sea Dios servido que su sinificación no redude» (sic = “redunde”) «en daño de la Cristiandad, ni de los católicos». FP an q COMBATE AÉREO SOBRE CATALUÑA EN 1604 También el siglo xvII se estrena con la aparición del curio- so fenómeno de escuadrones armados que se mueven a baja altura en el aire. El filólogo catalán doctor Casas Homs obtuvo en 1974 el premio Gumersind Bisbal por su transcripción y estudio de los códices inéditos del historiador también catalán Je- roni Pujades, que a partir de 1601 llevó durante 30 años un puntual diario. La Fundación Vives Casajuana publicó en 1975 el trabajo de Casas Homs en que se recogen los años 1601 al 1610 del Diari de Jeroni Pujades. Reproduzco a con- tinuación de este diario en su texto original catalán, segui- do de la versión castellana correspondiente, una parte de la anotación correspondiente al día 30 de setiembre del año 1604, un jueves en que se celebraba la festividad de san Jerónimo: | «Perquè en la matinada ya clara, en la vila de Pons o prop de ella, a la volta de las Belianas, tot bisbat de Urgell, se veren en la ayre peró molt baxos, prop terra, grans es- quadrons de gent de armas que batallavan amb gran furor y remor de armas. Y los primers que descobriren assò foren uns que treballavan en una resclosa y anaren a donar a la vila de Pons de hont hisqué gran multitud de gent que veren lo dit portento. Item aquella matexa matinada desde la ciutat de Barcelona y sobre ella, venint:de la costa de llevant y tirant a la part de ponent, se veren passar en lo aire un [...] o ram de aucells així com estornells, los quals eran de la gruxa y negror de los corps, emperó de moltas camas y alas com a llagosta. [...] En la nit los de la terra descubrien sobre lo monestir de Sant Hierónim de la Vall de Hebron uns grans rays de foch com barras, molt cla- rejant, los de la mar lo veyan més enllá. En fi tots los qui las veren las feyan a la volta de la tremontana.» (Versión castellana: «Porque en la madrugada ya cla- ra, en la villa de Pons o cerca de ella, hacia las Belianas, todo el obispado de Urgell, se vieron en el aire pero muy bajos, cerca de la tierra, grandes escuadrones de gentes de armas que batallaban con gran furor y ruido de armas. Y los primeros que lo descubrieron fueron unos que traba- jaban en una esclusa y fueron a comunicarlo a la villa de Pons, de donde vino una gran multitud de gente que vieron el mencionado portento. Igualmente aquella misma madru- gada desde la ciudad de Barcelona y sobre ella, viniendo de la costa de levante y tirando a la parte de poniente, se vieron pasar en el aire un [...] o bandada de pájaros como 257 estorninos, los cuales eran del grosor y de la negrura de los cuervos, pero de muchas patas y alas como la langos- ta. [...] En la noche los de la tierra descubrieron sobre el monasterio de San Jerónimo del valle de Hebrón unos gran- des rayos de fuego como barras, muy luminosos, y los de la mar lo vieron más allá. En fin, todos los que las vieron las situaban hacia la tramontana.») Observe el lector que en el juego de coincidencias que tanto parece gustarles a quienes evolucionan inteligente- mente sobre nuestras cabezas —también hoy, en la segun- da mitad del siglo xx—, el fenómeno se dio precisamente el día de la festividad de san Jerónimo, y encima del mo- nasterio de San Jerónimo en el valle de Hebrón barcelo- nés, siendo cronista del fenómeno un erudito de nombre Jerónimo (Jeroni Pujades). EL CIELO ABRE SUS OJOS Cinco años después de este fenómeno aéreo en los cielos de Cataluña, vuelven los OVNIs a presentarse sobre las ca- bezas de los asombrados habitantes del imperio celeste. Así, el escritor Feng Mengzhen, de la dinastía de los Ming, publica en su obra Colección de cuentos en el palacio de nieve, la siguiente información acerca de un avistamiento que se dio en el año 1609: «Mi amigo Yitai me dijo que a mediados de febrero del año 37, bajo el reinado del emperador Wan Li de la dinas- tía de los Ming, su primo hermano estudiaba en un templo deteriorado situado en una montaña Tiannin, cerca del pue- blo del distrito. Una noche, este primo escuchó repentina- mente a los bonzos del templo que hacían un gran alboroto fuera del mismo. Salió y vio los muros iluminados por lu- ces brillantes que se desplazaban. Todo el mundo gritaba: “ ¡El cielo abre sus ojos! ” Alzó su cabeza, dirigió su mirada hacia el sur y vio una hendidura en el cielo en la que había una cosa en forma de navío o de ojo que centelleaba. Esta cosa lanzaba brillantes luces que deslumbraban los ojos, pero muy rápidamente la cosa desapareció y las luces se apagaron.» 258 EL BATALLÓN AÉREO DE 1621 En un opúsculo francés titulado Los signos espantosos han vuelto a aparecer en el aire sobre las ciudades de Lyon, Ni- mes, Montpellier y otros lugares circundantes, ante el gran asombro del pueblo (París, Isaac Mesnier, copia impresa en Lyon, 1621), leemos: | | «La noche del 12 de octubre último, alrededor de las ocho horas de la tarde, no habiendo en ese momento nin- suna claridad y estando la Luna en su último cuarto, em- pezó a levantarse el aire del lado de levante y, continuando cosa de una hora y media, el tiempo se volvió tan claro y limpio como en los más hermosos días de verano, lo que causó gran asombro a los habitantes de Lyon y la mayor parte de ellos mirando al cielo distinguieron cosas del todo extrañas y fuera del curso de la naturaleza. »En la gran plaza de Bellecourt vieron cómo una gran montaña, sobre la que estaba la figura de un castillo, del que salían muchos relámpagos» —observa, lector atento y atónito, cómo idénticas palabras empleara mucho tiempo atrás el redactor del ya estudiado poema indio Ramayana, quien escribió que Hanumat era como un monte maravi- lloso que brillaba como una nube, una montaña ascendente recamada de relámpagos que flotaba en el aire...— «de to- das partes y perdían su luz en un instante, y esta figura de castillo se consumía a medida que los mencionados re- lámpagos salían de él. Ello parecía cubrir todo el barrio de la puerta del Ródano, de San Miguel, el río Saona, y daba hasta el barrio de San Jorge. Por el lado de la plaza Te- rreaux, fue visto por más de cuatrocientas personas, en el atre, como la forma de un batallón de soldados a caballo, a cuya cabeza había una estrella muy luminosa que parecía guiarlos, la cual era muy grande y brillaba con mayor cla- ridad que las que se ven habitualmente en el cielo. »Esta estrella como un segundo sol hacía disipar delan- te de ella todas las nubes, que se presentaban de diversas formas y parecían querer mantener su claridad, pero sien- do sobrepasadas por su gran luz, perdían enteramente su figura y no aparecían más. Toda la ciudad y lugares colin- dantes fueron cubiertos esa noche y otras siguientes por diversos signos y prodigios, como lanzas de fuego ardiente, que parecían venir del lado de la Guillotiére, las cuales acercándose por el puente del Ródano, se dispersaban y no aparecían más, y ello duró hasta el amanecer. Sobre la ciudad de Nimes, que es una de las más bellas y prósperas ciudades del Languedoc, a media jornada del Ródano y bas- tante cerca del levante, fue visto por los habitantes de la 259 ¿__mIEXxzPB A A b 2 Portada de la obra «Historias prodigiosas y maravillosas» en las que | se narran dos interesantes HISTORIAS PRODIGIOSAS quien avia Gdo el padre. Y afsi loque tanto fe pr | >| avistamientos auia procutadaencubrir; foe publico: m ahe YMARAVILLOSAS| déreosinsóitos ficho na fola en toda aquella ciudad, mas ad y? en todo el mundo : que aquel monítruo fue retratado, y divulgado Por roda Efpaña, y añ. p°: fuera della.El Obifpods aquella ciudad. procedio contra el aitor de aq! delito; y el le | aulento, mas al fin le fue forgofo parecer, y | | fugetarfca fu obediencia, y rescbir del ele tigo y penitencia quele parecio conuenirles; De diuerlos fucellos acaeci- dos enel Mundo. ESCRITAS EN LENGVA| Princefa por Pedro Douidan, Cisadio Peje ant, y Erancilco Beilefoi eji. | A E o o! R O- minge Castellano, por Andrea Felciu- ni vezino deë 5cuilla. EM WAUA PM 40 $ A n . m - a t » Į . a As E : EEN o z . eN Je peo j Aiiki Devn Prodigio que el año de itr p. fi yio.sb Kiza’ pea Eajasecrss dela villa de Bilbao. Gip.itis -< g i E » y ENIPE s » F , | Ri A oia TrA e O i a a S prrraroas sL LICTNATADO PEDO 1215 Tan profunda c- inmenla la ab Diac de Pa tanca del Confra de ju 43 ¡tad Ao Profundas inmenía lak draag de ja Caja y Cu.te. e Portada original de la breve obra H nos que tales ferad.los feros de fus gnif. de una Hostia volante | e 56 > ¿8 cados;y deque aqueñto ienafsidemardeque] en el cielo ; Reproducción de las dos | es verdadinfalible, y que cada día la pratica= | de Braga en 1640. CON LICENCIA, | últimas paginas mos queda baltantemente: pronádo por to E En Madrid eir Luissuchez, AÑO 1605 dattaxto pere | ño los Escoplas queen los difencíos de Rol Ed O A a ; ; todas 26 e PER Nf Er A LEE E E pe i p tado Zisroka Lopez mercader de libro del avistamiento | villo; koa y hilterigsi pros igiofas $ es del batallón negro en los cielos de Altorf, en Alemania. Heproducción de la primera página del capítulo en que se habla de la cueva delos carneros A A a o e iO uaria parkit: 20,389 ¿pero ñodel todo, y luego fetornd AreEñiA (oi golor de (agre.Y afsiel cielo, como la tierra br ate- Piforias prodigiofas, ‘Biro amarillo, y parecia quecl vho elhia dgs - Ed a po: -baño del orra, comode ponela Luna quando le oclipfa. Y defpues que afi ho sicron ellado yn pocayel no dellosfersioluio,ylolo que= E dd el,que era natural; pero comelcolor muy amarillo, y En fuerga, Y poco defpues apare- cio vna nubezita negra, y de forma. devra bo la, la qual derechamente fe fue contrael Sol, - y le cabrio fu centro, de fugrie quedel no fe parecia mas de vn circulo redondo, y con el miímo olor amarillo: y elanda afi cublera tole vio otra nubezia negra,algo prolonga da, ja qual combario con el, y muchas vezes fe cubrieron el vnoal otro, hafta que al Aa la nube le confomia, y el Solís quedó có el mil mo color amarillo. Poco delpues aparecio g= tra nubezita,que parecia como de media vara huuo atrauciado por el Sol y el leaclard más: pera e y Le moltraron de color razo, y del Solfalieró {e vnas nubes fangrientas, las quales [e levantas "pon mas altas queno el, y defpues Te fueron házia Oriente, fguizodoel miimo comido ú Jagentearmada gula llevado, mientras al re- dedór del Sol fe parecian algunas nubes ne- q las q [efuelen br quando ay grå- etempeftad, Y defpues le vio quedel Sol fa. lieron otras nubes, ynat tran fangriéntas, y otras como encendidas, y ocras-amarillas co». mo agafran; y dellas falicron vnas reuerbera ciones formadas como grandes, y altos chas pros los vndsroxos,otros azules, y otros Ver des, y los mas dellos negros, y delpueraques Ilas nubes lesbaxaró, y e hitieronicómo va Å aduercencia es que Dios ngs embia,para q. gorrijamós aueltras vidas, y hagamos penivá- aciasporque falsi no lohizieremos,el embia. ra obre nofotrós caltigo de Fuego, y angres è | de largo, la qual falio de hazia le vanda de Po opel parecia que del llpuia langee, y. 3 f niente, y le prin vojunto al Sol:y etando aísi g el clélo,ylatierra,y todo qualijo de ria . sA Primera fotog rafia parada falio della mucha genre, y toos velti us clava teñido de langre, y de amarillo. Yia. Ti os i dos de negro ¿enabicos de loldados , toos a do aquelto durd harto ciépo:, y pocoa poco. de de Sirio B, obtenida pié, y orrosacapallo, y matchando envordená: el Sol cobro fu claridad, aung i centro pares > en 1970 en el US Naval ça fe mesieron por aquel Sol,y palfaron Je la. cia Gelina teñido de azul, y de amarillo. Y yu Bi üÜbservwat Siri f: piravanda del, y formaron Yn elquadron: Y gu Le fueró como las diez del ala, quedó to s b ory. Sirio B es ` alsiordenados, le fueros háxia el Oriente, y. do claro, y deforopadosy lo reftáte de 241 dia al punto blanco que hay tras el yua vo hóbre de mayor ellacura ybrio: fue eat fereno. Aquelte fpevn prodi . 5 äbajo a la derecha junto ueloi demas, y delpuer que aquel exercito gio,Qno es dificoltofo el enrëder lu Gnibirado e a la gran estrella Sirio. voladores, en Vizcaya Ambos puntos a izquierda y derecha de Sirio son reflejos de ésta. mencionada ciudad, principalmente el decimotercer día del citado mes, sobre las nueve o diez horas de la noche, y por encima del anfiteatro, como un gran sol muy resplandecien- te, el cual estaba rodeado por un número indeterminado de antorchas luminosas, y parecía querer dirigirse directa- mente a la torre romana, que se llama la Torre Magna, so- bre la cual aparecieron como carros de fuego totalmente rodeados de estrellas luminosas. »Aparecieron asimismo otros signos tanto sobre el Ca- pitolio como sobre el Templo, los cuales parecían cubrir toda la ciudad, lo cual asombró grandemente a todos los habitantes de la mencionada ciudad y a otros de lugares vecinos. »Sobre la ciudad y villa de Montpellier, empezaron a aparecer cantidad de antorchas ardientes, de la luz de las cuales salian numerosas especies de lanzas de fuego que iban de un lado a otro: esto duró desde las nueve o diez de la noche hasta las tres de la madrugada, en que apare- ció una estrella grande y luminosa con una larga cola, otras estrellas pequeñas, las cuales parecían hacer disipar una gruesa nube mezclada con diversos relámpagos que inten- taban taparla e impedir su claridad, lo cual duró hasta el amanecer ante el asombro del pueblo. »Todos estos signos mencionados sólo pueden predecir- nos una cosa, que el gran Dios de los ejércitos hará victo- rioso a nuestro monarca sosteniendo en su poderosa mano las armas contra los perturbadores de su Estado y fortifi- cará al ejército de su majestad contra los rebeldes. Es todo lo que nosotros, católicos franceses, con la asistencia de las oraciones de nuestra Santa Madre Iglesia debemos de- sear y decir con el salmista real: Domine salvum fac re- gem.» OVNI PARA UN FUNERAL El letrado chino Lou Ao escribió en su Historia local del distrito Fengxian, con referencia a un suceso acaecido en el año 1639: «En el pueblo de los Yuan, distrito Fengxian, provincia de Shansi, los habitantes presentaban sus condolencias a los miembros de la familia de Yuan Yingta, ministro de la Defensa nacional durante la dinastía de los Ming, quien se sacrificó sobre el campo de batalla resistiendo contra los soldados de los Man. Se vio entonces una cosa luminosa en 262 forma de estrella, de color rojo, blanco, amarillo y azul, que sobrevolaba al cortejo fúnebre. Fue un día de abril del año 12 del reinado del emperador de Chongzheng de la di nastía de los Ming. Esta cosa brillante no se posó sobre el suelo, pero pendió sobre el pueblo durante mucho tiempo, y luego ascendió hacia el cielo. Sus luces se vieron hasta a más de cinco kilómetros de allí.» UNA HOSTIA EN BRAGA Una breve obrita de la que es autor Silva-Caldas y que fue editada en 1879 por la Imprensa Commercial (Rua Nova, 24, Braga, Portugal), recoge, bajo el título Apparicáo d'uma hostia no ceo em Braga em 1640 (Aparición de una hostia en el cielo en Braga en 1640), un curioso fenómeno que, hasta hoy, sigue constituyendo la aparición de un objeto volante circular no identificado —o el efecto de una proyec- ción lumínica— sobre la ciudad portuguesa de Braga, en el año 1640; o sea, al año siguiente del OVNI que se presen- tó sobre el cortejo fúnebre chino. He aquí la transcripción literal completa de la citada obrita: «Aparición de una hostia en el cielo en Braga en 1640. »“ Favorece la fortuna a la gloria lusa” »Correia de Melo - Joanneida »Cant. X Oit. 133 »Dos casos prodigiosos cuentan nuestras historias, las cuales maravillaron a Portugal en la restauración de 1640, y enfervorizaron a nuestros antepasados en la creencia de la protección del cielo contra la Hispania. »Fue el primero el desplegamiento del Brazo de la Ima- gen de Cristo en Lisboa, como en señal de aprobación de la liberación de nuestra autonomía, oprimida por sesenta años con las tiranías de los reyes Felipes. »Fue el segundo la aparición de una Hostia en el firma- mento sobre Braga, vista igualmente desde otros puntos distantes: lo que fue tomado por todos como prueba asom- brosa de la asistencia divina a nuestros arrojos patrióticos. »He aquí el documento de este prodigio bracanense, transcrito de los Favores do Ceo (Favores del cielo), del li- brero lisboeta Francisco Lopes, reimpreso en Braga en cuarto en 1871, con consideraciones preliminares del doctor 263 Pereira Caldas, profesor del Liceo nacional de aquella ciudad: | »“Año de nacimiento de Nuestro Señor Jesús Cristo de 1641, a los 29 días del mes de enero de dicho año, en esta ciudad de Braga, en los aposentos del reverendo doctor Joáo d'Abreu da Rocha, provisor y vicario general de esta corte, el arzobispo de Braga: ahí por don Gastáo Coutinho, general de esta provincia de Entre Douro e Minho, fue avisado el reverendo provisor, de que muchas personas, yendo para la parte de Porto acudiendo a un aviso que en esta ciudad se dio, de que los enemigos venían para aque- lla parte, vieron unas señales en la luna, en las cuales se representaba una Hostia, y dos figuras humanas que pare- cian Ángeles; y que el dicho provisor debía examinar este caso por las personas que lo vieron, para saber de ello la verdad: de lo que el reverendo doctor mandó hacer este AUTO, que firmó; y preguntó a los testigos siguientes. El padre Simáo Álvares, notario apostólico, lo escribió: »”"Los nombres de las personas que juran el contenido de este AUTO, son los 16 siguientes: »”El reverendo Joáo Baptista, cura en la santa sede de esta ciudad, testimonio jurado a los Santos Evangelios: edad, 37 años. »"El reverendo padre Domingos Leitão, morador en esta ciudad, testimonio jurado: edad, 38 años. »”El reverendo padre João de Villas-Boas, morador en esta ciudad, testimonio jurado: edad, 38 años. »”El reverendo padre João Rodrigues, clérigo de misa en esta ciudad, testimonio jurado: edad, 40 años. »"El reverendo padre Manuel Lopes, morador en esta ciudad, testimonio jurado: edad, 45 años. | »”El reverendo padre Antonio de Miranda, morador en esta ciudad, testimonio jurado: edad, 28 años. »”El reverendo padre Francisco de Sá, morador en esta ciudad, testimonio jurado: edad, 40 años. »"El reverendo padre João de Guimaraes, desembarga- dor de la Relación de esta ciudad, y uno de los gobernado- res de este arzobispado, abad de la iglesia de 5. Pedro de Polvoreira, [...] testimonio jurado: edad, 42 años. "Paulo de Brito, morador de esta ciudad, testimonio ju- rado: edad, 40 años. »”El reverendo padre Ambrosio Rodrigues, de la Com- pañía de Jesús, testimonio jurado: edad, 34 años. »”El reverendo doctor Luis Alvares Pinto [...], testimo- nio jurado: edad, 50 años. »”El reverendo padre fray Nicolau Cotta [...] en el co- legio de Nuestra Señora de [...], testimonio jurado: edad, 34 años. 264 »"El reverendo padre fray Manuel de Graca, [...] de teología en el mismo colegio, testimonio jurado: 40 años. »”Antonio Soares, mercader y familiar del Santo Oficio, morador en esta ciudad, testimonio jurado: edad, 63 años. = »"El doctor Bento Cardoso Osorio, abad electo de la iglesia de S. Mamede de Negrellos, testimonio jurado: edad, 36 años. »”El licenciado Gabriel Pereira de Castro, teólogo, testi- monio jurado: edad, 22 años.” »Como a nuestros antepasados les animaba una fe viva en el cielo, en todos los lances a que se entregaban en fa- vor de la libertad de la patria, fue tenido por esto por todo Portugal este prodigio de Braga, como complemento pro- elo de Lisboa, de los cuales habla el epígrafe aquí adop- tado. »El profesor público visellense, A. Pereira da Silva- Caldas. »(Extracto de la Borboleta de Braga, semanario litera- rio, vol. II, núm. 8.) | Para probar no faltó al milagro mucha gente; que luego la gente juró que en el cielo vio claramente la Hostia que el cielo mostró. »Francisco Lopes - Favores do Ceo (Favores del cielo) Estr. 11.» LA NAVE FANTASMA Y volvemos con las coincidencias, con las repeticiones, con las comparaciones entre fenómenos que, si bien en ocasio- nes en sus manifestaciones aisladas parecen acaso diluir- se, observadas en su conjunto conforman una enorme red de manifestaciones que surge vigorosa entremezclando la presencia de una inteligencia extrahumana con nuestro pro- pio deambular sobre este planeta. Recuerde el lector que en el capítulo «Los hijos del cie- lo» vimos dos citas procedentes de épocas diversas —la pri- mera anterior a nuestra era, y la segunda de la dinastia Tang (siglos vit al x)— en que sendas obras chinas nos ha- blaban de enigmáticas naves que estaban provistas de po- tentes focos de luz. La obra Reencuentro mencionaba una i 265 «inmensa nave» que flotaba sobre el mar y sobre la cual «una luz potente se encendía de noche y se apagaba de día». En cuanto a la época de los Tang, el libro Cuentos de las cosas raras dice textualmente que un marido refirió que navegando por el mar un 11 de agosto, «repentinamente, una gran tortuga surgió delante de mi navío. Miró en di- rección al norte y como dos soles, sus ojos iluminaron has- ta una distancia de 500 kilómetros de allí, pudiendo ser vistos claramente los más pequeños objetos». Queda claro que una tortuga no podía ser. En cambio, la forma de ésta sí puede sugerirla un objeto ovalado —un batiscafo, un submarino, una nave sumergible dotada de la suficiente tecnología como para navegar y poseer luz artificial propia. Pero es que en ambos casos nos hallamos en épocas ante- riores al siglo xI. Y el hombre no había desarrollado esta tecnología aún. Ambos casos acaecieron a ciudadanos chi- nos. Y también este tercero, similar, pero de época pos- terior. Entre los años 1640 y 1715, el escritor chino Pu Song- ling escribió una de las obras clásicas más apreciadas y leídas por sus compatriotas, los Cuentos fantásticos del cuarto sereno. En su capítulo «Noche iluminada» leemos textualmente: «Un navío surca el mar meridional de China. Hacia me- dianoche, todo queda iluminado como en pleno día, y esto asombra en gran manera a los miembros de la tripulación. Éstos constatan que sobre las olas flota algo como una montaña y la mitad de la misma parecer estar bañada por las aguas. Esta cosa tiene dos ojos que brillan como el Sol naciente y lanzan brillantes luces alrededor suyo. Todo está iluminado. Los marinos se interrogan los unos a los otros, pero nadie sabe lo que es esta cosa flotante. Los pasajeros y la tripulación la observan en silencio absoluto. Al cabo de un momento, la cosa brillante desaparece lentamente bajo el agua y todo vuelve a sumirse en la noche negra. Al- gunos días más tarde, los pasajeros arriban al centro de la provincia de Fujian les explican que una noche vieron el cielo y la tierra iluminados, volviendo luego la oscuri- dad. Esta noche de la que hablan estos habitantes es jus- tamente aquella en que los pasajeros del barco vieron la cosa extraña sobre el agua.» Hay siglos de diferencia entre cada una de estas tres narraciones de avistamientos de objetos flotantes y sub- marinos que lanzaban potentes focos de luz. Pero los tres están localizados en los mares del Pacífico occidental, y cerca de las costas chinas, en cualquier caso antes del si- plo xIx. Algo inteligente no humano se movía en aquellas aguas, 2060 EL DRAGÓN ROJO Wang Pu, autor chino que vivió en la segunda mitad del si- glo xvI1, escribió en su obra Asuntos insignificantes en el palacio Yingan: Le «A cinco kilómetros de la villa, hacia el oeste, había un gran alcanforero cercano a un estanque, que medía varias decenas de metros de altura. Bajo este árbol se hallaba la casa de Zhang. A mediodía, el 16 de julio del año 17, bajo el reinado del emperador Chong Zheng, se vio a un dragón en forma de espiral, todo rojo e incandescente, girando sin cesar por encima de la copa del árbol. Después del rato que dura un almuerzo, se dirigió lentamente hacia el no- roeste y fue advertido por todos los habitantes de la villa. Tal y como lo explica Hu Shaoshan, un sabio del campo, las hojas del alcanforero» —para quienes no lo sepan, el alcanforero es un árbol siempre verde— «comenzaron a vol- verse amarillas y a caer algunos días después del fenó- meno». LA BOLA VOLANTE DE ROBOZERO El sábado 15 de agosto del año 1663, los fieles del distrito de Belozero, en Rusia, habían ido en gran número a la igle- sia de la aldea de Robozero. Una vez en el interior de la misma, se escuchó en las alturas un enorme estruendo y muchas personas se precipitaron al exterior para averiguar de qué se trataba. Entre estas personas se hallaba el agri- cultor Levka Fedorov, quien vio lo sucedido y lo interpretó como un signo divino. Su testimonio fue recogido por Ivatchko Rievskoi, quien a su vez corroboró los datos con las declaraciones de los sacerdotes del distrito de Beloze- ro, enviando luego el correspondiente informe a sus supe- riores eclesiásticos. Éste es el párrafo principal del mismo: «Al dar las doce del mediodía, descendió sobre Roboze- ro una gran bola de fuego desde un cielo muy despejado, sin una sola nube. Venía de donde llega el invierno y se desplazaba desde encima de la iglesia hacia el lago. La bola de fuego medía unos cuarenta y cinco metros de uno a otro borde y a la misma distancia, por delante, se exten- dían dos rayos ardientes. De pronto desapareció, pero alre- dedor de una hora más tarde reapareció, sobre el lago, donde antes había desaparecido. Iba del sur al oeste y es- 267 taba a unos 500 metros de distancia cuando desapareció. Pero regresó una vez más, llenando de gran temor a todos los que la veían, yendo hacia el oeste y permaneciendo una hora y media sobre Robozero. A un kilómetro y medio de distancia, unos pescadores que se hallaban en su barca, en el lago, sufrieron graves quemaduras por el fuego. El agua del lago se iluminó hasta su mayor profundidad, nueve metros, y los peces huyeron a las orillas. Bajo el resplan- dor, el agua parecía cubierta de herrumbre.» LA TAPADERA VOLADORA Un nuevo avistamiento prolongado se dio en China en el año 1680. El ya citado capítulo 18, titulado «Las cosas de antaño», de la Historia del distrito Linggui de la provincia de Guangxi, contiene esta información: «En octubre del año 19, bajo el reinado del emperador Kangxi, los habitantes de la villa del distrito Linggui vie- ron cada noche en el cielo del norte un artefacto volador y fuertemente luminoso. Tenía una longitud de varias dece- nas de metros. Este fenómeno duró un mes entero.» Ocho años más tarde, un nuevo ingenio volante, con la forma típica de lo que hoy en día se ha dado en llamar «platillo volante», se dejó ver por los atentos observadores del celeste imperio. Así, Niu Xiu, hombre de letras, cuenta esta historia en el capítulo VI de su colección de notas Gu-Sheng: «Entre los últimos días de la primavera y el comienzo del verano del año veintisiete, bajo el reinado del empera- dor Kangxi, mi cuñado Bixilin se dirigía hacia su casa, en las montañas, a veinte kilómetros de la villa de Kunmin, provincia de Yun'nan. Durante su viaje vio cada mediodía, cuando hacía buen tiempo, una gran tapadera amarilla como un paraguas que ascendía lentamente desde una cres- ta. Esta cosa lanzaba brillantes luces que él no se atrevió a mirar de frente. Ganaba altura y se metía entre las nubes. Poco después descendía, siempre lentamente, para volver a ascender y a redescender de la misma forma. Al anoche- cer, el objeto volante perdía el brillo de su color amarillo y se hacía más pálido y vaporoso. Desaparecía completa- mente cuando el cielo ya estaba totalmente oscuro.» ¿08 SIRIUS-B 1920 1970 @ N A la izquierda, dibujo realizado por los dogones para describir la órbita de Sirio B alrededor de Sirio. A la derecha, el moderno diagrama astronómico de la situación de Sirio y la órbita que alrededor de ella describe Sirio B. Sirius B O OSirius A $ i pia E W y 1920 E A pa 1930 X $ E, sl ' N ir „pe E ON e DS o— e 1960 ki n A, 1970 se X k a ; ; S 19900 > \ \ Los diagramas de las trayectorias de Sirio y Sirio B. A la izquierda, en interpretación de loş dogones. A la derecha, de acuerdo con los conocimientos de la moderna astronomía. EL DÍA EN QUE LLEGARON LOS NOMMOS Ya para finalizar este resumen que englobo bajo el concep- to de una somera crónica extrahumana antigua, quiero mostrar aún el último gran ejemplo de que disponemos para evidenciar cómo el fenómeno extrahumano era incues- tionablemente interpretado, en esta primera etapa, como fenómeno necesariamente divino. Cada anciano que muere es una biblioteca que se quema Pero dado que este ejemplo nos lo proporcionan los indí- genas de Mali, estimo oportuno citar antes todavía a Ama- dou Hampate Ba, escritor y diplomático maliano, quien fuera miembro del Consejo Ejecutivo de la UNESCO de 1962 a 1970, y se dedica actualmente a investigar la histo- ria, la literatura y la etnología de África. Es fundador y director del Instituto de Ciencias Humanas de Bamako, en Mali. Autor de numerosos artículos y libros, obtuvo en 1974, con El extraño destino de Wangrin, el Gran Premio de Literatura del África Negra. Pues bien, Amadou Hampa- te Ba escribió, refiriéndose al poder de la palabra: | «Cualquier adjetivo resultaría débil para calificar la im- portancia que en las civilizaciones y culturas africanas tie- ne la tradición oral. En ellas es mediante la palabra hablada como se transmite de una generación a otra todo el patri- monio cultural de un pueblo: la suma total de conocimien- tos sobre la naturaleza y la vida, los valores morales de la sociedad, la concepción religiosa del mundo, del dominio de las fuerzas ocultas del hombre, los secretos de la inicia- ción en los diferentes oficios, el relato de los Sucesos pasa- dos o contemporáneos, el canto ritual, la leyenda, la poe- sia... Son los antepasados o mayores esos depositarios de la memoria colectiva, verdaderos modeladores del alma africana y archiveros de su historia. Por eso ha podido de- cirse de ellos que “cada anciano que muere es una biblio- teca que se quema”. De ahí que toda historia verdadera de África deba recurrir a la tradición oral, tan digna de fe como cualquier fuente escrita. Es imposible comprender a fondo la historia y el alma africanas si no nos apoyamos sobre ese legado de conocimientos de todo tipo paciente- mente transmitido de boca en boca y de maestro a discí- pulo a lo largo del tiempo que llamamos tradición oral. Ese legado no se ha perdido aún: vive en la memoria de la última generación de los grandes depositarios, a los que cabe considerar como la memoria viva de África.» 270 Me parecen palabras importantes para este último ca- pitulo del libro, y aplicables además a todo él en su con- junto. El enigma de los dogones Los dogones son una tribu que habita en la actual repú- blica africana de Mali. Su antiquísima mitología encierra datos astronómicos concretos acerca del sistema de Sirio, incluyendo el conocimiento, desde tiempos remotos, de la posición, la masa y la órbita de la estrella enana acompa- ñante de Sirio, y que el ojo humano es incapaz de ver sin la ayuda de instrumentos astronómicos. N Los primeros datos acerca de estos conocimientos los procuró el antropólogo francés doctor Marcel Griaule, quien en el año 1931 visitó la tribu de los dogones, que hoy viven en los montes Hombori y en la meseta de Bandiaga- ra, en la citada república de Mali. Halló allí una interesan- te mitología absolutamente vinculada al conocimiento de las estrellas. Fascinado por lo que allí había conocido, Griaule regresó a tierras de los dogones en 1946, acompa- ñado en esta ocasión de la doctora Germaine Dieterlen, que fuera secretaria general de la Société des Africanistes, de- pendiente del Musée de l'Homme en París. Ambos etnólogos publicaron los resultados de sus in- vestigaciones en el año 1951 en el Journal de la Société des Africanistes (tomo XXI, cuaderno 1, París, 1951), bajo el título «Un systéme soudanais de Sirius» (Un sistema su- danés de Sirio). Exponen allí Griaule y Dieterlen que inte- rrogaron a cuatro núcleos tribales sudaneses para averi- guar el alcance de sus conocimientos ancestrales acerca del sistema estelar de Sirio. Estos cuatro núcleos tribales fueron los dogones en la altiplanicie de Bandiagara, cerca de la frontera con el Alto Volta, los bambara y los bozo en el distrito de Segu, y los minianka en la región de Kutiala. «Por nuestra parte, no hemos querido que los documen- tos recogidos diesen lugar a ninguna hipótesis o averigua- ción relativa a los orígenes. Nos hemos limitado a orde- narlos, a fin de poder reunir en una sola exposición los testimonios de estas cuatro tribus más importantes. En ningún momento se decidió ni se exploró el problema de. cómo unos individuos que no poseen ninguna clase de ins- trumentos han sido capaces de averiguar la marcha y las características importantes de unos astros que son prácti- camente invisibles.» Esta consideración de Marcel Griaule y Germaine Die- terlen, vertida en la introducción de su trabajo citado, da 271 fe de la seriedad y objetividad de sus investigaciones y con- clusiones, seriedad que es preciso tener presente al enjui- ciar la validez de los conocimientos que trajeron de África. La ciencia confirma «Los dogones tenían en su poder información referente al sistema de la estrella de Sirio que resultaba tan increíble que me sentí empujado a investigarla. Al cabo de siete años de trabajo, los resultados me han llevado a demos- trar que la información que poseen los dogones tiene real- mente más de cinco mil años de antigüedad y la poseían ya los egipcios antiguos en los tiempos predinásticos de antes del año 3200 a. de J.C.» Con estas palabras introduce el lingüista americano Robert Kyle Grenville Temple al lector en la fascinante temática de su libro The Sirius M ys- tery, originalmente editado en el año 1976 en la editorial londinense Sidwick and Jackson. Es el estudio más exhaus- tivo realizado y publicado acerca de este enigma que pre- sentan los conocimientos ancestrales de los dogones, y a él remito al lector que desee ampliar conocimientos al respecto. En lengua castellana —e insisto en esta docu- mentación porque el caso de Sirio y los dogones me parece uno de los más importantes de que disponemos en cuanto a la actuación de una inteligencia que sobrepasa las posi- bilidades humanas— publicamos las primeras noticias de este enigma en agosto de 1977 en el número 14 de la revis- ta Mundo desconocido, y yo mismo lo expuse someramente en el mismo año 1977 durante el Primer Congreso Nacional de Ufología, celebrado en Barcelona. Cinco años más tarde, en 1982, Ediciones Martínez Roca editó por fin la versión castellana del libro de Temple, con el título El misterio de Sirio. Aquí, en este capítulo final de la presente crónica extrahumana antigua, presentaré, por lo tanto, únicamente un escueto pero imprescindible resumen del enigma. Para ello, hay que partir del hecho de que los dogones conocen la existencia de una estrella que es imposible ver a simple vista. Dicen que, desde siempre, el elemento para ellos más importante en el firmamento es una estrella pe- queña que gira alrededor de la gran estrella Sirio, el bri- llante astro —el más brillante de todo el firmamento— que luce en la constelación del Can Mayor. Cabe dentro de lo normal el que precisamente por ser la estrella más brillan- le que se ve, Sirio fuera considerado por cualquier tribu indígena como el elemento más importante de la bóveda celeste, Pero ellos dicen que no es esta estrella, sino otra que pira alrededor de ella, la que es centro de su interés 412 ritual. Conocen la existencia de esta pequeña estrella com- pañera de Sirio desde por lo menos —como luego vere- mos— el siglo x11. Mientras que la ciencia no la descubrió hasta el siglo xIx. Y no la descubrió nadie antes porque su brillo queda totalmente absorbido por el brillo fulgu- rante de Sirio. Juntas no ofrecen al ojo humano más que un solo y potente foco de luz en el firmamento, lo que hace imposible distinguir una estrella de otra. La ciencia oficial comenzó a intuir algo acerca de un posible acompañante de Sirio cuando en el año 1834 el astrónomo Bessel des- cubrió que el movimiento de Sirio era irregular. Durante diez años su asistente fue midiendo regularmente las posi- ciones de Sirio, confirmándose así la sospecha original de que algo alteraba la trayectoria de Sirio. Este cuerpo intui- do, pero no visto, recibió el nombre de Sirio B. Dado que este cuerpo no era visible ni con los mejores telescopios de la época, se supuso que no disponía de luz propia. Para distinguirlos, a la gran estrella Sirio se le dio el nombre de Sirio A. En el año 1862, el astrónomo americano Clarke logró por fin ver a Sirio B con un refractor con objetivo de 47 cm de diámetro. Así, la ciencia oficial confirmó en 1862 lo que los dogones ya sabían desde muchos siglos an- tes, sin poseer instrumentos ópticos capaces de permitirles ver a dicha estrella. Tenemos, pues, la circunstancia de que los dogones co- nocían a Sirio B, siendo conscientes además de que. era invisible. La ciencia oficial confirma la exactitud de sus co- nocimientos. Pero además, el dibujo ritual que ellos trazan para mostrar la órbita en que Sirio B gira alrededor de Sirio A, es absolutamente idéntico al dibujo que ofrece el moderno diagrama astronómico de la órbita de Sirio B al- rededor de Sirio A. Los dogones saben más cosas: saben, por ejemplo, que Sirio B es un cuerpo celeste extraordinariamente pequeño. La llaman Po Tolo, significando Tolo «estrella», y siendo Po el nombre que ellos dan a la gramínea más pequeña que conocen, gramínea que los especialistas conocen por el nombre de Digitaria. Pues bien, la astronomía oficial con- firmó que Sirio B es una enana blanca, una estrella pe- queña. Pero los dogones saben además desde siempre que Po Tolo es una estrella muy pesada: es la estrella más pesada que existe. Según ellos, está constituida de «sagala», que es un metal un poco más brillante que el hierro y tan pe- sado «que todos los seres de la Tierra juntos no podrían levantarlo». Según ellos, la estrella pesa el equivalente de todas las semillas, o de todo el hierro de la Tierra. juntos. Y una vez más la ciencia confirma: Sirio B (o sea, Po Tolo) 273 FA Y Wi es —en cuanto «enana blanca»— una estrella extraordina- riamente densa, o sea, extraordinariamente pesada. Si el dibujo ritual que los dogones trazan de la órbita de Po Tolo alrededor de Sirio coincide asombrosamente con el trazo del moderno diagrama de la órbita de Sirio B alrededor de Sirio A, igualmente curiosa resulta la identi- dad entre el dibujo que resulta de los conocimientos de los dogones, comparado con el diagrama que la moderna in- vestigación astronómica proporciona acerca de las frayec- torias de Sirio A y Sirio B en el firmamento. Hay más: de acuerdo con la mitología de los dogones, Po Tolo da una vuelta alrededor de Sirio cada 50 años. Y de acuerdo con las modernas mediciones astronómicas, Si- rio B describe una órbita alrededor de Sirio A cada 50 años (para ser exactos, la órbita de Sirio B es de 50,04 + 0,09 años). Más: los dogones saben que Po Tolo gira sobre su pro- pio eje, al afirmar que, además de su movimiento en el espacio, gira también sobre sí mismo a lo largo de un pe- ríodo de un año, y que a esta revolución se le rinden ho- nores durante la celebración del rito bado. ¿De dónde de- monios podían saber —no los dogones, sino nadie— desde hace siglos que las estrellas giran sobre su propio eje? ¿Y por qué sabemos que su conocimiento no es de ayer ni anteayer, sino que forma parte de un legado que ellos poseen desde por lo menos el siglo XII? Porque los dogo- nes celebran cada 50 años (que por razones rituales exce- sivamente complejas para ser detalladas aquí, pero que quedan ampliamente expuestas en el libro de Temple, no son absolutamente exactas) su fiesta «sigui», con cuya ce- lebración expresan el deseo de renovación del mundo. La periodicidad de dicha celebración queda determinada por Po Tolo; o sea, por el tiempo de su rotación alrededor de Sirio, 50 años. Desde los tiempos más remotos, cada hogon o jefe de poblado tenía que confeccionar para dicha cere- monia un recipiente impermeable de fibras de algarrobo, en el que se hacía fermentar la primera cerveza ritual. Esta primera cerveza se repartía en pequeñas dosis entre todas las familias del poblado, que la añadían a la elaborada por ellos mismos. Para cada celebración el jefe u hogon elabo- raba única y exclusivamente un solo recipiente ritual co- mún, que una vez finalizadas las celebraciones «sigui» se colgaba de la viga principal de la vivienda del hogon, en donde se sumaba a las ya allí conservadas de celebracio- nes precedentes, y así sucesivamente. Pues bien, sumando los recipientes rituales existentes, se ha podido establecer que las festividades «sigui», relacionadas directamente con la noción de la órbita de 50 años de Po Tolo alrededor de 274 Sirio y con todos los conocimientos básicamente astronó- micos enumerados en el presente capítulo, ya eran usuales entre los dogones en el siglo xt1. Doctores de la ciencia aca- démica: ¿lo pueden explicar? Los dogones lo explican afirmando que un día llegaron unos seres anfibios procedentes del sistema de Sirio con la finalidad de instaurar la sociedad en la Tierra. De ellos pro- ceden sus conocimientos. Estos seres se llamaban nommos. De acuerdo con el testimonio de los etnólogos doctores Marcel Griaule y Germaine Dieterlen, en base a la infor- mación recogida entre los dogones, estos nommos descen- dieron a la Tierra en un arca que, al aterrizar, giraba o volteaba en el aire. Eran instructores que vivian en el agua. Las descripciones del aterrizaje del arca son extremada- mente precisas: aconteció en el nordeste del país de los dogones, y produjo un ruido importante al descender. Los dogones describen el aterrizaje de forma muy gráfica: «el arca se posó en la tierra seca del Zorro y desplazó pol- vo, levantado por el remolino que causó», y «la violencia del impacto dejó el suelo rugoso [...] patinó sobre el sue- lo». Del arca afirman además que «es como una llama que se apagó al tocar la tierra». Era roja como el fuego y se volvió blanca cuando aterrizó. A lo que parece, por lo menos el día en que llegaron los nommos el hombre no fue el único ser dotado de inteligen- cia que se movía sobre el planeta Tierra. Al igual que la brillante estrella Sirio, contó con la compañía de alguien a quien no vemos, pero que parece empeñado en marcar- nos nuestra senda. En este libro intenté sintetizar sus apariciones en un marco en el que se le confunde con la noción de la divi- nidad. En Fuera de control, que toma el relevo de la cró- nica extrahumana a partir del siglo xvin, queda ya lejos el oscuro juego de nuestra creación. Los dioses han dejado de dar la cara como tales porque nosotros hemos crecido. Les podemos quitar la máscara y enfrentarnos a una tecno- logía y a un saber que rehúye aún nuestro análisis y nues- tra comprensión, mas no así nuestra atenta observación. 215 Índice onomástico | Las cifras en cursiva remiten a las ilustraciones Abiathar: 60. Abraham: 55, 69, 81, 105, 106, 116, 188, 190. — 107. Abreu de Rocha, Joáo: 264. Agobardo: 199. Agripina: 159, Águeda: 240. Agustín E Hipona, san: 36, 208. Aharón: 3 Alejandro Magno: 119. Alvares, Simão: 264. Alvares Pinto, Luis: 264. Álvarez de Solórzano, Diego: 254. Amades, Joan: Ana: 56, 57-58, 60, 109. Anderson, Roger Á.: 88, 89. Antíoco: 78, ALI. Antonio, cónsul: 158. Antonio, D.: 142; Apolodoro: 142. Audije, Manual; 235. Audón: 211. Augusto, emperador: 46, 142. Banks, Dennis: 166. Barooah, E- Ke PI: Batista, Fulgencio: 164. Beauvais, Vicente de: 70. Bedini, Daniele: 227. Beileorest, François: 251. Berkeley, Deborah: 167. Bernat: 241. Bessel (astrónomo): 273. Bharadjava: Bhasa: 126. Bhoja: 122. Bixilin: 268. Blakley, Philip: 170. Blumrich, Josef F.: 88, 89, 92, 97, A 191, 194, 195, 196. — 93, 99, Borbón, Carlos de: 230. Borrell II, conde: 216. Bouistan, Pierre: 251. Bradley, Thomas: 172. Brito, Paulo de: 264. Brown, Edward: 172. Brushnell, John: 170. Bruto, Décimo: 158. Buda: 108, 109. Buochmann, Hans: 249, 250. Buochmann Klaus: 249. Burke, John: 171. Burkley, doctor: 184, Buzi: 82. Calcidio: 41. Calno, Ricardo da: 203, 204, Cambón, Pedro: 242, Caracciolo: 249. Cardoso Osorio, Bento: 265. Carlomagno: 177, 178, 191, 192, 199, 216. Carlos 1 de España y V de Ale- mania: 238, 239, Carter, Hodding: 170. Carter, Jimmy: 171, 172. Carter, Rosalyn: 166, 172. osani fray Bartolomé de las: Casas Homs, Josep Maria: 257. Castellanos, Mercedes: 199, 202. Castro, Fidel: 164. Cayo Scribonio: po QU Cellini, Benvenuto: 246. César, Cayo Julio: 155, 156, 158. Cicerón, Marco Tulio: 143, 144, 146, 147, 223: Cieza de León, Pedro de: 235, 242, Cisneros, Gonzalo Francisco Ji- ménez de: 219 Š > gi k $ i Clarke: 273. Claudio, emperador: 142, 158. Clemente de Alejandria: 36. Cneo Octavio: 155. Cobelli, Leone: 226, 237. Colón, Cristóbal: 25, 235. Cómodo: Constantino el Grande: 161. Cornelio Orfito: 142, 158, Cortés, Hernán: 108, 159, 236, 248, an 187, 253, Cotta, Nicolau: 264, Coutinho, Gastáo: 264. Cysat, Renward: 249, 250, Chamberlain, profesor: 183, Chao Wang: 130 Cheu, los: 130. Chong Zheng, emperador: 263, 267, Daciano, emperador: 222, Daniel: 42, 43, 231, 232. Dante Alighieri, llamado el: 213. Davil: 69. Davis, Ángela: 166, 172. Diaz del Castillo, Bernal: 235, 236, 237, 238. — 253, Dídimo Judas-Tomás: 19. / Dieterlen, Germaine: 271, 275. Dio Cassius: 143, 149, 156, 160. Diodoro de Tarso: 41. Disraeli, TE 16. Dolabella, P.: 142. Domicio, s 143. Drake, a Raymond: 146, 199, Dulles, Allen: 173, | Durán, fray Diego: 188, 189, Durant, Georges: 91 Duval: 91. Dwyer, Richard: 168, 170. Edmundo, san: 205, Einstein, Albert: 72, — 79. Elias (profeta): 69, 72, 116. Elidoro: 206. Elio Lampridio: 160, Eneas Silvius: 132, 146, inoch: 69, 116. inrique Il de Inglaterra: 210. iscalante, Juan de: ¿scudero de Cobeña, Matías: 256. Esteban de Inglaterra: 205. Estrabón: 156. Fuger: 69, Eurípides: 141, Husebio de Cesárea: 161. 280 Ezequiel (profeta): 81, 82, 83, ra 85, 86, 88, 89, 90, 92, 96, 97, 101, 102, 191, 232. — 93, 99, 509 Faber, Will: 247, Fannio, G.: 143. Fedorov, Levka: 267. Felipe II: 254. Felipe III: 251. Feng Mengzhen: 258. Fessard, esposos: 182. Flamel, 'Niclaus: 92, Flexner, profesor: 183. Freixedo, Salvadór: 185, 186, 189, 190, 228, 2 ; Fulcanelli: 1, 92. Gabriel: 102, 104, 105, 106. — 107, 113. Galeno: 141. García, rey: 219. Germánico: 15 Gibbon, Edward: 161. Giraldus Cambrensis: 206. Glanville, Bartolomé de: 210, Glaser, Hans: 246, — 253. Gloucester, duque de: 214, Goethe, Johann Wolfgang von: 102. Gómez Hernández: 243. Graça, Manuel de: 265. Griaule, Marcel: 271, 275. Grimaldus, duque de Benevento: 199, Guang Hua, emperador: 135. Guelielmotti, Alberto: 248. Guimarães, João de: 264. Haag, Herbert: 65. Habacue: 42, 43, 231, 232. Halil Eldem. -= 2 Hampate Ba, Amadou: 270. Hapgood, Charles H.: 24. Hauser, Kaspar: 199. Herodes: 44, 45, 48, 52. Herodiano: 160. Hitler, Adolf: 77. Homero: 1 Hrodgaudus: 177. Hu Shaoshan: 267. Humes, James: 183. Iacobus de Lo a 222, Ignacio, san: Isaac: 55, 57, a 190. Isachar: 56. Isaías (profeta): 71. — 79. e Ismael: 105. Ivashutine, Piotr Ivanovich: 176. Jackson, George: 166. Jacob: 33,31, 0%. Jaume I el Conqueridor: 218. — 233. Jefté: 190, Jerónimo, san: 208, Jesús de Nazaret: 31, 40, 43, 44, 46, 48, 51, 52, 54, 55, 56, 57, 60, 6l, 62, 63, 64, 66, 68, 69, 70, 7 72, 109, 111, 116, 130, 161, 164, 186, 190, 227 244. Jia Yu: 197. Jianjing, emperador: 232, 248. Jianxig, emperador: 131, 132. Joao Baptista: 264, Joaquin: 56, 57, 58, 60, 82. Jones, James Warren, llamado Jim: 165, 166, 167, 168, 170, 171. Jorge, san: 218, 220, 221, 222, 223, 224, — 233, 241. José de Nazaret: 45, 52, 54, 55, 57, 60, 61, 71, 108, 186. Josefo, Flavio: 158, 213, 237, 252. Jourdain: 91. Juan (evangelista): 70, 72. Juan de Austria: z Juliano, Didio: 160, 161. Julio Africano: 41. Jung, Carl Gustav: 246, 248. Kai Yuan: 134, 135, Kalidasa: 124, Kangxi, emperador: 268. Kanjilal, Dileep Kumar: 111, 112, 117, 126, 127. — 139, Kautilya: Er A Ke Yang: 131, 134, Keller, Werner: 50, 51. Kennedy, John F.: 182, 183, 184, Kilduff, Marshall: 167. Koosaka, Katsumi: 157. Kurtis, mayor: Langevin, Paul: 72. Le Lionais, Francois: 72, Leitáo, Domingos: 264. Lepido, M 47. Lewis, Marvin E.: 1o, 170. Lhote, Henri: 23, — 39, 59, Lifton, David $.: 183 184, Lineham, padre: 25. Liou Ying: 214, Lippi, Filippo: 227. — 247. Lopes, Francisco: 263, 265. Lopes, Manuel: 264, López, Bautista: 251. Lorenzo (monje): 177. Lou Ao: 262. Lü Yu: 232, 234, Lucas (evangelista): 66. Lucius Scipio: 146. Lúculo: 154. Lycosthenes, Conradus: 144, 146, 149, 150, 152, 160, 161, Macklin, John: 199, 202. Machado, Gerardo: 164, Magin, san: 216. Mahoma: 19, 63, 72, 102, 104, 105, 106, 148, 162, 179 212, 219. — 107, 113. Majencio, emperador: 161. Mallery, Arlington H.: 25. Man, los: 262. Mangoinga: 245, Manilio, Octavio: 147. Manson, Charles: 165, Marcio, Q.: 142. Marco Aurelio: 160, María Magdalena: 64, 65, María de Nazaret: 44, 52, 54, 55, 56, 57, 60, 61, 63, 64, 65, 69. 70, l t 106, 108, 109, 179, 185, 186, Mario, Cayo: 144, 153. Mateo de Paris: 162, 214. McCoy, Richard: 170, Mehmet, Hachi: 24. Mentelin: 70. Mercedes: 9, Mervyn-Dymally: 167, 172. Mesnier, Isaac: 259, Midszentv, Josef: 172. Migne: 177. Miguel, san: 216, Ming. los: 129, 224, 232, 258, 262, Miranda, Antonio de: 264. Miró: Miró, Olegario: 215. Mitridates: 154. Moisés: 46, 54, 69, 72, 74, 75, 76, 77, 116, 132, 184 185, 186, 188, 212, — 87, Mondale, Walter: 166, 172. Monika: Y Montezuma o Moctezuma: 236, 237, 238. Moscone, George: 166, 172. Mosquera Armendáriz, Jesús: 254. Mucio, 0.: 142. Muhammad ed-Dhib: 35. Mulholland, John: 173, 174. 281 Narada: 125. Narváez, Pánfilo de: 211. Nerón: ] Newbury, William de: 162, 205. Newton, Huey: Niu Xiu: 268 Norbanus: 146. Numa Pompilio: 147. Núñez Cabeza de Vaca, Alvar: 211. 212. Obsequens, Julio: 143, 144, 149, 150; 152, 153, 154, 155, Ofito, Cornelio: 142, Ohlmeyer, Harold Z.: 24. Oliver, George: 30. Olson, Frank: 171. O'Neill, Gerard: 111. Orteguilla, paje: 236. Oswald, Lee Harvey: di Otazo, Marcos: 245. Ovidio: 158. Pablo de Tarso: 66. Pacheco, Juan: 243, 24. Pánini: 120. s Papirio, Cayo Cecilio Cneo: 153. Pedrajo, Manuel: 12 Pedro, san: 69, 72. Peradejordi, Juli: 212, 213. Pereira Caldas, doctor: 264, Pereira de Castro, Gabriel: 265. Pereira da Silva-Caldas, A.: 265. Perseo, rey: 147, 223, Pescione, Andrea: 251. Pilatos: 65. Planco, L.: 142. Plinio el Viejo: 132, 142, 143, 149, 150, 152, 154, 155, 158, 160. Plutarco: 141, 143, 146, 147, 148, 149, 153, 154, 156, "198, Pompeyo: 155, 156. Porcio, M.: 142. Postumio, Pes 20 147, 148, 156, 223. Postumio, $p.: 142. Preston, William: 30. Prisceano: 208. Próculo, Julio: 143. Pu Song-ling: 266. Pujades, Jeroni: 257, 258. Qiu Fuzou: 232, Oui Jingye: 132. Quiang Young: 224. Quiangfu: 134, J H ¿ Rachewiltz, Boris: 34, Radulph o Ralph: 203, 210. u a Coggeshall: véase Ra- - dulp Raquel: 57. Reagan, Ronald: 77. Reis, Piri: 24, 25, 26. — 47. Rievskei, Ivatchko: 267. Rodrigues, Ambrosio: 264, Rodrigues, João: 264, Roze, abate: 91. Ruben: 56. Ruffini, Camilo: 229, Ruskin: 91. Rutledge, Harley D.: 22. Ryan, Leo J.: 167, 168, 170. — Sá, Francisco de: 264, Samuel: 57. | San Juan de Yssasi: 254, 255. Sánchez Luis: Santa Maria, fray. Juan de: 244. Santiago (apóstol): 72. Sara: 57, Sayanácáryya: 120. Scribonio, Cayo: 155. Scholz: 69. Schürmann, Hans: 250. Schwartz, L.: 30. Semnáni: 212. Séneca, Lucio Anneo: 158, 159. Sereno: 249, Sergl: 9, Soa; Junipero, fray: 235, 240, Sheen, Fulton J.: 130. 143, 144, Silva-Caldas: 263. Simeón: 4, Soares, Antonio: 265. Somera, Ángel: 242, Song, los: 131, 196. Suetonio, Cayo: 155. Tamaracunga: 242, 243, 244. Tang, los: 131, 132, 134, 135, 1%, 265, 266. W Tang Peiyo: 135. Tao Zhongyi: 223, 227. Taranatha, lama: 121. Tarquino: 147, 156. Tate, Sharon: 165. TEmo, Robert Kyle Grenville: Teodosio, emperador. 144, 161. Tesserant, Claude: Tian Yu, reia 135, Timoleón: > a 143, 144, 146, 149, 150, Tomás (apóstol): 66, 70, Torralba, o 220, 228, 229 230, 231, 232, 2 Tracy, Phil: A Trevisano. Bernardo el: 213. Tsing, los: 224, Tulli, Alberto: 34. Turner, Stansfield : Tutmosis III el Grande: 34. Valdivia, Pedro de: 235, 238, 239, 153, Valerio, Lucio: 144, Valmiki: 114, 116. Varrón: 51. 171, 172. Vatieno, P.: 147, 223, Vignati, Alejandro: 9, Vignay, Jean de: 70. Villas-Boas, Joáo: 264. Virgilio: 143, 212, 21 Volterra, cardenal: 3, 230, + Walters: 25, Wan Li, emperador: 258, Wang Jia: 131. Wang Pu: 267, Wekh, profesor: 184, White Bear: 191, 192. Wolffhart, Karl: véase Lycosthe- nes, Conradus. Wright, hermanos: 122. Xia Ji: 131. Xizhong, emperador: 134, Yan Zun: 131, 1%. Yao, emperador: 131. Yital: 258. Yuan, los: 214. Yuan Shun, emperador: 223, Yuan Yingta: #62 Zhang Zuo: 132, 134. Zhao Xigu: 131, 196. Zúniga, Diego de: 230. Impreso en el mes de mayo de 1984 Talleres Gráficos DUPLEX, S. A. Ciudad de la Asunción, 26 Barcelona-30 Antonio Ribera En el túnel del Tiempo ¿Qué es el Tiempo? Este libro tiene como tema central el Tiempo: contiene manipulaciones, cambalaches, prestidigitaciones, escamoteos, imposibilidades, posibilidades, teleportaciones, apariciones, reapariciones y desapariciones, todo ' ello relacionado con, sobre, bajo y cabe el Tiempo. Desde el riguroso y profundo estudio que los ummitas dedican al Tiempo, en unas páginas que en parte son totalmente inéditas, hasta casos alucinantes en que el Tiempo desempeña el papel de protagonista, como la mujer que recordó su contacto con unos ovninautas treinta años después, o el avión que tenia veinticinco minutos de más — no explicados— en su vuelo, hasta el caso del matrimonio que fue llevado en un santiamén con su coche a miles de kilómetros, tras meterse en una misteriosa niebla, Antonio Ribera pasa revista a un documentado anecdotario procedente de su documentación recogida durante más de treinta años de investigación de "hechos condenados” por la Ciencia. El libro recoge además algunos relatos y leyendas significativos, como el del soldado español que en el siglo XVI apareció de pronto en la plaza Mayor de Ciudad de México, pese a hallarse la vispera de guarnición en Manila; la leyenda de Rip van Winkle, el hombre que “durmió” veinte años, la fábula del pescador Urachima, la historia de los Siete Durmientes, casos de islas que aparecen y desaparecen, no sólo del mar, sino de los mapas, junto con muchas cosas más. Libro ameno y documentado, como ` todo lo que escribe Antonio Ribera, que reune una profunda erudición, un gran dominio del estilo y unas extraordinarias dotes de escritor. La obra termina con una traca final inesperada..., pero deliciosa, en la que el autor “juega con el Tiempo" a través de una serie de personajes miticos, a los que hace regresar a nuestra época, con el consiguiente anacronismo que es pretexto para una aguda sátira social. Editorial Planeta ércegaa. 273-277. Barcelona-8 Casi desde el momento en que adquiere su propia consciencia, desde los albores de la humanidad como tal, el hombre acepta como lógica la existencia de fuerzas inteligentes, de seres supuestamente no humanos —dioses, ángeles, demonios y un sinfín de intermediarios— que intervienen directamente en el curso de nuestra vida sobre este planeta. Sin necesidad de recurrir a testigos dudosos, los textos que en el curso de los tiempos han ido reflejando el acontecer de la historia de la humanidad están salpicados de testimonios que ilustran la presencia permanente de objetos volantes que evolucionan de forma inteligente a baja altura sobre la superficie terrestre. La lista de tales avistamientos en todo el mundo y en todas las épocas prueba que la actuación y la intervención de una o de varias inteligencias distintas a la nuestra forman parte integrante y continuada de la historia de la humanidad. Tras veinticinco años de estudios dedicados a esta temática, Andreas Faber-Kaiser aporta las pruebas suficientes en cantidad y en valor documental probado que demuestran la presencia en nuestro hábitat planetario de seres inteligentes no pertenecientes a nuestra comunidad humana. Yendo más allá de la pura prueba documental, el autor busca la razón de esta presencia extraña. Comparando y relacionando entre si los datos que la historia nos ofrece, llega a la conclusión de que, bajo el disfraz de la divinidad, otras razas cósmicas vienen empuñando desde siempre las riendas de nuestro destino, en un juego que el ser humano —siendo elemento clave del mismo— solamente es capaz de atisbar, sin llegar a comprender ni su real dimensión ni su significado. Personajes como Jesús, Buda, Mahoma, Carlomagno, Hernán Cortés y tantos otros pierden su carisma individual divino o heroico para mostrarse como simples piezas en el engranaje de una descomunal manipulación planetaria. Colección Documento Andreas Faber-Kaiser Crónica extrahumana antigua Planeta TART |