UGO ENRICO PAOLI URBS LA VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Traducción del italiano por J]. FARRAN Y MAYORAL y NATIVIDAD MASSANES CON 138 CRABADOS ENTRE TEXTO Y 32 LÁMINAS EDITORIAL IBERIA,S.A. Plató, 26 - 08006 Barcelona La edición original de esta obra ha sido publicada en italiano con el titulo VITA ROMANA Sexta edición Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos, así como la exportación e importación de esos ejemplares para su distribución en venta, fuera del ámbito de la Comunidad Económica Europea. © Editorial Iberia, S.A., Barcelona, 1990 ISBN: 84-7082-270-5 Depósito legal: B. 43092-1989 Printed in Spain Imprenta Juvenil, S.A. - Maracaibo, 11 - 08030 Barcelona INDICE ADVERTENCIA DE LOS EDITORES DE LA NUEVA EDI- CIÓN ESPAÑOLA . PREFACIO DEL AUTOR A LA PRIMERA EDICIÓN ES- II. PANOLA ROMA I. De Rómulo a Constantino. — II. De la «Roma Qua- drata» a las catorce regiones augústeas y a la Roma aureliana. — III. El centro de la gran Roma. — IV. El Foro. — V. Los foros imperiales, — VI. La vida en el Foro. — VIT. Los barrios populares. Las tiendas. El barrio de la «Subura». — VIII. La zona monu- mental de Roma. — IX, El Circo Máximo. El Aventino. — X. Los grandes mercados junto al Tiber. La zona de los grandes almacenes y del comercio ultramarino. — XI. El Palatino desde los orígenes de Roma a Nerón. — XII, La «Domus Aurea» de Nerón. — XIII. El Pala- tino desde la época Flavia al Bajo Imperio. — XIV, El Capitolio. — XV. El ampliado centro de Roma. El Celio. El Quirinal y el Viminal. El Pincio, «collis hortorum». — XVI. El «Campus Martius». — XVIT. El Esquilino. — XVIII. Paredes y puertas. — XIX. «Trans Tiberim». — XX. La vida en las calles de Roma. — XXI, Roma de noche . o. LA CASA ROMANA I. Los dos tipos principales de casa romana. — II. La casa romana señorial (tipo pompeyano).—ITI. La man- zana de casas de alquiler (tipo ostiense). — IV. Caracte- res generales de la casa señorial; sus diversas par- tes: «vestibulum y fauces», la puerta, el «posticum», «atrium, tablinum, alae, anfron, peristylium, exedra, oecus», las alcobas, el «triclinium», la cocina, los cuar- tos para los esclavos, las «tabernae». Partes accesorias. Frescos murales, estucos, mosaicos. — V. Plantas de casas pompeyanas . o. . o Páginas XI XIII yI III. IV. VI. VII. VIII. IX. ÍNDICE LA CASA DE CAMPO ROMANA I. «Villa rustica» y «villa urbana». — II. Esquema ge- neral de la «villa rustica». La «villa rustica» de Bosco- reale, cerca de Pompeya. — III. La «villa urbana». — Las villas de Plinio. — IV. Los lugares adyacentes a la villa bn ia eG A adre he ga EL MOBLAJE DE LA CASA I. Diferencia entre el mobiliario romano y el moderno. — II. «Instrumentum» y «supellex». — III. Los mue- bles de la casa romana: la cama; los asientos; las mesas; los armarios; las lámparas. — IV. Espejos y relojes E A Me” See, A E A SE LOS MANJARES I. Diversidad d2 gustos entre los romanos y nosotros. — II. Los principales manjares romanos. — III. El «garum» y el «allec» . o EL BANQUETE I. Las comidas del día. — II. La ordenación del ban- quete E s VESTIDOS, CALZADOS Y ORNAMENTOS I. Del vestido de los romanos en general. — II. La «tu- nicas. — III. La toga. — IV. Los mantos. — V. Los vestidos femeninos. — VI. Los calzados y sombreros. — VII. Los ornamentos de) et de de CAs BARBA Y CABELLOS I. La barba. — II. Los cabellos. LA MUJER EN LA FAMILIA ROMANA I. La educación de la mujer romana. — II. El matri- monio. — III. Las bodas . a o 4 LA ESCLAVITUD EN ROMA I. Del comercio de los esclavos en general. — II. El número de los esclavos en las familias romanas. — III. «Familia rustica» y «familia urbana». Especula- ción industrial con el trabajo de los esclavos. — IV. La posición jurídica de los esclavos y su trato en la fami- lia romana. — V «Peculium»; «contubernium»; penas serviles. — VI. «Manumissi» de ico ln ae a Páginas 91 101 117 125 139 157 165 XI. XII. XIII. XIV. XV. XVI. ÍNDICE VII LOS FUNERALES Páginas I. Los últimos cuidados. — II. El cortejo fúnebre. — III. La inhumación. La hoguera . oa’ POMPEYA, LA CIUDAD SEPULTADA I. Contribución de las antigüedades pompeyanas al co- nocimiento de la vida privada romana. — II, Pompeya antes de la erupción. — III. Pompeya después de la erupción, Las excavaciones . eo a CALLES, CASAS Y DIRECCIONES I. Calles sin nombre, casas sin número y hombres sin dirección. — II. De la gran utilidad práctica que la numeración ofrece al hombre moderno. — III. Indi- caciones topográficas antiguas mediante referencias ge- néricas. — IV. Proximidad a monumentos o lugares públicos: estatuas, sacelios, templos, bosques sagra- dos; monumentos públicos y puertas; jardines; curio- sidades ciudadanas. — V. Las tiendas, — VI. Los ár- boles. — VII. Caprichos de la toponimia urbana . LA INDUSTRIA I. Desarrollo progresivo de las industrias en Italia y en el Lacio. — II. La industria en Roma y en los centros italicos, — III. La industria en las provincias. — IV. El imperialismo de Roma no fue imperialismo industrial. — Y. Los esclavos en la industria. — VI. El artesanado libre. — VIT. Industria antigua e industria moderna. — VIII. Industria doméstica . a LA VIDA INTELECTUAL I. Los primeros estudios. — II. La enseñanza del «grammaticus», — III. La enseñanza del «rhetor». — IV. Las lecturas públicas . PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA, PERIÓ- DICOS, CORREOS I. Papiro y pergamino; otras materias para escribir. —II. Limitada producción de materias para escribir. — III. El papiro. — IV. El pergamino. — V. El libro. — VI. La tinta. — VII. La pluma. — VIII. Las table- tas enceradas. — 1X. Actas públicas y periódicos. — X. Esclavos empleados en la escritura. — XI. Libreros; editores, — XIT. Bibliotecas privadas y públicas. — XIII. El correo en la época romana . o. 175 181 187 205 227 235 VIII XVII. XVIII. XIX. XX. XXI. XXII. XXIII. ÍNDICE. LOS ABOGADOS I. Dignidad de la abogacía en Roma. — II. Carácter esencialmente politico de la abogacía en la época repu- blicana.—III. El abogado romano y el abogado de hoy. — TV. Con el Imperio, la abogacía se convirtió en pro- fesión. — V. «Iuris consultus» y «orators. — VI. Asis- tencia y no presentación. — VII. El abogado romano en los procesos penales. — VIII. La abogacía, oficio pe- sado. — IX. La preparación de la discusión («medita- tio»). — X. La discusión pública. — XI. Los «causidici». LOS MÉDICOS I. El arte médica en Roma. — II. Remedios empíricos. — III. Los médicos de profesión . o. LOS BAÑOS I. El baño romano. — II. Las partes esenciales de las termas, — III. Funcionamiento de los establecimientos termales, La vida en las termas. — IV. La calefacción. LOS VIAJES I. Los viajes. — II. Los vehículos . DIVERSIONES Y RECREOS DE GRANDES Y PEQUEÑOS I. Juegos de niños. — II. Juegos infantiles colectivos; juegos originarios de Grecia; el juego del rey, de la olla, etc. — III. Los juegos de azar. — IV. Los juegos sobre la «tabula lusoria». — V. Los deportes en el «Campus Martius». Otros pasatiempos. — VI. El baile. CAZA Y PESCA I. Incertidumbre cronológica acerca de los comienzos en Roma de la caza como deporte. — II. «Venatio» y «aucupium». — III. La «venatio». — IV. El «aucu- pium». — V. La pesca . a LOS JUEGOS CIRCENSES I. «Ludi circenses» y «ludi scaenici». — II. Ordenación de los «ludi». — III. Los «ludi gladiatorii»n. — IV. Los concursos de coches. Las avenattiones». — V. Ejecu- ciones públicas de delincuentes. Exaltación sanguina- ria del público . . a Páginas 257 275 293 303 307 321 331 XXIV. XXV. XXVI. XXVII ÍNDICE EL TEATRO I. Los «ludi scaenici». La tradición del teatro griego. — II. El teatro romano continúa las formas del teatro helenístico. — III. Ordenación exterior del teatro ro- mano. — IV, El público . e «ITALUM ACETUM» I. La chanza romana. — II. El epigrama satírico. — III. La chanza en los triunfos, en los funerales, en las bodas. Pasquinadas y maledicencias de salón. — IV. Contra los habladores, los vanidosos y los avaros. —Y. La burla contra los feos. — Vi. Debilidades hu- manas puestas en berlina . e CREENCIAS PAVOROSAS, SUPERSTICIONES. SORTILEGIOS I. El «coco» de los niños. — II. Lemures y espectros. — TIT. El lobo hechicero, el hombre marino, etc. — IV. Fórmulas mágicas y supersticiones. — V. Las de- fixiones. — VI. Sortilegios de mujeres enamoradas . DECADENCIA EDILICIA DE ROMA I. De Constantino a las incursiones de los godos y de los vándalos. — IT. El asedio de Vitiges y sus conse- cuencias. — III. La avidez de las piedras. — IV. Mo- numentos que se convierten en reductos. —V. La suerte de los edificios menores. — VI. De los mármo- les se hace cal. — VII. Se comercia con los fragmentos arquitectónicos. — VIII. La obra destructora en los si- glos xv y xvi. — IX. La gran costra de barro. — X. La recuperación de la Roma antigua. — XI. La Niobe de las naciones . . IX Páginas 341 349 363 377 ADVERTENCIA DE LOS EDITORES DE LA NUEVA EDICIÓN ESPAÑOLA Al publicar esta nueva edición, parece obligado subrayar algunas características de la misma, y ello es lo que aquí se hace, muy brevemente. Desde luego, el texto se ha ampliado, y a tal efecto, de acuerdo con el Prof. Paoli, hemos utilizado la última edición aparecida en lengua italiana. Es decir, la sexta, que corres- ponde al año 1951 y en la que el autor incluyó un nuevo capítulo, el que lleva por título Calles, casas y direcciones. También se ha aumentado el número de los grabados, si bien en términos limitados y para adaptarnos a las intenciones del autor, que, como indica en su prefacio, prefiere lo rara- mente documental a las fáciles ilustraciones, Y, en fin, hemos seguido el mismo plan de la última edición italiana. Este plan es, evidentemente, más lógico y sistemático que el de otras ediciones anteriores, y entre éstas, la primera española, El panorama desarrollado por el Prof. Paoli, con, arreglo a ese plan, cobra mejores perspectivas. Y, natural- mente, no hemos dudado en adoptarlo. En pocas palabras: todo el texto conocido se recoge en esta nueva edición; se le añaden algunas páginas más, y cada capítulo queda mejor situado. PREFACIO DEL AUTOR A LA PRIMERA EDICION ESPANOLA Se habla mucho de la civilización romana; pero, en general, se habla de ella «de oidas», repitiendo algunos luga- res comunes, la mayoria de los cuales, aunque a veces se apoyen en testimonios dignos de confianza, estan alterados por un error de valuación y dan lugar a juicios inexactos o falsos. Los datos informativos de que nos servimos para hacer revivir la antigúedad romana, y en particular cuando se indagan ciertos aspectos de la vida privada y cotidiana, antes de ser utilizados son examinados con prudencia, uno por uno; no son materia en bruto para tomar y poner aquí, con la sola preocupación de catalogarlo todo bajo determi- nados vocablos. Es menester en toda ocasión remontar a las fuentes y leer bien. No es necesaria mucha perspicacia crítica para comprender que cuando un hecho concerniente a la vida romana es dado como verdadero, sí, pero también como ex- cepcional, no hay mayor necedad que decir: «Los romanos hacían esto», cuando, por el contrario, lo que se dice en rea- lidad es que los romanos «no hacían esto»; porque lo que sucede es que no se ha reparado en la rareza de aquel hecho. Si, además, hay en el escritor intención de exagerar o cari- Caturizar, se deberá tomar en cuenta aquella intención y no dejarse ilusionar, tomándolo al pie de la letra; pero ni en este caso deberá descartarse la información que nos viene de él, pues debe considerarse que debajo de ello hay una pequeña verdad por descubrir, precisamente la que da sabor y malicia a la fantástica invención; todo está, pues, en re- ducir la pequeña verdad escondida a sus justas proporciones y a su verdadero perfil. XIV PROLOGO Por esto el lector no hallara aqui repetidas afirmaciones como éstas: «los romanos engordaban a las murenas con la carne de sus esclavos» (recuerdo haber visto, siendo nifio, no sé dónde, pero si en un libro célebre, una ilustración muy grande y muy fea donde había un amo, envuelto en la toga, con dura e imperiosa mueca, y un esclavo arrojado de cabeza a un estanque, y las murenas que se colaban muy calladitas por allí, avispadas y dispuestas a comérselo); o bien: «durante el convite los comensales se servían como servilleta de la cabellera de los esclavos jovencillos»; o tam- bién: «cuando, en el baño, alguien no tenía dinero para pagarse el masajista, se hacía el masaje por sí mismo, fro- tándose la piel en la pared de las termas». En los autores estas noticias las hallamos realmente; pero la primera es referida por Séneca como ejemplo de es- pantosa crueldad en el castigo de un esclavo, aunque fuese digno de castigo; la otra es una amena ocurrencia de Pe- tronio en un banquete lleno de sorpresas y refinamientos inauditos; la tercera, que se lee en Elio Sparziano, uno de los Scriptores historiae augustae, recuerda un caso aislado y nuevo: según parece, un soldado viejo, no teniendo cria- dos, recurrió, para hacerse el masaje, al procedimiento que se ha dicho; ello despertó curiosidad y fue notado. También lo notó el emperador Adriano, y como le desplugo, dio a aquel desgraciado esclavos y dinero para que dejase un sis- tema de masaje tan poco decoroso, especialmente en un ex militar. Los autores, en suma, dicen una cosa; pero si la noticia que nos suministran es aislada de todo el resto, y generalizada, se entiende otra muy diversa de la que está en el texto, a veces completamente contraria. Los ejemplos de estas desviaciones se podrían multiplicar hasta no acabar nunca; el estudio metódico de las antigúedades privadas tiene por objeto poner las cosas en su lugar. Cualquiera que de uno u otro modo sea inducido a pensar en el mundo romano (ve un fragmento de objeto, lee una poesía, visita un museo, recuerda una anécdota histórica), no puede imaginarse aquel mundo sino como un mundo de hombres, los cuales, si hoy están muertos, en un tiempo estu- vieron vivos. Y precisamente porque estuvieron vivos nos viene la curiosidad de informarnos de la manera que comían, cómo alhajaban su casa, cómo vestían, cómo pasaban la ve- lada; de saber a qué hora los niños iban a la escuela y si PROLOGO XV se llevaban la merienda; de qué modo acaecían los noviaz- gos; cuáles eran los medios de iluminación y de calefac- ción; si usaban las esquelas mortuorias, etc. Unas cosas se saben; otras, no; acerca de otras hay duda, porque aquel acostumbrado «oído decir» las más de las veces está rodeado de un halo de incertidumbre. ¿Es así?, ¿no es así?, ¿debe- mos creerlo? Esa venerada antigiiedad romana, a quien quiere representarla en concreto, se presenta llena de lagunas e inaferrable, enigmática como una esfinge. ¿Es verdad que los romanos cocían las setas con miel, y los pescados con albaricoques y albérchigos desmenuzados” (parece extraño, pero es verdad; véase pág. 119). ¿Es verdad que las señoras romanas salían de casa sin sombrero, pero también usaban la sombrilla? (véase pág. 149). ¿Es verdad que los invitados a un banquete se llevaban a casa las sobras de la comida, poniéndolas en una servilleta? (véase pág. 129). Y en muchos que, poco prácticos en esta materia, estén to- davía deseosos de saber, la lista de las dudas se prolonga al infinito. Se dice — pero, ¿quién lo garantiza? — que al entrar en la casa de los demás era menester quitarse los zapatos (es cierto que era menester quitárselos; véase pá- gina 147); que hasta en las familias más señoriales se co- mía con las manos y se tiraban los desechos por los suelos (es seguro: espinas de pescado, huesos, cáscaras, detritus, un poco de todo, pertenencia y delicia de los ratones (véase la página 132); y que en cada ciudad había un pequeño par- que de bomberos (véase pág. 103); que en el centro de la ciudad, para que el peatón estuviese seguro de su propio pellejo, estaba prohibida la circulación de los vehículos (véa- se pág. 305). ¡Oh, cómo han cambiado los tiempos! Pero, ¿es esto verdad? Hay en todos nosotros un interés general por el mundo antiguo, que nos impulsa a ir a curiosear dentro de las ca- sas, las termas, las escuelas; y es éste un interés que luego se va extendiendo y multiplicando, y hace más arduo el cometido del que se proponga satisfacerlo. No basta se- guir al ciudadano de Roma en la repetición cotidiana de sus costumbres individuales; el lector quiere, además, una visión panorámica de la vida ciudadana; nos pide que lo introduzcamos entre las masas actuantes, acosadas por las imprescindibles exigencias de la vida, que despiertan al hombre cada mañana con el programa poco variado de tener XVI PROLOGO que buscar entre mil tareas el modo de llegar a la noche y, cuando se puede, divertirse también un poco; quiere co- nocer la ciudad misma: calles, habitaciones, monumentos y gente en movimiento; y, dentro de aquel grande escenario, oficios, profesiones y caracteres, juego de intereses y tumulto de muchedumbre. En la segunda parte de esta obra, que en la edición ita- liana constituye un volumen aparte, el asunto se presenta, pues, más complejo y de mayor empeño, porque la tarea de reconstruir sinfónicamente un mundo muerto, bajo la guía de testimonios fragmentarios y alusiones a menudo aisladas, u obscuras, o tendencias, impone a quien se aplique a ella que no se limite sólo a registrar con pasiva diligencia una polvareda de áridas noticias, ni únicamente a aclarar en qué grado es cada una digna de fe, sino también (y esto es lo difícil) a darle un valor humano, es decir, a buscar en ellas, más allá de los límites de la mera información, huellas de la vida de entonces, entendida en el más amplio sentido. La indagación erudita que pesca el dato y lo ela- bora críticamente resultaría una operación bastante sencilla si todo se redujese a esto; pero para iluminar aquel dato, para volverlo actual y hacerlo vivir, entra en función la fantasía; y si bien esto es bello, no deja de ser extremada- mente peligroso. Por esto el que estudia el mundo antiguo, por muy prudente que sea, está obligado por su tarea a «vivir en peligro»; aunque no quiera, si se pone a escudriñar en los textos para buscar en ellos, con pasión de moderno, datos de vida antigua, no puede menos de descubrirse y poner en ello algo de sí mismo; y deberá suponer siempre un lector insospechado que al leer vaya constelando la lec- tura de puntos de interrogación y de cuando en cuando le pregunte a quemarropa: «Pero ese mundo, en fin, así como tú me lo presentas, ¿es una reconstrucción histórica objetiva o te lo has sacado tú de la cabeza?» Hay, pues, aquí algo más que una obligación de pro- bidad y de exactitud, y es más bien un descargo de respon- sabilidad el que me haya parecido oportuno indicar las fuentes, aunque ello acarree el desagradable resultado de ver aumentarse la mole de las notas, que en libros como éste, destinados al modesto oficio de divulgación, debieran ser reducidas al mínimo. Puesto en condiciones de com- probar, el lector, o prestará al libro una adhesión más con- PROLOGO XVII vencida o cordial, o será más justo en su disentimiento. El que lea debe tener la impresión de que el autor no tra- baja en el vacío con la imaginación, sino que labora un material documentario; que si bien le es indispensable pres- cindir de sus impresiones personales, él es el primero en estar convencido de que este libro sería el más perverso y dañoso de los libros si tuviese, no digo la intención, sino únicamente el aspecto de una novela, y no se incluyese, al contrario, a su manera, entre los manuales de antigúedades romanas. En efecto, ¿cómo se ha originado? Es un largo y agradable paseo que un amante de cosas antiguas ha hecho entre sus apuntes y sus fichas, guiado de un sentido de actualidad y cierto gusto y complacencia de habilidad com- binatoria. Quien compare este volumen con otros de su gé- nero hallará que han sido puestos a contribución no pocos pasajes informativos que habían quedado ocultos y no debi- damente coordenados, Ahora falta ver si, como ha sido pla- centero el componerlo para quien lo ha compuesto, será placentero el leerlo para quien lo lea. Pero el rápido agotarse de sus varias ediciones y la favorable crítica que este vo- lumen ha obtenido en Italia hace esperar que libros de este género hallen amistosa acogida por todas partes, y ello en virtud más del tema que de las limitadas fuerzas del es- critor, que se propone únicamente ser diligente, pero no enojoso. Libros semejantes no existen en Italia; Alemania tiene el Friedlaender; Francia, el Carcopino, diversísimos entre sí, aunque originados en un mismo propósito. En Italia no habia mds que colecciones de pasajes de autores, coorde- nados de modo que dieran una idea de la vida romana, compilados con doctrina y gusto excelentes, pero que no servían a quien no conociese el latín o que se hubiese con- tentado con leerlo durante los cursos escolares. Y cuando no, manuales esquemáticos que podrían ser consultados útil- mente como repertorios, pero que no invitaban a una lectura continuada. Y, con todo, son necesarios libros como éste, aunque sólo sea por reacción contra aquella concepción romántica de la Roma antigua en la que de la Roma antigua hay harto poco, aunque tal concepción encuentre aún hoy sus propugnadores, tanto más sinceros cuanto menos informados. ¿Cuál era la verdadera faz de la Roma cotidiana? 2 XVIII PROLOGO Esto se pregunta; y a quien desee una respuesta libre de preconceptos retóricos, aparecerá la función disciplinadora de los apuntes y fichas a que aludía, diminutos fragmentos de erudición, pero al mismo tiempo apelación a la realidad his- tórica y justificación del libro. Este volumen va ricamente ilustrado. Al ilustrarlo he procurado aprovechar un material que para quien no sea del oficio tenga el aliciente de cierta novedad. Quien me acusase porque entre las láminas ilustradoras falta una bella reproducción del Coliseo o de las Termas de Caracalla de- mostraría haber entendido todo lo contrario de los criterios que me han guiado. Jamás he tenido la intención de qui- tarles el oficio a los vendedores de tarjetas postales ilus- tradas, y pienso que esto es conocido de todos y no puede serlo más. En cambio, me ha parecido oportuno dar al lector una idea, del único modo que era posible, esto es, con la reproducción de objetos — pinturas, muebles, monedas, ani- llos, etc. — poco conocidos y, no obstante, poderosamente expresivos y sugeridores. Y me he alargado en los planos topográficos. Querría que el lector estudiase con escrupuloso cuidado los planos confrontados en las figuras 11 y 11 a (págs. 32 y 33) de la Roma antigua y la Roma moderna. Estoy convencido de que no puede haber manera más instructiva para darse cuenta de los desplazamientos ocurridos en la distribución de los centros de vida ciudadana; para ver, como a distancia de tantas edades, el movimiento de Roma se ha polarizado de modo en todo diferente. Nada tan útil y eficaz, para situarse en aquella Roma antigua, como asomarse a ambos planos, y relacionar lo que se ve en uno y lo que se descubre en el otro. Algunas ilustraciones, más que una documentación, ofre- cen un comentario genérico a la materia expuesta; su ob- jeto consiste en servir de acompañamiento al texto: cier- tos motivos de caza, de pesca, de juegos infantiles o de adultos, de escenas de hostería, son motivos tradicionales que el arte romano repite del arte griego y habían ya pe- netrado en parte en el arte etrusco; por esto se hallan algo fuera de tiempo, pero no resultan anacrónicos en la repre- sentación de una edad que se había hecho suyos aquellos motivos y veía en ellos reflejadas costumbres no contradic- torias con las propias. Más que vida romana, son docu- PRÓLOGO XIX mentos de vida antigua; de aquella antigüedad que es tan variada según los tiempos y los pueblos, pero que en su con- junto se nos aparece, sin embargo, revestida de los matices de un color arcaico común, cuando el sentimienta de la le- janía nos hace sentir el pasado como fábula y la historia se convierte en poesía. Génova, octubre de 1942. Uco Enrico PAOLI URBS LA VIDA EN LA ROMA ANTIGUA CAPÍTULO PRIMERO ROMA I. De Rómulo a Constantino, — II. De la «Roma Quadrata» a las catorce regiones augústeas y a la Roma aureliana. — III. El centro de la gran Roma. — IV, El Foro. — V. Los foros imperiales. — VI. La vida en el Foro. — VII. Los barrios populares. Las tien- das. El barrio de la «Subura». — VIII. La zona monumental de Roma, — IX, El Circo Máximo. El Aventino. — X. Los grandes mercados junto al Tiber. La zona de los grandes almacenes y del comercio ultramarino. — XI. El Palatino desde los ariqenzs de Roma a Nerón. — XII. La «Domus Aurea» de Nerón. — XIII. El Palatino desde la época Flavia al Bajo Imperio. — XIV. El Ca- pitolio. — XV. El ampliado centro de Roma. El Celio. El Quirinal y el Viminal. El Pincio, «collis hortorum». — XVI. El «Campus Martius». — XVII. El Esquilino. — XVIII. Paredes y puertas. — XIX. «Trans Tiberim». — XX. La vida en las calles de Roma. — XXI. Roma de noche. I De pequeño arrabal sobre el Palatino, Roma se convirtió en la más grande metrópoli de la Antigiiedad. Sus primeros habitantes bajaban a pacer los rebaños y a enterrar a sus - muertos en el húmedo y angosto valle donde se alzó más tarde el Foro; pasados diez siglos, cuando Constantino trans- firió a Bizancio la capital del Imperio, el recinto habitado de Roma tenía un perímetro de casi veinte kilómetros y una población numerosísima y estable. Las orillas del Tíber, desde Porta Trigemina hasta más allá de las laderas del Aventino hacia el sur, estaban urbanizadas mediante obras portuarias, de manera que asegurase los abastecimientos ne- cesarios, en abundancia y con regularidad. Once acueductos 4 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA suministraban diariamente tal cantidad de agua, que se cal- cula en mil millones y medio de litros. En el siglo 1v de J.-C.’ habia en la ciudad once termas y ochocientos cincuenta y seis baños privados; treinta y siete puertas, cuatrocientos veintitrés barrios (vici); veintinue- ve grandes calles (viae) del centro a la periferia, a las cuales debemos añadir un número infinito de vías se- cundarias y de ca- llejuelas, y las areae, placetas que A: se alargaban en di- i ii versos puntos por : a Oppius E entre el laberinto ' de las calles; veinti- cinco vías suburba- nas; ocho puentes, dos Capitolios,? ciento noventa gra- neros, dos grandes mercados (macella), doscientos cincuen- ta y cuatro molinos, ocho grandes cam- pos, residuos de te- rrenos, incultos, once foros, diez ba- silicas, treinta y seis arcos de mármol, mil ciento cincuenta y dos fuentes, veintiocho bibliotecas, dos circos, dos anfitea- tros, tres teatros, dos naumachiae capaces para ofrecer espec- táculos navales, cuatro cuarteles de gladiadores (ludi). ye Sy AE Fig. 1.— El «Septimontium». II Desde los tiempos mas remotos, la población de Roma fue aumentando, primero por la unión de pueblos vecinos que establecieron su sede ën la ciudad, después como resul- tado del creciente poderío de Roma. La ciudad creció poco ROMA 5 a poco, y en determinados intervalos el territorio fue some- tido a una nueva sistematización, más en armonía con el cambio de exigencias urbanas y el aumento de población. Las diversas etapas del aumento progresivo de Roma, que resumen su historia material, están ya representadas por estos sucesivos en- sanchamientos, gra- cias a los cuales la Roma Quadrata sobre el Palatino se transformó en el Septimontium (fi- gura 1) y más tar- de en la ciudad MA EA i quattuor regionum a Se ri Lg (figura 2),* ciudad Soi SS A: serviana, en la Ro- A ona Oppius ma de Augusto y finalmente en la de Aurelio. La densi- dad de la población varió según las épo- cas; alcanzó su má- ximo en el siglo 11 de Jesucristo. Pero también en aquella época una parte del área urbana quedó libre (fig. 3). Augusto dio a la ciudad, ya muy ensanchada desde los últimos tiempos de la República, una sistematización administrativa que permane- ció fundamental en todo el período del Imperio. El territorio de la ciudad fue limitado por él con una zona aduanera, * y dividido en catorce regiones f (trece a la izquierda del rio, una a la derecha, la transtiberina). Las regiones de Au- gusto son circunscripciones administrativas, que en su ma- yoría (si se exceptúan el Capitolio y el Palatino) no tienen en cuenta las unidades topográficas edilicias e históricas de la ciudad.’ A la cabeza de cada región se colocaba un ma- gistrado anual; en todas habia un cuartel (ercubitorium) donde residían los Vigzles,* cuerpo de policía creado sobre Fig. 2.— La ciudad «quattuor regionum», 6 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA todo para la extinción de los incendios. * Cuando en el siglo Iv de J.-C. fueron instituidos los médicos públicos. ' cada región tuvo los suyos. La región augústea comprendía cierto número areas ro habitadas |_lareas AMhbitadas — — — — — ¡NUPAIAS aure/lanas oe ee oe PUGAS SEPARAS limites Ye las regiones augusteas Fig. 3. -— Áreas habitadas y áreas libres en la Roma imperial. (Según los cálculos de A. von Gerkan.) de circunscripciones menores, llamadas vici," que tenían a su cabeza magistri o vicomagistri (cuarenta y ocho por cada región), elegidos por los ciudadanos del barrio. El circuito exterior de la ciudad, en el siglo m de J.-C., fue fortificado ROMA 7 con las murallas aurelianas, que seguían aproximadamente la línea aduanera de Vespasiano y Tito. La ciudad augústea e imperial es la Roma mayor, la de que poseemos más grande número de monumentos. II También cuando Roma se hubo extendido de manera que los límites del terreno habitado se hallaban muy lejos del antiguo «surco de Rómulo», el centro de la vida romana no se desplazó. Donde habían sido los orígenes, allí quedó el corazón de Roma. En la hondonada, a los pies del Ca- pitolio y del Palatino, Roma vivía su vida más intensa: la política, los negocios, la administración de la justicia, los cortejos oficiales y hasta el comercio ciudadano del coti- diano vender y comprar, tenían su mayor centro en el Foro y en sus inmediatas cercanías. Además del Foro, consti- tuían por esto mismo el centro de Roma la región del Circo Máximo, entre el Palatino y el Aventino; por otra parte, del lado del Tíber (en el trecho situado frente al Palatino y al Capitolio), la región del Velabro y del Foro Boario, comprendida entre el Capitolio, el Palatino, el Aventino y el rio; a la parte opuesta, el barrio del Argileto y de la Suburra, que se prolongaba a lo largo de las laderas del Esquilino. IV El Foro,” cuando nació Roma, era una llanura panta- nosa y deshabitada; pero muy pronto la cuna de Roma, el Palatino, no tuvo ya terreno para contener la población, que había aumentado rápidamente; se desecó entonces el cenagoso valle a los pies de la colina, se construyeron en ella los primeros edificios y calles bien empedradas, como la Via Sacra. Entre los primeros templos que se alzaron en ella, el más famoso es el templo de Jano, cuyas puertas se cerraban sólo en tiempos de paz, y permanecieron abiertas durante siglos, hasta que vino Augusto. No quedan rastros de él; pero, en cambio, algunas monedas de Nerón con- servan su imagen. Antiquísimo era también el templo de 8 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Vesta, destruido en diferentes ocasiones por incendio, y todas reedificado. El Foro estaba recorrido longitudinalmente por la Cloaca Maxima, la cual, cruzando después el Velabro, llegaba al Tíber. Cambió de aspecto muchas veces; pero fue siempre el ardiente hogar de la vida de Roma. En los primeros si- glos, la vida política del Foro se redujo a la parte septen- trional, en el ángulo que se llamó Comitium; los hombres de negocios se encontraban en la Basilica Porcia;* en el resto de la plaza estaba el mercado ciudadano. Algunos versos de Plauto * documentan que en aquella época (siglo 11 antes de J.-C.) el Foro era siempre, además del centro de la vida pública, un gran mercado. «Quien quiera hallar un hombre que falte a su palabra, vaya al Comitium; a los ma- ridos ricos que tengan deseos de arruinarse, búscalos en las cercanías de la Basílica: allí hay también rameras, hombres pervertidos y gente atenta a estipular contratos; a los que gustan de celebrar cenas en común con los amigos, los en- contrarás en el Forum piscarium.» En 179 a. de J.-C." todas las mejores tiendas del Foro fueron reunidas en un gran Macellum (mercado de toda clase de comestibles; tal es el sentido de la palabra latina, dife- rente del «macello» italiano). * Pero en el último siglo de la República y en los comien- zos del principado, las exigencias de la intensificada vida po- lítica predominaron sobre las del tráfico y de las compras diarias. Desaparecieron las antiguas tiendas: las Tabernae novae — llamadas asi desde que en 210 a. de J.-C., ® destrui- das por un incendio, fueron reconstruidas — en la parte sep- tentrional del Foro, y las Tabernae veteres, en la meridio- nal; desapareció el Macellum para dar lugar a la construc- ción de los foros de César y de Augusto, y fue substituido por el Macelium Liviae en el Esquilino. ® Todo el Foro fue ocupado por templos y edificios públicos: tiendas innumera- bles se apiñaban en las inmediaciones. El Foro (fig. 4) se transformó; fue adquiriendo cada vez más la magnificencia monumental que demuestran hasta hoy importantes reliquias. El mayor esplendor del Foro co- menzó con César, que levantó en él la Basilica Iulia y los Rostra.*” En 42, Munancio Planco, hombre fiel al dictador muerto, reconstruyó el Templum Saturni. Después, todos los príncipes contribuyeron a aumentar su magnificencia. DARDO AS | WL USCuUS Gur do lr Et O $ i rr m= | mm” Y Maxima ca a na a) o o i tie Frith h i Y PH } af | ¡E SN " ri Cp AAA + ve ars eats? Py Ci Po Fig. 4.— El Foro romano. 10 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Augusto construyó el Templum Divi Iulii, Tiberio reedificó el Templum Concordiae en las prolongaciones orientales del Capitolio y ei templo de Cástor y Pólux, a los pies del Pa- latino. En los tiempos de Tito se elevó el Templum Ves- pasiani. Domiciano quiso que en el Foro se pusiera una gran estatua ecuestre suya; Estacio la cantó en la primera de sus Silvae; * hoy no se conserva su recuerdo sino en aquel poema algo aburrido, * A Trajano se atribuyen los dos gran- des parapetos junto a los Rostra (anaglypha Traiani), bien conservados todavía. Antonino alzó allí un templo en honor de su mujer Faustina; el templo, después de su muerte, fue dedicado por el Senado con el nombre de Templum Antoni- ni et Faustinae. Septimio Severo erigió, junto a las laderas del Capitolio, un nuevo arco, al extremo opuesto del arco de Tito. Constantino terminó la construcción, iniciada por Masencio, de una nueva basílica, y mandó alzar en ella una estatua ecuestre (equus Constantini), de la que no ha queda- do más que el basamento. Y También en la época bizantina (602 de J.-C.) el emperador Foca elevó en medio del Foro una columna coronada por su estatua. ” Cuando el Foro hubo alcanzado su mayor desarrollo, que- daban en él algunos de los monumentos y construcciones de la época anterior; los principales eran la Basílica Aemilia, y en las laderas del Capitolio, el Tabularium y la Curia, donde habitualmente se reunía el Senado: lo nuevo no des- truyó del todo lo antiguo. Junto a los Rostra estaba señalado el punto central de la ciudad, desde donde irradiaban todas las calles que, sa- lidas de la estrechez del Foro, se hacían más anchas y regu- lares en los barrios excéntricos; llegaban hasta las puertas, y desde allí, continuando rectas y bien conservadas, e inser- tándose en otras cada vez más lejanas de Roma, se prolon- gaban hasta los confines del Imperio. Augusto indicó aquel punto central con un miliarium aureum, un cipo de piedra revestido de bronce dorado; y Constantino, con el umbilicus Romae. La calle principal y la más antigua del Foro era la Via Sacra, y salfan de ella las dos vias tan centrales, llamadas Vicus Iugarius® y Vicus Tuscus™ La Via Sacra” partía del Sacellum Streniae, situado en el lugar donde hoy se encuentra el Coliseo, y pasando por la Velia * llegaba hasta el Foro. ROMA 11 En un lado de la Via Sacra, en el Foro, César edificó la Basilica Julia (fig. 5). A lo largo de la Via Sacra, en el trecho que pasa más allá del Foro, se aglomeraban las casas parti- culares, muchas de las cuales pertenecían a las familias más nobles de Roma, y un número considerable de tiendas. Vv Con el engrandecimiento del Imperio romano, creciendo también la población de Roma, el Foro comenzó a parecer estrecho y a extenderse, con los foros imperiales, fuera de sus primitivos confines (fig. 5). El Forum Iulium (dejado sin terminar por César y terminado por Augusto) con el tem- plo, incluido en él, de Venus Genetriz, y el Forum Augusti, con el templo de Marte Vengador, se prolongaban hacia la zona libre entre el Capitolio y el Quirinal. A la parte oriental del Forum Augusti, Vespasiano edi- ficó el templo que tomó más tarde el nombre de Forum Ves- pasiani. En el intervalo entre los foros de César y de Augusto, Domiciano inició y Nerva llevó a su término la construcción del Forum Nervae, el cual, por servir de pasaje, fue llamado Forum Transitorium. Trajano, ensanchado el estrecho espa- cio entre el Capitolio y el Quirinal, ” continuó al Forum Au- gusti con el Forum Traiani y con la Basilica Ulpia, y alzó allí su alta columna historiada. VI El centro de Roma no estaba limitado al Foro; aquél era el centro del centro, el punto de cita, hasta el mediodía, de la mayor parte de la población. Y la animación presentaba un aspecto muy diverso por la mañana que por la tarde. La vida del Foro culminaba en la hora quinta * (las once apro- ximadamente); pero se prolongaba hasta la sexta y la sép- tima. Desde la salida del sol a la hora décima estaba prohi- bido el paso de los vehículos; circulaban sólo peatones o por- tadores de literas, pero la muchedumbre era enorme. En aquellas horas, gran parte de Roma se mezclaba allí; en los comercios se trataban los asuntos de Estado; en otros puntos, en la Basilica, junto a la estatua de Marsias,* se ANTIGUA YIDA EN LA ROMA 12 res ” . , Bib y 7r 773) lum Veneris Genetricis OTS Marts Ulto manel 4 Jarus Temp CPL. Mercat. Ir 1 im Atha torn Minerogs $ = . > apra aitor tianrase . 1a- i Zemplamn D 2 Sep 3 Temp 5 6 Fe Ulp A A O A AAA AAN ~ ica * Do pu vee © k + €. 109. # ga se + e TUE AE AS an. Mou 9 Wo ye q px loro... +. 2 Basil * » * a | Forum Pacis orum 4 dy + uny = FF 4%... aaa E ISP + % {geg .. Saute e + = veo ee ae oe + eny ROMULO Y REMO, FUNDADORES DE ROMA, AMAMANTADOS POR LA LOBA El famoso grupo escultórico del Museo Capitolino, Roma. RUINAS DEL FORO ROMANO Época actual. ROMA 13 reunian los grandes hacendistas y combinaban sus torcidas empresas llenas de astucias y enredos. Por aquellos alrede- dores estaban los cambistas: esperaban a los parroquianos para negociar, y mientras tanto, hacian bailar y tintinear los gruesos montones de sus monedas * para que todo el mundo supiese que estaban allí, dispuestos a efectuar cual- quier operación. En el trayecto entre el templo de Cástor y el de Vesta, cerca del puteal Libonis * (donde estaba el tri- bunal del pretor), se oía de lejos llegar el clamor de la mu- chedumbre y el vocerío de los abogados que enronquecían de- fendiendo a sus clientes. De cuando en cuando, gritos y malas palabras de contendientes que se tiraban de los cabellos, pre- ludio de litigio judicial (v. pág. 262). Si se moría un hombre ilustre, entonces desfilaba lentamente, cruzando el Foro, su magnífico y regio funeral: las órdenes de los que dirigían las pompas fúnebres, los murmullos de la muchedumbre, curiosa y apiñada, el llanto de los deudos, el vociferar de las praeficae, el son de las trompas * movían tal ruido que, dice Séneca, * hasta el muerto hubiera podido oírlo. Horacio recuerda los funerales como los acontecimientos más ruidosos de Roma * y, desde los comienzos de la República, las leyes procuraron poner freno a los gritos de las mujeres. Las Doce Tablas estatuían: mulieres genas ne radunto, neve lessum funeris ergo habento, Y «que las mujeres en los funerales no se arañen las mejillas ni griten». Pero continuaron arañán- dose y dando gritos. * Con el engrandecimiento del Imperio, la muchedumbre del Foro se hizo, en ciertas horas, cada vez más espesa y más variada. La vida matutina del Foro concentraba el mo- vimiento y resumía todos los aspectos de Roma; los más dispares y contrastantes. En los otros lugares no era así; al contrario, cada uno de ellos tenía su fisonomía singular, según el tipo de gente que más lo frecuentaba o habitaba; había las calles de los ricos y las de los pobres; los dis- tritos suntuosos y los rincones sucios. Se podían encontrar las personas finas junto al templo de Diana * en el Aventino, meta del paseo favorito de los romanos, o en las cercanías de los Saepta (v. pág. 17), en el Campo de Marte, por las tiendas de lujo; no ya en el Velabro (v. pág. 21) o en la Suburra (v. pág. 16). Burdeles, encrucijadas, callejones, * y las callejuelas bajo las murallas (v. pág. 38) tenían por todas partes mala fama y eran poco seguras. El demimonde 3 14 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA elegante se daba cita junto al templo de Isis y de Serapis; * en los muelles del Tiber“ estaban los descargadores y fa- quines, con un vocerío vulgar; había gente codiciosa que sabía emplear bien sus dineros; junto a las puertas, cocheros es- perando a los clientes; en los puentes Y y en las calles que hacían subida,“ mendigos en espera de hombres de buen corazón. Como sucede hoy en todas las ciudades muy grandes, de un punto a otro, tal vez a corta distancia, cambiaba la gente y cambiaba la escena: Al Foro, en cambio, en las horas antemeridianas, acudía todo el mundo. Roma, en aquel in- menso gentío, mostraba sus aspectos innumerables. Todas las clases, todas las nacionalidades, todos los in- tereses, todas las ambiciones tenían allí sus representantes. Bastaba una ojeada al Foro para comprender cuán numerosa era y diversa la población de Roma. Entre los magistrados y respetables ciudadanos con toga, entre los clientes de los señores, asimismo con toga, entre el gentío que se apretujaba en torno al tribunal del pretor, se notaban también hombres del pueblo con túnica * y esclavos con la cabeza rapada, y orientales, de lengua griega, que se metían por todas partes. Aquellos orientales causaban molestia a muchos: eran gente astuta, charlatana, fachendosa; y, con todo, lograba hacerse indispensable; nadie la miraba con buenos ojos, pero nadie podía prescindir de ella. «Esta ciudad —dice Ju- venal *'-—se me ha vuelto insoportable. Hace un momento que en el Tíber se ha vertido el Orontes, trayendo consigo la lengua y las costumbres de aquella gente, y además flautis- tas, que traen liras con las cuerdas traveseras, tímpanos, su instrumento nacional, y muchachas muy esbeltas. ¡Ah, esos griegos! Llegan de todas partes: de Andros, de Samos, de Trales, de Alabanda; se dirigen acto seguido hacia el Esqui- lino y el Viminal para convertirse en alma y en dueños de las familias más ilustres. Tienen ingenio pronto, descaro sin límites, mucha labia. ¿Puedes tú decirme lo que son? Son lo que tú quieras: literatos, rectores, geómetras, pintores, masajistas, augures, funámbulos, médicos, magos. El grie- guito muerto de hambre entiende de todo, Dile que se suba al cielo: se subirá.» En las horas en que la concurrencia del Foro era mayor, te encontrabas siempre entre los pies a aquellos orientales, dispuestos a servirte. Por entre la muchedumbre, a cada paso, cruzaba algún pequeño y presuntuoso cortejo; los grandes señores, tendidos ROMA 15 en la litera, llevados por esclavos orientales,“ o germanos, * o dálmatas, * de robusta corpulencia * y pomposamente ves- tidos, cruzaban así el Foro, con un séquito de clientes en toga. * Muchos ostentaban de manera odiosa la superioridad del rico: adoptaban gestos descuidados, * sacaban el brazo para que se les vieran las sortijas; Y llevaban consigo animales raros y costosos, un cinocéfalo, por ejemplo; * algunos iban leyendo, o escribiendo, o durmiendo. * La muchedumbre abría paso y aquella pompa seguía adelante. O bien era algún pa- dre muy solemne, que por primera vez, como lo requería la costumbre, conducía oficialmente al Foro a su hijo, que aquel día se había puesto la toga. * En aquellas horas había mucha gente que no pensaba en las grandes cosas que tenía que hacer,” y ociosos con la boca abierta; hombres serios y hombres charladores. Y también («¿quién lo creyera?», dice Ovidio, aunque bien podía imaginarse), parejitas que se entendían y amores que empezaban: * Et fora conveniunt, quis credere possit? A mori, Flammaque in arguto saepe reperta foro. No siempre, sin embargo, las literas que transportaban a las matronas llevaban las cortinas rigurosamente bajadas, como lo requería su decoro y la severidad de las costumbres. * Pero ¿cómo se puede impedir a quien es joven y bella (o piensa serlo) que curiosee un poco y procure que la vean? Además, se paseaba por todas partes del Foro mucha gente equívoca: mucho de aquella chusma parasitaria que en las grandes ciudades vive a costa de los ricos, y que Horacio ha definido admirablemente en dos versos famosos: ™ Ambubaiarum collegia, pharmacopolae Mendici, mimae, balatrones. Hacia las dos (hora octava), * la actividad de las oficinas había cesado. Entonces de todas partes acudía al Foro una muchedumbre de ociosos, y allí se estaba horas y horas dando vueltas por entre tantos monumentos hermosos, para diver- tirse y pasar el tiempo. El Foro ya no parecía el mismo: adquiría un tono casi provinciano; pero algunos había a quienes agradaba precisamente de aquel modo. Horacio, por ejemplo, al cual en las horas antemeridianas todo aquel ir y 16 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA venir del Foro le atacaba tremendamente los nervios, hacia el anochecer daba por allí su paseo de buena gana, detenién- dose un poco, aquí y allá, curioso de oír a las hechiceras que decían la buenaventura a los patanes. * Nada le disponía mejor a comer con apetito. VII se ha dicho que, con el engrandecimiento del Foro, el mercado había tenido que emigrar. Echada del Foro, la vida tendera buscó otros centros, pero en particular se intensificó en las inmediatas cercanías, extendiéndose en dos direcciones opuestas: de una parte hacia el Tíber, de otra hacia las la- deras del Esquilino. En las proximidades del Tíber adquirió proporciones gi- gantescas; el Vicus Tuscus, donde Horacio nos dice que se vendían aromas y pimienta, € y el Vicus Iugarius (v. pág. 10) desembocan en la región del Velabrum; y la región del Ve- labrum continuó extendiéndose hacia el sur, en la llanura, más allá del Aventino, donde se desarrolló la mayor zona comercial de Roma (v. pág. 21). En el sentido opuesto, en cambio, el Argiletum, calle de libreros y zapateros (v. pá- gina 43), era continuado por el populoso barrio de la Suburra; la Suburra, maloliente y ruidosa,“ siempre llena de movi- miento, donde la gente baja y los esclavos encargados de las provisiones iban a hacer las compras. * Por las calles hormi- gueantes de gente se abrían tiendas de barberos, de zapateros, de laneros, de tejedores de lino, de herreros, * de peinadoras que fabricaban postizos y hacían otros menesteres semejan- tes. 8 En aquella baraúnda todos hallaban cuanto querían. Era un barrio de operarios y proveedores; laborioso, pero con un tono bajamente plebeyo. También había, especial- mente en su parte interior (media Subura), un aire de vida equívoca. El pueblo humilde hallaba en él hueyos, pollos, coles y nabos a precio barato, y a quien por unas monedas afeitaba, o remendaba zapatos; pero surgían riñas entre jovenzuelos * y se oía un lenguaje tan libre, y se asistía a espectáculos tan poco edificantes, que, si se podía, se evitaba el pasar por allí. Se consideraba prudente no mandar allí a los jovencitos hasta que se hubieran puesto la toga.” Pero no era barrio todo él vulgar y miserable; porque, como hoy ROMA 17 ocurre también en los barrios populares de nuestras ciudades, en que hay-palacios e iglesias, en Suburra había santuarios y casas señoriales; la uniformidad absoluta en un barrio grande puede ser creada artificialmente (lo vemos, y Dios nos libre de eilo, en muchas ciudades modernas), pero no será nunca resultado del desarrollo histórico espontáneo del edi- lismo ciudadano. César, hasta que fue creado Pontifer maximus," habitó en la Suburra, en un alojamiento modesto; en la primera parte de la Suburra abría su puerta hospitalaria la rica casa de L. Arrunzio Stella,” ilustre personaje de la época flavia, hombre fino, poeta, cónsul en 101 de J.-C. A pesar de esto no era aconsejable aventurarse por ciertas callejuelas sórdidas y oscuras, donde era fácil encontrarse con tipos de mala ca- tadura, y donde, desde ciertas ventanas bajas," las malas hembras hacían señas a los que pasaban. Farmae non nimium bonae puellam, Quales in media sedent Subura, * dice Marcial. Las mujeres de aquellos parajes no eran pre- cisamente modelos de buena educación ni espejo de virtud. Las tiendas elegantes estaban en lugar muy diferente; no lejanas del Foro, en una zona algo excéntrica, aireada, en el primer trayecto del Campus Martius, junto a los Saepta.™ En la época imperial, los alrededores de los Saepta se convir- tieron en el atractivo de la gente rica, que no reparaba en gastos, y de los elegantes que paseaban por aquellos lugares, hasta por mera ostentación; ” era el lugar más indicado para quien desease adquirir chucherías preciosas, telas de mucho precio, y hasta esclavos de lujo. ” VIII La hondonada que, interrumpida sólo por las modestas alturas de la Velia, continuaba la llanura del Foro a los pies del Palatino y el primer trecho entre el Esquilino y el Celio, y, hacia el sur, entre el Celio y el Palatino, fue la zona en que el fausto monumental de Roma alcanzó en la época im- perial su más espléndida expresión. Allí se alzaron la Domus Aurea (v. pág. 26) y el Colossus ™® de Nerón; luego el an- 18 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA fiteatro Flavio y el arco de Tito; bajo Adriano, el Templum Urbis et Veneris; después el arco de Constantino. El Templum Urbis era el más grandioso de todos los templos de Roma, y el más rico. Fue erigido en un área vas- tísima (110x53 m.), en el lugar donde estaba primero el atrio de la Domus Aurea. El propio Adriano, cuenta Dión Casio,” trazó su diseño. Quiso hacer algo nuevo, magnífico, que asombrase; y fue espléndido en cuanto a los medios para conseguirlo. El pavimento relucía con sus mármoles raros y costosos; ciento cincuenta columnas de granito sostenían los pórticos que ceñían el templo; otras grandes columnas or- naban los dos atrios por los cuales se pasaba al doble templo de Oriente y de Occidente; tejas de bronce dorado cubrían el techo. Era aquél el templo de Roma, y de la diosa que con su amor había guiado a Roma por el camino del Im- perio; había de ser grande y todo resplandeciente: como una llama, como la inofuscable gloria de Roma. Los prepa- rativos para dejar libre el área fueron grandiosos. El arqui- tecto Decriano* logró trasladar y colocar en otro sitio el Colossus; veinticuatro elefantes transportaron la gigantesca mole en posición vertical y sin que tocase al suelo; fue un milagro de ingeniería. Adriano, que había concebido y querido aquel tempio, lo consideraba como cosa suya. El arquitecto Apolodoro, el cual tuvo la franqueza de criticar el diletan- tismo del proyecto del emperador, pagó con su vida su lealtad de artista. Los defectos de la concepción arquitectónica no impidie- ron su ejecución, pero en la lucha con los siglos, el Tem- plum Urbis no tuvo buena suerte. Destruido en 307 por un incendio, fue restaurado por Masencio. Luego cayó en ruinas; su misma riqueza fue un incentivo para el saqueo. Los pre- ciosos mármoles del pavimento fueron dispersados y muy poco quedó de ellos; las tejas doradas fueron transportadas para recubrir con ellas la basílica de San Pedro; troncones de columnas, que hasta muy recientemente no han sido le- vantadas del suelo donde yacían abatidas, son testimonios sobrevivientes de la gran columnata. De los dos ábsides, el uno está arruinado en gran parte, el otro ha sido incorporado a la iglesia de Santa Francisca Romana. Podemos todavía formarnos una idea sumaria del conjunto por algunos relieves y algunas monedas de Adriano y de Antonino Pío, que repro- ducen el templo, ROMA 19 Después de ésta, que, con los foros, el Palatino y el Capitolio, constituia la zona mas espléndida de la Roma imperial, venia por riqueza de monumentos, el Campus Martius tv. página 34). En los últimos siglos del Imperio, también en zonas periféricas, se alzaron edificios grandí- = ee Fig. 6.— Plano de las termas de Caracalla. simos: las termas de Caracalla en la región I (fig. 6), las termas de Diocleciano en la vı. IX Al centro de Roma pertenecía también la región del Circo Máximo, en la Vallis Murcia, entre el Palatino y el Aven- tino; lugar de reunión de la plebe en el período de las luchas con los patricios, fue en todo tiempo populosa y animada, Y tenía su decoro edilicio propio de ella. El Circo, con su área alargada, seguía la línea de la falda del Palatino; a poca distancia se alzaban los edificios públicos y los templos. Los ediles de la plebe tenían allí la sede de sus oficinas. Era un barrio central no tan concurrido como el Foro; allí se gozaba plenamente de la vida ciudadana, sin tener que evitar a cada momento los empujones de la gente. La región del Circo Máximo confinaba al sur con el Aventino. El Aventino fue por largo tiempo una colina bos- 20 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA cosa y poco habitada,” y una faja de terreno pantanoso lo separaba del resto de Roma, * Constituía una fuerte avan- zada de las murallas servianas, pero hasta Claudio perma- neció fuera del pomerium Y Durante las revueltas de los plebeyos y hasta en tiempo de los tumultos de los Gracos, se convirtió en temporal residencia de rebeldes. La vida ciu- dadana del Foro, si llegó pronto a prolongarse en la región lindante del Circo Máximo, por mucho tiempo se detuvo allí, y, hasta cuando comenzó a extenderse por la parte del Aventino, subió, sobre todo por el lado septentrional, vuelto hacia el Circo Máximo, donde, hasta los últimos decenios del siglo 111 a. de J.-C., * fue empedrado el Clivus Publicius. = Más tarde se pobló, y en la época imperial se nos muestra como una de las colinas más habitadas. Todo hace suponer que el lado septentrional debía ofrecer un aspecto muy diverso del lado meridional y de la parte más interior; el primero se abría hacia el centro de Roma; el Clivus Publicius, que conducía al templo de Diana, era, como se ha dicho, uno de los paseos elegantes de Roma, y se alzaban en él casas señoriales. El lado meridional, todo cerrado por las mu- rallas servianas, y que comunicaba con la zona comercial de Roma, en la cual se desembocaba del Aventino por tres puertas, debía de tener el aspecto de un barrio popular y mercantil (v. pág. 44). x Singularmente caracteristica, como estructura edilicia y como animación, era la llanura que del Foro llegaba direc- tamente al Tiber. Si, como se ha dicho (v. pag. 16), el pe- queño comercio tendero tenía su centro en las prolongacio- nes de las vías del Foro (Via Sacra, Vicus Tuscus, Vicus Iugarius) y, por el otro lado, en el Argileto y en la Suburra, en esta zona lindante con el Tíber, se efectuaban los gran- des negocios. Fueron allí construidos los primeros puertos fluviales de la ciudad. De Ostia, el muelle marítimo de Roma, adonde llegaban las mercancías de todo el mundo, aque- llas mismas mercancías, mezcladas y cargadas en pequeñas embarcaciones, remontando el tranquilo curso del río, llegaban a la ciudad. Las esperaban las refinadas exigencias y el apetito cotidiano de una población inmensa, y el todavía más insaciable apetito financiero de una nube de mercaderes ROMA 21 y hombres de negocios. Allí estaban los grandes depósitos de la sal (salinae) y los grandes mercados del Velabrum (el mer- cado general), del Forum Boarium (el mercado de las carnes del matadero), del Forum Holitorium (el mercado de las hierbas); y había allí el Forum Cuppedinis, o de las golo- sinas, que los autores recuerdan muchas veces como pro- mesa de grandes delicias para la mesa de los comilones. En el Velabrum se hallaban amontonadas cantidades ingentes de aceite, * de alimentos, de vino, Y de queso. * El Velabrum es para Horacio” «el vientre de Roma», como les Halles son «el vientre de París». La continua afluencia de la mercancía determinaba un gran movimiento de dinero y se prestaba a las combinaciones financieras más atrevidas. En la época de Constantino fue allí erigido, sím- bolo y sede de todas las especulaciones pecuniarias, el arco de Jano o Cuadrifonte, punto de reunión de comerciantes y de banqueros; para decirlo con palabra moderna, la Bolsa de Roma. Aquel barrio, en época imperial fue ensanchándose, has- ta ocupar, además de la estrecha zona entre las laderas orientales del Aventino y el río, la ancha llanura, a me- diodía del Aventino, donde fueron construidas las mayores obras portuarias en el Tíber, y surgieron enormes alma- cenes de trigo (horrea), de aceite, de vino, de garum, etc. Alli, en el Emporium, se amontonaban mercancías de toda especie, venidas del mar. Con la descarga de las ánforas rotas se fue levantando una colina, el Mons Testaceus, como hoy en Bélgica, cerca de Lieja, con las escorias de carbón de desecho de los talleres metalúrgicos ha crecido una colina alta y negra. XI El Palatino y el Capitolio dominaban desde lo alto el centro de Roma, como dominan también con sus ruinas grandiosas la llanura del Foro. El visitante que desde el Foro o el Circo Máximo vuelve la mirada al Palatino, ob- serva una compacta sucesión de bóvedas sobrepuestas, restos de edificios vastos y soberbios; rígidas series de arcos y, debajo de los arcos, cavidades vacías y negras como cuencas de calaveras alargadas y enormes (fig. 7). El tiempo ha despojado aquellos edificios de sus mármoles, y, rotas 22 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA las capas superpuestas, ha dejado al desnudo los funda- mentos y los armazones. Pero lo que queda pertenece a la residencia imperial de los últimos siglos. Más que toda Fig. 7 —El Palatino, visto desde el Foro. (Foto Alinari.) otra colina, el Palatino, con sus aspectos sucesivos, ha ido siguiendo la historia de Roma; se ha agrandado con el engrandecimiento del Imperio y ha cambiado muchas veces de vestido; lo que vemos hoy son las poderosas reliquias de la última. Con el cambio de aspecto exterior fue cambiando poco a poco de significado: de centro primigenio de Roma, la Roma Quadrata de Rómulo, se convirtió en sede de los príncipes; su mismo nombre se adaptó a los tiempos: el Palatinus se convirtió en el Palatium de los emperadores. Los muros del formidable Palacio Real vieron en los siglos cómo se iba formando y complicando un rígido ceremonial; fueron los mudos testigos de todas las intrigas de corte, de todas las conjuras, del fausto, del servilismo, de los tene- brosos dramas familiares y políticos, a través de los cuales Roma creaba su historia en una alternativa de gloria inmensa y de sangre. Desde el punto de vista edilicio, la historia de Roma ROMA 23 parte del Palatino y se resume en el Palatino. Virgilio, en La Eneida, * representó el Palatino de la época prerromúlea por rara domorum tecta, sede de Evandro, rey de pastores, sencillo y pobre. Sobre aquella cima, la aldea de pastores se convirtió en ciudad dentro de las murallas señaladas por Rómulo. En los ángulos de la ciudad primitiva (dentro de los límites del antiguo pomerium.),* surgieron los primitivos santuarios, entre ellos el Ara Maxima de Hércules; en las murallas, las primeras puertas; en las calles campestres que desde el pomerio descendían a la llanura, los antiguos romanos veneraron el Lupercal, donde la loba había ama- mantado a los gemelos; la Casa Romuli, sobre el Cermalus (un relieve del Palatino); el Tugurium Faustuli, la cabaña donde creció la fiera adolescencia de Rómulo y de Remo. Fig. 8. —La zona de los grandes mercados. Kin el Palatino surgieron la Curia de los Salios, el templo de la Victoria (que la leyenda hacía remontar a la época de Evandro); el templo de la Magna Mater y también, en época 24 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA posterior, santuarios de las más diversas divinidades: Iuppi- ter Propugnator, Iuno Sospita, Baco, Cibeles, Venus; desde tiempos antiguos, la Luna (Luna Noctiluca), y después, con Heliogábalo, el Sol; y además la Lealtad (Fides), la Fortuna (Fortuna Respiciens), cuyo favor hay que ganar para que nos asista; la- Fiebre (Febris), a quien hay que rogar que permanezca alejada de nosotros; y hasta la diosa Viriplaca,*? numen providencial en las disputas entre cón- yuges. Porque, según cuentan, cuando entre marido y mujer comenzaba una de aquellas cuestiones en que cada uno quiere tener razón por fuerza, y no quiere dejar que el otro hable, y las voces gritan, entonces, antes de que se originase alguna fuerte pelea o un enfado interminable, los dos iban a la capilla de la diosa, donde era obligación que sólo hablase uno a la vez; exponían con calma cada uno sus razones, se persuadían y así volvía la paz a la familia. En aquel consistorio de divinidades, muchos de los no- tables de Roma tenían su casa. El Palatino era en la época republicana el barrio de los políticos, y cuando la política enardecía los ánimos, la furia popular se arrojaba sobre al- guna de aquellas casas, la demolía y la incendiaba. Así arruinó la casa de un antiguo traidor, M. Vitruvio Vacco, * en 331 a. de J.-C.; la casa de Fulvio Flaco, * en los tiempos de los Gracos; la casa de Cicerón, en tiempo de los tumultos suscitados por Clodio. Cicerón consiguió reconstruir la suya, pero no fue cosa sencilla, porque también, después que le fue reconocido el derecho de reedificarla,* hubo de luchar contra una turba de forajidos que trataban de impedir los trabajos, amenazando a los obreros y tirando piedras y an- torchas encendidas. * En el área de Vacco, en cambio, con- tinuó creciendo durante siglos la hierba (Vacci prata); en el área de Fulvio Flaco, que quedó desierta durante unos decenios, edificó un pórtico Q. Lutacio Catulo, el vencedor de los cimbrios, enemigo y luego víctima del partido popular. Pero también el pórtico de Catulo fue demolido por el pueblo, que hizo levantar en aquel lugar un templo de la Libertad. Y también aquel templo de la Libertad fue demolido en virtud de un senadoconsulto que decretaba la reconstrucción del pór- tico de Catulo. * Las cosas del mundo siempre han andado asi. En el Palatino habitaron el orador Craso, cuya casa era recordada como la más espléndida de Roma; Licinio Calvo, el poeta y abogado famoso, amigo de Catulio; Hortensio, el ROMA 25 orador; Milón, el matador de Clodio; Cicerón, en la ya mencionada casa de Craso, y, vecino a él, su hermano Quin- to; M. Antonio, el triunviro, y, en la época de Augusto, Fig. 9 — El Palatino. Agripa y Mesala; queda hoy todavía la casa de Tiberio Ne- rón, el marido de Livia, vadre del emperador Tiberio (Domus Liviae). En el Palatino nació Augusto y volvió a habitar alli des- pués de la batalla de Accio (Domus Augustana); y en el 26 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Palatino tuvo después un templo, que erigió Caligula en su memoria. La colina de los grandes romanos de la Re- pública se convirtió en residencia del príncipe; aquella resi- dencia, de sencilla casa privada como siguió siendo la mo- rada de Augusto, que, a pesar de concentrar en su mano la preponderancia del poder, vivió ut unus e populo,* a medida que el principado iba adquiriendo forma de abso- lutismo monárquico, se fue convirtiendo en palacio real. Tiberio construyó un nuevo y grandioso edificio junto a la casa de Augusto (Domus Tiberiana); Calígula la amplió (Domus Gaiana), prolongándola por la vertiente, hasta ha- cerla llegar con su vestíbulo al templo de Cástor y Pólux, en el Foro. Y a veces se ponía en postura entre los dos dioses, para hacerse adorar de los visitantes: una de sus locuras. ® XII A la loca fastuosidad de Nerón, el Palatino pareció es- trecho; aquel megalómano puso su sede en la llanura entre el Palatino, el Celio y el Esquilino (Domus Transitoria); y cuando el famoso incendio del 64 hubo destruido parte de Roma, y se aprovechó la ocasión del desastre para recons- truir una Roma más bella, Nerón, sobre las ruinas de su morada destruida, edificó la Domus Aurea. No era un mero edificio, sino un armónico conjunto de construcciones de toda clase, con series de pórticos larguísimas; un gran lago rodeado de casas ad urbium speciem, y prados, viñedos, bosques y campiñas cultivadas.'* «¡He aquí por fin — decía —, un lugar donde puede comenzar a vivir un hombre!» '™ Pero los romanos murmuraban que no queda- ba ya sitio para los demás, y en las paredes comenzaron a florecer los antiguos pasquines; entre otros: «Roma se con- vertirá toda en una sola casa; ciudadanos, emigrad a Veyos; a menos que esta casa no acabe también por llegar a Veyos.» 1% Nerón no hacía caso, porque, entre tantos defectos, no tenía el de ser quisquilloso. ™ ROMA 27 XIII Los Flavios reinstalaron en el Palatino la sede imperial; en el área de la Domus de Nerón se construyeron edificios públicos para el pueblo, incluso el Amphitheatrum Flavium (el Coliseo), ** en el lugar del estanque de la Domus Aurea, que fue desecado. No era todo adulación cuando Marcial ™ dijo que Tito había restituido Roma a Roma: Reddita Roma sibi est et sunt, te praeside, Caesar, Deliciae populi, quae fuerant domini. Domiciano reconstruyó con gran esplendor la Domus Augustana; así se llegó a formar la Domus Flaviana, más vasta, con un gran jardín, a lo largo de uno de sus lados, que por la forma alargada y curva fue llamado Hippo- dromus. ™ Cerca de un siglo después, Septimio Severo terminó la obra, rodeando al Hippodromus de pórticos y elevando un poderoso edificio (Septizonium) en el lado meridional de la colina (Domus Severiana). Con Septimio Severo el princi- pado se ha convertido ya en monarquía absoluta; con él también la Domus privada de Augusto se ha transformado en la más grandiosa residencia real del mundo. Ocurre, en efecto, y todos lo experimentamos cada día, que la historia de los edificios corre tras la historia de los hombres, y las piedras consagran a las instituciones. XIV De las colinas de Roma, el Capitolio, con sus dos cimas, el Capitolium y el Arz, era la más pequeña, pero también la más venerada y respetada. Aunque también en sus la- deras se hubiesen construido habitaciones privadas, predo- minaba su carácter sagrado. Más que en cualquiera otro sitio, se sentían allí presentes las divinidades de Roma. ™ La cumbre del Capitolium estaba ocupada por el templo _. de Júpiter Capitolino, el primero por la importancia de su culto entre los templos de Roma; sobre el Arz se alzaba el templo de Juno Moneta, que tenía anexo el edificio de la 28 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Casa de la Moneda; mas abajo, en el espacio entre las dos eminencias, estaba el archivo (Tabularium); a los pies de la colina, en la extremidad del Foro, el tempio de Saturno, con el tesoro del Estado (Aerarium) y el pórtico de los dioses mayores. Áspero risco en el costado meridional era la roca Tarpeya, desde la cual se precipitaba a los traidores. En la parte baja de la roca se abría una horrenda cárcel, el Tu- lianum, antigua cisterna etrusca, húmeda y oscura, donde los prisioneros del Estado iban a morir o de hambre o estrangulados. Por las Scalae Gemoniae, que estaban junto a la cárcel, se sacaban, arrastrándolos, los cuerpos de los ajusticiados. El Capitolio: roca de Roma; defensa extrema en los albores de su historia, después signo concreto de señorío y meta de triunfos; lugar venerando donde tiene su culto la mayor de las divinidades romanas, Iuppiter Optimus Ma- zimus. En las solemnidades, una vestal, acompañada del pontífice, subía al Capitolio a hacer votos por la grandeza eterna de Roma; ** «y si los dioses rechazasen aquellas preces — dice Cicerón —, el Estado no podría salvarse».** Como sumo honor entre los hombres se alzaban allí las estatuas de los grandes. También estaban alí expuestos, en epígrafes, en tablas de mármol o de bronce, los tratados con los pueblos extranjeros. El Capitolio era el símbolo de la fidelidad de Roma a la palabra dada, de su austera religión, del agrade- cimiento hacia los más elegidos entre sus hijos y de inexo- rable severidad contra los indignos. Roma no tenía nada que fuese más sagrado. XV El Foro romano, con las colinas que sobre él se alzaban, con las inmediatas llanuras del Circo Máximo y a los pies del Esquilino, era, pues, el centro de Roma. Pero Roma había ido ensanchándose cada vez más, hasta más allá de los límites de aquel su centro tumultuoso. Sobre las colinas antes deshabitadas o poco habitadas se alzaban a cada paso nuevas Casas, palacios, obras públicas, jardines y fuentes. En la espesa red de las calles se alargaban, como en el centro, placetas (areae) y encrucijadas (trivia). De día, placetas y encrucijadas eran lugar de encuentro** y de NERÓN, QUE PROVOCÓ EL INCENDIO DE LA VIEJA ROMA PARA RECONSTRUIRLA MODERNIZÁNDOLA Florencia, Galeria de los Oficios. RAMPA INTERIOR QUE CONDUCE DESDE EL FORO ROMANO AL PALATINO Estado actual. ROMA 29 ate Nino Samo aan i = UN, Porta Collina UE le awed M Hin, A i 1 es == i PS + SSepulera AS 8 ` E ; YN ENIT R) >. Via ae H = - w ii awe i u WY niti SY di UA MAN wit HE Heil, ith i == = ANA ay Fig. 10. — Trazado de la muralla serviana. 30 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA cita; * los petimetres estaban allí horas y horas ojeando a los que pasaban; hablaban con afectación, ** decían agu- dezas y hacian muestra de refinamiento. De noche se acu- mulaban allí montones de barreduras "* y pasaban cosas de mil colores. ' Roma se extendió hacia oriente. El Celio, cuando la ciu- dad comenzó a prolongarse, había sacrificado a las exigen- cias ciudadanas su hermoso manto boscoso de encinas, ’” que en la Antigiiedad le había dado el nombre de Mons Querquetulanus, recordado todavía por una de sus puertas (Porta Querquetulana). Su feliz posición, puesto que estaba situado entre el Palatino, a occidente, y las anchas y so- leadas alturas del lado oriental, habían favorecido su de- sarrollo edilicio. No eran muchos los monumentos públicos, pero había una gran extensión de palacios nobles y series de casas. En el Celio habitaban los Mamurra, no menos conocidos en la época de César por su fiel adhesión al dictador, que por el refinamiento innovador en embellecer su casa magnífica, En el período imperial, el Celio vino a ser la residencia preferida de los hombres más distin- guidos, substituyendo en parte al Palatino (v. página 24). Sobre aquella colina se alzaban los limina potentiorum,™ y más que en cualquier otro lugar se veian correr por allí clientes con toga para la salutatio matutina. Domiciano, que fue el primero que transformó en pala- cio real la casa de Augusto sobre el Palatino, construyó tam- bién sobre el Celio un pegueño Trianón suyo, la «mi- gaja de oro», así la llamaba (mica aurea), donde ban- quetear, en intimidad, con los amigos. Constantino se tras- ladó al Celio, en las egregiae Lateranorum aedes,' que ha- bían venido a ser, desde los tiempos de Nerón, propiedad del príncipe. *” Sobre el Celio habia nacido y crecido Mar- co Aurelio, y de aquel emperador filósofo se admi- raba hasta el 1528 la famosa estatua ecuestre, trasladada luego al Capitolio y tenida mucho tiempo por estatua de Constantino. Un grandioso desarrollo edilicio en la época del Imperio tuvieron también el Quirinal y el Viminal. A lo largo de la cima del Quirinal, a partir de la parte más cercana al centro, donde en el siglo 1v de J.-C. se alzaron las Ther- mae Constantinianae, hasta la Porta Collina, corría una calle ancha y recta, llena de sol, la Alta Semita.™ Durante ROMA 31 los trabajos que la Roma contemporánea ha realizado en los barrios altos han salido a luz muchos trozos de tuberías de plomo que estuvieron destinadas a llevar el agua a las casas. Y puesto que en el plomo está impreso el nombre de los propietarios, aquellos antiguos restos nos enseñan documentalmente que un gran número de las más ilustres familias de Roma residía en el Quirinal, en casas cómodas y ricas. En la época de Cicerón habitó allí T. Pomponio Atico,™ y en la época imperial, mientras vivieron como particulares, los Flavios. No faltaban altas casas de al- quiler, *'* colmenas humanas de gente pobre, y en una de ellas habitó el poeta Marcial. Si bien la parte central y me- ridional de la colina tenía en conjunto un aspecto señorial, en los lados ceñidos de murallas se cobijaban en humildes mo- radas familias pobres y gente de mala fama. En el Viminal había tono de vida refinada, y también allí, naturalmente, un gran ir y venir de clientes obsequiosos, Juvenal *% dice «ir al Viminal» en el sentido de ir a intro- ducirse entre señores; la casa que construyó allí” Cayo Aquilio, en los últimos tiempos de la República, oscureció el recuerdo de las casas de Craso y de Catulo (v. página 25) en el Palatino. Diocleciano añadió magnificencia a la lumi- nosa colina construyendo en ella sus termas, cuyos restos grandiosos se admiran hoy al salir de la estación de Roma. Una colina toda cubierta de jardines era, y siguió siendo en adelante, el Pincio, collis hortorum. Cerca de allí, en el Quirinal, se abrían los magníficos Horti Sallustiani, un parque de los más suntuosos de Roma, para embellecer el cual el historiador Salustio había derrochado el dinero acu- mulado por medios sospechosos durante la administración de la Numidia. Recogido en sus estudios en medio de aquella verdura, donde la vista se explayaba a lo lejos para abarcar toda Roma, escribía bellísimas páginas de menosprecio para el lujo, la corrupción y el amor a las riquezas. Tal vez no era el hombre más autorizado para dar autoridad a aquellos desahogos, pero el caso se ha repetido muchas veces. ANTIGUA YIDA EN LA ROMA 32 ‘TBiIadull CPLUOY E] ap ourla -— 11 BIA i R, E : ` € i O Fu i $ r) aS s 1 . te - | 4 d de 3 as hs Ms E 1 $ ra E Y A A My Y A Gi en r er A TN == 4, ll 23 a a K P- + ha ner e 13 4 > P; ak Ky > : Po. ES AN k Ki A A f tif A 3 was $ e PY É i E, < y - Y 7, uaea. anraoansean one erro a LIS de a Se i e ‘eis 4 E A - ROS y , 1 1 tá $e $ t 3 “ath ey = , © Y ETT $ : PR gy EN A ME 3 a ae F A ay a, E A P A 4 »* eigen Sree e ’ : sta KN a Ke ó > À i E rn A na e a ney SM e h es EaR e i LA wes a pe AS g a A s i fi J Pan $ f A A 4 £ y ES A » > 5 e E ar PEA NA he 3 e A fe y - Y N woe aa Y, 4 a % ya > k : A po . e Se 2e > a hi 1 15 oor Nes eS: i i ; Wied © Shy E AM e À NO AA f ` E , 1448 e a h SS Ae ed ' ’ f ie A A ás pr li a 3 : a “a F v RE ? y e =] 1 soy el : ; Y i E vale E a A yy EY Pea ` = o 7 j p A ts mn. i X ` +t a 3 > £ S pa j y 4 4 A a F ad A e > LE , k Y P an ; z 4 : j x pt pam k . 4 5 ce i 4 y > E 33 ROMA 2) NS SUMASENRESS “AOU aD PUIOH El Sp 0UE[J — DD TT iAH ay USES Ñ Sp soos | Cea AUDE i ANE A NON A 34 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA XVI En los comienzos de la-época imperial, las dos regiones que mas cambiaron de fisonomia fueron el Campus Martius y el Esquilino. Desde los limites del Foro, el Campus Martius abria su verde llanura hasta aquella curva del Tiber, cuya linea media señala hoy la Carretera de Victor Manuel (cfr. figs. 11 y 11 a), También había una zona pantanosa, pero Agripa, en el año de su edilidad (36 a. de J.-C.), la saneó. De la estrechez de las calles angostas y oscuras y de la febril agitación del Foro se salía casi de improviso al aire libre y al sol. Se respiraba, se experimentaba el gozo del campo y el sentido de distensión que procura el espacio libre al que está cansado. Los romanos se sentían irresistible- mente atraídos por aquellos extensos espacios verdes. La juventud masculina se reunía allí para adiestrarse en los ejercicios deportivos; ™ luego también fue alli de muy buen grado la juventud femenina. Y todos iban a tomar el aire, a calentarse, a ver. El paseo por el Campus Martius era el honesto, dulce atractivo que la metrópoli ofrecía a su pueblo. Pero aquel gran espacio libre era también para la ciudad material una invitación a extenderse, a ocuparlo. Se cons- truyeron grupos de edificios. En la zona más cercana al Ca- pitolio se elevaron los Saepta (v. página 17), la Porticus Octaviae y el teatro de Marcelo; más allá, el Ara Pacis, las termas y el panteón de Agripa, el templo de Isis y Se- rapis, el mausoleo de Augusto. Nerón edificó en el Campo de Marte sus termas suntuosísimas; Domiciano, el Estadio y el Odeón; Adriano, las basilicas de Marciana y Matidia:; Antonino Pío, el templo de Adriano, divinizado; Marco Aurelio edificó una gran columna historiada, émula de la trajana. La Roma más reciente hace mucho tiempo que invadió por completo el área del antiguo Campus Martius; ha hecho de él su centro, desplazándose del antiguo Foro hacia la curva del Tíber. La actual Carrera de Humberto, que sigue la dirección de la antigua Vta Lata (el primer trecho, dentro de las murallas, de la Via *laminta), corta en dos una com- pacta extensión de edificios de albañilería, sólo interrumpida por plazas bellísimas, las más bellas del mundo. ROMA 35 Sobre los restos del Ara Pacis se eleva el palacio Otto- buoni Fiano, y los fundamentos del antiguo monumento se confunden con las paredes de sus bodegas; el Pantheon de Agripa esta hoy ahogado por un conjunto de calles y casas que lo estrechan por tres lados, a duras penas mantenido en respeto por su mole redondeada, y los romanos modernos lo llaman, con poca reverencia, «la Rotonda». El templo de Adriano, en la Plaza de Piedra, reducido a la mera calum- nata frontal, hace sobresalir sus bellas columnas corintias como una muestra de antiguedades, y parece casi pedir per- miso para conservar un lugar en un mundo que no es ya el suyo. El mausoleo de Augusto, exteriormente, había de- saparecido detrás de una incrustación de edificios modernos, y cuando en tiempos recentísimos se ha probado a liberarlo no han aparecido más que unas ruinas espectrales. ¡Era tan hermoso el Campus Martius, tan verde! Y la Roma moderna lo ha sepultado. Pero las grandes ciudades son invasoras; avanzan irre- sistiblemente. No conocen obstáculos: Génova, audaz y so- berbia, ha destrozado el monte; Venecia, con su grande plaza, huella y esconde la laguna; Amsterdam en gran parte se ha tragado sus canales, En el centro de París, los nombres de las calles recuerdan prados, molinos, pastores; en otras ciudades, valles, huertos, cañaverales y puentes de madera. La ciudad se asienta sobre todo ello; suprime la campiña, entierra las corrientes de agua, excava el subsuelo para sus cloacas y sus ferrocarriles metropolitanos, endereza y aprisiona los ríos, expulsa al mar. Lo moderno devora lo antiguo, y cuando no lo derriba lo estropea y lo estran- gula. Las ciudades son verdaderamente «terribles», hombres y piedras. Y hace siglos que el hermoso Campus Martius ha de- jado de existir, que junto al Tíber sus orillas ya no son ver- des. Como voz lejana nos llega con el color de la nostalgia un lento verso de Marcial que enumera los goces de la vida tranquila: ™ Campus, porticus, umbra, Virgo, thermae. Primero el Campus en la enumeración; el Campus con su sol, con sus reposantes atractivos, constante invitación a quien tiene tiempo que perder y quiere disfrutar serena- 36 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA mente de la vida. ¡Oh buen poeta de Bilbilis, fiel enamo- rado de Roma: el mundo ha corrido mucho camino, pero tu Campus, nosotros, los modernos, no, no lo podemos ya gozar! XVII También el Esquilino, en los primeros años del Imperio, cambió de aspecto casi de improviso. Y fue una transfor- mación sorprendente. Hasta la época de Augusto, fue una región deshabitada, malsana, lúgubre. Estaba utilizada para cementerio de los pobres y de los esclavos; ™ se cumplían allí las sentencias de muerte y se enterraban los cadáveres de los ajusticiados.'* Muchas cabezas de decapitados ro- daron por aquellos terrones; y fueron allí plantadas muchas cruces para extremo suplicio de los esclavos. ™™ Las «negras esquilias», Y dice Horacio; las esquilias «tristes», «campo blanqueado por los huesos»; ™ lugar desierto durante el día, medroso por la noche; y entre las perras famélicas que va- gabundeaban por allí, las hechiceras iban a oscuras a hacer sus sortilegios (v. pág. 373). Los supersticiosos pasaban de lejos. Era un triste espectáculo: huertos solitarios, sepulcros con manchas de sangre reciente. De abajo subía en oleadas el túrbido rumoreo de la Suburra. En pocos años el Esquilino se transformó: se convirtió en uno de los barrios más hermosos y más señoriales de Roma. ** Mecenas construyó allí un gran parque (Horti Maecena- tis); se alzaron templetes, villas, palacios, '* fuentes. Nerón hizo que llegase hasta allí su Domus Aurea (v. pág. 26). XVIII Todos habrán notado que las líneas directrices del mo- vimiento ciudadano y el diverso carácter y la diversa ani- mación que una ciudad presenta en sus varios puntos están en gran parte determinados por la misma estructura ma- terial de la ciudad. En la Roma antigua no ocurría de otro modo; con una circunstancia especial: que luego de exten- derse hasta alcanzar con los suburbios un perímetro de más de 20 kilómetros, ofrecía el singularísimo aspecto de una ROMA 37 ciudad que encerraba a otra ciudad; de una ciudad cerrada dentro de una ciudad abierta, porque su parte más interior estaba ceñida por las murallas servianas, las cuales, si bien fueron demolidas aquí y allá para abrir algún paso, o incor- poradas a edificios más recientes, permanecían, sin embargo, en pie en largos trechos. Cuando, más tarde, en el siglo Im de J.-C., fueron construidas las murallas aurelianas, Roma se ofrecía como una ciudad cerrada más grande que llevaba en sus entrañas a una ciudad cerrada más pequeña. Con aquel aspecto fue entregada Roma a la Edad Media para hacer frente a sus nuevos destinos edilicios. La zona exterior, un tiempo abierta, se convirtió en una gran anilla entre dos fajas de murallas, y el que, partiendo del centro, quería salir de Roma, después de haber pasado una puerta tenía que pasar todavía otra: la puerta Capena, por ejemplo, en las murallas servianas, y después la puerta Appia, en las aure- lianas; la puerta Colina y después la puerta Salaria o la Nomentana. Las puertas servianas,'" que fueron restauradas y em- bellecidas en varias épocas, se abrían en un círculo de mu- rallas, cuya construcción se atribuía a Servio Tulio, pero que remonta al período inmediatamente posterior al incendio gálico. Particularmente sólidas eran las murallas en el trecho norteoriental, poderoso baluarte (agger) constituido por un triple sistema de fortificaciones. De las puertas de las mu- rallas servianas se salía de la ciudad para quedarse en la ciudad, y la afluencia de los peatones, que el tránsito obli- gado dirigía y regulaba, tenía en cada puerta su carácter, según las horas y las localidades, no sólo en cuanto a inten- sidad, sino también por la calidad de la gente que por ellas pasaba. Por las puertas Flumentana, Carmentalis y Trigemina, por las cuales del centro de Roma se salía a la zona de los grandes mercados, iban y venían continuamente jornaleros, grandes negociantes y otras gentes de negocios. Debemos su- poner que también por las tres puertas meridionales del Aventino, que introducían a la zona de los graneros y del mercado, hubiese un constante paso de faquines, descarga- «dores, agentes, hombres empleados de uno u otro modo en las actividades del puerto, y de los almacenes. Muy diverso aspecto debían de ofrecer las puertas, que de los altos barrios del Quirinal y del Viminal, habitados en gran parte por 38 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA familias adineradas, se abrian a los jardines del Pincio: aquéllas eran en cierta manera las puertas por donde se iba a pasear. Por la puerta Colina y por la puerta Esquilina, que conducían a los Castra Praetoria, debía de haber mucho paso de militares. Un variado espectáculo de movimiento, de gente a pie y de carruajes, ofrecía la Porta Capena, de la cual se desembocaba en la Via Appia. Los viajeros que iban a la Campania, * los sefiores que tenían sus villas su- burbanas en la campiña meridional de Roma,™ los vani- dosos que poseían lindos caballitos, no podían menos de correr arriba y abajo ™ por la Via Appia, haciendo muestra de sus equinos y de sí mismos; todo el mundo pasaba por allí. Junto a la puerta estaban siempre esperando muchos cisiarii, cocheros públicos, de los cuales en aquel lugar había más necesidad que en otros sitios. En una placeta situada por aquellas cercanías y llamada Aurea Carruces '* había durante el día la posta de los carros de viaje, a los cuales no estaba permitido cruzar por Roma sino en las últimas horas de la tarde y por la noche; y allí, entre varas y ruedas, bostezaba el ocio de gran número de cocheros. La Capena era la puerta de los viajeros, de la gente que va al campo, de todos los que tienen poco que hacer y se encuentran bien donde hay mucho ruido y muchas personas a quien mirar. Se apretu- jaban, topaban unos con otros al querer apartarse y evitar que los atropellasen las carrozas que desembocaban en la Via Appia, sin hacer caso de las gotas de agua que del arco de la puerta, sobre la cual pasaba el acueducto del agua Marcia, llovían en gran cantidad sobre las cabezas de los tran- seúntes. *'* Pasada la Capena, el primer trecho de la calle (Via Tecta)* estaba flanqueado de pórticos que aseguraban a los peatones cierta incolumidad entre los peligros de aquella confusión. Entre una puerta y otra, largos trechos de muralla im- pedían el paso, sobre todo en el lado oriental. Era aquél el Summoenium, zona muerta del movimiento de Roma. A los pies de las gruesas murallas, que quitaban aire y luz, se es- tancaba la vida miserable de la ciudad; callejones sórdidos, rincones insidiosos, casas sucias, nidos de mala vida y de infamia. *'* Decir «mujer del Sumenio» '* no era ciertamente un cumplido. ROMA 39 XIX La antigua Roma no fue nunca una ciudad atravesada por un río, como la Roma de hoy, o París, o Florencia. El desarrollo ciudadano se efectuó todo en la orilla izquierda; la línea media de Roma no era señalada por el Tíber; éste señalaba su límite occidental. Sólo en la última fase de su crecimiento Roma rebasó más allá del Tíber, y a la derecha del río se alzaron chozas, grupos de casas, grandes edificios, villas, establecimientos; pero también entonces, en la estruc- tura esencial de la ciudad, la parte transtiberina no constituyó sino un apéndice de la ciudad. Esto explica por qué en Roma eran poquísimos los puentes; son hoy veintidós; la Roma an- tigua, dentro del recinto aureliano, tuvo únicamente ocho; nueve, ** contando el puente Milvio, en el trecho septentrional del Tíber, extramuros; la mayoría de ellos construidos en época avanzada. En la época republicana, hasta el siglo 1 a. de J.-C. pa- sado el Tíber, o en barca, o en uno de los rarísimos puentes, se encontraba uno en la campiña, entre campos arados, casas rústicas, vacas de leche y campesinos. Aquel era el Trans- tíber. En el largo espacio llano, cuyo fondo estaba formado por el Janículo y las prolongaciones de aquella colina, hubo un tiempo la granjita (Prata Quinctia)*" que Cincinato es- taba trabajando con sus bueyes cuando los mensajeros del Senado lo hallaron inclinado sobre la reja y le anunciaron que había sido nombrado dictador; había también aquel poco de terreno (Prata Mucia)™ que Roma concedió a Mucio Es- cévola como premio de su fuerza de ánimo y compensación de su brazo perdido. Luego pasaron siglos sin que se fuese formando todavía un suburbio en la orilla derecha del río. Antes que en otro sitio, comenzó a poblarse el trecho frente al Palatino y el Capitolio. El poderoso tráfico de la región portuaria y de los grandes mercados (v. página 20) impelió en aquel punto a Roma a saltar el foso. En la orilla derecha, creció lentamente un barrio obrero. Habitaban en él artesanos, pescadores, gente pobre. Partiendo de allí, el desarrollo del Transtíber se extendió hacia el norte, frente al Campo de Marte, y ha- cia el sur, frente al Emporium, sin alejarse nunca dema- siado de la orilla. Muchos espacios quedaron libres, exclusi- 40 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA vamente ocupados por haciendas que, por su proximidad con la ciudad, eran de las que más producían. ™ Pero también en la zona habitada, el que de la derecha del Tiber avan- zaba en la dirección al Janículo, luego de pasar más alla del estrecho barrio mercantil y obrero, muy pronto se hallaba en el campo, Y era una campiña maravillosa: de un lado, a occidente, la amena linea de los Montes Vaticani;** del otro, la vista de Roma más allá del río. Los romanos tenían una genial habilidad para descubrir los lugares a propósito para sus villas, y no tardaron en comprender los atractivos que ofrecería una ciudad construida sobre el río, y en construir- las bellísimas: villaque flavus quam Tiberis lavit, dice Ho- racio, ** para indicar un delicioso nido que embellece la vida, y su propietario lo deja con el mismo disgusto con que se deja a una mujer amada. A la derecha del río poseía una villa suntuosa aquel Manio Aquilio Régulo, célebre abogado, a quien Marcial ™ cubre de elogios sabiendo que es hombre rico y generoso; Plinio el Joven, ' en cambio, lo detesta cor- dialmente por su torpe avidez de dinero y por ser delator. Era una villa magnífica, '* con pórticos espaciosos, con un parque inmenso, y en la orilla del río se exhibían estatuas en gran número. Porque Régulo era un tipo siniestro de politiqueante, pero tenía dinero y gustos señoriales, También las laderas del Janículo se fueron constelando de espléndidas vías suburbanas; el espectáculo que se gozaba desde allí era verdaderamente — pase la gastada expresión, aquí necesaria — único en el mundo. Pensémoslo un poco: se estaba en el campo y se tenía la ciudad a dos pasos; se respiraba el aire puro de la colina sin experimentar el disgusto de sentirse absolutamente fuera de la vida de Roma; porque la ciudad sustancialmente seguía estando allí. Se gozaba de Roma, sin ser presa de ella; se veían desde allí sus calles, llenas de gente, su río rumoroso de naves, pero no se oía el vocerío de la gente atareada ni el fragor de los carros. «Se ve a los faquines, pero no se oye el ruido de los coches», dice Marcial: ™ Gestator patet, essedo tacente. ¿Puede imaginarse algo más agradable? La mirada abrazaba las siete colinas de Roma: Hinc septem dominos videre montes Et totam licet destimare Roman: ROMA 41 y en la lejanía el escenario de las colinas albanas y de Túsculo, pobladas también de villas magníficas, atisbando por entre el verdor de los bosques y los parques, ** y la vista de los antiguos arrabales de Fidenas y de Rubra. ¡Una villa en el Janículo! ¿Se equivocaba acaso el poeta cuando dijo que los jardines de las Hespérides no ofrecían tanta maravilla? César se había propuesto convertir la vasta llanura en- tre el río, el Janículo y los Montes Vaticani, en un gran campo deportivo émulo del Campus Martius y mucho más extenso: *? Augusto construyó en él una Naumachia, y otra Domiciano; Adriano hizo erigir allí su mausoleo (hoy el castillo de Sant'Angelo), uniéndolo al Campo de Marte me- diante un puente (Pons Aelius), Aquí y allí se extendían parques y jardines, entre los más vastos de Roma. Que también irían allá los enamorados ya lo supone el lector y lo dicen los textos: nosotros tratamos en la página 315 el delicado tema. De tanto verdor hasta la ocupación italiana de Roma no quedó sino aquel oasis de prados y de huertas consti- tuido por los prados de Castello. Pero también de aquellos prados ahora ya no queda más que el nombre. Los Prati son hoy un barrio todo ocupado por grupos de casas; nos han construido, junto al Tíber, un edificio colosal, macizo, blancuzco, con muchas estatuas, con anchas escalinatas, con una cuadriga encima, pero que nada tiene de hermoso. XX Ciudad inmensa era Roma, con sus tintas cálidas de mediodía y respirando el orgullo de su poderío imperial; pero debemos guardarnos de atribuir a aquella densísima aglomeración de gente viva una solemnidad coreográfica y de maneras, olvidando que los hombres son hombres y las ciudades, ciudades. No hay metrópoli que no presente grandes contrastes. En Roma, donde los favorecidos de la suerte derrochaban cantidades enormes en preparar un banquete, en adornar la casa de objetos raros y preciosos, hasta en comprar un enano, había gente que de noche dormía debajo de los puentes. ™ El lujo de los opulentos brillaba sobre un fondo de humi- 42 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA llaciones y de miserias: mendici, mimae, balatrones, como en el citado verso de Horacio. Al pueblo humilde que pedia panem et circenses™ cuando el pan no caía de lo alto como Fig. 12. — Mezcla de vino. Dijón, Museu. (Procede de Til Chátel.) una limosna — y todos los días no podía caer —, le era forzoso ganárselo con mil expedientes. Entre una gloria de mármoles anidaban los lugares estériles, '" y en ellos el hambre. En invierno, mucha gente temblaba de frio.™ En las casas de alquiler, las habitaciones eran pequeñas, heladas, *’ oscuras.™ Hasta los interiores de las tiendas estaban habitados; '* a menudo, los cuartos de un desván estaban divididos entre diversas familias; '" en aquellas topineras había poco aire, poca luz, abundantes chinches, *” camas desquiciadas; ™ el que no tenía cama dormía sobre las esteras. No todo era magnificencia, opulencia y es- plendor imperial. La Roma antigua, la viva y verdadera, no es la Roma toda resplandeciente de los cuadros de salón y del mundo cinematográfico. Pero en sus contrastes es más humana y más cercana a nosotros. Y aun diremos que sólo así está más cerca de nosotros, y sólo así nos es simpática, a pesar de lo que opinan los retores y los campeones del fa- natismo profesoral. El aspecto de los diversos barrios, la misma vida que ROMA 43 en ellos se vivia, se ajustaba a tales contrastes. Los barrios populares tenían un carácter aldeano, que el poderoso ritmo de la metrópoli no logró suprimir ni ha suprimido en otras ciudades. En ciertas zonas y en horas determinadas habia una animación de feria. Eran numerosos los vendedores ambulantes: vendían pajuelas '* o las cambiaban por vidrios rotos; *" compraban y revendían zapatos viejos; ™ modestos pregoneros, rodeados de pueblo bajo en túnica, subastaban las más humildes baratijas; *”? los libelliones ™ ofrecían libros usados. Los vendedores de las popinae, ** despachos de co- midas calientes, y los de salazones (salarii)*” enviaban a sus mozos por las calles o a las termas a ofrecer salchichas cocidas y Otros manjares por el estilo, componiendo (como hoy en Nápoles ciertos vendedores) algún verso particular suyo para Fig. 13. — Tienda de vinatero. (Ancona, Santa Maria della Piazza.) llamar la atención de los parroquianos e invitarlos a comprar. Los romanos gustaban mucho de la torta de garbanzos, '" y el que iba a venderlas por las calles *” hacía negocios de oro. Algunos se las componían ejerciendo alguno de esos oficios desesperados con los cuales siempre, quien no sabe 44 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA hacer otra cosa, logra sonsacar dinero a los ingenuos. Era frecuente en Roma ver aqui a un domesticador de viboras ™ que jugaba con sus peligrosos animales delante del pueblo embobado, o a uno que se tragaba espadas; ™ alli un poeta improvisador ™ rodeado de un público de aficionados, o un charlatán que con gran elocuencia ofrecía un específico y le atribuía efectos maravillosos. «Todos se paran a oírle — decía Catón *'—, pero nadie, si está enfermo, le confía su propio pellejo»; los patanes, sin embargo, compraban, como debemos suponer, puesto que aquella ralea tuyo siempre en Roma fuertes raíces desde los tiempos más antiguos. Era desmesurado el número de las tiendas: grandes es- tablecimientos de lujo, negros tabucos de obreros que traba- jaban por encargo. Como en los barrios viejos de nuestras ciudades, en ciertas calles había tiendas todas de una misma clase. Cicerón cita la «calle de los Hoceros»; * había el Vicus Unguentarius de los perfumistas; el Vicus Vitrarius de los vidrieros; 8° y, junto al templo de Flora, una calle llamada ad tonsores. Esta singularidad tenía también una utilidad práctica: como faltaba, en efecto, en las ciudades antiguas la numeración de las casas y un preciso nombre de las calles menores, se indicaba una localidad o con el nombre del monumento más próximo, o con el tipo de tiendas que daban su carácter a la calle. ** En el Argileto predominaban los zapateros y los libreros, * y los literatos iban tras el he- dor del cuero y de la pez a dar una ojeada a las novedades libreras expuestas en los cofrecitos de las tabernae librariae, o anunciadas, como era costumbre, en las columnas de los edificios vecinos ** También en una callejuela que desem- bocaba en el Argiletum y tomaba el nombre de los remen- dones que hacían o remendaban las sandalias (Vicus Sanda- liartus),* había otras tiendas de libreros. Esta fraternal pro- miscuidad del libro con los zapatos, a nosotros, tocados de literatura, hasta llega a causarnos disgusto; pero como así sucedía, no hay motivo para no decir las cosas como eran, y, por lo demás, se explica esto pensando que libreros y zapate- ros trabajaban en la piel curtida. El oficio de tendero daba mucho dinero; quien tenía más de una taberna pronto reunía un patrimonio. * Cada cual se hacía la réclame a su manera, con epígrafes prendidos en la pared, con símbolos de su oficio o de su despacho: los barberos exponían al exterior sus espejos y tijeras; ™ los cu- chilleros, hierros cor- tantes atados en lo al- to, todos en bien arre- gladas filas; los vina- teros, jJarros, tazas, ánforas, también todos en fila (fig. 12); los carniceros, bajos relie- ves con perniles (figu- ra 15); los polleros, gallinas y gansos ata- dos cabeza abajo y col- gando en sus garfios; las tabernas, figuras de bebedores con la copa en la mano o en acción de beber. Otros representaban con efi- caces figuraciones es- culpidas y pintadas las operaciones de su ofi- cio. Se veía al carni- cero que estaba des- cuartizando al cerdo (fig. 14); a los bata- neros que atendían a su trabajo, cardadores sentados en su mesi- ta, tintoreros atarea- dos junto al hornillo, y al amo que mostrabu el trabajo terminado y listo para su venta. Los epígrafes, no siem- pre en regla con la gra- mática, animaban a los clientes.™ Los operarios prometian un trabajo cuidadoso ROMA 45 FB. 14. — Tienda de carnicero. (Verona, Museo Arqueológico.) y los baños un trato muy amable. Y había, sobre todo en Roma, un ruido que aturdía, y por las calles, empellones y constante trabajo para abrirse paso entre la muchedumbre: 5 46 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Luctandum in turba et faciendg iniuria tardis. 12 Cada cual se abría lugar a empujones. «¡Oh!, ¿dónde tienes la cabeza? ¿En Mecenas?» * gritaba uno, todo lleno de bilis, a Horacio, que caminaba confuso entre tanta gente, procu- rando alargar el paso y avanzando a empellones. Ir a dar una vuelta por Roma no dejaba de tener sus peligros: «Uno me da un codazo, otro me golpea con una dura viga. Este me da en la cabeza con un tablón y aquél con una tinaja.» ™ Con aquel continuo edificar, al tener que pasar junto a una grúa que levantaba un sillar o una viga, si no tenía uno cui- dado, se exponía a que le aplastaran la cabeza. La ley que prohibía el tránsito de los coches durante el día (v. pá- gina 37), hacía explícita excepción para los carros que trans- portaban materiales para la construcción de los templos o de obras públicas o escombros que retirar; y las calles es- taban llenas de aquellos carros pesados, como las plazas y hasta el Foro. Y además de los carros había las mulas cargadas y los faquines encorvados bajo sus pesadas banastas. *” Todos llevaban prisa y decían malas palabras. Y alguno te llamaba de lejos para recordarte una cosa a grandes voces; y de cuando en cuando acaecía que unos malas cabezas venían a topar contigo y te tiraban piernas arriba, o te hacían pasar por entre las piernas perros rabiosos o cerdos huidos. ** No eran cosas agradables. En medio de aquella batalla los había que casi se em- briagaban con ella; ciertos clientes hambrientos, para ganar- se una comida la hubieran sacado de bajo tierra para hacerse útiles a cualquiera. Los tomaba como un frenesí de moverse por moverse, de atarearse, de echar a correr; y corrían como locos. Personas que se multiplicaban: «Dudan vagueando por las casas, por los teatros, por los foros — dice Séneca ** —, prontos siempre a meterse en los asuntos de los demás, siem- pre con un aire de no tener nada que hacer. Van de acá para allá, sin saber qué hacer en este mundo, y no hacen lo que se han propuesto, sino lo que se les ofrece. Algunos dan pena: los ves correr como si se tratase de apagar un incendio, tanta es la furia con que chocan con los que en- cuentran. Corren para ir a saludar a alguno que no les de- volverá su saludo, o para ponerse a la cola del funeral de un desconocido, o para asistir al proceso de uno que tiene la manía de litigar, o a las bodas de una mujer que se casa a ROMA 47 cada momento. Encuentran una litera, se ponen sus varas a los hombros y la llevan.» En el centro de Roma se habían dado cita los oficios más ruidosos. «No te dejan vivir — es Marcial ™ quien pro- testa —; por la mañana, los maestros de escuela, por la no- che los panaderos, y a todas horas los caldereros que gol- pean con sus martillos; aquí es el banquero que, no te- niendo otra cosa que hacer, revuelve sus monedas en sus sórdidas mesas; allí un dorador que da con el bastoncito sobre una piedra reluciente. Sin interrupción, los iniciados en el culto de Belona, poseídos de la diosa, lanzan gritos furibundos; no acaban nunca, el náufrago con un trozo de Fig. 15. — Muestra de un carnicero. (De Bliimner, Die roéminsche Privotallertimor.) madera colgado al cuello de repetir continuamente su his- toria, el pequeño hebreo, amaestrado por su madre, de pedir limosna loriqueando, el revendedor legañoso de ofrecerte las pajuelas para que se las compres. Y cuando las mujeres, con sus sortilegios de amor, hacen que se oscurezca la luna, todo el mundo halla a mano algún objeto de cobre, dale que le das*? ¡que es una delicia!» Y así por todas partes. Junto a las termas, además, había una verdadera baraúnda, y ¡ay de los que habitaban por las cercanías! Chapuzones, vocerío, fragor por todas partes, así de día como de noche. i Rumorosísima Roma! ¡Qué grande y hermosa ciudad, pero qué tormento! Feliz quien podía taparse los oídos y marcharse lejos. En efecto, la mayoría, en cuanto podían, escapaban a sus villas: O rus, quando ego te aspiciam? 23 48 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Porque el ciudadano tiene mas carino al campo que el campesino, y es precisamente la vida de las grandes ciudades lo que hace suspirar por la paz serena de los campos; hace sentir la necesidad de evadirse de la cotidiana ansiedad del trabajo que se te agarra al cuello y te subyuga. En la Anti- giiedad, no ha habido pueblo que, como el romano, habituado a vivir en una metrópoli gigantesca, haya sentido tanto la poesia de la naturaleza y el atractivo de la vida campestre. La civilización que ha levantado el Coliseo es la misma que nos ha dado los cantos de Virgilio. XXI De noche, además, por las calles, oscuridad completa. El que no quería verse en peligro de romperse una pierna o de tener malos encuentros, se hacía acompañar de un criado con antorcha. Esclavos con antorchas acompañaban a los señores al banquete, y permanecían horas y horas en la escalinata del vestíbulo, mientras el amo bebía y se divertía. También los jovencillos depravados, cuando emprendían una expedición amorosa, se hacían preceder por esclavos que los alumbrasen por la calle, De cuando en cuando se oía el paso acompasado de la ronda de los vigilantes, que daban la vuelta con hachas gran- des y cubos dispuestos a apagar los incendios, y también a detener a los malintencionados. Y entonces el que tenía la conciencia poco tranquila, se largaba. Las tinieblas de la noche interrumpían sólo en parte el grande movimiento de la ciudad, donde la vida no cesaba nunca, Los rumores disminuían, pero no cesaban. En Roma se vivía inter strepitus nocturnos atque diurnos.™ Con la puesta del sol comenzaba por la calle el tránsito de los ve- hículos, prohibido por la ley durante las horas del día. Pa- saban crujiendo filas de grandes carros de transporte (plaus- tra) cargados de sal, de géneros diversos, de todas las mercancías que desde Roma irradiaban por las regiones sep- tentrionales. El mundo entero abastecía a Roma; Roma abastecía a Italia. Desde la Porta Trigemina, en la zona de los mercados, junto al río, a la Porta Collina, donde comienza la vía Salaria, la vía del Septentrión, había un continuo tránsito de plaustra que, rebotando pausadamente sobre el ROMA 49 pavimento, rompian con sus sordos rumores el silencio de la noche. Los coches de viaje, que habían estado parados también durante el día junto a las puertas (v. página 305), recorrían en todos sentidos las vías de Roma precedidos de un servus proelucens,™ que, corriendo delante de los ca- ballos, agitaba una antorcha e iluminaba la calle. Coches elegantes y ligeros; coches cómodos y macizos, en el interior de los cuales iba adormeciéndose toda una familia ™ Pasaban veloces: corrían por las calles anchas, corrían por las calles estrechas, y los perseguían las imprecaciones de los que se Ext NOM mola Mbs Taig Oy ate OEM LATE Tats nop Ave itis fOArs MIKA Fig. 16. — El juego. Pig. 17. — Una rata Pintura mural pompeyana. Pintura mural pompeyarn:i. (De Blúmner.) (De Blumner) hallaban en peligro de ser atropellados, mientras el estruendo de las ruedas se perdía a lo lejos. ** La noche se hizo para dormir, pero no todos en Roma dormían. Como siempre ocurre, el que estaba enfrascado en sus estudios continuaba estudiando en las horas de oscuri- dad a la luz de la lámpara: * At te nocturnis invat impa llescere chartis, dice Persio.“° Los amigos de francachelas banqueteaban. Los panaderos trabajaban ** porque a la ma fiana los más madrugadores hallasen pronto el pan tierno, y los muchachos que iban a la escuela, la merienda. Los hombres de gobierno permanecían en pie hasta muy entrada la noche, para atender a sus asuntos. Los cuidados del lm- perio no dejan muchas horas para el sueño. Calígula también 50 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA aprovechaba la noche para ejecutar las penas de muerte, y el verdugo cortaba cabezas a la luz de la linterna. ™ Por las calles, los raros transeúntes tropezaban con mi- serables que dormían al aire libre,** con borrachos que iban paseando hasta el alba, tambaleándose y bebiendo. Esto le pasaba también a Catón de Utica, ** hombre bonísimo, pero a quien el vino le gustaba mucho. Pasaban comitivas alegres y la llama roja de las antorchas rasgaba las tinieblas. De los callejones sin salida venían invitaciones al liberti- naje.* Andaban por la calle gente de mal vivir, *” ricachos tomados del vino, que se empeñaban en repartir mojicones a toda costa; ** impenitentes vagabundos nocturnos iban a parar a las popinae, abiertas hasta las más altas horas de la noche.** Alli se bebía en compañía de mujeres impúdicas; se jugaba a juegos de azar, y eran frecuentes los altercados (figs. 16, 17 y 18). Las señoras que volvían a la noche de los banquetes no podían nunca estar seguras de que algún desvergonzado no se tomase libertades. La obscuridad invita a ello, y ciertos audaces como aquel libertino de Celio ™ y el loco de Ne- rón ”! se aprovechaban de ella. Aquello era motivo de char- las y, si el marido lo sabía, de fieros pugilatos nocturnos. Los jovenzuelos, incluso los de las mejores familias, se aprovechaba de la oscuridad y se abandonaban a los más deplorables excesos. Con sus amigas mostraban siempre una brutalidad inquietante; * no hay aue decir lo que hacían si encontraban cerrada la entrada: derribar la puerta, pegar fuego a la casa, apalear al portero, parecían cosas corrien- tes. % Y con las antorchas (v. página 47) llevaban, por si fuese necesario, palancas y ganzúas, y hasta armas, según parece para hacer irresistibles sus caprichos. Y no siempre tenían la excusa del amor, sino que hacían cosas peores to- davía, sin motivo ni razón, para pasar el rato. El empera- dor Nerón * se distinguió también en este género de depor- te nocturno. Para quedar más libre de hacer lo que le viniera en gana se ponía un gorro que le escondiese la cara, o un sombrerete de aldeano. Y se divertía en apalear a los que volvían tarde a sus casas, y si se rebelaban los arro- jaba al agua de las cloacas. ** Hundía las puertas de las tiendas, metía mano a cuanto encontraba, para después re- vender en subasta a sus amigos aquel glorioso botín. Naturalmente, a veces se originaban riñas, y más de una ROMA 51 vez el imperial juerguista puso en peligro su propio pellejo. Algunos también, * al transeúnte aislado le gastaban la broma siguiente, originada entre militares, y que se llamaba sagatio.** Lo obligaban a tenderse sobre un sayo y, teniendo éste agarrado por las puntas y extendido, lanzaban al des- graciado a lo alto, arriba y abajo, hasta que se cansaban del juego y aauel pobrecillo se sentía quebrados los huesos. La policía vigilaba, pero no podía estar en todas partes. Fig. 18. — Escena en el interior de una hostería. Pintura mural pompeyana. ¿Y cómo prever lo que podía caer a la cabeza del tran- seúnte, cuando la calle era estrecha y cualquier ventana abierta constituía un peligro? Las casas plebeyas se apro- vechaban de la oscuridad para desembarazarse de sus basuras; por todas partes llovían cascotes, barreduras, inmundicias, y el que pasaba por debajo, bien podía dar gracias por haber salido con bien si sólo escapaba de ello algo manchado o con alguna ligera contusión. Pero a veces 52 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA caían verdaderos bólidos. «Considera — dice Juvenal*” — desde aué altura se precipitaba un tiesto para romperte la cabeza; lo frecuente que es el caso de que desciendan de las ventanas vasijas rajadas o rotas, cosa pesada que deja señal hasta en el empedrado. Eres en verdad un descuidado, un imprudente, si cuando te invitan a comer acudes sin haber hecho testamento.» Y no se puede decir que el Estado no interviniera con disposiciones severas. El edicto del pretor * establecía gue todos los coinquilinos fuesen respon- sables de los daños causados al transeúnte por cualquier cosa líquida (effusum) o dura (deiectum) que fuese tirada a la calle; y la jurisprudencia imperial” declaraba ser de in- terés público que el ciudadano pudiese pasear por la ciudad sine metu et periculo. Pero cuando uno se quedaba con la cabeza rota, no había edicto ni jurisprudencia que se la pu- diese componer; y si moría del golpe, a los herederos no les quedaba más remedio que exigir del responsable la in- demnización de auinientos 4ureos™ fijados como anticipo por el pretor. Eso costaba la vida de un hombre, según la tarifa de los valores. No había alumbrado público. Para alumbrarse, cada cual debía proveer por sí mismo; y quien no tenía acompa- ñantes y para alumbrarse se había de contentar con una modesta candela, tenía que echar adelante lleno de can- guelo.?? Algún experimento de alumbrado público se llevó a cabo en circunstancias solemnes y en lugares determinados. Espectáculos nocturnos de cazas y de combates de gladia- dores se efectuaban a la luz de grandes lampadarios. *: Y Do- miciano tuvo la genial idea de iluminar el circo con una grande corona de antorchas suspendidas en lo alto.™ Ya antes de él, Calígula, % en ocasión de un espectáculo tea- tral nocturno, había iluminado toda Roma. También Nerón procuró una espléndida iluminación nocturna de sus jardines, quemando vivos a los cristianos después de haberlos hecho empegar cuidadosamente. Pero éstas eran excepciones; nor- malmente, durante la noche Roma estaba hundida en densas tinieblas, llenas de sorpresas desagradables y peligrosas. Y el que no tenía motivos para salir, si era hombre prudente, se quedaba en casa. ROMA 53 Notas al capitulo I 1. En su mayor parte estas noticias están sacadas de una descripción de la Roma constantiniana, que ha llegado hasta nosotros en dos redac- ciones: una con el nombre de Notitia (354 de J.-C.) y la otra de Curiosum (357 de J.-C.). Otros elementos que permiten precisar, integrar y corregir las noticias suministradas por este texto de excepcional importancia y reconstruir la estructura topográfica y edilicia de Roma, además de los datos propiamente arqueológicos (monumentos que nos quedan, resultado de excavaciones, etc.), nos son ofrecidos por los siguientes documentos: 1) Los fragmentos mar- máóreos de una Planta topográfica de Roma, ejecutada bajo los emperadores Severo y Caracalla, y expuesta al público en la pared septentrional del Templum Pacis, que fue transformado luego en la iglesia de Santos Cosme y Damián. 2) La descripción de la Roma serviana que se lee en el De lingua Latina de Varrón. 3) Las noticias que Plinio el Viejo (III, 66-67) nos ha conservado acerca de las mediciones de la ciudad realizadas por Vespasiano. 4) Los epígrafes con indicaciones topográficas y de monumentos romanos, principalmente el Monumentum Ancyranum y la Base Capitolina. El pri- mero de estos dos epígrafes es una copla en pledra, descubierta en 1555 en Ancyra (Angora, ciudad del Asia Menor), del index rerum gestarum, que Augusto escribió el año 14 de J.-C. y fue puesto por voluntad suya, grabado en dos tablas de bronce, en la fachada del mausoleo que se había hecho construir (28 a. de J.-C.) en el Campo de Marte. El Monumentum Ancyranum está redactado en latín y en griego. Fragmentos de une copia griega del index han salido a luz repetidamente en Apolonia de Pisidia; otros más importantes de una copla latina, en Antioquía (Monumentum Antioche- num); estos últimos, publicados en 1927, permiten integrar con mayor seguridad el texto del Ancyranum. El otro epígrafe (CIL, VI, 975, que es del 136 de Jesucristo, contiene la indicación de los vici de las regiones I, X, XII, XIII, XIV). 5) Las monedas y los relieves con reproducciones de tem- plos de la época, y las indicaciones que hallamos impresas en ladrillos de los edificios y sobre el plomo de las tuberías (cf. texto en pág. 31 de este volumen). Informaciones ocasionales están diseminadas en forma de noticias pre- cisas o de sencillas alusiones, en los escritores clásicos de todas las épocas. Noticias útiles acerca de la Roma antigua nos vienen también de fuentes medievales; en particular de un Jtinerarium llamado Einsidiense, porque está conservado en un códice de Einsiedeln del siglo vir, en el cual están descritas siete calles que, desde el interior de Roma, conducían a sus puer- tas; era una guía para los peregrinos que iban a la Ciudad Santa. De una completa descripción de Roma, compilada en el siglo XII, proceden algunos repertorios de leyendas y de Mirabilia Romee, no faltos de noticias útiles. Para reconstruir la topografía y la historia de los monumentos romanos nos ayudan también los bocetos, dibujos y hasta vistas que arquitectos y pintores realizaron durante el Renacimiento, y las bibliotecas de las prin- cipales ciudades itallanas conservan en gran número. señalo aqui las obras más fundamentales de topografía romana: H. Jon- DAN, Topographie der Stadt Rom im Altertum, Berlín, 1871-1885; O. RICHTER, Topographie der Stadt Rom, Munich, 1901; S. B. PLATNER, TH. ASHBY, A topo- graphie Dictionary of ancient Rome, Oxford- Londres, 1929; G. LuaLi. I. mo- namenti antichi di Roma e suburbio, vols. 1-111, Roma, 1931-1938, con el apla- zadísimo Suplemento, Roma, 1940. Entre los problemas de topografía romana está el concerniente a la población de la ciudad en el período de su mayor desarrollo. ¿Cuál era aproximadamente el número de los habitantes de Roma? BrELLocH (Die Bevölkerung der griechisch-rómischen Welt, 1836; trad. italiana en Biblio- 54 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA teca di Storia economica de V. PARETO, 1909), que por primera vez ha esta- blecido la investigación sobre bases sistemáticas, calcula 800.000 habitantes; U. KAHRSTEDT (en FRIEDLANDER, Darstellung aus der Sittengeschichte Roms, 10.a ed., 1v, págs. 11 y siguientes), hace alcanzar a la población de Roma en el período de mayor densidad a más de un millón. CARcoPINO (La vie quotidienne á Rome à l’apogée de "Empire, París, 1938, traducción italiana en Biblioteca di Cultura moderna, 1941), a poco menos de 1.700.000 hombres. Dos estudios más recientes sobre el asunto son: G. LucLi1, I monumenti antichi di Roma e suburbio, Sup., 1940, 11, págs. 71 y sigs, y A. VON GERKAN, Die Einwohnerzahl in der Kaiserzeit (en, Mitteilungen des deutschen arch. Instituts, 55, 1940); Lugli eleva la población de Roma a cerca de dos millones; Von Gerkan la baja a un máximo de 600,000 habitantes, propo- niéndose demostrar que para un número mayor de habitantes no hubiera habido sitio (véase el plano en la pág. 6). 2. Capitolium, en sentido genérico, es un templo dedicado a la tríada capitolina: Júpiter, Juno, Minerva. También, fuera de Roma, el lugar donde se alzaba el templo de la tríada capitolina se llamaba Capitolium; por ejemplo, el situado en la extremidad septentrional del Forum de Pompeyo. El más antiguo de aquellos templos en Roma estaba en el Quirinal, llamado por esto Capitolium vetus o antiquum. 3. Montes; los romanos llamaron también así a sus siete colinas; pero aquí no se trata de éstas, porque el Septimontium comprendía únicamente el Palatino y una parte del Esquilino. Según un antiguo testimonio (FESTO, página 341 MULLER) del Septimontium formaban parte el Palatium, la Velia, el Cermalus, el Oppius, el Cispius, el Faguítal y la Subura. La antigua unidad del Septimontium quedó consagrada por una fiesta que los habitantes de aquellas localidades continuaron celebrando en común hasta tiempo después, cuando ya Roma había adquirido su grandeza. No es segura la localización del Fagutal, y el hallar la Subura (véase página 16) indicada como mons, deja la duda de que se trate de una localidad diversa de la que conocemos con este nombre, o que el nombre transmitido no sea exacto, 4. La ciudad de las cuatro regiones se formó con la inclusión del Celio, del Viminal y del Quirinal, y comprendió la roca del Capitolio. El nuevo pomerium de la ciudad quedó sin cambiar hasta la época de Sila. Las cuatro regiones eran: la Suburana (1), la Esquilina (ID, la Collina (III) y la Pala- tina (IV). En los días 16 y 17 de marzo, la fiesta de los Argei celebraba con una solemne procesión el nuevo ensanche alcanzado por la engrandecida Roma. 5. Vespasiano introdujo algunas modificaciones a la circunscripción de Augusto, con nuevas mediciones de las regiones y con una zona aduanera (PLINIO EL Viejo, III, 66-67}; el límite aduanero fue extendido ulterior- mente por los emperadores Marco Aurelio y Cómodo (CIL., VI, 1016). 6. Véase el plano de la página 32. Las catorce regiones eran: I, Porta Capena; iI, Mons Caelius; III, Isis et Serapis; IV. Templum Pacis: V, Esquiliae; VI, Alta semita; VII, Via Lata; VIII, Forum Romanum; IX, Circus Flaminius; X, Palatium; XI, Circus Maximus; XII, Piscina publica; XIII, Aventinus; XIV, Trans Tiberim. Los nombres de las re- glones no remontan a Augusto, el cual las indicó sencillamente con un número progresivo; la región IV, en efecto, recibe su nombre del Templum Pacis construido por Vespasiano. 7. En efecto, el Campus Martius, que constituía una unidad topográ- fica, fue dividido entre las regiones VII y IX, cada una de las cuales comprendía una parte del Pincio; también del suburbio de Porta Capena se hicieron dos regiones distintas: la I y la XII. La región XII, a la cual desde el siglo 11 en adelante dieron esplendor las termas de Caracalla (Thermae Antoninianae), debía su nombre a una piscina pública, desapa- recida ya antes de la época de Augusto (Festo, pág. 260 M.), y situada antiguamente junto a la Porta Capena, según la costumbre itálica de cons- ROMA 55 truir una piscina en las cercanías de una puerta. La parte más central y poblada del Esquilino se hallaba fuera de la región llamada Esquiliae (V), y estaba comprendida en la III (Isis et Serapis): a esta última no daba nombre el mayor templo de Isis y Serapis que estaba en el Campo de Marte (región IX), sino un pequeño santuario en las laderas meridionales del Esquilino. 8. Los Vigiles formaban en conjunto siete cohortes y dependían de un Praefectus Vigilum., 9. SUETONIO, Aug., 30. 10, Véase página 11 de este volumen. 11. Con la palabra vicus en latin se puede entender: 1) un arrabal; 2) la subdivisión de una regio, esto es, un barrio; 3) una de las grandes vías que cruzaban a Roma por largo trecho. 12. En realidad, el Foro estaba constituido solamente por el trecho más occidental del valle, limitado por el Capitolio; luego, el nombre de Foro se extendió a oriente, hasta donde se alza el arco de Tito. Después de la construcción de los foros imperiales (v. págs. 11 y 12), el Foro fue llamado Forum Romanum o Forum Magnum; pero continuó también siendo indicado sencillamente con el nombre de Forum. 13. La construcción de la Cloaca Marima de la tradición era atribuida a Tarquinio Prisco (T. Livio, I, 38, 6). En su origen era un canal de desagúe descubierto y luego una gran galería subterránea; en la tumultuaria recons- trucción de Roma, después del incendio galo, se edificaron casas en cuyo subsuelo corrían las aguas de la cloaca (T. Livio, Y, 55, 5). En Roma había además otras cloacas, algunas de las cuales estaban descubiertas (SUETONIO, Nerón, 26; cfr. pág. 50 de este volumen. 14. La Basílica Porcia fue construida por M. Porcio Catón cn 184, el año de la Censura; hoy no queda ni rastro de ella; igualmente han desaparecido la Basílica Sempronia (170 a. de J.C.) y la Bastlica Opinia (121 a. de J.-C.). 15. Curculio, véanse páginas 470 y siguientes. 16. VARRÓN, De I. L., V, 147; Haec omnia, posteaquam contracta in unum locum quae ad victum pertinebant, et aedificatus locus, apeliatum Macelium. 17. Matadero o carnicería (7.) Los personajes de Plauto van al Ma- cellum a adquirir todo lo que sirve para el banquete (4ul., v. 264); se sabe de Marcial que el Macellum suministraba los más variados comestibles a la mesa de los ricos (X, 37, v. 19; 59, c. 3), incluso los pescados (Ibíd., XIII, 82); en el subsuelo del Macellum de Pompeya se ha encon- trado gran número de espinas de pescados. 18. Livio, XXVI, 27, 2: Eodem tempore septem taberna, quae postea quinque, et argentariae, quae nunc novae apellantur, arsere. 19. Además del nuevo Macelium en el Esquilino, hacia la mitad del siglo 1 fue construido otro en el Celio, a notable distancia del primero. 20. Los antiguos Rostra se hallaban entre el Comicio y el Foro, frente a la Curia; eran el lugar desde donde hablaban los oradores, llamado así porque, en 338 a. de J.-C., fue adornado con los espolones de naves enemigas de los de Ancio vencidos en batalla. César construyó nuevos Rostra frente al templo de la Concordia, sirviéndose en parte del material de los antiguos, que fueron. derribados. 21. 1,1: Equus maximus Domitiani imperatoris (véase la bella y exacta traducción que ha hecho de él recientemente L. ILLUMINATI, Mesina, G. D'Anna, 1941). 22. Cuando fue muerto Domiciano, el Senado decretó que fuesen derri- badas todas sus imágenes y borrado el nombre de los epígrafes (SUETONIO, Domit., 23); el equus Domitiani fue sin duda víctima de aquella furia ico- noclasta. 23. Se creyó durante largo tiempo que era de Constantino una estatua ecuestre de Marco Aurelio (v. pág. 30). 56 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 24. Es probable que el emperador Foca hiciese poner su estatua sobre una columna edificada anteriormente. 25. El Vicus Jugarius, partiendo del Foro, pasaba (v. fig. 4) entre el Templum Saturni y la Basilica Iwlia; de allí, siguiendo la línea de base del Capitollo, se prolongaba hasta la Porta Carmentalis y llegaba verosímilmente al Tíber (Porta Flumentana). En la Antigiiedad, se explicaba el nombre del Vicus Iugarius por el hecho de que se hallaba en ella (FEsTO, pág. 104 M.) un altar de Juno Iuga (quam putabam matrimonia iungere), la cual creían que unía en matrimonio fT.); es probable que el origen del nombre sea análogo al del Vicus Unguentarius, Vicus Vitrartus, Vicus Sandatiarius (véase pág. 44), y que el Vicus Iugarius se llamase asi porque abundaban en él los fabricantes de yugos. 26. El Vicus Tuscus, corto y estrecho, corría entre la Basílica Iulia y el templo de Cástor; era una de aquellas calles estrechas del antiguo centro, con muchas tiendas y con gente de toda clase. (PLAUTO, Curc., 482; In tusco vico ibi sunt homines qui ipsi sese venditant: «En el callejón tusco hay hombres que se venden a si mismos» (T.); cfr. Homacio, Sat., II, 3, v. 228.) El nombre es diversamente explicado por los autores, pero slempre referido a una inmigración de etruscos en Roma. 27. El nombre de la Via Sacra procedió tal vez de los santuarios que se alzaban a sus lados, y entre los más venerados de Roma figuraban: el templo de Vesta (en el Foro), el de los lares, próximo al lugar donde fue después construido el arco de Tito, y el de los dioses penates sobre la Velia. 28. La Velía era una altura entre las Carinae, una prolongación del Esquilino, y el Palatino; se alzaba en ella el templo de los dioses penates de Roma, que fue reconstruido por Augusto (Mon. Ancyr., 15, 9; Aedem Larum in Summa Sacra Via, aedem deum Penatium in Vella... feci). 29. CIL., VI, $60. 30. Marcial, IV, 8, vs. 3-4: In quintam varios extendit Roma labores, Sexta quies lassis, septima finis erit. 31. Horacio, Sat., I, 6, vs. 120-21: Obeundus Marsya, quí se vultum ferre negat Noviorum posse minoris, (Para ir a ver a Marsías que dice no poder aguantar al menor de los Novlo) (T.) (cfr. PoRFIRON: Duo Novit fratres illo tempore fuerant, quorum minor tumultuosus fenerator fuisse traditur. (En aquel tiempo hubo dos hermanos Novio, el menor de los cuales, según se dice, fue un alborotador usurero.) (7.) La llamada estatua de Marsias (en realidad un panzudo sileno con un odre, procedente de una ciudad griega, donde originariamente ornaba una fuente) se hallaba junto al tribunal del pretor, en frente de la Tabernae argenturiae del Foro, y era punte de reunión de los peores usureros de Roma. Está reproducida debajo de una higuera, en los dos plúteos del Foro, junto a los Rostra v. pag. 19). 32. MARCIAL, XII, 57, vs. 7-4, Hine otiosus sordidam quatit mensam Neroniang nummularius massa, 33. Los lugares heridos del rayo eran tenidos por sagrados y cercados de piedra (puteal), Además del puteal Libonis,' el más famoso (Horacio, Evist, I, 19, v. 8), llamado también Seribonianum (Frsro, pág. 333 M.J o sencillamente puteal (CICERÓN, Pro Sestio, 8, 18; Horacio, Sat., II, 6, v. 35; PERSIO, 4, v. 49); había en el Foro el puteal Iuturnae, que era un verdadero pozo de la fons Iuturnae, a poca distancia del primero (a la parte oriental del templo de Cástor) y el puteal del Comitium junto a la estatua de Atto Navío y la higuera sagrada (Dionisio DE HALICARNASO, II, 17, 5). 34. Persio, 3, v. 103. 35. SÉNECA, Ludus, 12, 1: Tiblcinum, cornicinum, omnis generis aenea- ROMA 57 torum tanta turba, tantum concentus, ut etiam Claudius (el emperador de quien se hacia el funeral) audire posset. 36. Horacio, Sat., I, 6, vs. 42-43; Epist., II, 2, v. 74. 37. Bruns, X, 4 = CICERÓN, De leg., II, 25, 64. 38. Ovrpio, Fasti, VI, v. 148; PETRONIO, c. 3. 39. MARCIAL, VII, 73, v. 1; XII, 18, v. 3. 40. CatuLo, €. 58, vs. 4-5; PropPercio, IV, 7, vs. 19-20. 41, CaruLo, c. 10, v. 26; ProreErcio, II, 33; Ovivio, Amores, II, 2, v. 25. 42. Marcia, IV, 64, vs. 21 y siguientes. 43. JUVENAL, 4, v. 116: Caecus adulator dirusque, a ponte satelles, 44, Ibid., v. sig.: Dignus Aricinos qui mendicaret ad ares. (Ciego adu- lador implacable, digno de mendigar, como un satélite del puente, tras los carros de la carretera de Aricia.) (T.) 45. Véase pág. 141; cfr. Horacio, Epist., I, 7, v. 65. 46. III, vs. 60 y siguientes. 47. Marcial, VI, 77, v. 4; IX, 2, v. 11; 22, v. 9. 48. JUVENAL, 7, V. 132; IX, v. 143; TERTULIANO, Ad uxrores, I, 6. 49, Ibid., 3, Vv. 240. 50. CaTuLo, c. 10, vs. 14 y siguientes. 51. Marcia, II, 57, v. 5; IX, 22, v. 10. 52. JUVENAL, I, vs. 32-33, 65-66. 53. Véase pág. 68 de Vipa Romana; cfr. para la costumbre de ostentar las sortijas, JUVENAL, I, v. 28. 54. CICERÓN, Ad. Att., VI, I, 25. Cicerón habla de un tal Vedio, a quien ha encontrado en provincias; pero ciertas formas de ostentación debían de ser habituales en Roma. . JUVENAL, 3, vs. 241-42. 56. SÉNECA, Epist., 4, 2. 57, CICERÓN, Ad Qu. fr., III, 1,3, 7: Romae respirandi non est locus. 58. Ars am., I, vs. 79-80, 59. Séneca, De benef., I, 9. 60. Sat., I, 2, vs. 1-2. (El colegio de las flautistas, los charlatanes, los men- digos, los comediantes, los voceadores.) (T.) 61. Horacio, Epist., I, 7, vs. 46 y siguientes; MARCIAL, IV, 8, v. 4. 62. Horacio, Sat., I, 6, vs. 113-14, 63. Ibid. Epist., II, 1, vs. 2698-70, 64, MARCIAL, XII, 18, v. 2: clamosa... in Subura. 65. JUVENAL, II, v. 61. Esquilias a ferventi migrare Subura. 66. Mancia, VII, 31; X, 94. 67. CIL., VI, 9284: crepidarius de Subura; 8300: ferarius de Subura; 9191: lanarius de Subura; 9526: in Subura matore... lintearius, etc. 68, MARCIAL, IX, 38, v. 1; II, 17. 69. T, Livio, TIT, 13, 2: Se... in iuventutem grassantem in Subura inci- desse: ibi riram natam esse, fratemque suum... pugno ictum... cecidisse; semianimen inter manus domum abatum. (Paseando siendo joven, fue a parar a Suburra: allí se originó una riña y un hermano suyo... herido de un puñetazo... cayó y hubo de ser trasladado a su casa medio muerto.) (T.) 70 Persio, 5, vs. 30 y siguientes. 71. SUETONIO, Divus Julius, 46: Habitavit primo in Subura modicis aedibus; post autem pontificatum, maxtmum in Sacra via domo publica. 72. MARCIAL, XII, 3, vs. 9-12 73. Ibid., XI, 61, vs. 3-4. 74. Ibid., VI, 66, vs 1-2. 75. Los Saepta Tula, comenzados por César y terminados por Agripa, estaban destinados a la reunión de los comicios; en los pórticos de los edificios vecinos estuba expuesta la mercancía más rica. Cfr. MARCIAL., X, 80, v. 4: Tota miser coemat Saepta feratque domum, por decir «Compra todo cuanto hay de más exquisito» con expresión análoga a la usada por HORA- cio, Sat., II, 3, vs. 229-230; citado en la nota 90. 58 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 76. MaRcIiaL, II, 57; IX, 59. 77. Ibid., IX, 59; vs. 36; X, 80, vs. 3-4, 78. El Colossus era una estatua de Nerdn, de proporciones enormes, obra del escultor Zenodoro (PLINIO EL YIEJO, XXXIV, 45), que se había sefialado por su habilidad en construir tales estatuas, elevando en Auvernia (Gallia) una gigantesca estatua de Mercurio. El Colossus neroniano tenia 119 pies y medio de altura (=35 metros aproximadamente) y permaneció en pie hasta después de la muerte de Nerón; pero la cabeza de Nerón se substituyó por una cabeza del Sol adornada de rayos. El nombre popular de «Coliseo» con que se designa el anfiteatro Florio no derlva, como podría parecer, de las colosales proporciones del edíficlo, sino del hecho de que se alzaba junto a aquella estatua, que por mucho tiempo continuó siendo llamada Colossts. 79. LXIX, 4. 80. Exfo ESPARCIANO, Hadr., 19, 12. 81. Dionisio DE HALICARNASO, III, 43, 1; X, 31, 2, 82. VARRÓN, De l. L., V. 43: Olim paludibus mons erat ab reliquis dis. clusts. 83. Auto GELIO, XIII, 14, 7. 34. VARRÓN, De i. L., V, 158. B5. Ovino, Festi, V, vs. 283-294 : qui tunc erat ardua Tupes: Utile nunc iter est, Publiciumaque vocant, 88. Marcial, VI, 64, v. 13; X, 56 vs. 1-2. 87. CIL., VI, 9871: negotiator penoris et vinorum de Velabro. 88. MarciaL, XI, 52, v. 10: XIII, 32. 89. Horacio, Sat., II, 3, vs. 229-30: Cum Velabro omne macellum mane domum veniant. pO. VIII, vs. 93 y siguientes (...y algunas escasas habitaciones). (T.) 81. El pomerium era la línea sagrada que señalaba el límite ideal de la ciudad. El nombre (pone [= post] moerum, «después del muro») literalmente significa la zona de respeto de las dos partes de la muralla que la ceñía; pero la historia del pomerium de Roma es independiente de la historia material de las construcciones de la ciudad, El más antiguo pomerium estaba fuera de las murallas de la Roma Quadrata sobre el Palatino; fue después ampliado, constituyendo el límite de las cuatro regiones (v, fig. 2), y permaneció sin cambiar hasta Sila (AuLo GELIO, XIII, 14, 4); por con- Siguiente, la colina Aventina, que estaba dentro de las llamadas murallas servianas, se halló mucho tiempo fuera del pomerium. Después de Sila, el pomerium fue ampliado todavía por César, por Claudio, por los Flavio (Vespasiano y Tito), por Adriano. 92. VALERIO Máximo, II, 1, 6. 93. Cicerón, De domo sus, 38, 101; cfr. Tiro Livio, VIII, 19, 4 (a. 331 antes de J. C.): Aedes fuere in Palatio eius, quae Yacci prata, diruto aedif cio publicatoque solo, epellata. 94. CICEHMÓN, ibíd., 38, 102; esta oración nos conserva también las demás noticias que están en el texto, 85. En aquella ocasión pronunció las oraciones De domo sua y De ka- ruspicum responso, en 57 a. de J.C. 4. CICERÓN, Ad Att., IV, 3, 2-3. 87. Ibid., 2, 5. 98. SuETONIO, Aug., 56. (Como uno del pueblo.) (T.) 99, SUETONIO, Cal, 22: Consistens saepe inter fraters deos, medium adorandum se adeuntibus erhibebat. 100. 1bíd., Nero, 31. 101. Ibid.: Eiusmodi domum.. hactenus comprobavit, ut se diceret gua- si hominem tandem hubitare coepisse. ROMA 59 102. I[bid., 30: Roma domus fiet: Veios migrate, Quirite, Si non et Veios occupat ista domus. Confróntese pág. 354 de este volumen. 103. Svetonio, Nero, 39: Nihil eum patientius quam maledicta et con- vicia hominum tulisse. 104. Véase págs. 18, 200, 231 y 336 de este volumen. 105. Liber spect., 2, vs. 11-12. 106. Véase pág. 98. 107. VIRGILIO, Aen., VIII, vs. 351-54. 108. Horacio, Od., III, 30, vs. 8-9. 109. CICERÓN, Pro Fontelo, 21, 48: Virgo Vestalis... cuins preces si di aspernerentur, haec salva esse non possent, 110, JUVENAL, 6, v. 412. 111. Horacio, Od., I, 9, v. 18. 112. Horacio, Ars poet., vs, 245-46. 113. FEDRO, V, 6, etc. 114. PrRopercio, IV, 7, vs. 19-20, etc. 115, Tácito, Ann., IV, 65, 1. 118. Cfr. PLinio eL Viejo (XXXVI, 48): los Mamurra fueron los pri- meros que introdujeron la costumbre de revestir las paredes con losas de mármol. 117. MARCIAL, XII, 18, vs. 4-6. 118. Jbid., II, 59, 119. JUVENAL, 19, v. 17. 120. Tácito, Ann, XV, 49, 2 y 60, 1. Plautius Lateranus era cónsul designado en el 62, cuando cayó víctima de Nerón por estar comprometido en la conjura de los Piscnes. En el lugar donde estaba el Palacio de los Lateranos, convertido en residencia imperial bajo Constantino, y después sede de los papas, fue edificada la basílica de San Juan de Letrán. 121. JuLto CAPITOLINO, M. Antonine, 1, 5. 122. Corresponde a la actual calle del Veinte de Septiembre. 123, CicERÓN, De leg., I, 1, 3; Ad. Att., XII, 45, 2, etc, 124, SUETONIO, Dom., I. 125. Véanse págs. 70 y siguientes, 126. JUVENAL, 3, v. 71: Dictumque petunt a vimine collem. 127. PLINIO EL VIEJO, XVII, 2. 128. ESTRABÓN, V, 236: «Admirable es la anchura del llano, la cual deja un espacio libre para guiar los carros y efectuar otro cualquier ejercicio con los caballos al grandísimo número de jóvenes que allí se ejercitan en la pelota, en el disco y en la lucha.» Cfr. Horacio, Od., I, 8, v. 4. 129. V, 20, v. 9. 130. Horacio, Sat, I, 8, vs. 8-11. Por CicERóN, Phil, IX, 7, 17, se sabe que en alguna zona del Esquilino había también sepulcros de hombres de la mejor sociedad. 131. SUETONIO, Claud., 25. 132. PLAUTO, Cas., v. 354; Mil. gl, v. 359; Pseud. v. 331. Plauto usa siempre la expresión extrae portam, con indudable alusión a la Porta Esqui- lina (cfr. Tácito, Ann., II, 32, 4: Extra portam Esquilinam... more prisco advertere). 133. Sat., II, 6, vs. 32-33. 134. Jbid., I, 8, vs. 15-16. 135. MARCIAL (V, 22, v. 2) y JUVENAL (3, v. 71; 5, v. 77) recuerdan el Esquilino como colina habitada por grandes señores, 136 De un palacio del Esquilino proceden algunos entre los más her- mosos frescos de época romana. 137. Las puertas de las murallas servianas eran: Porta Trigemina (del Aventino al río); Porta Flumentana y Porta Carmentalis (de la zona de: 60 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Foro y de los grandes mercados al Campo de Marte); Porta Fontinalis (del Capitolio al Campo de Marte); Porta Sanqualis, Salutaris y Quiri- nalis (del Quirinal al Pincio); Porta Collina (del Quirinal a los Castra Praetoria); Porta Viminalis (del Viminal a los Castra Praetoria); Porta Querquetulana (del Celio hacia la continuación de la colina a oriente); Porta Capena (al comienzo de la Via Appia; cfr. pag. 37); Porta Nae- via; Porta Raudusculana; Porta Lavernalis (en el recinto meridional del Aventino). Las puertas de las murallas aurelianas se abrían a intervalos regulares y, puesto que daban paso a los suburbios excéntricos o al campo libre, la afluencia de la muchedumbre era sin duda menor allí que en las puertas de las murallas servianas. En el trecho transtiberino de las murallas aurelianas había la Porta Portuensis, la Porta Aurelia, la Porta Septimiana; más al norte, sobre el Pons Aelius, se encontraba otra puerta, cuyo nombre no es seguro. Luego, en el trecho septentrional, la Porta Fla- minia («Puerta del Pueblo») y, yendo hacia oriente, las puertas Pinciana, Salaria, Nomentana. Al sur de los Castra Praetoria se abría otra puerta, cuyo nombre se ignora. En el lado oriental, las puertas Tiburtina (Puerta de San Lorenzo), Praenestina (Puerta Mayor), Asinaria, Metrovia, Latina, En el extremo límite meridional, la Porta Appia y, continuando hacia el río, las puertas Ardeatina y Ostiensis (Puerta de San Pablo). 138. Horacio, Sat. I, 5, vs. 1-6. 139. MARCIAL, III, 47, 140. Horacio, Epod., 4, v. 14. 141. Mencionada en la Notitia y el Curiosum,; v. pág. 2, n. 1. 142. MARCIAL, III, 47, v. 1; JUVENAL, 3, V. 11. 143. Ovino, Fasti, VI, v. 192. 144. MarciaL, I, 34, v. 6; XI, 61, v. 2. 145. Ibid., III, 82, v. 2; XII, 32, v. 22. 146. De sur a norte, remontando el Tíber: Pons Probi, frente al Aven- tino (fue reconstruido en mármol por Teodosio); Pons Sublimis, Pons Aemi- lius (para el que venía del Foro o del barrio de los mercados que conti- nuaban el Foro hacia el Tíber); Pons Fabricius, Pons Cestius (frente al teatro de Marcelo; estaban a continuación unos de otros y permitían el paso del Tíber por la isla Tiberiana), Pons Aureiius, Pons Agrippae (frente al Campo de Marte), Pons Aelius (que sirve de paso entre el Campo de Marte y el mausoleo de Adriano). Más allá del recinto aureliano había el Pons Milvius (el más septentrional y más alejado del centro). Es probable que, en el bajo Imperio, al sur de, Pons Aeltus, otro puente uniese los arcos de Valentiniano y Teodosio a la izquierda del río, con los arcos de Teodosio y Arcadio a la derecha (puente Neroniano). 147. T. Livio, III, 26, 9; PLINIO EL VIEJO, XVIII, 20. 148. Tiro Livio, IT, 13, 5. 149. CICERÓN, Pro Sex. Roscio Amer., T, 20. 150. Todo el territorio de la derecha del río, incluso el Janículo, y sus prolongaciones hacia el septentrión (y luego también el Monte Mario), era indicado generalmente con el nombre de Mons Vaticanus. El mismo Janículo es a veces indicado por los escritores con el nombre genérico de Mons Vaticanus (Horacio, Od., I, 20, vs. 7-8; JUVENAL, 6, v. 344) y Montes Vaticani (CICERÓN, Ad. Att., XIII, 33, 4). Más propiamente los Montes Vaticani son la prolongación del Janículo. El nombre Vaticanus pasó luego a indicar el trecho llano del Transtíber a los pies del Janículo, que se convirtió en el mayor centro de la Cristiandad. 151. Od., II, 3, v. 18. 152. I, 12; 82; 111 y passim. 153. I, 5; II, 20; IV, 2. 154. PLINIO EL Joven, IV, 2, 5: Tenet se trans Tiberim in hortis, in quibus latis simum solum particibus immensis, ripam statuis suis occupavit. 155. IV, 64, v. 19. 156. ESTRABÓN, V, 12 ROMA GI 157. CICERÓN, Ad. AŁt., XIII, 33, 4. 158. MarciaL, XII, 32, v. 25; JUVENAL, 10, v. &. 159. Esta expresión, que ha venido a ser conocidisima, es de Juvenas. 10, v. 81. l 160. CICERÓN, Ad. Att., XIV, 9, 1; MarciaL, XI, 32, 26; XIL, 32 v passin. 161. PERSIO, 1, v. 54; JUVENAL, 1, vs. 92-93. 162. MarciaL, VIII, 14, vs. 5-6. 163. did, IHI, 30, v. 3; JUVENAL, 3, v. 225. 164. Véase pag. 81. 165. ULPIANO, Lib. XXII ad Edictum (= Digesto, IX, 3, 5, pri: xi plures diviso inter se cenaculo habitent...; cfr. $ 1: Si quis cenaculariain erercens modicum sibi hospitium retinuerit, residuum locaverit pluribus 166. MARCIAL, XI, 32, v. 56, v. 5. 167. Ibid., XII, 32, v. 11. 168. Jbid., XI, 32, v. 2: JUVENAL, 5, Y. 8. 169. Jbid., XII, 57, v. 14. 170. Ibid., 1, 41, vs. 4-5. 171. QUINTILIANO, VI, 3, 74. 172. Estacio, IV, 9, vs. 21-22. 173. Horacio, Epist., I, 7, v. 61. 174. Seneca, Epist., 56, 2; MARCIAL, L, 41, vs. 9-10. 175. MARCIAL, I, 41, v. 8. 176. HORACIO, Ars. poet., v. 249. 177. MARCIAL, I, 41, v. 6, 178. MARCIAL, I, 41, v. 7. 179, APULEYO, Met., I, 4. Apuleyo coloca esta escena en provincias, en la plaza de Atenas; pero es conocido que los juglares de toda especio po zaban de gran simpatía en la plebe de Roma, y en Roma no debian de falter los tragadores de espadas. 180. Marcia, [, 41, v. 11. 181. En AVLO GELIO, I, 5, 9; cfr. Fepro, 1, 14. 182. CICERÓN, Cat., I, 4, 8: Dico te venisse.. inter falenarios, 183. Mencionados en la Notitia y en el Curinsum; Véase la nota 1 384. En semejantes indicaciones topográficas, ocurría tal vez una cor taminatio entre la indicación de: monumento y la de los establecimientos vecinos; en Roma hallamos menrionados el Elephantus herbarius y el Hercules olivairus; debemos entender aquí la estatua de un elefante en una localidad donde estaban los que vendían hierbas, y una de llércule:. donde se iba a comprar aceitunas. También en Atenas (y puede suponerse que en todas las demás ciudades antiguas) monumentos y tenderos servian para determinar una localidad; por ejemplo, había un lugar del q o pa llamado «el queso fresco» (Listas, C. Panci.. 6. ¿Allóvta ete tov yhp Topan, en una oración atribuida a DEMÓSTENES (C. Neaer., 39) es recordada una casa como correo «cerca del Hermes que toca el caramillo» (Tora po ay Tiiupiotiy ’Eppijy). Aquello, para entenderse, era la dirección del que all habitaba. 185. MarctaL, Il, 17, v. 3: Argique letum multus obsidet star, on cambio, en el epigrama I, 3, v. 1, son recordadas las tabernae librairiar del Argiletum (Argiletanas... tabernas) y en el epigrama I, 117, vs. Y yv >a guientes, la tienda del librero Atrectus, también en el Argiletum. 186 Horacio, Ars poet., vs. 372-73: Mediocribus esse poctis non ho mines, non di, non concessere columuee. (Pero que los poetas sean medio eres no lo concederán nunca los hombres ni los dioses, ni las columnas.) (T3 187. AULO GELIO, XVIII, 4, 1. 188. JUVENAL, 1, vs. 1056: Sed quingue tabernae quedrigenta purait (Pero mis cinco tiendas me procuran los cuatrocientos mil sestercios.) (7) 189. Esta costumbre testificada por el mundo griego e italiota de Ja época romana (ALCIFRÓN, III, 30; Luciano, TPOS tov arab. 29), y, pro 62 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA bablemente, bastante antigua, debe de haber sido traida a Roma, donde el arte tonsorio fue introducido por los griegos. 190. Este, por ejemplo del cual PASPOLI sacó el tema para su Ecloga XI, sive ovis peculiaris; cfr. v. 22), IN HIS PRAEDIS AVRELIAE FAVSTINIANAE BALINEVS LAVAT MORE VRBICO ET OMNIS HVMANITAS PRAESTATVR (CIL., XIV, 4015). Se note el balineus en lugar de balineum, Cfr. el epígrafe X, 7296 (=DeEssaAu, 7680) que está en latín y en griego, con errores en ambas lenguas. 191. Así un marmolista y labrante de Roma invita a su clientela (CIL., VI, 95556 = DESSAU, 7679): TITULOS SCRIBENDOS VEL SI QUID OPERIS MARMORARI OPUS FUERIT HIC HABES. 192. Horacio, Sat., 11, 6, v. 28. (Tengo que tuchar con la muchedumbre y maltratar a los tardones.) (T.). 193. Ibid., vs. 29-31. 194. JUVENAL, 3, vs. 245-46. 195. Horacio, Epist., II, 2, v. 73. 196. Cfr. CIL., I, 206= Dessau, 6085. (Lex Iulia Municipalis): II, 58 y siguientes. 197. Horacio, Epist., II, 2, v. 72; MARCIAL, V, 22, vs. 7-8. 198. SÉNECA, De trang. an., 12-4: Impellunt obvios et se aliosque prae- cipitant. 199. Horacio, Epist., II, 2, v. 75: Hac rabiosa fugit canis, hac lutu- lenta ruit sus. 200. SÉNECA. De trang. an., 12, 2-4. 201. XII, 57. 202. Para hacer que cesara el eclipse, que se tenía por de mal augurio, se recurría a aquellos procedimientos, incluso a los toques de trompa; cfr. Tácito, Ann., I, 28, 3. 203. Horacio, Sat., II, 6, v. 60 (¡Oh campo! ¿Cuándo podré contem- plarte?) (T.). 204. Horacio, Od., 26, vs. 6 y siguientes. 205. Horacio, Epist., II, 2 v. 79. 206. SUETONIO, Aug., 29. 207. JUVENAL, 3, v. 10. Muchos, viajando, llevaban bagajes, criados y séquito numeroso. (CICERÓN, Pro Milone, 10, 28; ...qui..., cum uxore vehe- retur in raeda, pae nulatus, magno et tmpedito et muliebri ac delicato ancillarum pueroruumque comitatu...; cfr. Ad, Att., VI, 1, 25; SUETONIO, Nero, 30.) 208. Ibid., vs. 236-37. 209. Horacio, Epist., 1, 2, v. 35; Ars poet., vs. 268-69. 210. Véase v. 62. (En cuanto a ti, te complaces en empalidecer a la noche sobre los papeles — los papeles nocturnos.) (T.) 211. MARCIAL, XII, 57, v. 5. 212. Ibid., XIV, 223, v. E: Surgite: iam vendit pueris ientacula pistor. Cristataeque sonant undique lucis aves. Levantaos; ya el confitero vende a los niños su almuerzo, y las crestadas aves cantan por todas partes anunciando la luz del día.) (T.) 213. SÉneca, De ira, III, 18, 4. 214. JUVENAL, 5, V. 8. 215. PLINIO, Epist., III, 12, 2. 216. Cfr. la nota 41 de este capítulo. 217. JUVENAL, 3, vs. 302 y sigulentes; 5, vs. 54-55. 218. Ibid., 3, vs. 278 y siguientes. 219. Ibid., 8, vs. 158 y siguientes. 220. CICERÓN, Pro Caelio, 8, 20; cfr. Ovipio, Amores, I, 3, vs. 55 y siguientes. 221. SUETONIO, Nero, 26. ROMA 63 222. Horacio, Od., I, 17, vs. 25-28, etc. 223. TERENCIO, Eun., vs. 771 y siguientes; Tísuio, I, 10, vs. 53-54; PRO- PERCIO, II, 5, vs. 21-24; Ovipio, Amores, I, 9, 20; Ars am., III, v. 567, etc. La escena de tales violencias, que está representada a lo vivo en TERENCIO (Adelph., vs. 155 y siguientes), deriva de fuente griega; pero en Roma no perdía actualidad. Hasta SÉNECA (Nat quaest., IV, praef., 6) considera como un hecho normal que una joven, al hallar cerrada la puerta del enamorado, la derribase: guemadmodum (ostium) opponi amicae solet: quae si impulit grata est; gratior si effregit. Y si esto hacían las jóvenes, con mucho menor escrúpulo debían de hacerlo los jóvenes, a lo menos así podemos pensarlo, 224. Horacio, III, 26, vs. 6-8. 225. SUETONIO, Nero, 26, 226. Véase la nota 13. 227. SuETOoNI0, Ofho, 2: Ferebatur... vagari noctibus solitus, atque inya- lidum quemque obviorum, vel putulentum corripere ac distento sago impo- situm in sublime lactare; cfr. MARCIAL., I, 3, v. 8. 228. Aquí se ve lo antiguo que es el mante amiento de que fue víctima célebre Sancho Panza. (T.) 229. TULPIANO, Lib. XXIL ad Edictum (= Digesto, IX, 3, 1, 5 1): Publice enim utile est sine metu et periculo per itinera commeari. 230. Ibid.: Si eo ictu homo liber perisse dicetur, quinquaginta aureorum tudicium dabo. El aureus valía cien sestercios, y tenía el peso poco más o menos de la libra esterlina. La acuñación regular de los aurei comenzó bajo Julio César (49 a. de J.-C.). 231. JUVENAL, 3, VS. 286 y siguientes. 232. SUuETONIO, Domit., 4. CAPÍTULO II LA CASA ROMANA I. Los das tipos principales de casa romana, — II. La casa roma- na señorial (tipo pompeyano). — III, La manzana de casas de alquiler (tipo ostiense). — IV, Caracteres generales de la casa señorial; sus diversas partes: «vestibulum y fauces», la puerta, el «posticum», «atrium, tablinum, alae, andron, peristylium, exe- dra, oecus», las alcobas, el «triclinium», la cocina, los cuartos para los esclavos, las «tabernae», Partes accesorias. Frescos murales, estucos, mosaicos. V. Plantas de casas pompeyanas. I La casa romana, según nos la describe Vitrubio, y como podemos estudiarla en las ruinas de Pompeya, se componia de dos partes: era centro de la primera el atrium; de la se- gunda, el peristylium (figs. 19 y 21). La antigua casa itálica estaba formada sólo por el atrium, con las habitaciones que lo rodeaban y, en la mayor parte de los casos, con un jardincito en la parte posterior. Un ejemplo de este primitivo tipo de casa se observa hoy en Pompeya, en la llamada Casa del Cirujano (fig. 20). Del primitivo jardincito adyacente al lado posterior de la casa se desarrolló luego el peristylium, un jardín ceñido de pórticos con columnas, en ej cual se abrían a cada lado es- tancias de diversa magnitud; las mayores y más bellas, en el lado posterior, esto es, el más alejado del atrio. El peris- tylium, por su aspecto general y también por sus nombres, reproducía el aposento masculino de la casa griega; mientras que, en efecto, los nombres de los correspondientes a la parte anterior de la casa romana son itálicos (atrium, fauces, alae, tablinum), los de la parte posterior son griegos (peristylium, triclinium, oecus, exedra). 66 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Esta es la casa romana típica y corresponde a la cons- trucción general de la casa pompeyana y a la mención de las casas señoriales que hallamos en los autores. Pero las recientes excavaciones de Ostia y algunos datos que toma- mos de los textos literarios de la época imperial (Juvenal, ALA EXHEDRA POSTICUM Fig. 19 —- La casa romana tipica (esquema). Marcial, Digesto) permiten contraponer a este tipo de casa romana las grandes manzanas de casas de alquiler, con las cuales, en los populosos centros, y sobre todo en Roma, se intentaba resolver el angustioso problema de la habitación; colmenas humanas, más semejantes en aspecto y distribu- ción a las casas modernas. Los dos tipos serán estudiados aquí separadamente. IT La casa romana tipica esta ocunpada toda ella, por lo general, por una sola familia, y difiere de la casa moderna por estas caracteristicas: 1) Está orientada hacia el interior, y no, como la nues- tra, hacia el exterior: el aire y la luz penetran por las dos áreas centrales, en torno a las cuales se agrupan las otras estancias; esto es, por el atrio, que por estar abierto en la parte central del techo toma de allí el aire y la luz de que disfrutan las habitaciones construidas en torno, y por el jardín del peristilo, todavía más luminoso que el atrio, porque está más abierto y suele ser más ancho. LA CASA ROMANA 67 2) Carece de vista exterior. En efecto, las ventanas ex- teriores son raras, abiertas irregularmente y poco espa- ciosas; falta a menudo un encuadramiento exte- rior, por lo cual, como observa hoy quien dis- curre por las calles de Pompeya, con el mag- nífico sucederse de las habitaciones en el inte- rior de la casa, con la gracia y la grandeza de las estancias señoriales, contrasta la faja de pa- redes, tosca y tétrica, que en la edad moderna haría más bien pensar en una prisión o en un convento, que en una casa señorial, 3) Es normalmente de un solo piso, v cuando tiene más de uno las cons- trucciones del piso supe- rior se limitan a una serie de huecos, lo que prueba que se ha procedido a so- breelevar esta o aquella estancia por exigencias familiares, y no de acuer- do con un criterio arqui- tectónico orgánico. 4) Los diversos es- pacios están destinados a PORTICUS FABLI. NUM TRIC MI feted Jaberna que 20 conmunita cor los Asbitaciones CO) 7aberna que comunica con fas habitaciones Fig. 20. — La Casa del Cirujano en Pompeya. CUB. = cubiculum, — i. = impluvium- compluvium. — P. = posticum. 1, cocina; 2, 3, retretes; 4, habitación de aplicación incierta (tal vez triclinio esti- val); 5, escaleras que conducen a un piso superior; 6, despensa; 7, corredor de ser- vicio; 8, habitación vacía (tal vez un cu- chitril; 9, patinillo descubierto; 10, esca- lera que conduce a una perguia un solo uso; por ejemplo: el cubiculum es una alcoba; el tri- clinium, el comedor; el tablinum, una sala de reunión; etc. III En cambio, la casa agrupada en grandes manzanas que nos han descubierto las excavaciones realizadas en Ostia re- produce la habitación popular y de la pequeña burguesía en Roma, y preludia a la casa moderna, por cuanto: VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 68 [0.1343 ESE) E] UGS BNuUNWOD anh sarorigdns soJuasodt 10) B]OUO I RIQeY “TA ¿soatoniadns sojyuasode uos 13] mb JE ap SPyOUCTORJIQey ‘A “AI FNAC ap seyouopeigey TIT ‘TI 1 “acriodos eyiouoiweigey gun 10) EMUNLLOD end D149QD] ‘q ‘ynan e] € BANpPUd) anh EXS[EaIsd UON Bukvgn? |) ¿DULIQD] Q “(OLAS 19 FZE ¿Seoul sel ap SOUCPORJIQCEY SB] 11) diapeued ap cpuan ‘F ‘F ‘F — 01 den9 “YT ¿e.19ydo) *g ÍRUYOJ ‘g (S0(QEISO $L f.IO0Paxioa “y MUNUAIS AA E UNLU] Jap OSEd ap PILDUODENGeY Q ¿uni f3sidod jap Ope] un Y SAROLIENAPU Pp E HUNI) “Sti9d |B UAE as anh seuoeryqey “E € Ardasod e Baa DND IOPAll0D ‘Z [unit sidad ye Eja WoTaeyIGeyY “[ UNIAGUYSIA = "A — t4nd3sod = e] — CSIIMDÍ = "Y — MIRROR 2080) 'BX2aduog Ua CSURI ap BSED VT — “TZ ' PEU UOLO EZ IPL Y P; UOD VLEIUNIVOD) ou ¿PAR uUOLIOZIQLY ueib eyl] IPVIVAD UOIDPJIQEY DJ VOJ UBorunwers anb epuata A UOLJPJZIQEH Ee] anh sepuez A SIUD PITJE ™ mint 3 Fi ptt whe EPI Ide 22S SFR ri SAL = el >: PIANO g rr es sheer Se gio reese os wer A SEELAE LUCA sas aame Mei lee rit AD £ E 3 TÍ] ane eye eed PB es * Release E 2 sew ERA FET es. 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En efecto: por el hecho de estar cons- truidas económicamente, de manera que pudiera utilizarse todo lo posible el espacio interior, para disponer de habita- ciones, las casas de Ostia estaban ventiladas desde fuera. 3) Las paredes exteriores forman perspectiva. 4) Los recintos no están destinados a un uso fijo (como, por ejemplo, el tablinum, e: oecus, etc., de la casa pompe- yana); no tienen, en efecto, características especiales, ni en cuanto a disposición, ni en cuanto a estructura: el inqui- lino las utiliza según las necesidades de la familia. No hay duda que las casas populares de Roma eran de este tipo: los autores nos hablan de escaleras interminables a pisos altfsimos,’ de ventanas tan juntas una a otra, que los vecinos se podían dar la mano.? Casas estrechas, incó- modas y peligrosas, carentes, en general, de conducciones interiores para el agua; * además, expuestas a los peligros del incendio y del hundimiento. «Nosotros — dice Juvenal * — habitamos una ciudad apuntalada en gran parte con soportes que tienen la fragilidad de la caña; tal es, en efecto, el magnífico remedio hallado por el administrador cuando la casa está a punto de hundirse; después, pasando una mano de yeso por una grieta abierta en tiempos remotos, te dice: "Ahora ya puedes dormir tranquilo.” Y, mientras tanto, la casa amenaza caérsete encima.» No exageraba. Cicerón, * escribiendo a Ático, le da noticia de las lamentables condi- ciones de una casa suya de alquiler: «Se me han hundido dos tabernae; en las otras, las paredes están todas agrieta- das; no sólo se van los inquilinos, sino hasta las ratas.» (¡Ra- tas previsoras!) Con aquellos aposentos pegados uno a otro, con las ven- tanas que daban a la calle, el ruido entraba por todas partes. Séneca (cfr. pág. 300) se lamenta de que en el piso inferior hay un baño; Marcial,* de que hay una escuela; Juvenal” de que de la calle suben ruidos de toda especie. Sólo las casas señoriales, por su estructura, estaban lo bastante pro- tegidas de los rumores exteriores; entre tantas injusticias sociales, había, además, esta de aque el tranquilo sueño de la noche era un privilegio de los ricos: * «En Roma, para LA CASA ROMANA 71 poder dormir —dice Juvenal — se necesita mucho dinero» (magnis opibus dormitur in urbe). Es el interior de la casa había una serie de habitaciones con poca luz; todo ello pro- ducía un sombrío efecto de estrechez y de encierro. Aquella pobre gente, envidiando el peristilo de los señores, alegraba un poco tal melancolía cultivando alguna flor en el antepecho de la ventana.’ A la naturaleza, como es sabido, «no se la echa con la horqueta»; * y, a falta de cosa mejor, se ha hecho siempre así. IV La típica casa romana es la que más refleja las exigen- cias y la vida familiar de las poblaciones itálicas, cuando entre ellas se desplegó plenamente la importada cultura griega. En sus últimos desarrollos tiene características se- ñoriales: es una casa cómoda, recogida, bellísima, como se la podían permitir sólo los ricos ciudadanos de Roma o los habitantes de la opulenta Pompeya, y la derogación de cuyo tipo impusieron las necesidades edilicias originadas por un exceso de población. Del modo como está construida esta casa, invita — casi obliga — a la vida al aire libre; es una casa de poblaciones meridionales; de tal modo, que cuando los romanos comenzaron a fabricar sus palacios en la Italia septentrional o en las provincias del norte de Eu- ropa, adoptaron un completo sistema de calefacción, el cual, difundiendo el aire caliente por el interior de paredes huecas, recuerda, por su modo de distribución del calor, los termosifones modernos (cfr. págs. 301 y 302). En la casa romana del tipo pompeyano se está siempre en contacto con el aire exterior; desciende del impluvium, se expande por el jardín, circula por corredores y aposentos. Las habitaciones que rodean al atrio y al peristilo están cerradas y sin aire; el que está sano se refugia en ellas lo menos posible; cuando el tiempo es bueno y el frío no es riguroso, la familia come en el jardín. Mientras la casa de Ostia presenta una sucesión de apo- sentos y corredores, un juego de escaleras interiores y exte- riores, que varía de edificio a edificio y, como se ha visto, recuerda la casa moderna también por esta ausencia de tipi- cidad, en la casa pompeyana todo espacio tiene su destinación Ta VIDA EN LA ROMA ANTIGUA y un nombre; es necesario su conocimiento, aunque sólo sea para entender las numerosas alusiones de los escritores. «VESTIBULUM Y FAUCES.» — En la casa romana no se en- traba, como en la casa moderna, por una puerta situada inmediatamente junto a la calle. Al contrario, habia la cos- tumbre, que en los palacios de las familias más influyentes constituía una regla fija, de construir la puerta en la mitad del corredor que desde el exterior conducía al atrio. El corre- dor, de este modo, se distinguía en dos partes: 1) el vesti- bulum, antes de la puerta; 2) las fauces, después de ella. Los vestíbulos de Pompeya son modestos y no nos dan, ni aun de lejos, la idea de lo que debía de ser el vestíbulo de una casa señorial en Roma: ambiente rico, decorado con estatuas, rodeado de pórticos sostenidos por columnas, donde se apretujaban los clientes en espera de la salutatio matutina. El trozo de corredor comprendido entre la puerta y el atrium constituía las fauces. Por lo general, las fauces se presentan como una sencilla continuación del vestibulum, con el que forman un corredor único interrumpido por las fauces; por ejemplo, en Pompeya, la Casa de Edipo Rufo presenta seme- jante característica. La puerta; el posticum. — La puerta (ianua), entendida en el sentido más amplio, estaba constituida por tres elemen- tos esenciales: 1) limen: el umbral (limen inferum), ligeramente ele- vado sobre el plano del vestíbulo y el arquitrabe (limen su- perum); el umbral, por lo regular, y a menudo también el arquitrabe, eran de mármol; ” 2) postes: los pilares (postes), que salían de cada una de las dos paredes situadas a los lados del vestíbulo, estaban cubiertos de revestimientos de madera (antepagmenta) y también de estuco y de mármol. En los umbrales de las ca- sas pompeyanas se observan los agujeros en los cuales se fi- jaban estos revestimientos; 3) fores: la puerta propiamente dicha (fores) acostum- braba estar formada por dos o más hojas (valvae.) Estas valvae no estaban sujetas a los postes por medio de charne- las, como ocurre en nuestras casas, sino que giraban sobre goznes de madera forrados de hierro o de bronce. Así com- prendemos cómo, ya sea por la tosca pesadez de las cerra- duras, ya por el poco práctico sistema de apertura, las puer- LA CASA ROMANA T3 tas de la casa producían aquel grande estruendo a que se alude tan a menudo en las comedias de Plauto y Terencio (crepare, concrepare, strepere). Como se ve, hasta los poetas han traducido materialmente una expresión de su modelo, testimonio de la muy conocida rumorosidad de la puerta de la casa griega,” y este pormenor está de perfecto acuerdo con los datos arqueológicos que poseemos acerca de la casa romana. Además de la entrada principal había una de servicio, el pesticum,; a juzgar por lo que se observa casi constante- mente en Pompeya, no se hallaba en la extremidad opuesta del edificio, como parecería indicarlo su nombre, sino que se abría en una de las paredes laterales de la casa y daba a un callejón. Los esclavos, la gente baja, como los mozos de los proveedores de la cocina, pasaban por allí, y hasta el dueño, a veces, cuando quería escurrirse fuera sin que le vieran los importunos: atria servantem postico falle clien- tem, * «ATRIUM.» — Constituye, como se ha visto, el centro del cuerpo anterior de la casa romana. Es un gran espacio va- cio que tiene una abertura en el techo (impluvium); en el atrio se abren las estancias menores construidas en torno. En el pavimento, en correspondencia con el impluvium, está abierta una pila de forma rectangular (compluvium), con las paredes ornadas de hermosos revestimientos y destinada a recibir el agua de la lluvia por la abertura que tiene encima. Una abertura practicada en uno de los lados del conpluvium y rodeada de un puteal de forma cilíndrica, lo pone en comu- nicación con una cisterna en el subsuelo, Vitrubio * describe cinco tipos de atrio: 1) Tuscanicum, sin columnas, en que el peso del techo es sostenido únicamente por las vigas. 2) Tetrastylum, con una columna en cada uno de los cuatro ángulos del impluvium (se tiene un espléndido ejem- plo en la Casa de las Bodas de plata, de Pompeya. 3) Corinthium, semejante al anterior, pero con mayor número de columnas y más amplia abertura de luz. 4) Displuviatum (un tipo del que falta una segura do- cumentación arqueológica); en éste el techo era construido en pendiente hacia las paredes laterales. Las aguas del techo hallaban salida escurriéndose por gárgolas en los ángulos. 74 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 5) Testudinatum; atrio cubierto, del cual tienen ejem- plos raros y sólo en espacios pequeños y de poca importancia. Aunque más costoso que los demás en cuanto a cons- trucción y conservación, por causa de la poderosa armazón del techo, el atrium tuscanicum parece haber sido el tipo normal del atrio en la casa romana. Así es lícito inferirlo del absoluto predominio numérico de los atrios de este tipo en la casa pompeyana. A esto debieron de contribuir, ade- más del poderoso influjo de la tradición, esto es, a la cir- cunstancia de que continuaba viviendo en él la primitiva forma de la casa itálica, otras razones de práctica y de es- tética, puesto que el atrio tuscánico, privado como está de columnas, permite que, desde la entrada, la mirada del visi- tante, a través del atrio y el tablinum, alcance libremente hasta el luminoso peristilo rico de luz, de verdura y de orna- mentos de arte. Un tiempo, en el atrium, corazón de la casa primitiva, ardía el hogar doméstico; durante el día se reunían allí amos y criados; toda la vida de la familia se concentraba allí. Pero con el desarrollo que fue adquiriendo la parte posterior de la casa, el centro de la vida familiar fue retirándose ha- cia el interior, esto es, al tablinum, y al peristilo. El atrium quedó como una antecámara grandiosa y sun- tuosamente amueblada; pero, fuera de circunstancias ex- cepcionales o en familias en que se mantuviesen de pro- pósito las antiguas costumbres, dejó de ser el centro de la vida doméstica. Así ocurre que en el atrium pompeyano se busca inútilmente el hogar doméstico, que las fuentes lite- rarias nos han habituado a considerar como elemento esencial de esta parte de la casa romana y del cual parece venirle su mismo nombre. ** Recuerdo del hogar doméstico de un tiempo es la mesita de mármol (tartibulum) que estaba situads den- tro del compluvium y adosada a su lado más interior. Nor- males ornamentos del atrio eran una capillita para los lares (lararium)," el arca doméstica de caudales (arca; fig. 50) y tal vez también un hermes con el retrato en mármol del dueño de la casa. «TABLINUM.» — Era una grande estancia que se abría en toda su amplitud en la pared del atrio situada enfrente de la puerta. A la entrada del tablinum los ángulos de las LA CASA ROMANA 70 paredes estaban dispuestos en forma de pilastras, formando así una perspectiva interior de nobilísimo efecto; la entrada no estaba cerrada por una puerta, sino por una cortina, como lo dan a pensar los magníficos soportes de bronce ha- llados en algunas casas de Pompeya; con tabiques de tablas o con una puerta estaba cerrada; en cambio, había una se- gunda abertura que daba al peristilo, en la pared más interior. Durante la primavera, cuando se quitaban los tabiques de tablas, desde el atrio, a través del tablinum, se abría la vista del peristilo. El tablinum es la estancia en que en la edad más antigua residía el paterfamilias. «ALAE.» — Así eran llamados los dos recintos que se abrían en toda su amplitud y en correspondencia entre sí, a los dos lados del atrio; de costumbre en su extremidad, a veces en su centro. Su uso es incierto. Es posible que, más que responder a una precisa exigencia en la general economía de las habitaciones, fueran una supervivencia de un sistema más antiguo de construcción; se supone, en efecto, que en la primitiva casa itálica, en la cual el atrio estaba cubierto, las alae servían para hacer entrar el aire y la luz y para ofrecer una comunicación con el exterior mediante ventana o puerta, Habitaciones en torno al atrio. — De las habitaciones construidas en torno al atrio hay que distinguir, según como estaban situadas: 1) A los lados de la entrada; estas habitaciones daban normalmente a la calle y servían como tabernae (v. pág. 82); si, en cambio, se abrían hacia el interior, eran habitadas corno cuartos para el servicio, como alcobas, y también como modestos comedores. 2) A los lados del atrio; alcobas (cubicula) que tenían una sola abertura al atrio. 3) En la extremidad del atrio, junto al «tablinum»; habitaciones que generalmente estaban abiertas hacia el pe- ristilo, con todo y tener a veces comunicación directa con el atrio. «ANDRON.» — A través del corredor, que debido a cierto uso arbitrario de una palabra griega se llamó andron, * se pasaba del atrio al peristilo. 76 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA «PERYSTYLIUM, EXEDRA, OECUS.» — El peristilo, la parte mas interior de la casa romana, consistia en un jardin rodeado de un portico, generalmente de dos pisos, sostenido por co- lumnas. Este es el peristilo tipico; en la practica habian existido variedades y adap- taciones sugeridas por las necesidades del espacio o del capricho personal del cons- tructor o del propietario; en Pompeya, por ejemplo, no es raro el caso de aue el pór- tico corra únicamente por algunos lados del peristilo, y hasta que falte por com- pleto, presentando el aspec- to de un sencillo jardín. En las estancias que rodean el peristilo (alcobas, triclinios y salas de recibir) hay ma- yor variedad de distribución y de aspecto que en las que circundan el atrio. Algunas habitaciones ma- yores y más ricamente ador- Fig. 23. — Jardin con euripus. Pompeya (Nuevas excavaciones). Casa de Lorcio Tiburtino. nadas aque las demas te- Foto Inst. Geogr. tint. í j (Foto Inst. Geogr. De Agostini) nian un nombre particular, esto es, la exedra (exedra), una sala espaciosa que se abria en toda su amplitud al por- tico en la parte extrema del peristilo en correspondencia con el tablinum, y el oecus (del griego «xog, casa y estancia), tal vez un triclinio mayor que el común, si estaba adornado en el interior por columnas tomaba el nombre de oecus Co- rinthius. El jardín, recogido, íntimo, al reparo de los vientos y de la curiosidad de los vecinos, era objeto de minucioso cui- dado, como un salón. Allí se hacían crecer con simetría hier- bas y flores: predominaban las rosas, las violetas, los li- rios. Por todas partes estaban diseminadas pequeñas obras de arte, mesas, estatuitas, columnillas y losas con finos re- lieves. Ornamentos de mármol figuraban por las pequeñas avenidas, despuntaban entre los céspedes, puestos uno junto A CASA ROMANA DE LA EPOCA IMPERIAL Maqueta moderna. RESTOS DE UNA CASA ROMANA, LA LLAMADA «DEL NOTARIO» Pompeva. LA CASA ROMANA TT a otro y a distancias iguales; pendían del techo de los pór- ticos. Esto es hermoso, pero a nosotros no nos acomodaria; es algo preciosista, vulgar. Nos parece que el arte afirma, en ello, derechos exorbitantes sobre la naturaleza, y que todas aquellas costosas fruslerias privan un poco, con la ostentación, el gozo del aire libre y de la verdura. A menudo en el centro del jardín hay una pilita; si el jardín era anchuroso, corría por él un canal entre paredes de albañilería (fig. 24). Numerosos juegos de agua aumen- taban la amenidad del lugar, y donde el espacio lo consentía se construía un triclinio de piedra al aire libre. Las alcobas. — Se ha dicho ya que en la casa de tipo pompeyano las habitaciones tienen una destinación fija, por lo cual no era posible, como en la casa ostiense y en la casa moderna, que una misma habitación pudiera servir para varios usos, según los inquilinos y las exigencias de la familia. En efecto, se observa hoy en Pompeya que el cubiculum, el lugar donde había de estar la ca- ma, se distingue del resto por varias características: 1) El mosaico del pa- vimento, en el lugar desti- nado a la cama, es blanco y delimitado por una orna- mentación particular. 2) Las pinturas mura- les son diversas en color y en estilo. 3) El techo sobre la cama es más bajo que en el resto del cubiculum, y Fig. 24 siempre formando bóveda. Estancia con fuente y pila. (Foto Anderson.) La cama se halla de este modo como en un nicho. Las alcobas situadas en derredor del atrio presentan diferencias respecto a las del peristylium; las primeras son menos anchurosas, pero más altas, y se 7 78 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA entra en ellas por una abertura unica y estrecha; mientras, por lo regular, las alcobas del peristilo, más bajas y mas anchas, se abren al pórtico del peristilo en casi toda o en Fig. 25. — Tablinio con cenáculo. Casa del Poeta trágico (Pompeya). (Puto Alinari} toda su anchura, y tienen una abertura de acceso secundario abierta en una de las paredes laterales. A veces, delante de la alcoba había una antecámara, pro- coeton (nooxutwv), en la cual dormía el criado de confianza (cubicularius, o servus a cubiculo). El «TRICLINIUM». — Sólo con el desarrollo de una civili- zación más refinada los romanos comenzaron a construir en sus casas triclinios (triclinta), esto es, estancias que servían sólo para comedores. Esto ocurrió cuando se hubo introduci- do en Roma el uso griego de cenar echados (cfr. pág. 129). Anteriormente se cenaba en el atrio, en el tablinium, o en un piso sobre el tablinum (cenaculum en el sentido primi- tivo) (fig. 25). *” Los triclinios de las casas pompeyanas nos LA CASA ROMANA 19 dan sólo una idea aproximada de los suntuosos triclinios de las casas señoriales de Roma, grandiosas salas destinadas a hospedar una muchedumbre de comensales. Los de Pompeya son relativamente pequeños; los tres lechos apenas podían hallar sitio en ellos, y estaban adosados a las paredes del triclinio; quedaba muy poco espacio para los esclavos que servían la comida. Mayores comodidades ofrecía el oecus Corinthius (v. pág. 76), dispuesto, como es verosímil, para triclinio; los lechos triclinares estaban dispuestos en el espacio interior entre las columnas, de modo que entre éstas y las paredes quedase como un corredor libre. La cocina. — Escribía Séneca: * «adspice culinas nostras e concursantes inter tot ignes coquos»; y nosotros imagi- namos un cuarto vastisimo, donde hay lugar para muchos Fig. 26. — Jardín con triclinio de albañilería y pila. Casa de las Bodas de plata (Pompeya). (Foto Alinari.) fogones, de albañilería y portátiles, en derredor de los cuales se atarean cocineros, pinches, mozos, un verdadero ejército a las órdenes del cocinero jefe (archimagirus), supremo jerarca 80 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA de la cocina. La complejidad y la grandiosidad del convite romano hacen pensar necesariamente en una cocina vasta, rica de cachivaches variados, con grande ir y venir de sir- Pig Y. — Cocina. Casu de los Vetti (Pompeya). vientes. Verdad es que este tipo de cocina debía de ser una excepción, rarísima excepción en las grandes casas: la regla es representada por la muy modesta cocina que hallamos en Pompeya (fig. 27), en Ostia, en la Domus Liviae del Pa- latino: un cuchitril ocupado en gran parte por un fogón de albañilería, donde si los empleados en ella eran más de uno, no se comprende cómo lograrían moverse sin estorbarse mu- tuamente. El recinto es pequeño y sombrío. El humo sale o por una ventana o por una abertura practicada en el techo y se va como puede, porque es raro que se construya campana sobre fogón y encima del tejado no hay chimenea; * por LA CASA ROMANA $81 eso falta el tiro. Y ello es incómodo y peligroso. La escena de la cocina que se incendia, descrita en una de las sátiras de Horacio, * debía de ser una realidad bastante a menudo. Nam vaga per veterem dilopso flamma culinam Volcano summum properabat lambere tectum. Además del hogar había un pequeño horno para el pan, y un albanal (confluvium, fusorium) para el desagie. La cocina es, por decirlo así, la Cenicienta de la casa romana; no hay en el esquema típico de la casa un lugar fijo destinado a ella; la encontramos ora en un sitio, ora en otro, donde pueda hallarse un espacio libre, de modo subor- dinado al plan general de la construcción. Y esto no debe causar maravilla: el destinar una habitación especial para Fig. 28. — Taberna con mostrador de venta, de ulbanileria. Calle de Stabia (Pompeya). (Foto Alinari.) cocina es ya un refinamiento y un progreso. Los antiguos romanos no tenían cocina; preparaban su cena en el atrium o, si hallaban manera, al aire libre, parecidos en esto a los 82 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA héroes homéricos, que vivían en suntuosos palacios reales, pero carentes de cocina. * Anexos a la cocina estaban los retretes y el baño. Fig. 29. — Cuarto de baño en casa particular. Casa de las Bodas de plata (Pompeva). (Foto Alinari.) Los cuartos para los esclavos. — También los cuartos para los esclavos (cellae servorum, cellae familiares o familia- ricae) no tienen destinación fija; sólo la habitación del portero (ostiarius) está, naturalmente, junto a la puerta. Las «TABERNAE». — En la estructura general de la casa romana, las tabernae pertenecen a las estancias que rodean el atrio y tienen de ellos la característica de ser altas y es- trechas. Pero con la diferencia de que se abren a la puerta de la calle. Por lo regular, a la entrada hay un mostrador de albañilería que sirve para la exposición de la mercadería que se vende (fig. 28). En la parte más interior hay una o dos trastiendas, separadas por una pared; normalmente hay un entresuelo que divide en dos huecos el espacio de la taberna; la parte superior de la taberna, a la que se sube por el in- terior de la tienda, mediante una escalera, o directamente desde la calle, es llamada pergula. Aquel entresuelo solía LA CASA ROMANA 83 servir de habitación a gente pobrísima. De aquí se deriva que en latín taberna y pergula signifiquen también «tugurio», como en el proverbio qui in pergula natus est aedes non som- miatur;* y son tugurios las tabernae a que alude Horacio + en dos versos famosos: Pallida mors aequo pulsat pede — pauperum tabernas regumque turres. Partes accesorias. — Partes accesorias de la casa romana son el baño, para uso exclusivo de la familia (fig. 29), y, hacia el exterior, el balcón (figs. 30 y 31); en algunas casas, una parte exterior del edificio se habilitaba para molino (fig. 32) y se alquilaba a un panadero. Frescos murales, estucos, mosaicos. — El interior de las habitaciones era más o menos cuidado, según su desti- nación. En los aposentos mejores, donde se recibía a los huéspedes, hábiles artífices habían adornado pavimentos, Figs. 30 y 31. — Casas pompevanas con balcón. (Foto Alinari) techos, paredes. Las paredes eran pintadas al fresco (figs. 33 y 34), con encuadrados de color vivo, con motivos arquitecto- nicos o de flores, con escenas de caza, amorcillos diversamente 84 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA ocupados, tc. Algunas reproducian obras insignes de la an- tigua pintura; a estos indirectos testimonios debemos el co- nocimiento de muchas obras maestras desaparecidas. Pig. 32. — Molino y horno de pan. ~ (Pompeya) (Foto Alinari.) El techo era artesonado (lacunar), con taraceas, en los palacios más suntuosos, de marfil y oro; * o bien, especial- mente si formaban bóveda, con estuco tan sólo. Los estucos eran ejecutados en parte con molde, en parte con buril, a veces corregidos con un ligera presión de la uña, y los asun- tos representados eran escogidos con preocupación tal vez excesiva de variedad, pero con genial fantasía: trabajos cam- pestres, sacrificios al aire libre, escenas mitológicas o suges- tivamente irreales, y además motivos ornamentales de toda especie: rosetones, frisos, cabezas barbudas, victorias aladas, grifos, sutilísimos candelabros. Trabajos que, si en general son descuidados en los detalles, revelan en el artista un inte- ligente sentido del conjunto y grande presteza en la intuición del juego de las sombras. LA CASA ROMANA 85 Espléndido, además, era el mosaico de los pavimentos, por el material que usaban los más ricos, quienes empleaban piedras preciosas, como el ónix, los mármoles raros, el cristal y hasta incrustaciones de oro puro. La ejecución, en los mo- saicos que nos quedan, es de valor diverso: muchos son pro- ducto de mero arte industrial, pero algunos se cuentan entre las obras de arte más finas de la Antigüedad, mosaicos pe- queños, como las palomas del Museo Capitolino * (fig. 35), o de grande extensión, como la batalla de Iso. También en los mosaicos hay grande variedad de motivos; la tendencia con- siste en adaptar el asunto a la destinación de la estancia: en las termas se representan peces, tritones, escenas fluviales; Fig. 33. — Fresco de una casa pompeyana. (Foto Alinari.} en el vestíbulo, el perro guardián; en el triclinio, naturaleza muerta o motivos no extraños al banquete (cf. nota Y del capítulo vi, págs. 133 y 136). UA ` y LA ROMA ANTIC iN E VIDA 86 ared. en p o floral sc 7 r E Tagete (Pumpey Fig. 34. es). 10 . Nuevas extaVac a, io C. ubl asa de P e E C (Foto Alinari.) LA CASA ROMANA 8&7 v Aconsejamos el estudio atento de las plantas reproducidas antes. La primera (fig. 19) no corresponde en realidad a una casa, pero presenta el esquema típico de una casa pompeyana. lig. Jo. — Mosaico procedente de la Villa Adriana de Tivoli (Roma, Museo Cuapitolino.) (Foto Alinari.) Sobre este mismo esquema, aunque más grandiosa y com- pleja y con alguna variedad en los diversos particulares, era construida la casa señorial romana. La segunda (fig. 20) es la planta de la Casa del Cirujano en Pompeya, así llamada porque se hallaron en ella algunos instrumentos quirúrgicos (hoy en el Museo Nacional de Nápoles); esta casa ofrece un ejemplo de la sobrevivencia del tipo primitivo de la casa itálica, que consiste esencialmente en el atrio y en las es- tancias que se abren a él; y sin peristilo, con un jardincito en la parte posterior, que en el plan general de la casa se presenta como simple accesorio. La tercera (fig. 21) es la 88 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA planta de la llamada Casa de Pansa, en Pompeya. Las partes laterales están ocupadas por pequeñas habitaciones y tiendas, pero en el interior hay una de las casas que más se avecina al esquema ideal. La cuarta (fig. 22) es la Casa del Fauno. Debe su nombre a una estatuita de bronce, un fauno dan- zante, que ornaba el compluvium. Es llamada también Casa del gran mosaico, porque el pavimento de la exedra estaba adornado con el famoso mosaico que representaba a Darío y Alejandro en la batalla de Iso (el más hermoso mosaico que poseemos, trasladado ahora al Museo Nacional de Nápoles. Esta casa magnífica ofrece un ejemplo clásico de la com- plicación y del desarrollo de que era susceptible el esquema primitivo de la casa con atrio y peristilo. Hay en ella, efec- tivamente, dos atrios, uno junto a otro, y dos peristilos, uno a continuación de otro. De los atrios, el tuscanicum y las habitaciones adyacentes, estaban habitados por la familia del propietario; el tetrástilo, en cambio, con los locales que lo rodean, y a los cuales da acceso, venía a encontrarse en la parte menos noble de la casa, reservada al servicio. De los dos peristilos, el de atrás tiene el solo oficio de asegurar a quien lo habita todo el espacio y el aire posibles; en cambio, es magnífico el que sigue al atrio tuscánico; a él se abrían anchurosos locales, y entre ellos, en correspondencia con el tablinum, la exedra con su gran pavimento en mosaico. El atrio tuscánico y el primero de los dos peristilos, si los ais- lamos mentalmente del resto, reproducen el esquema típico de la casa romana. Es evidente que a la ideación de seme- te plan de casa se unió, desarrollándose a lo largo y a lo ancho, el núcleo primitivo, representado por la tradicional agrupación de las estancias en torno al atrio y al peristilo. Notas al capítulo II MArnciaL, I, 117, v. 7; 20, v. 20. Ibid., I, 86, vs. 1-2. Ibid., IX, 18. III, vs. 193-96. Ad Att., XIV, 9, 1. IX, 88. III, 234 y siguientes. Cfr., Marcial, XII, 57, la mas vivaz descripción del ruido de Roma. MaRcIAL, XI, 18, v. 2: Sed rus est mihi maius in fenestra. (Pero tengo un campo mayor en mi ventana.) (7.) (OOD OV SNS pai LA CASA ROMANA 89 10. Horacio, Epist., I, 10, v. 24. 11. Horacio, Epist., I, 18, v. 73: Intra marmoreum venerandi limen am tC. 12. Véase, por ejemplo, Listas (Por la muerte de Eratóstenes, 14): que un individuo, aunque duerma en el piso superior, advierte por el ruido que ha producido la puerta que alguien ha salido por la noche de casa. 13. Horacio, Epist., I, 5, 31. (Burla al cliente que aguarda [escapando] por la puerta falsa.) (T.) 14. VI, 3, 1 y siguientes. 15. Llamada de este modo porque la excavación se efectuó en presencia de los reyes de Italia, en 1893, el año de sus bodas.de plata. 16. Isiporo, XV, 3, 1. 17. El larario reproducido en la cubierta del libro es del atrio de la casa de los Vettii, en Pompeya. 18. En efecto, avon wy en griego, es la habitación de los hombres. Como es también notado expresamente por VITRUBIO (VIT, 8, 5), muchas otras palabras usadas por los romanos para indicar partes o elementos de sus habitaciones, han perdido su sentido primitivo. 19. Por ser el cenaculum una división del tablinum, la palabra tomó después el sentido de «desván». 20. Epist., 114, 26. (Mira nuestras cocinas y a los cocineros corriendo de acá para allá entre tantos fogones.) (T.) 21 En algunos frescos pompeyanos está representado el exterior de una casa y se ve su tejado; pero sobre éste no hay chimenea. Esta ausen- cia de chimeneas es confirmada por el modo como en la Domus Liviae del Palatino está construido ei fogón de la cocina. 22. Sal, I, 5, vs. 73-74. (Porque, consumida la lumbre, una llama erra- bunda por la vieja cocina se daba prisa a lamer lo alto del techo.) (F.) 23. G. FINSLER, Homero, Leipzig, 1941, 2.* edición, pág. 121. 24. PETRONIO, 74. Somniatur es latín vulgar (=somniat). (Quien ha nacido en el tugurio no sueña con la casa.) (T.) 25. Od., I, 4, vs. 13-14. (La pálida muerte huella con el mismo pie los tugurios del pobre y los castillos de los reyes.) (T.) 26. Cfr. Horacio, II, 18, vs. vs. 1-2: Non ebur neque aureum mea renidet in domo lacunar, (Ni el marfil ni el artesonado de oro resplandecen en mi casa.) (T.) 27. Copia imperfecta de un famoso mosaico de Sosos (PLINIO EL VIEJO, XXXVI, 184). CapiTuLo III LA CASA DE CAMPO ROMANA I. «Villa rustica» y «villa urbana». — I]. Esquema general de la «villa rustica». — La «villa rustican de Boscoreale, cerca de Pom- peya, — III. La «villa urbana». — Las villas de Plinio. — IV. Los lugares adyacentes a la villa. En sus posesiones del campo, los romanos tenían por lo regular dos edificios: uno la villa rustica, destinado a los criados, que, bajo la vigilancia del vilicus (el esclavo de confianza puesto a la cabeza de la familia rustica, algo así como un arrendatario), atendían a los trabajos agrícolas; el otro, la villa urbana o pseudourbana, que hospedaba a los dueños cuando iban al campo. En la construcción del primero se tomaban en cuenta únicamente las exigencias prácticas de una hacienda agrícola; el otro, situado en lugar pintoresco y aireado, ofrecía todas las comodidades a que había acos- tumbrado la vida ciudadana. No quiere esto decir, sin em- bargo, que en toda posesión hubiese la villa urbana; cuando el propietario no disponía de mucho caudal se acomodaría sin duda en una habitación de la villa rustica o, cuando más, construiría una casita económica. Magníficas villas urbanas poseían Cicerón y Plinio; no así Horacio, que en su posesión de la Sabina vivía con el arrendatario y con los criados. II En la quinta rústica había dos corrales (cortes), uno in- terior, otro exterior, y en cada uno una pila (piscina); la pila del patio interior servía para abrevar a los animales: 92 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA ia otra, para algunos trabajos agrícolas, como macerar cuero, cerner altramuces, etc. En derredor del primero de los dos patios se alzaban las construcciones de albanileria y for- D y > AM ll > | S “L BS © tii ta B g 7 3 4 > a Area an Ha NO SAA | Nx WILLIE, TITIES. LES tivo Ne as Pa FA A © O) Z O = COO? OOOO 00909 k OOOO) 0009 000 00009 O0O0DOOR39000 bs II A 2 ba OOOO O > OOO 090 Mm 0000 ©0006 OOO OOOO © 00000 < 0909009 900909 © 5 OG oO} © ae Y alls ta a ~ a Las z4 ú Ateo EJ PP- LLL ATREA Rö ` -= ee =---« fae nor amn" ANT EXCESO a m. T s) + = Se LE o Fig. 36 La villa rústica de Boscoreale, (De Blúmner, Privataltertumer, p. |corregido]). A, Patio (1 y 5, Cisternas; 2, Pila de agua, de albañile- ría; 3, Arcón de plomo fde- pósito de agua para el bañol; 4, Escalera). B, Cocina (1, Hogar; 2, Ar- cón de plomo; 3, Escalera (lleva al piso superior construido sobre DEF]; 4, Zanja). C-G, El baño (C, El horno, con la caldera; D, Apody- terium, E, Tepidarium: F, Caldarium; G, Letrina); confróntese fig. 38. H, Establo. J, Cuarto de depósito para los instrumentos rústicos. K-L., Cubicula. M, Pasaje. N, Comedor. O, Cuarto donde se hace el pan (1, Muela; 2, Horno). P, Cuarto de la prensa para el vino (1, Sitio para la prensa; 2, Recipientes de barro cocido para recibir el mosto; 3, Cisterna para el vino de orujo; 4, 5, 6, Hoyos en el suelo [para la prensa)). Q, Corredores (1, Tinajas subterráneas con los bor- des a flor de tierra). R, Cella vinaria (1, Hoyo donde se escurre el mosto que viene de P; 2, Zanjas; 3, Arcón de plomo con hornillo [probablemente para obtener el defrutum o sapa mediante cocción del mosto]; 4, Cisterna). S, Henil, o nubilarium,. T, . U, Pozo donde se recoge el agua de lluvia de la era. V. Cubícuta. W, Cuarto para una prensa. X, Cuarto con molino a mano. Y, Molino aceitero (1, Lugar para la prensa; 2, 4, Ho- yos y zanjas para recibir el aceite; 5, Zanja). Z, Cuarto para el prensado. maban, todas juntas, la villa rustica, en sentido más es- tricto; ésta es la parte de la hacienda donde habitaban los criados. Su centro era una espaciosa cocina (culina): puesto que en la hacienda Ja cocina no es, como en la ciudad, la ATRIO TETRASTILO, CON LA VISTA DEL PERISTILO Casa de las Bodas de Plata, Pompeva. ASPECTO DE UN PERISTILO, CON JARDÍN Casa de los Vetti, Pompeva. MOSAICO DE UN VESTÍBULO Casa de Próculo, Pomperva. LA CASA DE CAMPO ROMANA 93 habitación en que los cocineros atienden a su oficio, sino lugar de reunión y de trabajo. Junto a la cocina, de manera que pudieran aprovecharse de su calor, estaban los cuartos de baño para los criados, la bodega, los establos de los bueyes (bubilia) y de los caballos (equilia), si había sitio, también el gallinero, y esto por la creencia de que el humo era saludable para las aves de corral. Lejos de la cocina, y posiblemente de cara al norte, estaban, en cambio, las habitaciones que por su destinación exigían un lugar seco, como los graneros (granaria), los hórreos (horrea), los locales donde se conservaban las frutas (oporo- thecae). Los almacenes más expuestos al peligro del incendio podían también constituir un edificio (villa fructuaria) com- pletamente separado de la villa rustica. Adyacente a la villa rustica estaba la era; por allí cerca se alzaban algunos barra- cones, como la cuadra para los carros agrícolas (plaustra) o el nubilarium, un lugar donde colocar provisionalmente el grano en caso de improviso aguacero. No se sabe de cierto dónde habitaban los criados; sa- bemos, sin embargo, que habia alcobas (cellae familiares), el ergastulum, una especie de prisión en que los esclavos que expiaban alguna falta atendían a los trabajos más rudos, y el valetudinarium, para los esclavos enfermos. Á falta de la villa urbana, las habitaciones mejores serían reservadas para el dueño. Un ejemplar de la villa rustica romana es ofrecido por la villa di Boscoreale, cerca de Pompeya, famosa, además de por la gran importancia de sus fragmentos, por la pre- ciosa vajilla de plata (figs. 61 a 64) que se halló en ella y que hoy está en el Museo del Louvre, en París. Examinese. pues, el adjunto plano (fig. 36). III La villa urbana se construía en un lugar desde el cual se gozase ampliamente la vista de la campina o del mar: construcción de puro lujo, que no tiene, como la granja objeto práctico ni función necesaria, esta villa reflejaba en la complicación y en la riqueza de sus recintos los gustos y demostraba la riqueza de quien la había edificado. Había villas a las cuales no estaba anexa una heredad, sino que 8 94 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA surgían en áreas limitadas de terreno, en medio de bosque- cillos, parques v jardines; estas villas, que en los textos son indicadas también con el nombre de praetoria, en la edad imperial se hicieron numerosisimas; se hallan sus ruinas en Italia, en Francia, en Suiza, en Ale- mania sudocciden- tal, en Inglaterra, en África septen- trional. El carácter prác- tico de los romanos, buenos apreciadores de las comodidades de la villa, llevó la villa romana a todas partes donde habían penetrado sus armas y su civilización; vi- llas grandes y cómo- das, bien aireadas en verano, bien calen- tadas en invierno. Estas villas pre- sentaban los tipos más diversos. Los (Foto Alinari.) escritores antiguos destacan como ca- racterística de la villa urbana la particularidad de que en ella se entra directamente en un peristilo, y no, como en las casas de la ciudad, en el atrio. Pero no se puede ni siquiera decir que ésta fuese característica constante; en la villa laurentina de Plinio, por ejemplo, ' después del vestíbulo hay un atrio: cuius in prima parte atrioum frugi nec tamen sordidum. Las habi- taciones eran agrupadas diversamente en cuerpos de cons- trucción que se alzaban separados (conclavia, diaetae) y se comunicaban por medio de corredores cubiertos (cryptopor- ticus; fig. 37), a menudo provistos de ventanas. Las partes más importantes de la villa eran las siguientes: 1) Los triclinios (triclinia, cenationes); los había para Fig 37. — Cryptoporticus. (Pompeya.) LA CASA DE CAMPO ROMANA 95 el verano y para el invierno, para grandes recepciones y para pequeña reunión; desde grandes ventanas la mirada de los comensales se espaciaba por el paisaje circunstante. 2) Los cubicula, no sólo los destinados al sueño de la noche, sino también los cubicula diurna, para reposar du- rante el día o estudiar. Delante del cubiculum podia haber una antecámara (procoeton). 3) Aposentos de estudio, como la biblioteca o la zotheca; con este último nombre se entendía un cubiculum dispuesto para saloncito; en el nicho en que normalmente estaba la cama se ponían estatuas, de donde procede su nombre. 4) El baño (fig. 38), construido como las grandes ther- mae públicas (cfr. pág. 295), tenía todos sus recintos esen- ciales: apodyterium, caldarium, tepidarium, frigidarium, esto es, gabinete para desnudarse, gabinete para el baño ca- liente, gabinete de espera y de baño frío; y de este modo todos los anexos, como la piscina para nadar al aire libre y un espacio para ha- cer gimnasia después del baño (gymnasium sphae- risterium). 5) Los pórticos. Se al- zaban casi por todas partes, sostenidos por series de columnas; los había que servían para pasear a cubierto si el tiempo era malo fam- bulationes); otros, más largos y anchos, podían ser recorridos a caballo o en litera (gestationes). Plinio, en dos cartas (v. 6; n, 17), nos describe minuciosamente sus villas en Toscana y en el territorio de Laurento. Estas dos epistolas son un precioso docu- mento para ilustrar y TIF CARI Fig. 38 completar los restos ar- - a ueológicos de villas ro- Bano de lu villa de Diomedes. q 8 (Pompeya) (Cfr. CG de la fig. 36.) manas, numerosos en Ita- lia y fuera de ella. Sin embargo, Plinio es un escritor que se pierde en los porme- nores, siempre exactisimos, sin preocuparse nunca por los lectores, que desearían saber cómo se combinan entre sí esos pormenores y formarse una idea del conjunto. La reconstruc- 96 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA El \ o VINE AE DIAETA i hv . DIAETA ! iii ce J A EAS r ¿DIAETA E n I . XYSTVS GESTATIO Lo TI Fig. 39. -— La villa de Plinio en Toscana (Epist., v. 6). (Reconstrucción de Winnefela.) XYSTUS, $ 16; GESTATIO, § 17; VINEAE, $5 28-30; HIPPODROMUS, § 19; DIAETA, $ 20, DIAETA 11, $ 27; DIAETA 111, § 27; DIAETA IV, § 27; DIAETA V, § 28; DIAE TA VI, 3 31; DIAETA VII, § 31). 1, Porticus (§ 16); 2. Tricltinum (819); 3, Atrium ($ 15); 4, Areola ( § 20); 5, Cotidiana cenatio (§ 21): 6, Dormitorium cubiculum ($21); 7, Cubi- culum (con fuente) ($ 22-23); 8, Cubiculum ($ 23-24); 9, Piscina ($ 23); 10, Hypocauston ($25); 11, Apodyterium (8 25); Superimpositum spha- eristerium (§ 27): 12, Frigidaria cella ($ 25); 13, Piscina ($25); 14. Cella media (526); 15, Caldaria cella ($ 26); 16, Scalae ($ 27); 17, Cryp- toporticus (§ 27y sig.); 18, Cubicula (5 28); 19, Aestiva Cryptoporticus (829); 20, Trictinium ($29); 21, Scalae ($30); 22, Cubiculum (530); 23, Porticus ( § 31); 24, Stibadium para comer al aire libre ($ 36); 25, Cubiculum € $ 37); Zothecula ( § 38). LA CASA DE CAMPO ROMANA 97 Fig. 40. — La villa de Plinio en Laurento (Epist., u, 17). (Reconstrucción de Winnefela.) HORTIUS RUSTICUS, $ 15; XYSTUS, $ 17-20; HORTUS ($$ 13-15). 1, Atrium ($4); 2, Area (§ 4); 3, Cavaedium (5 5);4, Triclinum (8 55; 5, Cu- biculum amplius ($6); 6, Cubiculum minus (86); 7, Cubiculum in hap- sida curvatum ($8); 8, Transitus (§ 9); 9, Dormitorium membrum (39; 10, Cubiculum politissimum ($ 10); 11, Cubiculum grande ($10); 12, Cubiculum cum procoetone (§ 10); 13, Cella frigidaria ($ 11); 14, Unc- torium. ($11). 15, Hypocauston (35 11); [Según una interpretación mejor, el unctorium hypocauston es una sola habitación. (Cfr. nota 2 de este capítulo); 16, Propnigeon ($ 11); 17, Cellae (3 11), 18, Piscina ($ 11); 19, Sphaerist2rium ($12); 20, Turris (8 12); 21, Diadetae duo ($ 12); 22, Turris ($13); 23, Apotheca ($ 13); 24. Triclinium (5 13); 25, Diaetae duo ($ 15); 26, Cryptoporticus ($ 16); 27, Heliocaminus ($ 20); 28, Cu- biculum (§ 20); 29, Zotheca ($21); 30, Cubiculum noctis ($ 22); 31, Hypocauston ($ 23); 32, Prococton et cubiculum (4 23). 9% VIDA EN LA ROMA ANTIGUA ción de la planta de estas villas constituye desde hace siglos un problema de arqueología; * lo demuestra ya la misma lista (el lector la encontrará en la nota) de los que se han dedicado a trabajo tan difícil. Las reconstrucciones propuestas son tan diferentes, que cuesta creer, confrontándolas, que se trate de las mismas villas. Culpa de Plinio, que bien podía haber sido más claro. En las dos plantas adjuntas (figs. 39 y 40) reproducimos la reconstrucción de Winnefeld. IV La villa, aun cuando no se alzaba en una heredad, estaba siempre rodeada de terreno; una parte de éste podía ser habilitada para huertos (hortus rusticus); en la parte restan- te, llamada zystus, se alternaban bosquecillos (nemora) de plantas de lujo, laureles, plátanos, pinos, jardines con se- tos de arrayanes cortados geométricamente y cuadros de flores; en derredor o a través de los cuadros de flores corrían senderitos descubiertos; aqui y allá estatuas, juegos de agua, asientos, daban variedad a este artificioso jardín, cuidado con esmero, pero testimonio de un gusto que no es el nuestro. El terreno que rodeaba a la villa estaba recorrido (atra- vesado o rodeado) por anchas alamedas que se llamaban ges- tationes, porque por ellas se podía ser llevado en litera. Un aspecto particular del parque lo presentaba el hippo- dromos; se le cita muy raramente y tal vez, puesto que para los ejercicios de equitación podían servir también los gesta- tiones, el nombre se deriva de su forma alargada, de la cual se tiene un testimonio en el hippodromos de la Domus Fla- viana (construido por Domiciano [81-96]; fue probablemente rodeado de pórticos por Septimio Severo [193-221]). En la villa de Plinio en Toscana* el hipódromo es descrito como una parte del parque con árboles de elevado tronco, con setos de arrayanes y cuadros de flores; se trata, pues, de un par- que. Naturalmente, no se excluye que las largas alamedas del hipódromo sirviesen también para la equitación, como se deduce de un epigrama de Marcial: * Pulvereumque fugaz hippodromon ungula plaudit. LA CASA DE CAMPO ROMANA 99 Notas al capítulo III 1. 11, 17, 4. 2. Numerosos arqueólogos lo han intentado y con los datos de Plinio han trazado las plantas: Scamozzi (1615), FELIBIEN DES Avaux (1707), CAS- TALL (1728), MARQUEZ (1796), Mazotis (1825), Hirt (1827). En el texto se reproducen las más recientes de WINNEFELD (en Archaeol, Jahrb, VI (1891), págs. 201 y siguientes: Tusci und Laurentinum des iingeren Plinius); dan una idea concreta, aunque muy aproximada, de las dos villas. En algunos puntos no estoy de acuerdo con el reconstructor. Los recintos de las turres de que se habla en la Epist. II, 17, §§ 12 y 13, son, evidentemente, super- puestos y no yuctapuestos, como supone W. (Hic turris erigitur, sub qua diaetac duac., totidem in ipsa, practerea cenatio, quae latissimum mare, longissimum. litus, villas amocnissimas prospicit. Est et alia turris. In hac cubiculum, in que sol nascitur conditurque, lata post apetheca et horreum, sub hoc triclinum, quod turbati maris non nisi fragorem et sonum patitur cumque iam languidum ac desinentem, hortum et gestationem videt, qua hortus includitur,) En el § 11, en unctorium hypocauston, entiendo, con Mat, hypocauston adjetivo; se trata de una sola estancia, no de dos. (Adia- cet unctorium hypocauston, adiacet propnigeon balinet. moz duae cellae magis elegantes quam sumptuosae.) En la Fpist. V. 6, $5 29-30, no parece justo adosar el cubiculum (n. 22) a la eryptoporticus. (In media triclinum saluberrimum adflatum ex Appenninis vallibus recipit, post! latissimis fe- nestris vineas, valvis aeque vineas, sed per cryptoporticum quasi admittit. A latere triclinii, quod fenestris caret, scalae convivio utilia secretiore aditu suggerunt. In fine cubiculum, cui non minus incundum prospectum crypto- porticus ipsa quam vineae praeben) (n. 17); después de in fine, sobreen- tiendo triclinii y no eryptoporticus; de todos modos, la diaeta V debía de tener una extensión mayor y llegar desde la cryptoporticus (n. 17) al hippo- dromus. La aestiva cryptoporticus, el triclinio, las escaleras y el cubiculum no son elementos destacados de la diaeta V, pero forman parte de ella. 3. V, 6, 32. 4. XII, 50, v. 5 (Y tos rápidos cascos pisotean el polvoriento hipó- dromo.) (T.) CapituLo IV EL MUEBLAJE DE LA CASA I. Diferencia entre el mobiliario romano y el moderna. — 11. «ains- trumentum» y «supellez». — III. Los muebles de la casa roma- na: la cama; los asientos; las mesas; los armarios, las lampa- ras. — IV. Espejos y relojes. I Los aposentos de la casa romana no estaban cargados de muebles como los nuestros. Por otra parte, si se exceptúan el atrium y el tablinium, destinados a acoger a la familia romana, o los triclinios y la ezedra, que se abrían a los hués- pedes en los días de recepción, los demás recintos eran muy reducidos. Lo vemos claramente en Pompeya, el cubi- culum, aunque esté adornado de pinturas finísimas y de mosaicos, es siempre un cuartito donde sería imposible revol- verse si transportásemos a él el mobiliario, por moderno que fuese, de una de nuestras habitaciones. Para conservar objetos y tejidos, más aún que los muebles como armaria, capsae, cistae, scrinia, etc., servían aposentos habilitados para este fin; uso arcaico que el gusto moderno no tolera y la higiene desaconseja. En efecto, a nosotros nos causan la impresión de una antigualla de otros tiempos hasta los tabucos y ar- marios de pared de ciertas casas antiguas; nuestros abuelos los llamaban las comodidades de la casa, pero a nosotros np nos aprovechan nada. Y, sin embargo, ese sistema que la casa moderna ha condenado tenía vastísimo uso entre los romanos, desde las cavidades de la pared donde, en las bi- bliotecas, se ponían los libros, a las numerosas cellae que servían de despensa, de guardarropa, de depósito. Conse- 102 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA cuencia de esto era el número incomparablemente más exiguo del mobiliario. A los romanos nuestras habitaciones les pare- cerían almacenes. | Fig. 41 Fig. 42 Balanzas romanas. Candelabro para velus. Procedentes de Pompeva. (Nápoles, Museo Nacional.) (Foto Alinari.) Y no consiste en esto sólo la diferencia. Entre nuestros muebles y los de la antigúedad romana, además de la diver- sidad de formas, testimonio de gustos lejanos, y la diversidad de tipos que reflejan diversidad de usos, hay dos diferencias de carácter general que es menester tener en cuenta: 1) En la construcción de los muebles modernos la ma- dera tiene predominio sobre los demás materiales (mármol, metales, etc.), a los cuales son reservadas únicamente fun- ciones complementarias u ornamentales; no así entre los EL MUEBLAJE DE LA CASA 103 romanos. A esta circunstancia debemos la conservación de un mobiliario que si hubiese sido de madera hubiera perecido. 2) Los antiguos no distinguían, como nosotros, entre arte industrial y arte puro; F a habia, si, ejecuciones hechas ( ; Es de cualquier manera y ejecu- y mi j ciones cuidadosas; pero no ha- bía distinción categórica entre producto de arte y producto in- dustrial. Y también esto ha sido ventajoso para nosotros, porque en el mobiliario encon- trado en casas antiguas se han conservado obras maestras de arte exquisito. Y hasta de muebles destruidos quedan ta- chones v asas finamente tra- bajados. I] Todo cuanto servia para amueblar la casa se llamaba. con nombre colectivo, supeller: muebles. Del supellez los roma- nos distinguen el instrumen- tum domus, destinado ad tute- tam domus, y no como el mue- Fig. 43 ble ad voluptatem o a los usos Candelabro para lámparas, personales de la familia. procedente de Pompeya. (Nápoles, Museo Nacional.) + t F li ij «INSTRUMENTUM.» — Eran (Foto Alinari.) instrumentum las vela Cilicia, esto es, ciertos revestimientos que se ponian en los techos para reparo de la intemperie; las reservas de tejas y vi- gas para reparaciones urgentes; el pequeño parque desti- nado a extinguir los incendios (escaleras, cubos, mangas de agua), de los cuales la casa de un prudente paterfamilias debía estar provista; etc. A este propósito no debe olvidarse que muchos de los oficios que hoy han pasado o a la gran industria o a los servicios públicos formaban parte de las 104 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA mansiones domésticas. Más variado e importante es el instru- mentum de la villa rustica, al cual pertenecen no sólo los Fig 41 — Pie de lámpara y lámpara, procedente de Pompeya. (Nápoles, Museo Nacional.) (Foto Alinari.) instrumentos, sino también los anima- les y los esclavos destinados a una función esencial de la hacienda agrí- cola. « SUPELLEX. » — Del mobiliario for- maban parte: 1) Todo lo que servía para adornar la casa (cuadros, doseles, los adornos, que se ponían en torno a las colum- nas, etc.) y para hacer más agrada- ble la estancia, co- mo las láminas de talco (lapis specu- laris) que se adap- taban a las venta- nas, haciendo en ellas el oficio de nuestros cristales, o los toldos (velaria) que, para proteger- Fig. 45. — Brasero, procedente de Pompeya. (Nápoles, Museo Nacional.) (Foto Alinari.) EL MUEBLAJE DE LA CASA 105 se del sol, se tendían en los lugares abiertos (hypaethri). 2) El mobiliario en sentido más estricto, como muebles, vajilla, balanzas romanas (fig. 41), candelabros (figs. 42, 43 y 44), braseros (fig. 15), etc. Bo i . a i Fig. 16. — Lecho triclinur. procedente de Pompeva. (Nápoles, Museo Nacional.) (Foto Alinari? It} Los objetos mas importantes del mobiliario romano eran los siguientes. La cama (lectus, griego xhiuy,). — Aunque la casa roma- na no estuviese tan provista de muebles como la nuestra, habia en ella mas camas; en efecto, ademas de la cama para dormir (lectus cubicularis) y de las que servían de sofa, por ejemplo, el lecho de estudio flectus lucubratorius), la costumbre de comer echados hacía necesario el lecho triclinar. El lecho cubicular era más alto que el nuestro, tanto, que se subía a él por medio de escalera o escabel; más bajo, en cambio, y más rico era el triclinar (fig. 46). El cuerpo del lecho consistía en un bastidor de madera, rectangular (sponda), sostenido por cuatro pies (raramente por seis); sobre este bastidor se apoyaban un respaldo de madera en el lado vuelto hacia la pared fpluteus) y un soporte en el lado anterior correspondiente a la cabeza (fulcrum). Las cva- mas mas suntuosas eran de madera finisima incrustada de marfil, concha y oro. La cama de los pobres era sencillisima (grabatus, sctmpoaium), a la cual probablemente faltaban cl pluteus y el fulcrum. 106 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA En la sponda se tendían hojas (institae, fasciae, lora), sobre las cuales se ponía un colchón ftorus, culcita) y varias almohadas (pulvin:, también cervicalia, si estaban destinados a ponerse bajo la cabeza). Sobre los colchones y las al- mohadas se tendían cobertores (stra- menta, stragula, pe- ristromata), y sobre ellos, o bien cayen- do todo alrededor como un falbala, un cobertor de lino fto- ral, plagula). Asientos. — Ha- bía tres tipos de asientos comunes: el taburete fscar- Fig. 47 num, subsellium), Mesa con p.egables. procedente de Pompeya. simple mesita sos- (Nápoles, Museo Nacional.) tenida por cuatro (Foto Alinari.) pies; la sella, con brazos, pero sin res- paldo; la cathedra, con un respaldo largo y arqueado. Esta última es el asiento propio de las mujeres (para Marcial,’ vivir inter cathedras significaba estar entre las señoras, y cathedralicit son los esclavos jovencitos, bellos, de belleza de- licada y mujeril); pero excepcionalmente se sirven de ella también los hombres en las alcobas y en las salas de recibir, esto es, en los aposentos en que también en nuestras casas las sillas son más blandas, menos prácticas y tienen formas más rebuscadas. Diversa de la cathedra femenil o supina es la cathedra magistral, con el respaldo recto, como está repre- sentada en pinturas de las paredes y en los bajos relieves. En los asientos se colocan siempre cojines; no se conoce la técnica de los muebles con tapizado fijo. Mesas. — Eran diversos su uso, su forma, su valor. Res- pecto al uso hay que distinguir las mesas (abaci) que ser- vían para exponer la vajilla (argentum escarium y poto- EL MUEBLAJE DE LA CASA 107 rium} durante el banquete, y las que (mensae) se ponían junto al lecho triclinar, para que los comensales pudieran dejar en ellas las vasijas y tomar los manjares del reposi- torium. Respecto a la forma, había mesas con uno, tres y cuatro pies (fig. 47). Las primeras, las monopodia, son re- cordadas como particularmente valiosas; la mensa tripes, por el contrario, forma parte del mobiliario más modesto. Sit mihi mensa tripes, hace decir Horacio” a uno que quiere mostrarse contento con poco; y Mar- cial,* en el grosero mobiliario de un po- brete que muda de casa, observa que la mesa es bipes y la cama tripes; esto es, que a una y a otra falta un pie. Pero también habia una mesa con tres pies de gran lujo (fig. 48 y 49), la Delphica, asi llamada en re- cuerdo del tripode (cortina) de Delfos. Respecto al valor, se puede decir que ningun otro mueble de la casa romana ofrecia tanta varie- dad: de la tosca mesa de madera co- mún se llegaba a mesas costosísimas, una sola de las cua- les valía un patri- Tripode de bronce. procedente de Pompeya monlo, mesas en las (Nápoles. Museo Nacional.) que eran preciosos (Foto Alinari.) el material y los or- namentos. En la mesa señoril había dos partes distintas, el soporte central ftrapezophorus) y la mesa que se apoyaba encima forbis); el trapezóforo era de metal o de marfil Fig. 48 108 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA trabajado con primor; a veces tenia forma de hombre o de animal — por ejemplo, un sileno ebrio (fig. 99), una esfinge —; el orbis era de madera preciosa; la más pre- Fig. 49 Trípode ae bronce, procedente de Herculano. (Nápoles, Museo Nacional.) (Foto Alinari.) ciosa de todas era la thuja (citrus), ár- bol de la familia del ciprés, que nacía en las regiones del At- lante (hoy Marrue- cos). Como estaba muy difundida la costumbre de comer al aire libre, en el espacio formado por las camas de los tri- clinios de albanile- ría había una mesa de mármol o de pie- dra, o bien un so- porte sobre el que, durante los prepa- rativos del banque- te, se colocaba una mesa. Armarios y cajas de caudales. — De los armarios, los pe- sados, apoyados en el suelo, tenían la forma de los nues- tros, como se ve por un armario que se ha encontrado en Boscoreale, cerca de Pompeya (la madera ha quedado destruida, pero se ha eje- cutado su vaciado, esto es, se ha recuperado su forma ver- tiendo yeso en la impresión que había quedado en las cenizas después de la destrucción. de la madera); otros armarios más pequeños estaban pegados a la pared; de este tipo se supone que fueron los que se ponían en las alae, y en los cuales se conservaban las ¿imagines de los antepasados. Todos EL MUEBLAJE DE LA CASA 109 estaban construidos de madera que pudieran ser cerrados con llave y sellados. Los objetos de valor y documentos importantes se con- Fig. 50. — Caja de caudales. procedente ae Pompeya. (Nápoles, Museo Nacional.) (Foto Alinari.) servaban en una caja de caudales (arca) baja, pesada y ador- nada de tachones v relieves de bronce (fig. 50). Lámparas. — Los procedimientos de iluminación de que se servían los romanos pueden reducirse a tres: antorchas (taedae, faces), candelas (candelae) y lámparas de aceite (lucernae). Las antorchas se encendían sólo en circunstancias especiales, como bodas, funerales; es probable que se hiciese todavía uso de ellas en el campo (como hoy, entre los cam- pesinos, se hace luz quemando gavillas), pero la iluminación 9 110 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA doméstica se proveia con candelas y lamparas de aceite. El uso de las candelas, desconocido de los griegos, en los romanos es antiquísimo y muy anterior a la difusión en Ita- talia del cultivo del olivo. Las candelas se obtenían de este modo: primero se envolvía en una capa de cera o de sebo un pabilo formado de plantas palus- tres (papyrus), los cirios así obtenidos, retorcidos juntos, formaban aquellas gruesas antorchas que, por el aspecto de cuerda que presentaban, fueron justamente llamadas fu- Fig. 51. — Linternas. nalia lo funales cerei, o (De Overbeck, Pompeya, påg. 248.) simplemente cerei). Estas 1, Linterna cerrada; 2, Corte; 3, Sostén antorchas, o eran lleva- lateral; 4, Tapadera; 5, Extintor. das por un esclavo (cuan- do por la noche acompa- ñaba al dueño a su casa), o introducidas en candelabros propios para ello, de los cuales quedan ejemplares de hermosa hechura Fig. 52. — Lychnus trimyxos (lámpara de tres picos). (Foto Alinari.) y alturas diversas (desde 75 cm. a 1°50 m.). Más usadas todavia que las candelas y los cirios eran las lámparas de aceite (figura 52), que las excavaciones han devuelto a millares. La forma de EL MUEBLAJE DE LA CASA 111 estas lamparillas es conocidisima: consisten en un recipiente oblongo y aplastado, que termina en la parte posterior con un mango y en la anterior con un pico (rostrum, Myra), a Er TH E ¥ ye . | : | Y e 4 . 4 A Fig. 53. — Portalámparas. (Foto Alinari.) del cual salía el pabilo; estos picos podían ser más de uno (L. dimyxos, trimyxos, polymixos). En el centro de la lám- para hay un agujero oue procuraba la manera de levantar con un herrete el pabilo v alimentarla nuevamente con aceite mientras estaba encerdida. Además de las lámparas de mano, las habia suspendidas con cadenillas que termi- naban en un gancho. Como es natural, se mantenían altas, posando las unas (figs. 53 y 54) y colgando las otras en can- delabros (propiamente lychnuchi), y diversos por la forma y por la altura (fig. 43). También del techo pendían ganchos de los cuales se podían suspender las lamparillas. Para po- 112 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA nerlas sobre la mesa, como era necesario. por ejemplo, a quien estudiaba de noche, se servian de un pequeno tripode bajo. Las lamparas de aceite eran usadas por todas partes: en el triclinio, en el apo- sento, en el cuarto de es- tudio, en el bano; para ven- cer la oscuridad, como es natural, eran menester va- rias; antes de envidiar el tan decantado lujo de los romanos, debe pensarse que en sus francachelas noctur- nas se cernía un aire graso, aceitoso, cargado de humo y apestando a pabilo mal apagado. Muy en uso estaba asi- mismo la lanterna, semejan- te de forma a la nuestra, que protegía a la lucecita cerra- da en su interior con pare- des transparentes de cuerno (lanterna cornea), de vejiga (lanterna de vesica) y, más tarde, de cristal. IV et Š 1 De la vajilla triclinar, que es la parte mejor, más diversa y costosa de la ro- mana, se tratará a continua- ción. Aquí bastará hacer mención de otros dos entre los ob- jetos en uso en las casas bien provistas; y más que por su importancia, por el interés que ofrece la comparación con el mueblaje moderno: el espejo y el reloj. Fig. of. — Portalámparas. (Foto Alinari.) El espejo. — El espejo, entre los romanos (como, y más todavía, entre los griegos), es objeto personal y femenino, a pesar de que en la edad imperial su uso venía difun- diéndose también entre los hombres, y de que, además de EL MUEBLAJE DE LA CASA 113 los espejos de mano, se citen los espejos de pared. Por ser ante todo instrumentos de toilette femenina y no destinados a ser vistos, son pequenos y manuales (fig. 55): una lamina redonda u oval, de metal brillante, que termina en un mango finamente traba- jado. El cristal, que tam- bién en la Edad romana se introducía con progresos lentos pero continuos en el uso doméstico, no habia llegado todavía a substituir el metal en los espejos. El reloj. — La hora de que se servian en la práctica los romanos no era la eauinoccial, esto es, la hora de sesenta minutos primos que divide el día as- tronómico en veinticuatro partes iguales. El día de luz. o sea, el tiempo en que el sol permanecía en el ho- rizonte, se dividía en doce horas (horae) iguales, con la consecuencia de que las horas de verano eran más largas que las de invierno. FUE 25. — Espejo de plata proce. La hora sexta era el me- dente de Boscoreale. diodía; para computar las (Paris, Louvre.) $ F t Ai t "id horas, además de la ob- (Foto Abrar servación del cielo, que, cuando las condiciones meteorologicas consentian sacar pro- vecho de él, seguía siendo uno de los medios normales para el cómputo del tiempo, había dos tipos de reloj, ohjeto tan raro entre los antiguos como común entre nosotros: de «sol» (solarium) y de «agua» (clepsydra). Los relojes de péndulo y de resorte, basados uno y otro en el característico juego de ruedecillas dentadas que todos conocen, no hicieron su aparición hasta fines de la Edad Media; los romanos, por esto, tenían que contentarse con sistemas primitivos y poco 114 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA exactos, resignandose a conocer la hora de manera sola- mente aproximada. A nosotros, los modernos, acostumbrados a distribuir el tiempo en fracciones menudas y precisas, y a convertir el reloj en compañero indispensable de nuestra vida febril, nos parece casi imposible que los hombres de ST i ' z im == la antigúedad griega y ro- o a. > a mana viviesen, como hoy no se avienen a vivir ni los campesinos, en una feliz in- certidumbre acerca del tiem- po que pasa. Pero tal vez nuestro reloj ha quitado a la vida una parte de su poesía; ha desmenuzado, A pulverizado, la mitad del MAMA VI ARAN ATI día, que es unidad de sol y ps AIDORM MAR k de luz, y al carpe diem ha substituido la ansiedad de aferrar el instante fugaz. Meridiana noceden te de las ter El tictac del reloj ha pe- i mas estabianas de Pompeya. netrado algo en nuestros | corazones, ha obligado al (De Overbeck, Pompeya, pág. 460.) espíritu humano a- ritmes En la base, una inscripción osca: MR. 2. ATINIÍS MR. KVAİSSTUR xitiuvaD] muL- automáticos, que conocen la TASÍKAD KUMBENNÍEIS TANGI(NUD) rigidez del acero y la uni- AAMANAFFED = Mr. Altinius Mr. (fi- lius} quuestor pecunia muitaticia formidad de la máquina. conventus sententia locavit, (Mr. = Maras : nombre osco; pecunia mul- No compadezcamos, pues, a fatícia + el dinero procedente del pa: Jog romanos por no tener asamblea; locavit: «hizo construir») relojes precisos; y el saber ren a letras van de qué hora era constituía para ellos un tan grave problema, que hizo decir a un filósofo como Séneca: * «Es más fácil poner de acuerdo a los filósofos que a los relojes.» ¡Y con esto está dicho todo! Según un dato recogido por Varrón, el grande arqueó- logo romano, que nos ha conservado Plinio el Viejo,* el primer reloj de sol conocida por los romanos fue transpor- tado de Catania a Roma en 263 a. de J.-C., durante la Pri- mera Guerra Púnica, por el cónsul Manio Valerio Messalla. Es natural que, cambiándolo de lugar, no señalase ya las horas justas, por lo cual, en 164 a. de J.-C., el censor Quinto Marcio Filippo hizo construir una meridiana adap- EL MUEBLAJE DE LA CASA 115 tada a la hora de Roma; desde entonces la vigilancia de las meridianas públicas, cuyo uso se difundía cada vez más, pasó a los censores. En cuanto a la forma, estas meridianas eran semejantes a las nuestras (fig. 56): un indicador de hierro (gnomon, del griego yompuuv) proyectaba la sombra sobre una mesa semicircular de mármol dividida en sectores, de modo que permitiese, por medio de un cálculo, la deter- minación de la hora. Se comprende que, siendo la meridiana el tipo más difuso de reloj (y no, como entre nosotros, una sobrevivencia del pasado cureciente de finalidad práctica), era mucho más perfecta: se las construía, en efecto, trans- portables, de las que uno se podía servir hasta en viaje, y las que señalaban también la hora equinoccial. La primera clepsydra (reloj de agua) se introdujo en Roma en 159 antes de Jesucristo. De estas clepsidras había dos tipos: 1) Las que servían sólo para medir un determinado pe- riodo de tiempo: el que tardaba el agua contenida en el reci- piente superior en pasar al inferior, y 2) las que, vaciandose en veinticuatro horas, procura- ban manera, por medio de una escala señalada en el recu- piente inferior, de establecer con precisión el número de las horas transcurridas. De este segundo tipo, cuya invención es atribuida a Platón y su perfeccionamiento a Ctesibio de Alejandría, había dos especies: la clepsidra que señala la hora equinoccial y la que, mediante un sistema más compli- cado de escala, o bien regulando diversamente la abertura del orificio de comunicación, señalaba la hora práctica, que difería de un día a otro y del día a la noche. Notas al capítulo IV 1, TT 63, v. 7; X, 13, v. 1. 2. Sat. I, 3, v. 13. (Que yo tenga una mesa de tres pies.) fT.) 3. XII, 32, v. 11. 4. Ludus, 2, 3: Facilus inter philosophos quam inter horología corn- i 5 “VI, 214. CAPÍTULO V LOS MANJARES I, Diversidad de gustos entre los romanos y nosotros. — 11, Los principales manjares romanos. — IIl. El «garum» y el «allec», I Los romanos primitivos eran frugalisimos; pero sus des- cendientes, sobre todo en la época imperial, tenian tal pre- dilección por la buena mesa, que no escatimaban cuida- dos ni reparaban en gastos. Los goces del banquete eran preparados con sabiduría metódica v con previsión. En las villae se criaban racionalmente peces, salvajina, pájaros; habia piscinae, aviaria, leporaria, etc. Se habia hallado la manera de engordar no sólo las aves de corral faltilia), las liebres, los lirones, sino también las ostras. A donde no llegaba la producción indígena proveia el comercio; de todas las partes del mundo conocido llegaban a Roma vinos exqui- sitos y golosinas. Con todo, es probable que si uno de nosotros hubiese de asistir a un convite como los de los romanos, saldría de él con el estómago revuelto. Los más complicados guisados, para preparar los cuales, cocineros comprados a carísimo precio ahondaban en todas las invenciones de su arte, empleando ingredientes de gran precio, nos parecerían incomibles. El gusto humano, contrariamente a lo que podría parecer. es capaz de grandes variaciones de pueblo a pueblo y de un tiempo a otro. Hablando de los tártaros, Marco Polo! escribía: «Comen a veces icneumones (o mangostas), que abundan en verano por aquellas llanuras y por todas partes. Comen además carne de caballo v de perro, y en general de toda carne» (quien no se sienta el estómago fuerte hará bien en 118 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA no ejercer demasiado su fantasia en las palabras «en ge- neral»). También en nuestros tiempos los etnólogos han hecho a este propósito amplias indagaciones, cuyos resul- tados son tales, que muchos se quedarían asombrados. Los chinos comen, además de los célebres nidos de golon- drinas, perros, gatos y ratas. «El primer espectáculo que detiene las miradas del viajero es el de las hileras de ratas colgadas por el rabo a los techos de las casas. como el maíz en Italia o las cebollas en el norte de Europa. La sopa con caldo de topo es para el chino una cosa divina.» * Los japo- neses, en cambio, consideran como refinamiento la ensalada de crisantemos aderezados con vinagre, salmuera de pescados y azúcar. De los pueblos asiáticos, los canchadales se comen los peces crudos después de hacerlos pudrir en las zanjas, y si no están bien corrompidos no se los comen. Los zelan- deses se nutren de insectos, perros, tallos de helecho co- cidos al horno, y encima heben aceite rancio. Los cafres, población de África, se perecen por las tripas crudas de cabra y bueyes, y comen de todo, hasta hormigas. Muchos son los pueblos en los cuales los reptiles, sin excluir las serpientes, son manjar exquisito; si no fuese una de las cosas más sabidas, nos resistiríamos a creerlo. Por otra parte, parece inexplicable que poblaciones vivientes en las más diversas partes del mundo, aunque no acostumbradas a hacer ascos a manjares que para nosotros son repugnantes, sientan aversión por el queso y la manteca. También en el uso de los condimentos se revelan los gustos más dispares; vemos usado el aceite de ricino, el agua de mar, la grasa humana (entre los nam-nam} y delicias por el estilo), Después de este preámbulo, no causará maravilla la gran diferencia de gusto que notamos entre los romanos y nosotros. Aunque el precisar en esta materia sea peligroso, puesto que no se pueden siempre identificar con seguridad manjares y condimentos, cierto es que nos parecería estro- pear la gracia de Dios si, como aconsejan las recetas api- cianas,* se cocinasen los pichones en un guisado formado, además de ciertos ingredientes — de que no se conoce el preciso correspondiente nuestro, pero que inspiran grave desconfianza —, con pimienta, dátiles, miel, vinagre, vino, aceite y mostaza; O si cuando Se tienen pájaros, en vez de ponerlos en el asador, se los dejase cocer en un líquido compuesto de vinagre, miel, aceite, uvas pasas (o bien ci- LOS MANJARES 119 ruelas de Damasco, que les daba lo mismo), vino, menta, pimienta y una infinidad de hierbas de sabor fuerte; * esto nos hace pensar en la ensalada de crisantemos de los ja- poneses. La diferencia de gusto entre los romanos y nosotros es todavía más grave de lo que podría parecer si nos dejásemos engañar por aparentes coinciden- clas; como nosotros, los roma- nos se perecían por las setas, pero las cocían con miel; * apre- . — Vaso y jarro de plata, procedentes de Boscoreale. (París, Louvre.) claban mucho los buenos albérchigos, pero los trataban poco más o menos como hacemos nosotros con las anguilas escabechadas; * tenían predilección por muchos de los pes- cados que también hoy vemos con gusto en la mesa, pero los preparaban con ciertos revoltillos, llamémoslos así, que nos preocupan, en que entraba un poco de todo, sin excluir las ciruelas y los albaricoques desmenuzados y un puré de membrillos. Si alguien tuerce aquí el gesto, hace mal. Debe recordarse que mientras los romanos preferían el queso fresco, nosotros hacemos buena cara al queso Gorgon- zola, a pesar de reconocer y decir que apesta: un queso que está podrido y que se paga y se aprecia tanto más cuanto más sabiamente se le ha hecho pudrir. Los romanos arru- gaban la nariz ante el jabalí rancio; a nosotros nos parece echarlo a perder si lo comemos fresco, y lo cocinamos sólo cuando está más que mortificado y sabe a carne pasada. «Es el sabor de la salvajina», se dirá. «No; es el hedor del cadáver», respondería un romano. Evidentemente, entre tantos proverbios como hay, el más verdadero y más ecuá- 120 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA nime es el que dice que todos los gustos son gustos y sobre gustos no hay disputas. Añádase que el gusto moderno de los europeos muestra predilección también por Se saul - “M8 ciertas bebidas v géneros ‘ i * de alimentos que los anti- guos no conocieron; harto sabido es aue en tiempo de los romanos no había ni café, ni té, ni azúcar, ni licores, ni criadillas, ni pa- tatas, ni judías; descono- cidos los tomates, rarísi- mos y no de nuestros paí- ses los frutos agrios, como limones, naranjas, etc. Los dulces se hacían con miel, con mosto cocido, a veces con miel y con queso, como la placenta. Única bebida regocijante, el vino; hasta en los bares (thermopolia), que, a juzgar vor lo que vemos en Pompeva. eran numerosos, como entre no- sotros, se bebía vino ca- Fig. 58. — Bronce artístico, proce- liente. Hasta la técnica gente de Pompeya. culinaria era diversa. En- (Napoles, Museo Nacional.) i : tre otras cosas, no se ha- bían descubierto sino muv elementalmente los servi- cios que puede prestar un huevo, como cohesivo, por ejem- plo, esto es. para dar resistencia a las comidas manipuladas con varios ingredientes. Y como a los romanos les gustaban los revoltillos y los sabores variados, recurrían al sistema de embutir en una tripa de cerdo los picadillos y pastas ela- borados de los mil modos que el arte enseñaba. La virtuosidad del cocinero consistía sobre todo en preparar botella y far- cimina. Más que a fundamentales diferencias de gusto, había que atribuir al capricho de la moda el hecho, varias veces citado por los autores, de que también entre los romanos (Foto Alinari.) LOS MANJARES 121 un mismo manjar era, según los tiempos, muy buscado o depreciado. JI Hagamos una rápida reseña de las comidas y las bebi- das más comunes entre los romanos. El uso del pan no parece haber llegado a ser general sólo hasta principios del segundo siglo antes de Jesucristo. En los primeros siglos el trigo servía para preparar la puls (unas sopas de trigo que los autores distinguen de la polenta, la naZa de los griegos, hecha con cebada tostada y triturada). De pan, ade- más de algunos tipos espe- ciales, como el pan de ce- bada, de espelta, etc., ha- bía tres calidades: 1) el pan negro, de harina basta cernida (panis acerosus, plebeius, rusticus, castren- sis, sordidus, etc.); 2) el panis secundarius, mas blanco, pero no muy fino; 3) el pan de lujo (panis candidus, mundus). Tam- bién se cita el pan de perro * (panis furfureus). El pan se cocía en horno o en re- cipientes especiales, como el clibanus (panis cliba- nicus). De las legumbres, las más usadas eran las habas, las lentejas y los garban- Ss zos; de las hortalizas, las Fig. 59. — Bronce artístico, prove- lechugas, la col y el pue- dente de Pompeya. rro; también se hacía mu- (Nápoles, Museo Nacional.) cho consumo de hierbas (Foto Alinari.) laxantes (malvas, acelgas, etcétera). Los espárragos y las alcachofas (carduus) eran más raros que entre nosotros, y sólo comparecían en las mesas de los ricos. Los romanos gustaban grandemente de las setas, 122 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA sobre todo de los boleti (tal vez la seta común), como lo de- muestran numerosos pasajes de autores, especialmente de Marcial. Mucho más en honor que en nuestra mesa estaba la aceituna, indispensable en los entremeses. Las frutas de uso común eran también las que más se consumen entre nosotros, con excepción de los frutos ácidos mencionados, que venían de Oriente y comenzaron a arral- garse en Italia hacia el cuarto siglo después de Jesucristo. Manzanas (mala), peras (pira), cerezos, (cerasa), ciruelas (pruna), uva (fresca o pasa, o también conservada en reci- pientes de barro: (uvae ollares), nueces, almendras {nur amigdale), castañas. El cultivo de las cerezas se introdujo del todo durante las guerras mitridáticas; en los primeros siglos no se conocía de ellas más que una calidad silvestre, llamada cornum. Entre las manzanas era conocido el mem- brillo (malum cydonium), del cual se hacían ya entonces mer- meladas. De Armenia había venido el albaricoque (malum Armeniacum, o praecor), y entraba en la composición de ciertos platos, por ejemplo, en el picadillo de lomo de cerdo. ’ Muy comunes parece que fueron los dátiles (dactyli, palmae, caryotae), que eran importados de los países cálidos. El mundo animal contribuía con sus carnes a la mesa romana con alguna mayor diversidad que en nuestra época. En efecto, además del buey y el cerdo, a que eran aficiona- dísimos, comían carne de ciervo, de asno salvaje (onager), de lirón. Para la cría del lirón en los gliraria se aplicaban cuidados escrupulosos. En cuanto a la salvajina — mucho más apreciada que el modesto pollo, que los romanos tenían en muy poco —, había la costumbre de criarla como a los animales domésticos, sistema que, según parece, había de perjudicar a su sabor. Animales desaparecidos hoy de nuestra mesa, pero de honor en aquel tiempo, eran el fenicóptero, del cual se apreciaba de modo particular la lengua; la ci- gúeña, la grulla y hasta el sítaco, un pajarillo parlero de la familia de los papagayos. Inusitado manjar entre nosotros y, con todo, objeto para los romanos de grande entusiasmo gastronómico, eran la tórtola y el pavo real. Pero a todos los otros manjares los romanos preferían el pescado de calidad fina. En general se hacía en Roma gran consumo de pescado; desde los pececitos conservados en salmuera (gerres, maenae, etc.), cosa barata que se des- pachaba entre el pueblo bajo, hasta los más buscados, como LOS MANJARES 123 el rodaballo, los salmonetes, especialmente si eran muy grue- sos; el escaro (cerebrum lovis paene sunrem:, lo llama Enio), el esturión, etc. Seria inútil dar una lista de ellos, que la dificultad de la identificación haría insegura. Es notable ob- servar que dos calidades de pescados — aparte la manera de cocinarlos — parecen haberse substraido a los cambios del gusto y a los caprichos de la moda y tener el singular privi- legio de ser siempre muy apreciados: los salmonetes y los lenguados. III Más que en los manjares, la diferencia entre nuestro gus- to y el de los romanos se muestra en los condimentos. Se ha visto que era usual entre ellos mezclar sabores fuertes con sabores dulzones, por lo cual en los mismos platos, junto al vinagre y a la menta se empleaba la miel, el mosto co- cido (defrutum) y las frutas desmenuzadas. Pero la princi- pal característica de la cocina romana consiste en el uso abundante que se hacia de algunas salsas de pescados, no preparadas de cualquier manera, sino obtenidas por largo proceso y conservadas en ánforas en las bodegas. Eran raros los manjares en que no se ponía una dosis de ella. Para estas salsas son usados varios nombres: Garum, oxygarum, liquamen, murta, allec. Se preparaban de mil maneras; las diferencias de sabor dependían en parte del método de pre- paración, en parte de la calidad de los peces empleados. Por una escrupulosa receta que se nos ha conservado en un manual griego de agricultura * nos enteramos de que ante todo se preparaba el liguamen, esto es, se ponían en un recipiente las entrañas de los peces mezclando en ellas peda- citos de pescado o pescados menudos, y se mezclaba todo hasta convertirlo en una pasta homogénea. Esta pasta se exponía al sol y se agitaba y batía a menudo para que fer- mentase. Cuando, por la acción del sol, la parte líquida se había reducido mucho, se inmergía un cofín en el recipiente lleno de liquanem. El líquido que lentamente se filtraba en el cofín era el garum, la parte más exquisita; lo que quedaba — la hez del garum, para entendernos — era el allee (a). En cuanto a la muria, como término genérico, significa agua salada o salmuera, pero la palabra vino después a indicar también un tipo especial de garum. 124 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA El buen sabor de los manjares dependía en gran parte de la habilidad del cocinera en dosificar el garum. Bastaba a veces una cantidad insignificante; un par de huevos con alguna gotita de buen garum,* he aquí un manjar sencillo y delicioso. El garum era un producto que exigía cuidados, trabajo y gastos. Por esto costaba carísimo. Con todo, se hacía tan grande consumo de él que había centros de su producción hasta fuera de Roma. La industria del garum, por ejemplo, florecía en la laboriosa Pompeya. No se puede adivinar con precisión el sabor que tendría; por el método con que se obtenía es fácil deducir que sería un sabor ácido, fuerte, nau- seabundo. Lo confirma un epigrama de Marcial: ' Un- guentum fuerat quod onyr modo parvaa gerebat: olfecit postquam Papilus, ecce, garum est. (Papilo — quiere decir el poeta — es un hombre a quien le hiede terriblemente el aliento; basta una tufarada de aquel su aliento pestilencial para transformar un ungúento perfumado... en garum.) Con esto está dicho todo. Es probable que un manjar preparado con el garum no sería tolerado por nuestros estómagos. Notas al capítulo V 1. Traducción de L. F. BENEDETTO. Milán, Treves-Treccani-Tummine-: lli, 1932, páginas 85-86. 2. Esto y los datos siguientes están sacados del libro de A. COUGNET, fi ventre dei popoli, Turín, Bocca, 1905. 3. Apicio (colección de recetas culinarias; época imperial) VI, 4, 2 (224). 4. Ibid., V. 1 (227). 5. dbid.. VIL 15, 5 (318), 6. Ibid., I, 12, 11 (26). 7. Apicio, IV, 3, 6 (176). 8. Geoponica, XX, 46, 1. 32. MARCIAL, XIII, 40, 1 UN COMENSAL, SUPUESTO RETRATO DE HORACIO Fragmento de un relieve. SENADORES ROMANOS, CON SUS TOGAS Relieve existente en el Museo Nacional, de Roma. CAPITULO VI EL BANQUETE I. Las comidas del día. — II. La ordenación del banquete. El almuerzo de la mañna o la merienda que el niño se llevaba a la escuela se llamaba tentaculum,; la refección del mediodía, prandium. En ciertos casos también el prandium se servía en el triclinum, pero por lo común se despachaha un bocado de cualauier manera (man- jar frío, la mayor parte de las veces restos del día anterior), sin sentarse siquiera: sine mensa prandium, post quod non sunt lavandae manus.) La comida principal es la cena (comida). Los antiguos cenaban en el atrium y, más tarde, en un aposento (cenaculum, cfr. pág. 78), constituido por un en- Fis 40. — Triclinio. tresuelo sobre el tablinum; pero en A fees summis, D. z ottas medius: C Fat- la época en aue nos ccupamos, cuando tus imus: D, Mensa. se habia hecho general la costumbre griega de comer acostados, a la cena se le reservaba un aposento especial, el triclinio. Había triclinios para cl ve- rano y para el invierno; la diferencia consistia en la orien- tación. Era usual el triclinic al aire libre, como el de que habla Plinio (véase la planta en la pág. 96) y los triclinios de albañilería que se ven en algunos jardines de Pompeva (figura 26). La disposición de los lechos en el triclinio es como apa- rece en la adjunta figura que reproduce un triclinio pom- peyano (fig. 60). Los tres lechos eran llamados, yendo de 10 126 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA derecha a izquierda, summus, medius, imus, v los tres sitios usuales de cada lecho se llemaban, siempre contando en la misma dirección, locus summus, locus medius, locus imus. Fig. 61. — Sulero de plata, de Boscoreale. (Paris, Louvre.) (Foto Alinari.) En cuanto al sitio de honor hay alguna incertidumbre; pa- rece que era el imus in medio, llamado focus consularis, el sitio que permite recibir recados por el lado exterior del lecho. Obsérvese, no obstante, que, dado el poco espacio del tri- clinio usual. difícilmente había un lado exterior accesible, puesto que los lechos eran adosados a las paredes. Es cosa más notable que en la cena en casa de Eutrapelo, narrada por Cicerón,* el orador, que es el más distinguido entre los asistentes, no ocupa el imus in medio, sino el medius in medio. Aquel sitio, en la cena de Nasidieno,* está ocupado por un umbra, un personaje secundario, cuando no un pa- rásito. Podría ser que la costumbre fuese oscilante o que, entre amigos, no se hiciesen tantos cumplidos. El sitio del dueño de casa es el locus summus in imo; como es natural, está junto a la persona de mayor respeto. Pero tampoco en esto había regla fija. En la sátira horaciana, en efecto, Nasi- dieno no está junto a Mecenas. En lugar de los tres lechos dispuestos en ángulo, en la EL BANQUETE 127 época imperial se hizo de moda un lecho arqueado, donde hallaban sitio seis, siete y hasta ocho comensales (exaclinon, heptaciinon, octoclinon), y era llamado sigma, por analogía con el sigma lunado griego (C), o bien stibadium o eccubitum. El puesto de honor estaba en la extremidad (cornua), donde se sentía menos la molestia de estar apretados. De las mesas, que eran los muebles más hermosos de la casa, y de las cuales se mostraban los hombres tan am- biciosos como las mujeres de las joyas, se ha hablado en la sección precedente (págs. 106 y sigs.) La mesa que servía a los comensales cómodamente echados en los lechos triclinares, era redonda; en ella eran puestos los manjares y un reci- piente con el vino (/agoena): los comensales se podían servir a su voluntad. También el salero (salium; fig. 61) quedaba Fig. 62. — Vajilla de plata, de Boscoreale. Cyathi de plata. (París, Louvre.) Foto Alinari siempre a su disposición. v la botella del vinagre facetabu- lumj. Para sostener los platos con los manjares. se usaba un mueble especial llamado repositorium. Este sistema era 128 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Fig. 63. — Cupas de plata, de Boscorea:e. (París, Louvre.) (Foto Alinari} cómodo, pero podía dar motivo a discusiones si no mostraban todos un sentido de discreción al servirse. En los grandes banquetes, donde los manjares ofrecidos eran muchos y los camareros en gran número, las comidas eran rápidamente EL BANQUETE 129 substituidas y aun hay quien supone que solo eran ofrecidas sin ser puestas en el repositorium, El mantel (mantele) hace su aparición en el siglo 1 de Jesucristo. La servilleta (mappa) era suministrada por el anfitrión, pero algunos la llevaban consigo para poner en ella los'restos de la comida, según fea costumbre que la sociedad romana toleraba. Los comensales comían echados de través con el codo del brazo izquierdo apoyado en un cojín y los pies vueltos hacia la dere- cha. Los sitios estaban se- parados mediante cojines. puestos — según parece — no encima, sino debajo de las ropas del lecho triclinar. El plato (platina, patella, o si era hondo, catinus) era mantenido con la mano iz- Fig 64 — Plato de plata con quierda; la comida se to- relieve. de Boscoreale. maba con los dedos, vues no (Paris Louvre.) se conocía entonces el tene- (Foto aunar.) dor. Era señal de elegancia comer con la punta de los dedos, cuidando de no embadurnarse las manos ni la cara. Carpe cibos, digitis, est quiddam gestus edendi; ora nec in- munda tota perunge manu,* enseña Ovidio.? Antes de ser servidos, los manjares eran preparados por un esclavo (scissor, carptor, structor) que los cortaba en pequeñas porciones (pul- menta). Esto hacía también que el cuchillo fuese inútil, el cual, sin embargo, vemos en la mano de algún comensal en representaciones figuradas de los que tomaban parte en estos festines. Más usada era la cuchara (coclear o ligula), y va- riaba de forma según el uso para que servía (fig. 68). La vajilla era riquísima. Si la gente pobre se servía de objetos de barro (los vasa Saguntina), en los grandes ban- quetes platos y vasos eran de plata (argentum escarium y potorium; figs. 62, 63 y 64); las copas (pocula), de cristal, de electro, ê de oro, de murra (los murrina), piedra especial, opaca, costosísima, que aumentaba, decían, la fragancia del 130 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA vino; muy raramente estas copas eran lisas (pura), mas a menudo adornadas de relieves trabajados en abolladura o aplicados, o de piedras preciosas (pocula gemmata). La forma Fig. 65 Recipiente para calentar el agua durante el banquete. pro- cedente de Pompeya. (Nápoles, Museo Nacional.) (Fola Alinari.) era también diversa: anchas y sin asa ni pie fpaterae), altas con pie y asas que en algunos tipos sobresalian del borde (ca- lices), en forma de barquita fcymbium, scaphium), o «le cuerno (rhytion), etc. Siendo costumbre de los romanos tomar la bebida ca- liente y aguar el vino — que era servido puro sólo nara las libaciones rituales —, en el tri- clinio estaban el recipiente del vino (oenophorus), el del agua caliente (caldarium: fig. 65) y la crátera f(creterra; fig. 66). Era éste un gran vaso donde se mezclaba en determinadas proporciones el agua con el vino y del cual se sacaba el li- quido, para escanciarlo en las copas mediante un pequeño re- cipiente de largo mango llama- do cyathus. También era usual el filtro (sacculus, colum), por- que los antiguos, por falta de técnica, no llegaron jamás a producir vino perfectamente límpido; por eso liquare, «fil- trar», es nalabra usada por los poetas como sinónimo de «es- canciar». Los comensales vestían un jubón muy atildado, synthesis (véanse págs. 146-147), y calzaban sandalias soleae (véase página 147). Los esclavos empleados en el servicio eran diversos, se- gún su habilidad y la gracia de su rostro. Los esclavos más bellos escanciaban el vino (ministri, pueri a cyatho) o cor- taban los manjares, poniendo también cuidado en cumplir EL BANQUETE 1331 Fig. 66 Calderos y cráteras, procedentes de Pompeya v de Herculano Nápoles, Museo Nacional.) l (Foto Alinares 132 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA su oficio con gestos graciosos. Iban vestidos con trajes de colores variados y vivos. y llevaban los cabellos largos y ensortijados. En cambio, los esclavos que, a pesar de hacer servicio en el triclinio, estaban encargados de oficios secun- darios y más groseros, se cubrían con toscos vestidos, y lle- vaban los cabellos afeitados. Entre éstos se cuentan los scoparii (substituidos más tarde por los analectae), que habían de recoger y llevarse los restos tirados por los comensales debajo de la mesa (mensa). ¡Así lo queria la costumbre! ’ Y es increíble lo que la urbanidad del banquete de los an- tiguos tenía de menos rigurosa que la nuestra. Cada comensal llevaba consigo un esclavo de confianza, que debemos suponer sería joven y bello (puer ad pedes), el cual asistía al ban- quete, permaneciendo en continua espera de las órdenes de su amo y prestándole servicios aunque fuesen humildes y desagradables, si, como alguna vez sucedía, comía dema- siado. Un triclintarcha, experto en ceremonial, estaba encar- gado por el dueño de la casa de vigilar la ordenación del banquete. II Cuando los comensales se habían acomodado en el sitio señalado, los esclavos presentaban el agua para la ablución de las manos, y el banquete comenzaba. La cena tenia u obe- decía a un régimen uniforme; habia en ella tres momentos: 1) El gustus o gustatio, entremeses, formados de man- jares ligeros y propios para estimular el apetito; en él se bebía el mulsum, brebaje de vino y miel. Plato de cajón era el huevo; es célebre la expresión horaciana ab ovo usque ad mala* por decir desde el principio al fin del banquete. 2) Cena propiamente dicha (de varios platos, cada uno de los cuales era llamado ferculum o cena; por lo tanto: prima, secunda, tertia cena), durante la cual se bebía el vino). 3) Secundae mensae (los postres), que en los grandes banquetes se convertían en un simposio, llamado comissatio; en ella se comían cosas picantes o secas, que excitasen la sed, y se bebía copiosamente. Entre la cena y las secundae mensae se traían y se colocaban sobre la mesa las estatuitas de los lares; entonces se hacían libaciones, pronunciando palabras de buen augurio. EL BANQUETE 133 La parte principal del banquete era, pues, la cena, du- rante la cual se alternaban con abundancia los platos mas deliciosos y más raros. También se rendía culto al arte por el arte, escogiendo platos de sorpresa, donde un manjar se ocultaba bajo apariencia de otro manjar diverso. Los co- mensales comían aves, conchylia, pisces, longe dissimilem noto cetantia sucum.” En la cena de Trimalción '” un ganso engordado, rodeado de peces y pájaros, es todo él carne de cerdo. «¡Grande hombre mi cocinero! — dice el anfitrión " —. Queriendo él, de una perdiz hace un pez, de un pernil una tórtola, de un pastel una gallina.» Macrobio * habla de ani- males rellenos y cocidos con otros animales. Trimalción hace servir % huevos de pavo real que llevan dentro becafigos con salsa de pimienta, o un jabalí cocido lleno de tordos vivos. Aun admitiendo que haya exagerado en todo esto, tal es el estilo de la época. Durante la comissatio, los comensales se ponían guir- naldas de flores y se untaban con gran profusión de ungiiento perfumado. Un rer convivii (o magister o arbiter bibendi)™ determinaba en qué proporción se debía mezclar el agua con el vino y cuándo se había de beber. Esta costumbre era griega (Graeco more bibere), pero tan antigua, que Cicerón la considera como institución de los antepasados: © magis- teria... a matoribus instituta. Durante la comissatio se hacían numerosos brindis: a la salud de algún comensal, de los ausentes, de las amigas; en la época imperial, también del príncipe y de los ejércitos. La manera más común de hacer un brindis a un presente era ésta: se llenaba de vino la copa, se bebía de un trago a su salud y se mandaba llevarle la copa, nuevamente llena de vino, para que él bebiera a su vez. En aquella embriaguez de la vida. recordar la necesidad de la muerte era a un mismo tiempo admonición e invitación a gozar" Y había quien bebía alegremente en copas de plata (fig. 63) que un fino cincelador adornara de esqueletos gesticulantes. Aquellas imágenes macabras daban sabor al vino. En la cena de Trimalción," después de la gustatio, es mostrado un esqueletito de plata con las articulaciones sueltas, que se inclina y toma varias posturas, mientras el dueño de la casa filosofa acerca de él. Un pavimento de mosaico de triclinio romano está adornado de una gran cala- vera con las cavidades de los ojos vaciadas; otra figura a 134 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Fig. 67. — Mosaico de triclinio. procedente de Pompeva (Nápoles, Museo Nacional.) un esqueleto que se retuerce sobre una enorme parrilla con garfios. «Conócete a ti mismo» (vob: ozautoy ), hay escrito debajo. Todo esto, sin duda, inducía a pensamientos pru- dentes; pero, según todos los indicios, no hacía perder el apetito. En la época republicana, senadoconsultos y leyes (leges sumptuariae) probaban a imponer restricciones al lujo de los banquetes, limitando el gasto relativo, o los géneros de comidas usados, o también la aceptación del convite por parte de altos magistrados; * pero la última de estas leyes se tuvo bajo Augusto, y eran leyes tales que pronto caian EL BANQUETE 135 en desuso. En el período imperial, el lujo de los banquetes aumentó; los senores estaban rodeados de una nube de clientes a quienes el espejismo de una buena comida disponía para los servicios más humildes v para la más estúpida adu- lación; pompa inmoderada alcanzó sobre todo la osten- tación de los libertos en- riquecidos. Para muchos, ofrecer un banquete era una dádiva, algo más li- beral que la mísera can- tidad de dinero, la spor- tula, que se daba al cliente. Y a los invitados pobres la mayoría les hacían sentir la distancia que los separaba de ellos; era, en efecto, bastante común la costumbre de Pio GS Cuch no tratar a todos de la (De Blúmner, Réminche Privataltertit misma manera. Pero las mer, p. 395) personas más finas no aprobaban este sistema. «Yo, a los comensales — escribe Pli- nio *—, los invito a comer y no a aguantar humillaciones.» El banquete entre los antiguos duraba horas y horas: poco más o menos desde las tres de la tarde (hora nona) hasta entrada la noche. Era, en efecto, la manera de reunirse más común y más agradable. Hoy, quien desea encontrarse por la noche con los amigos, los busca en el circulo o en el café; quien quiere pasar la velada distrayéndose va, según sus gustos, al teatro, al café concierto, al cinematografo. Los espectáculos teatrales de todo género, en nuestra época, se han convertido en diversión usual; han perdido en solem- nidad, pero han entrado a formar parte de la vida cotidiana. El teatro, en efecto, de periódico que era en la Antigüedad, se ha convertido en diario, ha multiplicado sus formas, se ha adaptado a las diversas exigencias de esta civilización nuestra, que lo ha organizado todo, hasta las diversiones. Pero entre los antiguos no era así. De día, si se quería charlar o pasar el rato con los amigos, se iba a las grandes termas O a la tienda del harbero; pero a la noche, cuando se quería uno poner algo alegre, no había otra manera sino reunirse en un banquete con los amigos. 136 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Naturalmente, no se debe pensar que en todas aquellas horas no se hacía sino comer y beber. Además de conversar y discutir, pasatiempo que siempre ha tenido su atractivo entre gente fina, había distracciones y entretenimientos de varias clases. Comenzando por los que Plinio llamaría «los honestos» y Marcial «los aburridos», muy en uso estaban las lecturas que un esclavo (lector, anagnostez) hacía a los co- mensales; o bien las recitaciones efectuadas por el comoedus, que declamaba con gestos amplios y alta voz: o las audi- ciones musicales: artistas hábiles en tocar la lira (lyristae) o en cantar (choraules) hacían muestra de su arte esplén- didamente remunerados. No todos, sin embargo, se divertían con esto, y los amigos de francachelas preferían los banquetes en que se jugaba a juegos de azar, o en que los chistes y las impertinencias de los bufones (derisores) hacían reir a los reunidos; y se asistía a espectáculos que en la edad nuestra han ido a parar en gran parte a los teatros de variedades: a muelles danzas de muchachas Gaditanae (que todas fuesen de Cádiz nadie lo juraría), o de tocadoras de castañuelas (crotalistriae), o de afeminados bailarines (cinaedi), o los ejercicios de acróbatas (petauristarii), etc. Además había la diversión que ofrecían los moriones, enanillos medio idiotas que con sus estupideces regocijaban a los reunidos. Marcial” nos presenta uno, «que tiene la cabeza puntiaguda, y las orejas largas, y las mueve como los asnos». Estuvieron muy de moda en la época imperial, y hacían furor, aunque las personas serias no estuviesen conformes con aquel espectáculo. * Cuanto más tontos eran, más caros costaban; y hasta es de creer” que a veces no eran tan necios como fingían parecer; porque esto sucede casi siempre: querer pasar por imbéciles sin serlo de veras, es una de tantas maneras de engañar al mundo. En los banquetes más ricos se hacían distribuciones de apophoreta, regalos por medio de loterías; los regalos eran de valor muy diverso, lo cual aumentaba el interés del sorteo. Una de tantas afirmaciones debidas al sistema de dar por usual lo que es excepcional y extraño, es la de que a los banquetes se llamaba también a los gladiadores, para luchar o matarse. Es verdad que algún emperador recurrió, para hacer algo nuevo, a tales espectáculos; pero no es por ello cierto que los romanos prefirieran aquellos banquetes en que se vertía vino y sangre. EL BANQUETE 137 Notas al capítulo VI 1. SÉNECA, Epist., 83, 6. 2. Ad fam., 1X, 26. Horacio, Sat., II, 8, vs. 20 y siguientes. Toma los manjares con la punta de los dedos; hay también buenas maneras en el comer; mira que tu mano sucia no te manche todos los labios. (T.) 5. Ars am., HI, vs, 755-56. 6. El efectrum era una liga de cuatro partes de oro y una de plata que no debe confundirse con el ámbar fsucinum). 7. En la Antigüedad se hacía así en todas partes; y en la época ule- Jandrina, a un artista, Sosos, se le ocurrió la idea de representar en mo- saico un pavimento diseminado de desperdicios, ta llamada «Sala sin barrer» (ATA LNTOr olxoz 5 Cfr. Printo, XXXVI, 184). 8. Sat., I, 3, vs. 67. («Comenzar ab ovo», en cambio, deriva de Ars poet., v. 147.) Desde el hueva hasta la manzana. (T.) 9. Horacio, Sat., II, 8, vs. 27-28. (Aves, mariscos, peces, que ocultaban su conocido jugo con otro muy diferente.) 17.) 10. PETRONIO, 69. 11. Ibid., 70. 12. TM, 13, 13. 13. PETRONIO, 33 y 40. 14. Rey del convite, o maestro, o árbitro de la bebida. (T.) 15. De sen., 14, 46. 16. La costumbre es antigua. Cuenta Heroporo (TI. 7%) que en los banquetes egipcios se hacia pasar de mano en mano de los comensales una pequeña escultura de madera, donde se representaba un muerto dentro dei ataúd. Había escrito: «Mirdndolo, bebe y diviértete, porque, muerto, serás como él.» 17. PETRONIO, 34. 18. AuLo GELIO., II, 24; Macrobto, TH, 17. 19. TI, 6, 3: Eadem omnibus pono, ad cenam enim, non ad notam invito cunctisque rebus eracquo quos mensa ct toro aequavi, Ofrezco lo mismo a todos; los invito a una cena, no a una afrenta, v en todas las cosas igualo a los que trato, lo mismo en la cena que en el lecho fdel han- quete). (T7.) 20. VI, 30, vs. 15-16. 21. Piinio, Epist.. TX, 17. 22. Marcar, VIII, 13. > CapiruLo VII VESTIDOS, CALZADOS Y ORNAMENTOS I. Del vestido de los romanos en general. — Il. La «tunica. — Ill. La toga. — 1V. Los mantos, — V. Los vestidos femeninos. — VI. Los calzados y sombreros, — VII. Los ornamentos. I El vestido oficial de los romanos era la toga; en tiempos antiguos, bajo la toga no se llevaba más que una vestidura sencilla (subligar, o subliguculum, campestre, cinctus), des- tinada a cubrir el bajo vientre; la toga, por esta circuns- tancia, estaba en su mayor contacto con el cuerpo desnudo. El subligar, que siguió siendo usado únicamente en lis familias apegadas tenazmente al vestido antiguo (los cincfuti Cethegi, dice Horacio,* para decir «gente vieja», de molde antiguo), en épocas menos hórridas no era llevado sino por los obreros en su trabajo y por los que se ejercitaban en el Campus Martius, de donde procedía su nombre más común de campestre; como vestido para ir debajo de la toga fue substituido por la túnica. Sobre la toga para protegerse del frío, o bien sohre la túnica, en substitución de la toga, se llevaban mantos de varias clases (laena, lacerna, abolla, etc.). Las mujeres, por su parte, cuorian la túnica, que el pudor femenino exigía más larga y holgada que la túnica de los hombres, con un vestido lamado stola: sobre la stola se ponían, si era necesario, mantos femeninos friciniurm, palla). Los vestidos de los romanos pueden, por lo tanto, reducirse a los siguientes: para los hombres, la tunica, la toga y tam- bién el manto; para las mujeres, la tunica, la stola (fig. 69) y la sobreveste, 140 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA II La tunica, en propio sentido (que no debe confundirse con la camisa de lino, la tunica interior o subucula, o stric- toria), era un vestido de lana y consistía en dos piezas de tela (plagulae) cosidas juntas, de modo que de la parte del pecho llegase hasta debajo de las rodillas, y la posterior, a las pantorrillas, y era sujetada a la cintura por un cin- turón. Era contrario a la buena costumbre llevar la túnica de- Fig. 69. — Madre e hija. Chastiworth (de S. Strong. La escultura romana). Obsérvese en la madre el caracte- ristico atavio de la época flavia. masiado larga, o andar discincti, esto es, sin cinturón. Sólo hacia el siglo 11 de J.-C. se pu- sieron de moda las tu- nicae con largas mangas hasta las muñecas, que anteriormente pasaban por extravagancias de afeminados: talares et manicatas tunicas ha- bere apud Romanos ve- teres flagitium («juna cosa escandalosa!») erat, nune autem honesto lo- co natis, cum tunicati sunt, non eas habere fla- gitium est.” El tipo mas rico de estas túnicas es- taba representado por la delmatica (de lino, lana o seda), que muchos lle- vaban en lugar de la to- ga; de la delmatica ha- bía una forma especial sin mangas llamada co- lobium. Túnicas talares y con mangas eran tam- bién las que se usaban en el culto de Mitra y en el antiguo rito cristiano: moda orien- tal. En la misma época se difundió el uso de los pantalones largos y adherentes a la pierna. Le ON TERE Fer : Ree bP > at NETO ROMANA ~ UNA SFÑORA s, en el Museo de Treves. DI: gu TTE>» LA «TOILI Procedente de Noviom a Mn > A v E ji 4 MUCHACHAS JUGANDO CON OSICULOS Pintura hallada en Herculano. VESTIDOS, CALZADOS Y ORNAMENTOS 141 41 ornamento más común de la túnica era el clarus, una banda de púrpura, de la cual también se servían para indicar que pertenecían a un orden determinado; los sena- dores, en efecto, lleva- ban el latus clavus (o laticlavium); los caba- lleros, el augustos cla- vus. En cambio, un ‘vestido que se llevaba excepcionalmente (y no ya, como se afirma, un vestido usual) era la tunica palmata, ador- nada de bordados en forma de palma, que los triunfadores se po- nían durante el triun- fo. III En provincias y en el campo, o en la in- timidad de su casa, el romano andaba en túnica. Si tenia frío se cubría con un manto o aumentaba el número de las tunicas (como lo hacía, por ejemplo, Augusto, que tenía mucho miedo a los resfriados y llevaba cuatro, además de camisetas de va- rias clases); * pero la toga, que era tan digna y bella como poco práctica, tenía buen cuidado de quitársela en cuanto se quedaba en familia o lejos del mundo oficial. Cuando, por el contrario, debía ejercer alguna función pública, la tog era el vestido indispensable, y en toga debía mostrarse en Roma todo el que no auisiera pasar por un esclavo o por modesto bracero. También los señores que tenían la ambición de llevar en su séquito un buen número de clientes exigían, y era natural, que llevasen el vestido oficial romano. De este modo la toga, símbolo de la autoridad del magistrado, de Fig. 70. — Objetos para uso de las señoras: Sombrilla y peine. (Avezzano, Museo.) (Foto Alinari.) 11 142 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA la dignidad del hombre politico y de la superioridad nacio- nal, del pueblo nacido para el imperio (Virgilio ha dicho: Romanos rerum dominos gentemaue togatam),* en el cliente, triste es decirlo, se tornó librea. la oficiosidad del cliente es opera togata.” La toga era de tela gruesa de lana blanea, toda de una pieza y cortada en forma de elipse. Ponérsela era una ope- ración bastante complicada, y para ello era precisa la ayuda del vestiplicus, un es- clavo que disponía sus pliegues desde la vis- pera. Había quien per- día mucho tiempo para ajustársela y quien, se- gún Horacio, no lo- eraba nunca reducirla a obediencia. * Cuál fuese la manera de po- nérsela se deduce, no sin dificultad y que- dando en duda acerca de algunos particula- res, de un famoso pa- saje de Quintiliano’ y de las numerosas es- tatuas togadas de que están llenos los mu- Fig. 70 a. — Objetos para uso de Jas S€os. Ante todo, la ro- señoras: Bolso y quitasol. pa se plegaha en dos (Spalto, Museo.) partes desiguales en (Foto Alinari) sentido de longitud; se hacía bajar por delan- te una orilla desde el hombro izquierdo hasta los pies (un ter- cio de su longitud aproximadamente); el resto se dejaba caer por detrás, en doble, y después de dar vuelta bajo el brazo de- recho, lo que quedaba se echaba también sobre el hombro iz- quierdo, La parte central del vestido, característico por los pliegues v henchiduras, de que los elegantes cuidaban minu- ciosamente, se llamaba sinus; como el paño de la toga se plega- ba en dos, la orilla superior del sinus debía hallarse debajo del sobaco, v la inferior, descender hasta la mitad de la pierna. Acomodado el sinus y echada sobre la espalda la última parte VESTIDOS, CALZADOS Y ORNAMENTOS 143 Fig. 71. — Ornamentos ¿emeninos, de varias edades y procedencias. (Mápoles, Museo Nacional.) (Foto Alinari.) 144 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA de la toga, se sacaba de debajo del sinus la primera orilla, alar- gándola y haciéndola salir. De esta manera venía a formarse un nodus o umbo, que daba a la compleja vestidura cierta con- sistencia. En la guerra se vestía únicamente el sagum militare; con todo, se ha comprobado, en tiempos más antiguos, la costum- bre de efectuar en el campamento algunos actos religiosos vis- tiendo la toga; en este caso la toga, después de ser pasada bajo el brazo derecho, se envolvia alrededor del pecho, como una faja, dejando libres los brazos fcinctus Gabinus). En la mayor parte de los casos la toga era pura, esto es, sin ornamentos. Praetezta se llamaba la toga adornada de una guarnición de púrpura, vestido de los niños (la toga, en realidad, no se vestía hasta los diecisiete años), de los sumos magistrados y de algunos sacerdotes; toga picta, la que se vestía durante el triunfo; trabea, la toga abiga- rrada que los augures y otros sacerdotes usaban durante el rito. IV La toga fue substituyéndose, sobre todo en la época im- perial, por vestidos más prácticos: el pallium, la lacerna, la paenula, etc., que a veces se ponía sobre la toga, pero más a menudo hacían sus veces. El pallium (el ipárttos griego) se llevaba sobre la túnica poco más o menos como la toga; pero como era más corto y no doble, no impedía, como aquélla, la libertad de los mo- vimientos. La lacerna era originariamente una especie de mante- leta militar del tipo de la clámide (xhanos ) griega; durante el Imperio comenzó a ser llevada como vestido burgués, y tuvo mueha difusión; las había de diversos tipos, como finu- ra y color. El pueblo las llevaba de tela cruda, porque eran más económicas; pero el que deseaba ser elegante las lucía de colores diversos y vivacísimos. La paenula, manto muy sencillo, servía sobre todo contra el frío y el mal tiempo; se ponía pasando la cabeza por una abertura central, y quedaba así sobre los hombros, sin ne- cesidad de hebilla. Por lo común iba provista de un ca- puchón. Por el uso aue se hacía de ella se comprende que las hubiera impermeables (paenula scortea, «de piel»), o VESTIDOS, CALZADOS Y ORNAMENTOS 145 muy pesadas (paenula gausanina, «de fieltro»). En viaje acos- tumbraban usarla hasta las matronas. Una manteleta redonda de tela gruesa, parecida al sagum militar, era la /aena, llamada también duplez, ya por el es- pesor de la tela, ya, como otros suponen, porque se ponía en doble sobre los hombros. Corta y sin tenir era la faena que llevaba la gente pobre; ricamente coloreada, la que se usaba en los banque- tes para recubrirse la espalda cuando hacía frio. No varece que, en cuanto a forma v aplicación, fuese muv diverso de la laena el manto que vemos lla- mado abolla. Gruesos mantos con capuchón eran el cu- cullus (literalmente «capuchón») o bardo- cucullus, el birrus y la caracalla; esta ultima, larga hasta los pies (caracalla falaris), es conocida por haber dado su sobrenombre al emperador M. Aure- Ho Antonino. que la llevaba habitualmente Eig. 72. — Objetos para uso de las señoras: Sandalias y bolso. (Avezzano, Museo Cívico.) 1, Sandalias y bolsita; 2, Taburete, parasol, vaso de unguento, aguja y huso; 3, Canasta de labor, huso, vaso y fuente, silla para la toilette, estuche y cofrecillo. (Foto Alinari.) 146 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA e introdujo su uso entre los soldados (de donde el nombre cara- calla Antoniana). Según parece, de aquel largo manto con capuchón debe distinguirse la caracalla femenina, vestido li- gero de lino y sin mangas. Un elegantísimo jubón, muy ajustado y finamente guar- necido, era la synthesis (o vestis cenatoria, o cenatorium), que se vestía durante los banquetes y se llevaba también por la ciudad en las fiestas de las Saturnales, cuando todos, hasta los magistrados, dejaban en reposo la toga. Con el nombre de un calzado griego se llamaba endro- mide (endromis o endromida) un grueso manto que servía sobre todo en caso de aguaceros improvisos, o para echárselo encima después de los ejercicios gimnásticos, cuando el cuer- po estaba todo bañado de sudor. y En el vestido femenino se debe distinguir: 1) la tunica; 2) la stola, que para la matrona es el traje nacional, como la toga para los varones adultos; 3) las sobrevestes. 1) Sobre la piel las romanas llevaban una camisa (tu- nica interior, subucula, interula); debajo, o sobre la camisa, una fascia pectoralis lo mamillare, o también, con palabra griega, strophium o taenia) para sostener el pecho. Usaban también el subligar (v. pág. 139), pero, según parece, sólo durante el baño. 2) En la Roma primitiva los romanos iban en toga; hombres y mujeres vestían del mismo modo: olim toga fuit commune vestimentum et diurnum et nocturnum et mulie- bre et virile;* pero muy pronto el vestido femenino se dife- renció del masculino, y la toga fue impuesta a la mujer sólo como señal de impudicia, si era adúltera o de fáciles costumbres; las matronas llevaban la stola, largo vestido que descendía hasta los pies y estaba ceñido a la cintura por un cinturón. En la orilla extrema de la stola se cosía una guarnición de púrpura (finstita): éste es un pormenor acerca del cual, por falta de testimonios arqueológicos (no se logra, en efecto, descubrir la instita en las estatuas stola- tae), debemos resignarnos a no saber de cierto cómo era en realidad, es decir, si tienen o no razón los escritores que hablan de ella como de una tenuissima fasciola, o los que la califican de longa. Igualmente no se consigue establecer VESTIDOS, CALZADOS Y ORNAMENTOS 117 en qué consistía la diferencia entre la stola de la matrona que había conseguido el ius trium libe:orum, y las demás. Lo cierto es que había una diferencia. En el siglo 11 de Jesu- cristo la stola matronalis es substituida, como la toga de los varones, por la delmatica o el colobium (cfr. pág. 140). 3) Como sobreveste para salir en público, las romanas, en los primeros siglos de la época republicana, usaban el ricintum, un sencillo manto cuadrado que cubría las espaldas y tal vez, como se supone, la cabeza. Pero en los últimos siglos de la República y en la época imperial el ricinium fue sustituido por la palla, un vestido más ancho que se po- nía como el inúriov griego. VI Los tipos fundamentales de calzado pueden reducirse a tres: 1) Las sandalias (soleae, sandalia), que se sujetaban con tirillas de cuero (habenae, amenta, obstragula), las cuales se hacian pasar por entre dedo y dedo. Salir en público con las sandalias, y no, como queria la buena regla, con los calcei, era una grave inconveniencia, He aquí cómo Cicerón des- cribe en Verres a un hombre que ha olvidado su dignidad de magistrado y de ciudadano: * steit soleatus praetor populi Romani cum pallio purpureo tunicaque talari. («Estaba — ¡un pretor del pueblo romano! -— con las sandalias, con un palio de púrpura y con la túnica larga hasta los pies.») i Vainos, una enormidad! Inconveniencia «de otro género era, por el contrario, calzar los calcei en casa de los demás, cuando se había sido invitado para unas horas; el pavimento doméstico tenía sus leyes, no menos que el empedrado de la calle. El invitado a un banquete ordenaba a un esclavo que llevase a casa del huésped las soleae para ponérselas antes de entrar en el triclino: si era un pobre diablo escaso de sirvientes se las llevaba él mismo en un lío, como el con- viva tribulis de Horacio," aue se ya al convite llevando las sandalias bajo el brazo. 2) Los zuecos (sece?). 3) Los calcei; calzado del ciudadano romano, que acom- panaba a la toga, vestido nacional. Del calceus común se distinguian el calceus patricius y el calceus senatorius; 148 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA el primero, al principio colorado, estaba atado con cuatro tiras de cuero (corrigiae) y cerrado por una lengüeta de piel (ligula) adornada de una hebilla lunada de marfil (lunula); pero en la época imperial la lunula deja de ser privilegio de los patricios y sirve como ornamento de los calzados elegan- tes; el segundo, semejante por la forma al patricio, era de cuero negro. Otros tipos, más bastos, de calzado eran: el pero, una piel no adobada envuelta en torno al pie; la caliga, la san- dalia militar; la sculponea, especie de zueco de que se servían esclavos y campesinos. Es notable que en el vestido romano no hubiese ninguna diferencia de tipo entre los calzados de los hombres y los de las mujeres; también las mujeres calzaban soleae, socci y calcei; los calzados femeninos tenían de particular la mayor blandura de la piel, la vivacidad de los colores (entre los cuales eran usadísimos el rojo y el dorado) y la riqueza de ornamentos, tal vez preciosos (perlas, etc.). Los romanos, hasta fuera de casa iban con la cabeza des- cubierta; cuando más, si llovía, se ponían un capuchón fcucullus), o, si habían de emprender un viaje de verano o estar largas horas quietos al sol en el teatro, un sombrero de anchas alas (petasus, causia). En las Saturnales, cuando la toga era substituida por la synihesis, elegante y atildada, todos se ponían el gorro (pilleus), hasta el príncipe. * En los demás días, llevar el gorro indicaba las condiciones de liberto. Durante la cena de Trimalción, un esclavo, emancipado re- ciente, se pone de pronto un gorro en la cabeza,™ y Tri- malción, intrépido e insulso chistoso, en todo lo que hace como en lo que dice, hace gervir con el gorro un cerdillo cocido que la noche anterior, habiendo sido servido a lo último, había sido... dimissus («devuelto intacto a la cocina»; pero la palabra dimissus puede querer decir también «liber- tado») por los comensales. ® De algunos tipos de sombreros usados por los sacerdotes, tardío testimonio de antiguas ma- neras de vestir, no corresponde hablar aquí. Desconocidos eran entre los romanos los sombreros de señora; las muchachas iban con la cabeza descubierta, en casa y fuera de ella, y las señoras conservaban la dignidad matronal cubriéndose la cabeza con una orilla de la palla, cuando se la ponían para salir en público, VESTIDOS, CALZADOS Y ORNAMENTOS 149 Objetos consentidos únicamente a la delicadeza femenina eran bolsita (fig. 72), el abanico (flabellum) y la sombrilla (umbella o umbraculum) (fig. 70). La sombrilla y el abanico eran llevados, en general, por la esclava que acompañaba a la señora. Vil Ornamentos. — Único ornamento varonil era el anillo. Durante la República era consentido un anillo sólo, que se llevaba generalmente en el anular de la mano izquierda y servía como sello. No lo podían llevar sino las personas libres, como lo afirma un antiguo jurista: * «Veteres non ornatus sed signandi causa anulum secum circumferebant... Nec cuiquam nisi libero, quos solos fides deceret quae signaculo continetur (habere licebat)».* La impresión del anillo era para los antiguos como la firma para nosotros; daba autenticidad al compromiso y al testimonio. Petronio, antes de morir, rompió su anillo para que no se abusase de su sello para comprometer a los demás. ** Durante el Im- perio, además del sello, se llevaban otros muchos anillos, por ambición; algunos llevaban los dedos cargados de ellos, Estos anillos, por las piedras preciosas que llevaban engar- zadas, alcanzaban también valor grandísimo y eran conser- vados en un estuche a propósito, la dactyliotheca. Sin em- bargo, hay que notar que, más que en los ornamentos per- sonales, la vanidad masculina se manifestaba en los vestidos exquisitos y en el suntuoso equipo de la casa, en el cual no parece que ponían tanto interés las mujeres como los hom- bres. Y ésta es diferencia notable entre el hombre romano y el moderno. En cambio, eran variadísimos los ornamentos femeninos (fig. 71): además de las sortijas, diferentes de las de los hombres, por estar más finamente trabajadas y hasta por la costumbre de grabar en la piedra preciosa una fórmula de buen augurio, las señoras llevaban hebillas (fibulae), hor- quillas (acus crinales o comatoriae), cintas ornadas de oro y de piedras preciosas hábilmente insertas en el peinado (vitae, mitrae), pendientes (inaures), brazaletes (armillae), collares (monilia, nombre gue acabó por indicar todo adorno femenino y adquirió en lengua italiana el significado de «brazaletew); y después, cadenillas para la garganta, gruesas 150 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA ajorcas en los tobillos, etc. Oro por todo el cuerpo. Una lev que intentó refrenar el lujo de las mujeres, la ler Oppia del 215 a. de J.-C., y movió mucho ruido, a pesar de estar reciente el desastre de Cannas, cayó pronto en desuso. Las señoras romanas llevaban encima «patrimonios» (la frase es de Séneca), * principalmente en las orejas. Los pendientes, sobre todo, alcanzaban un valor fantástico; además de po- nerse más de uno en cada oreja (que por su retiñir se lla- maban crotalia), dando prueba de un gusto que a nosotros los modernos nos parece muy discutible, hacían engarzar en ellos perlas de gran tamaño felenchi, uniones) y grandes piedras preciosas (excluyendo el diamante, que, a pesar de ser de grandísimo precio, servía sólo para adornar sortijas). En resumen, la matrona romana no hallaba nada extraño el transformarse en una joyería ambulante. No hay que consi- derar, pues, como exageración lo que escribe Plinio el Viejo, * de que Lollia Paulina. muier de Calígula, llevaba encima joyas por valor de cuarenta millones de sestercios. Notas al capítulo VII 1. Ars poética, v. 50, 2. San AGUSTÍN, De doct. Christ.. TI, 20. Llevar túnicas tulares v con mangas era una verguenza para los antiguos romanos, y ahora, aun para los nacidos en ilustre cuna, cuando van tunicados, no es vergttenza lle- varlas. (P.) 3. SUETONIO, Auf... 82. 4. Aen., I, v. 282. 5. Marcial, TI, 46, v. 1: Exigis a nobis operam sine fine tonatan», (Exiges de nosotros sin cesar labor togada.) (T.) 6. Horacto, Sat., 1, 3. vs. 31-32: rideri possit. eo quod rusticina tonso toga defluit. (Pueden reírse de él porque, trasquilado como un patán, se le cae la toga.) (T) Epist., I, Y, v. 96: si toga dissidet impar. (Si la toga le cae desigual) (T) 7. XI, 3, 139-41. R. VARRÓN, según Nonto, 541, 2-4. (En otro tiempo la toga fue vesti- dura común de día y de noche, femenina y masculina.) (T) 9. Act. TT in Verrem, Y, 33, 86. 10. Epist, 1, 13 v. 15, 11. Marcial, XIV, 1, v. 2: Dumque decent nosirum pitten xnorpta do vem. (Mientras a nuestro Júpiter le sienta tan bien ponerse el gorro.) T) 12 PETRONIO, 41. 13. Ibit.. 40. l4. ATEIN CAPITÓN, según Macaonio, VIT. 13, 12. 15. Los antiguos Hevahan siempre el anillo, no por molivo de ornato, sino para sellir..., ni era permitido llevarlo a quien no fuese libre, a los cuales únicamente correspondía la confianza que se encierra en lo e Mado. (T.? 16. Táícrro, Ann.. XVI, 19. Y. De benef. VIT, 9, 4. 18. IX, 117. CapituLo VIII BARBA Y CABELLOS I. La barba, Il. Los cabellos. No parece que entre los antiguos romanos arraigase nun- ca la extraña costumbre, que vemos difundida entre los griegos de la época arcaica y entre los etruscos. de llevar en torno al rostro una barba recortada, redonda o en punta, y de afeitarse, en cambio, cuidadosamente el bigote, cos- tumbre que 'era también la moda de los héroes homéricos, y nos procura el desagrado de tener que imaginar al hermoso Aquiles con el labio superior desnudo y con aquel corona- miento de pelambre facial que da un algo de simiesco al rostro más favorecido por la naturaleza. Los romanos antiguos dejaban crecer libremente cabellos, barba y bigotes; estaban majestuosos y horribles: ¿llo aus- tero more ac modo..., dice Cicerón; ' illa horrida (barba), quam in Statuis antiquis atque imaginibus videmus. Sólo en el siglo 11 antes de Jesucristo comenzó a difundirse la cos- tumbre de cortarse los cabellos y afeitarse la barba. Varrón ? nos ha referido una noticia sacada de un documento de Ardea, según la cual los primeros barberos parecen venidos de Si- cilia a Italia en el 300 a. de J.-C. La noticia debe de ser verídica; sólo es menester guardarse de exagerar su alcance y creer, con Varrón, que el uso de las tijeras y de la na- vaja de afeitar fuese desconocido de los romanos antes del 300 a. de J.-C. La navaja de afeitar. en efecto, aparece muy pronto entre los hallazgos arqueológicos y es documento de la más antigua civilización italiana; además es conocidi- sima la leyenda? de Alto Navio, quien, bajo Tarquino Prisco, 152 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA cortó con la navaja la piedra que servía para afilarla. Todo esto contradice las conclusiones demasiado absolutas que se quieren deducir del pasaje de Varrón. Es, por lo tanto, pro- bable que los tonsores de que habla hayan venido a Italia a abrir establecimientos de tronstrina, lo aue podría atestiguar no el primer inicio de la costumbre de afeitarse la barba, sino su difusión; antes de aquella época. los pocos que aun ante- riormente se afeitaban debian de servirse del trabajo de un esclavo (tonsor), como también más tarde se continuó ha- ciendo en las familias señoriales. Cierto es que el siglo III antes de J.-C. (el siglo de las guerras púnicas) señaló el triun- fo de la navaja de afeitar. Escipión el Africano,* favo- rable a toda novedad, fue iniciador de la moda de afeitarse cada día, y Claudio Marcelo, el conquistador de Siracusa, es el primer gran romano que en las monedas es representado con la barba afeitada. No se olvide que hasta en los últimos decenios del siglo m1 antes de J.-C. la cultura griega penetraba en Roma, no sólo en la literatura y en todo lo que es superior actividad espiritual, sino también en el vestido, y penetraba casi exclusivamente con las formas y con las características adoptadas en la edad helenística. Aquel cambio de moda, que se efectuó en la época de Alejandro, cuando se introdujo en- tre los griegos la costumbre, antes rarisima.y desacredi- tada, de afeitarse la barba, se reflejó en Roma con un pro- ceso lento que culmina en la época de la Segunda Guerra Púnica. Se trata de un insignificante pormenor de toilette masculina y que, sin embargo, se hace entrar en el gran cuadro de las influencias helenísticas en Roma. La mayor vía de penetración de tales influencias es siempre la magna Grecia. Vemos, en efecto (pág. 151), que entre los itálicos y en Roma los bárbaros venían de allí. Desde el fin del siglo 11 antes de J.-C., cn cuanto a la barba, se seguía esta costumbre (naturalmente, con libertad para los que quisieran ir contra la moda, de aplicar a su rostro el procedimiento que más les agradase). Los jovencitos no se afeitaban el primer plumón, sino que dejaban que som- brease las mejillas, mientras les crecía hasta el punto de tener el aspecto de una barha; entonces aquella primera barba era cortada y por lo regular consagrada a una divi- nidad (depositio barbae); este acortecimiento en las familias era considerado solemne, y se celebraba, como entre los grie- gos, con una gran fiesta. Quitada la primera barba, se BARBA Y CABELLOS 153 continuaba llevando una barbita (barbula), en la cual los jó- venes elegantes ponían el mayor cuidado, y así hasta los cuarenta años, esto es, hasta la edad en que comenzaban las primeras canas. Al aparecer aquellas melancólicas señales precursoras de la vejez no lejana, se procuraba quitarlas de en medio arrancandolas con las pinzas (volsellae); pero des- pués se recurria al sistema más expeditivo de afeitarse todo el rostro. Por esto los romanos asociaban la idea de barbula a la de juventud; por ejemplo, comenzar a afeitarse” la barba significaba «envejecer»; barbatuli tuvenes en Cicerón " es sinónimo de «jovencillos». El famoso verso dantesco: quando per udir sé dolente, alza la barba? para los romanos no hubiera significado nada. Esta costumbre duró largo tiempo; pero con el empe- rador Adriano cambió. Adriano tenía el rostro defectuoso y se dejó crecer la barba; volvió, pues, a poner en honor la barba, hasta Constantino, bajo el cual resurgió el uso de afeitarse. De Constantino en adelante, todos los emperadores, fuera de Julián, filósofo, llevan la barba afeitada. En re- sumen, en el modo como los romanos llevaban la barba se pueden distinguir cinco períodos: 1) Hasta el siglo 11 antes de J.-C. iban por lo regular in- tonsos. 2) En el siglo 111 comenzó a difundirse el uso de afeitarse la barba. 3) Desde la Segunda Guerra Púnica (finales del siglo 11 antes de J.-C.) a la época de Adriano (primera mitad del siglo 1 de J.-C.) la costumbre de afeitarse la barba se hizo general, pero sólo pasados los cuarenta años de edad. 4) Desde Adriano a Constantino (primeros decenios del siglo Iv) volvió a ser de moda la harba. 5) Desde entonces se volvió a la costumbre de antes. Los que estaban de luto no cuidaban de esto: se dejaban la barba larga, así como los cabellos (barbam demittere, promittere, submittere). Lo mismo hacían los que habían de sostener un proceso penal, y comparecían ante los jueces des- peinados y con las mejillas hirsutas; además de esto iban sucios y mal vestidos fsordidatus). También los filósofos, 154 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA especialmente los cínicos y los estoicos, llevaban barba es- pesa, imponente. Esta singularidad remontaba a la costumbre griega de la edad helenística, cuando todos comenzaron a Pig. 73. — Peinado femenino de gala, en la edad flavia. (Roma, Museo Capitolino.) (Foto Alinari.) afeitarse y únicamente los filó- sofos mantuvieron el uso an- tiguo de la barba larga; la barba entonces, para quien la llevaba, era un distintivo profesional y un programa, objeto de burla para los demás. Acerca de esto existe toda una literatura; has- ta nosotros decimos: «la barba no hace al filósofo». II Sólo los jovencillos libres y los esclavos que formaban parte del servicio de lujo llevaban los cabellos largos. Los esclavos de trabajo rudo iban afeitados; los adultos libres se dejaban los ca- bellos más o menos cortos (per pectinem), o al rape ( èv ypo, strictim). Los lechuguinos se hacían rizar los cabellos con las tenacillas (calamistrum), se per- fumaban abundantemente y pa- saban horas enteras en casa del barbero. Desde el siglo 11 de Je- sucristo en adelante, en la época de Marco Aurelio, se difundió también la moda de afeitarse la cabeza. Los antiguos cristianos llevaban tupé y los cabellos cortos. En cuanto al peinado femenino, se debe notar que entre los romanos no tuvo aceptación nunca la moda de los cabellos cortos. Las jovencitas se peinaban muy sencillamente, reco- siendo los cabellos en un nudo que caía sobre la nuca o en trenzas, que rodeaban en torno a la cabeza de modo que formasen un moño sobre la coronilla. Más complicados y más BARBA Y CABELLOS 155 variados eran los peinados de las señoras casadas, sugeridos por las leyes de la moda o del capricho personal. Cada señora escogia el que le sentaba mejor.” Una moda ridícula, deri- vada de los etruscos y consistente en reunir todos los cabellos sobre la coronilla sujetándolos con cintas (tutulus), parece que desapareció pronto (y fue mejor asi), quedando como privilegio de algunas sacerdotisas. La época de los Flavio es la época de los peinados altos, de varios pisos; * los cabellos estaban dispuestos en semicírculo fobis) y caían en muchos ricillos fanuli), cada uno de los cuales era mantenido en su sitio por una gruesa aguja (acus). Esta moda de los cabellos exigía peinadoras expertas y el uso en el interior de postizos, y al exterior de una redecilla que mantuviese sujeta la sabia y dificilísima construcción (fig. 73). Pero era, sobre todo, el pei- nado de corte, y también el de las señoras elegantes, proba- blemente reservado para los días de gran recepción; estatuas femeninas, según datación clerta pertenecientes a esta época, muestran que no era una moda general. ni tan difundida como se cree. ™ Los postizos, pelucas, tinturas, hasta unguentos del co- lor de los cabellos, eran muy comunes; los usaban no sólo las mujeres, sino mucho también los hombres. Vanidad exclusivamente femenina era el querer parecer rubia siendo morena, esto es, del color normal del cabello en una mujer del mediodía. Para obtener este efecto se usaba una tintura (sapo, spuma Batava, o Chattica, pilae Mattiacae) que volvía los cabellos rubios flamantes, v se completaba la compostura con postizos de cabellos nórdicos. Las melenas de los bárbaros vinieron a ser ambición de las mujeres ro- manas v objeto de comercio muy activo. Notas al capítulo VIII Ll Pro Cael. 14, 33. CAquella encrespada barba que vemos en las esta- tuas y en las pinturas antiguas.) 17.) 2. De re rust.. IL 11, 10: Omnino tensores in Tratliam primunt veniase ceo Sicilia dicuntur post Karman conditam anno CCCCLHT, ut seriptum in publico Ardcac in litteris extat, cosque uddurisse P. Titinium Menam. Olim tonsores non fuisse adsianificant antiquurune statuae, quod pleraeque habent capillum et Darbam magnam. (Es opinión general que los barberos vinieron por primera vez a Italia, de Sicilia, en el año 453 de la fundación de Roma, como consta escrito en documento público de Ardea, y que los trajo Publio Titino Mena. Que antiguamente no hubo barheros lo atestiguan las estatuas 156 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA de los antiguos, en que la mayoria llevan abundantes cabellos y espesa barba.) (T.) 3. T. Livio, I, 36, 4. 4, PLINIO EL Virago, VII, 211; cfr. BLUMNER, pág. 269, n. 5. 5. JUVENAL, VI, v. 105. 6. Ad. Ait., 1, 14, 5; 16, 11. 7. Purg., XXXI, v. 68. (Si por oír estás triste, alza la barba, yv más dolor tendrás mirando.) (7.) 8. Ovinio, Ars amat. III, vs. 135 y siguientes. 9. Cfr. Marcia, II, 66: Unus de tota peccaverat orbe comarum Anulus incerta non bene fizus acu, y JUVENAL, VI, v. 502-3: Tot premit ordinibus, tot adhuc compagibus altum Aedificat caput. (jCon tantos pisos carga, y aun con tantas trabazones edifica su Ca- beza!) (T.) 10. Cfr. E. STRONG, La scultura romana da Augusta a Constantino, Traducción italiana de G. GIANNELLI, Florencia, Alinari, 1926. CAPÍTULO IX LA MUJER EN LA FAMILIA ROMANA I. La educación de la mujer romana, — II. El matrimonio. — III. Las bodas, I A diferencia de los griegos, que tenían a sus mujeres en- cerradas en casa y, si quedaban libres de sus negocios, no pasaban el tiempo en familia, sino que siempre estaban charlando por las tiendas, * los romanos sintieron profunda- mente el atractivo de la vida doméstica. Éste es uno de los aspectos más característicos de su civilización, y tanto, que aproxima a los romanos a la costumbre y a los sentimientos de nuestra época. La mujer aparece en toda ocasión como la compañera y cooperadora del hombre romano; está junto a él en las recepciones y en los banquetes, cosa que a un grie- go le hubiera parecido escandalosa,’ y comparte con él la autoridad sobre los hijos y los sirvientes, participando también de la dignidad que tiene el marido en la vida pú- blica. Quem enim Romanorum pudet urorem ducere in con- vivium? Aut cuius non materfamilias primum locum tenet aedium atque in celebritate versatur? * Esta libertad de vida no se distanciaba de un sentido de austeridad y de reserva, especialmente en la época republicana; hasta interviniendo en el banquete, la mujer romana estaba en él sentada y no echada; * no tomaba parte en la comissatio (v. pág. 132) y no bebía vino, sino mulsum. La prohibición de beber vino en los tiempos más antiguos parece haber sido severisima; se atenuó con el refinamiento de la civilización. Pero a menos que se quiera dar demasiada importancia a las indignaciones 12 158 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA del acerbisimo Juvenal* o a alguna extravagante caricatura, como son, por ejemplo, los epigramas Y, 4, y 1, 87 de Marcial, no parece que la mujer romana tuviese por el vino aquel entusiasmo que Aristófanes vituperara tantas veces a la mujer ateniense. También la educación femenina se inspiraba en criterios de prudente liberalidad; en la edad infantil niños y niñas crecían juntos en promiscuidad de vida y juegos. Las escuelas elementales, donde se aprendía a leer, escribir, hacer cuentas y estenografiar, eran comunes a los dos sexos. En un epi- grama de Marcial,* un maestro de escuela (ludi magister) es llamado «ser odioso a los muchachos y muchachitas» (invisum pueris virginibusque caput). Acabados los estudios primarios, las señoritas de buena familia continuaban pri- vadamente instruyéndose bajo la guía de praeceptores que las adiestraban en el conocimiento de la literatura latina y griega; simultáneamente aprendían a tocar la lira, a cantar, a danzar. Esta compleja educación intelectual, que en los últimos tiempos de la República y durante el Imperio es usual en las familias más acomodadas, no estorbaba a la mujer para ocuparse en labores femeninas. Vigilaban y dirigían a las esclavas y ellas atendían a los trabajos más delicados: como la mujer griega era experta en tejer, la mujer romana tenía grande afición al bordado (acu pingere). En época menos reciente, la matrona hilaba con las criadas, pero hay todos los motivos para suponer que se trata de una costumbre an- tigua. Se ha hecho famoso un epitafio” que recuerda el lani- ficio como virtud pronla de la mujer romana: casta fuit, domum servavit, lanam fecit. * La costumbre romana de dar marido a las hijas cuando eran todavía muy jóvenes imponía a las muchachas una vida retirada cuando llegaban a la edad adulta, esto es, a la edad en que, ofrecidas sus muñecas a los lares, comen- zaban a esperar que el padre les buscase un novio. En la buena sociedad romana el flirt, como lo entendemos nosotros, debía de ser rarisimo; entre otras circunstancias, no habia ocasión para él. La unión de los jóvenes dependía casi exclu- sivamente de sus padres. En cambio, con el matrimonio la mujer romana adquiría una relativa libertad de vida y de movimiento. Más afor- tunada también en esto que la mujer griega de la época clá- LA MUJER EN LA FAMILIA ROMANA 159 sica, la cual, al casarse, pasaba, de estar encerrada en casa de su padre, a estarlo en casa de su marido; ama de las esclavas, pero esclava efectiva también. Las matronas ro- manas gozaban de la confianza de sus maridos, y nadie las obligaba a un régimen de clausura; salían, cambiaban vi- sitas, iban por las tiendas a hacer sus compras. Por la no- che, acompañaban a sus maridos al banquete y volvían tarde a casa? I] El estudio del matrimonio romano y de sus requisitos pertenece a la historia del derecho e interesa sólo indirec- tamente a las costumbres. Bastará aquí con señalar las dos formas de matrimonio que estuvieron sucesivamente en vigor: 1) El matrimonio con la conventio in manum. Era la forma más antigua, mediante la cual la mujer venía a formar parte de la familia del marido y estaba sujeta a su poder marital (manus), del mismo modo que los hijos estaban su- jetos a la patria potestas. Es decir, que también ella venía a encontrarse en condiciones de hija (loco filiae) para todo lo que concernia a los derechos familiares y sucesorios. Este vínculo se realizaba de tres modos, que tomaban el nombre de confarreatio (rito sacro reservado en su origen únicamente para los patricios, llamado así por la hogaza de trigo que los esposos dividían durante el sacrificio nupcial; en las familias sacerdotales se prolongó hasta épocas posteriores), la coemptio (una venta, mancipatio, antiguamente real, luego simbólica, de la esposa, mediante la cual el padre transmitía al esposo su poder de derecho sobre la mujer en que recaía), usus (la ininterrumpida convivencia de los cónyuges por un año: una manera de adquirir la manus que pronto cayó en desuso). 2) El matrimonio sine manu o libre. La esposa conti- nuaba perteneciendo a la familia paterna, sujeta a la potestas de su propio padre y conservando los derechos sucesorios de la familia de origen. Este matrimonio no es formal como el antiguo matrimonio cum manu o como el nuestro, pero es su fundamento la convivencia de los esposos mientras dure su consentimiento de considerarse como marido y mujer (affectio maritalis); de esto se sigue que era motivo suficiente para disolverlo la mera separación personal de los cónyuges; 160 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA bastaba, por ejemplo, que el marido intimase a su esposa, en persona, o con un billete, o por medio de un esclavo (de un liberto durante el Imperio): «Toma contigo lo tuyo»; no era menester más. En toda la época clásica, hasta los últimos tiempos de la República, está en vigor el matrimonio sine manu; con todo, sería una equivocación argüir, por la facilidad con que podía disolverse el vínculo matrimonial, que los romanos no tenían adecuada conciencia de la seriedad de aquel vínculo. Más bien fueron los primeros en comprender que el matri- monio tiene tales fundamentos, sociales, religiosos y afectivos, que el derecho no puede hacer sino limitarse a disciplinar algunos de sus aspectos. Nuptiae sunt coniuncto maris et feminae et consortium omnis vitae, divini et humani iuris communicatio." El repudium, sencillisimo de forma, como se ha visto, era con todo considerado como acto de excepcional importancia. Las segundas nupcias de la mujer, aunque fuera viuda, no hallaban la aprobación de la opinión pública; haber tenido un solo esposo era mirado como virtud femenina, y el epíteto de univira es título de honor que se lee en los epígrafes sepulcrales de mujeres casadas; la mujer poco res- petuosa de la fidelidad conyugal se encontraba con severas sanciones. Para los romanos, pues, el connubium era vínculo gravísimo en todos sus aspectos, puesto que sobre la santidad de la familia fundaron su civilización imperial y milenaria. II La ceremonia de las bodas no era necesaria para la cons- titución del vínculo jurídico entre los esposos; pero la tra- dición y el carácter sagrado que se le unía, lo convertían en el acontecimiento más importante de la vida familiar. El día de las bodas era escogido con cautela en medio de una selva de dias y de meses de mal augurio, que la su- perstición de los romanos evitaba más que nosotros el viernes. ¡Ay, por ejemplo, del que se casaba en mayo! El período mejor para casarse con faustos auspicios era la segunda mitad de junio. La vigilia de las bodas, la esposa consagraba a una di- vinidad los juguetes de su infancia; luego, puesto desde la LA MUJER EN LA FAMILIA ROMANA 161 víspera el traje nupcial en lugar de la praetexta, vestido de la niña, y puesta en la cabeza una cofia de color anaran- jado, se acostaba ataviada de este modo. El día de las bodas la casa estaba adornada de fiesta; de la puerta y de las colum- nillas pendían coronas de flores, ramas de árboles siempre verdes, como el mirto y el laurel, y cintas de colores; a la entrada se tendían alfombras. En las casas patricias, como siempre en los días solemnes, se abrían grandes armarios que custodiaban las imágenes de cera de los antepasados. Los mayores cuidados eran dedicados, naturalmente, a la esposa, que se ataviaba para la ceremonia; eran caracterís- ticos del atavío nupcial el peinado del cabello y el vestido con el velo. Por primera vez la esposa adornaba los cabellos con cintas (vittae), y era peinada de un modo especial, llamado sex crines, que dividía los cabellos en varios grupos; para el peinado nupcial se servían de un hierro, según parece una punta de lanza," llamado hasta caelibaris y reservado exclusivamente para este uso. El traje nupcial era una túnica (tunica recta o regilla), parecida en su corte a la stola de las matronas, larga hasta los pies, sencilla y blanca; un cin- turón (cingulum), los cabos del cual eran juntados por un nudo especial (nodus Herculeus), la ceñía al talle. De la cabeza de la esposa descendía, hasta cubrirle el rostro, el flammeum, un velo que debemos suponer de un color ana- ranjado para poner de acuerdo los epítetos de rojo (sangui- neum) y amarillo (luteum) con que suele designársele. A con- secuencia de esta costumbre, nubere (propiamente cubrir la cabeza con velo) adquirió el sentido de «tomar esposo». Se atribuye a necesidades de técnica estatuaria el que, en oposición con los precisos y múltiples testimonios de las fuen- tes literarias, en los relieves que representan escenas nup- ciales la esposa lleve la cara descubierta. En todos los actos del rito, la esposa era asistida por la pronuba, una matrona que para poder ser honrada con aquel oficio había de haber tenido un solo esposo (univira). El rito. comenzaba con un sacrificio augural; es decir, que se to- maban los auspicios: si el sacrificio se realizaba normalmente, era señal de que los dioses no se oponían a la nueva unión. Terminado el sacrificio, seguía, por lo regular, la firma de las tabulae nuptiales, el contrato de matrimonio, en pre- sencia de diez testigos; luego la pronuba tomaba las diestras de los esposos, poniéndolas una sobre otra. Era ésta la 162 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA dextrarum intunctio, representaba el momento más solemne de la ceremonia: tácita y mutua palabra de lealtad entre los jóvenes esposos, recíproca promesa de querer vivir juntos. Numerosos sarcófagos representan la escena; y el acto sim- bólico, que la Iglesia ha mantenido en el rito nupcial, tiene también hoy sentido y valor. Cuando el matrimonio se efectuaba mediante la confar- reatio, se hacía sentar a los esposos con la cabeza velada so- bre dos sillas, puestas una junto a otra, sobre las cuales se había extendido la piel de la víctima sacrificada. Los esposos, después, daban la vuelta al altar precedidos de un servidor (camillus) que llevaba una canastilla (cumerum) con los ornamentos sagrados. Pero este rito en la época clá- sica, como se ha dicho, no es celebrado sino en los casos ex- cepcionales. Terminadas todas las formalidades, tenía lugar el ban- quete (cena nuptialis). Después del banquete, hacia el anochecer, comenzaba la ceremonia del acompañamiento de la esposa a la casa del esposo, la deductio. Daba la señal para ello un simulacro de rapto: el esposo, de improviso, fingía arrancar a la joven esposa, asustada y resistiéndose, de los brazos de su madre o de quien, en su defecto, hacía sus veces; pura formalidad, en que se veía perpetuado el recuerdo del rapto de las sabinas. Luego se formaba un cor- tejo que se dirigía a la casa del marido. La esposa avanzaba llevando el huso y la rueca, símbolos de su nueva actividad de madre de familia, e iba acompañada de tres jóvenes pa- trimi y matrimi, esto es, que tuviesen vivos a su padre y a su madre; a dos de ellos los llevaba de la mano, el ter- cero los precedía agitando una antorcha de espina blanca (spina alba), encendida en el hogar de la casa de la esposa. Los restos quemados se distribuian entre los asistentes, por- que se creía que eran de buen augurio. (Nosotros hacemos lo mismo con las flores de azahar; pero esto, a lo menos, no mancha los dedos.) Seguía una muchedumbre voceante que gritaba el grito nupcial «talasse» o «talassio» (palabra de sentido incierto para nosotros) y lanzaba chistes atrevi- dos. El espíritu cáustico y chancero de los romanos se daba aquí rienda suelta. Cuando la esposa había llegado a la casa del marido, adornaba su umbral con cintas de lana y lo ungía con manteca de cerdo y con aceite, por lo cual la fantasía etimológica de LA MUJER EN LA FAMILIA ROMANA 163 algún antiguo * no retrocedió ante la enormidad de hacer derivar uzores de... ¡unxores! La ceremonia de la entrada en la casa se efectuaba de este modo: el marido, que había precedido a la esposa, de pie en el umbral, le preguntaba cómo se llamaba, y ella respondía amablemente: «ubi tu Gaius ego Gala»; entonces los que la acompañaban la levan- taban en peso, para que no tocase el umbral con el pie * y la hacían entrar en la casa. El marido la recibía con una ce- remonia sacramental que se llamaba aqua et igni accipere * Después la pronuba hacía sentar a la esposa sobre el lectus gentalis, frente a la puerta, donde ella pronunciaba las preces de rito a la divinidad de la nueva casa. Con esto terminaba la fiesta; el cortejo nupcial se disolvía y los invitados volvían a sus casas. El día siguiente al de las bodas, la esposa, que vestía por primera vez ropas matronales, hacía una oferta a los lares y a los penates y recibía dones de su marido; entonces tenía lugar un banquete íntimo entre los parientes de los esposos (repotia). Notas al capítulo IX 1. Lisias. Por el inválido, 20. 2. Para los griegos el tomar parte en el convite con los hombres era señal de costumbres fáciles (Iseo, Pur la herencia de Pirro, 13 y siguientes). 3. CORNELIO NEPOTE, Praef., 6 (Porque, ¿a qué romano le avergiienza llevar a su mujer a un convite? ¿Y qué matrona no ocupa el primer lugar en las habitaciones de la casa y no acude a los lugares concurridos?) (T.) 4. VALERIO Maximo, II, 1, 2: Feminoe cum viris cubantibus sedentes cenitabant, VI, 425 v siguientes. IX, 68, v. 2. C1L., I, 1007. Fue casta, atendía la casa, hacia la lana. fT.) CICERÓN, Pro Caelio, 8, 20; Ovinio, Amores, I, 3, vs. 55 y siguien- tes; SUETONIO, Nerón, 26. 10. Digesto, XXXIII, 2, $ 1. (El matrimonio es unión de hombre y mujer y consorcio de toda la vida, participaban en el derecho divino y humano.) 11. PLUTARCO, Quaest. Rom., 87. 12. SERVIO, Aen.. IV, v. 458; Isiporo, IX, 7, 12. 13. De esta costumbre los antiguos daban diversas explicaciones: pero es probable que fuese sugerida por el temor supersticioso de que la esposa tropezase. ¡Justamente el primer día! ¡Hubiera sido de pésimo augurio! 14, Recibir el agua y la lumbre. (7'.) pun CAPÍTULO X LA ESCLAVITUD EN ROMA I. Del comercio de los esclavos en general. — II. El número de los esclavos en las familias romanas. — III. «Familia rustica» y «familia urbana». Especulación industrial con el trabajo de los esclavos. — IV. La posición jurídica de los esclavos y su trato en la familia romana. — V. «Peculium», «contubernium»; penas serviles, — VI, «Manumissin. 1 El bienestar de que gozaban los romanos desde los últi- mos siglos de la República y la solidez de su economía social, era, en máxima parte, resultado de una sabia organización del trabajo de los esclavos. Con el tiempo y el refinamiento de la civilización, el número de los esclavos fue creciendo siempre y, al mismo tiempo, se perfeccionó su ordenación y empleo en los varios oficios, ya de la casa doméstica, ya de fuera de ella. Los esclavos, en el mundo antiguo, no escaseaban. A los esclavos de nacimiento, hijos de criadas, se añadía el nú- mero no exiguo de los libres que por varias causas venían a ser siervos: los prisioneros de guerra caídos en propiedad del Estado, que los vendía en subasta a los particulares; los niños robados por los piratas y bandidos y criados para venderlos, y además todos los que eran vendidos o expuestos por su padre; los condenados a una pena que importase la pérdida de la libertad personal, o los que se tornaban pro- piedad del acreedor por consecuencia de leyes inhumanas pero rígidas mantenedoras del crédito; todos éstos, por va- rios caminos, iban a engrosar el número de los esclavos y a proveer los mercados mundiales de mercancía humana. 166 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Uno de los efectos de la acrecida potencia de Roma fue que de todas las partes del mundo y de todos los mercados lloyvieron en gran número, en la magna ciudad, esclavos de ambos sexos de todas las nacionalidades y con las aptitudes más variadas: eran lecticarii gigantescos, escogidos cuidado- samente de una misma estatura y de las mismas proporciones y vendidos en serie; jovencillos bellos y graciosos destinados a servir de coperos, cocineros habilisimos, graeculi doctísi- mos, músicos, arquitectos, camareros, bailarinas, enanos, etc. Bajo la vigilancia de los ediles, los comerciantes de esclavos (mangones o venalicit), gente, como puede suponerse, astuta y poco escrupulosa, famosa además en lo de embaucar al pró- jimo (mangonicare en latín significa hacer que una cosa pa- rezca mejor de lo que es). ejercían públicamente su comercio, o al aire libre en el Foro o en las tiendas. Los esclavos para vender estaban sobre un tablado giratorio (catasta); los lle- gados recientemente de ultramar eran puestos con un pie blanqueado con yeso (gypsati), Del cuello de cada uno colgaba un cartel (titulus) con todas las indicaciones útiles para el comprador: nacionalidad, aptitudes, cualidades, defectos. Los esclavos más finos se adquirían en los Saepta, junto al Foro, donde estaban las tiendas más lujosas, punto de reunión del mundo elegante. Los precios variaban según la edad y las cualidades del esclavo. Los documentos hablan de cantidades fabulosas y de precios mínimos. Un gramático, por ejemplo, fue pagado con 700.000 sestercios,’ que es como decir un patrimonio. Si hoy se vendieran los profesores como entonces se vendían los gramáticos, sus antiguos y legítimos colegas, no sé si habría quien los comprase a precios tan caros. Hay que pensar, además, en todos los cuidados de que debían estar rodeados estos esclavos comprados a tan alto precio, ante el peligro de que un vulgarísimo resfriado hiciese bajar al sepulcro a un hombre que valía más que una heredad. Y es verdaderamente una cosa que hace esperar mucho de la hu- manidad el ver que las dotes que hacían subir más los precios del esclavo eran su inteligencia y su doctrina. Luego venían la belleza, la aptitud para determinados oficios, y aun ciertas cualidades extrañas y singulares, como el ser imbécil (pá- gina 136), o enano, o torpemente descarado. Pero un precio demasiado alto es siempre una excepción determinada por particulares exigencias de vida o de cultura, o del capricho LA ESCLAVITUD EN ROMA 167 del comprador. Por término medio, un buen esclavo valia cerca de doce veces más que un esclavo inepto. II Los antiguos romanos se contentaban con un servicio mo- desto, pero en la época imperial las filas de los esclavos se vieron engrosar hasta el punto que se convirtieron en ejércitos. Según refiere Ateneo,* que cita a conciencia su fuente, muchos romanos poseían de 10.000 a 20.000 esclavos. Al apreciar estos datos debe procederse con cautela, porque no se ha dicho que tanta gente fuese toda empleada en el servicio personal del patrón: el cultivo de los latifundios, las industrias, que para los romanos eran estrechamente inheren- tes a la industria agrícola (como el curtido del cuero, la fabri- cación de ladrillos y de vasos de barro, etc.), y todas las de- más industrias o especulaciones de que el esclavo, como la máquina en la industria moderna, era elemento necesario, ofrecían un campo sin límites para la utilización del esclavo. Hasta las mismas exigencias familiares requerían más que entre nosotros el trabajo servil, porque el desarrollo de las industrias no había llegado como en la edad moderna a ali- gerar la actividad doméstica de tantos oficios secundarios. Hoy, el cuidado de los vestidos, del cuerpo, de la ilumina- ción, etc., no impone ya a la casa moderna el que exigía entre los romanos, cuando los tejidos más groseros eran fabricados y cuidados en casa, y en casa se lavaba y plan- chaba (costumbre que fuera de Italia se va volviendo rari- sima); el baño del amo requería la asistencia de más de un esclavo, y la sola molestia de preparar decenas y más decenas de lámparas y de limpiar las paredes y los techos del humo que los ennegrecía, hacía perder muchas horas para poder tener esta luz artificial que nos procuramos nosotros dando vuelta a un interruptor. Á pesar de esto, es cierto que a los romanos, hasta a los de posición más modesta, les agra- daba estar bien servidos. Horacio,? que es hombre llano, cuando cena tiene a su disposición tres criados; hablando de aquel extravagante Tigelio, dice que a veces tenía doscientos esclavos, a veces sólo diez, esto es, o demasiados o excesi- vamente pocos. Para acompañar a la escuela a un niño? se movilizaba parte de la servidumbre. En el baño, hasta los 168 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA más modestos llevaban consigo, a lo menos, tres criados; * no tener ni siquiera un esclavo, era indicio de la más degra- dante miseria.’ Cuando los esclavos eran numerosos — esto es, en todas las familias acomodadas — se los dividía en decurias, cada una de las cuales estaba bajo las órdenes de un guardián. II Es fundamental la distinción que los romanos hacían entre la familia rustica y la familia urbana. A la cabeza de la familia rustica estaba el arrendatario (vilicus), ayudado por su mujer (vilica), y tal vez por un tenedor de libros (actor) a cargo suyo; esto es, cuando no era actor el mismo arrendatario, que se ocupaba también, por regla general, en la teneduria de los libros. Bajo el mando del vilicus estaban los magistri officiorum o operum que dirigían y vigilaban a los esclavos (operae) destinados a los trabajos del campo. Al servicio de todos estos hombres estaban destinados otros sirvientes que les preparaban la comida, cuidaban de sus ves- tidos, hacían el oficio de tonsores y, en las grandes haciendas rústicas, hasta de médicos. Los esclavos dedicados al campo eran bien mirados y alimentados con largueza; se ha dicho ya que en toda villa rústica había el baño (pág. 93); pero sujetos a rigurosa disciplina y atados al durísimo trabajo de la tierra, llevaban una vida fatigosa; el trasladarlos de la familia urbana a la familia rústica era considerado como un castigo; es la resolución con que Horacio amenaza a un esclavo de lengua demasiado suelta: ocius hinc te ni rapis, accedes opera agro nona Sabino." Los criados de ciudad, la familia urbana, estaban directamente bajo las órdenes del dueño, de un esclavo (o liberto) puesto a la cabeza de toda la administración: el procurator (en época más antigua el atriensis). Según sus aptitudes atendían a varios oficios y de importancia diversa: algunos estaban agregados a la administración, como el dispensator, encargado de la tene- duría de los libros, el arcarius, el tesorero, el sumptuarius, un tenedor de libros; otros se ocupaban en la limpieza de la casa y de los muebles, o bien de las cuadras y los caballos; otros, propiamente camareros, agregados a la persona del dueño o de la dueña, especialmente cuando se vestían o se bañaban, o encargados de prestar servicio en los banquetes. LA ESCLAVITUD EN ROMA 169 Donde habia ninos, cierto numero de criados estaba empleado en cuidarlos. Además, habia el personal de la cocina, coci- neros y sus ayudantes, dependientes del archimagirus que los mandaba a todos. Empleados en el servicio de la corres- pondencia, estaban los amanuenses que copiaban las cartas, los tabellarit, buenos y esbeltos andarines a los cuales se confiaba el reparto. La diversidad del oficio creaba una distinción entre es- clavo y esclavo: es natural que el esclavo pagado más caro fuese tratado con mayor consideración. Además, había diferencias jerárquicas. Los esclavos se distinguían en ordi- narti, especializados en determinado oficio, y esclavos de fatiga (mediastini, vulgares, qualesquales), entre los que había que contar los destinados al servicio de otros esclavos (vicarii). Los grandes capitalistas, además de los esclavos de la familia rustica y urbana, tenían esclavos con el solo fin de especulación, prestándolos a quien los pidiese. Uno de estos especuladores fue T. Pomponio Ático, como se deduce de varias cartas del epistolario de Cicerón. * IV El Derecho romano catalogaba a los esclavos entre las cosas fres); como cosas estaban sujetos, sin posibilidad de censura ni defensa, al ilimitado arbitrio de los dueños. Pero no hay rigor de ordenación jurídica ni prepotencia patronal que pueda hacer de un hombre una cosa sui generis, que siente, que piensa, que quiere. Ante todo tiene, virtualmen- te, la posibilidad de ser libertado y convertirse de cosa en persona, esto es, de objeto en sujeto de derecho; además, el trabajo del esclavo se obtiene con la cooperación de su voluntad: no hay amenaza ni pena que pueda obligar, contra su voluntad, a un cavador a cavar la tierra, al cocinero a preparar un guisado, al citarista a tocar la lira, al gram- maticus a dar una buena lección de griego. El esclavo es un ser inteligente, y no se le puede mandar sino por medio de su inteligencia. Finalmente, hay en los pueblos civilizados un insuprimible sentido de humanidad que hace surgir de- beres recíprocos y relaciones de simpatía hasta entre hom- bres de diversa condición jurídica y que siempre condena 170 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA la crueldad sin motivo, el abuso y el inútil rigor; hasta cuando la ley calla, la opinión pública se impone y en los casos más graves halla los medios para una sanción ade- cuada. El amo inútilmente cruel con los esclavos, además de ser señalado con el dedo como un malvado, podía ser, por disposición de policía, mandado al destierro. Por esto es aventurado deducir únicamente de la condi- ción jurídica del esclavo el trato a que estaba sujeto en la familia romana. Las relaciones de los esclavos con sus amos adquirían los aspectos más diversos. No era raro el caso de que, de una parte, hubiese frío desprecio y brutal severidad, y de otra, una pasividad indolente con reacciones de rencor, que en los peores engendraba un odio profundo y hasta podía impulsar al asesinato.’ Séneca, * que se mues- tra tan humano cuando habla de los esclavos," el mis- mo Plinio, tan apacible,” consideran como un peligro superior a todos el ser suprimido por el propio esclavo. Pero también se tienen ejemplos de afectuosa convivencia entre dueños y esclavos; la Historia señala casos no poco frecuentes de heroica abnegación del siervo para su dueno. Hubo esclavos que para no hacer traición a su amo hicieron frente, impavidos, a torturas horrendas y a la muerte. * Se podria continuar largamente contraponiendo ejemplo a ejemplo; ejemplos de esclavos que sirvieron fielmente y fue- ron tratados con benignidad, que fueron, como Tirón para Cicerón, amigos y cooperadores del amo, y ejemplos de ser- vidores víctimas cotidianas e indefensas de la dureza de los dueños. Galeno, '* que era médico, observaba que muchos esclavos tenían los dientes rotos y los ojos magullados a puñetazos. La bondad para con el esclavo, si se exceptúa, tal vez, la simpatia por el verna nacido en casa, entre los romanos debía de ser excepcional. A la mayoría les parecía debilidad, y también porque la condición degradante del es- clavo lo convirtía a menudo en un ser despreciable: char- lador, glotón, perezoso, enredador. Un hombre a quien con la libertad se le quita el sentido de la dignidad humana se reduce a vivir de expedientes. Lo que hacía a los romanos duros para con sus esclavos era, sobre todo, la convicción de que no merecían un trato mejor. Que no tenían ellos toda la culpa lo demuestra el hecho de que en la sociedad romana los más perversos, los más viciosos, los más crueles son precisamente los libertos, esclavos libertados y enriquecidos : LA ESCLAVITUD FN ROMA 171 en la nueva condición económica y jurídica permanecía el alma miserable del esclavo. A pesar de esto, se condenaba la crueldad irracional y refinada, y es una torpe y ridícula acusación la que se hace a la civilización de Roma cuando se dice que los romanos engordaban a las murenas con carne de sus esclavos. Ha llegado hasta nosotros el recuerdo de un malvado, Vedio Polión, * el cual arrojaba, como castigo, los esclavos a las murenas; se debe, pues, al horror susci- tado por aquel loco delincuente; si se hubiese tratado de cosa normal, nadie hubiera hecho caso de ello y no lo sa- bríamos. Y, además, Vedio Polión era un liberto: antiguo esclavo, inexorable con los esclavos. V La condición jurídica del esclavo traía como consecuencia que no podía poseer, no podía contraer bodas legítimas y estaba desprovisto de todo medio jurídico contra los malos tratos del dueño, aun cuando éste pasase todos los límites imaginables al exigir su trabajo y al infligirle castigos. A és- tas, que son las tres consecuencias más dolorosas de la condición servil, se llegó en varias épocas a poner alguna moderación; se permitió, en efecto, al esclavo que pusiera aparte, con sus ahorros, un pecultum que le sirviera para algunos gastos voluntarios o le permitiese, al alcanzar cierta suma, comprarse la libertad. También se le consintió esco- gerse entre las esclavas una conserva como compañera y vivir con ella en una forma de matrimonio servil llamada contubernium, forma que, aun no teniendo ni esencia ni efectos jurídicos, puesto que los hijos que nacían de ellos eran esclavos del paterfamilias, era bien visto por los dueños, y en la época imperial también halló protección legal, cuando se prohibió al dueño vender separadamente a los componentes del contubernium. También la irrogación de las penas más graves quedó con el tiempo suhstraida al puro arbitrio del patrón. A tanta distancia del tiempo, el aspecto de la escla- vitud que nos parece menos tolerable a los hombres mo- dernos es precisamente aquel de ver expuesto a padecer, sin ninguna defensa, los castigos infligidos por el amo, esto es, por un juez irresponsable que, disponiendo sin el freno de una ley y sin la intervención de un órgano al que apelar, 172 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA convertia en norma su propio arbitrio, no siempre guiado por la prudencia, cegado por la pasión y el capricho. Y los traba- jos serviles eran durísimos: desde la transferencia a la familia rustica, desde la obligación del trabajo forzado en el ergastulum (v. pág. 93) o en la rueda del molino, penas a las que acompañaba por lo regular el ser encadenado; desde otros castigos más graves, como el apaleamiento, que se procuraba encruelecer de varias maneras, se llegaba a formas de tortura que figuraban entre las más espantosas: la quema- dura por medio de láminas (lamminae) de metal puestas en incandescencia y aplicadas sobre las carnes; el eculeus, un instrumento de madera que estiraba el cuerpo y despedazaba las articulaciones; la mutilación, el crurifragium (la fractura violenta de las piernas), etc. A los esclavos fugitivos, calum- niadores o ladrones se les inscribía en la frente (stigma, nota) con el hierro candente las letras FUG., KAl., FUR. En los casos más graves el esclavo era condenado a muerte, y el modo mismo de la ejecución era doloroso y afrentoso. Por regla general el esclavo era crucificado; con los brazos abiertos y atados a un palo que le pasaba más arriba del cuello (patibulum) era llevado a latigazos al lugar de ejecución, donde era izado y clavado a una viga fijada perpendicular- mente en el suelo. Y lo dejaban morir así, con lenta agonía. Otras maneras de ejecución consistían en exponer al esclavo a las fieras del circo, en quemarlo vivo, vistiéndolo de una túnica untada de pez (tunica molesta), a la que se prendía fuego, o en otros suplicios no menos atroces, Tales eran las penas que el patrón podía infligir al es- clavo sin que tuviese que dar razón de ello a nadie. Pero en la época imperial se procuró restringir este ilimitado arbitrio del dominus; entre las varias disposiciones que garantizaban al esclavo la integridad de su persona, recordemos que Adriano quitó al patrón el derecho de vida y de muerte sobre el esclavo, y Constantino consideró como homicidio la muerte del criado. Nos complaceríamos en creer que en épocas más remotas las antiguas costumbres (mores), que eran funda- mento de la sociedad romana, oponían al trato cruel contra el esclavo las restricciones que en la época imperial fueron aseguradas por sanciones Jurídicas. HONRAS FÚNEBRES: TUMBA Dr. CECILIA METELA Roma. DEL CULTO A LOS MUERTOS: VIA DE LOS SEPULCROS Pompeya. URNA CINERARIA Museo Arqueológico, Madrid. LA ESCLAVITUD EN ROMA 173 VI La esclavitud era un estado doloroso, pero no irreme- diable; el esclavo podía recuperar su libertad mediante la manumissio. De manumissio habia tres formas, esto es: 1) Manumissio per vindictam; un assertor in libertatem del esclavo, de acuerdo con el patrón, discutía a este último .su derecho de propiedad delante del magistrado, y una vez conseguía que se lo concediesen le ponía sobre la cabeza un bastoncito (vindicta) y lo declaraba libre. 2) Manumissio censu; el patrón hacía inscribir al es- clavo en las listas de los censores como ciudadano romano. 3) Manumissio testamento; liberación por medio de un acto de última voluntad. En este último caso el libertado que- daba libre también de las obligaciones que ligaban al liberto al antiguo dueño. Estas formas solemnes son las más antiguas; el derecho pretorio introdujo otras más sencillas, para las cuales no se requería sino la manifestación, por parte del dueño, de su voluntad de liberar al esclavo. Tales formas, en uso en las provincias griegas, fueron más tarde adoptadas por el De- recho romano: manumissio inter amicos (declaración, hecha en presencia de amigos, de querer liberar a un esclavo), manumissio per epistolam (carta con la cual el dueño notifi- caba al esclavo su intención de manumimitirlo), manumissio per mensam (invitación que el patrón hacía al esclavo de acomodarse en el convite, con la manifiesta intención de ma- numitirlo). La abolición general de la esclavitud se logró únicamente más tarde, después de la caída del Imperio de Occidente, y fue la más grande conquista del Cristianismo. Notas al capítulo X PLINIO EL VIEJO, Nat. hist.. VII, 128 y siguientes. VI, 272, d. Sat., I, 6, v. 116; 3, vs. 11-12. Horacio, Sat., I, 6, v. 78. MARCIAL, XII, 70. CATULO, 23, v. 1. Oop iN H 174 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 7. Sat., Il, 7, vs. 117-118. (Te enviaré más que de prisa, como noveno trabajador, a mi campo sabino.) (T'.) 8. Por ejemplo, Ad Att., IV, 4 a, 2. 9. Plinio, Epist., III, 24, donde se cuenta de un liberto, Largio Ma- cedonio, muerto por sus esclavos durante el baño. 10. Epist., 107, 5: Servorum ira non pauciores ceciderunt quam regum. (No murieron menos hombres por la ira de los criados que por la de los reyes.) (T.); 4, 8: Nemo non servus habet in te vitae necisque arbitrium. (Nadie que no sea un siervo tiene en ti arbitrio de vida y muerte.) (T.) 11. Véase particularmente la Epist. XXXXVII. 12. Epist., III, 14, 5: Nec est quod quisquam possit esse securus, quia sit remissus et mitis, non enim iudicio domini, sed scelere perimuntur. (No es posible que alguno pueda estar seguro, porque sea amable y apaci- ble; no morirán por decisión del señor, sino por el crimen.) (T.) 13. Tácito, Hist., I, 3: Contumax etiam arversus tormenta servorum fides. (Firme hasta contra los tormentos la fidelidad de los sirvientes.) (T.) Cfr. SÉNECA, Epist., XXXXVII, 4; y el famoso ejemplo de Epicharis en Tácito (Ann, XV, 57). 14. V, 17. 15. SÉNECA, De clem., 1, 18, 2: Quis non Vedium Pollionem peius oderat quam. servi sui, quod muraenas sanguine humano saginabat et eos qui se aliquid offenderant in vivarium, quid aliud quam serpentium, abici iubebat? O hominem mille mortibus dignum! sive devorandos servos obiciebat mu- raenis quas esurus erat, sive in hoc tantum illas alebat ut sic aleret. (¿Quién no había de odiar más a Vedio Polión que sus criados, pues engordaba a sus Murenas con sangre humana, y a los que en algo le ofendían mandaba arrojar en el vivero, no de otro modo que si fuera de serpientes? ¡Oh hom- bre digno de mil muertes! Tanto si pretendía hacerlo por arrojar a sus esclavos a las murenas que había de comerse, o si las alimentaba de aquel modo sólo por alimentarlas.) (T.) CAPÍTULO XI LOS FUNERALES I. Los últimos cuidados. — II. El cortejo fúnebre, — III. La inhumación. La hoguera. I La muerte y el sepelio del cadáver eran para los romanos ocasión de ritos complicados. Alguno ha quedado también en nuestros tiempos, en especial los sugeridos por un sen- tido delicado de pietas para el difunto; algún otro sobrevive en el rito que la Iglesia prescribe cuando muere un pontífice; la mayoría han caído en desuso. Cuando el enfermo estaba para morir se le colocaba en la tierra desnuda: uno de sus seres queridos recogía con un beso el último suspiro y le cerraba los ojos. Apenas ha- bía expirado ocurría la conclamatio, es decir, que los pre- sentes lo llamaban por su nombre en voz alta, uso antiquísimo que hallamos ya en Homero, en La Odisea. ' Entonces comen- zaba la preparación del cadáver: las mujeres de la casa, u hombres pertenecientes a las pompas fúnebres (pollinctores), lo lavaban con agua caliente y, después de haberlo ungido con ungiientos y haber procedido a una especie de embal- samamiento provisional, lo vestían con sus vestidos de cere- monia (la toga, si era ciudadano; ¡a praetezta, si era magis- trado), lo disponían sohre el lectus funebris y lo exponían en público en el atrio. Debajo de la lengua de! muerto se ponía una pequeña moneda, uso difundido también entre los griegos: era la paga destinada a Caronte. En torno al cadáver ardían lámparas y candelabros; sobre el cadáver se depositaban flores, coronas, cintas. En señal de luto se apagaba la lumbre del hogar; las mu- 176 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA jeres de la familia repetian a intervalos lloros y lamentos, se arrancaban los cabellos y rasgaban sus vestidos, aranan- dose y golpeandose el pecho. La exposición del cadáver duraba más o menos, según la condición del muerto; la gente pobre era sepultada el mismo día; los emperadores quedaban expuestos durante una semana. El cadáver era después quemado o enterrado; de los dos ritos en uso entre los romanos, la incineración y la inhumación, en la época del Imperio acabó por prevalecer esta última, probablemente por influencia del Cristianismo. La pira o el sepelio iban precedidos de una ceremonia so- lemne: el funeral (funus). Il A los hombres les desagrada morir, pero también les desagrada no tener, cuando hayan muerto, un buen funeral. Ocurre en toda época que gente la cual pasa necesidad toda su vida, logra, sin embargo, ahorrar a lo menos los gastos de su funeral. Este sentimiento tan humano, en Roma dio lugar a los collegia funeraticia: sociedades de hombres que ejercían la misma profesión, reunidos en corporación para fines de culto y sobre todo para asegurarse un funeral deco- roso. No parecía extraño que la corporación, cuyos miem- bros ejercían la misma profesión y tenían intereses económi- cos y políticos en común, acabase por ocuparse también en cosas no pertenecientes al culto. Los collegia, por ejemplo, se convirtieron en instrumento de propaganda electoral, y desde los colegios, instituidos con finalidad piadosa, se de- sarrolló aquel espíritu sindicalista que el Imperio hubo de combatir varias veces como peligroso, y preparó la ordena- ción corporativa de la Edad Media. Los funerales de los pobres (funus plebeium o tacitum) o de los niños (funus acerbum) eran expeditivos y se efec- tuaban de noche; en cambio, de día y con gran pompa se celebraban los funerales de los adultos de las familias pu- dientes, ya fuese que proveyesen a los gastos los mismos parientes (funus privatum), ya lo hiciese el Estado (funus publicum). Del funeral, también para los pobres, solía en- cargarse una empresa de pompas fúnebres (libitinarii), in- dustria lucrativa, aunque despreciada, tanto, que el ejerci- LOS FUNERALES 177 tarla tenía como consecuencia una disminución de los dere- chos civiles (minima capitis deminutio). Estas empresas te- nían a sus órdenes un número considerable de empleados dedicados a varios oficios: los pollinctores, que preparaban el cadáver para la exposición; los vespillones, que ponían en el ataúd o transportaban a la pira o a la fosa los cadáveres en los funerales pobres; los dissignatores, que en los grandes funerales ordenaban y dirigían el cortejo fúnebre. Como sucede entre nosotros, entre los romanos estaban en uso las participaciones, con la diferencia de que las nues- tras son escritas y las de los romanos se efectuaban por medio de un heraldo (indicere funus); pero el contenido de la participación era idéntico: se comunicaba la muerte del difunto con una fórmula arcaica que Varrón? y Festo’ nos han conservado — ollus (el nombre) Quiris leto datus est —, y el día y la hora de los funerales. Las participaciones se hacían sólo para los funerales de importancia, llamados por esto funera indictiva. El cortejo fúnebre (pompa), precedido de tocadores de tibia, avanzaban al son de flautas, trompas y tubae; seguían los portadores de antorchas, las praeficae, mujeres asala- riadas que lanzaban altísimos gritos de dolor (lugubris eitu- latio): en los intervalos una de ellas cantaba la naenia de los muertos o alababa al difunto. El endiablado espíritu chancero propio de los itálicos había logrado penetrar hasta en los funerales: bailarines y mimos solían danzar y hacer chistes durante el cortejo, con cantares que no respetaban al muerto. Así como el general triunfador era expuesto a los chistes injuriosos de sus sol- dados, también el muerto, y tanto más cuando era persona de respeto, hacía su último viaje tiroteado por alusiones mor- daces. Cuando murió Vespasiano,* un archimimus, llevan- do su máscara y contrahaciendo su modo de andar, decía bufonadas acerca de la sobrada conocida avaricia del difunto. El vocerío de las praeficae y las chanzas de los mimos no quitaban al funeral romano de los altos personajes el carácter de seriedad y de imponencia que causaba en los jóvenes, como dice Polibio,? impresión profunda: xúkktov oux sopapés tdetv Oéapa vèb cthoddEw xal phajádp (no es fácil que un joven que ama la virtud y la gloria vea un espec- táculo más noble). A esto contribuía sobre todo la pro- cesión de los antepasados que precedía al féretro: cortejo 178 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA solemne, Es sabido (cfr. pág. 108) con qué respeto y orgullo los romanos de noble familia conservaban, en sus atria, en edículos a propósito, las máscaras de los antepasados que hubiesen ejercido cargos públicos. Cada uno de estos ante- pasados estaba representado en el funeral; un hombre se ajustaba su máscara al rostro, se vestía con sus ropas de cere- monia y llevaba las insignias del mayor grado que había logrado en vida: cónsul, pretor, etc. Estos antepasados eran llevados tendidos en un alto féretro; más tarde, de pie sobre un carro, como ocurría ya en la época de Polibio (el histo- riador griego del siglo 11 antes de J.-C., que nos ha dejado la más interesante y conmovida descripción del funeral ro- mano). Cerraban la imponente procesión los portadores de carteles: palabras o símbolos recordaban los títulos y los he- chos que habían ilustrado la vida del difunto. El ataúd, donde el muerto iba descubierto, a la vista de todos, venía después de los antepasados, precedido de los lictores con fasces y ropas negras, seguido de las personas de la familia enlutadas; las mujeres, sin ornamentos y con los cabellos sueltos, se abandonaban a arrebatos de deses- peración. Así desfilaba el cortejo hasta el lugar donde el cadáver era quemado o depositado en el sepulcro. Si el muerto había sido un hombre de importancia en la vida pública, el cortejo pasaba por el Foro y se detenía en él. Los antepasados se disponían, sentados en sillas curules, en torno a los rostra, y el hijo o un pariente próximo del difunto, o un alto per- sonaje, pronunciaban la laudatio funebris. IT] El lugar donde el muerto recibía los honores supremos debía hallarse fuera de la explanada. La ley de las Doce Tablas disponía: HOMINEM MORTUUM IN URBE NE SEPELITO NEVE URITO.* El sepelio en la ciudad, pues, era un honor singularísimo y en extremo raro, concedido por méritos ex- cepcionales. Si los ricos sarcófagos de la edad imperial dan testimo- nio de que el rito de la inhumación se había extendido en los últimos siglos hasta entre las familias más ilustres, las noticias que tenemos acerca de la época republicana y los LOS FUNERALES 179 primeros siglos del Imperio estan concordes en indicar como rito más solemne y rico la incineración. La inhumación estaba reservada a los pobres y a los esclavos; miseras exe- quias; la injusticia social no respetaba ni aun al cadáver, que descendía a la tumba dentro de un pobre ataúd sin los honores de la pira, en el terreno destinado a los cementerios plebeyos. La pira, rito normal en la buena sociedad, era preparada de varias maneras. La forma más sencilla era el bustum. Es decir, que se cavaba una fosa y se llenaba de leña, y se ponía encima el cadáver. Lo que quedaba de la hoguera, carbones, cenizas, huesos, se recubria con tierra. Mucho más difundida estaba la costumbre que destinaba a la cremación y al sepelio dos momentos sucesivos y dos lugares diversos. En tal caso se llamaba ustrina el lugar donde se encendía la hoguera, sepulcrum el en donde se depositaban las cenizas. Sobre la pira, mero montón primero, más tarde cons- truida en forma de altar, circundada de cipreses, adornada de pinturas, alfombras, estatuitas, se colocaba el cadáver junto con el féretro (lectus). Amigos y parientes echaban también en ella objetos, vestidos, ornamentos, armas, hasta manjares: cosas pertenecientes al muerto o a las que él había tenido cariño. Un antiquísimo rito, observado siempre, pedía que al muerto depositado sobre la pira se le abriesen y se le volviesen a cerrar los ojos, y se le diese, última señal de despedida, el beso supremo. Entonces un pariente o un ami- go (tratándose del emperador, un alto dignatario) encen- día la pira, que ardía mientras los circunstantes echaban en ella bálsamos y flores. Consumida la hoguera, los car- bones encendidos eran apagados con vino, y los parientes recogían los huesos, poniéndolos en ungúento o en miel, en espera de ser depositados en la urna, Los presentes, después de una ceremonia de purificación, volvían a sus casas; las personas de la familia permanecían junto a los fúnebres des- pojos. Hasta que se efectuase el sepelio, la familia del difunto se hallaba en condición de impureza (familia funesta). Depositadas las cenizas en la urna, ésta, o se ponía en un columbario, con una inscripción que recordaba el nombre del difunto, a menudo también con su busto, o bien se cons- truía encima un monumento rodeado de un espacio consagrado al muerto, y aun a veces de un ameno jardín. 180 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Notas al capitulo XI 1. Odis., TX, v. 65. 2. De lingua Lat., VII, 42. 3. 254 a, 23. (Ollus es forma arcaica de ille, él; esta fórmula puede traducirse así: Fulano de Tal. quirite, ha muerto.) f(T.) 4. SUETONIO, Vesp., 19. 5. VI. 52 y siguientes. 6. X, 1, BRUNS. (Hombre muerto no sea enterrado ní quemado en la ciudad.) (T.) CAPITULO XII POMPEYA, LA CIUDAD SEPULTADA 1. Contribución de las antiguedades pompeyanas al conocimien- to de la vida privada romana. — 11. Pompeya antes de la erup- ción. La erupción. — 111. Pompeya después de la erupción. Las excavaciones. I De la civilización romana no conoceriamos con tanta pre- cisión ciertos aspectos de su vida cotidiana si las excavaciones de Pompeya no hubiesen ofrecido un inmenso material de información a nuestra curiosidad de descendientes. Pero no debemos olvidar que Pompeya no es Roma. Pompeya era una pequeña ciudad, rica y provinciana, donde las veleidades de la vida pública no pasaban de la aspiración a entrar a formar parte del ordo decurionum (el consejo municipal de la colonia) o ser elegido duovir, edil, etc. Para ciertos cargos se contendía obstinadamente; las paredes de Pompeya con- servan todavía las señales de pequeñas luchas electorales en los manifiestos trazados con pincel en el enjalbegado, con vivo color rojo y con lindo alfabeto. Los clientes esperaban la indicación de sus protectores, y cada señorón tenía su candidato a quien recomendar. En Pompeya, como en todos los centros menores, se daban el acostumbrado juego de las competencias y de las vanidades de provincia, los acostum- brados consorcios por interés, las acostumbradas clientelas. Pero todo acababa allí. El que no se contentaba con aquella vida y aquellas limitaciones se trasladaba a Roma a probar fortuna, junto con tantos más que acudían de todos los países del Imperio; desafiaba luchas, humillaciones y desengaños; pero podía hallar por ellas riquezas y honores. Entre Pompeya y Roma no existe sólo una diferencia 182 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA de proporciones; Roma, hasta en sus aspectos materiales y privados, es una ciudad muy diferente. Es un formidable centro de vida, devorador de riquezas y de hombres. Pero todos los que viven en una misma época y bajo el imperio de una metrópoli, de la cual imite maneras y tono el mundo de quien depende de ella, acaban por adaptar su vida familiar a un mismo estilo. En toda familia francesa, hoy, hasta en las provincias más apartadas, se halla un poco de París. Las antiguedades pompeyanas no son las antigúedades de Roma; pero quien estudia éstas no puede prescindir de aquéllas, y no puede renunciar a recoger el vislumbre que trasluce en ellas de la grandiosa vida romana. El lector sabe ya que también nosotros lo hemos hecho así; porque ciertas pre- dilecciones, ciertos gustos, ciertas aspiraciones al bienestar material debían de ser los mismos, tanto en el rico comerciante de Pompeya, que se había enriquecido lentamente con el ejer- cicio de una fullonica o con la industria del garum, como en el alto funcionario o en el poderoso banquero de la capital. El vivir en el mismo clima histórico hace que se venga a ser algo hermanos, especialmente en las horas en que, terminados los negocios y al regreso del largo baño en las termas, se recoge uno en el tablinum o en el peristilo en una intimidad llena de sonrisas. No desagradará, pues, que este libro contenga unas bre- ves indicaciones acerca de Pompeya, la ciudad que con los dones de su desentierro nos ha ofrecido, especialmente en su parte figurativa, una contribución tan generosa. Es una historia como no la hay semejante. II En el 79 de J.-C., siendo emperador Tito, las cenizas del Vesubio sepultaron algunas de las pequenas ciudades mas florecientes de la Campania: Pompeya, Herculano, Estabia. Pompeya, la mayor, estaba resurgiendo de sus ruinas después de un desastroso terremoto que en el año 63 (5 de febrero) la había casi arrasado. La ciudad que las excavaciones han de- vuelto a la luz es una ciudad en reconstrucción. Entre los edificios supervivientes de la ciudad antigua que el terremoto había respetado, la ciudad nueva renacía más rica, más bella, más moderna. Los restos vueltos a la luz dan testimonio del POMPEYA LA CIUDAD SEPULTADA 183 fervor de este trabajo. Algunos monumentos, como el templo de Isis, estaban ya terminados; otros, en vías de recons- trucción. La ciudad destruida reafirmaba con grandiosas obras edilicias su derecho a la vida y su fe en el porvenir, cuando dieciséis años después de aquel primer desastre, la erupción del Vesubio la sumergió en un mar de cenizas. Era una ciudad rica y bella: el Vesubio, que hoy se alza negro de lava sobre la llanura de Pompeya y que en verano envía ardientes reflejos desde su manto pétreo que el sol pone candente, de tal modo que por entre las ruinas pesa una opresora sofocación, casi de infierno, formaba entonces el fondo pintoresco y alegre de la ciudad laboriosa, donde cada casa encerraba un jardín; hermoso monte: verde, lozano, cubierto de viñas escogidas que daban un vino renombrado. La naturaleza había favorecido singularmente a la pequeña ciudad industrial, en cuyos talleres hervía un intenso trabajo cotidiano: tintorerías, hornos, fábricas de garum (v. pág. 123), las calles flanqueadas de tiendas y bares (thermopolia) nume- rosísimos, hormigueaban de gente. Habitada en sus orígenes por poblaciones oscas, cuyo rudo lenguaje nos ha sido conservado por algunos epígrafes, entre los cuales los que durante la guerra social indicaban a los ciudadanos en armas los puntos de concentración: eituns! (=eant!), fue conquistada sucesivamente por los etruscos y luego por los samnitas; con los samnitas participó en las guerras contra los romanos; durante la Segunda Guerra Pú- nica tomó partido, con las demás ciudades de la Campania, por Aníbal. Durante la guerra social se alzó contra Roma; obligada a rendirse, hubo de acoger a una colonia romana que por el nombre de Sila, su conquistador, fue llamada Colonia Veneria Cornelia Pompeianorum. Viviendo de sus industrias, Pompeya parece haber go- zado en toda época de gran bienestar económico. La civiliza- ción griega, penetrada hacía mucho tiempo en la Campania, había comunicado a los pompeyanos el gusto por un lujo dis- creto y un amable tono de vida. Pompeya es para nosotros un modelo de ciudad helénica, sobre todo por la construcción y la decoración de sus casas. La catástrofe acaeció el 24 de agosto del 79; Plinio* nos ha conservado su fecha precisa. Una improvisada erupción l. En dos epístolas: VI, 16, y VI, 20. 184 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA del Vesubio arrojó sobre las campiñas vecinas una lluvia de piedras y cenizas. Soplaba un viento impetuoso y llovía co- piosamente. Sorprendidos por la furia salvaje del volcán, la mayoría se dieron a la fuga, dejando en horrible agonía a los esclavos sujetos a sus cadenas; otros, reunidos en las estancias más interiores de las casas, esperaban el fin de la plaga, cuando los aplastó el techo hundiéndose con el peso de la lava, o las cenizas obstruyendo todo camino de salida los aprisionó en sus casas, donde perecieron después de im- potente lucha contra la muerte. Otros fugitivos, en el primer momento de terror, vueltos después para recoger sus objetos preciosos, no hallaron ya el modo de alejarse otra vez del lugar de la plaga y perecieron junto a sus joyas; aquí y allí de Pompeya hemos encontrado sus huesos. Otros, en fin, como Plinio el Viejo en Estabia, fueron sofocados por el aire denso que las cenizas hacían irrespirable, o por emanaciones de gas producidas por el volcán. IIT Las cenizas, con su peso, hundieron casi todos los te- chos, pero no sumergieron completamente todos los edifi- cios. Durante muchos años, después del desastre, el lugar donde se alzaba Pompeya debió de tener el aspecto de un vasto campo de cenizas, del cual emergían las cimas de las casas, como ocurre en las inundaciones. Á través de lo que sobresalía de los pisos superiores, los legítimos propietarios o los saqueadores clandestinos penetraron en el interior y se llevaron cuanto pudieron. Durante el trabajo tumultuoso y ansioso de la recuperación se produjeron hundimientos: se desmoronaron las paredes y los rebuscadores quedaron presos de las ruinas. También de estos desgraciados se han hallado los restos, que nos permiten reconstruir la tragedia. Con el tiempo, las partes de los edificios que sobresalían de las cenizas o se hundieron o fueron deshechos para servir como material de construcción. El tiempo y el trabajo del hombre nivelaron la llanura de la muerte. Pasaron los siglos, y ya nadie supo ni sospechó que bajo el árido terreno hubiese una ciudad sepultada, a pesar de que la cavidad regular, en elíptica, del lugar donde estaba sepultado el anfiteatro debiese hacer pensar en un edificio escondido bajo la costra del POMPEYA LA CIUDAD SEPULTADA 185 terreno, y el recuerdo de Pompeya se perpetuase, sin que se tuviera conciencia de ello, en la denominación que la gente del país daba a aquel lugar: la Ciudad. Y cuando, entre 1594 y 1600, el arquitecto Fontana abrió un canal para llevar a Torre Anunziata las aguas del Sarno, y se descubrieron du- rante los trabajos trozos arquitectónicos y hasta un epígrafe en que se leían las palabras: decurio Pompeis, a nadie se le ocurrió que se estuviera excavando en el territorio de Pompeya. ¡Se pensó en una villa de Pompeyo! Las excava- ciones arqueológicas regulares no comenzaron hasta el 1718, bajo el rey de Nápoles Carlos III de Borbón. Eran efec- tuadas con medios que hoy la ciencia de las excavaciones condena, y con fines no científicos (se escudriñan las ruinas para hallar en ellas obras de arte: ¡arqueología bandidesca!). Pero se excavaba ya con la convicción de explorar las en- trañas de una antigua ciudad sepultada, aunque se estaba muy lejos de suponer que la Civita fuese la antigua Pompeya. Sólo en 1763 un epígrafe donde se leía respublica Pompeia- norum, mostró hasta la evidencia la identidad entre la ciudad que tornaba a la luz y Pompeya. En la época napoleónica, especialmente gracias a Cham pionet, durante la República napolitana (1799), y mientras duró el reinado de Murat (1806-1815), las excavaciones co menzaron a realizarse con medios adecuados y con objeto de volver a la luz la antigua ciudad. Pero sólo desde la pro- clamación del Reino de Italia (1861) se atendió a una explo ración sistemática y continua del área de Pompeya; se puso a Fiorelli a la cabeza de los trabajos, uno de los arqueólogos mejor preparados y más geniales que Italia tuvo jamás, «| cual, pefeccionando los métodos de excavación e interpre- tando con excepcional perspicacia el material que volvia a la luz, señaló el camino a los esforzados arqueólogos que continuaron y continúan su obra. En estos últimos años, particularmente, las excavaciones pompeyanas han sido, por modo singular, activas y afortunadas. CAPÍTULO XIII CALLES, CASAS Y DIRECCIONES I. Calles sin nombre, casas sin numero y hombres sin direc- ción. — II. De la gran utilidad práctica que la numeración ofrece al hombre moderno. — III. Indicaciones topográficas antiguas mediante referencias genéricas. — IV. Proximidad a monumen- tos o lugares públicos: estatuas, sacelios, templos, bosques sa- grados; monumentos públicos y puertas; jardines; curiosidades ciudadanas. — V. Las tiendas. — VI. Los árboles, — VII. Capri- chos de la toponimia urbana. I Y ¿cómo se las componía en Roma uno que, sin saber dónde habitaba otro, tuviese, por ejemplc, que entregarle una carta?, ¿o el forastero que buscaba un anfitrión?, ¿o el provinciano, llegado por primera vez a la metrópoli, en busca de eso o de lo otro? Necesitaba visitar a Tizio, y Tizio habi- taba en Roma. Pero ¿cómo expresarse? En Roma había tan- tas calles, tantas casas, tantas plazas, tantos barrios, tanta gente, que encontrar el domicilio de alguien, para quien no lo conociera ya de antemano, constituía una gran dificultad. Hoy se logra rápidamente: el nombre de una calle, el número y el piso. Pero las casas de Roma no tenían número, y eran muchas las calles sin nombre. Los antiguos no habían descubierto todavía la gran utilidad que pueden proporcionar los números en mil aplicaciones prácticas. La ciencia ma- temática es antigua, y ya antes de los romanos se había hallado la manera de establecer el curso de las estrellas y de prever los eclipses; sin embargo, si bien fue en la ciencia del número, antes que en otros campos, donde se reveló la excelencia del ingenio humano, tardó en comprenderse las grandes ventajas de la numeración. Los gramáticos alejan- 188 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA drinos numeraron los cármenes de Homero (aunque no fue propiamente un número); * los romanos, las legiones; * Au- gusto, las regiones? de Roma; pero se iba con prudencia, y los grandes números causaban temor. El calendario griego y romano fragmentaba los meses en cortos cielos cronoló- gicos menores; * el año en las indicaciones corrientes y en los documentos oficiales no llevaba un número progresivo; * en el uso popular y administrativo faltaba la noción de era; ° los cómputos con referencias a eras establecidas por los do- cumentos sólo eran utilizados por los cronógrafos y los his- toriadores. En la Antigúedad no se comprendieron las ven- tajas que puede ofrecer el número, con su posibilidad de progresión regular hasta el infinito, como medio apto para distinguir e individualizar todo lo que se quiera y hasta donde se quiera; así, las casas y los años. II En la Edad Moderna, por el contrario, los hombres se entienden entre sí por medio de los números. Nosotros, en todos los aspectos de la vida, encomendamos a las pro- gresiones numéricas la tarea de impedir equívocos y de in- dicar, con la máxima precisión, especies, subespecies, lu- gares, géneros, objetos en singular, hombres en singular, grados, oficios y hasta, ciertamente, reyes y papas. Los romanos, si habían de distinguir entre dos Tarquinos, llama- ban a uno, el Antiguo; al otro, el Soberbio; si entre dos Esci- piones, o dos Catones, o dos Plinios, o dos Sénecas, al uno el maior, al otro el minor (se traduce: «el viejo», el «joven» sin fijarse en si, por azar, el viejo no ha muerto joven, y el joven, viejo). Nosotros, en cambio, decimos: Luis XIV; es sencillísimo, puesto que viene después de Luis XIII. El que hoy la gente viaje en trenes y los antiguos romanos viajasen en raeda o a lomos de un mulo, como Horacio,” crea real- mente grandes diferencias entre dos civilizaciones; pero hay otra diferencia que casi no se tiene nunca en consideración : cuando viajamos, el tren que utilizamos tiene un número; y un número el vagón, el asiento, el ferroviario, el revisor, el libro de registro, el billete de ferrocarril, la taquilla en la que lo hemos adquirido, el papel-moneda con que lo hemos pagado. En la estación tomamos un taxi, que tiene un nú- POMPEYA, LA CIUDAD DESFNTFRRADA Vista panoramica. ok” i RUINAS DE POMPEYA Al fondo, el Vesubio. CALLES, CASAS Y DIRECCIONES 189 mero, conducido por un chófer, que tienen también él un numero; vamos al hotel y también nosotros pasamos a ser un número. Profesión, reputación, objeto de nuestra llegada, objeto de nuestra permanencia, todo se lo absorbe el número. Determinada la habitación, ¿qué eres ahora? El número 42, supongamos, o un número más bajo o un número más alto; y si, por tu desdicha, se te olvida, te parece que te has olvidado a ti mismo; y si te equivocas, corres el riesgo de pasar por un ladrón o algo peor; ese número lo encuentras grabado en una chapita que cuelga de la llave de tu habi- tación: lo encuentras clavado en las casillas del hotel para correspondencia; y cada mañana vuelves a leerlo escrito con yeso en las suelas de los zapatos recién lustrados, y lo lees continuamente en el batiente de la puerta de la habitación, cuando entras, cuando sales; y luego, naturalmente, en la factura. Te acostumbras a él; y tú mismo, si compras algo o mandas un paquete al hotel, te denominas el número 42; si no, el paquete irá a parar Dios sabe dónde; puedes ser in- cluso un gran hombre, supongamos, como cosa cierta, que tú eres un gran hombre: para el portero y para las camareras no serás más que el número 42. Asi, los hombres, que ahora lo numeran todo, han adqui- rido la costumbre, desde hace tiempo, de numerar sus mo- radas. Los números de las casas en nuestras ciudades siguen un orden suyo, caprichoso: en Venecia, se siguen, entran en ciertas callejuelas, vuelven a salir, saltan por encima de los puentes, giran alrededor de las plazas, siempre creciendo de unidad en unidad. En Génova, es tradicional indicar el nú- mero interior, el de la calle de arriba, el de la manzana de abajo; y las casas llevan un número en negro, las tiendas en rojo. Florencia, metódica como buena toscana, mantiene un sistema comodísimo, que por otra parte es el mismo de París: los números siguen el curso del río y, en las calles transversales, parten del río, los impares a la izquierda, los pares a la derecha. Y así en todas partes. Hoy, no hay ciudad moderna ni país importante cuyas calles no tengan un nombre y las casas un número; y donde hay más interiores, como en Roma, incluso llevan una letra mayúscula, de la que están especialmente orgullosos los por- teros de las grandes casas residenciales. Por consiguiente, cada uno tiene su dirección, que pasa a ser una parte de sí mismo y que lo acompaña incluso fuera de casa: se lo pide 14 190 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA la agencia de transportes, el comerciante que le sirve, el guardia que le anota la multa, y muchos otros. La direcci6n, como el nombre y el apellido y como el numero de teléfono, son mas utiles a los demas que a nosotros mismos; pero es un elemento integrante de nuestra personalidad, el corolario de nuestra condición de hombres civilizados y modernos. En ciertos momentos un hombre puede encontrarse sin un céntimo, sin empleo, sin plan para el porvenir, pero sin dirección, no. Pues si es un vagabundo sin residencia fija, uno de esos desgraciados que se mueven recelosos y recelados en nuestra sociedad, cuyos componentes se sienten orgullosí- simos de sus hogares, no es difícil adivinar cómo acabará al final: un buen día lo meterán en la cárcel, y ésta será su dirección. Por el contrario, los hombres de la antigua Grecia y de Roma vivieron sin dirección, quiero decir sin tener la posi- bilidad de indicar su propia casa con esa formulita breve, compuesta de pocas palabras y de un número, gracias al cual el «vivir en» se ha reducido a una expresión de inequí- voca exactitud. HI En la Antigüedad, al forastero que llegaba por primera vez a una ciudad pequeña o a un pueblo le era fácil informarse dónde habitaba alguien: bastaba preguntarlo al primero que encontraba, igual como se hace hoy en las poblaciones pequeñas; el interpelado, o daba la indicación requerida, o le acompañaba. Pero en Roma y en las ciudades populosas como Roma, en Atenas, en Siracusa, en Alejandría, en Rodas y aun en otras, no tan enormes, pero también grandes y populosas, para hallar la casa de un cierto Tizio era preciso confiarse un poco al azar. Y no era pequeño problema el querer indicar a un forastero el propio domi- cilio, el hacerle saber con precisión dónde le sería posible encontrarlo. Por ejemplo, así como hoy muchos atan a su maleta una tirilla de cuero con una tarjeta de visita dentro, que lleva escrito el nombre, el apellido y la dirección del propietario, y lo hacen por precaución de un eventual caso de extravío, e incluso de hurto (porque existen ladrones honestos que toman lo que les sirve y devuelven por correo al desvali- CALLES, CASAS Y DIRECCIONES 191 jado los documentos personales), los romanos soldaban al cuello de los esclavos que podían sentir la tentación. de huir un collar de hierro del que colgaba, bien asegurado, un disco (bulla) con el nombre y la dirección del dueño: Tene me et reboca me Aproniano Palatino ad mappafm) aureaím) in Aventino quia fugi,* «Deténme y devuélveme a Aproniano Palatino en el Aventino, cerca del lienzo de oro»; o bien: Tene me quia fugi, reduc me ad Flora(m) ad to(n)sores,? «Deténme porque me he escapado: llévame junto al templo de Flora, en la calle de los Barberos». Tales indicaciones son bastante precisas, pero es probable que el que, en espera de la recompensa (quizá también establecida con lo demás), " hubiese apresado al esclavo, no se hubiese salvado de hacer preguntas y de enloquecer un poco antes de devolver el fugi- tivo a la casa señalada y a la paliza señalada. El preciso sistema que nosotros tenemos para indicar las calles y el número de las casas, ha logrado transformar en nuestro exactísimo «habitar en» el vago «habitar cerca de» de los antiguos. La dirección en la Antigúedad era siempre aproximada, excepto, naturalmente, en el caso de que un personaje fuera tan conocido y estuviera situado en tan alto lugar en la escala de valores políticos, que el mismo nombre de su casa o de su palacio se convirtiera por sí mismo en una dirección completa. Pero aun en tal caso, aquella di- rección, llamémosla autárquica, constituía la dirección aproxi- mada de todos los que habitaban en aquellos alrededores. Y en general, la dirección de los hombres del mundo antiguo consistía en indicaciones de un lugar de la vecindad, que se suponía conocido de todos. ¿Cómo nacieron y se hicieron usuales estas determina- ciones? En cierto modo, nacieron por sí mismas, saliendo del alma del vulgo, como los proverbios y los giros del len- guaje; se impusieron en virtud de un plebiscito tácito y siempre renovado, que las crea y las mantiene; llevan la marca de una simpatía colectiva, de una preferencia capri- chosa, y las recomienda una tradición tenaz, de la que nadie conocerá nunca el origen, pero que todos aceptan. Las hay incluso en las grandes metrópolis, que parecen recordar con nostalgia una edad lejana y primitiva. Como hoy en París, en el barrio más elegante, existe la Rue des bergéres; en Roma había el Lacus pastorum.* Algunas de estas indica- ciones tienen un hondo sabor aldeano: «las cabezas de los 192 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA bueyes» (Capita bubula),” «la cabeza de África» (Caput Africae), * «la cabeza de Gorgona» (Caput Gorgonis),™ «las diez tabernas» (Decem tabernae), «las gallinas blancas» (Gal- linae albae), * «las doce puertas» (Duodecim portae), * «las ci- gúeñas que clavan el pico» (Ciconiae nizae)," «la granada». Y Ciertos nombres tenían un sentido misterioso, como «la vi- gueta de la hermana» (Tigillum sororium), que se explicaba por la leyenda de los Horacio y los Curiazo.” ¿Acaso no ocurre lo mismo en nuestro tiempo? En Venecia existe la «Barbaria de le tole»; en Milán, la «Via dei Fiori Oscuri» (Calle de las Flores Oscuras); en Pistoia, «la Via del T» (Calle de la T). ¿Y por qué en Florencia una calle se llama «Via delle Serve smarrite» (Calle de las Siervas perdidas), y una callejuela, en Génova, «Vico dell Amor perfetto» (Callejón del Amor perfecto)? Hay una leyenda genovesa que habla de los amores platónicos de una dama de familia patricia de la ciudad y un rey; pero el forastero, que nada sabe de la leyenda, se pregunta: «Callejón del Amor, está bien; pero ¿por qué perfecto?» En las ciudades antiguas, comprendida Roma, las calles, excepción hecha de las más importantes, no llevaban nombre, y venían indicadas como «la calle que lleva a...»,* o con expresiones semejantes; las pocas calles que llevaban un nombre eran muchas de ellas tan largas, que su simple in- dicación no bastaba para determinar con precisión un lugar. En Roma la Via Lata (véase pág. 34) atravesaba todo el Campus Martius, la Alta semita (véase pág. 30), seguía la línea de la cumbre del Quirinal; el Vicus Patricius, * desde el centro de Roma, pasando por el Mons Cispius y el Viminal, llegaba hasta la Porta Viminalis, en la muralla serviana (véase página 37). Para lograr la mayor exactitud posible había que añadir algunas indicaciones suplementarias; por eso encontramos expresiones de este género: «en la Via Nova, junto al sacelio de Volupia»; % «en la Via Sacra, bajo la Velia, donde está el templo de Vica Porta». ™ La casa de Tar- quino el Soberbio estaba en la calle (Vicus Pullius) que desde la Suburra ascendía al Mons Oppius, junto al Fagutal ;* por eso nosotros conocemos con suficiente exactitud el domici- lio de aquel detestado rey; por el contrario, es difícil decir dónde se encontraba la modesta casa del poeta Ennio, * de quien sólo se sabe que habitaba en el Aventino. Con expre- siones más o menos genéricas se indicaba determinada zona er aa POMPEYA: PUERTA DE HERCULANO Estado actual. Pompry4a: La VIDA SORPRENDIDA Y PETRIFICADA POR LA LAVA DFI VESUBIO Museo de Pompeva. CALLES, CASAS Y DIRECCIONES 193 de un barrio: «a la entrada», «en el primer trecho», «en el centro» de la Suburra; * y, si la calle presentaba pendiente, «en el punto más alto» * «donde termina la subida». * La parte occidental del Esquilino, en la que en la época de Augusto se construyó un gran mercado (Macellum Liviae) (véase pá- gina 18), era conocida sencillamente por Macellum.* Para las indicaciones de topografía urbana, en el lenguaje literario y epigráfico se recurre continuamente al recurso de los cir- cunloquios: «justamente en el punto en que se baja al Foro desde el Palatino»; * «en el Velabro, a la entrada de la Via Nova»; * «a la entrada de la Suburra, donde cuelgan los flagelos de los verdugos». * Y he aquí cómo, en una escena de Terencio, * un esclavo, Siro, queriendo burlarse del viejo Demea, su dueño, y en- viarlo a dar vueltas por la ciudad, con el único fin de hacerle perder el tiempo, le da la dirección de cierto sujeto, junto al que Demea encontrará al hermano a quien busca. La cómica exageración es evidente; no obstante, nos da idea de lo com- plicadas que eran las direcciones en aquel tiempo. * SIRO. — No conozco el nombre de ese individuo, pero sé dónde vive. Demra. — Dímelo, pues. S. — ¿Recuerdas ese pórtico de ahí abajo, junto al mer- cado? D. — ¿Cómo no voy a recordarlo” S. — Toma por allí: cruzas la plaza y después sigues ha- cia arriba. Al llegar a la cima, hay una callejuela que desciende; entra en ella y sigues para abajo de prisa; al final hay, a un lado, un pequeño templo, al otro, un callejón. D. — Pero ¿dónde? S. — Allí donde se encuentra también una gran higuera silvestre. D.— Ya sé. S. — Sigue por allí. D.— ¿No es un callejón sin salida? S. — jAy, sí, por tedus los dioses! ¡Mira dónde tengo la cabeza! Me ne equivocado; vuelve otra vez al pór- tico, acortarás el camino si no das tantas vueltas. ¿Sa- bes dónde está, allí, la casa del rico Cratino? D. — Si. 194 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA S. — Sigue adelante; luego tuerces a la izquierda, cruzas la plaza, luego tuerces a la derecha. Ántes de llegar a la puerta, hay una fuente y, en frente, una carpin- teria. Tu hermano está alli. IV Los monumentos se prestaban a evitar las enojosas ret-- rencias demasiado complicadas: estatuas, columnas, sacelios, templos, edificios públicos, graneros, cuarteles, pórticos, etc.; y también bosquecillos sagrados (luci), y jardines (horti). Al que erraba por Roma en busca de alguien, o al que fijaba con otro un lugar para encontrarse, esos puntos de referencia servían en cierto modo de brújula. A veces las indicaciones se hacían tan usuales, que acababan por dar a una calle, o incluso a todo un barrio, su denominación definitiva. Luego, puesto que en Roma había un notable número de monumentos homónimos, a menudo era necesario añadir al nombre del monumento una determinación que impidiera la ambigúedad : «el templete de la Fors Fortuna junto al Tíber, fuera de la ciudad. * Estatuas." — La cima del Quirinal, donde hoy se en- cuentran las plazas adyacentes a la Estación Termini y en cuyo ámbito, a partir del siglo 11 de J.-C., surgieron las ter- mas de Diocleciano con su gigantesca exedra, en la época anterior inmediata se indicaba por medio de la Statua Pisonis. * Entre los monumentos que servían para dividir en secciones el Vicus longus, que iba desde el Foro de Trajano hasta las termas de Constantino, se encontraba una Statua Planci;* una calleja en la ladera del Quirinal, entre la Alta semita y el Vicus longus, tomaba su nombre de una Statua Mamuri; * la Via Sacra, la más frecuentada de Roma, era también la más determinable en cualquiera de sus puntos, por venir facilitada su indicación a causa del gran número de monumentos que la adornaban, comprendidas las estatuas aisladas, como las de Rómulo y Tito Tazio,* vuelta, la pri- mera, hacia el Palatino, la otra hacia los Rostra, y, frente al templo de Júpiter Stator, una estatua femenina a caballo, que los romanos interpretaban como una estatua de Clelia. De lo alto de su corcel, la altiva doncella contemplaba des- CALLES, CASAS Y DIRECCIONES 195 deñosa la afeminada juventud que pasaba una y otra vez por aquel lugar, que era uno de los más céntricos de Roma. “ En el foro romano los usureros se reunían junto a la estatua de Marsias (véase pág. 11). sacélios, templos, bosques sagrados. — Un liberto de Pompeyo, el retórico Leneo, había abierto una escuela de re- tórica sobre el Mons Oppius, * en el barrio de las Carinae; el que iba por primera vez debía buscar la casa junto el Aedes Telluris.“ Y ¿dónde habitaba Licinio Sura, célebre personaje de la época de Domiciano? En el Aventino, junto al templo de Diana.* Y ¿dónde, su contemporáneo Julio Próculo? En la cuesta del collado Palatino, junto al templo de Bacco y la cúpula de Cibeles, inmediatamente a la derecha del que viene del templo de Vesta. * Esta última dirección es de las más exactas, pero no puede decirse que sea sen- cilla. La casa de los Tétricos, notable familia romana del Bajo Imperio, se encontraba en el Celio, «entre los dos bos- quecillos que hay frente al templo Metellino de Isis», * Monumentos públicos y puertas. -— Cicerón habitaba en el Palatino (véase pág. 24). junto al Pórtico de Catulo; la tienda de Atrectus, un librero de la edad flavia, estaba situada «frente al Foro de César».* La casa que tomó en alquiler Pisón (cónsul en el 58) a su vuelta de Macedonia, se encontraba junto a la Porta Caelemontana, cerca de la ya citada y famosa casa de los Laterani. * En las localidades menos habitadas y más alejadas del centro de la ciudad el punto de referencia era la piedra mi- liaria. Jardines. — En aquellos parajes de Roma donde eran raras las construcciones, la determinación de un lugar la daban, corrientemente, los jardines; eso ocurría de modo particular en Trastevere, barrio, como ya hemos dicho (véase pág. 39 y siguientes), poco habitado; se encuentran men- cionados los Horti Aboniani; ® los jardines de Druso, de Cassio y Lamia, de Silio y Scapula,* de Galba, en la Via Aurelia,” y de Greta, * además de los de Regolo (véase pá- gina 39). Si los jardines eran muy extensos, se procuraba hacer menos vaga la indicación; por ejemplo, Horti Pompei superiores.* Cuando Mecenas transformó en parque gran 196 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA parte del Esquilino (véase pág. 36 y siguientes) y alzó en’ él una torre (Turris Maecenatiana), de lo alto de la cual el fiel colaborador de Augusto, en sus raros momentos de ocio, gozaba del excepcional panorama, * y desde donde Nerón, más tarde, contempló el incendio de Roma vestido teatralmente y recitando versos, aquel parque y aquella torre pasaron a ser una tradicional referencia topográfica. Igual sucedió con los horti y la torre de los jardines de César, cerca de la Porta Collina.* Junto a los Horti Maecenatiani tenía su casa Virgilio. * Curiosidades ciudadanas. — Todo lo que interrumpe la monotonía de las largas hileras de casas que bordean las calles se convierte en popular punto de referencia: curiosidades, antiguallas, naderías; pintorescas sorpresas en el rostro uni- forme de una ciudad. Todavía existe hoy en Roma la Via del pie’ di Marmo (Calle del Pie de Mármol), con un gran pie a la entrada, residuo de una estatua colosal, que justifica el nombre; en Génova, la Piazza della Meridiana (Plaza del Reloj de Sol); en Florencia, en un suburbio, el Madon- none. Así ocurría en la Roma antigua: aquí una trompeta de oro {Aureum bucinum)* o un lienzo de oro (Aurea mappa); * allí una losa figurada y encajada en el muro, una piedra ho- radada (lapis pertusus)® o un Orfeo rodeado de fieras que, hechizadas, escuchaban su canto.* Augusto nació en una casa del Palatino, junto a las citadas «cabezas de bueyes» (v. pág. 191); Domiciano, en el Quirinal, en la casa paterna, junto a «la granada». ® y El modo más corriente de designar un lugar lo facilitaba el predominio de tiendas de determinada clase. Reminiscen- cias de semejante costumbre siguen encontrándose en las ciudades modernas, como son la Via de’ Calzaioli (Calle de los Calceteros), en Florencia, o Via degli Orefici (Calle de los Orfebres), en Génova, la Piazza delle Erbe (Plaza de las Hierbas, en Verona, justifica todavía hoy su nombre. Los atenienses de la época clásica, para orientarse en su propia agora, se servían tanto de los monumentos como de las tiendas; decían «junto al queso fresco»,® «junto a las ollas», «junto a las verduras», “ expresiones que los escri- CALLES, CASAS Y DIRECCIONES 197 tores áticos adoptaron como conocidas y corrientes. En la Roma antigua, M. Laeca, un catilinario, vivía «entre los fa- bricantes de hoces» (inter falcacios). * Sabemos * que la parte del Quirinal entre el Templo de Flora y el Templo de Quirino tomaba su nombre de los establecimientos de los fabricantes de minio (officinae minii). Un pequeño establecimiento (ta- bernola) dio el nombre a una calle de la cuesta del Celio. * Y es interesante ver cómo esos dos tipos de indicaciones, monumentos y tiendas, se fundían a veces en una sola deno- minación, característica y, en su absurdo, evidente: en Roma existía el Hercules olivarius, el Elephantus herbarius, el Apollo sandaliarius, Y maneras felizmente reducidas de decir el lugar «de los vendedores de aceitunas, junto a la estatua de Hércules»; «de los herbolarios, junto al elefante»; «de los zapateros, junto a la estatua de Apolo». Para indicar un lugar determinado de una calle se utilizaban particularmente las muestras de las tiendas (v. pag. 44 y sigs.). VI Y, como después ha seguido ocurriendo en todas las ciu- dades del mundo, servían de punto de referencia esos árboles solitarios que la ciudad respeta mientras puede, a veces du- rante siglos, y a los que trata como a huéspedes de honor, casi para hacerse perdonar la indelicadeza de haberse insta- lado en su morada. Y cuando han muerto, la placa de mármol de la calle sirve de lápida sepulcral; paseando por una ciudad, leemos «Calle del Manzano», «Calle del Melocoto- nero», «Calle del Olmo». En París existe la «Calle de la Encina verde» (Rue du Chêne vert) y la «Calle de la Hi guera» (Rue du Figuier); en Génova, la «Calle del Mirto», «del Nogal», «del Olivo»; en Florencia, hasta hace pocos años, existía «el Pino», un auténtico pino centenario que llevaba magníficamente sus muchos años, y aún ahora «li el nombre a todo un barrio de la ciudad. Una higuera silvestre (Zorvedg ) designaba, en la Troya homérica, un lugar cercano a las murallas; ™ hemos visto (pág. 193) que entre las rofe- rencias que Siro da a Demea en una comedia de Terencio,” hay también una higuera silvestre (caprificus). En Roma había árboles incluso en el Foro romano; ” un Olivo, una vid y una higuera junto al lacus Curtius; 198 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA la higuera ” todavía la podemos ver hoy reproducida en un ángulo de cada uno de los dos plutei traianei (v. pag. 8). En las cercanías del Forum Iultum, un gran árbol de loto continuaba exhibiendo su verdor en medio del tumulto ciuda- dano, y extendía sus sólidas raíces hasta el interior del área del Foro.” Se sabe de un ciprés cuyo origen se hacía re- montar a los primeros tiempos de Roma y que perduró has- ta la época de Nerón,” y de un árbol del Celio, llamado «árbol sagrado» (arbor sancta).* El poeta Marcial habitaba ad Pirum, «junto al peral», en el Quirinal. No sabemos si en aquella época existía todavía el peral con las peras, o si se aludía a su recuerdo entre los muros de algunas calles; lo cierto es que Marcial consideraba «el Peral» como su di- rección: Longum est, si velit ad Pirum venire, quiere decir: «vivo en el peral, y para venir aqui desde el Foro hay que andar bastante»; y anade: «sin contar las escaleras», porque era un pobre poeta muerto de hambre y habitaba en los pisos altos. Asi, pues, esos arboles urbanos son de todas las edades, y tienen una historia llena de poesia. Cuando la ciudad in- vade el campo y hunde en sus visceras sus ladrillos y cubre los dilatados campos con una mascara de piedra, durante mucho tiempo siguen existiendo aqui y alli huellas super- vivientes de la naturaleza ahogada y destruida: un seto vivo, una acequia campesina, entre verdes riberas, con un puentecillo de barandilla; un antiguo pozo, un molino y, con más frecuencia y durante mayor tiempo, un árbol soli- tario. El hombre de la ciudad rodea de nostálgica ternura esos restos de la naturaleza alegre y libre que él ha sacrifi- cado por amor a la comodidad y por exigencias de la vida colectiva; consciente cocodrilo, después de haberse engullido el campo con sus feísimas casas y con la fastidiosa unifor- midad de sus calles, lo deplora y llora por él, El árbol soli- tario envejece y entristece; pero el hombre de la ciudad lo venera como un numen, y a veces lo rodea de una pequeña verja de hierro, como hacían los antiguos con los lugares sagrados: signo de devoción y símbolo de cautiverio, templo y jaula. ¡Pobre árbol que ha sobrevivido a la ruina de sus hermanos! El hambre del vagabundo acecha sus frutos, la calle llena de polvo sus hojas, las cloacas envenenan sus raíces; los golfillos, si es un manzano, le roban las man- zanas; si es un ciprés, los nidos, y a veces, crueles, le CALLES, CASAS Y DIRECCIONES 199 apedrean. Las casas de su alrededor le quitan el aire, le limi- tan el cielo, ese cielo que para los árboles lo es todo, y mandan a sus ramas el humo de sus chimeneas y el hedor de sus cocinas. Pero el viejo árbol solitario vive una vida nueva en el corazón de los intrusos, que han hecho a su alrededor un desierto lleno de ruido. Al principio no era más que «un peral», pero ahora ha pasado a ser «el peral», como «el peral» de Marcial y tantos otros perales urbanos, en un lugar cualquiera. Y cuando el peral muera, reseco de vejez o suprimido por necesidades del plan urbanístico, donde se encontraba «el peral» habrá la «Calle del Peral». Y un día aquella calle cambiará de nombre, como es el des- tino de todas las calles, y desaparecerá también el recuerdo del peral: el ciclo de su historia habrá concluido; el cocodrilo habrá cesado de llorar. Pero antes pasarán años y años. VII Lo que resulta más notable en ese sistema popular de indicar el lugar por medio de referencias es la absoluta inde- pendencia entre la importancia real de lo que sirve de refe- rencia y el atractivo de su nombre; la toponimia urbana no respeta jerarquías, con el agravante de que con frecuencia los muertos les pueden a los vivos. Al sacelio en ruinas, al árbol desaparecido, al edificio destruido, se les reconocen títulos de nobleza que los grandes monumentos no logran alcanzar siquiera con su imponente mole y el brillo de sus mármoles. Los primeros, modestísimos, obligan a los otros a vivir en la órbita de su nombre, a pedirles hospitalidad. Y quizá sea tan grande el poder que tiene el nombre del monumento derruido que, para justificarlo, puede que surja siglos más tarde un monumento nuevo, e incluso feo, pero de la misma clase. Eso es lo ocurrido en Roma en la Piazza dell’ Esedra." El barrio en el que surgieron las termas de Caracalla continuó llevando la húmeda denominación de Piscina pu- blica, * aun cuando se adurrnó con aquel edificio que vencía en magnificencia a cualquier otro edificio de Roma. Sin em- bargo, la Piscina publica era bien pobre: una de aquellas pilas que los antiguos pueblos itálicos construían junto a las puertas para uso de la población de los suburbios y como 200 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA aliento y signo de bienvenida para los que llegaban de fuera. ” En Roma se encontraba junto a la puerta Capena, testigo de otros tiempos y de otras costumbres; en el siglo 1 después de J.-C.” ya no existía, probablemente ya había desapare- cido en tiempos de Cicerón. * También el Anfiteatro Flavio debía su nombre a un monumento vecino: al Colossus, que se levantaba en su con- tiguidad. El Colossus era una enorme estatua de Nerón, que Nerón había hecho modelar por el escultor Zenodoro, * fa- moso por su habilidad en tales obras escultóricas. Se levan- taba en el vestíbulo de la Domus aurea, y después de la muerte de Nerón, en señal de odio hacia el príncipe caído, fue transformada por Vespasiano * en estatua del Sol y vio su cabeza adornada de rayos. Por algún tiempo permaneció donde estaba, con otros cultos y con otra cabeza; pero no por mucho, porque Adriano,® para liberar el área donde debía levantarse el Templum Urbis et Veneris (v. pág. 18), la hizo trasladar a otro lugar; Cómodo * volvió a cambiarle otra vez la cabeza, sustituyéndola por la suya, pero dejando los rayos; luego desaparece, acabando, seguramente, en uno de tantos hornos en los que los tardíos descendientes de Roma calcinaban el mármol (v. pág. 390). Pero el lugar donde fue instalado por primera vez continuó indicándose ad Colossum, aun cuando el Colossus fue trasladado, aun cuando el Colossus dejó de existir, Y con su persistente recuerdo impidió el Anfiteatro Flavio el tener un nombre autónomo en el lenguaje del pueblo. Surgido en el área del Coloso, el Anfiteatro Flavio pasó a ser y quedó para siempre «el Coliseo»; a través de los siglos, con el nuevo apelativo conservó no su verdadero nombre, sino su antigua dirección. Notas al capítulo XIH 1. La Iliada y La Odisea de los gramáticos alejandrinos fueron divididas cada una en veinticuatro libros, señalados por una de las veinticuatro letras del alfabeto griego-jónico, en sucesión progresiva. En aquella época las letras del alfabeto (con signos especiales y con intercalación de algunos ele- mentos alfabéticos ya fuera de uso) comenzaron a ser utilizadas para indicar el número. 2. El número de las legiones romanas varió según la época: Desde Augusto en adelante, al número de orden, que siguió siendo el establecido durante la República, se le añadió un epíteto; diversas legiones llevaban el mismo número de orden y se distinguían por el epíteto: así, hubo la legio I Adiutriz, la legio I Iulia Alpina, la legio I Armeniaca (otros epí- TEMPLOS ROMANOS: RUINAS DEL DF SATURNO Estado actual. Arco DE TITO EL Al fondo, el Coliseo. S DE LA ROMA ANTIGUA ASPECTO CALLES, CASAS Y DIRECCIONES 201 tetos de una legio 1: Flavia Gallicana Constantia, Flavia Martis, Iilyricorum, Iovia, Isauria sagittaria, Italica, Macriane, Martia, Milnervia, Noricorum). Algunas legiones son de formación tardía; otras, fueron destruidas y no se las reconstruyó; por eso la lista de las legiones no corresponde a la fuerza efectiva del ejército romano en un momento determinado. 3. Véase nota 6 del cap. 1. 4. Sabido es que el calendario romano estaba constituido de referencias a las Kalendae o a las Nonae o a los Idus inmediatamente posteriores a la fecha que se quería indicar; en el cálculo se incluía el día de partida. Las Kalendas eran el primero de mes, las Nonae y los Idus caían, respectiva- mente, en marzo, mayo, julio y octubre, en el séptimo y décimoquinto día del mes; en los demás meses, en cambio, en el quinto y en el décimo- tercero. Entre los griegos, los nombres de los meses fueron varios; el día del mes se indicaba por décadas: la primera, mediante el número ordinal progresivo de los diez días del «mes incipiente» ( fotaevou ); la segunda, de los dias centrales del mes («del mes Medio»: 1.ESOUYTOS ); la tercera, de los días del «mes decreciente» : ( pÚUtvovtos ), indicados mediante un número ordinal decreciente, El primero de mes era VOV vig (luna nueva): el ultimo, evn yat ver (luna vieja y nueva). Kalendae es un nombre exclu- sivamente romano; de donde la expresión, usada humorísticamente por Augusto y que ha pasado a ser proverbial: «a las Calendas griegas», para decir «nunca» (SUETONIO, Aug., 87: In litteris, cum aliquos numpuam soluturos significare vult, «ad Katendas Graecas soluturos» ait). Augusto utilizaba esa expresión para los pagos, porque las Calendas y los Idus eran en Roma las fechas corrientes de vencimiento de las deudas. 5. Los romanos indicaban el año por medio del nombre de los cónsules; los atenienses, por el nombre del arconte en funciones, que por eso en la época romana se le llamaba «eponimo» ETUVDpLOS (no antes, como equivoca- damente se enseña). En Atenas el año estaba, incluso oficialmente, dividido en diez periodos, correspondientes al tiempo que cada una de las diez tribus ciudadanas Coular) estaba en el poder. 6. La costumbre griega de indicar las olimpiadas (sucesivos períodos de cuatro años, con número de orden pregresivo que comienzan en el 776 antes de J.-C.) junto al año de la olimpiada, no fue nunca popular, ni se adoptó nunca en los documentos oficiales. Son muchas las eras que, ya desde los más antiguos historiadores, se tomaron como base de referencia cronológica, pero ninguna llegó a ser de uso general ni entró en la práctica. Varrón estableció una era romana, comenzando a partir de la fundación de Roma, fecha inicial correspondiente al 21 de abril del año 753 a. de J.-C. Durante el Bajo Imperio y durante la Edad Media se utiliza una era diocleciana (a par- tir del 29 de agosto del 284), substituida luego por la era cristiana. La indi- cación en los documentos oficiales del año indiccional, o sea del año dentro del período de quince años de la indicción (cada uno de los quince años, según el orden que ocupa en el ciclo indiccional, se llamaba «indicción primera», «segunda», tercera», etc.), sistema de fechar complementario que encontramos utilizado a partir de Diocleciano (no, como se creía antes, de Constantino) y se prolonga aún en la Edad Media, no constituyó una era, porque los ciclos indiccionales no llevaban número de orden. La era cris- tiana fue introducida por Diógenes el Menor, monje escita (mediados del siglo v1) a comenzar desde el 532 d. de J.-C.; pero el comienzo de esta era. establecida a siglos de distancia y a base de cálculos erróneos, resulta tres o cuatro años posterior al nacimiento de Cristo. La era cristiana, al prin- cipio, sólo sirvió para los cómputos de los historiadores y cronógrafos; únicamente más tarde se adoptó en los documentos oficiales y pasó a ser de uso común en toda clase de escritos. La exactitud y la sencillez en las fechas es un privilegio nuestro, de los hombres modernos, como lo es la precisa dirección de la que se trata en el texto. 7. Véase página 304 y la nota 4 8 CIL., XV, 7182. 202 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 9. Ibid., 7172 (=Dessau, 8727). El templo de Flora, que aqui se indica, se levantaba en los alrededores del Capitolio (VARRÓN, de l L., V, 158: Clivus prozimus a Flora susus versus Capitolium vetus). 10. Ibid., 7194 (=Dessau, 8731): Fugi, tene me; cum revocaveris (=re- vocaveris) me díomino) mejo Zonino, accipis solidum. 11. En Notitia (Regio III, Isis et Serapis): aquí lacus= fons, 12. SUETONIO, Aug., 5: Natus est... regione Palati, ad Capita bubula, ubi nunc sacrarium habet, aliquanto postquam exrcessit constitutum. 13. En Notitia (Regio II, Caelemontium). 14. Ibid. (Regio XIV, Trans Tiberim). 15. Ibid. (Regio VI, Alta semita). 16. Ibid. (Regio XI, Circus Maximus). 17. ibid. (Regio IX, Circus Flaminius). El lugar era también llamado, simplemente, Ad niras (CIL., 12, pág. 332). 18. Véase pág. 196. 19. Fast Arval (CIL., I, pág. 330). 20. Scholia Bobiensia, ad Cic., pro Milone, 3. 21. DIÓGENES DE HALICARNASO, VIII, 79: XATA TYY tr naplvas PEpousay- ooov «la calle que lleva a las Carinas». Sobre las Carinnae, véase pág. 11. 22. Los autores clásicos mencionan el Vicus Patricius sin otra determi- nación, y no nos permiten saber dónde se encontraba y lo que se extendía ; pero el recuerdo que perdura durante la Edad Media (las iglesias de Santa Eufemia y de Santa Prudenciana surgieron in Vico Patricii) y restos del empedrado salido a la luz permiten establecer la ubicación y la longitud de aquella calle. 23. VARRÓN, De l, L., V, 164: Innova via ad Volupiae sacellum (nova via es conjetura de Scaligero; los manuscritos llevan novalia). 24. Tiro Livio, II, 7, 12: Delata confestim materia omnis infra Veliam, et, ubi nunc Vicae Potae est, domus in infimo clivo aedificata. 25. SoLINO, L., 26. , 26. $. GIROLAMO, Ad. Eus.: A. Abr., 1777 (=240 a. de J.-C): A Catone quaestore Romam translatus habitavit in monte Aventino parco admodum sumptu contentus et unius ancillae ministerio. 27. MARCIAL, II, 17, v. 1: Suburae faucibus... primis: XII, 3, v. 9: prima... Subura; VI, 66, v. 2: in media... Subura; cfr. IX, 37, v. 1. 28. Tiro Livio, I, 48, 6: Ad summum Cyprium vicum, ubi Dianium nu- per fuit. 29. Véase la nota 31. 30. De esta tradicional denominación ha quedado huella en el nombre dado en la Edad Media a la Porta Esquilina, transformada, en el siglo IN después de J.-C., en Arco de Galieno; se indicaba este arco diciendo in Macello. 31. CIL., VI, 450: In ipso fere Palatini mentis descensu. 32. VARRÓN, De l L. VI, 24. 33. MARCIAL, II, 17 vs. 1-2. 34. Adelphoe, vs. 571 y siguientes. 35. La escena transcurre en Atenas, pero se adaptaba al público de Roma. 36. VARRÓN, De L. L., VI, 17: Fanum Fortis Fortunae secundum Tibe- rim extra urbem Romam. Los sacelios y los templetes de la Fortuna estaban diseminados por todos los puntos de Roma; los distinguían corrientemente con el epíteto: Fortuna brevis, Virgo, virilis, equestris, huiusce diei, primi- genia, redur, respiciens, publica, mammosa, etc. 37. Igual ocurría también en las demas ciudades antiguas; sabemos que Estéfano de Antidoro, notable político de la época de Demóstenes, habitaba en Atenas, en una casa «junto al Hermes que toca la flauta». (DEMÓSTENES, c. Neaer., § 39: tapa tov bibvprotay “Epuñv). 38. Hist. Aug., Vita trig. tyr., 21. 39. CIL., VI, 9673, 10023. CALLES, CASAS Y DIRECCIONES 203 40. La Notitia (Regio VI, Alta semita) recuerda la Statua Mamuri; mención del Vicus Mamuri (o Clivus Mamuri) sólo se encuentra en docu- mentos medievales; pero es probable que ya en la época imperial la estatua hubiese dado su nombre a la calle. 41. Servio, ad Aen., VIII, v. 641: Huius.. facti in Sacra Via signa stant, Romulus a parte Palati, Tatius venientibus a rostris. 42. SÉNECA, Mad Marciam, 16, 2: Equestri insidens statuae in Sacra Via, celeberrimo loco, Cloelia exprobat iuvenibus nostris pulvinum escendentibus in ea illos urbe sic ingredi, in qua etiam feminas equo donavimus. 43. Véase nota 3, cap. I. 44. SUETONIO, De gramm., 15: Docuit in Carinis ad Telluris. 45. MarciaL, VI, 64, v. 16. 46. Ibid., I, 70. 47. Hist. Aug., Vita trig. tyr., 25: Inter duos lucos contra Isium Me- tellinum. 48, MarciaL, I, 117, vs. 9-10, 49. CICERÓN, in Pis., 23, 61; cfr., pág. 30. 50. CIL., VI, 671. 51. CICERÓN, ad Att., XII, 21, 2; 25, 2. 52. Tácito, Hist. I, 49; SuETONIO, Galba, 20. 53. En Notitia (Regio XIV, Trans Tiberim). 54. Asconio, ad Cic., pro Mil., 37. 55. Horacio, Od., TIT, 29, ys. 9-10. 56. SUETONIO, Nero, 38: Hoc incendium e turre Maeccnatiana prospec- tans laetusque «flammae», ut aiebat «pulchritudinen Halosin Ilii in illo suo- scaenico habitu decantavit. 57. Donato, Vita Verg., 6: Habuit domum in Esquiliis iuxta hortos Maecenatis. 58. En Notitia (Regio IV, Templum Pacis). 59. Véase el epigrafe mencionado en la pág. 191. 60. En Notitia (Regio VII, Via Lata). 61 MARCIAL, X, 19, vs. 6-8. 62. SUETONIO, Domiciano, 1: Domitianus natus est... regione sexta ad Malum Punicum, domo quam postea in templum gentis Flaviae con- vertit. 63. Lista, c. Pancl., 6: ¿Añóyta sig tov yAtopov topis. 64. ARISTÓFANES, Lys., VS. 557-58: yyy tata. yýtpa xal tots Maydvotsty OUOlng TEPIESYOVTA XATA THY ayoOpdy. 65. CICERÓN, Cat., I, 4, 8. 66. VITRUBIO, VII, 9, 4. 67. VARRÓN, De l L., V, 47: Circa AMinervium, qua in Caelimonte itur, in Tabernola est; V, 50: Cis lucum Esquilinum dexterior via in Tabernola est. 68. En Notitia {Regio XI, Circus Martimus; Regio VIII, Forum Ro- manum; Regio IV, Templum Pacis). 69. Iliade, VI, vs. 433-34. 70. Adelph., v. 577. 71. Ver figs. 4 y 5. 72. Véase la nota 31 del cap. 1. 73. PLINtO EL VIEJO, XVI, 236: Radices eius (loti) in Forum usque Cae- saris per stationes municipiorum penetrant. 74. PLINIO EL VIEJO, XV, 77-78. 75. Ibid. 76. En Nofitia (Regio If, Caelernontium), 77. La exedra era un grandioso edificio en cuya parte occidental se abrían las termas de Diocleciano; a lo largo del perímetro de la antigua eredra se levanta hoy la Exedra moderna, en la plaza homónima a la entrada de la Via Nazionale. 78. Véanse notas 6 y 7 del cap. 1. 204 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 79. FEsTO, pág. 213 M.: Ad quam et natutum et exereitationis alioqui ` causa veniebat populus, 80. Ibid.: Piscinae publicae hodieque nomen manet, ipsa non erstat. 81. La mención que encontramos de ella en CICERÓN (ad Quintum fr... III, 7, 1), parece referirse más bien a un barrio de Roma en el que hay una construcción: Magna vis aquae usque ad Piscinam publicam. 82. PLINIO EL VIEJO, XXXIV, 45 83. SUETONIO, Vesp., 18. 84. MARCIAL, Lib. spect., 2, v. 1; 70, vs. 6-7. 385. HELIO SPARCIANO, Adr., 19. 86. HELIO LAMPRIDIO, Comm., 17. Capiruto XIV LA INDUSTRIA I. Desarrollo progresivo de las industrias en Italia y en el La- cio. — II. La industria en Roma y en los centros itdlicos, — III. La industria en las provincias. — IV. El imperialismo de Roma no fue imperialismo industrial. — V. Los esclavos en la indus- tria. — VI, El artesanado libre. — VII. Industria antigua e in- dustria moderna. — VIII. Industria doméstica. I En la época de sus orígenes, el Lacio fue región esencial- mente agrícola; sus relaciones con la Etruria, país de vasto desarrollo industrial, y luego la aumentada penetración co- mercial de los pueblos griegos establecidos en las costas meri- dionales de Italia, provocaron en el Lacio un resurgimiento económico y favorecieron la producción industrial indígena. Los vasos importados de la Campania y los objetos de bronce de fabricación etrusca hicieron surgir en Roma y en las ciu- dades latinas la industria de la cerámica y del trabajo de los metales. El primer centro en el Lacio de industria metalúr- gica fue Palestrina, donde se producían objetos de bronce cincelados, fíbulas, cestas, objetos varios de uso doméstico y hasta joyas de oro. La conquista de Italia por parte de Roma no sólo no, sofocó las industrias en las ciudades sometidas, sino que, por el contrario, hizo más intensa su producción, porque los di- versos productos de la industria itálica confluian a Roma como a su mayor mercado; y si ocurría también constante- mente que artesanos itálicos se trasplantaban a Roma, dando origen a una industria local, ésta no hizo jamás una com- petencia peligrosa a la industria de las demás ciudades. 15 206 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA A medida que Roma iba extendiendo sus conquistas y alargando su imperio, el aumento de la población, el refina- miento del lujo, la construcción de las grandes obras pú- blicas y privadas, hicieron que en Roma floreciesen muchas industrias que se habían hecho necesarias por las exigencias de la metrópoli y de Italia. Pero Roma, aunque importante como centro industrial, fue ciudad predominantemente de consumo, pues que destinaba a sus propias necesidades la mayor parte de lo que producía y mucho más aún. Las im- portaciones superaban a las exportaciones, que fueron siem- pre muy limitadas, si se exceptúan los trabajos manuales en bronce, que se han encontrado en gran número hasta en los centros más lejanos. Algunos mercados secundarios de la industria romana, constituidos por regiones de bajo nivel económico, se sustrajeron a esta dependencia de Roma, en virtud de la misma conquista romana, que, elevando su nivel de civilización, hizo posible el surgir de las industrias lo- cales. II Roma tiene una primacía absoluta en la fabricación de los objetos de lujo, en especial los de metales preciosos, joyas, copas cinceladas. El alto nivel de la vida que se vive en una metrópoli la convierte en la capital de la moda y productora indiscutible de los objetos de lujo. Artífices foras- teros, en gran parte griegos, en sus tenduchos realizaban pequeñas obras maestras. Inspirándose en modelos antiguos y famosos, adornahan redomitas y copas con motivos florales, con figuras humanas y animales que parecían vivos.! Es ade- más natural que la industria edilicia y las industrias conexas con ella tuviesen en Roma un desarrollo incomparablemente mayor que en otros lugares. Pero las industrias en Italia adquirieron también incre- mento fuera de Roma.* Sobre todo en las ciudades que proveian de naves a la reina de los mares: (Génova, Ostia, Ravena. En Como, en Sulmona, en Salerno, en Pozzuoli, forecía la industria del hierro, que las minas del Elba pro- ducían en abundancia y era extraído del mineral con proce- dimientos primitivos, pero acertados. La Campania, tierra trabajadora y rica, se senalaba en aquella época. además de por su intensa producción agrícola (sobre todo vinos ge- LA INDUSTRIA 207 nerosos), por productos industriales de todo género: obras manuales, como bronces (Capua), vasos de barro cocido (Pozzuoli, Isquia, Cumas), de cristal (Cumas, Sorrento, Pompeya), o productos alimenticios, como el garum* (Pom- peya). La Apulia producía lana muy solicitada (Tarento, Canuosa), manteniendo a buen nivel una antigua gloria de Italia, de quien los escritores celebraban no menos «el noble vellón de las ovejas» que el «lozano cuello de los toros». * Marcial * hace una elogiosa gradación de las ciudades que tal vez debió de ser proverbial: «Primero, por la bondad de la lana, viene la Apulia; en segundo lugar, Parma: en tercer lugar, Altino (cerca de Padua).» Muchos y activos eran los centros industriales de la Italia septentrional: en Bérgamo se fabricaban objetos de bronce; en Módena, tejas; en Pola, ánforas; eran célebres las lanerías de Istria, de Padua y de Parma; las tintorerías de Aquilea. Aquilea era una ciudad de gran movimiento comercial y rica de industrias (tejidos, cristal, etc.). Afluían los productos de la Europa septentrional, particularmente el ámbar, que procedía de las regiones del Báltico y era trabajado en las oficinas locales, como lo han demostrado las recientes excavaciones de Aquilea. En la época romana los trabajos manuales en ámbar (sucinum)® eran más solicitados que entre nosotros; sino que el ámbar, materia noble si se la usaba para objetos mo- destos (por ejemplo, husos), parecía vulgar en los ornamen- tos femeninos, con los cuales se ataviaban únicamente las mujeres del pueblo. Las matronas no lucían sino oro y pie- dras preciosas;‘ pero parecía refinamiento femenino te- ner en la mano un pequeño globo de ámbar* y frotarlo de cuando en cuando para aspirar su leve fragancia. Esto no ha de parecer extraño. Las calles de las grandes ciudades antiguas, por lo común estrechas y poco aireadas, con un sistema excesivamente sencillo de cloacas subterráneas, a menudo sin ellas siquiera,? corgestionadas por un tráfico intenso y con primitivos servicios de limpieza y de higiene urbana, no debían de oler muy bien; y harte sabemos que las personas elegantes se adaptan, sí, como nosotros, pobres diablos, a sentir los malos olores, pero para conservar su estilo quieren aparentar que aquellos malos olores causan tremenda molestia a sus delicadas narices. Verres — cuenta Cicerón " —, cuando salía en público, para no sentir los malos 208 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA olores tenía a mano una redecilla llena de rosas, o llevaba una guirnalda de rosas en el cuello. Semejante invención no estaba desprovista de inconvenientes, además de su antipa- tico carácter de osten- tación; sin contar que aquel apéndice perfu- mado, bamboleándose sobre el pecho, debía de causar cierta mo- lestia; por lo tanto. estamos obligados a reconocer que para un oficio semejante una pelota de ámbar se Fig. 74. — El trabajo del batanero. prestaba de modo más (De Bliimner, Technologie u. Terminologie.) Práctico, ademas de consentir a las señoras que se dieran en pú- blico cierto tono, cosa que para ellas ha tenido siempre mu- cha importancia. En tiempos menos lejanos, cuando de Roma no quedaba más que el recuerdo venerando, la precaución contra el mal olor sugirió las redomitas con perfumes, con sales, con el vinagre «de los siete ladrones»; porque los hombres siempre han sido los mismos, y su imbecilidad no tiene límites cuando los privilegiados quieren a toda costa mostrar una superioridad individual sobre los demás que pertenecen a este mundo vil, adonde han venido a parar y donde se dignan permanecer. Entre tantos usos del ámbar había también el de adornar los muebles de la casa con trozos de ámbar al natural, dentro de los cuales hubiese quedado aprisionado un insecto, un reptil o cualquier otro animal pequeño; * cogidos como en un visto por la resina que trasudaba del árbol del ámbar, cuando la resina se había consolidado se transparentaban límpidamente dentro de su tumba vítrea y preciosa. III En la época imperial las industrias se multiplicaron y se desarrollaron. Roma favoreció su incremento, ya sea fo- mentando, con los numerosos contactos que hacía posibles LA INDUSTRIA 209 su Imperio, los perfeccionamientos técnicos de las industrias, ya facilitando con la paz en los mares y con el mejoramiento de las comunicaciones terrestres el comercio entre países lejanos, ya, en fin, ofreciendo, con la exigencia de los abas- tecimientos militares y con el inmenso consumo de la me- trópoli, un desembocadero generosísimo a las mercaderías de todos los países. Las provincias orientales enviaban a Roma productos raros y solicitados, de las fábricas locales o llegados a sus puertos de las regiones más interiores: seda de la China, bellísimas esmeraldas de Escitia, aromas de Arabia, crista- lerías y papiros del Egipto. Egipto fue la primera tierra mediterranea donde surgió la industria del cristal; de allí venían a Roma aquellas pre- ciosísimas copas de cristal, trabajadas al torno, de que se hacía ostentación en los banquetes de los ricos: esplendor de las mesas y preocupación de los coperos. Pero la industria del cristal se difundió también en Italia, quedando, por lo general, reducida a trabajos más adocenados. Entre los varios usos del cristal se citan las piececitas para los pavimentos de mosaico, en los cuales el vidrio alternaba con el mármol, el ónix y hasta el oro, y las láminas de cristal para adaptar a las ventanas. Porque desde los primeros tiempos de la época imperial se había encontrado el modo de cerrar la abertura de las ventanas con un material que no impidiera el paso de Se | ESTA N Fig. 75. — Elaboración del cuero en el antiguo Egipto. (De Blumner, Technologie u. Terminologie.) la luz, esto es, sutilisimas laminas de talco (lapis specularis) llamadas specularia, * o gruesas laminas de cristal. Entre la gente rica el uso de los specularia estaba tan difundido, que 210 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA se aplicaban hasta a las paredes de las literas cerradas que usaban para sus paseos. !* De láminas de cristal para las ventanas no se halla Fig. 76. — El taller de un herrero. Gráfico procedente de las catacumbas de Domililia. (Roma, Museo Laterano.) (Foto Alinari) mención hasta muy tarde en los escritores, pero se han ha- llado algunos fragmentos en las excavaciones de Pompeya " y en las Galias: ' tienen un espesor de casi medio centíme- tro y están fijadas en la pared, o bien adaptadas en marcos de madera o de bronce que se abrían verticalmente sobre dos pernios introducidos arriba y abajo a la mitad del marco. Aquellos gruesos cristales opacos hacían entrar en las habi- taciones la luz y el sol; esto ya era mucho; pero no per- mitían gozar del paisaje desde el interior cuando las ventanas estaban cerradas. Y, además, specularia y cristales eran un lujo: no todos se los podían permitir; las casas pobres no tenían sino postigos de madera; si se cerraban para no tener frío se quedaba uno a Oscuras, y era menester encender luz en pleno día. He aquí un goce que los antiguos no conocieron: estarse como nos estamos nosotros, en invierno, con el calorcillo de nuestras habitaciones, observando impasibles el mar que se enfurece, la nieve que va cayendo y el viento que, ululando, maltrata los bosques. Nosotros, en cambio, tenemos el sin- LA INDUSTRIA 211 gular privilegio de poder ver y no sentir; protegidos por las ventanas, nos compadecemos, con un egoísmo de supe- rioridad, de la gente que tiene frio y pasa por la calle soplan- dose los dedos y dando patadas en el suelo. Nuestra casa se torna entonces un observatorio tranquilo, comparable al Olimpo, donde Júpiter, con su imperturbable serenidad, mira desde lo alto los tumultos terrenales; ve angustias y miserias y no le alcanzan a él. Cuando estamos tras los cristales mi- rando, también nosotros nos tornamos olímpicos, nos sen- timos semejantes a Júpiter. ¿Y no es esto una cosa muy agradable? Aprendamos, pues, a apreciar lo poco que nos da la vida y a no estar siempre descontentos de nuestros tiempos y de nuestra civilización. También en las pro- vincias de Occidente y del Norte las industrias es- taban muv desarrolladas v, con las orientales, for- maban una grave y a me- nudo victoriosa compe- tencia a los productos de las industrias italicas. Marcial, español, alaba el acero bien templado, las muelles lanas v el sucu- lento garum de su país: " la Galia. rica de minera- les, se afirma en el arte del bronce, en el trabajo de los metales preciosos, en la fabricación de los vasos de arcilla con relie- ves (rasa sigillata); por todas partes se difundían sus calzados (Gallicae), Fig. 77. — El amolador. los productos de su indus- De un pequeño sepulcro de la isla sacra tria lanera: telas, man- certa de Ostia. . (Foto Alinari? tos, colchones; los tipos de la carrocería gálica se hicieron usuales en Roma. El Nórico producía armas exce- lentes; la región del Rin, vajilla; Batavia, ciertas tinturas especiales para los cabellos (spuma Batara), compuestas de 212 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA sebo y cenizas, insuperables para dar a los cabellos un her- ° moso color flamante. IV El imperialismo romano no fue imperialismo industrial; los romanos tenían otras maneras de sacar provecho de las provincias. Lo que sobre todo hacia afluir oro a Roma eran los cargos publicos, en administrar los cuales los funcionarios, altos y bajos, especialmente en la época republicana, sabían sacar su tajada, y muchos que partían pobres volvían ricos. En particular el cobro de los impuestos del Estado se pres- taba a operaciones financieras de varias clases, no siempre lo bastante claras, pero sí lucrativas; los qué en tales ne- gocios metían las manos realizaban el interés del Estado y el suyo propio. Además, en cualquier forma de acti- vidad privada, todo romano hallaba grandes facilidades en los territorios sometidos. Las provincias enriquecían a los romanos, los romanos ricos enriquecían a Roma. A pesar de esto, Roma no impuso jamás sistemática- mente la penetración en las provincias de las mercancías producidas en la metrópoli. La clase dirigente con- sideraba con desprecio la actividad dedicada al tráfico y a la industria; sólo la in- dustria agrícola les merecía consideración, y se dedica- ban a ella hasta los que per- tenecían al orden senatorial, De un pequeño sepulero de la isla sa- empleando en los trabajos cra cerca de Ostia. . (Foto Alinari) “asi exclusivamente mano servil. Por lo demas, era la única industria que no parecía inconveniente a la autoridad y dignidad de su orden y que les estaba permitida. A los senadores y a sus hijos, la ley les prohibía hasta la posesión Fig. 78. — El amolador. LA INDUSTRIA 213 de las grandes naves de transporte,” medio nece: ario para el ejercicio del comercio en gran escala. Añádase a esto que en la gran industria de Roma no se obtuvo nunca, como en nuestros tiempos, una producción —pletórica que para ser despa- chada necesitase de un extensísimo campo de irradiación. Por todas partes, en cambio, y también en la misma Roma, florecian el ar- tesanado y la pequeña industria, y eran in- dependientes del mo- vimiento de la alta fi- nanza, la cual, orga- (Urbino, Museo Arzobispal.) l l nizada sobre todo por - (Foto Alinari) las especulaciones de banca y de empresa, estaba en manos de los cabalieros. La gran industria no sofocó jamás a la pequena. Fig, 79. — El escultor. V Al desarrollo de la producción industria] en Roma con- tribuyó en la máxima parte el fuerte aumento de los esclavos, que eran importados a Italia desde varias regiones. Los destinados a fines industriales eran divididos en escuadras (collegia, classes, decuriae), bajo la dirección y a las órdenes de un jefe técnico (praepositus). El criterio para la distri- bución del trabajo era la capacidad individual de cada uno; las maestranzas serviles, lo que los griegos llamaban epyastipiov (propiamente «oficina», pero en el lenguaje in- dustrial «maestranza»), eran grupos cerrados de trabajadores especializados, cuyo trabajo se combinaba de manera que cada grupo venía a constituir una unidad y podía conservar invariable su composición por muchos años; la rígida es- tructura de tales unidades estaba favorecida por el estado servil de los operarios, obligados, sin posibilidad de evasión, a su particular función técnica. La Grecia clásica ofreció a Roma el modelo de las prime- 214 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA ras organizaciones industriales; sabemos que en Atenas un epyastíptoy de veinte esclavos «destinados a la fabricación de camas fue objeto de litigio hereditario; ' contrastado Fig SO. — El carpintero de ribera. (Ravena, Musco.) largo tiempo por las vicisitudes de un proceso intermi- nable, cambió varias veces de patrón, sin que a pesar de ello nadie pensase en separar de él sus componentes, rom- piendo con grave daño económico la unidad del ¿oyustrpr El que poseía esclavos especializados tenía dos maneras «le aprovecharlos: o sirviéndose directamente de su trabajo o alquilandolos. El alquiler de los esclavos obreros está lar- gamente comprobado en Grecia y en Italia. Este aprovecha- miento del trabajo de los esclavos era considerado como un excelente empleo para el capital. Por ejemplo, en Atenas, en el siglo 1v a. de J.-C., el riquísimo Nicias," recordado como el hombre más adinerado de la ciudad, había empleado eran parte de sus Capitales en esclavos para alquilar. En Roma, Tito Pomponio Ático,“ el célebre editor de la LA INDUSTRIA 215 época ciceroniana (v. pág. 250), tenía particular habilidad en tal género de especulaciones. Quien quería hacer ejecutar un trabajo que requiriese mucha mano de obra solía encargarlo a un empresario (redemptor),* el cual proveía a ello con sus operarios. Las grandes obras públicas y privadas de los romanos han sido construidas por empresarios, y es interesante ver en el epistolario de Cicerón * que, como en nuestros tiempos, patrón y empresario, de acuerdo sobre el plan de la construcción, cuando se trataba de ejecutarla estaban en perpetua disputa, no llegaban a entenderse casi nunca acerca de sus obligaciones recíprocas. No se piense que el trabajo era siempre bien ejecutado, como lo harían suponer las augustas ruinas de Roma; ni que junto a empresarios hábiles y concienzudos no hubieran los improvisados y negligentes. Sabemos de un arquitecto que no sabía hacer que las columnas se mantuviesen de- rechas, y de encargados que por la manera tumultuaria de las construcciones causaban desgracias en que los obreros hallaban la muerte. Las maestranzas industriales no eran, por lo regular, muy numerosas; sólo en las minas, en las obras de repa- ración y en las grandes haciendas industriales los esclavos eran empleados a centenares, y esto podía constituir un pe- ligro cuando se considera la desproporción numérica entre libres y esclavos. Pero se quitaba por anticipado la posibi- y Fig. $1. — Los utensilios del curtidor. (De Paoli, Industria, en Encicl, Hatiqua.) lidad de un acuerdo entre los trabajadores esclavos, impo- niéndoles una disciplina durísima, tan dura, que los patronos más humanos consideraban el trabajo en tales condiciones 216 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA como un castigo. Y ni con esto se logró siempre evitar las revueltas, que a menudo estallaron y fueron sofocadas con sangre. VI La competencia de la mano de obra servil estorbó la iniciativa del operario libre; ésta fue la causa principal que, al comenzar los últimos tiempos de la República, impelió al proletariado de Roma a llevar vida parasitaria a expensas del Estado. Con todo, el artesano libre no fue eliminado; y si bien la vida en las capas ínfimas de la plebe se fue haciendo cada vez más difícil y las dificultades causaron perturba- ciones y sugirieron a la plebe formas indecorosas de men- dicidad en sus relaciones con los ricos y con los poderes públicos, es una de las acostumbradas exageraciones, repe- tida con intolerable monotonía, decir que el pueblo humilde de Roma se estuviese desde el primero al último día del año mano sobre mano pidiendo pan y espectáculos de circo (panem et circenses); comer, divertirse y no hacer nada, ¡magnífico programa! La gente pobre, la de ‘buena casta, si hallaba trabajo, trabajaba. Y es menester suponer que en una ciudad de tan vasto consumo y con una producción in- dustrial relativamente limitada (v. pág. 213), difícilmente faltaría el trabajo. Lo que menos cambia en la historia de las civilizaciones es la constante preocupación de los menos favorecidos por la fortuna de pedir a su propia fatiga coti- diana la manera honesta de seguir adelante día por día; es su resignación a la ley dura, impuesta por Dios, de tener que trabajar para vivir; ley dura que crea los descontentos, los rebeldes, los holgazanes, los aduladores y, entre los dé- biles, las víctimas predestinadas; pero señala también el humilde heroísmo de los honrados, a los cuales el humaní- simo Virgilio* sabe honrar en un pasaje lleno de poesía, cuando representa a la mujer del pueblo que se alza al canto del gallo y se pone a trabajar la lana a la luz de la lámpara, para no tener que pedir nada a nadie y mantenerse casta. En Roma había artesanos independientes que atendían al trabajo en sus propias tiendas, ayudados por aprendices o dependientes; pero también había una organización téc- nica del artesanado en aquellos campos de la industria que requieren una distribución más compleja del trabajo. El tra- LA INDUSTRIA 214 bajo era distribuido entre los operarios teniendo en cuenta su habilidad; en el aprendizaje del oficio se pasaba por varios grados; los epígrafes señalan magistri y discentes. * Fig. 82. — El calderero. (Este, Museo Atestino.) El obrero libre, dependiente de un industrial, trabajaba por una paga fijada libremente, a destajo o por jornada. Única- mente Diocleciano estableció algunas tarifas. En cuanto a la jornada de trabajo, duraba mientras el sol estaba en el cielo; generalmente se fijaba un mínimo de trabajo obligatorio para cada jornada. Como entre los esclavos, también entre los artesanos libres, independientes o no, se formaban grupos de especializados, un fenómeno que en el Bajo Imperio inspira las rígidas disposiciones legislativas que unen al artesano con su arte, y con éste a sus hijos, obligándolos a seguir el oficio paterno, y a veces también a las hijas, las cuales no pueden casarse sino con quien ejerza el mismo oficio del padre; de modo que el oficio artesano se torna forzosamente hereditario, y la condición del artesano libre se aproxima a la del esclavo. Entre las formas del artesanado (figs. 76 a 85), las que tienen en común los procedimientos técnicos, las materias 218 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA primas y el tipo de clientela tienden a hermanarse. Los que trabajan el hierro, fabrican arados, espadas, cuchillos o te- nazas, acuden a un mismo vendedor al por mayor y aplican en parte los mismos métodos de elaboración. De la natural agrupación de los ofi- cios afines se formaron las corporaciones obre- ras. Estas corporacio- nes en Roma son anti- quisimas; la tradición hacía remontar las pri- meras a Numa Pom- pilio,” el cual, según parece, instituyó ocho: flautistas, orifices, car- pinteros, tintoreros, zapateros, curtidores, broncistas, alfareros. El arte de los orifices (aunfices, fabriaera- ri) estaba ya florecien- te en la antigua Roma, como ocurre en todos los pueblos por la faci- Fig, 53. — El batidor de oro (Brattiarius). lidad que el oro ofrece (Roma, Museo Vaticano ) a su trabajo; de los (Foto Alinari) Talleres de los orifices salían ornamentos de diversos géneros, y hasta las cápsulas para los dientes echados a perder y obturados, de las cuales se tiene la primera men- ción en una de las leyes de las Doce Tablas; el oro de los dientes — se establecía en ella — era el único oro que podía acompanar al hombre en su sepulcro. De los metales menos nobles, los primeros en ser trabajados fueron el bronce y el cobre; luego el hierro y la plata. A los fabri aerarii se añadieron los fabri ferrarit y los fabri argentarit. Igualmente antiguo es el arte de la arcilla; antiguo como la olla, hu- milde e indispensable compañera del hombre; como la olla, como el ánfora, como el cántaro. Al trabajo de la arcilla atendían no solamente los artífices ciudadanos (figuli), sino también los esclavos de la familia rustica; por esto el trabajo de la arcilla estaba en conexión con la agricultura.* Los LA INDUSTRIA 219 barros cocidos italianos cran de todos los tipos: se iba de los modestos cacharros, cosa adocenada, que aunque cayese al suelo no importaba mucho, a los vasa Arretina, ornados en relieve mediante moldeados, de bellísimo aspecto. v a Fig. St. — Las diversas operaciones en un batán. Pompeya, Causa de Jos Yetlii.) las estatuas de barro cocido y a los ornamentos fictiles de los edificios: trabajos refinados que continuaban un arte que fue importantísimo en la antigua Etruria. El arte de la ma- dera dio origen a numerosas categorías de artesanos; la construceión de las casas exigía la fabricación de vigas, a la que se dedicaban los fabri tignaril, de puertas, de esca- leras de madera, de armazones de techos; había, además, constructores de muébles, particularmente de camas. Artífices geniales creaban tipos nuevos que se imponían o por belleza o por lo prácticos y por su buen precio. Horacio recuerda los lecti Archiact,” fabricados por Árquias, y Séneca las ca- mas de Sotérico. * 220 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Fig. 85. — La tienda del panadero. 1, la muela; 2, los utensilios; 3, operarios amasando el pan; 4, el horno. (Foto Alinari.) Gran desarrollo entre los industriales romanos tuvo tam- bién el antiguo arte de los tintoreros (tinctores, infec- tores), especialmente después que se trasplantó a Italia la industria de la purpura, que de mucho tiempo florecia en Fenicia (el primer centro de aquella industria, y el mas renombrado también en la época romana y medieval), en Laconia (Grecia) y en la isla Meninx (Africa septentrional); en la Europa occidental surgieron renombradas tintorerias en TIENDAS EN LA ROMA ANTIGUA: UNA DE CUCHILLERTA Según un relieve de] Museo Vaticano. ALEGORÍA DE UN TALLER DE PERFUMISTA Pintura pompevana, de la casa de los Vetti. OTRA ALFGORIA, ALUSIVA A LAS ACTIVIDADES DF 10S JOYFROS Pintura también perteneciente a la casa de los Vetti, Pompeya. LA INDUSTRIA 221 las Galias, en Espana y en muchas ciudades de Italia (An- cona, Aquino, Pozzuoli, Tarento, Siracusa). La purpura se obtenia extrayendo el jugo de un molusco mediante un pro- ceso que exigía gran habilidad. Las tintorerías itálicas pro- ducían una púrpura de calidad secundaria; pero eran muy activas; por consiguiente, los tejidos de púrpura llegaron a ser en Italia de uso bastante común. Se hacían de ella vestidos, tapicerías, cobertores para la cama. No todos los tejidos de púrpura eran igualmente costosos; los ordi- narios tenían un precio modesto; más ricas eran las telas cuya lana había sido pasada por dos baños consecutivos (dibapha). El color de la púrpura era diverso: prevalecian el pardo, el amarillento, el violáceo y el rosado; es falsa la Opinión de que, en la Antigtiedad, el color purpúreo era sólo el rojo; la «púrpura» de aquellos tiempos era un tipo apreciado de tintura, no un color; los colores más claros se obtenían diluyendo el jugo en agua y en orina. Este proce- dimiento, que puede justificar el posible gesto de asco de quien esto lea, explica el mal olor de los vestidos teñidos con púrpura. Marcial” recuerda la púrpura entre las cosas que huelen pesr; lo creemos. Maloliente y bellísima, con reflejos cambiantes, la púrpura en Roma era también señal de dignidad. Una banda de púrpura (clavus) sobrepuesta a la túnica, indicaba, si era estrecha (angusticlavium), perte- necer al orden de los caballeros; si era ancha (laticlavium), al orden de los senadores. He aquí por qué hoy se dice «obtener el laticlave» por «ser nombrado senador». En una gran tintorería había varias secciones; las familias man- daban allí las ropas y los tejidos para limpiarlos y dejarlos como nuevos, con procedimientos menos sumarios que los ofrecidos por el lavado casero. El curtido de las pieles y del cuero se efectuaba en la villa rustica o en las tiendas de los corarii; en la Antigüedad el modo de curtir las pieles no difería mucho del nuestro, como puede verse por figuraciones egipcias, en las cuales están representados los varios aspectos de aquella industria (fig. 75). Las tiendas de cuero y pieles proveían a los nu- merosos zapateros y remendones de Roma (sutores), y hasta a los libreros (v. pág. 40). El equipo de la casa, el vestido, el cuidado del cuerpo, daban trabajo a otros varios artesanos, cuyo número creció con la difusión en Roma de un tenor de vida más refinado. 16 222 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Se solicitaban muy hábiles operarios para embellecer los pa- vimentos (pavimentarii), para ejecutar mosaicos (tessellarii, musivarii), para aplicar cristales y láminas de talco (véase pág. 209) a las paredes (vitrarii, speculariorii), para orna- mentar con variados asuntos los estucos de las paredes (pic- tores parietarii). Y entre tantos operarios y tantas tiendas pululaban por todas partes los barberos (tonsores), de quienes todos habían menester, porque la costumbre de afeitarse uno mismo, en la Antigúedad, era desconocida. El que no tenía un esclavo a quien confiar el cuidado de su rostro iba a la tienda del barbero, punto de reunión de ociosos y forja también entonces de charlas y chismes ciudadanos. VII La ordenación del Imperio romano permitía el más vasto desarrollo industrial del mundo antiguo. A pesar de esto, la antigua industria ofrece un carácter todavía primitivo, comparada con la moderna. Si la industria de la edificación, desde las épocas más antiguas, nos ha dejado obras admi- rables, como las pirámides egipcias, los teatros griegos, las termas, los arcos, los acueductos romanos, construcciones grandiosas como la Villa Adriana de Tívoli y el Coliseo, en su conjunto la industria antigua quedó muy alejada de su misión diversa e inmensa de proveer a todas las exigencias de la vida, como ocurre hoy. Nosotros, los hombres mo- dernos, a la gran industria se lo pedimos todo: desde el alfiler a la lata de carne en conserva; desde el medicamento a la iluminación doméstica, desde los tejidos de toda es- pecie a la organización de los hoteles, del deporte, de la diversión y de todo cuanto satisface a las exigencias supe- riores del espíritu; le pedimos las comodidades de nuestra casa, el bienestar y las previsiones de la vida civil, la de- fensa y la victoria en la guerra. Pero en la Antigúedad no sucedía asi: la industria no tenía, como entre nosotros, una función tan compleja ni un predominio tan tiránico. Hoy todo es industria: la industria sirve al mundo, pero lo regula y lo subyuga; tiene sus leyes, sus lujos y sus caprichos; obedeciendo a fuerzas oscuras, crea rapidamente fortunas fabulosas y vastas, indecibles miserias. El hombre individual, LA INDUSTRIA 223 el desorientado civis de este mundo, dominado por la in- dustria, se halla en él en las condiciones del operario que trabaja junto a la maquina y corre a cada paso el peligro de ser agarrado y triturado por sus piezas de acero. Monstruo tentacular, criado por nosotros para el bienestar nuestro, la industria moderna se ha hecho todopoderosa y nos tiene a todos a su merced. No es en este libro donde debemos pre- guntarnos si la humanidad ha ganado o ha perdido con ello; habremos cumplido nuestra tarea de intérpretes del mundo antiguo advirtiendo a los lectores que no deben atribuir a la industria antigua los caracteres, el desarrollo, la titánica potencia de la gran industria moderna. También los productos industriales ye resienten de esta diversidad. Los productos de la industria antigua difieren de los modernos por ser de más lenta fabricación, menos homogéneos y típicos y relativamente más caros. La pro- ducción estaba mejor adaptada al consumo; se tienen noticias de crisis industriales y comerciales causadas por aconteci- mientos políticos (estado de guerra, pérdida de influencia política, y por lo tanto económica, en países abiertos a la importación de un Estado), pero no de crisis graves pro- ducidas por desproporcionada relación entre la producción y el consumo. VIII En la Antigüedad, todas las industrias parten de la in- dustria doméstica. En Grecia, en la época micénica, el pa- lacio real, centro del estado patriarcal, reúne los medios necesarios para el desarrollo de una industria primitiva, pero floreciente; en el antiguo Egipto también el templo ejerce una actividad industrial. Lo mismo ocurre en el mundo ro- mano; en su época antigua, la casa tiene el aspecto de una hacienda compleja, que produce todo cuanto consume o le sirve. A medida que las industrias se desprenden de la economia doméstica, la casa va perdiendo su independencia económica; pero al mismo tiempo la industria, aislada de las demás actividades domésticəs, se especializa, perfecciona sus medios y mejora sus productos. Este procedimiento pasa por varias fases y se presenta, según los tiempos y lugares, más o menos evolucionado. Con todo, de un modo general, se puede afirmar que la industria 224 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA especializada no alcanzó nunca, respecto a la actividad do- méstica, la autonomía que tiene en los tiempos modernos. La casa, en cualquier período de la edad antigua, producía para sus exigencias cosas y servicios que ahora son objeto exclusivo, o casi exclusivo, de la industria extradoméstica; incluso la mayor parte de los servicios que hoy, luego de haber pasado por la industria privada, se han convertido en públicos y están a cargo directa o indirectamente del Estado o de entidades públicas: servicio sanitario y hospitalario, servicios de transporte de cosas y personas, instrucción de los hijos, alumbrado, servicio de correos, servicio de extinción de incendios. Estos servicios, confinados en su mayor parte a la actividad doméstica, complicaban la organización de las familias más adineradas. Las familias pobres, o prescin- dían de ello, o se lo podían permitir en medida muy reducida e imperfecta. Notas al capítulo XIV l. Marcial, III, 35. Artis Phidiacae toreuma ciarum Pisces aspicis: adde aquam, natabunt. (Contempla esos peces, hermoso relieve de un arte digno de Fidias: añádeles agua: nadaran.) (T.) TIT, 41, v, 2: Lacerta vivit et timetur argentum, (Ese lagarto vive, y la plata se hace terner.) (T.) Cfr. JUVENAL, I, v. 76. 2. La más completa recopilación de datos acerca de la distribución de las industrias en el territorio de Italia y del Imperio romano, y de los procedimientos de la industria antigua se halla en H. BLUMNER, Technologie und Terminologie, Leipzig, 1912. 3. Véanse págs. 123-124. 4. PLINIO EL VieJO, III, 5: Tam nobilia pecori vellera, tam opima tauris colla. 5. MARCIAL, XIV, 155. 6. Electrum en el sentido griego de «ámbar», aunque con ese signifi- cado haya dado origen a la palabra moderna electricidad, en latín es término poco usado. Ámbar normalmente es sucinum; por electrum se entiende comúnmente una liga de oro y plata. 7. Véanse págs. 149-150. 8. MARCIAL recuerda la fragancia de estos giobos de ámbar cuando enu- mera los perfumes más delicados (III, 65 v. 5; V, 37, v. 11; XI, 8, v. 6); la costumbre de llevar en la mano tales globos parece que sólo era consentido LA INDUSTRIA 225 a las señoras (Ovipio, Met., 11, v. 366: nuribus... gestanda Latinis, cfr. Ju- VENAL, 6, v. 573) y a las señoritas (MARCIAL, XI, 8, v. 6: sucina virginea... regelata manu), no a los hombres. Que el ámbar era frotado siempre que se quería obtener de él su característica fragancia nos lo demuestra la expre- sión sucina trita (MARCIAL, III, 65, v. 5; cfr. JUVENAL, V. Cit.). 9. ESTRABÓN, V, B. 10. CICERÓN, Actio H in Verrem, V, 11, 27: Ut mos fuit Bithyniae regibus, lectica octaphoro ferebatur, in qua pulvinus erat perlucidus Min- tensis rosa fartus; ipse autem coronam habebat unam in capite, alteram in collo reticulumque ad nares sibi admovebat tenuissimo lino, minutis maculis, plenum rosae. 11. MarciaL, IV, 32, 59; VI, 15. 12. La fabricación de estos specularia habia hecho surgir una industria afín a la del cristal; se ocupaban en ella los speculariaii (CIL., VI, 4248, 5202, etc.). 13. JUVENAL, 4, v. 21: Quae vehitur clauso latis specularibus antro. 14, En la Villa de Diomedes, en la Casa del Fauno o en la de P. Cae- cilius Secundus. Cfr. CARCOPINO, op. cit., pag. 3, n. 25, y pag. 321. 15. Marcial, VIII, 14, vs. 3-6; JUVENAL, 6, v. 31. 16. Manciaz, I, 49, vs. 4 y 12; VIII, 28, vs. 5-6; XIII, 40. 17. La lex Claudia, votada por los comicios en el primer afio de la Segunda Guerra Púnica (T. Livio, XXI, 63, 3: Ne quis senator cuive senator pater fuisset, maritimam navem, quae plus quam trecentarum amphorarum esset, haberet. Id satis habitum ad ructus ex agris vectandos; quaestus omnis patribus indecorus visus). 18. DEMÓSTENES, Contro, Afobo, I, $8 27, 31 y passim. 19. JENOFONTE, De vectig., 4, 14. 20. CICERÓN, Ad. Att., IV, 4 b. 21. Horacio, Od., III, 1, v. 35. 22. CICERÓN, Ad. Qu. fr., III, 1, 2, 5. 23. CICERÓN, Ad. Qu. fr., III, 1, 1, 3. 24. Aen., VIII, vs. 407 y siguientes. 25. Dessau, 6419, 8676. 26. PLUTARCO, Numa, 17. 27. Véanse págs. 65 y siguientes. 28. Horacio, Epist., I, 5, v. 1. 29. Según AvLo GELIO, XII, 2, 11: lecti Soterici. 30, Marciaz, I, 49, v. 32; IV, 4, v. 6; IX, 62. CAPITULO XV LA VIDA INTELECTUAL I. Los primeros estudios. — II. La enseñanza del «grammati- cus», — II]. La enseñanza del «rhetor». — IV. Las lecturas publicas. I Son contradictorias las noticias que los escritores nos han transmitido acerca de la institución de las escuelas en Roma; Plutarco' afirma que la primera escuela pública fue abierta en ella hacia la mitad del tercer siglo antes de Jesu- cristo, por un tal Espurio Carvilio; pero esto no concuerda con otros pasajes de autores que consideraban la escuela una institución mucho más antigua. Una cosa es cierta: que la antigua costumbre romana confiaba al padre la instrucción de su hijo; a los más grandes hombres de Roma, como Catón el Viejo y Pablo Emilio, no les parecía perdido el tiempo que sustraían a los asuntos públicos para enseñar el abecé a sus pequeños, del mismo modo que no hallaban indecoroso hacerse acompañar por ellos en las ceremonias más austeras, o llevarlos de la mano a las procesiones sagradas, como se ve en los frisos del Ara pacis. Estos fueron los métodos que, haciendo del padre la guía constante del hijo en el primer albor de su inteligencia y en los primeros contactos con la vida del mundo, aseguraron la continuidad espiritual de la raza. Pero no todos seguían la buena norma antigua; la mayoría, desde fines de la República, o confiaban su hijo a un maestro, que solía ser un griego, o lo mandaban a la escuela (ludus, ludus hitterarius). La enseñanza que se daba en los primeros tiempos era sencilla; el antiguo romano tenía bastante en sus estudios cuando sabía leer, escribir y hacer cuentas. Pero en los últi- 228 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA mos años de la República y durante el Imperio, la instrucción del joven, haciéndose más compleja, pasaba por tres grados: los dos primeros, la enseñanza del litterator y de los demás maestros elementales y, sucesivamente, la del gramático, consistían el curso normal de los estudios elementales y medios; seguía, como curso de perfeccionamiento, no tan frecuentado como los dos primeros, la escuela del rhetor, que adiestraba a los jóvenes en la elo- cuencia antes que entra- Fig. 86 sen en la vida pública. Objetos escolásticos para escribir Las lecciones elementales Tablillas enceradas; pluma y tintero; S€ daban en la escuela rollo de papiro. del ludi magister, un particular que por una modesta retribución, escasamente redondeada por algún re- galillo con ocasión de las fiestas periódicas, enseñaba a leer y a escribir, Éste era propiamente oficio del litterator (co- rrespondiente al ypappatidtíc griego); cuando los muchachos habían aprendido a leer y a escribir lo mejor que podían, se perfeccionaban en la escritura y aprendían a hacer cuentas y a estenografiar, bajo la guía, respectivamente, del Zibrarius, del calculator y del notarius, que también eran maestros ele- mentales. De los grandes edificios escolares que nosotros conside- ramos medio indispensable para un recto funcionamiento de la escuela, no se tenía ni idea; se daba lección en algún cuartito alquilado (tabernae, pergulae) y hasta al aire libre. El año escolar comenzaba en marzo después del Quinquatrus, fiesta en honor de Minerva y sagrada sobre todo para los escolares; había vacaciones en los días festivos y cada nueve días (nundinae). No resulta lo bastante claro que hubiese un período de vacaciones; * pero había la costumbre de hacer reposar a los niños durante el tiempo caluroso. El horario de la escuela era de seis horas; las lecciones comenzaban muy de mañana, se interrumpían hacia el mediodía, cuando los escolares volvían a casa para el prandium, y se reanu- daban por la tarde. El equipo de la escuela era sencillo. Sólo en alguna es- cuela y en ciertos casos los escolares se reunían con el maes- tro en torno a una mesa; * por lo regular no había banco LA VIDA INTELECTUAL 229 ni para el maestro ni para los escolares; el maestro estaba sentado en una sillita con respaldo (cathedra) o sin él (sella), los escolares en taburetes, teniendo sobre las rodillas la mesa en que escribían y que se traían ellos, junto con la pluma, el papel, la tinta (fig. 86). Horacio * recuerda a su maestro Orbilio como plagosus, «el que pegaba». Los otros maestros hacían lo mismo: * pe- gaban; eran plagosi. En Roma, como en Grecia, de donde, tal vez, viene el ejemplo. La Antigúedad apreciaba ciertos sistemas educativos. Es más, por el tercer mimiambo de Herondas nos enteramos de que el maestro era el natural ejecutor de los castigos corporales hasta por faltas cometidas fuera de la escuela. Un fresco de Herculano representa al vivo un Castigo escolástico: el maestro pega y el niño chilla. I] Terminados los estudios elementales, comenzaba bajo la guia del grammaticus la ensenanza media. También ésta, segun las costumbres v la posibilidad de las familias, se daba o en casa o en una escuela pública que tenía un parti- cular. Las primeras escuelas públicas de gramática se abrie- ron hacia la mitad del segundo siglo antes de Jesucristo, y se multiplicaron rápidamente; aun antes de la caída de la Re- pública, eran más de veinte. Era excepcional el caso de que un grammaticus llegase con su profesión a acumular riquezas, como le ocurrió a alguno entre los más hábiles y más favorecidos por la for- tuna; por lo regular las retribuciones eran modestas. Varias veces se halla en los escritores del Imperio la queja contra los padres de familia que exigen demasiado y pagan poco. Hasta Juvenal protesta: $ «Vuestras exigencias son enormes: que el profesor conozca las reglas de la gramática, que lea a los historiadores, que conozca a los autores al dedillo. Interrogado a quemarropa cuando va a tomar el baño, ha de saber en el acto cómo se llamaba la nodriza de Eneas, cuál era el nombre y la patria de la madrastra de Anqué- molo,’ cuántos anos vivió Aceste, cuántas cántaras de vino siciliano dio a los troyanos.» Pero si a Juvenal le parece excesiva pretensión exigir que los maestros conozcan las reglas de la gramática, muchos hallaron excesiva la pre- 230 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA tensión de Juvenal de que los profesores tengan casi el de- recho de ignorarla. En la escuela del grammaticus se aprendían la lengua y la literatura griega y latina, estudiándolas sobre todo en los poetas, y una provisión de nociones fundamentales de historia, de geografía, de física, de astronomía, necesarias para comprender bien lo que se leía. En el estudio de los textos, que solían ser dictados, el escolar aprendía a pro- nunciar bien, a leerlos con sentimiento, a comprender su con- tenido y a entender su métrica. El maestro, una vez leídos los textos, obligaba a los escolares a aprender de memoria pasajes de ellos y a dar de ellos explicaciones orales y es- critas; estas últimas tenían un oficio semejante a lo que es para nosotros la composición. Para la historia de la litera- tura romana tiene importancia enorme establecer los autores que se leían con preferencia en las escuelas; las adopciones literarias de los grammatici influyeron en el gusto, deter- minaron la tradición literaria y, repercutiendo en el mer- cado librero, vinieron a ser uno de los elementos que más influyeron en la suerte de los escritores de las edades si- guientes. Textos nobilísimos, no leídos en las escuelas y por ello no requeridos, desaparecieron de la circulación y no llegaron hasta nosotros. De los autores griegos, el más leído era Homero; entre los latinos, durante la República estaban en honor los antiguos autores, como Andrónico y Enio; pero un movimiento modernista, en el cual influyó en gran parte Horacio, produjo el efecto de sustraer a la escuela los mo- numentos literarios de la época arcaica y de dirigir la ense- nanza hacia la literatura más reciente o contemporánea. De la escuela del grammaticus se salía conociendo a la perfección el latín y el griego, esto es, las dos lenguas que una persona culta debía hablar necesariamente. El griego, en efecto, era conocidísimo en el mundo romano; los contactos desde fecha antiquísima con la Magna Grecia, la permanencia de muchos romanos, soldados, por ejemplo, y comerciantes en las provincias orientales helenizadas, sobre todo el gran número de esclavos griegos que se hallaban en las familias romanas, y de los cuales los niños aprendían sin esfuerzo un segundo idioma, hicieron de los romanos un pueblo bilingüe. Ya desde los tiempos de Plauto el pueblo comprendía los vocablos griegos de que abunda la comedia plautina; con el andar del tiempo, y en particular en las familias seño- LA VIDA INTELECTUAL 231 riales, el aprender el griego pareció tan necesario, que el estudio elemental y medio comenzaba por él. Hasta las mu- jeres conocían el griego: las jovencitas se volvían locas por Menandro, y parecía chic hablar en griego entre enamorados. III El rhetor era el profesor de elocuencia; en su escuela los jóvenes se preparaban para la vida pública, prolongando la propia cultura con el estudio de los textos clásicos, entre los cuales se daba la máxima importancia a los prosadores, y adiestrándose con una técnica metódica en el difícil arte del decir. Las primeras escuelas de retórica fueron abiertas en el siglo 1 antes de J.-C.; ante esta nueva invasión de la cultura griega en Koma hubo protestas y disposiciones que no impidieron a la nueva ensenanza echar fuertes raices. En cambio, desapareció la antigua costumbre romana según la cual la elocuencia se aprendía por práctica, comenzando desde jovencitos a frecuentar el Foro en compañía del padre o de algún abogado famoso, La enseñanza requería de los alumnos ejercicios escritos y orales. Los primeros consistían en composiciones más va- riadas que las señaladas por el grammaticus y graduadas según las dificultades: narraciones, alabanzas o reproba- ciones para hombres célebres en la Historia, breves discu- siones, comparaciones, etc. Oralmente se hacían ejercicios prácticos de elocuencia que tenían la forma o de suasoriae o de controversiae.* Las sunsorigae eran monólogos en los cuales personajes conocidos de la Mitología o de la Historia, antes de tomar una grave decisión, pesaban sus argumentos favorables o contrarios; en las controversiae se desarrolla- ba un debate entre dos escolares que sostenían dos tesis opuestas. No era una discusión animada, a base de tretas y réplicas ingeniosas, que, poniendo al escolar en frente de lo imprevisto, lo habituase a la ágil contienda del foro, sino la exposición continuada de dos puntos de vista contradic- torios. Verdadera retórica, en suma, en el peor sentido de la palabra, para procurar a los futuros oradores manera de halla argumentaciones de gran efecto, se buscaban temas impresionantes y extravagantes, y esto perjudicó al buen 232 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA gusto y a la propia elocuencia, que se ensenaba con proce- dimientos tan miseramente escolasticos. A estos ejercicios delante del retor podia ser admitido el publico, y sobre todo las familias de los escolares. Puede imaginarse lo faciles que debian de ser los triunfos cuando, encontrandose la debilidad paterna y materna con la vanidad del retor, ávido de lucro, se cubría de alabanzas al mucha- chuelo, el cual, transformándose en Aníbal, había razona- do un buen espacio para persuadirse a sí mismo y al público de la necesidad de cruzar los Alpes. Ciertas formas de aca- demia escolástica no aprovechan ni siquiera el carácter. ¡Esto da pena cuando pensamos en lo que debía de ser la arrolla- dora elocuencia de un Cayo Graco! IV Y no acababa aquí la desdicha. Abierto el camino al éxito fácil ante un público complaciente, también les vino a los adultos el deseo del fácil aplauso. Y daba ocasión para ello la costumbre introducida por Asinio Polión, un con- temporáneo de Augusto, de dar lecturas públicas; se leían poemas, tragedias; más tarde también discursos. Objeto de estas lecturas era probar el criterio del gran público con un primer ensayo de las disposiciones de la crítica ante un círculo restringido de competentes. La idea en sí no era mala. Pero en realidad las lecturas públicas llegaron a tener su finalidad en sí mismas. Un conferenciante con una gran banda en torno al cuello, curiosa moda sugerida tal vez por el escrúpulo de no forzar la garganta,’ leía largo y tendido sus versos ante un público de amigos, los cuales, aplaudidos ayer, quedaban a deber una restitución de aplausos, o aplau- diendo ellos primero, se creaban un crédito para mañana; sin contar clientes hambrientos que se conmovían y aplaudian gritando You», «euge» | para ganarse una comida, o sin contar la gente vanidosa que iba a sentir recitar, como van todos hoy a las conferencias, sólo para dárselas de inte- lectuales. Plinio da importancia a las lecturas públicas; Marcial, el mayor poeta de la misma época, se burla de ellas. Esta diversidad se puede explicar de varias maneras: Plinio es un hombre que se lo toma todo en serio. Marcial se chancea LA VIDA INTELECTUAL 233 de todo; Plinio es un senor, vive la vida del gran mundo y ha de aceptar la moda y mostrar que la aprueba; Marcial es un cliente cínico, impuro e impúdico, que no tiene mi- ramientos sino para quien le da de comer. Pero tal vez, pecando de maliciosos, hallaríamos que el entusiasmo de Plinio por las lecturas públicas admite también otra expli- cación; Marcial era tan gran artista, que no sabía qué hacer con los aplausos obligatorios; tenía de su parte la inspira- ción, la agudeza, el genio; y el reconocimiento de sus cuali- dades era tan vasto y tan seguro, que podía prescindir de los aplausos obligatorios de salón; Plinio, en cambio, tenía gran interés en considerar serios y ecuánimes juicios que se formaban en el chismorreo de las capillas literarias, adonde se iba a aplaudir y a hacerse aplaudir. Notas al capítulo XV l. Quaest. Rom., 59. 2. Todo depende de cómo se entiendan dos versos de Marcial, X, 62. vs. 16-12): Ferulaeque tristes, sceptra paedagogorum, Cessent et Idus dormiant in Octobres. (Cesen las tristes férulas, cetros de los pedantes, y puedan descansar hasta los idus de octubre.) (T.) Según algunos, desde el primero de julio a la mitad de octubre, había oficialmente vacación, y los versos referidos se dirigían en tal caso a un maestro demasiado celoso, que tiene abierta la escuela en un periodo en el cual tendría que estar cerrada. Para confirmar esta interpretación se cita un verso de Horacio fSat., I, 6, v. 75), en que el poeta alude a la retribución que los niños de su país pagaban al maestro. Anora bien, de aquel verso se tiene una doble redacción; en los mejores manuscritos se lee: ibant octonos referentes idibus aeris, «iban a la escuela llevando cada mes la retribución de ocho ases»; pero quien quiera ver en Marcial una alusión a las pretensas vacaciones oficiales de verano lee en Horacio, con los manuscritos menos autorizados: octonis idibus aera, «el dinero debido por los ocho meses de escuela». Otros, en cambio, rechazando, según nosotros con razón, la aproxi- mación del verso de Horacio con el epigrama de Marcial, entienden que, aunque hubiese la costumbre de llevar a los niños al campo hasta la mitad de octubre, no se trataba de veruaderas y propias vacaciones estivales, puesto que en esta última hipótesis mal se comprendería el ruego dirigido al Iudi magister, sino de una costumbre observada por todos los que tenían la posibilidad de ir al campo. Hasta en el verano las escuelas debían con- tinuar estando abiertas, aunque poquísimo frecuentadas; Marcial invita precisamente al maestro a cerrarlas. 3. MARCIAL, X, 62. 4. Epist., II, 1, vs. 70-71. 5. PRUDENCIO, Perist., X, 696; LIBANTO, Or., XIX, 48. 6. VII, vs. 230-36. 234 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 7. Para que el lector no se encuentre en la misma perplejidad del retor que va a tomar el baño, advertimos que la madrastra de Anquémolo, como nos informa Servio, se llamaba Casperia. Anquémolo fAen., X, 389) era un compañero de Turno y murió por mano de Palante: Hine Sthenium petit cet Rhoeti de gente vetusta Anchemolum, thalamos ausum incestare novercae. (Luego ataca a Estenio y a Anquémolo, del antiguo linaje de Reto, que osó incestar el lecho de su madrastra.) (T.) 8. Propiamente las suesoriae habituaban al género deliberativo; las controversias, al judicial. De unas y otras ha conservado el recuerdo Séneca el Viejo, quien, en virtud de una memoria prodigiosa, pudo redactar las más célebres entre las oídas en su juventud a oradores famosos (Oratorum et rhetorum sententiae, divisiones, colores; un libro de Suasoriae y diez de Controversiae). 9. MarctaL, VI, 41. 10. ¡Excelente! ¡Bravo! (T) CaPITULO XVI PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA, PERIODICOS, CORREOS I, Papiro y pergamino, otras materias para escribir. — 11, Limi- tada producción de materias para escribir. — II]. El papiro. — IV. El pergamino, — V. El libro. — VI. La tinta. — VII. La pluma. — VIII. Las tabletas enceradas. — IX. Actas públicas y periódicos, — X. Esclavos empleados en la escritura. — XI. Li- breros; editores, — XII. Bibliotecas privadas y públicas. — XIII. El correo en la época romana. I Los romanos escribían de preferencia en papiro (papyrus, charta)! y sobre pergamino (membrana); pero no únicamente en estas materias; los griegos, como también los egipcios, hicieron abundante uso de las tejuelas ( ùstpaxa ); * los romanos, de las tabletas enceradas y, para ciertos documentos, del marfil; el marfil servía también para la confección de ele- gantes cuadernillos.* Se usaba además otro material que es- pecificaremos en seguida. Con el papiro y el pergamino fue resuelto en aquella época del mejor modo posible el problema de tener una su- perficie sobre que escribir. Era un problema originado con la escritura; y la invención del alfabeto, poniendo la escri- tura al alcance del mayor número de personas, lo había hecho más agudo. Pero no era de solución tan fácil como algunos podrían figurarse. Escribir, bien; pero ¿dónde? Y desde los primeros tiempos, y durante buen espacio,‘ los hombres continuaron escribiendo donde se les ofrecía: * en las paredes, en las mesas de madera,” en las puertas, en la piel de varios animales, sobre todo pergamino (véase 236 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA pag. 240) y cuero, pero también en la piel de reptiles y perros, en hojas, en cáscaras de frutos, en tejidos de seda o de lino, en láminas de plomo (v. pág 371). De plomo se tenían también volúmenes, en los cuales se conservaban actas públicas.? Como substituto del papiro todos usaban el tejo.” El que estudiaba geometría trazaba figuras sobre una tableta espolvoreada de arena." Escribe Plutarco * que cuando Platón fue a Sicilia a la corte de Dionisio el Tirano, todos le tomaron tanta afición a la geometría que en el pa- lacio real siempre había gran polvareda. II Cuando decimos que el papiro y el pergamino tenían el empleo que tiene entre nosotros el papel, debemos también advertir que aquel papel de los antiguos era, no sólo más engorroso y pesado, sino mucho más costoso y, en compa- ración con el papel de nuestros tiempos, infinitamente más raro. Esta diferencia entre la Edad Moderna y la Antigua, en cuanto a disponibilidad del papel, se halla entre sus di- ferencias más profundas y se ha revelado como abundante en importantes efectos; de tal modo, que las dos edades se podrían contraponer como «la edad del poco papel», la anti- gua, y «la edad con demasiado papel», la moderna. Se afirma, con razón, que con la invención de la imprenta se ha iniciado una era nueva en la historia de la civilización humana; muchos, sin embargo, no reflexionan lo bastante en que aquella invención hubiera quedado estéril si no la hubiesen precedido, en algunos siglos, las invenciones que condujeron a la fabricación del tipo de papel que empleamos nosotros; * esto es, si los hombres modernos no pudiesen disponer de cuanto papel deseen, procurándoselo sin limitación a un precio absolutamente irrisorio. Hoy, en el mundo, se consume sólo en un dia más papel que todo el papiro y el pergamino que se consumían en la época romana durante muchos años, aun teniendo en cuenta que los pueblos antiguos más civilizados escribían muchí- simo, mantenían correspondencias epistolares, firmaban re- cibos, redactaban actas públicas y privadas de todo género, tomaban apuntes, anotaban cuentas, llevaban registros, pu- blicaban libros, ordenaban bibliotecas. Nosotros, los hom- j See willie LA EFCCIÓN Relieve del Museo de Treveris. RETRATO DE UNA JOVEN CON TABLETAS Y PUNZON DF. ESCRIBIR Pintura mural, Napoles. LA ANOTACIÓN DE LOS ARRFNDAMIFNTOS Fragmento de un relieve existente en Tréveris. PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA 237 bres modernos, en cambio, vivimos en un mundo inundado por el papel; somos ricos y no nos acordamos ya de que, en cuanto al papel, un tiempo éramos pobres, y no se nos ocurre que sin el papel el tenor de la vida moderna sería Fig. 87. — Instrumentos para escribir. Pintura mural pompeyana. (De Bliimner, Die róminsche Privataltertumer.) imposible, como seria imposible la vida material sin el agua. Precisamente porque abundan tanto el papel y el agua no comprendemos cómo y por qué habrían de faltarnos. Y, sin embargo, un tiempo no había papel, o lo había en cantidad limitada. Ahora bien, determinar si una disponibilidad tan grande de papel es un beneficio providencial que debemos a la ingeniosidad humana, y no, más bien, una común des- eracia, es cuestión que cada cual puede resolver como guste. La verdad es que para quien tiene ganas de escribir, el hallar donde hacerlo ya no constituye una dificultad; podrán faltar las ideas, el buen sentido, el criterio de la oportunidad; tal vez la gramática; pero el papel no faltará nunca. La facilidad de hallar papel invita a escribir en él todo cuanto se nos ocurre: cosas bellas, cosas útiles, cosas con- 17 238 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA movedoras, altos pensamientos y hasta necedades; porque ` muchísimos las escriben, y a veces, precisamente por ha- berlas escrito, hallan aprobación y se enriquecen; pero, de- jando grandes e inquietantes dudas en los que no quisieran escribirlas y, a pesar de ser advertidos por los hechos, no pueden menos de preguntarse a veces: «¿No escribiré yo también tonterías, sin darme cuenta?» II Las primeras fábricas de papel de papiro surgieron en Egipto, donde crece la planta que suministra a su elabora- ción la primera materia. Las capas inferiores de la madera del papiro eran cortadas en largas fajas (phylirae), que, dis- puestas una junto a otra, en su longitud, y haciéndolas adhe- rirse luego a otras cintas sobrepuestas a lo ancho, llegaban a formar la charta. El papiro de fabricación egipcia es tosco a causa de la desigualdad de su superficie, formada por las fibras. Los ro- manos perfeccionaron los procedimientos de su fabricación, pues lograron hacer perfectamente lisa la superficie del papel, comprimiéndolo con la prensa o batiéndolo con el mazo. En Roma había almacenes de papiro (horrea char- taria) y talleres fofficinae) de papiro; entre éstos fue fa- mosa la officina de un tal Fanio, * de la cual salieron los primeros papiros más a propósito para la escritura. Se dis- tinguía, en efecto, el tosco papel (charta) egipcio, llamado amphytheatrica (porque era elaborado en Alejandría, cerca del anfiteatro), del papel llamado Fantana, que era más ligero y más alisado. Del papel de papiro había diversas ca- lidades; la más fina, antes de Augusto, era llamada hiera- tica, y después de Augusto, con el nombre del príncipe, Augusta; el más basto, que no servia para la escritura, char- ta emporeutica, esto es, «papel mercantil», y servía para embalaje. En las páginas del papiro, una sola cara servía para escribir; en la parte posterior (aversa charta), o no se es- cribía, o se servían de ella como expediente; así, fragmentos de nobles poetas llevan en el dorso cuentas, anotaciones do- mésticas, etc. Cuando, raramente, el papiro estaba escrito en sus dos caras, se llamaba opisthographum, El que para PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA 239 escribir utilizaba un papel menos fino, y por ello no per- fectamente liso, antes de utilizarlo lo raspaba con una es- pecie de peine de marfil (y el papel se llamaba entonces charia dentata),* o con una concha.” El tamaño del papel variaba según los usos. Había el papel de cartas (charta epistolaris) y el papel para libros. En los documentos, hasta la época de César," se escribía en sentido longitudinal, como hacemos nosotros; pero tam- bién entonces lo que se anadía cuando ya no quedaba sitio se escribía a lo ancho, aprovechando el poco espacio blanco que siempre queda en sus márgenes, ™ costumbre que hoy, no podríamos decir por qué, halla más simpatía entre las señoras que entre los hombres. El libro estaba formado de una serie de paginas (pagi- nae, plagulae, schedae) que, luego de haber sido expuestas al sol, para que secasen bien, eran pegadas por el lado más ancho y arrolladas. La longitud normal de cada rollo (scapus) era de veinte páginas. Las fábricas de papiro daban al co- mercio scapi con páginas ya encoladas. Por lo general, en cada página se escribían dos columnas; la altura de la co- lumna, teniendo en cuenta un alto margen arriba y abajo, correspondía a la anchura del scarpus; por esto las columnas eran paralelas. Escribir en aquellos rollos no era cómodo; era necesario mantener el libro arrollado por arriba y en su fondo, pocurando que no se desenrollase; y, si no, de- jarlo que se arrastrase por el suelo por una y otra cara, con el peligro de que se ajase o rompiese. Por eso se recurría al sistema de comprar páginas sueltas y hacerlas pegar, después de haber escrito en ellas, por un hábil encolador (glutinator). * IV El uso de la piel de los animales como materia para escribir es, como ya se ha dicho, antiquísimo. Muchos eran los animales desollados para las necesidades de la escritura; víctimas del progreso, prestaban servicio a la cultura entre- gándonos su pellejo. Útil sobre todas las demás demostró ser la piel de la oveja. * Bajo Eumenes de Pérgamo (197-159) se halló el modo de hacer la piel tan fina y blanda, que, puesto que el Egipto había prohibido la exportación del papiro, el pergamino (membrana) pudo substituir al papiro 240 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA egipcio. En Roma, sin embargo, el pergamino no fue nunca abundantemente utilizado: costaba relativamente caro y servía únicamente para los libros. No, por ejemplo, para papel de cartas. Con todo, florecia la industria del pergamino y habia las tiendas de los membranarii. Tampoco el papiro y el pergamino eliminaron del uso materiales menos idóneos; en efecto, se continuó escribiendo en tejuelas, en cueros, en tejidos, etc. Los documentos que se quería fuesen expuestos en público eran transcritos en tablas blanqueadas con yeso (tabulae dealbatae), y cuando se quería asegurarle larga du- ración, grabados en piedra, en bronce o en mármol. A esta costumbre se debe que grandísimo número de epígrafes grie- gos y latinos hayan llegado hasta nosotros, con incalculable ventaja para nuestros conocimientos históricos y de antigúe- dades clásicas. y Por cuanto se ha dicho, el lector se habrá formado ya una idea de lo que debía de ser materialmente un libro an- tiguo: * una larga faja de papiro que se conservaba arro- llada (volumen) y se leía desarrollándola. Si se piensa en la facilidad de lectura y de consulta de nuestros libros, se hará evidente el carácter poco práctico del libro antiguo. Y lo paciente de su lectura, así como aquel continuo arrollar de una parte y desarrollar de la otra nos parece que de- bería de causar mucho fastidio; e imaginemos ahora el tiem- po que perdía quien hubiese de buscar una cita, o compa- rar pasajes, volver a encontrar una línea señalada, desarro- llar un rollo únicamente para hacer una corrección o una anotación. También el libro de pergamino, por mucho tiempo con- sistió en una faja arrollada. Una innovación, que tuvo im- portancia decisiva en la historia del libro, fue introducida cuando se pensó en hacer del pergamino un uso diferente: plegarlo, esto es, cortarlo de manera que formase cuadernos (quaterniones). Estos cuadernos, cosidos y reunidos con una cubierta (codices membranei), * tenían el aspecto de un libro muy semejante al nuestro. Las páginas más ásperas (la parte del vellón) coincidían, así como también las más lisas (la parte de la carne); estas últimas, además de ser mejores para la escritura, tenían un color más claro; % pero se es- PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA 241 cribia en unas y en otras, con notable ventaja sobre los libros de papiros. El uso de aquellos códices (para el nombre, véase página 246) de pergamino comenzó en el período imperial; la primera señal de ellos se tiene en la época flavia.* Pero, a pesar de su mayor carácter práctico, no tuvieron mucha difusión; el alto coste del pergamino con respecto al papiro mantuvo vivo durante toda la época romana el tradicional e incómodo uso de los rollos de papiro. Añádase que los códices no suprimieron nunca en aquella época el uso de los rollos de pergamino. Los márgenes extremos del rollo de papiro, arriba y abajo, se llamaban frontes, y como eran los únicos no enco- lados, podian fácilmente deshilacharse; con todo, se los igualaba, rasándolos cuidadosamente para quitar toda discon- tinuidad y desigualdad, y alisándolos con la piedra pómez; arido modo pumice expolitus, dice Catulo, * para decir un libro nuevo y de hermoso aspecto (lepidus). La perfección de los márgenes era la primera elegancia del libro, y también había la costumbre de tenirlos de colores vivaces. La faja de papiro se arrollaba, comenzando por el fondo, en torno a un bastoncito de madera o de hueso, llamado umbilicus. Generalmente era un umbilicus sólo, pero en al- gunos libros se ponía uno en la parte de arriba y otro en el fondo. Las partes salientes del umbilicus se llamaban cornua. En los libros de lujo el umbilicus estaba teñido con colores vivaces o dorado. En el margen superior del rollo se ataba un cartelito de pergamino * con el título del libro (titulus, index, sudkafoz ). El libro de papiro estaba expuesto al riesgo de un fácil deterioro; si se lo dejaba en lugar húmedo se enmohecía, las letras se descolorían y babeaban, las páginas se defor- maban y se hacía difícil la operación de desenvolver y en- rollar el volumen. Además, había el peligro gravísimo de que se apolillase. Las polillas eran la plaga de los libros de entonces, como las ratas de los nuestros. Para conservar los rollos no había más remedio que untar sus páginas con aceite de cedro, * muy bueno para defender el papiro de las polillas y de la humedad; por esto el papiro adquiría un aspecto amarillento y brillante; el rollo, además, cuando importaba su conservación, era revestido de una funda de pergamino (membrana) teñida de colores vivos, y se conser- vaba junto con otros dentro de arquillas. 242 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA VI La tinta era generalmente negra, de donde su nombre latino: atramentum. El tintero fatramentarium) tenia varias formas muy sencillas; según las representaciones que te- nemos de ellos, parece que usualmente tenía la forma de dos recipientes cilíndricos soldados, cada uno con su tapa- dera (fig. 86). La tinta se obtenia mezclando varios ingre- dientes: hollín de resina o de pescado, heces de vino, negro de sepia. En su composición entraban siempre substancias gomosas. Se formaba con ellas una pasta negra que, diluida cada vez, daba la tinta para escribir. Era menester mucho cuidado para no diluirla excesivamente, porque de otro modo quedaba descolorida y goteaba de la pluma. ™ Se usaba tam- bién la tinta roja, pero sólo en los libros, para dar relieve al título. Se ha comprobado que para ciertos usos de corres- pondencia clandestina se usaban líquidos invisibles (algo así como nuestra tinta simpática), que no se revelaban sino mediante procedimientos especiales. * En esto de los subter- fugios, el hombre se nos muestra en todas las épocas singu- larmente ingenioso, y en cuanto a fraude, se adelanta siempre a los tiempos. Un sistema de escritura invisible consistía en servirse como tinta de la leche fresca; el que recibía el escrito lo espolvoreaba con polvo de carbón y las letras se volvían negras. * La resistencia de la tinta variaba según sus cualidades; queda demostrado por los papiros egipcios y por los de Herculano, que los antiguos, además de tintas malas, que fácilmente se podían borrar, disponían de tintas tenacisimas y de duración indefinida. Los primeros, que han permane- cido durante mucho tiempo sepultados en la arena, después de haber sufrido la mayoría la deshonrosa suerte del pa- pel de estraza (hoy preciosos regalos; desperdicios y barre- duras en época lejana), presentan letras de visibilidad per- fecta. Los papiros de Herculano son rollos de papiro” que, luego de haber permanecido sepultados dentro de una capa de cenizas húmedas, por la erupción del 79, volvieron a la luz en la época borbónica, cuando, por las particulares con- diciones en que habían venido a encontrarse durante siglos, habían tomado aspecto y consistencia de verdadero y propio carbón. Desarrollar aquellos papiros es hoy cosa dificil. PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA 243 porque el papiro ha perdido toda elasticidad; cuando se quiere desarrollarlo no ofrece resistencia y se pulveriza. Con todo, tanta es la bondad de su tinta, que las paginas recuperadas se leen sin dificultad. Sobre el negro brillante del fondo se distingue perfectamente el negro opaco de las letras. Pero también estaban en uso tintas muy poco adherentes, tanto, que en la mayor parte de los casos bastaba pasar por el papiro una esponja humedecida para quitar todo rastro de tinta: «dar con la esponja» significa borrar. Augusto habia comenzado a escribir una tragedia cuyo argumento giraba en derredor de Ayax, el héroe griego que se suicidó arrojandose sobre la punta de su espada; a cierta persona que preguntaba a Augusto en qué punto se hallaba su Ayax, respondió: in spongeam incubuit,* «se ha arro- jado... sobre la esponja». Era hombre ingenioso, y descon- fiando de sus cualidades de poeta trágico, antes de matar a su héroe había matado a su tragedia. Marcial, a un mal poeta, escritor de malos poemas, le aconsejaba que cantase el diluvio de Deucalión, porque el agua era materia exce- lente para tales cantos. * Era una graciosa manera de decir: «Bórralo todo con la esponja, hombre latoso, y deja en paz a las Musas.» Calígula * obligaba a los poetastros a borrar sus poesías lamiéndolas. ¡Castigaba con la lengua los deli- tos de la pluma! Y al llegar aquí invitamos al lector a hacer una consi- deración: cuando hoy nos damos cuenta (ocurre muy a me- nudo) de haber escrito algo malo, por ejemplo, una noticia imprudente, un artículo flojo, una poesía idiota, una relación administrativa poco clara, una carta malintencionada a un hombre que no la merecía, apenas el buen juicio y el sen- tido de autocrítica recuperan —si es que lo recuperan — su predominio, hacemos la debida justicia de aquellas hojas garrapateadas y las tiramos al cesto de los papeles después de haberlas rasgado o apelotonado. Estas ejecuciones suma- rias de los propios escritos, en la Antigüedad no podían ocurrir de este modo, por dos motivos evidentes: porque papiro y pergamino, se ha dicho, eran materias costosas, y antes de destruirlos era menester pensarlo dos veces; y también por la razón material de que el desgarrar papiro y pergamino, para quien no tenga manos robustas, es una tarea bastante difícil. Entonces, si con el escrito se quería 244 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA también destruir el papiro o el pergamino, se echaba todo ello en la lumbre, o, de otro modo, se recurría al juicioso sistema de la esponja. O fuego o agua. Marcial invitaba a aquel mal poeta a quien indicaba como tema el diluvio de Deucalión, que tratase, si mejor le parecía, el incendio de Faetón. Horacio escribía a una amiguita suya: * «¡Oh hija de hermosa madre, más hermosa todavía!; pondrás el fin que tú quieras a mis versos malignos, o con la llama, o en el mar Adriático.» También aquí, pues, fuego o agua. Noso- tros diríamos, en cambio: «Rasga esos versos; rásgalos y hagamos las paces y no pensemos más en ellos»; porque ésta es precisamente la conclusión a que llega Horacio. VIE A los antiguos no les eran desconocidas las plumas de metal, con la punta dispuesta de tal modo que sirviese coma plumilla. Estas plumas eran de bronce, y en las excavaciones arqueológicas han salido a luz cierto número de ellas; pero como instrumentos para escribir representan una rarísima excepción, y esto nos hace suponer que aquellas plumas de metal debían funcionar pésimamente. De costumbre, para trazar las letras sobre el papiro y sobre el pergamino se utilizaba una cañita a que se había sacado punta (calamus) o una pluma de pájaro (penna), igualmente afilada y con la punta hendida de manera que su extremidad venía a te- ner el aspecto de una plumilla, como ocurre en la pluma de ganso de nuestros abuelos, con la cual se han escrito tantas obras maestras. Hoy las plumas son más perfectas, pero las obras maestras cuestan de salir de ellas. Los cá- lamos mejores procedían de Egipto o de Cnido. Cuando el cálamo se despuntaba se cortaba con un cuchillito (scalprum ); el que no tenía paciencia para esto, lo cambiaba; para ello, cuando se escribía se tenían siempre al alcance de la mano varios calami (fasces calamorum)* y se conservaban en un estuche (theca dldbraria),* VHI Billetes, cartas breves, apuntes, recibos, se escribían so- bre tabletas enceradas (cerae), y también los primeros es- bozos de una obra literaria.* Sabemos que se utilizaban PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA 245 las tabletas en ciertas prácticas mágicas, y si una mujer experta en hechicerías escribía en ellas el nombre de su amante y luego dibujaba su figura, pinchándole el hígado con largo alfiler, aquel desgraciado lo pasaba muy mal. * Fig. SS. — Tabletas enceradas. 1, diptychon (parte externa) y estilo; 2, diptychon (parte interna) y estilo. (De Bliúimner, Die rominsche Privutaitertumer.) La cera solia ser coloreada, de matiz oscuro, lo cual explica el adjetivo de tristes que Marcial usa para las cerae,* tam- bien el sanguinulentus color,“ a que alude Ovidio, se entiende como color rojo oscuro; pálido, no encendido. Se esparcía la cera en el interior de las tabletas, cuyos bordes estaban levantados; para este objeto el interior es- taba ligeramente excavado de modo que la cera quedase en él fijada y bien contenida. Por lo común se juntaban varias tabletas, mediante un cordoncito pasado por agujeros prac- ticados en el borde; por esto las cerae eran llamadas duplices, triplices, quinquiplices, etc., según el número de las tablas de madera de que estaban compuestas. Se indicaban también con el nombre griego de diptycha, triptycha, polypticha. 246 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA El conjunto de varias tablas se llamaba en los primeros tiempos caudex o codex;* cada tableta se cubría de cera por las dos caras, pero en el diptychon se enceraban sólo las partes interiores; tenía, por lo tanto, el aspecto de un librito (fig. 89); las dos caras exteriores hacían en cierto modo el oficio de cu- biertas. Sobre la an- terior algunos labra- ban su propio nombre. La palabra caudex extendió después su significado, de modo que comprendía tam- bién las tablas públi- cas y, luego, los li- bros de pergamino a que también nosotros llamamos «códices», hasta el punto de que para nosotros sólo son códices los de per- gamino y de papel; Fig. 89. — Tabletas enceradas. y como en el bajo Im- Triptychon. perio las constitucio- (De Bliimner, Die róminsche Privatalter- nes imperiales circu- laban en el comercio transcritas en códices de pergamino, se Mamó Coder a una compilación de constituciones privadas (Coder Hermoge- nianus, Coder Gregorianus) u oficial (Coder Theodosianus, Codex Iustinianus), y más tarde, hasta nuestros tiempos, tomó el nombre de código toda compilación orgánica de normas legislativas (Código civil, Código penal, etc.), La pa- labra, por lọ tanto, ha experimentado una notable derivación de sentido, porque caudex (literalmente «tronco de árbol») no puede indicar con propiedad sino un objeto en que pre- domine la madera, como eran las tabletas enceradas, de don- de partió la historia de una palabra tan afortunada. En el más tardío uso común, las tabletas se llamaban codicili o pugiliares, en especial las de más reducido tamaño, y también vitellani; estas últimas, verosimilmente muy pe- queñas y elegantes, parece que servían para el cambio de citas amorosas. * PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA 247 Las tabletas enceradas sugerían hasta la forma del có- dice de pergamino, porque, como variedad de las tabletas de madera y cera, se las fabricaba también de marfil y de pergamino; estas últimas, verdaderos y propios cuaderni- tos, * o bien minúsculas ediciones poco engorrosas para usar- las sobre todo en viaje (su primera mención se halla en Marcial), * deben ser consideradas como los más antiguos ejemplares del códice de pergamino, y por lo tanto, del mo- derno tipo de libro. En la cera se grababan las letras por medio de un ca- nutito largo, delgado y puntiagudo, que se llamaba stilus o graphium, lo cual se llamaba arare o exarare, propiamente «trazar un surco». En la otra extremidad del stilus había una pequeña espátula redonda o llana, la cual servía para borrar algunas de las letras ya trazadas, o para restituir a la cera la igualdad de una superficie uniforme; stilum ver- tere significa, por lo tanto, «corregir, modificar», Se ha observado que algunas palabras que hoy siguen usándose referentes a la escritura se refieren en sus orígenes a la escritura sobre tabletas. Stilus, en efecto, acabó por significar en latín el «ejercicio de escribir» y exarare, «trazar letras», aunque lo fueran con pluma y tinta, y hoy, en el lenguaje curialesco, se dice «exarar» en el sentido de escribir de «puño y letra» (por ejemplo, «el testamento exarado de Fulano de Tal»). Del stilus, además, se ha originado el mo- derno «estilo», palabra noble, que significa la más exquisita expresión de la personalidad de un escritor en la elección y el movimiento de las palabras. «El estilo es el hombre», ha dicho Buffon; al principio, en cambio, era un simple canu- tito agudo de hierro, de hueso, de marfil, y servía para ras- gunar la cera. * Las tabletas enceradas eran el medio más adecuado para transmitir misivas secretas, particularmente entre amantes, y en este caso, para que entre el remitente y el destinatario no se entremetiese la curiosidad del portador o de algún otro indiscreto, se ataban con un cordelito (lintum) “ y se sellaban. Elemental prudencia contra los muchos que en todos los tiempos tienen la manía de entremeterse en los asuntos de los demás; hacen mal y justifican las precauciones. Do = YX VIDA EN tA ROMA ANTIGUA IX A pesar de la relativa escasez de materias para escribir (v. pag. 236), en el] mundo romano se escribia muchísimo desde los dos últimos siglos de la República. La misma ad- ministración del Estado, por la necesidad que tenía el poder central de mantener continuas relaciones con los magis- trados trasladados a las provincias y con los magistrados locales de los centros menores, imponía un considerable gas- to de papel. También circulaban, en hojitas volantes, copias de los Acta diurna populi, publicación oficial que notificaba los actos públicos más importantes (senadoconsultos, edictos de magistrados, más tarde constituciones imperiales). Además, según parece, noticias de carácter mundano, crónica ciudada- na en el sentido específico de la palabra. Los originales eran conservados en los archivos públicos y fueron una pre- ciosa fuente de información para los historiadores sucesivos. Pero guárdese el lector de pensar que el diario tuviese en Roma la difusión, la variedad de contenido y, por consi- guiente, la importancia que tiene hoy. Había, sí, una forma embrionaria modestísima de periódico; no había periodistas ni periodismo. El carácter particular que la prensa cotidiana da a nuestra civilización faltaba absolutamente en Roma. si bien ya entonces, como lo da a sospechar un corresponsal de Cicerón, * en el periódico eran acogidos también los ru- mores que circulaban ffabulae, rumores). Pero ¿cuándo no ha sido chismoso el hombre? Las copias de los Acta diurna circulaban por Roma y eran mandadas a las provincias, lle- vando a ellas un hálito de la capital. Pero eran informadoras muy parcas; de una ojeada, el lector podía ponerse al co- rriente de todo. El romano antiguo era un romano sin «gran- des rotativos». * x En las clases mas altas se consumía también mucho pa- pel. Un hombre influyente que tomase parte activa en la vida publica tenia mil ocasiones para escribir, debia man- tener correspondencia con gran numero de personas, escribir por anticipado sus propios discursos, cuidar, ademas, su PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA 249 edición. Y muchos también escribían libros, porque, como se ha observado, son muy raros en Roma los hombres in- signes en la vida pública que no han enriquecido con alguna obra la literatura de su tiempo, ya con obras cientificas, en las cuales se conservase el resultado de experiencias ad- quiridas en alguna rama del saber, ya con composiciones de carácter más propiamente literario. César, Augusto, muchos de los emperadores fueron literatos y poetas. Lo que los romanos llamaban otium, entendiendo con esta palabra el tiempo libre de las tareas públicas (negotta), era un ocio laborioso en el cual anualmente se consumían muchos rollos de papiro. Y muchos requería la administración del patri- monio familiar que todo paterfamilias llevaba con la dili- gencia más escrupulosa, y exigía la obra de secretarios, te- nedores de libros y simples escribanos, que se pasaban el día escribiendo. Por esto en las grandes familias había cierto número de esclavos dedicados a la escritura (genéricamente librarii o amanuenses). Los encargados de escribir al dictado la correspondencia o de copiarla se llamaban servi ab epistolis (a litteris, a codicilis). XI El dueño de la casa hacia también copiar libros a los esclavos, libros que él mismo había compuesto o libros es- critos por otros, destinados a la biblioteca doméstica; si era menester, les encargaba que cotejasen la copia de un libro que él poseía con otra más exacta, para rectificar su texto. Pero a contar desde los últimos tiempos de la Repú- blica, para la adquisición de los libros se prefirió recurrir al librero (bibliopola), comprando una copia que estuviese disponible o encargándola. Y éste debía de ser el caso más frecuente; en efecto, el número de las copias en venta debía de ser en extremo limitado a causa del mucho tiempo que requería la transcripción. Los libreros eran numerosos en Roma; sus tiendas se hallaban en el Argiletum (v. pág. 44) o en sus inmediaciones. Tenían a su disposición gran número de amanuenses; cuando una obra era muy solicitada se dictaba a un mismo tiempo a varlos amanuenses. La figura del librero en una época sin tipografías y sin leyes que protegiesen la propiedad intelectual, se confunde 250 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA con la del editor; grandes libreros y editores fueron, en la época de Cicerón, Tito Pomponio Ático; * en la época de Augusto, los hermanos Sosii,* en la época flavia, Trifón (Tryphon),* editor de Marcial y de Quintiliano, además de los menores, como Atrectus = Secundus * y otros. XII En una sociedad culta en la cual estaba muy difundida la costumbre de vastas lecturas aun entre hombres ocupados en los asuntos públicos, el comercio librero era muy intenso, como podía serlo en una época tantos siglos anterior al arte de la imprenta. Era grande el número de las bibliotecas pri- vadas; en las familias señoriales la mayoría poseían varias, en sus casas de la ciudad y en sus villas. Eran a veces biblio- tecas considerables, como, por ejemplo, la del poeta Persio, *” legada por él en testamento a su maestro Anneo Cornuto. También en las termas había bibliotecas para uso de sus frecuentadores. Durante el Imperio, reanudando una costumbre de los Estados helenísticos, se comenzaron a abrir grandes biblio- tecas públicas. La primera fue fundada por Asinio Polión, en el Atrium Libertatis (que era la residencia de los censo- res); tenía un aspecto magnífico, y estaba adornada con las estatuas de los más grandes autores; la segunda fue abierta por Augusto en una construcción con pórticos, anexa al templo de Apolo, en el Palatino. Poseía gran número de ejemplares de autores griegos y latinos y una riquísima colección de obras jurídicas. Se alzaba en ella una estatua colosal de Augusto, representado en figura de Apolo, y, como en la Biblioteca de Asinio Polión, estaba adornada con imágenes de escritores ilustres, incluso los grandes orado- res. Augusto añadió una biblioteca menor a la Porticus Oc- tavia.** Rápidamente se fueron multiplicando las bibliote- cas públicas, por obra de Tiberio (en la Domus Tiberiana, en el Palatino), * de Vespasiano (anexa al Templum Pacis), * de Trajano, que en su foro quiso que se alzase una de las más ricas bibliotecas de Roma, la Bibliotheca Ulpia.* Fue construida una biblioteca más tarde en el Capitolio. “ En el siglo 1v de Jesucristo (v. pág. 4) las bibliotecas públicas en Roma eran veintiocho. PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA 201 XIII Si el hablar de libros ha hecho necesario añadir estas breves noticias acerca de los libreros y de las bibliotecas de Roma, nos parece que en este capítulo, en que, por afi- nidad de materia, se habla de libros y de correspondencia epistolar, algo faltaría si no añadiésemos alguna breve in- dicación acerca del funcionamiento de los servicios postales en Roma. Se ha observado más arriba que en la facilidad con que nos procuramos ei papel debemos ver una de las más esen- ciales características de nuestra época en comparación con la antigua. Ahora añadiremos otra, esto es, la comodidad, la rapidez y el coste mínimo de los servicios postales. En la Antigúedad el correo existía, pero sólo servía a las auto- ridades del Estado, pues las autoridades residentes en la capital tenían que estar siempre en contacto con los jefes civiles y militares de las provincias. Este servicio del Estado fue organizado por primera vez de modo estable y continuo en Persia, comenzando en el siglo v a. de J.-C., con Dario de Istaspe, cuyos mensajeros postales son indicados por los autores con el nombre persa helenizado de %Gyyopat; también los Estados helenísticos brotados de la ruina del Imperio de Alejandro dispusieron de un servicio regular de correos; pero el más complejo y mejor ordenado servicio de correos fue obra del Imperio romano. El Estado aseguraba la regularidad del servicio postal estableciendo a lo largo de las carreteras más importantes, por lo común las vías militares, y a determinados intervalos, correos o bien carros postales que con la mayor velocidad posible llevasen lo que habían recibido a la estación postal más cercana. En el mundo romano, desde Augusto en adelante, el servicio postal, indicado en los textos con varios nombres (cursus publicus, cursus vetricularis, cursus fiscalis, res ve- redaria, etc.), tuvo largo desarrollo y ordinariamente com- plejo. La suprema dirección de las oficinas postales estaba confiada a los praefecti del pretorio, funcionarios de confianza del príncipe. Bajo Constantino, el servicio de correos fue perfeccionado; su vigilancia correspondía a diversos funcio- narios; en las provincias lo dirigían los gobernadores (prae- 202 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA sides), cada uno de los cuales tenía bajo su dependencia a’ un magistrado dedicado exclusivamente al correo (praefectus vetriculorum), A los magistrados que dirigian el correo pertenecia el cuidado de todo cuanto requerian las exigencias de aquel servicio; tenian que conservar carreteras, reparar puentes, proveer el regular funcionamiento de las oficinas locales, ete. Con tal objeto, el territorio de las provincias estaba dividido en varios distritos postales, con un director a su cabeza (manceps), el cual tenía a sus órdenes cierto número de empleados subalternos (apparitores) y encargados de servi- cios particulares; estcs últimos cuidaban del cambio de caba- llos de posta (stationarii), de guiar a los animales (muliones, hippocomi) o de curarlos si enfermaban (mulomedici, esto es, «veterinarios»), del servicio del establo (stratores), de la re- paración de los carros (carpentarii), etc, Los caballos postales eran fuertes y veloces, y los conductores, para que corriesen, no escatimaban los latigazos. Y hasta, según parece, algún postillón grosero, para hacerlos correr más ligeros, se servía del bastón; de modo que la ley hubo también de intervenir para proteger la dignidad del caballo, evitando estos métodos brutales. En efecto, tenemos una constitución de Constan- tino, “ la cual, al paso que autoriza el látigo, prohíbe el uso del bastón. Los gastos inherentes al servicio postal eran soste- nidos por las administraciones locales. Los particulares sólo obtenían ocasionalmente el permiso para valerse del correo del Estado: por lo regular debían atender con sus propios medios al mantenimiento de la co- rrespondencia epistolar; se servían, para las comunicaciones epistolares, de sus esclavos. llamados tabellarii, o, si las car- tas habían de ser entregadas lejos y con rapidez, cursores. Eventualmente, el encargo del envío se confiaba a los amigos o huéspedes de paso, o a mercaderes o correos forasteros procedentes del lugar adonde se dirigía la carta. Cuando un correo partía para una destinación lejana, los amigos del remitente lo aprovechaban para hacer llegar su correspon- dencia a aquel mismo lugar o a lugares de tránsito. En la práctica, entre gente que escribía muchas cartas se formaba como una sociedad de mutua asistencia con fines postales. Este cambio de servicios permitía cierta regularidad en el envío de correspondencia privada, pero también, con esto, no era raro el caso en que la carta, pronta para partir, PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA 203 quedase detenida junto a quien la habia escrito esperando cualquier ocasión de hacerla llegar a su destinatario. Para evitar este inconveniente, el que tenía muchas relaciones políticas o financieras, mantenía entre los propios esclavos un número considerable de mensajeros privados. Pero siempre resultaba ser un servicio insuficiente, * y por añadidura, un gasto enorme, si se considera que el coste de los esclavos estaba unido al del envio; una sola misiva imponía tal vez el gasto de un largo viaje. ¡Y pensar que hoy, con una lira y veinticinco céntimos, se manda una carta de Génova a Tokio! El correo es un oficio delicado, y, por lo tanto, entre otras cosas, se debía llevar mucho cuidado y encargar del envío o a esclavos de segura fidelidad e inteligencia, o per- sonas de cuya reserva se pudiera estar seguro. El contenido, naturalmente, permanecía secreto, y como no existían sobres, la carta, aunque estuviese escrita en papiro, se plegaba de manera que el escrito quedase en el interior; luego se ataba con un cordoncito y se sellaba. El sello, que en la Antiguedad tenía el oficio que entre nosotros la firma, garantizaba la autenticidad de la misiva en el caso de que el remitente no la hubiese escrito de su puño y letra, caso por lo demás raro, porque, por lo general, las cartas eran autógrafas. Para la correspondencia oficial, los magistrados, aun te- niendo a su disposición un personal (apparitores) oficialmente destinado al envío de la correspondencia, se servían habi- tualmente de sus esclavos privados, que utilizaban para viajar con los medios postales públicos. La elección del portador tenía particular importancia cuando se trataba de cartas cuva entrega debiera hacerse con cierta ceremonla. Notas al capítulo XVI 1. Charta (de donde procede la palabra italiana carta (papel), v la española carta con otro significado), en latín es el papiro (del griego Y ABTT Za mase; confrontess apaan, vo descortezo, desuello). 2. Se recordará que tos atenienses llamaban «ostracismo» a una par- ticular forma de destierro decretado por razones políticas contra un ciud- dano; era llamado de este modo, porque el nombre del ciudadano a quien se quería expulsar era escrito sobre una tejuela o concha (de donde el latín tfestularum suffragia [CORNELIO NEPOTE, Them.. 8, 1. Conservamos algunas tejuelas, con el nombre de Megacles, de Jantipo, de Temístocles, También sobre las ánforas del vino los romanos escribfan con pincel el año en que el 1% 254 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA vino habia sido hecho o trasvasado (CIL., XV, 4539: Ti. Claudio P. Quintilio comnistulibusj [ = 13 a. C.] atnte) diem) XIII Ktalendas) Tuntias) mnum. diffusum (est) quod natum est duobus Lentulis co(m)s(ulibus) [ = a. 18 an- tes de J.J]; cfr. Horacio, Od.. III. 21, v. 1: O nata mecum consule Alan- fio; Epist., 1, 5, v. 4: Vina bibes iterum Tauro diffusa «beberás un vino trasvasado en el segundo consulado de Tauro [=26 a. J.-C.]») Son nume- rosas las tejuelas halladas durante las excavaciones en Egipto. 3. MARCIAL, XIV, 5. 4. La difusión del uso del papiro comienza después de la conquista de Alejandro el Grande y la fundación de Alejandría (VARRÓN, en PLINIO EL VIEJO, XILL 69). 5. El mayor número de datos sobre las materias de escribir de los antiguos, se halla en TH. Birt, Das anticke Ruchwesen, Berlín, 1882. 6. En las paredes de Pompeya se hallan escritos, con tinta roja, los manifestos electorales, así como antiquisimas indicaciones militares. T. ARISTÓTELES, Cons, Ath., 7, 1. 8. PLINIO EL VIEJO, XIII, 69. 9. Digesto, XXXII, 52, pr: Volumnia ia tilia, ut nonnulli conficiant, IO. PeRsIoO, 1, v. 131; cfr, ARISTÓFANES, Nubes, vs. 177 y siguientes. 11. Puinto EL Viejo, XIII, 71. 12. Prixio EL Viejo, XIII, 75, 13. CICERÓN, Ad. Qu. fr.. II, 14, 1. 14. Marcial, XIV, 209. 15. Dion, 13, 16. La fabricación del papel es una invención china y se remonta al siglo 11 de J.C.; del Oriente, el uso del papel fue introducido en Europa por los árabes, en el siglo 1x; las primeras fábricas de papel se tuvieron, por esto, en España, pais de cultura árabe, desde el siglo x11, y de allí la industria del papel se difundió por toda Europa (Francia, siglo xn; Ita- lia, XIII, con jas Célebres papeleras de Fabriano; Alemania, siglo xtv). Se obtenia el papel mediante una pasta de trapos macerados en agua. Se ha demostrada que no tenía fundamento la opinión de que en un tiempo existió un papel de algodón. 17. SUETONIO, Divus Iulius, 56. 18. CICERÓN, Ad. Att.. V, 1, 3. 19. Ibid., IV, 4 b: Et velim mihi mittas de tuis librariolis duos aliquos quibus Tyrannio utatur glutinatoribus. 20. PLINIO EL VieJo, XIII, 70. 21. Liber es propiamente el libro de papiro, porque liber en su sentido original significa la parte interior de la corteza del árbol; la palabra se extendió después a indicar todo libro, Cualquiera que fuese su forma y su materia. Entonces ocurrió que, en la práctica, el significado oscilante de liber provocase controversias; pero la jurisprudencia imperial estableció que la palabra liber se entendiera en su significado más amplio. ULPIANO (lib, XXIV ad Sabinum = Digesto, XXXII, 52, pr.) definió: Librorum ap- pellationem continentur omnia volumina, sive in charta, sive in membrana sint, sive in quavis alía materia: e indicaba demostrativamente el tejo, el marfil, las tabletas enceradas. 22. Digesto, XXXII, 52 pr: membranas libris legatis. 23. PERSIO, 3, v. 10; Isinoro, Orig., VI, 11, 4. 24. Marcial, I, 2, vs. 2-3, El primer libro de los Epigramas de Marcial fue publicado en el 85-86 de J.-C. La composición del epigrama I, 2, será muy poco anterior. La primera mención de códice en pergamino se puede, por lo tanto, situar en el 84 a. de J.-C 25. Carm., 1, vs. 1-2. 26. CICERÓN, Ad. Att., II, 15 b. 27. Virrusio, II, 9, 13; cfr. Horacio, Ars poet., vs. 331-32: carmina... linenda cedro, 28. PERSIO, 3, Y. 14. PAPEL, LIBROS, CORRESPONDENCIA 200 29. PLINIO EL Virgo, XXVI, 62. 30. Ovino, Ars am., II], vs. 627-28. Tuta quoque est fallitque oculos € lacte recenti Littera {carbonis puleere tange: leges). 31. Se supone que pertenecieron a la biblioteca privada de Filodemo, filósofo epicureo que poseía una villa en Herculano. 32. ST CETONIO, Augy., 89. 33. V, 53. 34. SUETONIO, Cal., 20. 39. Od., 1, 16, vs. 1-4. 36. Marcial, XIV, 38. 37. Ibid., 19. 38. JUVENSL, I, v. 63; PLINIO. Epist.. I, 6, 1. 39 Ovino, Amores, MI, 7, vs. 29-30, 40. XIV, 5, v. 1. 41, Amores, I, 12, v. 12. 42. SENECA, Dc bree. vitqo, 13, 4: Pliriune tabularum ceontertes caudes opud antiguos — rocatur. 43. Ovino, Amores, 1, 12, vs. 1-2; Marcial, XIV, 8. 44. Marcial, XIV, 7. 45. Jbid.. 1, 2. 46. Este cambio de significado se explica perfectamente por expresiones castellanas semejantes. Tener buen estilo, era como decir: «tiene buena pluma», «es una gran pluma», «liene una pluma de oro», etc. (T.J 37. PLauvto, Bacch., vs. 714, 748; Pseud., 42. 4%. CELIO (en CÚICERÓN, Ad. fam.. 1, D, al apuntar las res urbane, enumera senatus consulta, edicta, fabulat, rumores, 49. «Messaggero» en el original. (T.) DO. CORNELIO NEPOTE, Aff... 13, 3; Cfr. FRONTONE, pág. 20: Se supone que la librería de Ático continuó su ejercicio después que Ático murió, y que de allí salieron las ediciones que hallamos recordadas conto "Attig. 51. Horacio, Epist,, 1, 20, v. 2; Ars port, v. 345. 52. QUINTILIANG, Pracf.; Mariai, IV, 72, v. 2; XII, 3, 1. 4. 53. MarcrtaLl, 1, 117, v. 13. 54. Phid, I, 2, 1. 7. 55. Vita A. Persi Flaeei. 1. 26, S CETONIO, De gram.. pág. 116; cfr. Ovino, Tristia, ITE, 1, v. G9. 37. ACIO GEJJO, XII, 20, 1. 58. Ibid.. V, 21, 9; XVL K, 2. 59 Dion Casio, LXVIII, 16. 60, Pablo Orosio, VIT, 16. 61. Cod. fust., XIL, 51, c. 1. 62. CICERÓN, Ad. Qu. fr., DM, 1, 7, 23: Multos dies cepistolam in ma- nibus habui propler cammoarationem tabellariorum y passim. CapituLo XVII LOS ABOGADOS 1. Dignidad de la abogacía en Roma, — 11, Caracter esencialmen- te político de la abogacía en la época republicana, — III, El abo- gado romano y el abogado de hoy. — IV. Con el Imperio, la abo- gacía se convirtió en profesión. — V. «luris consultus» y «ora- tor». — VI. Asistencia y no representación, — VII. El abogado romano en los procesos penales. — VIII. La abogacía, oficio pe- sado. — IX. La preparación de la discusión («meditation). — X. La discusión pública. — XI. Los «causidicin. I Digámoslo francamente: en todas las clases sociales, y aun entre las personas cultas, las cuales tendrían obligación de razonar algo más con su cabeza, existe una muy difundida prevención contra la clase de los abogados; tan difundida, que el adjetivo «abogadesco» tiene un sentido nada simpático. Esta prevención, o, si se quiere, este prejuicio, es an- tiguo; tal vez tiene también origen literario, porque ha con- tribuido a mantenerlo el mal humor de los escritores, particu- larmente poetas, los cuales, encaminados a la fuerza por sus padres a la abogacía, se sentían llamados para cosas muy diferentes. El instinto de la poesía, mortificado por las suti- lezas del comento y del lamentable espectáculo del pleitear, producía el horror para todo cuanto oliese a leyes, juicios y prácticas procesales. El Petrarca osó decir! que no había querido darse a la abogacía, porque le repugnaba una profesión que no deja lugar a elegir entre ser deshonesto o parecer ignorante. A mí, que estoy exponiendo cosas antiguas y no siento la obligación de dar a conocer opiniones personales, que a 258 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA menudo no tengo, el lector no tiene derecho a preguntarme lo que pienso de esto; pero si tanto se empeñase en saberlo, no podría ocultar que tal prevención me parece injusta, tonta y causa de inconsecuencia. Digo de inconsecuencia porque los que más se complacen en malicias e ironías contra los abogados, son los primeros en no hallar lo bastante rápido el vehículo que los conduce a un bufete legal, cuando, teniendo que proteger los propios intereses patrimoniales o defenderse de una amenaza de la ley penal, corren con el corazón en la garganta a casa del abogado a contar sus penas y pedir SOCOTTO. Entre los romanos ninguna profesión parecía más alta, más digna, más útil que el ejercicio de la abogacía. El Foro era la primera palestra donde se adiestraba el hombre polí- tico; * y, aun cuando cayó la libertad republicana, la nobleza del ejercicio forense permaneció intacta en la conciencia de Roma, ordenadora de civismo y madre del Derecho. «Los abogados —así lo leemos en una tardía constitución im- perial —,* los cuales aclaran las apariencias ambiguas de las causas, y en los procesos públicos y privados enderezan la suerte del que ha caído y reafirman los derechos conculcados, son útiles al género humano no menos que el que, haciendo frente a batallas y heridas, combate para la salvación de su patria y de sus progenitores; y nosotros pensamos que por nuestro Imperio no combaten únicamente los que van ar- mados de espadas, escudos o corazas, sino también los abo- gados; también ellos ejercen una milicia; ellos son los que, confiando en la fortaleza de su esplendorosa elocuencia, de- fienden las esperanzas, la vida y a los descendientes de los que se hallan en los trabajos de un proceso.» II Durante el período de la República, todos los más grandes hombres de Roma (exceptuando a Mario, que llegó a la pre- eminencia política en virtud de excepcionales cualidades mi- litares) fueron hombres expertos en la vida forense. Los padres acompañaban a sus hijos jovencitos al Foro, para que se formase allí su elocuencia y aprendiesen a conocer la vida pública, que halla su expresión más diversa en los debates judiciales. Catón el Censor no hubiera podido hacer LOS ABOGADOS 209 frente al encarnizamiento de implacables enemigos si no hu- biese sido hombre de extraordinaria elocuencia: acusado cuarenta y cuatro veces, fue en todas absuelto,* logró man- tener una rígida conducta civil y politica porque, formidable orador en acusar y defenderse, fue uno de los príncipes del Foro. Cayo Graco entró en la vida pública con la defensa de un amigo suyo, Vetio,” y todos los ojos se volvieron hacia él, que era entonces muy joven. Muy joven y de familia oscura era Cicerón cuando un proceso por parri- cidio " y con fondo político, le ofreció la manera de revelarse; casi desconocido antes, con su espléndida defensa conquistó en pocos días una posición predominante en el Foro,’ y estableció las bases de su futura elevación política. Al que, homo novus, no pertenecia a una de las familias en las cuales el ejercicio del poder era tradicional, una grande vic- toria delante de los jueces hacía ya entrever en lo futuro las cumbres del consulado. Los defendidos de hoy eran los electores de mañana, y la nobleza, que tendía a convertir las magistraturas en un círculo cerrado, no podía dejar a un lado a quien en las luchas del Foro podría ser un po- deroso aliado o un adversario temible. También llegó al consulado Hortensio, orador de raza, el cual, sin embargo, si intentamos reconstruir su personalidad, se nos muestra tan secundaria figura de hombre político cuanto singulari- simo temple de abogado. III Pero entre el abogado de la época romana — nos refe- rimos al período en el cual, floreciendo todavía las liber- tades públicas, el grande arte oratorio alcanzó sus más altas cimas —, y el abogado de nuestros dias, existen diferencias esenciales. Hoy la abogacía es una profesión; a nosotros no nos parece nada extraño que haya quien viva ejerciendo la carrera de abogado y nada más; esto es, que se ocupe entera y únicamente en la práctica de su profesión, y busque en su trabajo una honrada y, a ser posible, magnifica ganancia. Pero, en la Antigüedad romana, el ejercicio de la abogacía es una función civil, a la que se dedican gratuitamente, mi- rando, verdad es, a las ventajas que procura en considera- ción, en autoridad y en influjo en la vida política, pero no 260 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA al dinero. La gratitud de la asistencia forense debe enten- derse en amplio sentido. A pesar de que una ley, la lez Cincia, que es del 204 a. de J.-C., establece ne quis ob causam orandam pecuniam donumve acciperet,® en época menos an- tigua aquella prohibición no fue observada rigurosamente, sobre todo en cuanto a los donativos. Se trata de una de esas leyes (leges imperfectae) que ni declaraban nulos los actos cometidos contra legem, ni conminaban sanciones para los transgresores; era, además, una ley que tendía a caer en desuso, y varias veces hubo que restablecerla en vigor; la última vez por Augusto. En cuanto a lo que se refiere a los honorarios del abogado, la situación, si queremos repre- sentárnosla prácticamente, era ésta: el cliente no tenía la obligación de dar, ni el abogado el derecho de pedir, y mucho menos de exigir, recurriendo a tasaciones y a procedimientos ejecutivos; sobre todo, el convenir por adelantado el precio de la defensa, parecía deshonroso; * sin embargo, terminada la causa, el uno daba y el otro tomaba, y sin poder decir que este dar y tomar se efectuaba siempre, todo andaba a pedir de boca. La remuneración era un hecho privado y no necesario, y quedaba sustancialmente fuera del cuadro del público patrocinio. En toda la época de la República la abogacía es una ac- tividad que no puede ser separada del conjunto de activi- dades del hombre político romano, en un mundo en el cual no se triunfa sin tener grandes ambiciones y sin hacer frente a grandes luchas. El aspecto financiero de aquella actividad es un apéndice amistoso que se queda en la sombra, IV Con el surgir del Principado, en cambio, el rebajado tono de la vida pública quitó a la abogacía su carácter esen- cialmente político, y si bien hasta en los primeros tiempos del Principado los grandes contribuyentes, como, por ejemplo, Plinio el Joven, continuaban la buena tradición del patrocinio gratuito, ** determinó que se degradase en profesión; pro- fesión liberal, altísima y, sin duda alguna, necesaria, pero al fin y al cabo profesión. Claudio" estableció que los abo- gados tuviesen derecho a unos honorarios entre ciertos límites (10.000 sestercios lo máximo), y los abogados, convertidos en LOS ABOGADOS 261 meros profesionales, constituyeron una corporacion (collegia o corpora advocatorum), tuvieran sus listas (matriculae), in- tereses colectivos que hacer valer y una disciplina de clase que observar. Pero para encontrar una coincidencia más precisa entre el abogado romano y el nuestro, es menester esperar que la República haya caído y el espíritu de libertad que la sos- tenía se haya extinguido. Cicerón abogado no es el abogado Cicerón. V Si además nos adentramos en el estudio de los antiguos complejos procesales, descubrimos otras diferencias. Hoy, el abogado que cuenta con la confianza del cliente es, según los casos y los momentos, el consultor o el patrocinador. El teórico puro, supongamos un profesor de Derecho que viva alejado de los tribunales, queda separado de la esfera práctica, de los casos particulares y de los intereses reales e individuales; campo que pertenece propia y exclusivamente al abogado, ya se trate de examinar el fundamento jurídico de una controversia, ya se tengan que defender en un pro- ceso las razones de un contendiente, es la misma persona la que presta su trabajo, aconseja o disuade la causa, interviene en el proceso; en caso necesario prepara los términos de la transacción. No es concebible entre nosotros que vaya uno primero a pedir su parecer a un jurista y se presente después al abogado diciéndole: «El caso es éste: le ruego que se digne defenderme.» Este seria el verdadero modo de que lo echasen a la calle. En el mundo romano, en cambio, el que estudia el as- pecto jurídico de la controversia e indica cuál debe ser el mejor modo de plantear el proceso es generalmente una persona diversa de la que asiste a la parte en el proceso: el uno es el turis consultus, que da pareceres; el otro es el orator, que interviene en el juicio al lado del cliente y «trata» la causa (porque orare en latin, en su uso primitivo, tiene justamente este sentido: «tratar»); el uno es el hombre de ciencia, el otro es el compañero de batalla. Esta diversidad entre el ¿iuris consultus y el orator era mantenida en Roma por el procedimiento seguido en las causas civiles, en el período del llamado «proceso formu- 262 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA lario» vigente desde los últimos tiempos de la República. Probemos a representarnos las cosas en concreto, e ima- ginemos; por ejemplo, un litigio entre Ticio, el cual es o piensa ser acreedor de Gayo por una cantidad equis, dada, supongamos, en préstamo, y quiere recuperar lo suyo, y Gayo que no reconoce su deuda. En los comienzos del Derecho romano, la ley autorizaba un procedimiento expeditivo: Ticio, si quería hacer valer su derecho a la restitución, después de haber intimado sin más a Gayo a que fuera con él a presencia del magistrado (in tus vocare),* si no se daba por entendido, o intentaba escapar, luego de asegurarse el testimonio de los presentes, lo agarraba y lo llevaba a la fuerza in ius, esto es, delante de la autoridad jurídica. En el procedimiento formulario, en cambio, se prescribia que el actuante, antes de arrastrar ante el tribunal al acusado, le hiciese saber el porqué (editio actionis), quedando siempre el recurso a medios enérgicos si el adversario se negaba a comparecer, Así lo prescribía la ley. Reflexionemos ahora que el legislador, si autoriza la coer- ción privada, se ha resignado de antemano a permitir una tremolina... Esto está en la naturaleza de las cosas. No es nada más que una tremolina lo que nos describe Horacio cuando nos pone ante los ojos la acción de rapere in ius a un recalcitrante: «Lo arrastra al tribunal del pretor; el uno grita; el otro grita también; acude gente de todas partes.» '* Y así también cuando Cicerón '* nos cuenta la contienda entre él, que quiere asegurarse la posesión de un documento, y uno que se lo impide, de manera que para decidir quién de los dos tiene razón los contendientes se arrastran mutuamente ante el pretor, nos hace asistir a otra tremolina: «Me apodero directamente de las tablas en las cuales estaba escrito el senadoconsulto: he aquí otra vez alboroto y pelea... Un tal Teomnasto, un loco de quien a sus espaldas todos se ríen, agarra el documento para que yo no me apodere de él; su locura hacía reír a los demás. pero a mí, en aquel momento, me mortificó mucho; tenía espumante la boca, le ardían los ojos, decía a grandes voces que yo le hacia violencia; copulati (esto es, asidos del docu- mento, que ninguno de los dos quería soltar, y tirando de él cada cual por su lado) llegamos ante el pretor.» Tratándose de una controversia privada, los dos liti- LOS ABOGADOS 263 gantes, una vez comparecian, a las buenas o a las malas, delante del pretor, exponian cada cual sus razones. Este procedimiento se llamaba in ture y era su objeto no ya la resolución del litigio, sino el examen del fundamento juri- dico de la controversia. El litigio se resolvía después, en un segundo tiempo, delante del juez ” (apud iudicem)" esco- gido por las partes o designado por el pretor y aceptado por las partes. Establecido esto, se comprenderá el valor práctico de la apuntada diferencia entre iuris consultus y orator. El pri- mero aconseja al litigante acerca del fundamento jurídico de sus pretensiones o de su defensa; es evidente, en efecto, que, a pesar de que la decisión, mejor dicho, el litigio real y verdadero, se efectúa apud iudicem después de la valuación de los elementos de hecho, por el modo mismo con que la controversia sea planteada en derecho, puede ocurrir que la solución se produzca en un sentido más bien que en otro. Porque no se trata de que el pretor deje caer de lo alto la formula con la cual remite las partes ante el juez y ¡boca abajo todo el mundo!, sino que se inclina a concederla, guía las partes para conciliarlas. Por consiguiente, la mayoría no se presentaban ante el pretor sino luego de haber hecho estudiar su'propio caso por un turis consultus. El orator, en cambio, asiste al cliente en las dos fases del proceso, in iure y apud iudicem, y muy principalmente sus cualidades de abogado brillan delante del juez, porque, como también hoy ocurre, la discusión del hecho consti- tuye la parte más animada y más variada del debate y a menudo la más teatral, y la que ofrece mayores sorpresas y exige más presteza en el defensor. Advocati, además, en el sentido original de la palabra, son todos los que el día del juicio prestan en algún modo asistencia al que es parte en la causa, hasta con sugestiones, o por el solo hecho de estar presentes y hallarse junto a él. Aunque las funciones del iuris consultus y del orator sean muy distintas entre sí y respondan a diversas exigencias del proceso y del cliente, un orator de fama debe poseer, además, buen conocimiento del Derecho. A Catón, hombre de maravillosa elocuencia, Cornelio” alaba el haber sido peritus turis consultus y probabilis orator, y la misma ala- banza concede Quintiliano a Cicerón.* El propio Cicerón, cuando indica lo que es esencial a la preparación del orador, 264 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA no olvida que neque legum ac iuris civilis scientia negle- genda est;* y en algunos muy grandes oradores nota como deficencia grave su escaso conocimiento del Derecho. Así, en C. Papino Carbon, * «inseguro en el conocimiento de las instituciones patrias y nada práctico en el Derecho civil», y en M. Antonio,” cuya divina vis ingenii era scientia iuris nudata. No debemos, pues, tomar a Cicerón al pie de la letra cuando en una oración * juega con bondadosa ironía y se da como profano en la ciencia de los juristas; ¿quién no conoce la versátil habilidad de los grandes abogados? Ciertas acti- tudes. en una determinada situación procesal, pueden pa- recer oportunas y agradables, y puede haber en ellas hasta un poco de coquetería, Pero ya es digno de notarse que un abogado (orator) pudiera declarase en público tan alejado y tan diverso del turis consultus como si el conocimiento del Derecho no fuera cosa suya; lo cual hoy ningún abogado, ni aun el más desarrapado, se atrevería a hacer, sin reco- nocer implícitamente que es más desarrapado aún de lo que parece. VI También se observa otra diferencia con nuestros tiempos en que, en la Roma republicana, e! abogado asiste al cliente, no lo representa; está junto a él en el juicio, prestándole la ayuda de sus sugerencias y de su palabra, pero todos han de asistir personalmente al juicio. Hoy, en cambio, el que tiene una causa civil delega su defensa, mediante procu- ración, en su abogado, y, o no asiste al proceso, n asiste para darse cuenta personalmente del cariz que adquieren sus asuntos, o también para recordar hasta el último momento al abogado, que puede flaquear tal o cual particular, que, según él, es precisamente el que le hará ganar el litigio. VII También en el proceso penal hay diferencias entre el abogado moderno y el romano. El proceso penal, con tal que se aseguren al culpado ciertas garantías, como la publicidad y la oralidad del debate, tiene caracteres semejantes en todos LOS ABOGADOS 265 los tiempos. Hasta en la época imperial, cuando las liber- tades públicas fueron manumitidas y la grande elocuencia política decayó, se tuvieron procesos penales clamorosos; florecieron también entonces los penalistas famosos, entre ellos Plinio y Tácito. Entonces, como hoy, los procesos por envenenamiento ejercitaron la turbia curiosidad de la mu- chedumbre; acudía a ellos y se interesaba por ellos un pú- blico enorme; la crónica cotidiana de Roma no hablaba de otra cosa. Pero en la ordenación judiciaria romana algo había que difería de la nuestra (lo sentimos come una falta) y que se refleja en la figura del abogado. En Roma, como en las ciudades libres de Grecia, falta un órgano estable de la acusación pública; la institución del ministerio público es allí desconocida; es el ciudadano quien acusa al ciudadano; la defensa del orden jurídico queda con- fiada a la iniciativa de los libres. Por consiguiente, durante la República, la función del acusador, aunque a veces se prestaba a abusos y acciones odiosas, era por sí un noble oficio, Todos los grandes hombres de Roma han sido acusa- dores. 3” Accusatores multos esse in civitate utile est, ut metu contineatur audacia,” dice Cicerón, hombre que, fuera del proceso contra Verres, prefirió siempre defender a acusar. Y observaba que quien es acusado injustamente siempre tiene la posibilidad de ser absuelto, mientras que un culpable, si no es acusado, no podrá ser condenado jamás. Que un ino- cente sufra un juicio en que su inocencia será reconocida no es un mal tan grande, afirma él, como lo sería el que un culpable no fuese jamás sometido a proceso. Poco más de un siglo después, Quintiliano * afirmaba que «si el acusar por profesión y hacerse pagar para asumir una acusación es portarse como bandido, luchar contra los enemigos del orden interior es igual mérito que defender a la patria con las armas». VIII En Roma el ejercicio de la abogacía era una pesada misión que tomaba gran parte de la actividad de un hombre y lo exponía a crearse enemigos (suscipere inimicitias). No es admisible ejercer de abogado y tener miramientos para éste o para aquél. Ni en la época imperial el servilismo de los clientes para su patrón llega hasta el punto de no pretender 266 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA pronto y animoso patrocinio en los litigios; de otro modo, ¿para qué serviría aquella costumbre de humilde obsequio- sidad? Leemos en un epigrama de Marcial: * «Tengo una causa contra Balbo; tú no quieres disgustar a Balbo; tengo otra contra Licinio; pero también, según me observas, es hombre inftuyente; Pátrobas muestra ciertas pretensiones acerca de los límites de mi pequeña hacienda; pero ¿quién se atreve a proceder contra un liberto del principe”? Laronia se niega a restituirme un esclavo. Tu dices: “Mira que ella no tiene hijos, es rica, y vieja, y viuda.”» Con lo cual Marcial quiere decir que ei que se case con ella realiza un buen ne- gocio, y mucho mejor por ser vieja; y hay esperanza de que se muera pronto. Lo mejor será, pues, no irritarla con pro- cesos, y hacerle la corte. Esto quiere decir; pero concluye: «No; es una cosa muy fea ser esclavo de uno que sea esclavo; el que quiera ser mi amo debe ser hombre libre.» Y mucho más en la época republicana. El abogado tenía que estar siempre en la brecha; ni el ser cónsul lo exoneraba de la obligación de ocuparse en los asuntos de sus clientes y sos- tener en juicio sus razones.” No hay excusa para quien es llamado a ejercer su trabajo para que el Derecho triunfe. Jurisconsultos y abogados, desde las primeras horas de la mañana, son asediados en sus casas y «envidian al campesino cuando a la mañana, antes de que el gallo cante, el consultor viene a llamar a su puerta»; * si quieren tomarse una hora de libertad se ven obligados a seguir el consejo de Horacio y escapar por la puerta de servicio, dejando plantado al obsti- nado cliente que espera en el atrio: postico falle clhientem. IX El gran abogado no se presentaba al debate sino luego de haber estudiado a fondo la causa y haberse preparado para discutirla. Las muchas noticias de que disponemos acerca de la elocuencia romana nos ponen en condiciones de excluir con la mayor seguridad que hubiese en Roma abogados que se tomasen su profesión a la ligera. La seriedad fundamental del hombre romano (el cual tenía buena cantidad de defectos — y Dios nos libre de las fastidiosas y antihistóricas apolo- gias —, menos el de no ser serio en las cosas serias) nunca se nos muestra tan clara y tan digna de respeto como cuando LOS ABOGADOS 267 lo observamos y seguimos de cerca sus peroraciones en el ejercicio de la abogacia. Estudiar la causa no consistía únicamente en examinar con Cuidado las actas procesales, apreciar por anticipado el valor de los testimonios, prever los argumentos del adver- sario y dedicarse a poner en plena luz un documento. El abo- gado, hasta el mejor dotado de elocuencia natural, no se confiaba jamás exclusivamente a la virtud de la improvi- sación. También su arenga era preparada escrupulosamente, incluso el gesto y el tono de la voz, a esto se llamaba medi- tatio, meditari causam. De la oración que había de pronunciar delante de los jueces, todo abogado hacía el ensayo general en su estudio. Y no sólo esto, sino que, por lo regular, estaba rodeado de sus esclavos amanuenses, a los cuales dictaba apuntes, frases, períodos enteros. Repasaba después las partes estenografiadas, añadía, variaba, volvía a comenzar. Y no cesaba en aquel trabajo preparatorio antes de que la oración quedase constituida en sus líneas principales y partes de ma- yor relieve. Había quien, como M. Antonio, dotado de fortísima me- moria, se aprendía su oración preparada y la recitaba como si la improvisase; * quien en la meditatio ponia tanto ardor, que llegaba a figurarse estar ya en el Foro; así nos lo cuenta Servio Sulpicio Galba, el cual una vez, cuando ya estaba a punto de comenzarse el proceso de veras (en una causa grave y difícil), salió de su estudio con el rostro tan encendido y con tal relampagueo de los ojos, «que no pa- recía sino que acababa de discutir la causa, en vez de haberla preparado», * y muy calladitos salían detrás de él los es- cribanos, «maltrechos», los cuales, pobrecillos, llevaban las señales de la furia oratoria de aquel gran orador, que gri- taba, se agitaba, iba de un lado para otro de la habitación y gesticulaba peligrosamente. Es inútil añadir que ganó la causa. X Llegado el momento de la discusión, el demandante y el demandado en los procesos civiles, y más todavía el acu- sador y el acusado en los penales, estaban rodeados de amigos influyentes, los cuales, aunque no tuvieran intención de hablar, al intervenir personalmente al lado de su prote- 268 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA gido, se proponían darle el apoyo de su autoridad y de su' infliijo personal. ® Se ha dicho que en la época republicana el abogado asistia al cliente, no lo representaba; asi podia ocurrir que, hasta que el orador no se alzaba para hablar, no se sabia bien quién, entre tantos advocati, fuese el abogado de aquella causa. * Claro que uno de los que rodeaban al contendiente, ¿pero cuál? Es probable que la peroración no tuviera siempre el ca- rácter de continuidad que tiene en nuestros procesos, y que se muestra también en las oraciones de Cicerón que nos han quedado. Así como las oraciones, una vez pronunciadas, eran publicadas con modificaciones y enmiendas, era posible con- centrar en el texto de una sola oración breves discursos pronunciados en diversos momentos del proceso. También el examen de un testimonio podía dar lugar a una oración, por decirlo así incidental, como, por ejemplo, la in Vatinium de Cicerón. En la actio prior in Verrem, que es un exordio, el orador había insertado parte de los comentarios oratorios que en aquel proceso se alternaron, a la mera presentación de las pruebas. En el proceso contra Sexto Roscio Amerino, el acusador, Erucio, sostuvo su acusación de modo bastante curioso: «si se le ocurría la idea de hacerlo, volvía a sentarse; después comenzaba a andar un poco de un lado para otro; de cuando en cuando llamaba a su criado, según supongo, para darle órdenes acerca de la comida». * Hablaba, en suma, como si en vez de hallarse delante de la asamblea de los jueces se hallase a solas en su casa. La manera de perorar era, naturalmente, diversa, según la índole y la cultura personal de los abogados; había los impetuosos y los dialécticos; en los unos predominaba la pasión, como en Galba,* en C. Graco* y en M. Antonio; * en otros, el frío razonamiento, como en Lelio * en Craso, * en Hortensio.“ Hortensio era uno de esos abogados, muy pe- ligrosos para el adversario, que con prodigiosa presteza re- sumen la argumentación de éste y derriban sus argumentos uno por uno, contándolos por los dedos.* La más persua- siva arenga, de este modo quedaba destrozada y destruida. Un abogado novel que no tuviese igual presteza quedaba aniquilado. Los eminentes conocían con perfección el arte de variar, según lo requerían las fases del proceso, el tono de su ora- LOS ABOGADOS 269 toria. Ora razonaban friamente, ora se enardecian, consiguien- do de modo irresistible mover a piedad. En los momentos mas dramaticos de la arenga se con- sentia al orador una teatralidad que hoy pareceria excesiva: un juego histriónico en alternar los tonos de la voz, gestos y actitudes de latiguillo, que parecían espontáneos, pero que habían sido estudiados largamente durante la meditatio, y un pisoteo y un pasar arriba y abajo ante los ojos del pú- blico,* o un dirigirse con lisonjeras alocuciones a este o a aquel juez, recordándole sus acciones insignes o las de sus antepasados. * Hortensio desorientaba al adversario con el gesto y con las actitudes que tomaba (gestu tipso et motu corporis),* Servio Sulpicio Galba, * acusado y aplastado por las pruebas, leyendo ya su condena en el rostro de los jue- ces, se salvó mostrando a sus hijos pequeños y a un so- brino huérfano de quien era tutor, y abrazándolos ante los ojos de todos mientras continuaba su apasionada peroración. M. Antonio, * en la difícil defensa de M. Aquilio, al verlo perdido, le arrancó la toga, dejando al desnudo en el cuerpo del acusado las cicatrices de las graves y gloriosas heridas que había recibido en la campaña contra los esclavos en Si- cilia. Y venció clamorosamente en una causa que ya se daba por perdida. Detrás del orador había una muchedumbre de público que lo admiraba: cuando había de hablar alguno de los emi- nentes, la noticia se esparcía a tiempo por Roma y había gran expectación.“ En los procesos políticos, el público to- maba partido por éste o por aquél. * Se hacían comentarios acerca de todo, sin excluir la persona del orador. Cuando el poeta Calvo, que era también un gran abogado, aunque tan delgadillo como un fósforo, peroró en la causa contra Vatinio, uno del público, al oír brotar aquella arrolladora elo- cuencia de un cuerpo tan exiguo: «¡Pardiez! — exclamó —; ¡pero qué bien habla esa menudencia! » * XI El mundo forense tiene sus ricos que banquetean y sus pobres Lázaros; hay en él quien sobresale y fulgura, y quien io pasa como puede nutriéndose de migajas, prestando pequeños servicios a clientes humildes. En Roma, en la 19 270 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA época imperial, cuando la profesión del abogado, como se ha dicho, fue perdiendo el carácter de alta función pública que tuvo un tiempo, si bien continuaban existiendo causas importantes y grandes abogados, comenzaban también a pu- lular ciertos patrocinadores de poco más o menos,” a la dis- posición de todos, llamados causidici, chapuceros, ávidos y vulgares; «gente — dice Quintiliano * — a los que da trabajo el Foro, que se hacen pagar la voz, y que harta benevolencia es definirlos no inútiles abogados en las costumbres pri- vadas». Verbosos, gesticulantes, inconcluyentes y vanidosos, que convertían una pequeña causa en cuestión de Estado, y de un asunto mísero sacaban buena ocasión para hacer rim- bombantes discursos. El cliente, aturdido por aquel torrente de palabras, es- cuchaba poco persuadido: «No se trata ni de violencia, ni de homicidio, ni de envenenamiento; objeto de mi litigio son tres cabrillas. Yo sostengo que mi vecino me las ha robado, y el juez quiere que se lo pruebe. Tú hablas de Ca- nas, de la guerra mitridática, de la furiosa guerra contra los cartagineses perjuros; traes a cuento a Sila, Mario, Mucio y ahuecas la voz, acompañando los discursos con gran- des manotadas. ¡Pero, por fin, Póstumo, habla de mis tres cabrillas!» * Algún causídico poco afortunado o más descarado, logra- ba imponerse y ganar dinero; y entonces su vanidad ya no conocía límites. Parece que alguno de ellos llegó hasta el punto de hacer colocar su propia estatua ecuestre en el vestíbulo de su casa.” El cliente, al entrar, veía al causí- dico a caballo: fiero y majestuoso causídico; y si tenía que pagar, pagaba con más gusto. Pero, por regla general, los causídicos eran mediocres leguleyos, a los cuales el trabajo forense daba a duras penas para ir tirando. * La mayoría tenían una clientela de pobretones; gente desgraciada y biliosa cuyos medios no correspondían al ás- pero gusto de litigar; éstos, pues, no pudiendo recurrir al abogadón, recurrían al abogadillo; lo pagaban mal; y sólo cuando venía la fiesta de las Saturnales y todos, como el uso lo requería, cambiaban regalos o se recomendaban, con algún obsequio a la memoria de quien era más que ellos, les llenaban la casa con las demostraciones, a menudo comestibles, de su agradecimiento. Y el que más recibía, más grande se suponía, y andaba enumerando los regalos LOS ABOGADOS 271 que habia recibido, a sus conocidos, como prueba de su fama y de sus buenos éxitos. «Las Saturnales han hecho rico a Sabelo; con razón Sabelo va por ahí muy orondo y satis- fecho; y piensa y dice que entre los causídicos no hay nin- guno que lo pase tan bien como él» El que habla aquí es Marcial, * el maliciosisimo Marcial que, después de aquel exordio, nos da la lista de aquellos regalos; medio moyo de trigo y medio de habas, una libra y media de pimienta y de incienso, una salchicha y una lonja de tocino, una bo- tella de mosto cocido, un tarro de higos en conserva, y ce- bollas silvestres, caracoles y queso, y después una cestita llena de aceitunas, un lote de siete piezas para la cocina y una servilleta con ribete de color. Esto es, ciertamente, una ma- liciosa caricatura que, naturalmente, toma por blanco a uno de los más bribones; pero detrás de la caricatura de Sabelo entrevemos al pequeño causidico de Roma que aguarda con delicia las Saturnales; aguarda a los clientes con sus regalos; y los regalos que recibe, mezquinos regalos siem- pre, * le sirven para desahogarse un poco, cuando todos se desahogan, y, sobre todo, para darse tono y hacerse propa- ganda. Notas al capítulo XVII 1. Epist. ad posteros: Piqguit perdiscere quo inhoneste uti nollem et honeste vic possem et, si vellem, puritas inscitiac tribuenda csset. Tácito, Dial, de orat., 34. De 469 (de J.-C.), Imp. León y Antemio — Cod. Iust., II. 7, c. 14. PLINIO EL VIEJO, VII, 100. PLUTARCO, C. Gracco, 1, 3. El proceso contra Sexto Roscio Amerino. CICERÓN, Bruto, 90, 312: Prima causa publica pro Sexto Roscio dieta tantum commendationis habuit, ut non ulla cesset, quae non digna nostra patrocinio videretur. 8. Taciro, Ann., XI, 5, 3. 9. Continuó pareciendo deshonraso hasta en la época imperial, cuando (cfr. pág. 260) el cobrar honorarios había llegado a ser corriente. QUINTI- LIANO, XII, 7, 11: Paciscendi quidem ille piraticus mos et ponentium pe- riculis pretia procul abominanda negotiatio etiam mediocriter improbis aberit. 10. QUINTILIANO, XJI, 7, 8: Quis ignorat quin id longe sit honestisimum ac liberalibus disciplinis et illo. quem erigimus, animo dignissimum, non vendere operam nec elevare tanti beneficii auctoritatem? 11. Táciro, Ann., XI, 7, 8. En el Digesto (L. 13, 1, 12) se fija un må- ximo de cien áureos. (Cfr, nota 232 de la pág. 63.) 12. Las leyes de las Doce Tablas disponen (I, 1, BURNS): Si in ius vocat, ito. Ni it antestamino: igitum em capito. 13. Sat., I, 9, vs. 77-78: Rapit in tus; clamor utrimque, undque con- CUTSUS, NSO AWN 2172 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 14. Act. II in Verrem, IV, 66, 148. 15. En algunas causas de derecho privado (por ejemplo, controversias acerca de posesión) el juicio era pronunciado por un colegio de recupera- tores. 16. Estudios recientes han demostrado ser insegura la expresión in iudicio en usa en los antiguos manuales. 17. Cato, 3, 1. 18. XII, 3, 10: Et M. Tullius non modo inter agendum numquam cst destitutus scientia iuris sed etiam componere aliqua de co coeperat. 19. De orat., I, 5, 18. 20. Ibid., I, 10, 40: haesitantem in maiorum institutis, rudem in iurc civili. 21. Ibid., I, 38, 172. 22. Pro Murena, 10, 23 y siguientes. 23, QUINTILIANO, XII, 7, 3-4 24. Pro Sex. Roscio Ammer., 20. 25, (Es útil que haya muchos acusa- dores en la ciudad para que la audacia sea refrenada por el temor.) (T.) 25. QUINTILIANO, XII, 7, 3: Ut accusatoriam vitam vivere el ad defe- rendos reos praemio duci prozimum latrocinio est, ita pestem intestinam propulsare cum propugnatoribus patriae comparandum. 26. II, 32. 27. Cicerón en el año de su edilidad (69) defendió a Cecina y Fonteyo; siendo pretor (66), a Cluencio; siendo cónsul (63), a Rabirio y a Murena. 28. Horacio, Sat., I, 1, vs. 9-10. 29. Epist., I, 5, vs. 30-31. 30. CICERÓN, Brutus, 22, 37, 139. 31. CICERÓN, Brutus, 22, 87-88. 32. Pro Sex, Roscio Am., I, 1; 21, 59. 33. Ibíd., 21, 59-60. 34. Pro Sez. Roscio Am., 21, 59: Ita neglegens esse coepit, ut, cum in mentem vinceret el, resideret deinte spatiaretur, nonnunquan etiam puerum vocaret, credo, cui cenam imperaret. 35. CICERÓN, Brutus, 22, 86; 23, 89; De orat., III, 7, 28. 36. TAcrto, Dial. de orat., 26; PLUTARCO, C. Gracco, 2, 5; FRONTÓN, pág. 114. 37, CICERÓN, Brutus, 38, 141. 38. Ibid., 23, 89; 86, 295. 39. Ibid., 38, 143; QUINTILIANO, XII, 10, 10; MacroBIO, V, 1, 46. Ci- cerón añade que, cuando el asunto lo requería, también Craso sabía dar a su oratoria un tono apasionado (Brutus, 43, 158: vehemens el interdum irata el plena iusti doloris oratio); pero debe decirse que Cicerón representa en Craso al modelo del orador dotado de todas las cualidades oratorias y en posesión de todos los medios propios de una perfecta elocuencia: Craso se ajusta al ideal que Cicerón traza del orador. En Craso ye Cicerón a su otro yo. 40. CICERÓN, Brutus, 88, 303. 41: CICERÓN, Divin, in Caec., 14,15. 42. Ibid., Brutus, 38, 141: 43, 128; QUINTILIANO, XI, 3, 126. 43. Por ejemplo, CICERÓN, Act. II in Verrem, IV, 31, 69, siguientes y passim en otras oraciones. 44. CICERÓN, In Q. Caec. div., 14, 46. 45. Tiro Livio, Epist.. XLIX. 46. Ibíd., Epist., LXX. 47. CICERÓN, Brut., 43, 158. 48. Ibid., Pro Milone, 1, 3; Ad. Qu. fr. IZ, 3, 1, 2, y passim. 49. CATULO, c. 53. 50. En Grecia, los causidicos ( rnaypat'znt } aparecen mucho antes; Ci- cerón alude a ellos (De orat.. I, 45, 198), definiéndolos infimi homines merce- dula adducti. LOS ABOGADOS 213 51. XII, 1, 25: Non cnim forensem quandam instituimus operam nec mercennariam vocem nec, ul asperioribus verbis parcamus, non inutilem sane litium advocatum, guem denique causidicum vulgo vocant., 52. VI, 19. 53. Marcial, IX, 68, v. 6; cfr. JUVENAL, 7, Vs. 125 y siguientes. 54. Jbid., LIT, 38, vs. 5-6. 55. IV, 46. 56. También JuveNaL (7, vs, 119-121) enumera los regalos que recibe el causídico en una lista, a la cual la de Marcial no tiene mucho que envidiar: Quod vocis pretium? Siceus petasunculus et vas Pelamydum aut veteres, Maurorum epimenia, bulbi Aut vinum Tiberi devectum, quinque lagonaeé. esto es, un pernilito seco, un vaso de pececillos en salmuera, cebollas viejas y alguna botella de vinillo. No habia para estar muy alegre. CaPiTuLo XVIII LOS MEDICOS I. El arte médica en Roma, — II. Remedios empiricos. — III. Los médicos de profesión. Los médicos en Roma aparecen tarde. Cuando Curio Dentao asaba los nabos en la ceniza y Cincinato araba sus tierras, y durante mucho tiempo más, la profesión del mé- dico era desconocida. El que se ponía enfermo, o se curaba por sí mismo, tomando ciertos remedios sencillísimos, o se iba al otro mundo; el médico no tenía en ello mérito ni culpa. Pero si no había médicos, había, en cambio, un arte mé- dica; porque, como especifican los escritores latinos de mas reciente época, esta distinción es necesaria: «Existen milla- res de pueblos, escribe Plinio el Viejo, * que viven sin médicos, y, sin embargo, no sin medicina.» Para curar a heridos y enfermos se solía recurrir a cier- tas hierbas, en las cuales una experiencia transmitida de padres a hijos había descubierto virtudes curativas. Aquella primitiva medicina era sobre todo una scientia herbarum. en la cual se mezclaba algo de hechicería, como sucede hov entre la gente del campo, donde hay viejos que encantan las erisipelas. Se murmuraban sobre el paciente extrañas fór- mulas, y la mala suerte, según se pensaba, obediente al con- juro, se marchaba. La Antiguedad tuvo siempre del cuerpo humano un co- nocimiento imperfecto. El que se curaba con medios prácticos se contentaba con unas pocas nociones groseras. Estaba di- 276 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA fundida la creencia * de que el bazo era la sede de la risa; la hiel, del odio (tal vez porque es amarga); el higado, del amor (y hasta los poetas lo decían); * el corazón, de la inteli- gencia; los pulmones, de la vanidad. Hasta cuando los médicos orientales hubieron invadido a Roma, no por eso las medicinas fueron relegadas, como entre nosotros, a una zona cerrada, subordinada en todo y por todo a la autoridad de la ciencia médica. Roma es una ciudad sin farmacias; hacen sus veces las tiendas donde se venden emplastos, aromas, raíces, drogas, hierbas, a mera petición del cliente, sin necesidad de receta, y fuera de la vigilancia de los poderes públicos; tiendas de unguentarii, de seplasarii, de aromatarii, turara, pigmentari, etc. El phar- macopola, literalmente «vendedor de fármacos», no es un farmacéutico titulado, sino un charlatán que vende en público sus específicos, alabando sus efectos maravillosos; y quien tiene más labia, vende más. La gran libertad que había en Roma en el comercio de los fármacos dependía de su composición, y no entraban, por lo común, en ellos substancias químicas nocivas por sí, ni venenos, ni ácidos, ni sueros, cuyo uso puede ser peligroso, y por ello exigen severa vigilancia por parte de la ciencia y del Estado. El peligro, si lo había. podía proceder de que muchos se preparaban ellos mismos sus medicinas, con gro- sera inexperiencia o guiados por necias y ridículas supers- ticiones. Se sabe que en Atenas, en el siglo v a. de J.-C., un jovencito escogido para cantar en un coro murió por causa de un brebaje que había de aclararle la voz y en cambio lo mató.* Escribe Suetonio* que el emperador Calígula se volvió loco por causa de un filtro amoroso que le propinó su mujer, Cesonia. ¡Su mujer! Pero hay que decir que las mujeres enamoradas, hasta cuando obran teniendo en cuenta los santos fines del amor conyugal, no dan pie con bola. Por Causa de un filtro, según una tradición poco digna de cré- dito, también se volvió loco el poeta Lucrecio.* Pero éstos son casos excepcionales. Los remedios solían consistir en hojas o raíces de plantas, o grasas de animales, o en subs- tancias innocuas, como el pan, usadisimo en la medicina de entonces,? o en miel, aceite, vinagre. La fabricación del remedio se efectuaba a riesgo del paciente que había confiado en aquel remedio; y en cuanto a los efectos jurídicos, de quien lo había preparado y suministrado. P LOS MÉDICOS 277 Durante siglos, en Roma, la salud publica, para la cual la medicina es a un mismo tiempo una salvaguardia y una amenaza, no fue protegida por el Estado con medidas de vigilante cautela. Cada cual se curase o se hiciese curar como le pareciese; si ocurría algún fuerte percance, sólo enton- ces mediaba la justicia punitiva. Sólo en la época imperial comenzó el Estado a organizar y disciplinar en interés de la población la asistencia médica por parte de hombres expertos y serios. El ejemplo le vino de las provincias orientales, donde, desde tiempos muy an- tiguos, los magistrados locales habían provisto al nombra- miento de médicos públicos con funciones semejantes a las de nuestros médicos municipales. * Los médicos públicos ha- bían sido instituidos sobre todo para los pobres, y no es- torbaban el trabajo profesional de los médicos privados. Como funcionarios insustituibles, gozaban de la exención de ciertas cargas públicas. En Roma esta previsión social no fue introducida sino muy tarde; sólo en el siglo Iv de J.-C., en cada una de las catorce regiones en que había sido Roma dividida por Augusto (v. pág. 5), fue instituido un médico público con el título de archiatra. Los arquiatras tenían la obligación de curar a todos, y en particular a los pobres, gra- tuitamente. * Como en Roma no había farmacias, según ya se ha dicho, y en la Antigiiedad faltaban una ciencia autónoma y una industria farmacéuticas, la preparación de los remedios en- traba en las funciones esenciales del médico, como hoy ocu- rre en la medicina homeopática, la más semejante en mu- chos aspectos a la medicina antigua. En prescribir la cura, el médico tenía libertad absoluta, porque la medicina ro- mana, trasplantada de Grecia a Roma, conservó todos los caracteres de la griega, y la libertad técnica del médico es una gran conquista de la medicina griega, de lo cual no vemos la importancia, pues nos parece imposible que no haya ocurrido siempre así. En realidad, el principio de que la me- dicina no es una aplicación mecánica de normas, sino la sugerencia que la experiencia comunica al inteligente y con- cienzudo criterio de un hombre, se abrió paso muy tarde. La medicina egipcia, famosa por la seguridad de medios, y antiquísima, no dejaba libre al médico de adoptar una cura propia suya sino luego de que durante cuatro días hubiese experimentado inútilmente la curación tradicional y obli- 278 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA gatoria.' Si en los primeros días se apartaba de ella, ya sa- bía a lo que se arriesgaba. A nosotros, en cambio, nos parece extrano que una pro- Big, 90. Il medico: la palpación. (Londres, Museo Británico.) {Fate Alinari) fesión tan delicada como la del médico no fuese sometida, como lo está hov, a la doble inspección de la veracidad de la preparación científica (como entre nosotros el bachillerato y el examen de Estado) y de la vigilancia que tienda a ase- gurar un prudente ejercicio. En cambio, en la Antiguedad sólo se requería de los médicos públicos esa garantía de doctrina y de seriedad que hov se exige a todos; su nom- bramiento se efectuaba, en efecto, después del voto de los ciudadanos que los elegían, y la elección había de ser con- validada por un examen sostenido por el elegido «delante de LOS MEDICOS 219 una comisión de expertos, médicos de segura y probada doctrina. Pero en privado todos podían hacer de médico, como aquel remendón de una fábula de Fedro," a quien nadie, tan inhábil se mostraba, había confiado jamás los pies, y en cambio todos, persuadidos por su labia, estaban dispuestos a confiarle el pellejo. En ciertos casos, la voz pública ejercita aquella prudente inspección que el Estado no ha incluido aún entre sus fun- ciones; pero la voz pública está formada por juicios incom- petentes, es esclava de las apariencias y voluble, aunque Fig. 91. — El oculista (Ravena Iglesia de San Victor.) (Foto Alinari.) algunas veces ve mas a fondo que las autoridades adminis- trativas. No debe maravillar que hallasen favor en Roma unos enredones con ligero tinte de conocimientos médicos. 280 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA superficiales y supersticiosos, y que fuese grandísimo el nú- mero de los médicos de sí mismos. En cuanto a la preparación científica de los médicos, sólo muy tarde se tuvieron cursos regulares en los auditoria,” cursos, diríamos hoy, universitarios, la asistencia a los cua- les, sin embargo, no daba lugar a exámenes regulares o a diplomas. En las casas antiguas, el paterfamilias preparaba las me- dicinas para todos, esposa, hijos, esclavos. Catón el Cen- sor, * hombre doctísimo, romano ciento por ciento, animado de un odio furioso contra los médicos de profesión, ™ se alababa de haber alcanzado una robusta vejez y haber man- tenido a los suyos en buena salud con el hábil uso de re- medios preparados por él mismo, ¿Quién se hubiera imagi- nado a Catón el Censor atareado en machacar raíces y pre- parar decocciones? Y con todo, las preparaba, y, según él, lo hacía muy bien. II No había, pues, en Roma una segura separación entre medicina científica y medicina empírica; y por la persuasión arraigada en muchos, hasta en hombres de vastísima cultura, como Plinio el Viejo, de que la primera no valía lo que la segunda, cada cual se alababa de sus conocimientos mé- dicos individuales, y cuando alguien se ponía enfermo, o era mordido por un animal venenoso, o se quemaba, o se hería, o se llagaba, toda la casa se atareaba en machacar hierbas y raíces y en preparar polvillos, tisanas, pomadas y emplastos. Si se llamaba al médico, sólo se hacía en casos graves, cuando una elemental prudencia mostraba ser arries- gado obrar por propia inspiración. Para las curas empíricas se ponía a contribución todo el mundo vegetal, y, en caso necesario, el animal. La reina de las plantas medicinales era la que los ro- manos llamaban laserpicium, y los griegos, silfio, «uno de los mayores dones que nos ha hecho la naturaleza». * Para ser exactos, el laserpicio era la planta, pero sólo el jugo de la raíz, llamado laser,™ tenia las extraordinarias cualidades curativas que lo hacían precioso, tan precioso, que la importación del laserpicio constituía en Roma un asunto de Estado, en el sentido literal de la palabra. Bajo el LOS MEDICOS 281 consulado de C. Valerio y M. Erenio (93 a. de J.-C.) se de- cretó que fuesen importadas a Roma treinta libras de él a expensas del erario. Mil quinientas adquirió César en el primer período de su dictadura.” Un dictador prudente no podía dejar de pensar también en el laserpicio. Era sobre todo un poderoso digestivo, y lo empleaban los cocineros. En la cena de Trimalción, un esclavo canta con voz chillona las alabanzas de una salsa de laserpicio. '* Si quisiéramos hacer comparaciones, podríamos decir que el laserpicio es además un lejano progenitor del fernet, En medicina, por otra parte, hacía milagros. En los animales tenía efectos diversos: hacía dormir a las ovejas, estornudar a las cabras,” reventar a las serpientes.” Pero al hombre le procuraba ventajas infinitas. * En las convalecencias, en el estado de postración, en las digestiones difíciles, en los tras- tornos de la circulación y molestias femeninas, era un tónico insuperable. Se aplicaba sobre las heridas, en las llagas; hacía madurar los abscesos, tornaba innocuo el ve- neno de las serpientes y de los escorpiones. Hasta facilitaba la extirpación de los callos, lo cual no es poca alabanza. Curaba el dolor de garganta, el asma, la hidropesía, la epi- lepsia, la ictericia, la pleuritis. Y hasta los dolores de toda clase, con algunas reservas, sin embargo, para el dolor de muelas. Esa malvadísima dolencia es tan rebelde a toda cura, que para combatirla no bastaba ni el laserpicio. Debemos decir que a este propósito las opiniones de los médicos divergían. Algunos sugerían como calmante introductor el laserpicio en la cavidad de la muela enferma y cerrarla con un poco de cera. Otros, como Plinio el Viejo, desaconsejahan aquel re- medio, citando el caso de cierto individuo a quien el dolor, a consecuencia de aquella imprevisora aplicación, llegó a ser tan fuerte que, para acabar de una vez, se tiró de cabeza desde una altura. Se le pasó, cierto es, el dolor de muelas..., ¡pero, por Dios Santo, de qué manera! Para aliviar el dolor de muelas se obtenía, en cambio, algún resultado con métodos más suaves, como la pulpa de calabaza con ajenjo y sal,” o el jugo lactifero del tallo de la mostaza.* Se creía también que para mantener sana la den- tadura bastaba con disolver un poco de sal, a la mañana, en ayunas, debajc de la lengua, * y también masticar raíces de anemonas, * o hacer tres veces al año un enjuague con 282 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA sangre de tortuga.* Vinagre caliente y jugo de calabaza volvían la estabilidad a los dientes que se meneaban. * Pero cuando, a pesar de todo esto, los dientes enfermaban y el Fig. 92. — Instrumentos quirúrgicos. mal se tornaba espasmódico, no había más remedio sino aguantarse, como ocurre, en otras contingencias de la vida. Una experiencia cuyos resultados la farmacopea de hoy ha puesto en olvido o ha reconocido que no tiene ningún valor exaltaba la virtud curativa de gran número de hierbas. Contra la conjuntivitis se aconsejaba, entre otras cosas, una infusión de violetas con mirra y azafrán,” o bien azafrán batido en un huevo.* El asfódelo, gozo de los prados, el cerúleo, aristocrático asfodelo, cantado por todos los poetas, en medicina servía, ¡ay!, para curar las llagas purulentas y las legañas, y para cerrar las excoriaciones de los pies. * Con las raíces de asfódelo se curaban las quemaduras, pero para las quemaduras de los pies se preferían raíces de lino cocidas en grasa y en aceite.* Algunas plantas, como la ortiga * y la mostaza, * eran consideradas como providencia- les. La mostaza tenía, entre muchas virtudes, también la de tornar innocuas las setas venenosas; infusa con el jugo de la sandía era soberano remedio para los ataques de epilepsia, pero el jugo de la sandía era indispensable. Infinitos eran los remedios contra la tos, el catarro, el dolor de garganta, la escrófula, las lombrices, el dolor de cabeza, el anublamiento de ojos, la gota, las congestiones pulmonares, la mordedura de los animales dañinos. También se conocía la manera de hacer salir de las carnes los cuerpos extraños que se hubiesen clavado en ellas; a saber, aplicando LOS MEDICOS 283 un emplasto de miel, pan y raíces de narciso. Además, para los locos (siempre los ha habido) nada cra tan benéfico como el eléboro. * La Medicina, ciencia austera, se ha visto obligada en todas las épocas a no negar sus luces a la vanidad de los hombres. Así entre los romanos. Toda farmacia tiene hoy su sección de cosméticos, y también entonces la ciencia mé- dica herbolaria debía preocuparse de algunos particulares que interesaban a las debilidades estéticas de uno u otro sexo. El comino daba al rostro un colorido pálido, intere- sante; “ la semilla de linaza corregía los defectos de la piel en las mujeres* y tornaba brillantes y embellecía las uñas.* La cebada espolvorcada de sal y de miel” mantenía los dientes blancos y procuraba un aliento perfumado; las raíces del asfódelo daban frescura a la piel y blancura a la dentadura; * las hojas de laurel, mascadas buen rato, corre- gían el mal olor del aliento en quien había bebido dema- siado; * altramuces hervidos en vinagre restituian a las cica- trices su color natural; * el culantrillo Y cocido en vino con semilla de apio y mezclado con abundante aceite daba a los cabellos ondulación y densidad e impedía su caída; una poción de raíces de cardo silvestre bebida en ayunas, y luego otra vez después de las comidas, quitaba el mal olor que da el sudor a los so- bacos, * Aquel sacrosanto ho- rror que los romanos te- nian a la calvicie (sin duda más que nosotros, pues que al llegar a cierta edad no hacemos mucho caso de ella), los impelía Jl a buscar remedios y más remedios para impedirla. Poseemos muchas rece- tas; ésta,* complicadí- sima, servía para la caida Fig. 93 — Instrumentos quirúrgicos. parcial de los cabellos: frotar con sosa las partes donde los cabellos han caído, y luego aplicar una infusión de vino, azafrán, pimicnta, vinagre, laserpicio (¡naturalmente!) y excremento de ratón. ¡Hasta excremento de ratón! Y si no, 284 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA resignarse a permanecer con la cabeza casi pelada. Y se acon- sejaban otros muchos remedios, incluso la grasa de oso. * Do- miciano, que muy pronto se quedó calvo, para consolarse de aquella desgracia que obligaba a un hombre tan guapo a llevar «en su juventud los cabellos de un viejo», escribió un tratado De cura capillorum. Discurriendo de cabellos, escribía: «Nada más hermoso ni que dure tan poco.» * Y tenía mucha razón. Pero la lucha del hombre contra aquella iniquidad de la naturaleza, la caída de los cabellos, es siempre una me- lancólica lucha sin esperanza de victoria. Cuando el cuero cabelludo había cesado de ser cabelludo, resultando ya inútil el socorro de la ciencia, se procuraba ocultar de todas ma- neras la deprecada desventura estética. Calígula, * cuando pasaba por la calle, no quería que nadie saliese a mirarlo desde lo alto, porque sabía que tenía una fea cabeza des- provista de pelo. César, * molestadísimo por ser calyo, disi- mulaba la calvicie llevando siempre la corona, contento con aquel honor que había decretado el pueblo para él y que le permitía cubrir de hojas de hiedra el noble pero brillante y devastado cráneo. Algunos se dejaban crecer los cabellos de las sienes, se los echaban hacia arriba y se los amasaban después, para engañar, sobre el cráneo desnudo, * un sistema que hoy, en Nápoles, se llama «hacer el concertino». Otros usaban cosméticos de color incierto, * postizos o también pelucas. Y como las pelucas en su parte interior eran de piel curtida, hubo uno * que de un calvo que se presentaba en público con una cabellera tan espesa como poco suya, dijo: «¡He ahí una cabeza con zapatos!» III Aquella medicina empirica de que se ha hablado hasta aqui fue durante mucho tiempo la sola medicina con la cual en el mundo se curaban todos, y estuvo siempre acreditada; pero, hacia fines del siglo 11 a. de J.-C., también la medi- cina clentífica hizo su ingreso en Roma, representada por los médicos de profesión procedentes del mundo griego orien- tal. La corriente innovadora que, partiendo de Grecia, penetró y transformó el mundo romano, traía muchas cosas nuevas. Y también trajo a los médicos. PINTURA ALEGORICA CON UN CIRUJANO PRACTICANDO UNA CURA Musco Nacional, Nápoles. ESCENA DF «TOILETTE»: MUCHACHAS LAVÁNDOSE LAS CABELLERAS. A LA IZQUIERDA, UN JOVEN CON UNA FSTRIGILA Y UN VASO DE UNGUENTO Espejo de bronce, de Preneste. LOS MEDICOS 289 El primer médico que se trasladó de modo estable a Roma fue el peloponense Archagatus, en 219 a. de J.-C.” el año mismo de la toma de Sagunto, y en seguida fue una invasión. En Roma los secuaces de Esculapio hacían mag- níficos negocios, a pesar de la desconfianza de que estaban rodeados por su arte sospechoso y por ser forasteros. «Vie- nen para matarnos a todos — escribía Catón — y se ha- cen pagar por no descubrir su juego.» * Que un médico se haga pagar por ocultos fines políticos y presente la cuenta como pretexto era cosa que sólo podía ocurrirsele a Catón. Pero lo referimos tal como Caton lo escribió. En cuanto a hacerse pagar muy bien, nuestras fuentes de información son explícitas: «No hay profesión que produzca más» (cum sit ars fructuosior nulla), * se lee, Muchos mé- dicos acumularon en poco tiempo ingentes patrimonios. Se sabe de un médico, Quinto Estertinio, cuyas rentas alcan- zaban a más de medio millón de sestercios al año; de un cirujano, Alcón, que había acumulado diez millones de ses- tercios. A tan cuantiosas rentas acompañaban también cierta dig- nidad personal, pero con límites y reservas, porque el pre- juicio contra el médico en Roma no fue nunca eliminado. Tanto más cuanto que no siempre era fácil distinguir entre el hombre de doctrina y el charlatán. Pagar bien es una cosa, tener respeto y simpatía, otra cosa; y todos sabemos que el hombre es más avaro de su estima que de su dinero. Poseedores de una técnica que Cicerón define «inteligente y útil», “ los médicos formaban parte de los instrumentos humanos de bienestar social, la consideración a los cuales no va más allá de la utilidad que producen, y no procura la autoridad si no va aparejada con profesiones más nobles, El propio Cicerón coloca a los médicos junto a los arqui- tectos y los maestros de escuela; * Varrón, junto a los tinto- reros y los herreros. ** Para ser médico no era necesario ni el derecho de ciudadanía, ni el estado de libertad. Entre los médicos todos eran esclavos, como, por lo demás, entre los profesores. ® Esclavos y libertos eran los más, según pa- rece, porque en las grandes familias había el médico fijo. encargado exclusivamente de las necesidades domésticas conforme a la tendencia de la familia romana, que varias veces hemos hecho notar en este volumen (v. págs. 223 y 224), y que constituye particularmente un carácter de la Roma 20 286 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA republicana a organizarse de manera que pueda proveerse de todo con medios propios. En las casas de los senores habia esclavos médicos y esclavas médicas, pues que para las cura- ciones femeninas no se recurria de buen grado ni a los mé- dicos de fuera ni a los médicos varones. Habia, ademas, los médicos encargados de las curaciones de los esclavos, y donde los esclavos eran numerosos, como solían serlo en la villa rustica, existía el hospital de los esclavos, llamado valetudi- narium. ™ La costumbre del médico en casa tuvo en Roma más larga aplicación que el recurrir al trabajo profesional del médico libre, o bien del médico oficial, que, como se ha dicho, fue instituido en Roma muy tarde. Los primeros experi- mentos públicos de médico dedicado únicamente a determi- nadas personas, como es natural, se hicieron en el ejército, desde fines de la República. Se pensó por mucho tiempo asegurar a los soldados cierto número de médicos y ciru- janos, provistos de la doctrina y la experiencia necesarias. Cada legión tenía los suyos. También en las escuelas de gladiadores había el médico del cuartel, el cual curaba las heridas y las enfermedades, prescribia la dieta y regulaba el descanso. De Ja clase de estos médicos de gladiadores salió uno de los más famosos médicos de la Antigüedad, Galeno de Pérgamo. Los gimnasios tenían médicos propios; también las compañías teatrales, y, pagados de la caja común, las corporaciones artesanas. En la época imperial, en el palacio del príncipe había el médico de corte, que desde Alejandro Severo tuvo el título de Medicus Palatinus.** Las fuentes clásicas mencionan tam- bién a los médicos de las vestales. Como en nuestros tiempos, los médicos, o iban a visitar al enfermo o daban consultas en locales * llamados propia- mente medicinae. * Había médicos generales y médicos espe- clalistas, pero los segundos predominaban numéricamente sobre los primeros. La competencia médica estaba extraor- dinariamente fraccionada, podría decirse más allá de los límites de la necesidad y del buen sentido. No sólo había especialistas para las enfermedades del oído, de los ojos, de los dientes, de la garganta, de los trastornos femeninos, sino también para la fiebre, para la tisis, etc.; y, entre los cirujanos, para las amputaciones, para las heridas, para las fracturas, para el masaje (atralipia). Del célebre cirujano LOS MEDICOS 287 Alcón, * que vivía en la época flavia, se sabe que operaba, particularmente, hernias y enfermedades de los huesos. Los médicos generales para las enfermedades internas OVASOH OL ITAA A JILE TID © HTUTASATA 4 5 Fig. 94. — Sello de oculista. (Procede de Este y se conserva en el Museo Nacional Atestino.) 2, Epugathi diasmyrnes post impetíumi lippitudíinis); 3, Epagathi diamysus ad aspritudines tolítendas); 1 y 4, Epugathi Rhoracen crocíodes) ad aspritu- dines (sott. tollendas); 5, Epagyathi theoctiston ad diathesis tolleíndas) se llamaban clinici; iban por las casas, a menudo dándose tal importancia, que se hacian insoportables. Los clínicos ilustres llegaban junto al enfermo llevando consigo un sé- quito de médicos principiantes; auscultaban, tentaban, ob- servaban, y, por su oficio de maestros, hacían auscultar, tentar, observar. Lo agradable que esto sería para el paciente puede figurárselo cualquiera. Marcial, ® que ha dicho lo suyo acerca de todo, nos describe al vivo la escena: «Estaba in- dispuesto, y he aquí que de pronto Simaco me viene a visitar, acompañado de cien discípulos: me tentaron cien manos, cien manos heladas. No tenía fiebre; ahora la tengo.» Grande era el número de los oculistas (medici ocularii) en todos los países sujetos a Roma. Curaban los ojos enfermos con el colirio, del cual en la Antigúedad había dos tipos: el 288 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA sólido, que era el más usado, y el líquido. El colirio sólido era puesto en el comercio en forma de bastoncitos, sobre los cuales se había impreso el nombre del médico, el nombre del preparado y el uso para que servía (por ejemplo, véase la figura 94: Y post impetum lippitudinis, «para usar en el período decreciente de una inflamación de la conjuntiva»; ad aspri- tudines tollendas, «pa- ra usar en el período más agudo»; ad diat- hesis tollendas, «para quitar las malas dis- posiciones», como re- medio preventivo). To- do oculista tenía pa- ra tal objeto un sello de piedra dura, e im- Fig. 99. — Sello de oculista, en forma de primía sobre cada bas- mortero para la preparación de colirio. toncito el rótulo ( éxa- (De Tergolina-Ghislanzoni, Roma.) yyshia) cuando el pre- parado, que luego se solidificaba, estaba todavía pastoso. En el sello estaban gra- badas muchas impresiones de rótulos, tantas como tipos de colirio preparaba el oculista; en el rótulo iba siempre el nombre del oculista, para garantía de la excelencia del preparado. El fin comercial de estos rótulos se muestra igual- mente en los adjetivos propagandísticos, dirigidos a reco- mendar el remedio a la clientela, como «insuperables» (anice- tum), «regio» (basilion) y hasta «divino» (ambrosium, iso- theon, theoctiston; véase la figura 94, 5, etc.). El colirio se componía de substancias vegetales, como resina de mirra, * o azafrán, *% o con polvos minerales. *” A veces el colirio era preparado en el acto por el propio oculista; tal vez por este motivo el sello podía tener también la forma y el oficio de un morterito (fig. 95). Numerosísimos ™ son los sellos de los oculistas hallados en las provincias más frías y nebulosas del Imperio (Ger- mania, Galia, Britania); raros en Italia, a pesar de que los escritos recuerdan con frecuencia las enfermedades de los ojos” y el uso del colirio. Pero tales enfermedades debían de estar difundidas de modo inquietante en los lugares donde LOS MEDICOS 289 el clima humedo y los inviernos largos y frigidos las fa- vorecían. Los anteojos, como es sabido, son una invención tardía, desconocida de los romanos. Parece que se efectuó alguna tentativa para corregir la vista con procedimientos semejantes a nuestros lentes, si es cierto que Nerón, que era muy miope, “* para poder observar los combates de gladiadores, se servía de una esmeralda cóncava. ** Y no era desconocida tampoco la cirugía estética; sabe- mos de un individuo * habilísimo para hacer desaparecer la huella que la marca candente había dejado en la frente de los esclavos ladrones, fugitivos, calumniadores. ™® El esclavo que había llegado a libre, y, como acaecía a muchos, a rico, y tal vez por ser un bribón, iba a casa del cirujano a ha- cerse borrar de la piel marcada el recuerdo de la antigua infamia. Porque con el dinero se logra todo, y hasta los pícaros, con tal que puedan gastar, logran, contra toda pre- visión, tomar el aspecto exterior del caballero y hacerse respetar, llevando alta la frente que el arte quirúrgico ha dejado como nueva. Notas al capitulo XVIII 1. XXIX, 11. 2. Schol. im Persium, I, v. 12. 3. En la Medea de Eurípides (vs. 39 y siguientes) la nodriza teme que la heroína, traicionada en su amor, quiera «traspasar el hígado» a su marido infiel y a su nueva esposa. 4. ANTIFÓN, Sobre el coreuta, $3 15 y siguientes. 5. Cal., 50. 6. San JERÓNIMO, Chron., 1923. 7. PLINTO EL VIEJO, XXII, 138: Panis hic ipse, quo vivitur, innumeras paene continet medicinas. 8. Cod. Theod., XIII, 3, 8; Cod. Iust., X, 53, €. 9. 9, Cod. lust., X, 53, c. 9: Archiatri... honeste obsequi tenuioribus ma- lint, quam turpiter servire divitibus. 10. ARISTÓTELES, Polit., III, 15, p. 1286 b. 11. I, 14. 12. Elio Lampripio, Alez, Serv., 44, 4. 13. Pinto EL VieEJO, XXIX, 14. 14. Ibid., 141. 15. PLINIO EL VIEJO, XXII, 101: Inter eximia naturae dona numeratum., 16. Zbid., XIX, 38. 17. PETRONIO, 35. 18. PLINIO EL VIEJO, XIX, 39, 19, PLINIO EL ViEJO, XIX, 40. 20. Ibid., XXII, 106. 290 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 21. Ibid., 101 y siguientes, 22, Ibid., 106. 23. Ibid., XX, 15. 24. Ibid., 239. 25. Ibid., XXXI, 101. 26. Ibid., XXI, 166. 27. Ibid., XXXII, 37. 28. Ibid., XX, 15. 29. Ibid., XXI, 131. 30, Ibid., XXI, 137. 31. Ibid., XXII, 68-70. 32. Ibid., XXI, 126. 33. Ibid., XXII, 31. 34. Ibid., XX, 236 y siguientes. 35. Horacio, Sat., II, 3, vs. 82-83; Epist., II, 2, v. 137; PERSIO, 4. v. 16 y passim, Cfr. PLINIO EL VIEJO, XXV, 54. 36. Horacio, Epist., I, 19, v. 18; PERSIO, 5, v. 55; cfr. PLINIO EL VIEJO, XX, 159, 37. PLINIO EL VIEJO, XX, 249. 38. Ibid., XX, 251. 39, Ibid., XXII, 134. 40. Ibid., 75 41. MARCIAL, V. 4. 42. PLINIO EL VIEJO, XXII, 156. 43. Ibid., 62. 44. Ibid., 87. 45. Ibid., 104. 46. Ibid., YII, 127. 47. SUETONIO, Domit., 18. 48. Ibid., Cal., 50 49, SUETONIO, Div, Iulius, 45. 50. MARCIAL, X, 83. 51. Jbid., VI, 57. 52. Ibid., XII, 45. 53. Ibid., XXIX, 12. 54. Ibid., 14. 55. Ibid., XXIX, 2. 56. CICERÓN. De off., I, 42, 151: Quibus artibus aut prudentia maior inest aut non mediocris utilitas. 57. Ibid. 58. VARRÓN, De re rust., I, 16, 4. 59. Véase pág. 166. 60. Véase pág. 93, 61. ELio Lampripio, Aler. Serv., 42, 3. 62. CICERÓN, Pro Cluentio, 63, 178. 63. PLAUTO, Amph., v. 1013; Epid., v. 198. 64. MARCIAL (X, 56) recuerda como célebres médicos de su época, al dentista Cascelio, al oculista Higinio y a los cirujanos Fanio y Eros, espe- cialistas, uno en operaciones de la garganta, y otro en las operaciones de la epidermis. 65. Ibid., X, 84, v. 5. 66. Ibid., V, 9. 67. Ilustrado con facsímiles dibujados y con transcripciones de los epi- grafes por G. GHIRLANDINI en Notizie degli scavi, 1904, pags. 431 y siguientes. 68. Llamado por esto diasmyrnes; cfr. fig. 94, 2. 69. Llamado crocodes; en la figura 94, 4, el epiteto horaeon (griego tvpatoy) parece que ha sido añadido para asegurar que el azafrán ha sido recolectado en la estación más propicia. 70. Llamado diamysus, de misy, sulfato de hierro; cfr. fig. 94, 3. LOS MEDICOS 291 — 71. La más rica colección de estos sellos se halla en EsSPÉRANDIEU, Recucil des cachets Woaculiste romains, París, 1893, 72. CICERÓN, Ad. Qu. fr., 11, 2, 1, 1: Parvula ippitudine adductus cum ut dictarem hane epistolam: HoRacto, Sat., 1, 5, vs. 30-31: Hie oculis ega nigra mcis collyria lippus inlinere, 73. SUETONIO, ul. 74, Prixto FET. VIFJO, XXXVII, 64. 75. MARCIAL, X, 56, Y. 6. 76. Véase pág. 172. CAPÍTULO XIX LOS BANOS I, El bavio romano. — II. Las partes esenciales de las termas. — Ill. Funcionamiento de los establecimientos termales. La vida en las termas. — IV. La calefacción, Grandísima importancia tuvo el baño entre los romanos. El baño caliente diario era un alivio físico que no se ne- gaba ni a los más miserables, ni a los esclavos; los unos, por unos pocos céntimos, podían ir a las grandes termas construidas a propósito para el pueblo fquadrante lavatum, dice Horacio); * los otros tenían manera de bañarse en casa; se ha visto, en efecto (pág. 93), que en la villa rustica se tiene cuidado de construir balnea para los esclavos; habi- taciones parecidas debían de existir también en la ciudad. En la villa urbana una parte del edificio estaba ocupada por las habitaciones para el baño, que reproducían en pequeño la estructura de las thermae (fig. 98). También esa costumbre del baño caliente, a pesar de parecernos costumbre típica romana y que hizo necesario construir edificios de los más grandiosamente romanos, se introdujo de Grecia en Italia hecia la mitad del tercer siglo antes de Jesucristo, esto es, en aquel siglo que hemos recor- dado ya varias veces como época decisiva en la penetración de la civilización griega en Italia. Los antiguos romanos cuidaban del propio cuerpo lo que bastaba para las exigencias de la limpieza personal y de la higiene. «Se lavaban todos los días los brazos y las piernas, por aseo necesario después del trabajo; pero sólo cada nueve días tomaban un baño completo.» * También Lo D Ha VIDA EN LA ROMA ANTIGTA “a ihe Giant * sei “PRU CG locales de las simim Dendas gue no comunican žermas a con las termas Fig. 96. — Plano de las termas estabianas de Pompeya. C. cella (para baño separado); FR, frigidarium: HYP., liypocansis: L, letrina. 1, ingreso al baño (sección masculina); 2, probablemente, pequeño apoda- terium; 3, pequeña balsa (con profundidad de 0,65 m.); 4, balsa, al principio semejante al 3, pero luego cegada y destinada a otro uso; 5-6, lugar de re- unión para los jugadores; %, entrada lateral; 8, paso de la sección femenina a los pórticos del sphAaeristerium; 9, paso del sphacristerium al apodylerium (sección Masculina); 10-13, sala de espera (probablemente para los esclavos); entrada lateral; 14, ingreso al baño (sección femenina). Las termas cstabianas de Pompeya se hallan en una vasta isla de edifi- cios que en da parte septentrional, aquí no reproducida, está ocupada por casas de alquiler, en la meridional, por el edificio termal, A los dos lados, accidental y meridional, se abren a da calie tiendas (tabernae) independicn- tes de las termas, Obsóreose que, con objeto de utilizar una sola hypocausis, e? caldarium y ef tepidariuin cn da sección femenina cesión dispuestos en or- den inverso del de da sección masculina, y que en la femenina no hay caldartum. nadaban en el Tíber, costumbre que no se perdió nunca, y raramente tomaban baños calientes, aprovechando una habitación (lavatrina) anexa a la cocina. Sólo cuando la costumbre del baño caliente se hizo cotidiana y general, se comenzó a construir en la casa algún cuarto de baño (balnea). Con el segundo siglo antes de Jesucristo vinieron los prime- ros edificios balnearios. LOS BANOS 295 Varios eran los tipos de establecimiento balneario. Había sobre todo los pequeños baños privados, con clientela res- tringida y conocida, frecuentados por personas que deseaban evitar el ruido y la curiosidad chismosa de los estableci- mientos demasiado concurridos. En Pompeya podemos for- marnos una idea de esto; son casas que se distinguen de las demás por el desarrollo excepcional que toman en ellas los cuartos de baño. Además de éstos, se alzaban los edificios abiertos para todos: ya los construidos y administrados por empresas privadas con objeto de lucrarse (balnea meritoria), ya los baños públicos en el sentido más alto de la palabra (thermae), munífico don hecho al pueblo por ciudadanos ricos, y más tarde por los emperadores. Las thermae per- tenecían al Estado, pero eran cedidas en arriendo, mediante determinada cantidad, a un empresario (conductor), que tenía derecho a exigir el modesto precio de ingreso fbal- neaticum), por lo general un cuadrante. Ocurría también que algún rico ciudadano o magistrado asumía por cierto tiempo la carga de pagar al conductor lo que correspondía por las entradas establecidas en el balneaticum. En este caso el ingreso a las termas era completamente gratuito. II Los edificios termales romanos, de los cuales en la figu- ra 96 se tiene una planta muy instructiva, ofrecen como cons- trucción una grandísima variedad; pero en todos hallamos necesariamente: 1) El apodyterium, o lugar para desnudarse, con bancos de piedra que salen de las paredes: nichos cuadrados y pro- fundos practicados en la pared, uno junto a otro a la altura de la cabeza, servían para dejar en ellos los vestidos. Estos huecos no podían cerrarse, por lo cual, no ofreciendo segu- ridad el dejar los propios vestidos a merced de cualquiera en la baranda de las termas, se ponia de guardia a un es- clavo. 2) El frigidarium o cella frigidaria; una estancia para el bano frío; generalmente pequeña, alta, oscura, rematada en una cúpula con una abertura en el centro. 3) El tepidarium; una sala de paso con banquillos de 296 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA mármol, que servía a los bañistas para habituarse a la di- ferencia de temperatura entre el caldarium? y el frigi- darium. 4) El caldarium; la sala para el baño caliente; la más luminosa, y provista de piscinas, pilas y hasta, en las grandes termas, de una piscina para nadar. Además del calda- rium, en algunas ter- mas había el assa su- datio, o Laconicum, un pequeño recinto muy calentado que servía para el baño de su- dor; terminaba en una cúpula con abertura redonda, cerrada por un disco de bronce col- gado de cadenas. El hanista, acercando o alejando el disco de la abertura, regulaba el calor. Anexos a las salas que servian para el Fig. Y7. — Apodyterium. baño había los locales (Herculano, termas, sección femenina.) destinados a la gimna- (Fotu Alinari.) . . P sia (sphaeristerium),a la unción del cuerpo (unctorium) o a limpiarse del polvo después de los ejercicios de la palestra (destrictorium). También habia, al aire libre, grandes piscinae natatoriae. El que deseaba refocilarse des- pués del baño hallaba comida y bebida en las numerosas popinae establecidas dentro o cerca de las termas. Muchos establecimientos eran dobles, con una sección para los hombres y otra para las mujeres, cada una con todos los recintos esenciales para desnudarse y tomar el baño; donde no había esta separación se establecía para unos y otros un horario diverso. Sólo las piscinae eran comunes a las dos secciones y nadaban en ellas juntos LOS BANOS 297 hombres y mujeres. Pero las senoras que no querian expo- nerse a las críticas no iban. Además, quien queria hacerlo, podía bañarse en recintos separados. También había baños con medicamentos y baños con perfumes. HI La hora de apertura de los baños era el mediodía, cuando se encendían los hornos; la entrada y la salida del público variaba según los reglamentos locales. Las termas de Roma permanecían abiertas desde el mediodía hasta el oscurecer; la señal de apertura o de clausura era dada por medio de Fig. 98. — Tepidarium. (Pompeya, termas del Foro.) (Foto Alinari.) una especie de gong que hacía el oficio de campanilla. Adria- no introdujo una limitación, prescribiendo que el ingreso no comenzase sino después de las dos de la tarde, con ex- cepción de los enfermos.* Se tiene noticia de termas de 208 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA las ciudades de provincia que permanecían también abiertas algunas horas de la noche, especialmente donde los locales cran insuficientes para las exigencias de la población. Pig. 99. — Caldarium. (Herculano, termas.) (Foto Alinari.) El modo de bañarse, como es natural, era diverso, según los gustos, la edad y la salud; pero siempre se procuraba alternar el baño frío con el caliente. El baño frío, aunque fuese simple ablución, o bien el nadar y zambullirse en la piscina natatoria, no se efectuaba sino cuando el cuerpo es- taba calentado y los poros muy abiertos después del baño caliente, o de una más o menos larga permanencia en el lacontum, o de una enérgica gimnasia en el sphaeristerium. Los más pigridos, antes de entrar en el agua fría, tomaban un largo baño de sol (apricatio). Para tomar el baño se llevaban a las termas objetos de varia especie: botellas de aceite, strigili (hierros arqueados para limpiar del cuerpo el unto después de los ejercieios; figura 102), sosa faphonitrum), que a falta de jabón (el sapo LOS BANOS 299 se ha dicho — pág. 155 — era una tintura para los cabellos) hacia sus veces, y los diversos panos para enjugarse el cuerpo (lintea, sabana), el rostro (faciale), los pies (pedale), etc. Los bañistas, fuera de los más pobres, iban acompañados por un séquito de sirvientes: el nno asistía al dueño durante el baño fbalneator), otro le hacia el masaje (unctor, aliptes, y hasta, si era particularmente experto, en los cuidados del cuerpo, iatraliptes), otro, además, ejercía el oficio de depi- larlo (alipilus); había también los esclavos que llevaban la ropa blanca, vigllaban los vestidos, etc. La gente pobre re- curría al trabajo de los masajistas y depiladores que se apiñaban en las termas, y cuando se desnudaba, si no quería dejar sus ropas a merced de los rateros, las depositaba, pa- gando una pequeña compensación, al cuidado del balneator o el capsarius. Los más refinados llevaban consigo hasta los Fig. 100. — La suspension del culdurium. (Fiesole, termas Tomi.) (Foto Gabinete Arqgueologica de Florence.) coperos; pero esto parecía pomposo yv necia ostentación. Las termas en Roma eran el mavor centro de vida mun- dana, y cuando, hacia media tarde, acudia a ellas la gente 300 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA libre de las ocupaciones de la jornada y en espera de la comida, habia un ruido, un tumulto que mareaba. Por la des- cripción que Séneca’ nos ha dejado de un baño (evidente- Fig. 101. — El pracfurnium del caldarium. (Fiésole, termas romanas.) (Foto Gabinete Arqueológica de Florencia.) mente entre los menores, puesto que en los pisos superiores estaba destinado a locales de alquiler) podemos formarnos una idea de lo que ocurría en las termas principales: «Habito justamente encima de un baño; imagínate un vocerío, una gritería en todos los tonos, que te hace desear ser sordo; oigo el chillido de los que se ejercitan con las palancas; emiten silbidos y respiran afanosamente. Si alguno de ellos se está muy tranquilo haciéndose el masaje, oigo el chas- quido de la mano en la espalda, y un sonido diferente según el golpe es dado con la mano plana o ahuecada. Cuando luego viene uno de aquellos que no pueden jugar a la pelota si no gritan y comienzan a contar los puntos en alta voz, es el acabóse. Hay también el pendenciero, el ladrón cogido in fraganti, el charlador, que cuando habla se complace en escuchar el sonido de su voz, y los que se zambullen en la Los VIAICS: UN CARRO ATRAVESANDO UNA CTUDAD Relieve del fraemento de un sarcófago existente en cl Museo Arqueológico de Estocolmo. SCENA CINEGETICA Mosaico hallado en Oudine. LA CAZA: UNA ANIMADA FE LOS BANOS 301 piscina para nadar, mientras el agua brota salpicando rumo- rosamente por todas partes. Pero a lo menos éstos emiten una voz que es la suya propia. Piensa en el depilador, que a cada paso hace un verso en falsete para ofrecerte sus ser- vicios, y no se calla sino mientras está arrancándole los pelos a uno; pero entonces el que grita es el que está debajo de él, sin contar el griterío de los vendedores de bebidas, de salchichas, de tortitas, y de los mozos de las tabernas que van de un lado a otro ofreciendo su mercancía, cada uno con una especial modulación de voz.» IV Nos falta ocuparnos del modo de calefacción de las termas. Un horno, alimentado con carbón de leña y llamado a la griega hypocausis,? servía para el doble objeto de ca- lentar el agua necesaria para el uso de las termas y de irradiar el agua caliente en las cavidades dejadas libres adrede debajo del pavimento y por las paredes. La boca de este horno se abría en una estancia (praefurnium) donde un esclavo vigilaba y renovaba el combusti- ble en la hypocausis. La calefacción del agua se realizaba del modo como nos lo describe Vitruvio,’ y del que hallamos la aplicación en la villa de Boscoreale (fig. 36) y ras- tros en los edificios ter- males, «Debajo de la hy- pocausis se deben poner Fig. 102. — Rascaderas. tres vasos de cobre, uno (De Daremberg-Saglio, Dictionnaire des para el agua caliente, omiiqules urecques et romaines.) (caldarium),* otro para de la rascadera. el agua tibia (tepidarium ) y el tercero para fría (frigidarium), colocados de modo que, tanta agua como sale del caldario, pase del tepidario al caldario y del frigidario al tepidario.» Los tres recipientes eran, pues, comunicantes y situados uno encima de otro; el del agua fría 91 302 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA debía hallarse a cierta distancia de la hypocausi. De este modo se obtenía el agua caliente o tibia necesaria, con reno- vada provisión, rápida y continua. El aire caliente de la hypocausis, pasando por un grueso tubo (vaporarium), que partía de una de las ‘paredes del horno, se difundía por medio de las suspensurae y de las parietes tubulati por debajo y a lo largo de las paredes del caldarium, del laconicum y, con menor intensidad, a causa de la mayor distancia, de la hypocausi en el tepidarium. Para que esto pudiera suceder, según un sistema atribuido a Cayo Sergio Orate,* quien parece haber sido su inventor en el último siglo antes de Jesucristo, se construían los pa- vimentos (suspensurae) de manera que, en lugar de estar directamente en contacto con el suelo, fuesen sostenidos por columnitas de ladrillos, dejando así debajo del enladrillado un espacio vacío por el cual el aire caliente pudiese circular con libertad. Desde esta cavidad, el aire caliente se difundía por las cavidades de las paredes, las parietes tubulati, me- diante tubos de barro cocido o ladrillos huecos. Este perfec- cionamiento, complementario del sistema de las suspensurae, estaba ya difundido en el primer siglo de Jesucristo. En efecto, Séneca habla de él como de una invención reciente. " El mismo sistema de calefacción era aplicado a los edi- ficios privados: casas y villas. Notas al capítulo XIX 1. Sat. I, 3, v. 137. 2. SÉNECA, Epist., 86, 12: Brachia et crura cotidie abiuebant quee scilicet sordes opere collegerant, ceterum toti nundinis lavabantur. 3. Caldarium; nótese que no se dice calidarium, como por error se suele decir. Aquí la síncope de catf wd- está certificada por una tradición segurísima. 4. ELIO SPARZIANO, Hadr., 22, 7. 5. Epist., 56, 1-2. 6. Es raro en los textos hallar hypocauston (-um) por hypocausis, pre- ferido erróneamente en los tratados de arqueología. Normalmente por hypocauston se entiende una habitación calentada mediante hypocausis (PL1- NIO, Epist., V. 6, 25; II, 17, 23; Digesto, XVII, 1, $ 16); y es forma subs- tantiva del adjetivo hypocaustus, «calentando por la hypocausiso (PLINIO, Epist., 1, 17, 11: unctorium hypocaustum; cfr. Digesto, XXXII, 55, $ 3: diaetarum Rhypocaustarum.). 7. V, 10, 1. 8. Los mismos nombres, aunque usados en sentido diverso, indican los locales esenciales de las termas (págs. 295 y 296); procúrese no confundirlos. 9. VALERIO Máximo, IX, 1, 1. 10. Epist., 90, 25: Quaedam nostra demum prodisse memoria scimus..., ut suspensuras balneorum et impressos parietibus tubos, per quos circum- funderetur calor, qui ima simul ae summa foveret acqualiter. CAPÍTULO XX LOS VIAJES YT. Los viajes. — II. Los vehículos. I La costumbre de las familias romanas más ricas de enviar a sus hijos al país griego a efectuar un curso de perfecciona- miento en la escuela de los retores y de los filósofos más renombrados, muestra que a los romanos no les asustaba viajar. La falta de los medios rápidos que nosotros tenemos no impidió a los hombres cultos de otro tiempo dar la vuelta al mundo, y mucho menos a los romanos, que disponían de una red excelente de carreteras. Viajaban para ir a la sede de sus estudios, para ejercer cargos en provincias, por ra- zones militares o de comercio, para visitar los monumentos más famosos o sencillamente para sacudir el aburrimiento. Preferidas, como siempre, eran las vías marítimas, que ofrecían mayores comodidades. Contribuía a hacer incómodo el viaje por tierra la ausencia de posadas decentes y bien puestas. Los antiguos ignoraban la industria de los grandes hospedajes, que es verdaderamente una conquista moderna. Quien no tenía huéspedes con los cuales pasar la noche debía resignarse a tomar sitio en una de tantas cauponae que se alzaban a lo largo de las vías de comunicación o en las grandes ciudades; locales, como nos ha sido revelado por Pompeya, angostos, destartalados, frecuentados por carre- teros, borrachos, mujeres del partido, con camas que debemos suponer llenas y no de la gracia de Dios. De la educación de los que frecuentaban las posadas se tendrá una idea cuando se sepa que las paredes de los cauponae estaban todas rasgu- ñadas por sus frecuentadores, que grababan en ellas necedades 304 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA y desvergúenzas; esa fea costumbre, si bien más tarde se ha revelado como utilisima en tantos aspectos' para nuestros estudios, no habla mucho en favor del nivel mental de quien escribió aquellas obras maestras, El posadero ha pasado a la historia como el tipo del perfecto bribón: perfidus hic caupo, dice Horacio; * cauponibus... malignis;* y el Derecho romano, en cuanto a los huéspedes, es rigurosamente severo. Todo esto no hacía muy agradable el viajar, y, con todo, se viajaba sin sombra de preocupación. Un pueblo que teme al movimiento no será jamás un pueblo imperial. El vestido de viaje para quien no viajaba con un encargo oficial que le obligase a vestir la toga, era la túnica, sobre la cual se ponía un manto con capuchón (paenula); en el calor del estío se llevaba un sombrero de anchas alas. La túnica se ponía de modo que estorbase lo menos posible los movimientos; esto es, bien sujeta a la cintura y arreman- gada hasta la rodilla; del cinturón pendía la bolsa (marsu- pium), la maleta de entonces. La mayoría viajaban en algún animal de carga que llevaba al viajante y a su bagaje. «Nadie — dice Horacio — me impide ir, si quiero, aunque sea hasta Tarento, con un mulo sin cola, al cual el bagaje le despelleja los costados y el jinete las patas.»* Los viajes a pie eran excepcionales, más todavía que entre los griegos. A nadie se le había ocurrido aún la buena idea de hacer por diversión largos ejercicios a pie, como se hace ahora, caminando días y meses bajo la lluvia y bajo el sol con un voluminoso saco a las espaldas; entre los romanos un globetrotter hubiera pasado por un estúpido. El que deseaba viajar con comodidad, especialmente si iba acompañado de mujeres, se hacía llevar en un vehículo. II De la variedad que ofrecían los vehículos romanos, en cuanto a forma, tiro, solidez, elegancia y velocidad, da testi- monio la misma riqueza de las palabras con las cuales los vemos indicados y distinguidos. Característica de los romanos es la costumbre venida de Oriente de hacerse llevar en litera (lectica) o en una silla de manos (sella gestatoria); en la una se iba acostado, en la otra sentado; una y otra podían estar provistas de cojines (pulvinaria) y cortinas (vela). Eran llevadas por esclavos robustos, en número variable — de dos LOS VIAJES 309 a ocho —, escogidos de la misma estatura y en librea, esto es, vestidos con traje semejante al de los militares y de colores vivaces. Como medic de viajar era cómodo, pero lento; por esto se hacia uso de é] sobre todo en la ciudad, siendo el único medio de transporte consentido por la ley, que impedía el transito de los carros durante las horas diurnas. La Anti- gúedad tuvo para el peatón un respeto que hoy está, como suele decirse, superado: el poseer un vehículo veloz no con- cedía en aquellos tiempos el derecho de aplastar al prójimo. No sólo se prohibía la circulación de los carros en la ciudad cuando era mayor la muchedumbre, sino, como resulta del modo como están construidas las calles de Pompeya, se ha- cian inaccesibles para los carros, mediante barreras de piedra, la plaza y las vías más frecuentadas y centrales. Había tres especies de vehículos con ruedas. 1) Vehículos de «sport» o de ceremonias. — El currus de dos ruedas que se usaba en los concursos del circo y en los triunfos. 2) Vehiculos para el transporte de las mercancías. — El plaustrum, de dos ruedas, pero sólido, que por lo regular, según costumbre, aun en uso en las campiñas sardas, en lugar de ruedas con radios llevaba discos de una pieza y era tirado por bueyes, mulas, asnos; el serracum, con ruedas más bajas y más sólidas para el transporte de las cargas pesadas; el carrus, carro militar de transporte, de origen céltico; la arcera, usada sobre todo en tiempos antiguos: era una especie de carro-litera para los enfermos (quasi arca quaedam magna vestimentis instrata, qua nimis aegri aut senes portari cubantes solebant). >’ 3) Vehiculos de viaje. — Los había de dos a cuatro ruedas: a) De dos ruedas: el cisium, un calesin veloz y rápido para quien queria ir ligero y no llevaba bagajes; se los alquilaban también a los cocheros (los cisariz, que estaban de parada a las puertas); el essedum, un tipo de carro de viaje cuya forma había sido sugerida por el carro de guerra de los galos y de los britanos; no conocemos su forma pre- cisa; debía de ser un tipo intermedio entre el cistum y la más sólida raeda de cuatro ruedas. Los había más pequeños, que el viajero guiaba por sí mismo, y mayores, guiados por un essedarius. Es conocida, en cambio, la forma del car- 306 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA pentum, elegante y cómodo carro de antiguo tipo italiano, de dos ruedas, tirado por dos mulillas; como en la ciudad sólo podían usarlo las mujeres de la familia imperial, se puede tener la certidumbre de que es un carpentum el tiro representado en monedas imperiales femeninas. b) De cuatro ruedas: la raeda, el carro de uso más común para el transporte de personas y bagajes; el petorri- tum, de origen galico, como la raeda: no sabemos nada pre- ciso acerca de él; era probablemente en su origen un carro de ceremonia ricamente adornado; en los últimos tiempos del Imperio se convirtió en un medio de viaje de los más comunes; el pilentum, parecido al carpentum, pero mayor y de cuatro ruedas; en los primeros tiempos se servían de él únicamente las sacerdotisas y las matronas en los días de fiesta; después se hizo de uso común; la carruca, la cual, por las comodidades que ofrecía — hasta se podía dormir en ella —, por la fimira de los ornamentos y la relativa cele- ridad, era un verdadero vehículo de lujo. Notas al capítulo XX 1. Aquellas inscripciones escritas por gente ignorante que no conocía hien la ortografía y eseribía como hablaba, conservan el más seguro docu- mento acerca de la pronunciación latina de la época. 2. Sat, I, 1, v. 29, 3. Ibíd., J, 5, v. 4. 4. Ibid., I, 6, vs. 104 y siguientes. 5. Auro Getto, XX, 1, 29. (Como un arca muy grande cubierta de ropas en donde a los muv enfermos o a los viejos solían llevarlos acos- tados. (T.) CAPÍTULO XXI DIVERSIONES Y RECREOS DE GRANDES Y PEQUENOS I. Juegos de niños. — II. Juegos infantiles colectivos; juegos ori- ginarios de Grecia: el juego del rey, de la olla, etc. — III. Los juegos de azar, — IV. Los juegos sobre la «tabula lusoria», — V. Los deportes en el «Campus Martius». Otros pasatiempos. -— VI. El baile J «Construir harraquitas, enganchar ratones a un carrito, jugar a pares o nones, cabalgar en una larga caña» * son para Horacio los primeros juegos infantiles; juegos de muchachos romanos y juegos de los nuestros. Sólo ha caído en desuso aquel pasatiempo de enganchar ratones a un minúsculo carrito y verlos correr en parejas, muy asustados, arrastrando tras de sí el bamboleante juguete de madera. Si el carrito era mayor y el niño podía montar en él, entonces se le engan- chaba algún animal pacífico, una oveja, una cabra, un perro o bien un muchacho que se ofreciese para tirar. Á pares o nones (par, impar) se jugaba de este modo: uno tenía ce- rradas en el puño algunas piedrecitas (nueces, etc.) e in- vitaba entonces a su compañero a decir si eran en número par o impar. Luego abría la mano y se veía si el interrogado había acertado. También se acostumbraba a jugar capita e navia,? esto es, como decimos nosotros, «a cara O cruz», tirando al aire una moneda y probando a adivinar, antes que cayese, si quedaría hacia arriba la parte con la cabeza o la parte con la nave. Y se jugaba a la morra (digitis micare), a la peonza (turbo), con el bramante o con el látigo, o al aro (orbis, trochus), sirviéndose de un bastoncito derecho o curvo (clavis). Los aros eran más o menos grandes; los más 308 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA perfectos iban adornados con anillas y cascabeles. En este caso el aro corria v sonaba: era divertidisimo. La II Además, cuando los niños se juntaban jugaban a juegos colectivos, en los cuales vencía el más hábil. Muchos jugaban con nueces, hasta el punto que Persio dice «dejadas las nue- ces»,? queriendo decir «pasado el período de la infancia». La escena representada en la figura 105 nos muestra a unos muchachos que juegan «a la nuez», y el lector puede ver que de entonces a nuestros días el juego no ha cambiado nada; se hacían unos montoncitos con tres nueces debajo y una encima, y si alguno conseguía derribarlas dándoles con el «taco» las nueces eran suvas. Con las nueces también se hacia una especie de tiro al blanco, * que consistía en lanzar desde cierta distancia una nuez, procurando hacerla caer en una vasija de cuello estrecho. La mayor parte de estos juegos colectivos eran sugeridos a los niños por su instinto de imitar a los adultos. como cuando jugaban «a los sol- dados», «a los Jueces», «a los magistrados». Los ma- cistrados iban acompañados de pequeños lictores“ con fasres y segures, y los lic- tores, así podemos supo- nerlo, pondrían una cara feroz. como de quien está «dispuesto a cortar una Ca- beza. Véase la figura 105; en ella se juega a los «ca- ballos», porque los niños, Jugando a caballos. (Herculano, Pin- a P tura mural.) cuando les da por ahí, se divierten en imitar, además de a los hombres, a los animales; y tal vez no sólo los niños. El que hacía de cabailo tomaba al compañero en los hombros (humeris vectare; fi- gura 105), o lo llevaba en su carrito (fig. 103). resignándose a recibir el latigazo. Fig. 103. — Juegos de niños. DIVERSIONES Y RECREOS 309 En la figura 104 asistimos a un juego que esta represen- tado también en otros monumentos: dos niños, teniendo por cada uno de sus cabos un largo cordel, dan caza a otros dos, intentando atarlos v reducirlos a inmovi- lidad; los perseguidos, atentos a que no los cojan. «dan mientras tanto golpes con una varita a los del cordel. Es de suponer que en el período posterior a la invasión de la cultura griega todos los juegos infantiles griegos, que un más reciente escritor" nos describe minuciosa- mente, llegaron a ser habituales en Roma. Los numerosos escla- vos orientales, que en las familias se ocupa- ban en la primera edu- cación de los ninos. a ca | — también habian impor- tado seguramente de Arriba. la cuerda. (Herculano, pintura mu sus paises los juegos ral) Abajo, el aro. (Roma, Museo Latera i nense.) que no estuvieran va en uso: juegos, por lo demas, también bastante comunes entre nosotros, como el columpio suspendido de cordeles (amo) O sobre un eje en equilibrio ( zétavpov ), el aguilón (astoz ) y el jugar a coger (urobtópasxiva) y a la gallina ciega. Gallina ciega en griego se llama mosca de bronce ( yutzv poia ); un muchacho con los ojos vendados andaba a tientas, procu- rando coger a uno de sus compañeros, y decía: «Cazaré a la mosca de bronce», y sus compañeros lo asediaban a su alrededor con sendos palitos: «Tras ella correrás, pero no la atraparás», y al decir esto, menudeaban los golpes. Un juego griego que con toda probabilidad debió de ser in- troducido también entre los romanos era el llamado «juego de la olla» ( yuzotvda ). Un niño estaba sentado, hacía de Fig. 101. — Juegos de niños. 310 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA «olla», esto es, sin levantarse ni dejar su sitio tenia que atrapar a otro. Sus companeros se le acercaban, atentos a no ser cogidos: le daban algún repelón, le pellizcaban, le hacían cosquillas. El que resultaba atrapa- do se quedaba a hacer de «olla» y el juego volvía a comenzar. En- tre los juegos impor- tantes de Grecia había el «juego del rey» (jasr- Avda ).7 Consistía en una lucha de habili- dad, terminada la cual, el más diestro era proclamado rey, y el más inepto se que- daba con el titulo. «ntre los griegos, de «borrico» (avec), v en- tre los romanos, de «sarnoso». Durante el juego canturreaban: Rex erit qui recte fa- ciet, qui non faciet non erit.* Acabado el juego, el vencedor, proclamado rey, daba órdenes a todos; el úl- timo, el «sarnoso», se quedaba aparte y aguantaba las burlas. Fig. 105. — Juegos de niños. Entre tantos jue- Arriba. jugando a caballito; abajo, jugando gos, ho quedaban ex- a las nueces. (Roma, Museo Lateranense.) cluidos los que en sustancia consisten en burlas y engaños; como cuando los niños pegaban en el suelo una moneda y se quedaban a cierta distancia esperando que un transeúnte, atraído por el pequeño e inesperado lucro, probara a despegarla. No podía hacerlo, y quedaba en mal lugar. Los chicos se divertían viendo la cara que ponía al verse burlado, y probablemente le dedicaban una griteria. a -iae DIVERSIONES Y RECREOS 311 III Las diversiones y los pasatiempos de las personas mayo- res eran muchos, como es natural; aparte de que las per- sonas mayores también en aquel tiempo saltaban a la comba, teniendo aquel juego por excelente ejercicio gimnás- tico, y jugaban, como los muchachos, a la morra; pero no se jugaban nueces ni semejantes pequeñeces, sino dinero. La morra, para los adultos, era el juego de azar más sen- cillo; más complicado y, para los que tenían la pasión del juego, más ruinoso eran las tabas (tali) y los dados (tes- serae). De modo particular el juego de los dados se pres- taba a vencer o a perder rápidamente gruesas cantidades. Augusto, en una carta que nos ha conservado Suetonio,” cuenta haber perdido en el juego 20.000 sestercios. Nerón ” era un espléndido jugador, y no ponía sino sumas altísimas, cuatrocientos sestercios cada vez. Pero de todos los empera- dores el más fanático fue Claudio: * jugaba hasta cuando iba de viaje; para evitar que las sacudidas del vehículo echasen al aire las piezas del juego, se le había ocurrido hacer ajustar el tablero a una pared del carro. Y como era hombre de estudio, también escribió acerca de los juegos de azar; porque cuando uno es literato, sea o no sea empe- rador, todo lo transforma en literatura, hasta la pasión por el juego. Juvenal llama locura a la de los jovencillos que pierden cien sestercios en el juego y dejan que el esclavo tiemble de frío porque no tiene tunica.” Se consideraba la pasión por el juego como un lujo consentido sólo a los ricos. * Algunos, jugando a los juegos de azar, perdieron el patri- monio; * con todo, no parece que los romanos tuviesen por los juegos de azar aquel delirio que Tácito ** considera como característica particular de los germanos. Tabas y dados se tiraban sobre el tablero de juego fal- veus, tabula aleatoria) con la mano o con un cubilete (pyr- gus, del griego xopyoq, «torre», turricula, fritillus phimus, del griego gunz ). El cubilete era garantía de corrección en el juego: el tirar los dados con la mano se prestaba a fraude, " porque también en aquellos tiempos había gente que de- fraudaba en el juego. Con el nombre de alea no se indicaba, como algunas ex- presiones pueden dar a entender, el dado o la taba, sino 312 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA sólo el acto de echar, o bien el juego de azar, genéricamente. Tabas y dados tenían, naturalmente, forma diversa. Es un error bastante común y difundido pensar que los tali fuesen nuestros «dados», a los cuales, en cambio, corres- pondían perfectamente las tesserae romanas. Talus, propia- mente «talón», es el sutil huesecillo que (como en griego) astodyatos , de donde deriva el nombre helenizante de astra- gali en latin) se halla en las patas de muchos animales y parte de la canilla soldándose en el talón; estos huesecillos de ternera, oveja, cabra, antílope y objetos de forma seme- jante, fabricados con metal, hueso, marfil, piedra, eran uti- lizados en el juego de la taba. Por esto las tabas tenían sólo cuatro caras útiles, porque, por ser muy alargadas y estrechas, no se podían tener derechas sobre sus dos extre- midades. Las cuatro caras eran rectangulares, largas y es- trechas; dos eran llanas, una cóncava y otra convexa; cada una de ellas tenía un valor diverso: valor de uno (ov, en latín canis o vulturius), de tres ( xpavég), de cuatro ( yrattov), de seis (xoy, en latín senio). Se jugaba con cuatro tabas cada vez, y eran posibles treinta y cinco combinaciones; la más importante era la llamada Venus o tractus Venerius, esto es, cuando la taba mostraba una cara con número di- verso (1, 3, 4, 6). También acerca de este particular, como en tantos más, nuestro informador es Marcial: ” Cum sterit nullus vultu tibi talus codem, Munera me dices magna dedisse tibi; dos versos que acompañan un obsequio de tabas de marfil. Mayor número de combinaciones ofrecían las fesserae (en griego xu80., nuestros dados, como se ha dicho); también en los dados uno era llamado canis; las otras caras eran indicadas con el número que llevaban. Los dados eran de hueso o de marfil, y se tiraban dos o tres cada vez. Para que la tirada fuese buena se solía, al tirar los dados, invocar a una divinidad o el nombre de la mujer amada. Un pará- sito, en Plauto, '* dice que en los banquetes todos lo llaman «la muchacha»; ésta, en efecto, es invocata («invocada» por el jugador) y él es el invocatus («no invitado»). El banquete era Ocasión para los jóvenes de jugar a juegos de azar,” y jugando pensaban, naturalmente, en sus amadas. DIVERSIONES Y RECREOS 313 Con los juegos de azar, la ley romana era particular- mente severa. Los prohibía, consintiéndolos sólo durante las Saturnales, las fiestas romanas de tipo carnavalesco, en las cuales había alegría y libertad para todos. Las deudas del juego no eran reconocidas; no sólo el acreedor (como lo es también en nuestras leyes) no tenía acción contra el deudor, esto es, no podía con medios legales obligar al deudor a pa- garlas, sino que se reconocía al deudor el derecho a reclamar judicialmente todo lo que hubiese pagado (según nuestra ley, en cambio, las cantidades espontáneamente pagadas en el juego no pueden ser reclamadas). IV Había también los juegos de reflexión, consistentes en la habilidad de hacer mover según ciertas reglas del arte piezas (calculi) sobre una especie de tablero, llamado tabula lusoria o abacus. Hallamos numerosas menciones de esos juegos en los escritores; pero los textos no nos ofrecen ele- mentos suficientes para reconstruir con exactitud cuál era el método del juego. El más en boga era el ludus latrunculorum o «juego de los soldados», porque latro, en el latín más antiguo, no sig- nificaba, como más tarde (por ejemplo, en la época de Cicerón), «asesino», sino sencillamente «soldado merce- nario»; las piezas, por esto, eran llamadas también militis o bellatores. Como siempre, en juegos de este género, entre las varias plezas se efectuaba una batalla fingida maniobrada en las casillas de la tabula fusoria (llamada también, para este juego, tabula latruncularia); no sabemos con precisión cómo se desarrollaba el juego; parece que el /udus latrunculorum tenía el carácter, en parte, de nuestras damas, porque se trataba de encerrar al adversario de manera que no le que- dase espacio para moverse (lo cual se llamaba ad incitos redigere), en parte, de nuestro ajedrez, porque mientras al- gunas piezas (calculi ordinarii) se movían como nuestros peo- nes, otros (calculi vagi) podían avanzar en varias direcciones o saltar. Un juego del tipo de nuestras «tablas reales» era, en cambio, el llamado duodecim scripta: en un tablero sobre 314 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA el cual se habian trazado doce lineas verticales, cortadas por la mitad con una horizontal, cada uno de los dos juga- dores hacia avanzar (calculum dare, promovere) o era obli- gado a hacer retroceder (calculum reducere) una de las quince piezas de que disponía, según los resultados de una tirada de dados. Era al mismo tiempo un juego de azar y de habilidad. Para un juego parecido debían de servir, por cuanto se puede suponer, algunos tableros de piedra que se han ha- llado en gran número en excavaciones arqueológicas y pro- ceden, en parte, de las catacumbas. Los tenemos también representados en mosaicos de grandes dimensiones. Aquellos tableros estaban destinados, sin duda alguna, a un juego de dados o de peones. En el margen superior de estos ta- bleros se hallan grabados, en tres líneas de doce letras cada una, divididas en su mitad por un signo de separación (un pájaro, una fior, etc.), algunas palabras: por lo común seis de seis letras cada una; por ejemplo: TURDUS STUPET MERULA CANTAT AUCEPS CAPTAT Pero no siempre las palabras estan divididas netamente en grupos, cuando, y es el caso comun, las treinta y seis letras dan una frase que alude especificamente al juego. Esta, por ejemplo: SI TIBI TESSEL LAFAVE TEGOTE STUDIO VINCAM (Si tibi tessella favet ego te studio vincam, «aunque la suerte de los dados te sea favorable, yo te venceré con la reflexión».) En este juego, pues, entraba en parte la suerte, en parte la habilidad de calcular y prever, como en nuestro poker y, en general, en los juegos con las cartas, que son de origen orien- tal y no se difundieron en Europa hasta la Edad Media. No se logra comprender bien cuáles eran, con precisión, las reglas del juego para el que servían los tableros arriba descritos, a pesar de estudios cuidadosísimos acerca del asun- to.* Por esto nos vemos obligados a no poder satisfacer la curiosidad del lector, que quisiera saber más de lo que al- canzamos. DIVERSIONES Y RECREOS 315 y A la tarde, la mayoría pasaban muchas horas en las termas, * pero la juventud lozana prefería ejercitarse en el Campus Martius y nadar en el Tíber, quo omnis iuventus causa natandi venit, dice Cicerón.* La natación era un deporte más difundido que en nuestros tiempos; un hombre inexperto en natación era para los antiguos una rareza despreciable, como entre nosotros el no saber montar en bicicleta. También los griegos, de un hombre que no servía para nada decían que no sabia escribir ni nadar ( ¡te vodppuata pyte veiy éniotaclar). Todos extrañaban que el emperador Calígula, el cual, a pesar de estar loco, poseía muchas habilidades personales, no supiese nadar. * Se nada en el mar también desde los tiempos más antiguos; el lec- tor admitirá en una lámina la hermosa pintura etrusca que nos presenta la vivacisima imagen de una zambullida. Por esto en verano las playas estaban concurridísimas, es- pecialmente la ribera de Baya, el centro veraniego más elegante de Roma, y, como todos los centros marinos elegan- tes, ocasión de infinitas intrigas amorosas * y de comentarios inacabables. * Los deportes marítimos en Italia remontan a tiempos más lejanos. En cambio, era desconocido el alpinis- mo, el más noble de los deportes; los antiguos no cono- cieron las duras fatigas de las ascensiones ni la infinita poesia de los glaciares. El alpinismo, que ha vencido al antiguo odio entre el hombre y la montaña, es conquista reciente. En el Campus Martius se hacían ejercicios deportivos de todo género, y era un excelente reparo para las fatigas de la milicia; el que por allí pasaba veía a la más florida ju- ventud de Roma cabalgando, haciendo evoluciones, guiando coches velocísimos; se adiestraba en todos los juegos de la palestra.” El vecino Tíber invitaba a los más fuertes a cruzarlo, hasta varias veces, % venciendo su fuerte corriente. El número de los deportistas que se reunían en el Campus Martius era tan grande, que César * (cf. pág. 41) pensó cons- truir un campo todavía mayor a la derecha del Tíber. Pero había también jovencitos que preferían, a las fa- tigas de tales ejercicios, el paseo en agradable compañía por los muchos jardines que hermoseaban a Roma. Y como Roma, 316 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA precisamente en su sociedad mejor, era una ciudad terrible- mente chismosa * (v. pág. 350), donde los chismes pasaban pronto de boca en boca, no se hablaba más que de ciertos encuentros nada casuales que tantos guapos mozos atrevidos efectuaban in hortis; especialmente por parte de hombres severos que recordaban con inútil lamento los rígidos tiempos de Apio Claudio. Pero cuando Roma se hizo grande, Apio Claudio hacía mucho tiempo que había muerto, y los jardines bellísimos estaban llenos de sombras discretas. VI Y en Roma también se bailaba. Las antiguas danzas itálicas consistían en un tripudiar agobiador, que tenia algo de solemne y de marcial. Se golpeaba la tierra con los ples en un ritmo de tres tiempos. Era más un saltar que un danzar; aquellas formas de baile, en efecto, eran indicadas con la palabra saltatio, y estuvieron en honor en el rito de algunas órdenes sacerdotales * y entre el vulgo campesino en los días de fiesta. A fines del siglo 11 a. de J.-C. la cultura griega introdujo en Roma formas de danzas más refinadas; en la alta sociedad se danzaba a la griega. Pero sólo danzaban las mujeres y los niños. No se permitía que un hombre serio danzase; el epíteto de «bailarín» (cinae- dus)* era el más ofensivo con que se pudiese injuriar a un hombre. Cornelio Nepote recuerda, como ejemplo de diferencia típica de costumbres entre griegos y romanos, que Epami- nondas, el austero general tebano, supiese danzar.* A las mujeres se les consentía danzar, pero con cierta prudencia. Una señora que no danzase demasiado bien no dejaba de ser censurada, * y Horacio, Y cuando, para secundar la renovación moral de Roma instaurada por las leyes de Augusto, asumió el papel de moralista, ponía mala cara ante el caso de jó- venes casaderos que se perecian por aprender las danzas griegas. Pero quizás en ciertos aspectos, en cuanto a las danzas, en las costumbres modernas hay más tolerancia. El bailar, sea quienquiera la persona que baile, puede en ciertos casos parecer inconveniente o ridículo, pero no es inmortal, ni siquiera, por sí mismo, indecoroso. Guicciardini * sostiene que el que tiene en la mano la política de un Estado LA Prsca: BARCAS DE PESCADORES CON ARPON Mosaico. PESCANDO CON CAÑA, FIGURA DE BRONCE Museo Nacional, Nápoles. ESPICTACULOS CIRCTNSES: GLADIADORES Y LIERAS Relieve en barro, siglo T. DIVERSIONES Y RECREOS 317 no debe rehuir el baile. Se puede decir que aquel aforismo ha entrado en la convicción de todos los modernos; hoy, el que un hombre que en la vida activa tenga funciones activas v representativas sepa también bailar y baile, no perjudica; hasta es una habilidad que puede sentar bien. Además, la técnica de la danza moderna se inspira en un amplio sentido de literalidad moral. Tenemos para con los bailarines una condescendencia sublime, que nuestros erandes antepasados no hubieran compartido ni aprobado. Quiero decir que la forma de nuestro baile, que ofrece a dos seres de sexo diferente honesta ocasión de abrazarse en pú- blico, a los antiguos les hubiera parecido una de esas inde- cencias que escandalizan. Nosotros, por el contrario, no te- nemos nada que objetar a esto; ¿qué mal hay en ello? Al contrario, nos parece muy natural que si se quiere bailar se baile de ese modo, porque ya estamos acostumbrados a él. Cada época tiene sus costumbres y sus maneras de bailar. En el baile, como en tantas cosas más, el paso de los siglos ha trabajado en profundidad. En el mundo romano, como en el griego, había la cos- tumbre de que el que bailaba también cantase a menudo, acompañándose de un instrumento; esto es muy caracte- rístico; y no se olvide que en la Antigüedad el bailar era exhibirse, dar pruebas de habilidad v de gracia delante de un público de admiradores. Como hoy, en el mundo oriental el baile era considerado como un arte, y a nadie se le ocurría ballar si tenía un fisico poco atractivo o no sabía hacerlo, La danza era un deleite, pero también una exhi- bición. En nuestros tiempos, en cambio, baila todo el que quiere, hasta los viejos, los obesos, los groseros y ciertas bellezas huesudas que meten miedo. La danza, que es en su origen un espectáculo «de belleza, hoy es sencillamente motivo de reunión mundana y diversión individual para quien halla gusto en bailar, aun cuando no sepa. Muchos bailan por bailar, a pesar de no haber nacido para ello y no habiendo puesto nunca los pies en una escuela de danza: saben que la sociedad moderna está dispuesta para con ellos a increíbles benevolencias y a magnánima tolerancia. Esos pobrecillos (¿quién no los ha visto?) dan pena, pero hallan excusa. Dan codazos, pisan pies, sudan y jadean para man- tenerse en equilibrio; son desgraciados y ridículos, y, a pesar de todo, bailan. Pero los romanos mostraban en esto 22 318 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA mayor juicio; no sólo era más restringido el número de aquellos a quienes se consentía el baile, sino que se tenía el honesto pudor de no danzar en público sin haber apren- dido primero cuidadosamente el arte. En cuanto a ganas de bailar, había muchas también en aquellos tiempos, pues es propio de la juventud el tener azogue en los pies. Un verdadero frenesí para el baile in- vadió a Roma en los años posteriores a las guerras púni- cas; se diría que hay casi una ley histórica por la cual un período de guerras sangrientas trae consigo, como conse- cuencia, un deseo más agudo de danzar en los jóvenes. Nun- ca, en efecto, como en aquella época los maestros de baile abrieron tantas escuelas ni hicieron tan buenos nego- cios. El fenómeno acabó por preocupar, y hasta en el círculo de los Escipiones, a pesar de ser tan benévolo para las influencias griegas y todas las tendencias de modernidad en la vida de Roma, comenzaron a preguntarse a dónde se iría a parar con tantos pies jóvenes en movimiento perpetuo. Y fue precisamente Escipión Emiliano el que denunció en público el peligro y la inconveniencia de tanto bailar. Dijo: * «Son formas indecentes de exhibición esas que nuestros jóvenes se hacen enseñar. Van a las escuelas de los histriones en compañía de bailarines impúdicos; llevan pifanos e instrumentos de cuerda, y aprenden allí a cantar; cosas son éstas que nuestros antepasados tenían siempre por deshonrosas para los jóvenes de libre alcurnia; sí, joven- citos y muchachas van a las escuelas de danza, en medio de los bailarines. Lo había oído decir a muchos, pero yo no lo creía; no quería creer que hombres de la nobleza hicieran dar a sus hijos una enseñanza de aquel género. Pues bien: me llevaron a una de aquellas escuelas de danza; vi allí, por lo menos, a más de quinientos, entre niños y niñas; y vi también (y me dolió el corazón al verlo, por la suerte del Estado), vi al hijo de uno que aspira al con- sulado; era un jovencito que no podía tener más de doce años; llevaba todavía la bulla sobre el pecho y danzaba acom- pañándose con los timbales; ni un esclavo impúdico danzaría de aquel modo, sin inconveniencia.» Santas palabras. Y con todo, el deseo de bailar fue más fuerte que los escrúpulos de los bien pensantes; y se con- tinuó bailando. Antes parece que en la época imperial el atractivo de la danza conquistaba también a los hombres DIVERSIONES Y RECREOS 319 adultos; pero no a las personas serias: danzaban los afemi nados, los presuntuosos, los vanidosos. Aquel latoso que en la más famosa de las sátiras de Horacio* atormenta al poeta con sus chácharas interminables se alaba de saber danzar con muchísima gracia. Quis membra movere mollius (possit)? Danza graciosamente un tal Atico, que nos pre- senta Marcial“ como prototipo del hombre vano y garboso. También el emperador Calígula * danzaba y ponía en el amor de la danza el furor de su locura. Danzaba de día y de noche, y Cuando en el teatro asistía a las danzas de los demás, acompañaba con el suyo el gesto de los histriones y cantaba con ellos si ellos cantaban. Y una vez hizo esto: de impro- viso, a altas horas de la noche, mandó llamar a tres hombres consulares; llegaron acto seguido, arrancados súbitamente al sueño, con grande temor, pensando que había llegado su última hora. Fueron invitados a sentarse en un estrado; de pronto, he aquí que dando un gran salto salió Calígula, ataviado magníficamente, con manto y una túnica larga hasta los pies. Danza, canta y se va; después de lo cual, acabado el espectáculo, los tres consulares pudieron volverse a sus casas. Pero éstos eran casos excepcionales; para los hombres adultos y con la cabeza en su sitio, danzar Romanum non est. Notas al capítulo XXI 1. Sat., 11, 3, vs. 247-48: Aedificare casas, plostello adiungere mures Ludere par impar, equitare in harundine longa. Cfr. SÉNECA, De const. cap., 12, 2: In litoribus harcnae congestu simu- lacra damuun exercil, 2. Macrosio, I, 7, 22. 3. PERSIO, 1, v. 10: Nucibus facimus quaecumque relictis. 4. Ibid., 3, v. 50. El juego es descrito en un poemita de autor descono- cido titulado Nur, que algunos manuscritos atribuyen erróneamente a Ovidio. 5. SÉNECA, De const. sap.. 12, 2. 6. PóLux, IX, 122 y passim. 7. Horacio, Epist., I, 1, vs. 59-60. 9. SUETONIO, Aug., 71. 8. Rey será el que lo haga bien; quien no lo haga, no lo será. fT.) 10. 7biíd., Nero, 30. 11. 7bíd., Claud., 33. 12. T, vs. 92-93. 17. VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Ibid., 11, vs. 176-77, alla turpis turpis adulterium mediocribus. PERSIO, 5, v. 57. Germania, 24. MARCIAL, XIV, 16. XIV, 14. (Cuando ninguno de ellos te presente un mismo punto, reconocerás que te he hecho un gran regalo.) (T.) 18. 19, 20. tes, s. 21. 28. 29. 30. istam 31, 32. 33. Capt., v. 70. Véase pág. 136. LAMER, in PauLy-Wissova, Real-Encycki,, XIII, col., 1900 y siguien- v. Lusoria tabula. Véase pag. 299. CICERÓN, Pro Caelio, 15, 36. La expresión es citada como proverbial por PLATÓN, Las leyes, III, SUETONIO, Cal., 54: Atque hic tam docilis ad cetera natare nesciit. MARCIAL, J, 62, vs. 5-6. CICERÓN, Pro Caelio, II, 27; 15, 35 y passim. Cfr. la nota 128, pagina 59. Horacio, Sat.. II, 1, vs. 7-8. C)CERÓN, Ad Att., XIII, 33, 4. CICERÓN, Pro Caelio, 16, 38: At fuit fama. Quotusquisque est qui effugere possit in tam maledica civitate? Ibid., 15, 38 y passim. Horacio, Od., I, 37, vs. 1-7. Ibid., III, 18, vs. 15-16: Gaudet invisam pepulisse fassor ter pede terram; Epist., I, 14, vs. 25-26. 34. Del griego xwattec. En Grecia también hubo en la época helenis- tica representaciones escénicas de cinedos, mezcladas con recitaciones, mú- sica y danza; farsas en extremo licenciosas. 35. 36. quam 37. 38. 39. 40. 41. 42. Proef., 1; Epam., 2, 1. SALUSTIO, Bell, Cat., 25, 2: Psallere et saltare (docta) elegantius necesse est probae, Horacio, Od., MI, 6, vs 21-22. Ricordi politici e civil, 179. En Macrounio, III, 14, 7 Sat., I, 9, vs. 24-25 II, 7, v. 5. SUETONIO, Cal., 54. CaPITULO XXII CAZA Y PESCA I. Incertidumbre cronológica acerca de las comienzos en Roma de la caza como deporte. — Il. «Venation y «aucupium». — ITI. La «venation, — IV, El «aucupium», — V. La pesca. I Entre tantos recreos, habia también la caza y la pesca. Horacio* contrapone a los muelles ejercicios griegos la costumbre romana de la caza; pero si la caza se torna en Roma uno de los deportes que la juventud prefiere, y tan grande era la pasión por ella que hasta las mujeres la sentían, parece que la caza, como deporte, muy difundida en Grecia en la época helenística, no fue introducida en Roma por los griegos sino ya tarde, en el siglo 1 a. de J.-C. Ateniéndonos a una noticia de Polibio, ? uno de los primeros cazadores fue Publio Escipión Emiliano, y fueron sus maes- tros jóvenes de la más alta nobleza griega.* En adelante la caza se convirtió en ocupación usual para todos. Un epí- grafe coloca el cazar entre los más grandes gozos de la vida: «lr a cazar, bañarse, jugar, reír: esto es vivir» (venari, lavari, ludere, ridere: occest vivere).* Cicerón re- cuerda la caza en sus dos formas (v. pág. 323), la venatio y el aucupium, como agradable diversión de los ancianos; * y hasta Plinio el Joven,® el más literato entre los literatos de la época imperial, cuando estaba en el campo se divertía en cazar, sin olvidarse de llevar consigo, junto con las redes, las tabletas enceradas, para poder dedicar a componer el tiempo en que la salvajina no se presentaba. «Estaba sen- tado junto a las redes; tenía al alcance de mi mano, no ya el venabulum ni la lancea, sino el estilo y las tabletas 322 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA enceradas; algo se me ocurria y lo iba anotando, de modo que aunque volviese a casa con las manos vacias llevaba las tabletas llenas.» Con tan pacifico cazador, las fieras po- drian sentirse bastante seguras. En un pais rico un tiempo en salvajina como Italia, es- tablecer un término preciso a la introducción de la caza como mero pasatiempo parece arbitrario. ¿Cómo puede dejar de pensarse que los jóvenes libres, aun sin esperar la ense- ñanza de los griegos, no se persuadieran a hacer para propia diversión lo que los esclavos empleados en la caza tenían orden de hacer para destruir a los animales que acechaban a los ganados o para enriquecer y variar la mesa de los amos? Por esto pensamos que es menester ser cautos en fijar los términos cronológicos del comienzo en Roma de la caza por diversión. Verdad es que la caza, por la evidente utilidad que se obtiene de ella, es antiquísima en Italia; y hasta cuando se convirtió en deporte continuaron existiendo los cazadores de oficio y los esclavos empleados en la caza. La soberbia afirmación de Salustio” de que la caza es un servile officium parece estar en contraste con el pensamiento de sus tiempos; con todo, tiene una parte de verdad. II En la época posterior a la invasión de las costumbres griegas en Roma, la caza, ya como ocupación utilitaria, ya como pasatiempo y procedimiento de ejercicio físico, ha ad- quirido en la vida romana la mayor importancia. La caza de los pájaros, llamada aucupium, era cosa muy distinta de la caza de los animales con cuatro patas, como lobos, osos, jabalíes, liebres, etc., llamada venatio. Por esto los romanos usaban dos palabras diferentes, y consideraban las dos ocu- paciones como distintas. La costumbre moderna de la escopeta ha asimilado en los métodos de la caza, y por tanto también en el nombre, la caza a la salvajina de toda especie, vuele o no vuele. Pero para quien no tenga armas de fuego, los pájaros son un blanco difícil, y en vez de intentar atacarlos con la hon- da y la piedra? o con las flechas, solía apelarse a la astucia. De las dos maneras que los hombres usan para matar, la venatio representa la violencia; el aucupium, el engaño; CAZA Y PESCA 323 de la una son victimas predestinadas los animales que co- rren; de la otra, los que vuelan; la primera es un enérgico ejercicio de hombres fuertes; la otra es agradable y se- dentaria ocupación que requiere únicamente habilidad. El cazador de veras, el nieto romano de Nemrod, es el venator, hecho a todas las fatigas, que tolera el hielo de la noche en los montes, «sin acordarse de la tierna consorte», ° como dice Horacio. Cazador pajarero, en cambio, puede serlo cualquier holgazán, el cual, con la nariz al aire, va esperando que la presa, engañada por el canto, venga por sí sola a dejarse coger. III La venatio en grande, esto es, la batida de caza, consistía en sacar del cubil a la fiera y luego perseguirla con los pe- rros, echándola hacia las redes. Los cazadores, con túnicas cortas y ceñidas (aliculae), con las piernas protegidas por altas botas (crepides; o ven- das (fasciae crurales), y también generalmente con un som- brero muy adherente (galerus) que protegiese del sol la cabeza, intervenían en la caza llevando armas de diversas especies. Armas de caza eran las hondas (funda), la jabalina para herir a distancia (iacula, lancea), la cuchilla (culter venatorius) y, en la caza contra el jabalí o cualquier otra fiera que estuviese dispuesta, al ser asaltada, a defenderse y asaltar, el venabulum. El venabulum servía para hacer frente al animal furioso y acabar con él; consistía en un largo y robusto mango de madera, en cuya extremidad es- taba fijado un hierro ancho, largo y afilado, provisto en su base de dos puntas (morae), también de hierro, que tenían el oficio de mantener a cierta distancia del cazador al animal herido, con el cual, aunque traspasado mortalmente, no se podía jugar demasiado. El venabulum no era un arma para tenerla en la mano el hombre a quien le temblase el corazón. ¡Plinio el Joven, como se ha visto, prefería el estilo y las tabletas enceradas! Antes que comenzase la caza, las armas, como también las redes, los perros, los caballos, en suma, todo cuanto cons- tituía el instrumentum venatorium, era llevado por los sier- vos. Los hombres libres, en la caza se exponían de buen 324 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA grado a las fatigas y peligros, pero no se rebajaban al oficio de faquines. Compañero del hombre en la caza. como siempre, era el fidelisimo perro; fida canum vis, como dice Lucrecio: * Pig. 106. — La caza del oso, procedente «de Statenborg, (Lubiana, Museo.) un esclavo práctico e inteligente (magister canum) se cui- daba de criarlos, educarlos y amansarlos; comenzaba desde que eran cachorros a despertar sus instintos venatorios azu- zandolos contra pellejos de fiera, * y apenas se hallaban en condiciones de resistir a las fatigas de la caza los desatrai- llaba con los mayores para perseguir a la salvajina. En llegando al lugar de la batida, los cazadores toma- ban sus armas y emprendian su tarea. Los esclavos vestiga- tores (fig. 107), teniendo atraillados a los perros de muestra, seguían las huellas de los animales y procuraban sacarlos del cubil. Apenas había saltado el animal fuera de su gua- rida comenzaba la persecución. Los que habían sido heridos y se revolvían contra los agresores eran rematados cuerpo a cuerpo, en lucha entre el hombre y la fiera; los más se daban a la fuga, con los perros tras ellos, apedreados, espan- tados por los gritos y ladridos, impelidos hábilmente en determinadas direcciones, hasta que caían en las redes más espesas, donde quedaban aprisionados. Para cortarles el paso CAZA Y PESCA APY Fis. 107. — Escenas de caza y de carreras en el circo. a 1,2, 4, 5, discos de época imperial; 3. medallon de Filipo J: los fudi sacer:- lares en el Circo Máximo. 326 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA a lugares más seguros, además de las retia de que habla- remos, servían las llamadas formidines,* largos cordeles a los que se ataban alas de pájaros de diverso color, particular- mente rojo. Aquellas grandes plumas, con sus vivos y varios colores y con su propio rumor, servían para espantarlos, par- ticularmente en la caza contra los ciervos, que, asustados, volvían atrás al encuentro de la muerte. Las redes (retia) eran de diversas especies. Las retia pro- piamente dichas, de anchas mallas, servían para rodear el terreno destinado a la batida. Se hacían de ellas grandes tendidas, para impedir a la salvajina que saliese de la zona peligrosa. Los casses, redes con mallas estrechas y formando bolsas (sinus), estaban destinados a envolver al animal que se enredase en ellas; la habilidad de los cazadores consistía, en efecto, en empujarlos hacia ella. Las plagae eran redes de mallas estrechas que, verosímilmente, servían para el doble oficio de cortar el paso a los animales en fuga, en los puntos de paso, y al mismo tiempo para enredarlos en las mallas. La gran batida era la forma más espectacular de caza, caza encarnizada, no sin riesgos, pero leal. Pero el gusto de engañar es demasiado fuerte en el hombre para que se re- nunciase, también con la salvajina cuadrúpeda, a medios fraudulentos, como lazos (laquei, pedicae) o fosas (foveae) disimuladas con follajes. A menudo la salvajina era captu- rada de este modo, y perdía libertad y vida, víctima inglo- riosa de las insidias de los hombres. A veces también la caza se desarrollaba como una lucha de carrera entre el hombre y el animal; hábiles cabalga- dores acosaban a la liebre a caballo; y cuando ella, cansada, se dejaba alcanzar, procuraban darle con un palo. Este de- porte venatorio se recuerda entre los más cansados. IV En el aucupium se recurría poco más o menos a los sis- temas que están en uso todavía hoy en la caza de los pá- Jaros cuando no se emplea la escopeta. La añagaza más elemental que el hombre tiende a los volátiles consiste en lazos disimulados entre los céspedes o en las ramas de los árboles; asi lo hacen hoy los muchachos y los campesinos; = CAZA Y PESCA 327 y asi se hacia entonces. Pero el arte del auceps consistia, en particular, en atraer a los pajaros con el canto y con la comida, y luego en capturarlos con los medios de antemano preparados. En los campos llanos (arenae) servían de reclamo los pájaros ciegos atados por una pata; también se esparcía por el terreno abundante comida bien visible, y, cuando había acudido cierto número de pájaros, se alzaban rápida- mente las redes por medio de cordeles escondidos en el terreno, Ésta, que era la forma de aucupium más compli- cada, aseguraba una rica presa. Pero también se cazaban pájaros con liga, atrayendo a los pájaros con la hembra o con otros pájaros prisioneros, o con una fistula que imitase el reclamo. El aucupium con la liga requería grande habilidad, porque se trataba de hacer llegar lentamente las cañitas un- tadas (calamai aucupatorii) entre las ramas donde el pájaro estaba saltando, sin despertar su sospecha. El auceps llevaba consigo algunas cañas largas y gruesas para alcanzar al pájaro aunque se hubiese posado en las ramas más altas del árbol; se ataban aquellas cañas en serie, y se hacía salir con mucha cautela los lazos engañadores... El pájaro se posaba en ellos y quedaba preso. Marcial,” siempre exacto, ha reproducido la escena en dos versos admirablemente descriptivos: Non tantum calamis, sed cantu fallitur ales. Callida dum tacita crescit harundo manu. Las grandes aves rapaces se capturaban, en cambio, atan- do por las patas a una paloma viva y haciendo que revolotease, después de haber preparado en derredor gruesas cañas un- tadas de liga. Poco en boga, pero no desconocida, era la caza con aves rapaces, ' V La pesca, peligroso y triste oficio de gente humilde, te- nia, como la caza, sus aficionados, y muchos se dedicaban a ella por diversión. Se pescaba de muchas maneras: el medio preferido por los pescadores de oficio consistía en anchas redes de arrastre, que se mantenían sumergidas por un peso y provistas en 328 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA sus extremidades de gruesos corchos (sagena, verriculum, tragum, etc.); para pescar así era menester ser varios y estar muchas horas en el mar. Un solo pescador, que estando en el suelo o sobre un escollo quisiera pescar con la red, se servía de una red más pequeña (iaculum); estas redes (fig. 108) estaban hechas de tal manera que, cuando el pescador las retiraba, el mismo cordelito que servía para hacerlas emerger cerraba su ex- tremidad, impidiendo al pez que saltase fue- ra durante la emer- sión. Pero el pescador Fig. 108. — La pesca. aislado empleaba con (De Blimner, Die rominsche Privatal- preferencia el sedal tertumer.) (linea) y el anzuelo fhamus), hechos como los nuestros. Se pescaba también dejando inmersos durante mucho tiempo en el mar unos cestitos de junco (nasae) con emboca- dura estrecha; eran verdaderas trampas para los peces, que saltaban fácilmente dentro y ya no lograban salir. Con los peces de mayores dimensiones, como los atunes, y con los gruesos moluscos del tipo de los pulpos se apli- caban medios cruentos, matándolos a golpes de tridente, de lo cual ofrece un hermoso ejemplar la pintura mural etrusca reproducida en una de las láminas; más raro era este medio de pesca con los peces pequeños, para atravesar a los cuales se utilizaban tridentes minúsculos. Nosotros para este género de pesca usamos el arpón, pero debe saberse que entre los romanos, que comían con los dedos, el tenedor era objeto poco común. ™ 15. PRONG OR ON e CAZA Y PESCA 329 Notas al capitulo XXII Sat., II, 2, vs. 9-13. JUVENAL, I, v. 22. XXXI, 29, 3. CIL., VIII. 17938, se lee en una tabula lusoria (véase pág. 313). De sen., 16, 56. Epist., I, 6, 1. Cat., 4, 1. PERSIO, 3, vs. 60-61. Əd., I, 1, vs. 25-28. VI, v. 1220. Horacio, Epist., 1, 2, vs. 64-67. SENECA, De ira, II. 11, 5. XIV, 217. Marcial, XIV, 216. Véase pig. 129. El autor juega aquí con el doble sentido de la pa: labra forchetta: horquilla o arpón y tenedor. CapituLo XXIII LOS JUEGOS CIRCENSES I. «Ludi circenses» y «ludi scaenicio, — 11. Ordenación de los «ludi». — III, Los «ludi gladiatoriin, — IV. Los concursos de co- ches, Las «venationes». — V. Ejecuciones públicas de delincuen- tes. Exaltación sanguinaria del público. I Los espectáculos públicos que la generosidad de los ma- gistrados y de los particulares procuraba al pueblo de Roma, eran llamados genéricamente ludi. Los ludi eran de dos especies: los que se celebraban en el circo (ludi circenses) y las representaciones teatrales (ludi scaenici). Los ludi cir- censes eran los más antiguos y tenían lugar en el Circo Má- ximo o en el Circo Flaminio; luego también en el Anfi- teatro Flavio, reservado para los espectáculos más grandio- sos. Para los combates navales servían las naumachiae, construidas de manera que, cuando era necesario, el fondo podía llenarse de agua. Se construían también! teatros de madera provisionales. Para ciertos espectáculos se servían de lugares abiertos. Nerón* cuando quemó vivos a los cris- tianos declarados culpables del incendio de Roma, destinó al suplicio sus vastos jardines, que en aquella noche fueron largamente iluminados por los resplandores humeantes de tantas antorchas humanas. II La celebración de los ludi pertenecía al culto romano; era una fiesta del calendario oficial. Esto no excluia que se pudiesen también celebrar ludi públicos excepcionales o 332 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA ludi ofrecidos por particulares; pero los más importantes eran anuales y en fecha fija (ludi stati), Fuera de los ludi Apollinares (6-12 julio, desde el 212 a. de J.-C.), cuya eje- cución presidía el pretor urbano, el cuidado de ordenar los juegos en la época republicana correspondía a los ediles. Los ediles plebeyos cuidaban de los ludi plebeii (4-17 de noviembre, desde el 220 a. de J.-C., en el Circo Flaminio) y los Cerealia (12-19 de abril, desde el 202 a. de J.-C.); los ediles curules cuidaban de los ludi Romani, los Megalenses y los Floralia, en honor, respectivamente, de la tríada capi- tolina (Jove, Juno, Minerva), de la Dea Mater y de la Dea Flora. Los más antiguos y solemnes eran los ludi Romani, y formaban parte de ellos el ludus Troiae, celebrado por Virgilio en La Eneida; * consistía en evoluciones de joven- citos a caballo. Las representaciones teatrales acompañaban a los Cir- censis sólo en los ludi más importantes. En los Floralia se representaban mimos que daban ocasión a exhibiciones licen- closas, * en armonía con el culto de la diosa Flora, divinidad descuidada y sin escrúpulos, alegre numen que había de ce- lebrarse alegremente. En la época imperial, cuando el principe establecía que se dieran Judi extraordinarios, nombraba curatores ludorum con el encargo de aprestarlos. Particular importancia tuvieron en Roma los tud: saeculares; habían de tener lugar una sola vez cada siglo: pero fueron celebrados a distancias muy irregulares. Famosos fueron los ludi saeculares del 17 antes de J.-C.,* de los cuales fue poeta oficial Horacio. Los gastos para los lud: eran suministrados por el erario; pero los magistrados encargados de ello, para captarse el favor de la plebe, gastaban de lo suyo, derrochando en los ludi cantidades enormes; y muchos, por tal prodigalidad, se arruinaron. 111 Los ludi circenses consistían en espectáculos muy diver- sos; los más usuales eran los lui gladiotorii, en los cua- les, gladiadores bien adiestrados justaban de varias ma- neras, procurando cada cual herir o matar al adversario; la suerte del herido dependía del humor del público; si todos agitaban los pañuelos, al Caído se le perdonaba la EL TEATRO EN ROMA: ESCENA ROMANA, CON «PODIOM» EN PRIMER TÉRMINO Pintura pompeyana. =>” SERNA =; be as ha] FE 1) » E EL TEATRO EN ROMA: ENSAYO DE UNA REPRESENTACIÓN SATÍRICA Mosaico de Nápoles. LOS JUEGOS CIRCENSES 333 vida; si tendian el pufio con el pulgar hacia abajo (pollice verso), el vencido habia de ser rematado o por el vencedor o por un sirviente; * despertaba curiosidad el ver con la elegancia que sabía morir. El emperador Claudio,” avidísimo de espectáculos sanguinarios, se mostraba siempre propenso a hacer degollar al gladiador caído; y mucho más si era un retiarius; porque los retiarii luchaban con el rostro descu- bierto y a Claudio le agradaba mucho observar las contrac- ciones y la súbita palidez en el rostro de los moribundos. También senadores y mujeres fueron obligados a exhibirse en las luchas gladiatorias * y hasta algún emperador ° bajó a combatir en la arena del Circo, arrastrado por el atractivo de la sangre, del peligro, del éxito y de la teatralidad. Los gladiadores eran por lo común prisioneros de guerra y se los adiestraba para aquel duro oficio en cuarteles (ludi gladiatori), ordenados militarmente, con instructores {/a- nistae), entrenadores, médicos (v. pág. 286). En el circo se contraponían por parejas (paria); a menudo diversos parta de gladiadores combatían a un mismo tiempo. Para los ludi gladiatorii ofrecían también ocasión los funerales o cualquier acontecimiento que hiciese oportuno un acto de munificencia privada hacia el pueblo; por esto había algunos que especulaban adquiriendo parejas de gla- diadores y cediéndolos a quien los pidiese. * IV Las carreras de coches constituían otro de los atractivos del circo; los aurigas guiaban las cuadrigas estando de pie en el carro, y los más diestros adquirian grande populi ridad: estaban en los labios y en el corazón de todos; y no menos que los aurigas, los caballos. Dice Marcial: " «Soy muy conocido de todo el mundo, ¿pero por qué tanta en vidia? No llegaré a ser tan famoso como el caballo Andre mone.» Y téngase muy en cuenta que en gloria un poeta no se atrevería nunca a competir con un caballo. Los aurigas de oficio eran gente baja; pero la pasión de guiar los coches en el circo había invadido también a la alta sociedad, y Ne rón, con su gran mania de exhibirse, descendía muchas veee:: al circo a hacer de auriga. * Los aurigas vestían los colores de los partidos depor 23 334 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA tivos (factiones) que luchaban por el premio. Las factiones eran cuatro: la roja (russata), la verde fprasina), la blanca (albata) y la turquina fveneta). Los aurigas llevaban a la cabeza un yelmo de metal, y vestían una túnica corta ajus- tada, cenida con faja. La señal de la partida era dada por el magistrado que había ordenado los juegos, y consistía en agitar un pañuelo almidonado. * Cada carrera consistía en cierto número de vueltas. La mayor dificultad de la carrera consistía en dar la vuelta a la meta, de modo que se hiciese una curva lo más cerrada posible. Era menester rasar la meta para ganar tiempo, pero sin tocarla y sin que el coche volcase: La meta (cono de piedra de larga base con la punta redondeada) se hallaba a la izquierda; el mejor caballo (fu- nalis) se colocaba justamente como externo en aquel lado. El éxito de la carrera dependía mucho del modo como el funalis secundaba al auriga. Cada facción tenía sus faná- ticos * y sus aclamadores; también entonces, si hemos de ser claros, había alabarderos. Calígula * había puesto todo su corazón en la facción verde; se pasaba horas enteras en las cuadras entre caballos y aurigas; y hasta comía en ellas. Era muy encarnizada la emulación entre los aurigas, y a veces rebosaba en forma de odio personal. En las venationes del circo se daba caza a las fieras; tigres, panteras, leones sacados hambrientos de las cavernas subterráneas, eran atravesados, después de larga y peligrosa lucha, por el gladiador armado (figs. 107 y 109); toros y rinocerontes enfurecidos corrían amenazadores por el circo, azuzados echándoles gruesos fantoches de tela roja llamados pilae.* Nerón bajaba a la arena desarmado, o armado de sólo una maza para encararse con un león y matarlo.” Hubiera sido extraordinaria su audacia, si no se hubiese tratado de un praeparatus leo; esto es, de una pobre fiere- cilla, puesta de antemano en condiciones de no perjudicar, y sólo de dejar que la matasen. Pero el público acudía a verlo en tropel. Había también cazas menos dramáticas, cuyo objeto era poner de buen humor al público. En los Cerealia se perse- guían zorras, a las colas de las cuales se había atado un tizón ardiendo; en las Floralia se daba la caza a animales innocuos, como conejos y liebres. * LOS JUEGOS CIRCENSES 335 Fig. 109. — La lucha con las fieras en el circo (Roma, Museo Vaticano.) (Foto Alinari.) 336 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA V De los circenses formaban parte las ejecuciones públicas de los delincuentes, arrojados ad bestias, o haciéndolos morir de muerte atroz; puesto que el condenado habia de morir ator- mentado, no se quería privar de aquel espectáculo al público, jamás saciado de tales diversiones sanguinarias. Entre las maneras consideradas como más divertidas en- tre aquellas ejecuciones punitivas en el circo, había las representaciones escénicas que terminaban con el suplicio y muerte del protagonista; con una circunstancia particular: que mientras en los espectáculos normales la muerte del protagonista era ficción, porque en el último momento se substituía al hombre por un monigote, en el circo, el actor destinado a morir, moría de verdad. Como en el mito, autén- ticas fieras seguían a Orfeo en carne y hueso, que tocaba la lira, hasta que un oso de veras lo destrozaba. * También se representaba la historia de Dédalo y de Ícaro. * Ícaro, con las alas desplumadas, se precipitaba del cielo para rom- perse los huesos en medio del circo; un vuelo, un tumbo y luego un montón de carne informe, palpitante, en una gran mancha de sangre. Si Ícaro acaba de aquel modo, a Dédalo no le servía de nada su prudencia, porque salía de su encierro un animal feroz y lo hacía pedazos. El efecto era magnífico y el pueblo se entregaba a verdaderos arrebatos de entusiasmo. Se reproducía al natural la escena de Mucio Escévola en presencia de Porsena, otro número muy interesante; un heroico Mucio* se dejaba quemar el brazo, impasible, ante los ojos admirados de los espectadores, llenos de simpatía hacia un hombre tan fuerte para el dolor físico. Pero se obje- taba que no podía hacer otra cosa, porque las condiciones eran claras: o permanecer inmóvil con la mano extendida sobre la llama, o ser quemado vivo dentro de un baño de pez.” Argumento de un antiguo mimo era la gesta del bandido Lareolus, el cual, después de haber realizado muchas atro- cidades y sacrilegios, murió crucificado. Cuando se inauguró el Anfiteatro Flavio, se realizó escrupulosamente una edición perfecta de este mimo. El protagonista fue clavado en la cruz; luego le fue azuzado un oso enfurecido, que agarrando con las zarpas aquel cuerpo infeliz, lo dejó hecho una san- grienta masa. * El poeta oficial de la fiesta describe con gran LOS JUEGOS CIRCENSES 337 complacencia el espectaculo: los miembros destilando sangre, reducidos todos ellos a una horrenda herida; un cuerpo que no tenía ya nada de cuerpo humano (en «ningún punto», nusquam, especifica el poeta), y que, a pesar de ello, vivía y palpitaba. Hermoso, hermoso de veras; y divertido. Y era precisamente «el amor y la delicia del género humano», esto es, el emperador Tito, quien ponía tan paternal solicitud en buscar para sus súbditos recreos tan agradables. ¿Y qué decía el público mientras atendía a aquellos es- pectáculos? Séneca * lo refiere: «¡Mátalo, hiérelo, quémalo! ¿Por qué va hacia el hierro con tanta vacilación? ¿Por qué muere de tan mala gana?» Y en los intervalos: «Y ahora, para no estar sin hacer nada, que se degiielle a los que han de ser degollados.» Era aburrido, evidentemente, permanecer sentados, sin algún entretenimiento. Y también a los juegos gladiadores se asistía con la misma disposición de ánimo y con una embriaguez excitada por tanta efusión de sangre, con fría admiración para el gladiador caído que supiera morir bien. Pero a nosotros todo esto nos causa horror. Acerca de la civilización romana, que es tan grande, el abominable amor del público hacia los ludi del circo echa una sombra tétrica. Es una mancha de oprobio que no se borra. Aun en tiempos más bárbaros, la conciencia humana se ha ne- gado a perpetuar tan perversa costumbre. Decir que la condenamos es poco decir; la verdad es que no logramos siquiera comprenderla. Nos parece absurda. Asombra, en efecto, más aún que la abyecta excitación de la muche- dumbre ebria de sangre, la indiferencia de los mejores; asombra la impasibilidad de los hombres que por tantos aspectos nos parecen tan humanos y tan cerca de nuestro sentir, hacia aquella práctica bestial y nefanda. Sólo en los escritos de Séneca * se eleva una voz de desaprobación; pero es una voz débil, expresión más de repugnancia que de protesta. Los primeros cristianos, que con los huesos tri- turados por las fieras ensangrentaron la arena del circo, afir- maron la necesidad de la nueva ley que, al triunfar, abolía la antigua ferocidad y la convirtió en imposible e incom- prensible. En los romanos estos espectáculos de violencia y de san- gre excitaban los peores instintos. La muchedumbre se embrutecía, y contribuía a aumentar su exaltación el espí- 338 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA ritu combativo que siempre se apodera del hombre cuando asiste a una lucha pública. Se tomaba partido por este o por aquel gladiador; se apostaba; se incitaba a gritos a los predilectos. Las mujeres deliraban, y el gladiador victorioso triunfaba también en el corazón de las espectadoras. En los anfiteatros de provincias rebullían los odios locales; el aire caldeado del circo, el encontrarse allí todos reunidos, esti- mulaba a la injuria, al exceso. Tácito * recuerda un trágico episodio ocurrido bajo Nerón en los circenses de Pompeya; entre los pompeyanos y los nucerinos, que fueron en gran número para asistir a los es- pectáculos del anfiteatro, comenzó, como era costumbre, un cambio de burlas; los ánimos se exasperaron; se llegó a las manos, primero tirándose piedras y luego a cuchilladas. Se originó una refriega furibunda, y los nucerinos, inferio- res en número, llevaron la peor parte y dejaron sobre el terreno muertos y heridos. Nerón castigó a los pompeyanos prohibiéndoles los circenses durante diez años; esto no im- pidió a los pompeyanos complacerse con aquel acontecimiento, recordando con garrapatos en las paredes * su gloriosa em- presa contra los huéspedes maltratados y muertos. Notas al capitulo XXIII 1. Sveronie, Nero, 12. 2. Tácito, Ann., XV, 44, 7. 3. Aen, V, vs. 049 y siguientes. 4. VALEBIO Maximo, II, 10, 8; MaARcIiaL, I, praef.; cfr. LAcTANCIO, inst., I, 20, 6. 5. Un epigrafe descubierto en 1890 conserva su programa (CIL., VI, 32323 = Dessav, 5050). 6. Marcia, XII, 29, v. 7; JUYENAL, 3, v. 36. 7. SUETONIO, Claud., 34. 8. TAciro, Ann., XV, 32, 2: Spectacula gladiaturom idem annus ha- buit... feminarum illustrium senatorumque plures per arenam foedati sunt; SUETONIO, Dom., 4: Nec virorum modo pugnas (edidit), sed et feminarum. 9. SueEToNIo, Cal., 54; Erio Lampripio, Comm. Antonin., 12, 10-12. 10. CICERÓN, Ad Att., IV, 4 È, 2. 11. X, 9. 12. SUETONIO, Nerón, 22: Ipse aurigarc atque etiam spectari sacpius voluit; cfr. 53. 13. MarciaL, XII, 29, v. 9; SteToNIo, Nero, 22. 14. PETROMIO, 70. 15. SUETONIO, Cal., 55. 16. MarnciaL, Lib. spect.. 19. 17, SUETONIO, Nera, 53. 18. Marcia, I, 44, v. 1 LOS JUEGOS CIRCENSES 309 MARCIAL, Lib. spect., 21, vs. 7-8. Cfr. SuFTONIO, Nero, 12, con MARCIAL., Lib. spect., 8. Ibid., I, 21. Ibid., X, 25. MARCIAL, Lib. spect., T; véase vs. 5-6 Vivebant laceri membris stillantibus arlus Inque omni nusquam corpore corpus erat. Epist.. 7, 5. Epist., 7, 2 y siguientes, ANT.. XIV, 17. CIL., IV, 1293; 1329 = Dessac, 6443 b. CapiruLo XXIV EL TEATRO I. Los «ludi scaenicia. La tradición del teatro griego. — II, El teatro romano continúa las formas del teatro helenístico. — III. Ordenación exterior del teatro romano. — IV. El público, 1 Los ludi scaenici constituían la parte más noble de los ludi, El pueblo bajo prefería el anfiteatro al teatro; pero también el teatro romano tuvo sus fastos. La literatura dra- mática de Roma ha dado grandes obras maestras, hoy en gran parte perdidas, con excepción de las comedias de Plauto y de Terencio. Si el teatro moderno, en lo que se refiere a su forma exterior, se deriva del romano, las formas regulares del teatro romano se derivaban del griego. Hay, pues, aquí una cadena ininterrumpida. La tradición teatral partida de Atenas, vive hoy, en nuestros escenarios, su estadio más reciente. La ordenación de los espectáculos teatrales en el mundo clásico es una de las grandes glorias de Atenas y se remonta al período de su máximo esplendor; en Atenas tenía el carácter de una celebración religiosa, rara y solemne, que se relacionaba con el culto de Dionisos. Luego, el teatro fue adquiriendo gradualmente una autonomía que favoreció su desarrollo en sentido profano y al mismo tiempo aumentó en las obras dramáticas, tragedias y comedias, el carácter literario. Muchos elementos contribuyeron a esta evolución del teatro antiguo; pero en modo particular el agotamiento del genio dramático antiguo, que en la tragedia había dado en el siglo v a. de J.C. sus autores más ilustres, que flore- 342 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA cieron en el transcurso de poco menos de dos generaciones y desaparecieron sin dejar dignos continuadores. Por otra parte, al difundirse el teatro fuera de los confines del Atica, junto a la producción nueva, o en lugar de ella, se comenzó a llevar a la escena dramas conocidos y célebres; para éstos, si bien se concedian premios, el premio se daba, no ya al poeta y a los instructores de los coros ( yopyyor ) como en los concursos dramáticos de Atenas, sino a los actores por su buena interpretación. Una tentativa de restituir a los espectáculos teatrales la antigua forma de concursos dramáticos, estímulo para nuevas producciones, fue efectuada en Egipto por Tolomeo Filadelfio, bajo el cual se tuvo un improviso, pero efímero florecimiento de poetas dramáticos (poetas de la Pléyade). En el siglo iv a. de J.-C. el culto de Dionisos se difundió largamente en Grecia, con la consecuencia de que se multi- plicaron los centros de espectáculos teatrales, y se proveyó en muchas ciudades a construir teatros de mampostería. Hasta en Macedonia y en Tesalia, tierras, en aquel siglo, de escasa civilización, se tuvieron espectáculos dramáticos regulares. Pero, contemporáneamente, al difundirse el culto de Dionisos y del teatro, se verificó un fenómeno, en cierta manera inverso, que tuvo importancia decisiva en la historia de la autonomía teatral: las representaciones teatrales no estuvieron ya necesariamente ligadas con el culto dionisíaco porque, por una parte, el espectáculo escénico fue introdu- cido en el rito de divinidades diferentes de Dionisos (en las Pitias de Delfos, en las Museas de Tespia, en los juegos en honor de Zeus Soter en Acrefia, etc.); por otra parte, v esto ocurrió en realidad en la época helenística, fue ocasión para ordenar espectáculos teatrales, no ya sólo una fiesta re- ligiosa, sino también un acontecimiento político, como bodas reales, victorias y otros faustos acontecimientos. Ahora bien; aunque en tales ocasiones el espectáculo tenía siempre un lado religioso, pues era acto propiciatorio o en acción de gracias a los dioses, su elemento ritual estaba reducido al mínimo, en comparación con lo que el teatro tenía de mun- dano, de profano y de literatura. EL TEATRO 343 IT La costumbre helenística de celebrar un acontecimiento importante con la puesta en escena de los dramas célebres, fue adoptada en Roma. Así se inició también en el mundo romano la costumbre de las representaciones regulares. Las formas dramáticas primitivas e indígenas, o cayeron en desuso, o fueron acogidas en las escenas como espectáculos secundarios. Se considera como una fecha fundamental de la literatura romana el ano 240 a. de J.-C., en el cual Livio Andrónico presentó en los escenarios, traducidas al latín, un tragedia y una comedia griegas.! Tenemos noticia de los ludi scaenici efectuados en Roma el año 364 a. de J.-C.,? pero se trata de una pantomima ejecutada por artistas etruscos. En la ordenación exterior, el teatro va unido a la cele- bración de los ludi. Con todo, aunque algunas fiestas reli- giosas daban ocasión a representaciones escénicas, el teatro romano ya no tenía aquel carácter de representación sacra que hemos notado en el teatro ático. Asistir a él no era, como para los atenienses, y en general para los griegos de los siglos v y IV, participar en un rito. La época helenística, como se ha visto, había acentuado el carácter profano del teatro; y profano fue esencialmente el teatro de Roma. Este carácter explica la escasa consideración social en que eran tenidos autores y actores. Escribir para el teatro, o, por lo menos, asumir oficialmente el uniforme de autor dramático, no parecía decente a personas de alta alcurnia. La profesión del actor teatral era una de las que constituían una causa limitadora de la capacidad jurídica, como todos los oficios humildes y degradantes; *el mismo nombre etrusco histrio, con el cual los romanos designaban a los actores, tuvo desde entonces un sentido de menosprecio. Por lo común, actores y autores eran esclavos o libertos. III La construcción de los edificios propios para los espec- táculos escénicos es posterior a la institución de representa- ciones regulares. Éstas se efectuaban primero en el circo o, más tarde, en teatros provisionales de madera destinados a 344 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA ser derribados después de la representación. En el ano 55 antes de J.-C., Pompeyo mandó construir el primer teatro de piedra; * en la época de Augusto se construyeron otros dos: el teatro de Marcelo, en la parte meridional del Campus Martius, y el teatro de Ballo (más pequeño, pero esplén- dido por los ornamentos y sus cuatro columnas de ónix)* junto al Tíber. Uno y otro fueron inaugurados en el año 13 antes de J.-C., pero el teatro de Pompeyo continuó siendo en Roma el más grande de todos. ° En las épocas de Plauto se representaba sólo una tragedia o una comedia al día; luego fueron representadas más de una, lo cual permitió la institución de concursos dramáticos. Tragedias y comedias eran divididas en actos, según cri- terios que variaron con las épocas. Durante los intermedios de las comedias, el tocador de tibia (tibicen) ejecutaba un trozo musical; en las tragedias había un canto coral, que, a diferencia de la tragedia griega, no tenía ninguna relación con el drama representado. Mientras en el antiguo teatro griego los ejecutantes del drama, incluso el coro, eran escogidos e instruidos cada vez, en la época romana había compañías estables (greges), pues, como se ha dicho, el arte dramático había llegado a ser una profesión. Cada compañía tenía un administrador (dominus gregis o actor); el magistrado o el particular que organizaban los juegos, entregaban a la administración el di- nero establecido para el pago del autor o autores. Si la repre- sentación no tenía buen éxito, el dinero debía ser restituido. Hasta la mitad del siglo n a. de J.-C. no se tiene mención de concursos dramáticos regulares. El magistrado que tenía el encargo de organizar los Judi scaenici decidía de la elección entre autores y compañías concursantes, con juicio inapelable. En cuanto a la época posterior, se tiene alguna mención de concursos teatrales; pero son noticias poco precisas y no se puede por ellas comprender claramente por qué sistema se regulaba la admisión al concurso. El vencedor obtenía como premio una palma. Los concursos dramáticos no tuvieron nunca en Roma importancia comparable con la de los con- cursos de Atenas. EL TEATRO 345 IV En los espectáculos del circo y del teatro el público era admitido para los asientos ordinarios; pero había sitios reservados y sitios de honor. Las autoridades se sentaban en las primeras filas de la orquesta; las catorce filas que seguían inmediatamente después estaban reservadas para los caballeros, por disposición de la lex Roscia theatralis o ler Othonis,’ una ley que promovió las protestas del pueblo y durante el consulado de Cicerón dio origen a tumultos. f El derecho de ocupar un sitio reservado podía ser cedido ai pago; esto sugirió la especulación privada de ordenar ludi (particularmente gladiatori), haciendo pagar un subido pre- cio por los puestos reservados. Forasteros y esclavos no eran admitidos a los espectáculos, pero esta prohibición fue obser- vada con mucha benevolencia. Los espectáculos duraban muchas horas; la gente se lle- vaba a ellos comida y bebida. Los que cuidaban de los es- pectáculos se encargaban también de hacer distribuir comidas, bebidas y golosinas (bellaria).° En las graderías que se dejaban para el pueblo, él gentío acudía desde la noche precedente al espectáculo. Cada cual procuraba asegurarse con tiempo un buen sitio, y para ello renunciaba al sueño. En la larga espera nocturna el público alborotaba; es fácil de imaginar los gritos, las bromas, la chanza y las inevitables disputas, con la consecuencia de que hasta para los que habitaban en la vecindad se hacía difícil poder dormir. Y una vez Calígula, que padecía in- somnio, * cargado por el vocerío de aquellos pícaros, ordenó a su guardia que los echase a todos y aun que los apalease. ” Aquella noche, por la fuerza de los procedimientos enérgicos, la vigilia de los ludi fue silenciosa. Durante el espectáculo, el público de entonces estaba muy inquieto, no sólo en el circo, sino también en el teatro; como en Grecia, así en Roma manifestaba su desaprobación de modo ruidoso, con silbidos, gritos, voces inconvenientes. En las representaciones teatrales participaba en la emulación entre compañías y autores rivales, cada uno de los cuales tenía sus fanáticos (fautores). Contribuían a turbar el juicio del público en los concursos dramáticos y el buen orden del teatro las oprae, gente pagada para aplaudir. 346 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Los espectáculos teatrales eran diurnos; por lo regular también los circenses, aunque para hacerlos más atractivos se daban a veces representaciones nocturnas a la luz de las antorchas (v. pág. 52). En el verano, sobre el público, que atestaba las grade- rías del teatro, batía ferozmente el sol. Por eso había la cos- tumbre de protegerse con la sombrilla; * si no hacía viento se extendían sobre la cavea grandes toldos ** sostenidos por gruesos postes, que se fijaban entre anillas de hierro, como se pueden ver hoy todavía en el teatro grande de Pom- peya. Se intentaba refrescar el ambiente regando el pavi- mento con agua mezclada de esencia de azahar, * ligeramente perfumada. Los teatros para las audiciones musicales esta- ban cubiertos. Los espectáculos del teatro y del circo eran también lu- gar de reunión mundana. En las últimas filas se apre- taba el pueblo, pero en los sitios reservados, donde se sen- taban las autoridades y las familias nobles, la parte más selecta de Roma se reunía como en un gran salón. Las se- ñoras de la nobleza no hallaban mejor ocasión para lucir vestidos elegantes, elegantes peinados y joyas, para discre- tear y dejarse cortejar. Las primeras graderías ofrecían un aspecto magnífico, con la ostentación de tantas beldades femeninas, con tantas matronas morenas, tintineantes de joyas de oro y rebosantes de alegre exuberancia. «Van a ver — decía Ovidio — y a que las vean»* (spectatum ve niunt; veniunt spectentur ut ipsae), y hasta Goethe, en el Fausto, dirá también que las señoras, en el teatro, dan es- pectáculo sin pedir paga al empresario (die Damen spielen orne Gage). Porque si una lección debe sacarse de tanto hablar de cosas antiguas, es tal vez ésta: que el mundo cam- bia poco, y el eterno femenino no cambia nunca. Notas al capítulo XXIV 1. Tito Livio, 2, 3-4. 2. Ibid. 3. El que ejerce el ars ludicra está privado de votar y de ser elegido magistrado (ius suffragii et honorum), y tiene una capacidad limitada tam- bién en la esfera de los derechos privados; no puede emparentar con familia del orden senatorial. (Digesto, XXIII, 2, 44, pr.) 4. Dos teatros anteriores al de Pompeyo, el teatro de Escauro y el teatro de Escipión Nasica, duraron muy poco. EL TEATRO 347 5. PLINIO EL VIEJO, XXXVI, 60. 6. Según PLINIO EL Vieso (XXXVI, 115), contenía 40.000 espectadores, según la Notitia (v. nota 1, pág. 53), más de 17.000. La noticia de Plinio es probablemente exagerada. En el teatro de Marcelo había sitio para 14.000 espectadores (según otras fuentes, 20.000); en el de Balho, para más de 7.000. 7. Horacio, Epod., 4, v. 16. 8. PLUTARCO, Cicerón. 13. 9. Estacio, Silvae., I, 6, vs. 27 y siguientes. 10. Swuetonio, Cal., 50, 11. Ibid., 26. 12. MARCIAL, XIV, 28. 13. Ibid.. X11, 29, vs. 15-16. 14. MarcialL, VIII. 33, vs. 3-4. 15. Ars am., I, v. 99. 15. En el Vorspiel auf dem Theater. CapíTULO XXV «ITALUM ACÉTUM» I, La chanza romana. — II. El epigrama satírico. — III. La chan- za en los triunfos, en los funerales, en las bodas. Pasquinadas y maledicencias de salón. — IV. Contra los habladores, los vani- dosos y los avaros. — V, La burla contra los feos, — VI. Debili- dades humanas puestas en berlina I Los robustos quirites tenían la lengua suelta, y cuando se trataba de decir la suya no había manera de hacerlos callar. Esto bien puede decirse que es uno de los aspectos más característicos de la índole romana. La maledicencia ilimitada y pertinaz ahondaba sus raíces en un inveterado espíritu de libertad; podían imponerse al pueblo, probado en mil batallas, los más duros sacrificios, y en el campa- mento la más dura disciplina; pero no que frenara la lengua cuando la obligación del silencio pareciese inútil represión e intolerable ultraje a la altivez de los señores del mundo. El Itdlum acétum ' es un producto vernáculo, que tiene carac- teres propios e inconfundibles, y ei poder de la burla en Roma es infinito. No es pura casualidad que las primeras formas embrio- narias de literatura itálica sean las saturae y los juegos fes- ceninos, escaramuza rústica de rudas chanzas; en las co- medias de Plauto hay una inagotable vena de agudezas, de argucias, de chistes, que no se hallan en las comedias de Terencio, más fieles al modelo griego; la sátira en la forma adaptada por Lucilio y después por Horacio y Juvenal, fue tenida por los romanos como composición nacional, ? y nacional es en substancia también el epigrama satírico, a 24 350 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA pesar de que se relacione, por la forma exterior y por algún motivo genérico, con una tradición griega, y, sobre todo, ninguna otra literatura ha podido nunca producir, ni antes ni después, un Marcial. El espíritu de la burla encerrada y concentrada en el giro de pocas palabras es innato en la vigorosa naturaleza de los italicos; es espíritu de gente dura, a quien los refina- mientos de la sociedad no han quitado nada de la agresiva acrimonia del campesino; es un espíritu áspero, pronto, feroz, y centellea en un petulante cruzarse de estocadas y réplicas, en una lucha que no excluye los golpes y que se termina con la victoria o con la injuria. «¿Por qué ladras?» «Porque veo a un ladrón.» La partida presto se abre y presto se cierra. El instinto de la sátira, que es humano, en las poblaciones itálicas y en Roma tiene la tendencia a aislarse y encerrarse en el chiste, La insolencia no agrada si no es expeditiva; el vinagre italo es la natural expresión de un pueblo que por vivir entre las armas no olvida que también la palabra es un arma. «Gran ciudad maldiciente es la nuestra — dice Ci- cerón —; nadie se salva.»* Cierto es, nadie se liberaba de él, que tenia prontisima la agudeza y hasta iba a buscar los chismes en las provincias; como cuando a la muerte de Vindulo difundió aquel pequeño escándalo, que llenó de risillas la crónica íntima de Roma. Entre los papeles del muerto fueron hallados tres retratitos de conocidas señoras de la nobleza, que Publio Vedio, el elegantisimo, había de- jado en depósito a Vindulo. Y acto seguido Cicerón se apresuró a comunicar la alegre noticia a su amigo Ático, * y a insistir mucho acerca de la picante ocurrencia, y a usar palabras con doble sentido hablando de aquel desgraciado esposo. Había también la maledicencia hipócrita, aquella cierta malignidad tortuosa que trabaja en sordina, con métodos que seguirán siendo siempre los mismos; el decir sin decir en realidad, el excusar para admitir, el negar crédito a un chisme para darlo a conocer y divulgarlo. Horacio nos da un ejemplo de ello: * «Capitolino es amigo mío desde que éramos niños y no hay favor aue yo le haya pedido que él no me lo haya concedido; me alegro mucho de que haya sido absuelto y viva tranquilo en la ciudad; pero... ¿cómo habrá podido escabullirse de ese proceso?» Con todo, no era «ITÁLUM ACETUM» 351 aquél el genuino estilo maldiciente de Roma. La maledicencia romana es soldadescamente brutal; llama a las cosas por su nombre y se las canta claras a cualquiera sin vacilación ni reparar en el qué dirán. Mira cara a cara al adversario y no teme enemistades. En mostrar agudezas, cada pueblo se descubre a sí mis- mo; el esprit francés, quien no es francés puede com- prenderlo, pero no apropiárselo; fuera de la Atenas clásica un Aristófanes es incomprensible; la agudeza de Roma es romana. En la chanza romana hay algo de exacto y con- cluyente, casi lapidario, que no se encuentra en otras partes; hay en ella un aislamiento preciso del motivo de burla, una evidencia de formulación ayudada por el propio carácter de la lengua, que lo torna definitivo; y hay también en ella una nota humana, de humana perfidia, se entiende, que le asegura el milagro de no envejecer. Entre los artífices de la risa, nadie ha sido más grande que Aristófanes; pero sus chistes se dejan donde están; son el fermento de la acción dramática; tono y color; con- siderados en sí mismos pierden atractivo y veneno. El chiste romano, en cambio, vive con vida propia. II Esta es quizá la razón por la cual el epigrama satírico alcanzó en Roma cimas de genialísima poesía, que en cual- quier otra época se han mostrado inaccesibles. En Roma el epigrama satírico halló el clima que le era necesario; la forma literaria de la burla prosperó en la patria de la burla, la cual conserva la soltura y la eficacia de una improvisación oral, aunque esté escrita en una pared,’ o reunida con otras en un pamphlet politico, ® o engastada en una comedia? o en una oración. Y no pierde tampoco este carácter cuando el epigrama griego presta a su desgreñada virulencia la com- postura de una forma métrica regular; la burla indígena entra entonces en la literatura, como dueña o señora, son- riendo bajo el tenue vestido que conoció todas las gracias alejandrinas. * 392 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA It] Y siempre, detrás de la chanza literaria hallamos el alma del vulgo insaciable de chismorreo. En la literatura, en efecto, como en la conversación de los hombres cultos, la befa ha subido de la calle; y ha sido la plebe la maestra de la gente elegante y de los poetas de fama. La patochada se ha tornado elegancia sin perder nada de su energía y eficacia expresiva. Marcial," dirigiéndose a Domiciano para justificar el libre lenguaje de sus epigramas: «Vosotros también — dice — estáis habituados a tolerar las chanzas, y al general no le duele ser blanco de los chistes.» El poeta se justifica por la tradición, y en Roma era verdaderamente así; la insolencia fescenina se desenfrenaba en los triunfos, en las bodas, en los funerales, siempre y por doquier. Cuando desfiló el triunfo de César,“ vencedor de los galos, los soldados que seguian su carro le iban echando en cara, con chistes alternos, e] hambre padecida en Durazzo, y lo tachaban de avaro porque los premios prometidos no habían sido aumentados con la esperada largueza. César co- nocía las costumbres y dejaba decir. Pero aquellos soldados estaban también al corriente de sus intemperancias de hombre privado; se vociferaba que era inclinado a querer a las mu- jeres de los demás. ¿Por qué no decirlo? Conocian además una flaqueza suya: era calvo y no podía conformarse con ello, y cantaban: «Ciudadanos, guardad a vuestras mujeres; acompañamos a un adúltero calvo.» Urbani, servate uxores: moechum calvum adducimus. Acaso había bastante ya con esto; pero no bastaba, porque los soldados comenzaron a decir de él cosas tan fuertes, * que César acabó por molestarse“ y protestó que no era cierto. ¡Ojalá no lo hubiese dicho! Fue obligado a callarse, abrumado por las crasas risotadas de sus legiona- rios, porque las costumbres son costumbres, y nadie puede con ellas. Pocos años después, por las calles de Roma pasaba otro triunfo: * Lépido, el triunviro, y Planco, colega de Lépido en el consulado, celebraban un triunfo sobre los galos. Estaba reciente aún el recuerdo de las proscripciones con «ITALUM ACÉTUMD» 353 las cuales Lépido y sus colegas habian inundado a Roma de sangre; soplaba un viento de terror, y la imagen de Cicerón degollado y mutilado cerca de Gaeta continuaba ante los ojos de los mejores como doloroso recuerdo de libertad y amenaza de muerte, Los soldados, sin embargo, tenían ganas de bromear. y recordando que entre las víctimas habían estado los hermanos de los dos triunfadores, compusieron una agra- ble insulsez sobre la palabra Germanus, que quiere decir «germano», pero también «hermano». Y siempre detrás del carro triunfal de los dos sanguinarios, escandiendo con su pesante paso de marcha el acostumbrado ritmo de la canción, cantando continuamente: «¡De los germanos y no de los ga- los triunfan los dos cónsules! » De Germanis non de Gallis duo triomphant consules. Impertérrito en agredir a los vivos, el espíritu fescenino no tenía ningún escrúpulo en faltar al respeto a los muertos, y si el muerto había sido venerado y grande, mucho más aún. Cuando murió Vespasiano, ** la piedad de su hijo Tito y el alto lamento del pueblo romano tributaron al emperador muerto el honor de exequias solemnes. Vespasiano había sido excelente general, excelente administrador, príncipe prudente e inteligente; pero entre otras muchas dotes tenía un pequeño defecto: la avaricia. La hacienda de Roma, después de las disipaciones de los últimos sucesores de Augusto, había me- nester de vigilada economía. Acerca de esto todos estaban de acuerdo, pero Vespasiano entendía la economía de modo tan rígido, tan fiscal, que la plebecula de Roma, mal avezada a la loca liberalidad de Nerón, la encontraba exagerada; es más, sórdida. Se le vituperaba al vivo y no se le perdonó al muerto. Entonces se vio este extraño espectáculo: durante las exequias, el archimimo de la corte, Favor, seguía al féretro imitando bufonamente, ut mos est, dice Suetonio, los movimientos y el habla de Vespasiano. Y de cuando en cuando, acercándose a los tesoreros del príncipe y simulando un aire preocupado, preguntaba en alta voz: «Pero, en fin, este gran funeral, ¿cuánto cuesta?» Ellos respondían: «Cien mil sestercios.» Y el seudo Vespasiano se ponía a chillar desesperado: «¿Cien mil sestercios? ¡Dádmelos en seguida, y luego tiradme de cabeza al Tíber, si queréis!» La obstinada insolencia de los descendientes de Rómulo 354 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA no esperaba las grandes ocasiones para dar rienda suelta a su vena mordaz. Todos los momentos eran buenos, todos los lugares eran oportunos, lo mismo el salón elegante que el oscuro callejón, que los andurriales del Foro; todas las re- uniones invitaban a ello: fiestas de bodas, banquetes, audien- cias de magistrados, tertulias de los aficionados a la «buena vida», algazara de las Saturnales. E] que tomaba esposa ya sabía que tendria que entendérselas con la insolencia fes- cenina. En las bodas intervenian los amigos, y los amigos sabían muchas cosas acerca del esposo. ¿Qué ocasión mejor para recordárselas todas, hablando claro, allí, cara a cara, en presencia de la mujercita, púdicamente envuelta en el azafranado flammeum, entre los comentarios de los invitados y el sonreír de la muchedumbre? ” Y siempre, con tal que el motivo de befar, de zaherir, de decir la suya en todo caso, no faltase, la chacota circu- laba libre, más o menos, por todas partes. Sin ambages, en las paredes de Roma, escritas por mano desconocida, flore- cian las pasquinadas; o bien eran estribillos que se difundian de boca en boca, y no había rincón de la ciudad en que no los canturrease alguno. A menudo era un humorismo de sátira política. Sor- prendía la rápida subida de Ventidio Baso,'* antes em- presario de transportes y ahora en el ápice del cursus ho- norum; y he aquí que aparecían en una pared, y de allí sobre otra pared, y después por toda Roma, algunos versiculi proclamando el milagro de cierto individuo que ayer almoha- zaba las mulas y ahora ha llegado a cónsul. Nerón construye la Domus Aurea, derriba por aquí, ensancha por allá, excava, edifica, parece querer ocupar media Roma. El día menos pensado sale la pasquinada * acerca de aquella grande casa que ocupará a toda Roma y obligará a los quirites a emigrar a Veyos (cf. pág. 26). A veces, en cambio, la chacota era el condimento de la conversación privada: malignidades elegantes, partidas de un círculo restringido, se abrían camino en el gran público y andaban de boca en boca, ávidamente acogidas en todas las capas sociales de la gran Roma. Había quien las iba recogiendo, y la diligencia de los aficionados las ha hecho llegar hasta nosotros. La chanza tiene un ilimitado poder en la sociedad quiritaria; quien tiene alguna agudeza por decir, debe decirla; y si por ella ha de hundirse el mundo, que 4ITALUM ACETUM» 355 se hunda: potius amicum quam dictum perdidi, ® «mas quie- ro renunciar a un amigo que a un chiste»; asi se decia. IV El refinamiento de las costumbres, que desde el fin del siglo mt a. de J.-C. introdujo en la alta sociedad romana un tono de señorío, hizo obligatorias en el gran mundo normas exteriores de miramiento y finura; había una obe- diencia a las buenas maneras nada superficial. Difícilmente se pedía nada, ni a un amigo íntimo, sin recurrir a fórmulas de cortesía como sis, quaeso, ne graveris, que son nuestro «usted perdone»; no tocar a un manjar porque no era per- fecto su sabor, parecía tácita crítica para el anfitrión, y se debía poner buena cara a mala comida; * invitar a los amigos a comer y no encargar a la esposa de la invitación formal era una conducta poco cortés en las relaciones entre cón- yuges.? El que daba buscaba la fórmula conveniente para no humillar. * La sociedad romana tenía su urbanidad y su estilo; con todo, admitía una libertad de chanza que hoy sería intolerable. No era una sociedad en la cual se pudiese dormir tran- quilo, con la confianza de que los defectos que cada cual tiene pudieran pasar inobservados. La gentileza no suprimia la crítica, y se criticaba en alta voz. Los ambiciosos, los vanidosos, los habladores, los tacaños no tenían esperanza alguna de que los dejasen en paz con sus extrañezas, sino que siempre se encontraban con alguno que los obligaba a mirarse bien en el espejo de la verdad. El poner en ridículo es educativo y enseña a cada cual lo que él es en realidad y lo que puede pretender, y la verdad es que no se ha encon- trado todavía un remedio mejor a la demasiada benevolencia de los hombres para consigo mismos. A quien encubre sus flaquezas se le dice sin rodeos: «Tú eres así, corrígete, no te engañes ni pretendas engañar.» La maledicencia romana es despiadada, pero impide los equívocos; el feo no debe olvidar que lo es, y el avaro no debe dárselas de gran senor. De la situación de cada cual ante la opinión pública, la chanza romana hace inventario con exactitud infalible. El «conócete a ti mismo» es sentencia de gran sabiduría; pero los hombres no lo entienden sino 356 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA a latigazos; por eso en Roma se manejaba el látigo. Marco Celio es un hablador; Cantón el Censor lo describía en pú- blico: * «El que tiene la enfermedad de hablar no está nunca callado, como el que tiene la enfermedad del dormir no hace sino beber y dormir; si no vais a oírlo, alquilará quien lo escuche, tan grande es su deseo de charlar.» También tenía la manía de exhibirse, de dárselas de bromista; y Catón: «Baja de su caballito, adopta el gesto de mimo, dice agu- dezas.» Y ahora que Celio pensara en que se le tomara en serio. Un mal abogado se imaginaba haber arrancado lágri- mas a todo el mundo y pedía elogio por ello: «Ciertamente — dijo Catulo * —, ha sido un discurso que ha dado lástima.» Otro individuo ostentaba una gloriosa cicatriz en la frente. Era latoso como todos los héroes que se las dan de héroes; cargado, le dijo Augusto: * «Tú, cuando huyes, procuras siempre no volver la cabeza.» Uno de los defectos más atacados era la avaricia. Entre los esplendores de aquella sociedad, la sordidez era un fas- tidio. Más facil era que hallase excusa el gobernador que regresaba de una provincia desangrada, que el hombre de- masiado económico que se ponía en evidencia por no renun- ciar a un pequeño ahorro. Domicia, la mujer de Pasieno, tenía fama de ser tacaña; se decía, y Junio Baso se divertía en difundir la voz, que revendía los zapatos usados. Domicia se quejó a su difamador: «No es eso — dijo Baso, excusán- dose —; yo no he dicho nunca que tú vendas los zapatos viejos; he dicho... que los comprabas.» 7 Un anfitrión tacaño había mandado traer a su mesa pescados que eran sobras del día anterior, pescados medio roídos ya, que el mayordomo había dispuesto de manera que la parte no intacta estuviese vuelta hacia el fondo del plato. Un individuo que era joro- bado, con la malicia de los jorobados, descubrió pronto el truco: «Comamos pronto — dijo —; debajo de la bandeja hay gente que está comiendo con nosotros.» Y V La chanza romana asumía también el cruel oficio de qui- tar a los feos la ilusión de no serlo. Era una maldad; pero la burla place cuando es malvada. No hay pueblo que, como el romano, se haya divertido tanto en bromear con «ITÁLUM ACÉTUM» 357 aquellos para los cuales la naturaleza ha sido madrastra. Para documentar esto bastarán los cognomina de familia, entre los cuales son frecuentes los que indican un defecto y una deformidad; son nombres famosos, como Blaesus o Balbus, «tartamudo»; Plautus, «con las orejas colgantes»; Varus, «con las piernas torcidas hacia adentro»; Valgus, «con las piernas torcidas hacia afuera»; Scaurus, «con los tobillos deformados»; Luscus, «bizco»; Paetus, «estrábico»; Homullus, «el hombrecillo», y luego nombres derivados de algún tolondrón que el antepasado tenía en la cabeza y le valió el apodo y lo transmitió, gratuito calificativo, a sus descendientes: nombres como Verrucosus, Tubero y Cicero, según que la excrecencia consistiese en una verruga o se pareciese a un tubérculo, o más bien a un grueso garbanzo. Hasta habia el nombre Lamia, que significaba «el coco», y otros, que harto hablan por sí mismos, como Naso, Calvus, Macer, Niger, Fuscus, Rufus; * hasta nombres de animales: Asinius, Catullus, Aper, Bestia, Brutus. Y se podrían hacer largas listas de ellos. En Roma, el que tiene un aspecto desgraciado no puede sentirse seguro ni entre la mejor sociedad. Cuentan * que Cicerón vio un día pasar a Léntulo, su yerno, vestido de militar. Léntulo es esmirriado, bajo de estatura; y arrastra, atada al costado, una larguísima espada, con aquel aire fie- ro, desde luego, que los hombres pequeños adquieren por lo general cuando se visten de guerreros. Cicerón mira de reojo a su yerno, demasiado pequeño, con la espada dema- siado larga; luego dice: «¿Quién ha sido el que ha atado a mi yerno a la espada?» Pequeño de estatura era también Quinto Cicerón, el her- mano del orador. Se acostumbraba por aquel tiempo re- tratar el busto de algún personaje distinguido en un es- cudo; y así se hizo con Quinto, el cual, pequeño como era, aparecía en el gran escudo — casi como predecesor del Fa- rinata dantesco — de cintura arriba, con trazos grandiosos y aspecto imponente. ¡Estaba magnífico! Cicerón, * puesto delante del escudo, admira la metamorfosis del hombrecillo que se ha tornado medio gigante, y comenta: «¡Es curioso! Mi hermano, cuando es su mitad, es más grande que cuando está entero.» Galba era un excelente abogado, hombre de ingenio, pero jorobado (se decía: «Ese ingenio, habita en una casa 3908 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA fea»); y un día le sucedió esto: Peroraba en una causa, en presencia de Augusto; * en cierto momento, por malicia abogadesca, casi para obligar al príncipe a dar con su si- lencio una aprobación implícita, dice: Corrige in me si quid reprehendis. Quería decir: «Si en mis palabras hay algo que no te agrade, corrígeme»; pero a la presteza del interpelado no escapó que en latín aquella imprudente frase puede también decir: «Si en mí hay algo que no plazca, enderézame.» Con semblante benévolo respondió Augusto: Ego te monere possum, corrigere non possum. «Puedo darte un consejo, no corregirte», y pareció cortés; pero dijo en realidad: «¡Yo te puedo aconsejar, pero enderezarte, que- rido jorobado, eso no! » Se comprende que no todos tomaban la burla en santa paz; y una vez el yerno del poeta Ovidio, Fido Cornelio, que tenía un cuerpo desgraciado y poco pelo, porque, en una reunión del Senado, Corbulón lo llamó «avestruz pe- lada» (struthocamelus depilatus), se echó a llorar como un chiquillo. * No tenía toda la culpa aquel pobrecillo, pero es probable que los senadores se divirtieran más que nunca. VI La befa contra los defectos físicos es la más inicua de las befas; sin embargo, a veces adquiere un sabor particular por no ser del todo injusta, porque la víctima se la ha me- recido; y con el defecto físico se castiga una vana flaqueza. El hombre — quiero decir el homo sapiens, representado, en justa proporción, por los dos sexos — se resigna mal a las crueldades injustas e inútiles de la naturaleza, que se encar- niza contra las propias criaturas, y en modo particular es perversa con los viejos. El hombre, cuando decae, quiere parecer joven y fresco; si es calvo y canoso, se compone una cabeza juvenil; si es desdentado, se pone dientes pos- tizos; si es feo, quiere persuadirse a sí mismo y a los demás de que es irresistible con las mujeres; * porque también esto sucedía entonces en Roma, y en el mundo siempre. Si huele mal (lo siento; pero este motivo de irrisión era de- masiado popular para que se pueda callarlo), si huele mal, acude a todos los medios: pastillas olorosas, * hojas de laurel * para llevar en la boca, ungiientos para la piel,” per- «ITÁLUM ACETUM» 399 fumes y cosméticos para ponerlos donde se haya de ocultar alguna cosa que, al ofender la nariz del prójimo, ofende también el amor propio de un desgraciado, el cual, en suma, hasta cuando se ha lavado, frotado, limpiado, no tiene la culpa de ello. Es como un duelo entre la naturaleza que siem- bra fealdades y destrucciones, y el hombre que corre al re- paro, tan obstinado y metódico cuanto ella es caprichosa y malintencionada. Acerca de ciertas debilidades, en Roma se reía mucho. En presencia de Cicerón, una matrona cincuentona decla- raba con mucha desenvoltura su propia edad: treinta años. Y el orador: * «Así debe de ser; hace veinte años que se lo estoy oyendo decir.» Otra vez, hallándose en conversa- ción, mientras un coetáneo suyo se quitaba de encima todos los años que podía: * «De modo que — dice — cuando íbamos juntos a la escuela, tú no habías nacido todavía.» Una vez se presentó al emperador Adriano un individuo con la cabeza entrecana y pidió un favor que al príncipe no le pareció bien conceder. Pero aquél, sin darse por vencido, iba esperando y, mientras tanto, como la cabeza se le enca- necía más, comenzó a teñirse. Volvió finalmente a la carga y llevando una cabellera negrísima, repitió la petición que había hecho antes con los cabellos casi blancos, y Adriano le respondió: «¡Pero si ya dije que no a tu padre!» *° Por los epigramas de Marcial, que ponen en caricatura a Roma con el ingenio de Roma, desfilan todos los defectos que más afligen a los hombres; es una galería de fealdades: bizcos, * derrengados, * caras torcidas, “ cabezas de pera,“ bocas desdentadas, * mujeres larguiruchas, “ vejeces impú- dicas, * cráneos lustrosos, * bocas fétidas, * gente perfumada y maloliente. * Eran motivos imaginarios; pero cada cual hallaba en ellos a antiguos conocidos. Y se reía uno con los amigos guiñando el ojo. Podría continuar extendiéndome, porque los testimonios de la chanza romana son infinitos. Me basta con haber recogido abundantemente, para los menos informados, las pruebas de una, entre las más genuinas expresiones de la sociedad itálica y romana, con el objeto, además, de quitar crédito a la leyenda, bastante difusa, de una Roma inva- riablemente austera; aquella Roma con el eterno ceño, que es una sustitución romántica y escolar de la Roma verda- 360 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA dera. Roma, desde los primeros tiempos de la República, fue una ciudad genialmente libre de prejuicios, y maldi- ciente. El que sobresalía, tenía que ponerse a tono con sus gustos: Catón no era tan catoniano que no se divirtiera hun- diendo en la ridiculez a los adversarios molestos, a los vani- dosos y a los imbéciles; y entre las actitudes que supo adop- tar Cicerón, hombre de agudeza felicísima, no había sólo la del cónsul airado que hincha las mejillas y grita: Quousque tandem? Notas al capítulo XXV l. La expresión Itdium acétum es horaciana (Sat., I, 7, 32). 2. QUINTILIANO, X, 1, 93: Satira quidem tota nostra est. 3. Ibid., VI, 3, 82: Catulus dicenti Philippo: «Quid latras?», «Furem videos, inquit. A Filipo, que, pareciéndole que alzaba demasiado la voz, con dos solas palabras lo había llamado perro. Catulo le replicó con otras dos palabras llamándole ladrón; y habló exactamente, porque los perros ladran cuando ven a un ladron. Pro Caelio, 16, 38. Ad Att., VI, 1, 25. Sat., I, 4, vs. 96-98. AULO GELIO, XV, 4, 3. Macrosio, II, 4, 21. . AÁULO GELIO, II 7, 4; IIT, 3, 15. 10. El epigrama satírico griego (oxwrttióv) es de época romana; el mayor representante griego de este género, Lucilio, vivió en los tiempos de Nerón y, como se ve por los nombres que se encuentran en él, sus epl- gramas, en gran parte, tomaban por blanco a hombres de la sociedad ro- mana. MArciaL (I, Praef.) recuerda entre sus predecesores sólo a epigra- mistas romanos, incluso Catulo (Lascivam verborum veritatem, id est epi- grammaton linguam, exrcusarem, si meum esset exemplum: sic scribit Catullus, sic Marsos, sic Pedo, sic Gaetulicus), y relaciona explícitamente sus epigramas con la tradición romana de los cantos triunfales (véase nota siguiente); del género de epigramas cultivado por él afirma la romanidad, cuando (IV, 23, vs. 6-7) contrapone la gracia griega (Cecropius lepos) a la satírica acrimonia de Roma (Romanae sal Minervae). 11. MARCIAL, I, 4, vs. 3-4. 12. SUETONIO, Divus Iulius, 51. 13. Ibid., 48. 14. Dion Casio, XLIII, 20. 15. VELEYO PATÉRULO, II, 67, 3-4. 16. Suetonio, Vespas., 18. 17. CATULO, c. 61, vs. 22 y siguientes. 18. AuLo GELIO, XV, 4, 3. 19. SUETONIO, Nero, 39. 20. QUINTILIANO, VI, 3, 28. 21. SUuETONIO, Divus Iulius, 53. 22. CICERÓN, Ad Att., V, 1-3. 23. PLINIO EL JOVEN, VI, 32. 24. AuLo GELIO, I, 15, 8. 25. CICERÓN, De orat., II, 68, 278. 0 90 SIO a ja 26. 27. 28, 29. bruto. ( 30. 31. 32. 33. 34, 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. «ITÁLUM ACÉTUM» 361 Macrosio, II, 4, 7. QUINTILIANO, VI, 3, 74. Ibid., VI, 3, 90. Narigudo, calvo, flaco, negro, rojo... asnal, cachorro, jabali, bestia, T.) Macrosyio, II, 3, 3. Macrosio, II, 3, 4. Ibid., II, 4, 8. SÉNECA, De const. sap., 17, 1. MARCIAL, II, 87. Horacio, Sat., I, 2, v. 27; MARCIAL, I, 87. MARCIAL, V, 4. Ibid., III, 55. QUINTILIANO, VI, 3, 73. QUINTILIANO, VI, 3, 73. ELIO SPARCIANO, Hadr., 20, 8. MarciaL, III,, 8; IV, 65. Ibid., II, 35. Ibid., II, 87. Ibid. VI, 39, vs. 15-16. Ibid., I, 19; II, 41; VIII, 57. Ibid., VII, 60. Ibid., II, 41. Ibid., XII, 7. Ibid., VII, 94; II, II, 42 y passim, Ibid., I, 87; II, 12; III, 55 y passim. CAPÍTULO XXVI CREENCIAS PAVOROSAS, SUPERSTICIONES, SORTILEGIOS I. El «coco» de los niños, — II. Lemures y espectros. — III. El lobo hechicero, el hombre marino, etc. — IV. Formulas mágicas y supersticiones, — Y, Las defiziones. — VI. Sortilegios de mu- jeres enamoradas. 1 Platón ha escrito que «el niño es la más intratable de las fieras»; * como esta convicción estaba bastante difundida, la pedagogía antigua había establecido que para poder ende- rezar la índole infantil era necesario el «coco» o bien el lobo, un grande y hambriento lobo con las fauces abiertas: el peligro, en fin, de ser comidos vivos si eran malos. Los grie- gos tenían la Mormó ( Moppw ),* espantosa mujer con una pierna de asno; ê los romanos, la Lamia,* que iba rondando amenazadora, haciendo aquí y allí su comida de niños vivos, y que siempre lleva uno en el estómago. 11 Pero la preocupación por algún «coco» permanecía tam- bién en la edad adulta, para quitar la tranquilidad de ánimo a los espíritus. débiles. ¿Cómo se puede tener jamás la certidumbre de que por el mundo de lo invisible no anden rondando divinidades maléficas o almas de los muertos? ; ¿que en las tinieblas no pueda aparecer, terrorífico en su diá- fana corporeidad, un espectro? La religión etrusca, maes- tra y guía de la religión romana, había poblado de nombres 364 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA de muertos (lemures) ciertas tenebrosas zonas de la vida so- brenatural; pero en Roma la gente culta no se tomaba en serio las consejas acerca de la vida de ultratumba, las cuales sólo hallaban terreno abonado en las pobres mentes de las viejas tontas y de los niños exaltados. A pesar de esto, Lu- crecio * hubo menester, para tranquilizar a los hombres, dar una explicación natural de la aparición de los espectros, y si Horacio * considera como uno de los más seguros indicios de la firmeza de ánimo el no preocuparse por los lemures, debemos suponer que tal firmeza no era tan general como podía pensarse. Almas perdidas de gente muerta, también, según los antiguos, andaban vagando por el abandonado mundo de los vivos, con el fin de significarles su bajo amor por el cuerpo perdido” o hacer presente a los sobrevivientes la angustia de permanecer insepultos?* Había casa donde se oían duendes, y por mucho que el dueño bajase el precio no hallaban ni compradores ni inquilinos. Se creía que aquellas casas estaban hechizadas porque había ocurrido en ellas algún delito; * el asesino, una vez muerto el huésped, había escondido el cadáver bajo tierra, robándole, después de ha- berle quitado la vida, hasta los tristes honores debidos al difunto. Y el muerto, a manera de protesta, se tornaba vivo. Se oían gemidos y rumores extraños; en la oscuridad aparecían fantasmas. La aparición del espectro iba tal vez acompañada de fragor de hierro y de cadenas.* Nadie osaba habitar entre aquellas paredes maldecidas, ni siquiera acercarse a ellas. A no ser que fuese un filósofo, como aquel Atenodoro de que habla Plinio el Joven en una de sus cartas. Atenodoro era innegablemente un filósofo animo- so, y lo que aterrorizaba a los demás le pareció ocasión para una experiencia nueva. Se trasladó, pues, a una de aquellas casas y esperó la noche, escribiendo apuntes en sus tabletas. Y he aquí que, en las tinieblas, comparece de- trás de sus espaldas la sombra inquieta de un muerto, haciendo sonar herrajes y con el dedo tieso: es un viejo escuálido y macilento, con una gran barba y con los cabellos espeluznantes. Parece que quiere algo de él, que lo invita a seguirlo. Con la mano, Atenodoro, tranquilísimo, hace sig- no al espectro de que tenga paciencia; llega en lo que escribe al punto donde quería llegar, y después toma la luz y se va sin prisa, en compañía del espectro, a donde éste lo conduce. El hombre y el fantasma cruzan por toda la CREENCIAS PAVOROSAS, SUPERSTICIONES 365 casa, silenciosa, al débil resplandor de la lámpara, hasta que llegan a un patio abandonado, lleno de hierbajos, y allí el fantasma, de improviso, se desvanece. En el lugar en que desaparece, a la mañana siguiente, los magistrados, ad- vertidos por Atenodoro, hallan osamentas y cadenas de hierro. III Había quien creía en el «lobo hechicero»; Y algunos hombres (versipelles) tenían el poder de transformarse en lobos; iban rondando como verdaderos lobos, para saltar a los rebaños por la noche; después recuperaban la forma humana. Si en aquellas expediciones bestiales eran heridos, quedaba en el hombre la herida inferida al cuerpo del lobo. Se susurraba que ciertas viejas corrocían el arte de transfor- marse en pájaros; * con las alas puestas revoloteaban, ma- léficas, por las tinieblas. Se hablaba también de extraños monstruos de los mares septentrionales, medio hombres, medio fieras, y algunos decían haberlos visto. * La gente de mar temía al «hombre marino», ** que subía de neche a las naves y las hacía inclinarse, y si estaba en ellas mucho rato las naves se hundían. Brujas * y vampiros * penetraban insi- diosamente en las casas donde había un muerto, para robar el cadáver y mutilarlo; se le comían, por ejemplo, la nariz. Tantas cosas, en fin, se decían, y hasta quien no creía en ellas no estaba tranquilo del todo. IV La mayor parte de estas necias creencias se infiltraron en Roma cuando comenzó la invasión greco-oriental, pero de modo particular en los años de las guerras contra los piratas; ” las tendencias místicas, las prácticas mágicas, las más extrañas supersticiones corrompieron entonces la natural sanidad del espíritu romano. Las prácticas mágicas en el mundo romano son antiquísimas, verdad es, pero limi- tadas a ritos tradicionales, destinados a hacer propicias ciertas fuerzas oscuras o a impedir sus influjos dañosos; se escribía, por ejemplo, en las puertas de las casas: ARSEVERSE, " y bastaba esto para conjurar el peligro del 25 366 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA incendio. Habia formulas de encantamiento contra el granizo, contra las enfermedades de toda especie, contra las quema- duras, y Plinio el Viejo asegura que algunas de éstas, en la práctica, habían producido efecto. * Antiquisimas eran también las supersticiones, pero en general tenían el carácter puramente exterior de una atención a lo que puede ser fausto o infausto presagio; poniendo cui- dado en ello se podía evitar que ocurriera cualquier mal suceso. Por ejemplo, al salir se tropezaba en el umbral; ” ‘mala señal: aquel día era mejor quedarse en casa. 5e men- taba el incendio durante un banquete: * era una impru- dencia, pero se remediaba con darse prisa a echar agua sobre la mesa. Cantaba un gallo durante un convite, mejor hubiera sido que no cantase: o se hacían los conjuros de- bidos, * o por aquel día se abstenían de comer. * Cuando uno tenía un sueño malo, al despertar -estaba lleno de preocupa- ciones. Si era abogado y aquel día tenía que discutir una causa importante pedía un aplazamiento. * Ingenuidades pri- mitivas, en suma, o meras supersticiones que podían sugerir en determinadas ocasiones el comportarse de una manera en lugar de otra, pero que no ejercieron un verdadero dominio en el espíritu de los romanos. Ciertos temores, ciertas abe- rrantes fantasias, ciertas representaciones dramáticas de lo sobrenatural, en Roma son tardías y no conquistaron nunca más que algunas capas inferiores de la población: a las mujerzuelas, a la gente ignorante, a los pusilánimes y a los tontos. O bien sirvieron a escritores ávidos de hacerse notar para convertirlas en motivo de bella literatura. Si después de esto nos parecen griegos y romanos mu- cho más supersticiosos que nosotros los modernos, debe tenerse en cuenta una substancial diferencia de actitud re- ligiosa entre las dos épocas. Nuestra religión condena las supersticiones; para los antiguos, en cambio, la superstición entraba perfectamente en el cuadro de las relaciones nor- males entre el hombre y la divinidad; no sólo porque las antiguas religiones son formalísticas y, por consigupiente, no establecen un verdadero y propio credo, esto es, no imponen una rígida regla de ortodoxia ni penetran a fondo en la conciencia del creyente, sino también por la razón de que, por considerarse a la divinidad omnisciente y dispuesta por su bondad a conceder a los hombres alguna partícula de su LA omnisciencia, * se pensaba que eran infinitos los medios por CREENCIAS PAVOROSAS, SUPERSTICIONES 367 los cuales aquelia divinidad podia dar avisos y poner en guardia; el tropezar, el canto de una corneja o de un buho, un mal encuentro, una palabra casualmente oida, un sueno infausto, una anfora de aceite que se volcase por el suelo, otras tantas inepcias, podían tener valor de presagio. Sólo los irreligiosos, excluyendo toda intervención providencial, ne- gaban el presagio o se burlaban de las supersticiones. La forma más elevada en que se obtenía de la divinidad la comunicación, en interés nuestro, de un poco de su saberlo todo, era el oráculo. Pero las maneras de interrogar a los dioses eran infinitas, y la divinidad no sólo daba respuesta, sino también espontáneos consejos. Si reflexionamos acerca de esto, parecerá más compren- sible que hombres superiores, como Sócrates y Demóstenes, fuesen supersticiosos, y nos explicaremos el número verda- deramente infinito de las supersticiones difundidas entre los griegos y los romanos. Era presagio de desgracia el que un perro negro entrase en casa, o una serpiente cayese del techo al patio,* o que una viga de la casa se rajase, O se vertiese vino, acelte, agua; si se encontraban mulas car- gadas de hiposelino, hierba que era ornamento de los se- pulcros” si una rata hacía un agujero en un saco de harina % Peor si una estatua divina sudaba sangre, * si unos cuervos picoteaban la imagen de un dios, * si los pescados en salmuera puestos a asar comenzaban a dar brincos como si estuviesen vivos; ” si, por un juego de la naturaleza, nacía un caballo con cinco patas, un cordero con cabeza de cerdo, un cerdo con cabeza de hombre, * y si un toro escapado se subía por las escaleras de una casa y sólo se paraba en el tercer piso. * . Grande, y si bien lo pensamos no injustificada, era la preocupación de los antiguos si ocurría * (como muchas veces ocurrió o, por lo menos, cuentan que ocurrió) que en las tiernas mejillas de una sacerdotisa brotase de improviso una gran barba. Aquello era verdaderamente un presagio grave. Mujer barbuda: ¡Dios nos libre! Y parecía también cosa tremenda que los caballos * llovasen «a lágrima viva», o que una estatua «se echase a reír a carcajadas», * o que un buey se pusiera a hablar.” En estos casos se trataba de ilusiones de los sentidos, interpretaciones autosugestivas que la fan- tasía excitada de hombres supersticiosos daba a hechos insig- nificantes por sí mismos. Porque, en realidad, no es de 368 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA creer que los caballos llorasen, las estatuas se riesen y los bueyes hablasen. Como hablar, hablan los hombres, y solo los hombres: especialmente los latosos. Los romanos, con su instinto supersticioso, temian tam- bién el mal de ojo, y procuraban desviarlo con amuletos de varias formas; ® evi- Á C < B Te A e $ taban casarse en cier- tos días y en ciertos Fig. 110. — Signos mágicos. meses,” procuraban no pasar el umbral con el pie izquierdo. * Si relampagueaba, por lo que pudiera pasar daban un silbido. Dice Plinio el Viejo * que aquello era un rito común a todos los pueblos; cuando había fulgores en el cielo, en la tierra, entre los hombres, todo era un silbar. Durante el banquete se tenía que estar atento a no hacer que sucediese algo que fuese de mal agtiero, como que el esclavo barriese el pavi- mento cuando un comensal se estaba levantando, o quitase la mesa y el repositorio * mientras estaba bebiendo, o el propio comensal dejase al suelo la comida que tenía en la mano; en tal caso la comida debía ser restituida inme- diatamente al incauto banqueteante; el cual debía guardarse mucho de limpiarla y ni siquiera podía soplar en ella. Tanto peor para él; otra vez llevaría más cuidado. La cosa era particularmente seria si la comida caía de mano del pon- tífice durante una cena ritual; se expiaba acto seguido el infausto presagio volviendo a colocar el manjar sobre la mesa y quemándolo como sacrificio al dios Lar. Era de mal au- gurio que a uno le diese un estornudo en el momento pre- ciso en que el camarero ofrecía el azafate: el único remedio era ponerse en seguida a comer. En los banquetes en que los comensales participaban en número impar, el quedarse todos callados en un momento preanunciaba algún disgusto a cada uno de ellos. Se refiere como superstición propia de las mujeres el cortarse las uñas sólo cuando en Roma había mercado, es- tando calladas y comenzando por el dedo índice. Cuando se iba por el mar, era menester no cortarse las uñas ni los cabellos. * Algunas de estas creencias eran también reconocidas pú- blicamente. En muchas aldeas de Italia * estaba prohibido por la ley a las mujeres que paseasen por las calles torciendo CREENCIAS PAVOROSAS, SUPERSTICIONES 369 el huso o llevándolo a la vista. ¡Ay del que veía aquel huso! Toda su esperanza de buena cosecha se volvía vana. Se ha dicho (v. pág. 275) que la medicina empírica de los romanos quedó siempre algo sujeta a creencias mágicas y a supersticiones; era opinión muy difundida que los remedios, si se ponían sobre la mesa antes de que fueran usados, perdían todo efecto. Plinio el Viejo nos ha conser- vado estas interesantes noticias: «M. Servilio Noniano, uno de los primeros hombres de la ciudad, temiendo volverse legañoso, se ataba al cuello una hojita de papiro, sujetada en derredor con lienzo, y que contenía dos letras griegas: una ro y una alfa. Muciano, que fue cónsul tres veces, por la misma precaución se ponía una mosca vi- va dentro de una tela (VISEN blanca, y se decía que estos remedios aleja- CENSEV ban las legañas.» CINREV Es menester decir | PERFIL Y que también los hom- j¡D!AKvaro bres sensatos atri- buían cierta eficacia a tales prácticas; no hay sino envidiar a los an- tiguos cuando se sepa que tenían fe en cierto rito sencillo, con el cual se libraba uno de MOCTIVASYS los pensamientos mo- PIBERIS cenw VÍ lestos: bastaba con pasar por detrás de la oreja un dedo mojado de saliva. Desdichada- mente, nosotros no creemos ya en tales . (A fa izquierda, CUIGEU, CENSEU, CINEU, PER- paparruchas; de lo FLEU, DIARUNCO, DIASTA, BESCU, BEREBESCU, ARU- contrario, cuantas VE- nara, BAÑAGRA; cn el pecho del demonio, ces al dia nos dedica- ARITMO, ARaITTO; cn la barquita, NOCTIVAGUS, T TIBERIS, OCEANUS.) Fig. 111 Lamina con la figura de un demonio. ríamos a mordisquea.- nos el dedo y a humedecernos la piel detrás de las orejas... ¿No podríamos probarlo? 370 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA V Algunas practicas más complicadas fueron sugeridas a los antiguos por el odio y el amor. El odio, las defiriones; el amor, los sortilegios. Muy antiguo es el uso de las de- fixiones, cuyos primeros documentos de Grecia remontan al siglo 1v a. de J.-C.” La defixión es la consagración de un enemigo a las divinidades. La sugerencia de practicar la defixión se ofrecía de modo particular en los infortunios judiciales * o familiares, o por la animosidad naciente de competencia entre los mercaderes, o rivalidades de oficio; en las vicisitudes poco agradables de una causa delante de los tribunales se practicaba la defixión para desahogar el odio al adversario, ” a los testigos contrarios, a todos los que hubiesen hablado en su favor, y hasta el fascículo de los documentos procesales (ta dtxatmpata) se hacía con la rival que te había robado el corazón del marido, “ el comerciante que te había arruinado. * Pero las razones de defixión eran tantas cuantas son las causas por las cuales un hombre odia a muerte a otro, y, teniendo medios propios de venganza, en su rabia impotente pide la cooperación de la divinidad. Por esto leemos en un epigrama que Fulano la ha practicado contra toda una pandilla que ha ido a su casa, lo ha llamado fuera de ella y luego lo ha atado y azotado; * que una mujer la ha practicado contra un maldiciente que la ha acusado de envenenar a su marido. * Algunos la practican contra el de- positario infiel, que, negando el depósito, no ha restituido lo que se le ha confiado y lo ha vendido; * entre las víctimas de la defixión se encuentran ladrones de mantas, vestidos, objetos de oro, etc.” Tales prácticas despreciables estaban en uso entre gente baja, como lo revela también el lenguaje empleado, gramaticalmente incorrecto; las defixiones, en Grecia, nos transportan, como se deduce de la calidad de las víctimas, a un mundo de mercaderes, de operarios, de gente humilde y de pobres mujercillas. Se encuentran nombres de maestros de escuela ** (también entre éstos, a lo que parece, se encendían odios feroces; ¿debemos decir que los dedicados a la enseñanza han tenido siempre mal carác- ter?), de cocineros, * de actores cómicos *® de soldados,” de pugilistas; * porque también las competiciones deportivas traían a veces una ristra de defixiones y a menudo el atleta CREENCIAS PAVOROSAS, SUPERSTICIONES 371 vencido se vengaba de su fracaso confiando a la lamina de plomo su reconcentrado rencor. Desde Grecia esta práctica pasó a Roma, especialmente en el ejército, donde el hervor del odio suscitado por la du- reza de los jefes se desahogaba a veces en tales formas; * y ni siquiera se abstuvieron de ello contra el príncipe hom- bres de la nobleza de la corte.* Los odios originados por la pasión hacia las luthas del circo * y por las causas judi- ciales * favorecieron la difusión de las defixiones. Y también en las provincias se practicaban, como lo demuestran las láminas descubiertas en la Recia, en Inglaterra, en Alemania y en África. La defixión se efectuaba de este modo: en una lámina de plomo*% se escribía el nombre execrado, con una fórmula de maldición, «dedicando» la víctima a las divini- dades infernales, y se introducía la lámina en un sepulcro, más raramente en un templo, en un pozo, dentro de un manantial de agua caliente; por lo general clavándola con un clavo largo que atraviesa la lámina. La mayor parte de estas láminas están, en efecto, agujereadas, y a veces en diversos puntos, En algunas láminas se lee una larga lista de víctimas; * desfilan en procesión los nombres de los tristes alistados con precisión administrativa del odio del que alista. El nombre de la víctima está escrito siempre con cuidado por el temor de que una indicación poco exacta haga ineficaz la práctica; al nombre del condenado sigue a menudo 'su nombre de madre, raramente el de padre; pre- ceden al texto a veces, o se intercalan en él, signos mágicos de carácter alfabético (fig. 110); en alguna lámina se -halla trazado un tosco dibujo; en la figura 111, un demonio bar- budo, con una hidra y una antorcha, símbolos fúnebres está en pie en una barquita, imagen, tal vez, de la cymba de Caronte, y navega de noche sobre las aguas: en la cymba se lee, en efecto: noctivagus: Tiberes; Oceanus. Con las fór- mulas imprecatorias se alternan palabras mágicas, destina- das a dar fuerza de necesidad a la defixión; por ejemplo, en las griegas, apuonás , O bien yolz o d3oucd=,® etc.; en tardías inscripciones del África septentrional se repiten habitual- mente las misteriosas palabras BESCU, BEREBESCU, ARURARA, BAZAGRA, Siniestro refunfuño de un odio que se transfunde en sílabas. Las fórmulas de la maldición a veces son senci- llas: «escribo» (Latayodegw) «consagro» (xatadó, propiamente: 372 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA yatadew), «ciño», «ato»); a veces, solemnes y tremendas: «Consagro, entierro, elimino de la presencia de los hom- bres»; “ a veces, apasionados; «jHoradale la lengua! ... ¡Horádale el alma y la lengua!» ” Y hay en algunas la com- placencia perversa de los males que se imprecan contra el con- denado; que le vengan encima las más horribles enfermeda- des: ® «jIntroducidle terribles fiebres en todos los miem- bros! ... — se escribe contra una mujer —; ¡matadle, oh dioses infernales, el alma y el corazón!... ¡Destruidle, destrozadle los huesos!... ¡Estranguladle la garganta! ... Arourarelyoth...; retorcedle, trituradle el cuerpo... Phriz, phroz...», y asi suce- sivamente en igual tono. Para más precisa especificación se consagraba a los dioses infernales también alguna parte del cuerpo del condenado; por lo general la lengua, y también las manos, los pies o la punta de los pies, orejas, narices, cerebro, uñas, maléolos, cejas, pulmones; casi siempre la inteligencia y el alma. Se deseaba al condenado que todos sus bienes se arrui- nasen: «Y si tienen o han de tener dineros, o patrimonios, o negocios, todo se torne inútil, se disipe, y todo sea atacado de desventura y destruido.» ® En este borbollar de bajas pasiones, entre tanta maldad, nos parece que casi se alza una voz más humana, cuando en las escasas defixiones exóticas hallamos la invocación de un atormentado amador que pide ayuda al mundo de las tinie- blas para obtener el amor de una mujer deseada; como aquel Ssuccessus” que practica la defixión contra su mujer, para que vuelva a sus brazos, ardiendo de aquel amor con que él la ama apasionadamente: «¡Arda Sucesa, se sienta quemar de amor o de deseo por Suceso!» Y sin bescu, berebescu, si Dios lo quiere y sin odio. VI La ilusión de poder hacer intervenir potencias sobrena- turales en las cosas de amor, como aliadas de un corazón traicionado o de una pasión no correspondida, hizo surgir las primeras prácticas de hechicería femenil. Para atraer al ser amado, la mujer se transformaba en hechicera, tanto más obstinada en sus encantamientos cuanto más vieja, fea y despreciada se sentía. La mujer que era víctima de un CREENCIAS PAVOROSAS, SUPERSTICIONES 373 amor infeliz lo probaba todo, desde los brebajes hechos tra- gar, sin darse él cuenta, al hombre de quien querían con- quistar el corazón (v. pág. 276), a medios más tenebrosos (v. pág. 245). Las hechiceras daban miedo porque lograban adquirir un poder sobrehumano. Usaban ingredientes abyec- tos y terribles: vísceras de rana o de sapo, plumas de le- chuza, huevos de serpiente, hierbas sepulcrales, ” potentes venenos (por esto se llamaban también veneficae); conocían fórmulas eficacisimas (carmina), capaces, como dice Vir- gilio, de hacer descender la luna del cielo (v. pág. 46). Carmina del caelo possunt deducere lunam.” De esto se estaba tan convencido, que algunos atribuían los eclipses lunares a sortilegios de las mujeres amantes. ” El poder de aquellas desdichas era tal, que nadie podía sentirse seguro de ellas, y todos procuraban precaverse por anticipado, colgando a su puerta una barba de lobo, ** porque las barbas de lobo tenían grandes virtudes en los sartilegios, ya para hacerlos eficaces,” ya para tornarlos vanos. Para quien los temía no había manera mejor que contraponer barba de lobo a barba de lobo. Un sistema para atraer el hombre consistía en una es- pecie de rueda mágica, a que los griegos llamaban po 306 y los romanos turbo; la rueda tenía cuatro radios, y a los radios se ataba un pajarillo (el cuchillo, según parece, o el torcecuello, ivy para los griegos), y se hacía girar veloz- mente con una cuerdecita o a golpes de varilla; entonces, como si un hilo invisible ligase la rueda al hombre, éste se sentía atraído irresistiblemente, ” y poco después la enamo- rada lo veía llegar a su casa muy sonriente y muy bien dis- puesto. A veces el sortilegio era más complicado. Se hacían pre- parativos nefandos en los cementerios, violando sepulturas para extraer los huesos de los muertos; se recurría a todos los medios sugeridos 'por la más experta hechicería; fórmulas mágicas, ritos siniestros, mixturas venenosas y repugnantes. Horacio, en realidad exagerando, * describe la escena de un sortilegio en el Esquilino. Dos sórdidas viejas, Canidia y Ságana, con los pies desnudos, con los cabellos sueltos, pá- lidas, en el rostro una palidez de muerte, y envueltas en negros ropajes, pronuncian con lúgubres gritos sus conjuros; 3/4 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA evocan las sombras de los muertos, escarban con las uñas la tierra y la llenan de sangre de una cordera negra que desgarran a mordiscos. La luna es subyugada y oscurece su rostro luminoso, ensombreciéndose en una luz rojiza in- fausta; perras infernales y serpientes acuden al ruido para completar la escena. No falta nada absolutamente. En estos sortilegios la operación final consistía en hacer derretirse a la lumbre una muñeca de cera que representaba al hombre amado. Canidia ha traído dos de estas muñecas: una es de lana y levanta el brazo en acto imperioso de amenaza; la otra, que es de cera y más pequeña, está en actitud de súplica, como quien sabe que ha de morir de modo infa- mante, y viene luego la ejecución. Después de haber en- terrado en el terreno la indispensable barba de lobo y los dientes de serpiente, las dos viejas echan a la hoguera la imagen de cera, que se derrite y arde con larga llama. Ahora nos acercamos ya al epílogo, y todo hubiera sucedido mara- villosamente si al final no interviniese un incidente impre- visto para tornar inútiles tantos sabios preparativos. Un tosco simulacro de Príapo, el dios de los huertos, hecho de palo de higuera, ha asistido mudo a la escena, rígido en su oficio de espantapájaros, con malas intenciones y algo de miedo. Y he aquí que, en lo mejor de aquella brujería, la madera se raja por abajo con un crepitar seco y equívoco. Escapan las dos viejas, locas de terror; en la descompuesta fuga, a Ságana se le cae, volando, la peluca, y a Canidia, la dentadura postiza. Notas al capítulo XXVI Las leyes, VII, 808 d. PLATÓN, Critón, 46 c. Luciano, Historia verdadera, 139. HORACIO, Ars poet., v. 340, Lucrecio, 1, 132 y siguientes; VI, 720 y siguientes. Epist., II, 2, v. 209, PLATÓN, Fedón, 81 c. Horacio, Od., I, 28. PLAUTO, Most., vs. 476 y siguientes; PLINIO, Epist., VII, 27, 6. Puinio, ibid., 5. VIRGILIO, Ecl, 8, v. 97; PETRONIO, 62; APULEYO, Met., II, 22. Ovipio, Amores, I, 8, vs. 12-13; APULEYO, Met., I, 21. Tácito, Ann., II, 24, 6. PLINIO EL VIEJO, IX, 10. PETRONIO, 63. CON Aa A WN ha pa pd ph pd po A A NO CREENCIAS PAVOROSAS, SUPERSTICIONES 379 16. APGLEYO, Met., II, 21; PETRONIO, 134. 17. Para más precisas noticias remitimos al libro fundamental de F. Cumont, Les religions orientales dans le paganisme romain, Paris, 1929, páginas 179 y siguientes. (Traducción italiana de L. SALVATORELLI.) 18. AFRANIO (citado por FESTO, pág. 18 M.): Inscribat aliquis ARSEVERSE in ostio. Se pensaba que arse verse era palabra etrusca y significaba: «aleja al fuego». 19, XXVIII, 25-29. 20. CICERÓN, De div., 2, 40, 84; TrBuLo, I, 3, v. 19; Ovipio, Met., 10, v. 452. 21. PLINIO EL ViEso, XXVIII, 25, 29. 22. PETRONIO, 74. 23. CICERÓN, In Pis, 27, 67. 24. PLinio, Epist., I, 18, 1. 25. PLATÓN, Simposion, 188 e-d. 26. TERENCIO, Phorm, vs. 705 y siguientes. 27. PLUTARCO, Timoleonte, 26. 28. TEOFRASTO, Caracteres, 16. 29. CICERÓN, De div. I, 34, 74, y passim en otros autores. 30. PLUTARCO, Nicias., 13; PAUSANIA, X, 15, 5. 31. HERODOTO, IX, 120. 32. Tito Livio, XXXI, 17, 12. 33. Ibid., XXI, 62, 3. 34. HeERopoTo, I, 175. 35. SUETONIO, Divus Julius, 81: Equorum greges.. comperit pertina- cissime pabulo abstinere uberlimque flere. 36. Ibid., Cal, 57: Simulacrum lavis... tantum cachinnum repente edi- dit ut... opifices difjugerint. 37. Tiro Livio, III, 10, 6; XLIII, 13; PLINIO EL ViEJO, VIII, 183. 38. VIRGILIO, Ecl, 3, v. 103; PERSIO, 2, v. 34. 39. Véase en la pág. 160. 40. Sirio ITÁLICO, VII, 172; PETRONIO, 30. 41. Prisio EL Viejo, XXVIII, 25-29, de donde se han sacado también las demás noticias de supersticiones que se leen en el texto de este párrafo. 42. Acerea del repositorium, v. pág. 107. 43. PETRONIO, 104. 44. PLINIO EL VIEJO, XXVIII, 25-29. 45. Las datos contenidos en este párrafo están sacados de las coleccio- nes de R. WuENSCH. Defirinum tabellae Atticae (IG, III, 3), Berlín, 1897, de AUDOLLENT, Defirionum tabellae, París, 1904, y de los textos recientes pu- blicados por E. ZIEBARTH, Neue Verfluchungstafeln aus Attika Boioten und Eubola, in Sitzungsberpreuss. Akad, ders Wissenschaften, phil-hist. KL Berlín, 1934. 46. Las láminas que se refieren a procesos son de las más numerosas. 47. WueENSCH, núm. 94. 48. AUDOLLENT, núm. 5, 10. 49. ZIEBARTH, 55, pág. 1032; cfr. AUDOLLENT, núm. 92. 50. AUDOLLENT, num. 13. 51. WueENSCH, proef., pág. XI. 52. AUDOLLENT, núms, 44, 212. 53. AUDOLLENT, núms. 104 (hurto de manto), 6 (hurto de vestido), 122 (hurto de vestidos y ropa blanca), 106 (hurto de una sortija). 54. Ibid., núms.33 y 34. 55. Ibid., núm. 49. 56. Ibid., núm. 45. 57. Ibid., núm. 55. 58. WUENSCH, 68 a. 59. Tácito, Ann., II, 694; ITI, 1313. 60. Ibid., Ann., IV, 522; SUETONIO, Cal., 3. 376 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA 61. Las defixiones de aurigas en Roma (AUuDoLLENT, 159-187), de aurigas y de venatores en el Africa septentrional (AUDOLLENT, 234, 254, 272, 295), son numerosas, pero de época tardía. 62. Véanse las indicaciones de AUuDOLLENT, págs. 471 y siguientes. 63. Son raras las definiciones escritas en otro metal, oro, plata, estaño, bronce; alguna está escrita en mármol o en barro cocido. 64. ZIEBARTH, 14, pág. 1037. 65. Primero estas palabras, en gran parte de origen egipcio o semítico, eran relativamente pocas y se llamaban letras efesias (ESIQUIO, S. V. 'Epésta ypapuata); las más antiguas parece que eran doxtov, xatdoxtov, AÈ TETPUÉ, Dayayeveds; luego se multiplicaron, acogiendo gran número de compuestos silábicos entre los más extraños, que por su sonido fueron indicados como palabras bárbaras (Luciano, Menipp., 9). 66. ZIEBARTH, núm. 1 a, pág. 1023. 67. WUENSCH, núm. 97, pág. 24. 68. ZIEBARTH, 24, 1-4, págs. 1042 y siguientes. 69. WuoenscuH, núm. 97, II, 26 y siguientes. 70. CIL., VIII, 12507. Uratur Su(cie(s)sa, aduratur amo(re) vet (=vel) desideri(o) Su(c)ce(s)si. 71. Horacio, Epod., 5, vs. 17 y siguientes; PrRopencio, III, 6, vs. 27 y sigulentes, etc. 72. Ecl., 8, v. 69. 73. MARCIAL, XII, 57, vs. 16-17; cfr. Tácito, Ann., I, 28. 74. PLINIO EL VIEJO, XXVIII, 157. 75. Horacio, Sat., I, 8, v. 42. 76. Trócnito, II, v. 40; la forma helenizante rhombus se halla en Ovipio, Amores, 1, 8, v. 7; ProPEncio, III, 6, v. 26, etc. 77. Horacio, Epod., 17, v. 7. 78. Sat., I, 8. CapiruLo XXVII DECADENCIA EDILICIA DE ROMA I. De Constantino a las incursiones de los godos y de los vánda- los. — II. El asedio de Vitiges y sus consecuencias. — III, La avidez de piedras. — IV. Monumentos que se convierten en re- ductos. — V. La suerte de los edificios menores, — VI, De los mármoles se hace cal, VII. Se comercia con los fragmentos ar- quitectónicos. — VIII. La obra destructora en los siglos XV y XVI, — IX. La gran costra de barro. — X. La recuperación de la Roma antigua. — XI. La Niobe de las naciones. I Con el traslado de la capital a Constantinopla comenzó la decadencia edilicia de Roma. Fue una destrucción lenta y continua, pero no tan rápida ni con efectos tan desastrosos que transformase en poco tiempo la gran ciudad en un caótico montón de ruinas. Tuvo, por el contrario, un período de renacimiento bajo Teodorico, que restauró paredes, cloacas, acueductos y el teatro de Marcelo. La primera señal de la caída en la fatal disolución fue que, con la partida de Constantino, en la vida ciudadana de Roma se produjo una interrupción improvisa. Aquel férvido trabajo de continua renovación, en virtud de la cual la ciudad, como todas las grandes metrópolis, transformaba continua- mente su aspecto, de pronto se detuvo. Roma endureció su móvil rostro: éste, en la ciudad, como en los hombres, es el primer signo de la muerte. Llegó también para Roma el día en que las cabras pacían en el Capitolio y las vacas en el Foro, y el Capitolio fue llamado Monte Caprino y el Foro Campo Vaccino,' pero 378 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA ya distaba siglos el recuerdo de las generaciones que vieron la gloria imperial. Roma no se hizo en un día,* y no pudo ser deshecha en un día. Las grandes ciudades, esos inmensos monstruos de piedra y de cal, tienen una vitalidad que reacciona contra la sorda acción del tiempo y contra la furia destructora de los hombres. El traslado de la capital a Bizancio dispersó a Roma, no la despobló. El mundo oficial emigró a las ri- beras del Bósforo, tras Constantino, que se llevaba los em- pleados, las insignias del poder, el ceremonial, la nobleza, los artistas, muchas señoras elegantes y hasta grandísimo número de estatuas. La nueva capital se embelleció con los ornamentos de la antigua,’ y Constantino, con su tranquila y metódica expoliación, fue el primero en dar el ejemplo del saqueo, y sus sucesores * siguieron aquel ejemplo. Pero desde un punto de vista administrativo, Roma había dejado de ser caput mundi; el gran acontecimiento histórico no impidió, sin embargo, a los romanos el permanecer en la metrópoli humillada, para respirar, como antes, el aire de las siete colinas, junto a las tumbas de sus seres queridos y entre los restos del fausto antiguo. Gradualmente la población de Roma se fue rarificando; pero la despoblación de los grandes centros habitados tiene un ritmo lento: son las exigencias de la vida de los habi- tantes las que protegen a la ciudad decadente de su com- pleta destrucción. Mientras la ciudad cierra entre sus mu- rallas a gente que nace y que muere, y que entre el nacer y el morir ha de resolver cada día los infinitos problemas de ir viviendo, de aquel mismo destino de seres vivientes brota una fuerza ordenadora que mantiene en pie las paredes y hace que las tejas permanezcan en su sitio. Cuando la lluvia penetra en la casa es menester reparar el techo, aunque Constantin Paguila volse hacia la patria de Héctor y de Eneas. Está ya destruida la leyenda de que las incursiones bar- báricas en Roma dejaron tras de sí un montón de ruinas; el saqueo de los godos de Alarico, en agosto de 410, y de los vándalos de Genserico, en junio de 455, tuvieron el carácter de una inmensa rapiña. Roma fue despojada, no destruida. Los autores posteriores continúan hablando de ella como de una ciudad de insuperable magnificencia monu- mental. Después de la invasión de Alarico, un poeta de la DECADENCIA EDILICIA EN ROMA 379 Galia, Rutilio Namaciano, * pudo todavia celebrar el esplendor de Roma, corazón del mundo. A fines del siglo vi, cuando ya Roma había recibido golpes todavía más duros, Procopio de Cesárea describía sus monumentos, lleno de admiración; de un documento del siglo vir, el Itinerarium Enisiedlense, se deduce que los principales monumentos de la Roma antigua estaban aún enteros y muy reconocibles, El saqueo de Alarico duró dos dias (2425 de agosto) y se encarnizó con particular insistencia contra los Horti Sallustiani, riquísimos de estatuas, y dentro de los señoriales palacios del Aventino. El saqueo de los vándalos fue más largo; durante catorce días, mientras sus naves ancladas en el río tragaban ávidas la espléndida presa, aquellos bár- baros, en cuyas filas había también bandidos del desierto, árabes y beduinos, hicieron sus correrías por las vías de Roma, llenándolas de terror, y se encarnizaron sobre todo con las colinas que habían sido el corazón de la antigua Roma; excavaron insaciablemente en los monumentos que Roma tuvo por más sagrados: la residencia imperial en el Palatino y el templo de Júpiter Óptimo Máximo, en el Capitolio. Cuando hubo pasado el vendaval, Roma resplandecía aún con el brillo de los mármoles; sólo que en su hermoso cuerpo mostraba injurias y heridas, reina violada y sin orgullo; pero su estructura edilicia no se había resentido del bárbaro ultraje. Roma continuaba en pie. Venían del Septentrión los bárbaros, ávidos de presa; hacían botín de estatuas y de obras de arte; quitaban a los templos las puertas de bronce y los techos dorados. Se arrojaban principalmente sobre los ornamentos de metal, con el gozo violento del bárbaro y la codicia del niño, fasci- nados por los desdumbrantes esplendores de la ciudad, que despedía llamas y reflejos en el cálido sol negado a la tris- teza de su propia tierra. Pero no abatieron ni quebrantaron las piedras de los edificios; no tuvieron tiempo ni medios para ello; tal vez ni siquiera voluntad de hacerlo. II Hacia la mitad del siglo vı, el largo asedio de Vitiges (febrero 557-marzo 558) precipitó la agonía de la vieja ciudad. Los sitiadores, para vencer la resistencia de los ciudadanos, 380 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA bien defendidos por las murallas aurelianas, demolieron en - la campifia algunos trozos de los acueductos. Roma se en- contró sin aguas; las termas, enormes colosos con las venas enjutas, quedaron inútiles; en las fuentes ciudadanas, que eran la alegría de Roma y eran bellas y bullidoras y nume- rosas (un documento de la época constantiniana cuenta mil ciento cincuenta y dos), el agua ya no cantaba. Y mientras tanto Roma perdía su admirable campiña. En la época de los esplendores imperiales la vida de Roma irradiaba en sus alrededores, donde los ciudadanos se reti- raban a sus villas para buscar un aire libre y tranquilidad; el paso de la ciudad a la campiña era gradual; pasadas las murallas, se continuaba estando en la parte habitada de Roma, se cruzaba el suburbio; las casas se hacían raras, los trozos de verdura se hacían cada vez más anchos, con aspecto tada vez más campestre; y en las largas calles que partían rectas de las puertas resonaban con alegre rodar los raede de los ríos, que poseían villitas suburbanas, entre las posesiones de la derecha del Tíber, en el Janículo, en las más lejanas laderas de las colinas tusculanas y de Tívoli. En cambio, desde los comienzos de la decadencia edilicia se hizo el silencio en torno a Roma. Ya no había campos arados, ni parques y villas, sino una requemada llanura malárica, un infinito marjal inculto, empapado de pantanos y en medio un gran matorral entre piedras; la cadente Roma, triste como una prisión. Y el pueblo ya no salía, festivo, de sus puertas. En el interior de la ciudad, la población, abandonadas las colinas, se restringió al Campo de Marte y en el Trans- tíber, donde comenzó a formarse el barrio Vaticano. Éste se convirtió en el corazón de la ciudad; primero, expuesta al peligro de las invasiones, porque estaba situada fuera de los muros aurelianos, y por lo tanto indefensa; luego, ce- ñida de murallas por León IV (ciudad leonina), después que los sarracenos, en el 846, impotentes para pasar del an- tiguo recinto, saquearon las basílicas de San Pedro y de San Pablo. Los lugares altos, los foros, en otro tiempo llenos de vida y de tumulto, fueron dejados en abandono y silencio. Pero los antiguos monumentos continuaron dominando aque- lla desolación y aquella soledad. La población continuaba disminuyendo: las luchas po- líticas internas, las epidemias, las carestias, los periódicos DECADENCIA EDILICIA EN ROMA 381 asedios reducían a cada generación el número de los ciuda- danos. Aquellos que quedaban asistían inactivos a su pro- gresiva disolución. Lo que se hunde resurge mientras existe el buen ánimo de reparar las ruinas, pero cuando las ruinas no causan ya dolor, y la indiferencia de los dañados la torna definitiva, ¿qué puede esperar un cuerpo sólido si el alma está enferma? Los monumentos, mientras los rodea el amor de quien los siente como suyos y se consuela de la muerte porque sabe que ellos le sobrevivirán, son eternos como los dioses; el incendio que los devora, la inundación que los derriba, el hundimiento que los abate, sólo señalan una interrupción en su vida perenne. ¡Cuántas veces no había caído en Roma el templo de Vesta, el templo de Jove en el Capitolio, el Panteón en el Campo de Marte! Pero siempre la misma generación que había asistido a la ruina los vio levantarse más espléndidos de sus desolados escombros. III Después... La vieja Roma moría porque estaba muerta en el corazón de sus ciudadanos, los cuales asistían impa- sibles a su destrucción. Y hacían peor aún, porque conti- nuaban por su cuenta la obra de demolición, que, pues no era estorbada y se continuaba, se hundía más profundamente. Quitaban a los monumentos losas de mármol, rosetones de bronce, montantes y zócalos para adornar las nuevas iglesias y las columnatas para sostener sus naves. En los asedios hacían pedazos las estatuas y se servían de ellos como pro- yectiles. Así, tal como podemos leer en Procopio de Cesárea, acabaron muchas de las estatuas que adornaban la Mole Adriana y el Pons Aelius. Y los emperadores de Constanti- nopla se acordaron de Roma cuando había alguna puerta de bronce o alguna estatua dorada que podían llevarse. El ca- dáver indefenso de la Roma imperial y pagana ofrecía fácil e inagotable material a la tímida ciudad nueva, que surgía dentro de las mismas murallas; a la nueva, oscura Roma, la cual, aunque indiferente y casi hostil a los restos de su antigua gloria, afirmaba, en la disolución de la ciudad an- tigua, la promesa de que aquella ciudad nunca dejaría de existir, Ya en el triste crepúsculo que durante unos dos siglos se prolongó entre los esplendores, entre la magnifi- cencia de la Roma imperial y de la Roma de los pontífices, 26 382 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA se advertía una primera palpitación de vida embrionaria. De la decadente ciudad de los césares comenzaba a surgir la Roma cristiana. La oscuridad de las catacumbas resti- =, po “ piriti ~ void “A e ml a - ‘ 5 ye hey “ ve" > " ahs 5 ACI le pun x errr rt x ea se mat akan ranean get. ery E EDO eyes ¿ ry F; ; DA RT AAI a nad ES ARIAS ; . j i it b 7 + p - x OMB Le, $ * X A 3 + r SOTA 4 i » À Faaki gr a nte a Y pi: = pr ol vay th Day Cad Ore es Bx wee mo Messe Se rr) i den ds Ma Fig, 112. — Ei Panteón en la época de Pablo V, en el siglo xvi. (Grabado de Ali Ciobvanuoli.) tuía al culto, ya potente, de los devotos, las cenizas de los mártires; las reliquias eran devotamente guardadas en las grandes pilas sacadas de las ya inútiles termas. Las igle- sias tuvieron asientos marmóreos desmoronados de los circos, donde en otro tiempo las autoridades pretextas asistían im- pasibles a los sangrientos juegos. Sarcófagos historiados fueron reunidos en los nuevos cementerios y guardados en paz los cadáveres de personas bautizadas. Sin embargo, no siempre la devastación sistemática era movida por la piedad religiosa; pero se excitaban nuevas concupiscencias; los antiguos monumentos se convirtieron en «canteras», minas de piedra; los mármoles, fuera de los pocos que eran trabajados para otros usos, eran echados en los «calcare», * hornos de hacer cal. Los tardíos nietos se arrojaban sobre la ciudad de los antepasados con insaciable avidez de ornamentos, de piedras, de argamasa. Roma se tornó presa de su egoísmo privado. Las termas, los templos, los palacios señoriales, eran revestidos de losas de mármol; las bóvedas de las estancias, de estucos; en las vigas de los techos y artesonados se encajaban láminas DECADENCIA EDILICIA EN ROMA 383 de oro y de marfil; oro puro resplandecia hasta en los mo- saicos de los pavimentos entre las piezas de ónix y de mar- moles raros. Todo fue arrancado. despedazado, trasla- dado; todo desapareció; para los pequeños romanos fue aquélla la más sensible ventaja de la gran herencia. La coti- diana obra de destrucción se ejercía insidiosa e insistente, como la obra de los insectos parásitos, que atacan la epi- dermis y la afean más aun que la «devoran. Roma se tor- naba cada vez más desolada. y en aquel su abandono cam- biaba de color; iba perdiendo la luz de los mármoles y ad- quiría el color de la piedra; se tenía de vejez; entraba, ella, tan resplendeciente, en el número de las ciudades ne- gras; el sol, piadoso, en las cálidas puertas, descubría el color de rosa en la lividez de sus sillares. Del saqueo brota- ban las ruinas; las ruinas, severas, uniformes, solemnes, dominaban la soledad que se formaba en torno a ellas. Se restringían cada vez más las zonas del vocerío ciudadano; Roma se inmergia en un silencio sagrado. Las lineas irre- gulares de aquellas ruinas se dibujaban en los fondos aéreos Fig. 113. — Templo de Antonino y Faustina, en el siglo XVII. Grabado de Ali Giocanuot.) con una armonía nueva; el monumento maltratado adquiría nueva, indecible belleza. Al principio, los grandes edificios opusieron a la obra 384 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA de los saqueadores la solidez de su construcción; los antiguos cementos, cuya fuerza de cohesión había aumentado el tiempo, resistían: la grandiosidad de los bloques de piedra hacía difícil y peligrosa la tentativa de removerlos. La hora del derribo o de la total demolición vino más tarde para ellos, en una espléndida época de renacimiento. Otros edificios se salvaron porque, destinados a otros usos, ofrecían una uti- lidad práctica; otros, por haber adquirido un significado nuevo cuando, venciendo el escrúpulo de adaptar al culto cristiano los templos profanos, fueron transformados en iglesias; el Panteón (fig. 112) fue consagrado a la Virgen; el Templum Sacrae Urbis, edificado muy cerca del Foro romano, se convirtió en la iglesia de Santos Cosme y Da- mián; la Curia fulia hospedó a la iglesia de San Adriano; la biblioteca del templo de Augusto, a la iglesia de Santa María la Antigua; el templo de Antonino y Faustina, a la iglesia de San Lorenzo de Miranda, al principio mero ora- torio (fig. 113), luego transformada en la iglesia actual, del seiscientos, cuya fábrica sobresale un tercio por cima de las columnatas. Excepcional ventura tuvieron los monumentos que la autoridad pública y religiosa declaró intangibles, como la columna Trajana, que el Senado romano tomó bajo su protección, o la columna Antoniana, reconocida como pro- piedad de los monjes de San Silvestre, que amenazaban con el anatema a quien osase maltratarla. Se substrajeron a la destrucción también los edificios que en algún modo se habían mostrado aptos para alguna utilidad práctica, como la parte central del pórtico de Octavia. Este pórtico, que Augusto había reconstruido con gran mag- nificencia,”? en parte quedó en pie, y desde el siglo xr se había convertido en mercado ciudadano del pescado. Perma- neció sirviendo para tal fin hasta la mitad del ochocientos; desapareció poco después con la desaparición del barrio judío, no dejando tras de sí más que las antiguas ruinas sobre las cuales había crecido. A la derecha del gran arco de piedra permanente hoy todavía, recuerdo de la antigua vida de mercado, una piedra con un epígrafe en latín, por la cual nos enteramos de que los pescados cuya longitud hasta las aletas inclusive (iusque ad pinnes inclusive) pasasen de la longitud de aquella piedra, debían ser reservados para los conservadores capito- linos, homenaje gastronómico las autoridades municipales. DECADENCIA EDILICIA EN ROMA 385 IV Durante las luchas entre el pueblo y la nobleza, en los siglos IX y x, muchos entre los más insignes monumentos romanos fueron reducidos a fortificaciones. Este nuevo oficio, si por un lado lo substrajo a la progresiva destrucción por obra de los parásitos, impuso adaptaciones que los afearon; además quedaron expuestos al destino propio de las forta- lezas: el ser atacadas y abatidas. Tomaron un aspecto nuevo, de un pintoresco medieval, coronados de torres, a veces reforzados unos con otros por medio de murallas y casa- matas con rejas y verja. Los antiguos arcos fueron orlados de almenas; los intercolumnios de los templos, cerrados con paredes. Tantas eran las torres en la Roma medieval, que la localidad junto al antiguo foro de Nerva fue denominada Campo Torrecchiano. El más complejo sistema de seme- jantes fortificaciones surgió en el centro monumental de Roma con el castillo de los Frangipanes, cuyo perímetro comprendía el Septizonium (fig. 114) sobre el Palatino, el Coliseo, el arco de Tito, el templo de Venus y Roma, el Circo Máximo, el arco de Constantino. El Coliseo constituía la formidable prolongación de la ciudadela; los arcos de Tito y de Constantino fueron reducidos a puertas. Igualmente los Orsini convirtieron en fortaleza el mau- soleo de Adriano y el teatro de Pompeyo; los Colonna, el mausoleo de Augusto (fig. 115) y las termas de Constantino; los Sevelli, el teatro de Marcelo. La guerrilla civil que du- rante siglos encrudeció a Roma se encarnizó contra aquellas fortalezas; los nobles no podían ser vencidos si no se des- mantelaban los baluartes de que se ceñía su poder privado. Varias veces los monumentos romanos reducidos a fortaleza fueron la puesta en el juego, y de la lucha entre los hombres salían malterechos. y Los edificios menores, en su mayor parte desaparecieron, los sagrados no menos que los profanos, víctimas de aquel hambre voraz de piedra que Roma despertaba y saciaba. De cuando en cuando la obra hostil de un enemigo exterior, y, con particular violencia, la conquista de Roma por obra 386 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA de Enrique IV (1084) y al mismo tiempo de Rohert el Guiscardo, que echó de alli a las milicias imperiales, sem- brando la ciudad de hundimientos y ruinas, facilitaba la Se = : Š Ca | rn eins ~~ ee rr BESEDE p rl 27 a0 an e a ky See aportas idos aj? ae tote + pepe te ont be ; rs h y t ys it nn igh pr A we eon ry tn te. mi: + see reo, y ps na mba cado nat Fig. 114. — El Srptizonium, en el siglo xiv. (Grabado de Esteban du Pérac.) recogida de material; y a la obra de destrucción contribuían los incendios y, frecuentes en la época intermedia, los terre- motos (terrible fue el del 1349). Roma llevaba la señal de sus desventuras en grandes cúmulos de piedras, sobre las cuales comenzaba a ejercerse la industria de los hombres, pacientes y tenaces como hormigas al asalto de un gran montón de trigo. Surgían los palacios de la nueva Roma con las tintas oscuras de las piedras antiguas; crecían aquí y allá casas pequeñas, apoyándose en las viejas ruinas, cerrando en sus paredes fragmentos de edificios gloriosos y vetustos; el cam- pesino llegaba a Roma con su pesado carro a tomar piedras para sus casuchas o para las cercas de las lindes; muchos venían de lejos para escarbar en las vísceras de la inagotable ruina. DECADENCIA EDILICIA EN ROMA 387 VI De los mármoles, en gran parte, se hacía cal: hornos de cal se construían en Roma por todas partes. Casi todas las estatuas que sobrevivieron a los saqueos fueron a acabar en aquellos hornos; eran precipitados al fuego cabezas de emperadores, trozos de columnas, frisos, capiteles, montantes, pedestales y los impecables miembros de hermosísimas diosas. Iconoclastas sin odio, aquellos mediocres destructores, en el destrozo que hacían de piedras y de mármoles ponían un tranquilo espíritu burgués, amante de comodidad y siem- pre dispuesto a condescender con su propia pereza, aprove- chándose de las buenas ocasiones. Los venerandos restos no infundian ningún respeto; porque parecian inútiles, no se reconocia va el derecho de permanecer en pie a las termas en que habia cesado la vida, a los templos privados de cul- to, a los altares sobre los cuales crecia la hierba y a todas aquellas antiguas construcciones privadas, suntuosas y vacias, en los abandonados barrios situados en las colinas: 2 Pe jean „oon À sony E A qu Me ni a ra po o oe Sem? Ed hes. a oa wae Ye Fig. 115. — El mausoleo de Augusto, convertido en fortaleza. casas sin hombres, estancias sin voces. Los primeros saqueos justificaban los posteriores: del pedestal había desaparecido la estatua; de la columna, el capitel; de las paredes, los 388 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA revestimientos; del santuario, el techo, los ídolos y las ofren- das votivas. Cada generación continuaba la obra de la prece- dente. Como en las algaradas de la gente baja, se tiraba a acabar de una vez, y si no se acabó todo no fue obra de los hom- bres, sino de las cosas, más grandes que los hombres. VII No menos contri- buyó a la obra demole- dora quien en compi- lar la antigua Roma ponia un sentido de arte. Este modo, mas aristocratico, de sacar utilidad del destrozo de los monumentos an- Fig. 116. — El arco de Tito, convertido tiguos dio origen en la en puerta. Edad Media a un lu- crativo comercio de fragmentos arquitec- tónicos que la nobleza, con la fuerza de un derecho de propiedad privada, y con el formal pero generoso consentimiento del Senado, vendía a los marmolistas, ios cuales se servían de ellos para su oficio o a los señores de otras ciudades deseosos de adornar sus palacios. Mármoles procedentes de Roma se en- cuentran en el baptisterio de Florencia, en las catedrales de Pisa, de Luca, de Montecasino, de Orvieto y hasta fuera de Italia. Romanos son los mármoles que en la abadía de Wést- minster cierran en los sepulcros a los reyes de Inglaterra. Aquel comercio le parecía impío al Petrarca, porque Roma es de todos y sus monumentos no son venales. Vender el patrimonio común es un robo; y enojado, el poeta decía palabras encendidas: «Contra los ladronzuelos que hacían botín como en una ciudad tomada» (latrunculi non aliter quam in capta urbe grassantes). A los romanos de Cola di (Grabado de Esteban du Pérac.) DECADENCIA EDILICIA EN ROMA 389 Rienzo escribía: * «Desde que los palacios se hundieron por vetustez, desde que los arcos fueron hechos pedazos..., no sintieron la vergüenza de buscar una innoble ganancia, con- virtiendo en torpe mercadeo lo que era resto sobreviviente de la antigua Roma y de la impiedad de ellos. Y ahora, ¡Oh dolor!, ¡oh indigna fechoría!, es la ociosa Nápoles la que se adorna con vuestras columnas marmóreas, con los umbrales de los templos, a los cuales antes acudían los pue- blos de todas las partes del mundo, con las imágenes escul- pidas en los sepulcros dentro de los cuales estaban las vene- rables cenizas de vuestros abuelos. Y así, poco a poco, van disminuyendo también las ruinas que son el gran testimonio de la grandeza antigua.» Pero si todo iba a acabar en el horno de cal, ¿no era peor? El hurto sustraía aquellos mármoles al fuego de los hornos, y ante el peligro de la destrucción total hasta el que roba hace obra digna. VIII En la época del Renacimiento, el sistema de servirse de los monumentos de la Roma antigua para la ornamentación de construcciones nuevas se aplicó en grande. No se limi- taron ya a transportar este sarcófago, aquel capitel o cual- qiuer fragmento, sino que se derribaron los antiguos edi- ficios para crear los nuevos. Entre la segunda mitad del 400 y el fin del 500 más acá, muchos de los monumentos antiguos que todavía quedaban en pie, o fueron totalmente destruidos, o parcialmente demolidos (quod non fecerunt barbari fecerunt Barberini); templos como el de Júpiter Capitolino, de la Concordia, de Isis y Serapis, de Jano, de Hércules invictus, o arcos como el de Graciano, Valentiniano y Teodosio, los Saepta Iulia desaparecieron; otros edificios fueron muti- lados, como el Coliseo, las termas de Caracalla, el Circo Máximo. La última columna que quedaba de la basílica de Constantino (fig. 117) fue transportada a la plaza de Santa María la Mayor por Pablo VI (1613), expuesta frente a la entrada de la basílica, donde hoy se halla todavía. La cúspide está coronada por una estatua de bronce de la Virgen con el Niño. 390 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA IX A esto, pues, se habia reducido el destino de la Roma antigua; los romanos degenerados la roian, la picoteaban, Fig. 117. — Basilica de Constantino en 1613. (Grabado de Gerolamo Cork.) la demolían; en la obstinación de su inconsciente impiedad no sentían escrúpulo de destrozarla, de cocerla en los hornos, de venderla a pedazos. Y, desde tiempo inmemorial, en los barrios abandonados, los más nobles, nadie la barría siquiera. Así como suena: las calles de la Roma antigua habían olvi- dado las ásperas caricias de la escoba. Y los efectos fueron considerables. ¿Ha pensado alguna vez el lector a qué se reduciría una de nuestras ciudades, Milán, por ejemplo, si, disminuida en mucho la población y reducido el tránsito casi a nada, se de- jase de hacer cada día la toilette matutina por la cual la ciudad lombarda, como sus hermanas todas, cuando se abren las tiendas ofrece a los zapatos de los transeúntes o a las ruedas de los vehículos tantas aceras hermosas y pulcras, tantas calles bonitas y limpias, y a los ojos del transeúnte DECADENCIA EDILICIA EN ROMA 391 casas con los umbrales resplandecientes, establecimientos con los cristales bien lavados, ventanas deslumbradoras, que no parece sino que esta uno en un salón al aire libre? ¿Si el trabajo asiduo de la limpieza pública y privada no recomen- zase cada día a limpiar, con una diligencia que en el fondo es amor, el grande y querido rostro de la ciudad? No se nece- sita esfuerzo de fantasía para imaginar lo que sucedería entonces. Y esto es precisamente lo que ocurrió en Roma, espe- cialmente en aquellas partes suyas que, intensamente fre- cuentadas en la Antigúedad, fueron las primeras en ser abandonadas, sobre todo, en primer lugar, el Foro romano, asi como los Foros imperiales. En las calles descuidadas comenzó a espesarse el polvo; al principio un velo; pero Fig. 118. — Arco de Septimio Severo en el siglo xvi. (Grabado de Giovanni Antonio Dosio.) el polvo de hoy, sumándose al de mañana y de los días suce- sivos, crece continuamente, y la lluvia lo transforma en barro. Con el tiempo, el barro obstruyó las cloacas, las cuales, 392 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA hallando obstáculos en los caminos subterráneos de su desa- . gúe, comenzaron a regurgitar a la superficie aguas pútridas, densas, de una densidad viscosa, y añadió cieno al cieno, su- ciedad a la suciedad. Así se fue formando una capa blandu- cha, la cual, evaporada la humedad, dejaba una costra dura y resquebrajada. Copetes de hierba nacidos del fango daban con sus raíces alguna estabilidad a aquella capa que se había pegado a los empedrados ciudadanos, impidiendo a la lluvia que se la llevase y al viento que la esparciese. Cuando, con los calores, el fango se había vuelto polvo, los lugares más bajos donde faltaba toda posibilidad de desagúe se tornaban impracti- cables pantanos. La capa crecía; el hombre, que ya no barría las calles, continuaba barriendo sus casas y llevaba las ba- suras a aquellas tierras abandonadas. Las cloacas alimen- taban el fango por debajo; los hombres, por encima. Durante siglos y siglos, en aquel pantano, que cambiaba de aspecto con el cambiar de las estaciones, se acumulaban las inmundicias y los escombros; y todo, con el tiempo, iba a terminar en el légamo que se traga un poco de todo: los viejos andrajos, el ánfora rota, el cuerpo putrefacto del gato muerto, huesos, cortezas, tronchos, paja, peines des- dentados, monedas perdidas y tantas más cosas menudas que un día, cuando el fango devorador se yea obligado a resti- tuir lo que no haya destruido, el arqueólogo paciente extraerá, catalogará, describirá y hasta interrogará, con el alma con- movida, para pedir a aquellos restos los mil pequeños secretos de la vida antigua. Aquel fango absorbe y devora, descompone y asimila, continúa creciendo y subiendo. Sube la innoble costra, mien- tras la ciudad se va hundiendo, sumergida bajo la podre- dumbre invasora. La superficie de un tiempo desaparece de la vista; bajo la vieja Roma crece una nueva Roma: una miserable Roma de fango, que da un aspecto campestre has- ta los lugares donde en otro tiempo la vida fue tan in- tensa. Otro estrato de lodo consolidado esconde el Foro romano: debajo están el Argileto, la Via Sacra, los restos de la Basilica Iulia; hay encima un verde prado donde pacen búfalos y vacas guiadas por ociosos pastores. Vuelven los tiempos de Evandro, después de un paréntesis secular que cierra toda la gloria de Roma. El infinito flujo del tiempo enseña al mísero orgullo de los hombres que su DECADENCIA EDILICIA EN ROMA 393 historia no es más que una serie de paréntesis señalados en el perpetuo camino de la eternidad. Donde pacían los bueyes cuando Roma todavía no existía, han vuelto a pacer los bueyes ahora, cuando Roma ya no existe. Hierba pri- mero, hierba después: hierba y silencio pastoral. En el fango, que se ha tornado humus, ha pululado la fuerza viva de la naturaleza y, desaprisionándose con gozo, ha dado hierbas y flores. En primavera es todo un reír de marga- ritas; auténticas mariposas revolotean bajo el arco de Tito. El Foro se ha tornado el Campo Vaccino, y una larga carre- tera, formada por el pesante pisoteo de los rebaños, atraviesa a lo largo de aquel trecho herboso parecido a los campos de pasto de las regiones montañosas. Un renacido amor del decoro ciudadano transforma la larga carretera en una calle de árboles que va del arco de Septimio Severo al arco de Tito; es un atractivo para los ciudadanos que pasean por ella al aire libre; en las solemnidades religiosas desfilan por aquel lugar antiguo las procesiones. Las ruinas que todavía emergen entre aquella paz idílica se ponen a tono con el teocristiano aspecto del lugar, forman parte de la nueva poesía producto de nuevos tiempos. Los hermanos a cuya Or- den le ha sido asignado aquel terreno cultivan en él horta- lizas, entre setos y arbolillos, alternan el trabajo con la oración. El olor de la tierra removida y el verde de los campos alegra la paz del claustro, que se extiende sobre lo que resta del orgullo imperial de Roma. Profundamente sepultadas den- tro de la tierra benéfica se alargan las vías recorridas por los triunfos de los cónsules vencedores. Cuando comenzarán las excavaciones regulares, alguien gritará que aquello es un sacrilegio; preguntará si la ciencia tiene derecho a destruir la poesía, si las excavaciones en el Foro son tan grande cosa que permita sacrificar para siem- pre la romántica belleza del Campo Vaccino. x A principios del ochocientos comenzó la sistemática re- cuperación de la Roma antigua. En 1812 se iniciaron las exploraciones en el Foro romano y en el Foro Trajano. Los principales edificios fueron liberados de las construc- ciones que se adosaban a sus costados; reaparecieron las 394 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA partes inferiores hundidas poco hacia en el terreno; los mo- numentos recobraron su aspecto antiguo. Primero sobresalian en su mitad, como gigantes agachados, de la costra que los habia sumergido en parte, sin arrojo, sin dignidad casi. Los huecos de los antiguos arcos volvieron a tener su luz, las bévedas su altura, los templos y las termas la armonia de sus lineas. Salieron bases de columnas, capiteles caidos, columnas derribadas, vias empedradas. La vieja Roma volvia, pero muerta y esquelética, seca y venerable como las reli- quias de los santos, testimonio, con sus ásperas piedras, no menos de su antiguo poder que de las irrevocables series de siglos transcurridos; no era más que la sólida sombra del pasado, de un gran pasado desaparecido, lejano. El que en las luminosas puestas del sol estival, desde la terraza del Pincio, ve hoy a Roma que se abre y se da a la plena luz, asaeteada por reflejos y espejos, y la ve lla- mear toda como en un mágico incendio, como en una hoguera irreal que arde y no consume, busca en vano en aquella rutilante extensión las ruinas descarnadas y oscuras de la época romana. Solitaria entre un mar de techos, entre manzanas de casas, cúpulas y alfombras de verdura, emerge únicamente la mole negra del Coliseo, recortando en el cielo su admirable línea de factura. Pero a la vista asombrada del que mira, se ofrece una visión que aparta de él toda la- mentación y le impide toda nostalgia. Delante de nuestros ojos está el testimonio de una ciudad que no puede perecer. Bajo aquella luz y en aquella hora sentimos que Roma es eterna. XI La historia de la decadencia edilicia de Roma que hemos trazado rápidamente en estas páginas no es más que el pre- ámbulo de una historia muy diversa, tan gloriosa como triste es la primera. Para Roma no se había cerrado todavía el ciclo de su progresivo crecer en amplitud y en esplendor cuando ya las provincias sometidas se iluminaban de los pri- meros albores de ia romanidad. En el bárbaro Occidente y en el civilizadísimo Oriente surgía una era nueva. A los pueblos incultos Roma daba su lengua, su civilización, e inspiraba la fe en el orden y en la continuidad; en las tierras de lengua griega hacía penetrar el sólido espíritu práctico DECADENCIA EDILICIA EN ROMA 395 que supera las competencias locales, desdeña las disputas de las sutilezas teóricas y enseña los tenaces propósitos de donde salen las obras que duran siglos. Y por todas partes Roma construía carreteras, y puentes, y acueductos, y ciu- dades nuevas; fundaba instituciones benéficas y fomentaba la cultura; por todas partes llevaba la prudencia de su de- recho y la contribución de su inmensa fuerza asimiladora que tomaba y daba, y dirigía las fuerzas mejores de sus súb- ditos a crear una civilización más completa y más alta. Con sus comercios estimulaba la producción de las provin- cias, con sus naves aseguraba la paz en los mares, con sus legionarios hacía guardia en los confines y garantizaba a todos la seguridad del mañana. Leal, pero no inactiva, ad- miradora de las virtudes de los demás pueblos, absorbía de todos y difundía por doquier los elementos de una civili- zación varia y concorde, imprimiendo al cosmopolitismo del mundo que había llegado a ser suyo el sello del equilibrio espiritual, de la tolerancia y de la virtud romana, la cual, entre los fulgores de una potencia que no tenía precedente o recuerdo en la Historia, conservaba las sólidas cualidades campesinas del amor a la tierra, de la tenacidad y del buen sentido. Madre de sus provincias, Roma fue siempre un poco su hija; generosa donadora de civilización, acogió lo mejor de las civilizaciones provinciales; fue romana sin querer ser exclusivamente romana; fue universal, sin abdi- car su derecho de preeminencia ni el título de nobleza de su origen oscuro y fatal. Después, cuando llegó a la edad que Dios quería, Roma acogió la palabra de Cristo y la difundió por su mundo e introdujo a la Iglesia en su orden imperial. Y cuando, nueva Niobe, en la decadencia de su duradero poder, perdió una por una sus bellas provincias, hacía siglos que fermentaba en ellas la vida laboriosa que Roma había hecho surgir. Se quebrantaban sus mármoles, se despoblaban a su alrededor sus tierras; con sordos ecos, por las calles de sus pacíficos comercios resonaban los cascos de los caballos barbáricos, pero la civilización de Roma con- tinuaba floreciendo en nuevas formas en aquellas tierras perdidas, que habían recogido su herencia y perpetuaban su tradición, cuando ya el Imperio de Roma había caído, pero todavía era su nombre venerable y santo. 396 VIDA EN LA ROMA ANTIGUA Notas al capítulo XXVII 1. Véanse págs. 7 y siguientes. 2. Véase la nota 1 en la pág. 53. 3. La mayor parte de las obras de arte clásico que ornaban a Constan- tinopla fue destruida a continuación del asedio y ocupación de Constanti- nopla por los turcos. 4. En particular, Constantino II (337-340 de J.-C.) mandó arrancar hasta los rosetones de bronce del Panteón. En cambio, permanecieron en su sitio, durante mucho tiempo, los bronces del pórtico del Panteón, que fueron quitados bajo Urbano VIII, de donde el proverbio, vivo todavía en Italia: Quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini. Estilicón, el gran general de Honorio (395-423), quitó al Capitolio sus espléndidas puertas de bronce; Constancio IJ (641-665) trasladó el caballo dorado que ornaba el arco triunfal del Circo Máximo. 5. Mon. Aney, $ 19. Porticum ad Circum Flaminium, quam sum apellari passus, ex nomis eius qui priorem eodem in solo fecerat Octavium.. ... feci. El pórtico había sido edificado por Eneo Octavio en 168 de J.-C., en memo- ria de la victoria obtenida en la batalla naval sobre la flota de Perseo, rey de Macedonia; fue destruido luego por un incendio, y reconstruido por Augusto en 33 a. de J.C. 6. La mayor parte de estos hornos se hallaba entre ei Circo Flaminio y las termas de Agripa, localidad que fue por esto denominada el «calcario». 7. Véase nota 5 de esta misma página. £. Variarium, 48. INDICE ALFABETICO LOS NUMEROS EN CURSIVA CORRESPONDEN A NOMBRES QUE SE HALLAN AL PIE Abaci, 106. abacus, 313. abanico, 149. abogados, 257 y sig. abolla, 139, 145. Accio, batalla de, 25. accubitum, 127. acero, 211, Aceste, 229. acetabulum, 127. acróbatas, 136. acta diurna, 248. acta diurna populi, 248. actio prior in Verrem, 268. actor, 168, 344. acu pingere, 158, acueductos romanos, 222. acus, 155. ad bestias, 336. ad tonsores, 44. Adriano, 18, 34, 41, 153, 172, 200, 297, 359. Adriano, mausoleo, 385. advocati, 263, 268. Aedes Telluris, 195. Aerarium, 28, afeitado, 151 y sig. afeitar, navaja de, 151, affectio maritalis, 159. Africa, 94, 371. Agger, 37. agricultura, 206, 212, 218. Agripa, 25, 34. agua, conducción a las casas, 31. ajedrez, 313. Alabanda, 14. 27 DE LAS FIGURAS DEL TEXTO alabarderos, 334. alae, 75, 108. Alarico, 378, 379. albañal, 81. albata, 334. alcobas, 77. Alcón, 285. alea, 311. Alejandría, 190, 238. Alejandro, 88, 152, 251. Alejandro Severo, 286. Alemania, 94, 371. alfareros, 218. alfabeto, invención del, 235. aliculae, 323. alipilus, 290. aliptes, 299. almuerzo, 125. Alpes, 232. Alta Semita, 30, 194. Altilia, 117. Altino, 207. alumbrado público, 52. alveus, 311. allec, 123. amanuenses, 169, 249. ámbar, 207, 208. ambulationes, 95. amenta, 147. amolador, 211, 212. Amphitheatrum Flavium, 27. amphitheatrica, 238. Amsterdam, 30. Anaglypha Traiani, 10. anagnostes, 136. analectae, 132. Ancona, 221. andron, 75. 398 INDICE ALFABETICO Andrónico, 230. Andros, 14. anfiteatro, espectáculos del, 341. Anfiteatro Flavio, 18, 200, 331, 336. ánforas, 207. angusticlavium, 221. Aníbal, 183, 232. anillo, 149, Anneo Cornuto, 250. Anquémoaio, 229. anteojos, 289. antepagmenta, 72. Antonino. 10. Antonino Pio, 18, 34. Antonino, M., 25, 264, 267-269. antorchas, 109. anuli, 155. aphonitrum, 298. Apio Claudio, 316. apodyterium, 95, 295, 296. Apolodoro, arquitecto, 18. Apollo sandaliarius, 197. apophoreta, 136. appuritores, 202, 203. apricatio, 298, apud iudicem, 263. Apulia, 207. Aquilea, 207. Aquiles, 151. Aquilio, Cayo, 31. Aquino, 221. Ara Marima de Hércules, 23. Ara Pacis, 34, 35, 227. Arabia, 209. arare, 247. arbiter bibendi, 133. arca, 74, 109. arca de caudales, 75. arcarius, 168. arcera, 305. arcilla, 218. arcilla. vasos de, 211. Arco de Constantino, 18, 385. Arco de Graciano, 389, Arco de Jano, 21. Arco de Septimio Severo, 391, 393. Arco de Teodosio, 389. Arco de Tito, 10, 18, 385, 388, 393. Arco de Valentiniano, 389. Archagatus, 285. archiatra, 277. archimagirus, 79, 169. archimimus, 177. Ardea, 151. Areae, 4, 28, 327. argentum escarium, 106, 129. Argileto, 7, 20, 44, 392. Argiletum, 16, 44, 249. Aristófanes, 158, 351. Armaria, 101. armarios, 108, armas, 211, Armenia, 122. armillae, 149. aromatarii, 276. Arquías, 219. arquiatras, 277. arquitrabe, 72. arrendatario, 168. Arrunzio Stella. L., 17. artesanado, 213, 216, 221. artesanado hereditario, 217, artesanado libre, 216. Arz, 27. asientos, 106. Asinio Polión, 232, 250. asno salvaje, 122. assa sudatio, 296. assertor in libertatem, 173. Atenas, 190, 214, 276, 341, 342, 344, 351, Ateneo, 167. Atenodoro, 364, 365. Atico, 70, 350. Atlante, 108. atramentarium, 242. atramentum, 242. Atrectus, 195, 250. atria, 178. atriensis, 168. atrio. véase atrium. atrium, 65, 73, 74, 75, 81, 101, 125. Atrium Libertatis, 250. atrium tuscanicum, 74. Atto Navio, 151. auceps, 327. aucupium, 321, 322, 326, 327. auditoria, 280. Augusto, 3, 7, 10, 11, 25-27, 36, 41, 134, 141, 188, 193, 196, 232, 243, 249-251, 260, 277, 311, 316, 344, 356, 358, 384. Augusto mausoleo, 34, 35, 385, 387. augustus clavus, 141. INDICE ALFABETICO 399 Aurea Carruces, 38. Aurelio, 5. Aurelio Antonino, Marco, 145. aurifices, 218. avaricia, 356. Aventino, 7, 13, 16, 19-21, 192, 195, 379. aversa charta, 238. aves de corral, 117. aves rapaces, captura de las, 327. Aviaria, 117. Ayax, 243. B bailes, 316 y Sig. bailes, escuelas de, 317. bailes griegos, 316. balanzas romanas, 102, 105. balnea, 293, 294. balnea meritoria, 295. balnearios, 295. baineaticum, 295. balneator, 299. Baltico, 207. banca, especulaciones de, 213. banquete, asistencia de las muje- res, 157. banquete nupcial, 162. banquetes, 125 y sig. baños, 4, 95, 293 y sig. baños calientes, 293, 294, 296, 298, 301. baños fríos, 295, 298. baños gratuitos, 295. baños con medicinas y perfumes, 297. baños privados, 295. baños de sudor, 296. baño de la villa de Diomedes, 95. barba, 151, y sig. barbam demittere, 153. barberos, 222. barbula, 153. bardocucullus, 145. bares, 120, 183. barro cocido, vasos de, 207. barro cocido, estatuas de, 218. Basilica, 8, 11. Basilica Aemilia, 10. Basilica Iulia, 8, 11, 392. Basílica de Marciana y Matidia, 34 Basilica Porcia, 8. Basílica de San Pablo, 380. Basílica de San Pedro, 380. Basilica Ulpia, 11. batán, 219. batanero, 208. Batavia, 211. batidor de oro, 218. baya, 315. bebidas, 121. Bélgica, 21. bellaria, 345. Bérgamo, 207. bibliopola, 249. bibiiotecas, 250. Biblioteca de Asinio Polión, 250. bibliotecas privadas, 246. bibliotecas públicas, 246. bibliotheca, 95. bibliotheca Ulpia, 250. bigotes, 151. bipes, 107. birrus, 145. Bizancio, 3, 378. bodas (véase en matrimonio). boleti, 122. Boscoreale, 93, 108, 301. Boscoreale, copas de plata, 128. Boscoreale, espejo de plata, 113. Boscoreale, plato de plata, 129. Boscoreale, salero de plata, 126. Boscoreale, vajilla de plata, 127. Boscoreale, vaso y jarro de plata, 119, Boscoreale, villa rústica, 92. Bósforo, 378. botella, 120. botoneros, 44. brasero, Pompeya, 104. braseros, 100. Brattiarius, 218. brazaletes, 149. Britania, 288. bronce artístico, Pompeya. 120. bronces, 207, 211, 218. broncistas, 218. Bublia, 93. Buffon, 247. bufones, 136. bulla, 318. burlas, 349 y sig. bustum, 179. 400 ÍNDICE ALFABÉTICO C cabellos, 151 y sig. cabellos, tinturas para los, 155, 211, 299. cabellos, ungüentos para los, 155. cadáver, exposición del, 176. cadáver, incineración del, 176. cadáver, inhumación del, 176. Cádiz, 136. cajas de caudales, 108, 109. calami, 244. calami aucupatorii, 327. calamistrum, 154. calamus, 244. calcei, 147, 148. calceus patricius, 147. calceus senatorius, 147. calculator, 228. calculi, 313. calculi ordinarii, 313. calculi vagi, 313. caldarium, 95, 130, 296, 298, 299, 301, 302. caldarium, praefurnium del, 300. calderero, 217. . calderos, Pompeya, 131. calefacción del agua y de las ter- mas, 301. calices, 130. caliga, 148. Caligula, 26, 49, 52, 150, 243, 276, 284, 315, 319, 334, 345. Calvo, 269. calzados, 139 y sig., 211. calles, 190 y sig. camas, 105. camilius, 162. Campania, 38, 182, 183, 205, 206. campestre, 139. Campo de Marte (véase Campus Martius). Campo Torrecchiano, 385. Campo Vaccino, 393. Campus Martius, 13, 17, 19, 34-36, 39, 41, 139, 315, 344, 380, 381. candelabro para lámparas, Pom- peya, 103. candelabro para velas, 102. candelabros, 105. candelae, 109. candelas, 109. Canidia, 373. canis, 312. Cannas, 150. Canosa, 207. cantores, 136. capita a navia, 307. Capitolino, 350. Capitolio, 5, 7, 10, 11, 19, 21, 27. 28, 34, 39, 250, 377, 379, 381. Capitolium, 27. Capsae, 101. capsarius, 299, Capua, 207. Caracalla (véase en Termas de). caracalla, 145. caracalla Antoniana, 146. caraclla talaris, 145. Carlos III de Nápoles, 185. carne de caballo y de perro, 117. carnes, 122. carnicero, muestra de un, 47. carpentarit, 252. carpentum, 306. carpintero, 214. carpinteros, 218. carptor, 129. Carrera de Humberto, 34. Carrera de Víctor Manuel, 34. carrocería, 211. carruca, 306. carrus, 305. cartas, 253. cartas, papel de, 239, 240. cartibulum, 74. Casa de Augusto, 30. casas de alquiler, 66. casa de campo romana, 91 y sig. Casa de la Moneda, 28. casa pompeyana con balcón, 83. Casa del Poeta trágico en Pompe- ya 78. Casa de Publio C. Togete en Pom- peya. Fresco floral sobre pared, 86. casa romana, 63 y 66. casa romana típica, 66. casa Romuli, 23. Casa de los Vettii. Cocina. Pom- peya, 50. casses, 326. Cassio y Lamia, jardines de, 195. castañuelas, tocadoras de, 136. {NDICE ALFABETICO Castello, 41. Castillo de Sant’Angelo, 41. Castra Praetoria, 38. Catania, 114. catasta, 166. cathedra, 106, 229. cathedra femenil o supina, 106. cathedra magistral, 106. cathedralicii, 106. catinus, 129. Catón el Censor, 44, 227, 258, 263, 280, 285, 356, 360. Catón de Utica, 50. Catulo, 24, 31, 241, 356. caudez, 246. cauponae, 303. causia, 148. causidici, 270. cavea, 346. Cayo Sergio Orate, 302. caza, 321 y sig. caza de aves rapaces, 327. caza, batida de, 323. caza contra los ciervos, 326. caza de cuadrúpedos, 322. caza, escenas de, 325. caza, instrumentos de, 323. caza del jabalí, 323. caza de la liebre, 326, caza del oso,, 324. caza de los pájaros, 322, 326. caza, perros amaestrados para la, 324. caza, redes para la, 326. caza de la salvajina, 324. Celio, 17, 26, 30, 50, 195, 197. cella frigidaria, 295. cellae, 101. cellae familiares, 82, 93. cellae servorum, 82. cena, 125, 132, 133. cena nuptialis, 162. cenaculum, 78, 125. cenationes, 94. cenatorium, 146. cerae, 244. cerámica, 205. cerdo, 122. cereali, 332, 334. Cerei, 110. Cermalus, 23. Cervicalia, 106. 401 César, 11, 17, 30, 41, 239, 249, 281, 284, 315, 352. César, jardines de, 196. Cesonia, 276. Cicerón, 24, 25, 28, 31, 44, 70, 91, 126, 133, 147, 151, 153, 169, 170, 195, 200, 207, 215, 248, 250, 259, 261 y sig., 313, 315, 321, 345, 350, 353, 357, 359, 360. ciervos, caza contra los, 326. cigiiena, 122, cinaedi, 136. cinaedus, 316. Cincinato, 39, 275. cinctus, 139. cinctus Gabinus, 144. cintuti Cethegi, 139. cingulum, 161. circenses, 336, 338. circo, 19, 331 y Sig. circo, caza de las fieras, 334. circo, guiar los coches, 334. circo, lucha con las fieras, 335. Circo Flaminio, 331, 332. Circo Maximo, 7, 19-21, 28, 331, 385, 389. cirugia estética, 289. cisarii, 305. cisium, 305. Cistae, 101. cisterna, 73. Citrus, 108. civis, 223. classes, 213. Claudio, 20, 260, 311, 333. Claudio Marcelo, 152. clavis, 307 clavus, 141, 221. clepsydra 115. clinici, 287. Clivus Publicius, 20. Cloaca Mazima, 8. Clodio, 24, 25. Cnido, 244, cobre, 218. cobro de los impuestos, 212. cocina, 79, 80, 92 (véase también en culina). cocineros, 79, 93, 117. coclear, 129. coches, carreras de, 333, codez, 246. 402 Coder Gregorianus, 246, Codex Hermogenianus, 246. Codex Iustinianus, 246. Codex Theodosianus, 246. códice de pergamino, 247. códices, 241, 246. codices membranei, 240. codicili, 246, coemptio, 159. cognomina, 357. Coliseo, 27, 48, 222, 385, 389, 394. colobium, 140, 147. Colonia Veneria Cornelia Pom- peianorum, 183, Colonna, 385. Colossus, 17, 18, 200. colum, 130. columna Antoniana, 384. columna Trajana, 384. collares, 149. collegia, 213, 261. collegia funeraticia, 176. collis hortorum, 31, comidas, 121, 125, y sig. comissatio, 132, 133, 157. comitium, 8. Como, 206. Cómodo, 200. comoedus, 136. compluvium, 73, 74, 88. conclamatio, 175. conclavia, 94. condimentos, 123. conductor, 295. confarreatio, 159, 162. conferencias, 232. confluvium, 81. connubium, 160. Constantino, 3, 10, 21, 30, 153, 172, 251, 252, 337, 378. Constantino, basilica de, 389, 390. Constantinopla, 377, 381. construcciones, 215. controversiae, 231. contubernium, 171. copas, 129. copas de plata, de Boscoreale, 128. corarii, 221, Corbulón, 358. corinthium, 73. Cornelio, 263. cornua, 127, 271. ÍNDICE ALFABÉTICO corpara advocatorum, 261. corporaciones obreras, 218, correos, servicio regular de, 251. corrigiae, 148. cortes, 91. cortina, 107. cosméticos, 283, costumbres, refinamiento de las, 355. Craso, 24, 25, 31, 268. crátera, 130. cráteras, Herculano, 131. creencias, 363 y sig. crepides, 323. creterra, 130. criados, habitaciones de los, 93. crisis industrial, 223. cristal, 113, 207, 222. cristal, láminas de, 210. cristalerías, 209. cristianos, persecución de los, 52, 331. crotalia, 150. crotalistriae, 136. cryptoporticuz, 94. Ctesibio de Alejandría, 115. Cuadrifonte, 21. cuarto de baño, 82. cuartos para los esclayos, 82. cubicula, 73, 95. cubicula diurna, 95. cubicularius, 78. cubiculum, 67, 77, 95, 101. cucullus, 145, 148. cuchara, 129, 135. cuero, elaboración del, 209. culcita, 106. Culina, 92. culter venatorius, 323. Cumas, 207. cumerum, 162. curatores ludorum, 332. curia, 10. Curia Iulia, 384. Curia de los Salios, 23. Curio Dentato, 275. currus, 305. cursores, 252. cursus, 251. cursus hanorum, 354. curtidor, utensilios del, 215. curtidores, 218, INDICE ALFABETICO curtido de las pieles, 221. cyathi de plata, 127. cymbium, 130. Ch Championet, 185. chanzas, 349 y sig. charta, 235, 238. charta dentada, 239. charta emporeutica, 238. charta epistolaris, 239. Chattica, 155. China, 209. chistes, 349 y sig. choraules, 136. D dactyli, 122. dactyliotheca, 149. danzas (véase en bailes), Darío, 88, Darío de Istaspe, 251. dátiles, 122. decadencia edilicia, 377 y sig. Decriano, arquitecto, 18. decuride, 213, Dédalo, 336. deductio, 162. defixión, 371. defiziones, 370. deiectum, 52. Delfos, 107. deimatica, 140, 147. Delphica, 107. Demeéa, 193. Demóstenes, 367. dentadura sana, cuidados para mantener la, 281. depiladores, 299. depositio barbae, 152. derisores, 136. desarrollo ciudadano, 39. destrictorium, 296. Deucalión, 243, 244. dezxtrerum iniunctio, 162. diaetae, 94. dibapha, 221. Digesto, 66. 403 digites micare, 307. Diocleciano, 31, 217. Dión Casio, 18. Dionisio el Tirano, 236. diptycha, 245. diptychon, 246. discentes, 217, discincti, 140. dispensator, 168. dispiuviatum, 73. dissignatores, 177. diversiones, 135 y sig., 307 y sig. Domicia, 356. Domiciano, 10, 11, 27, 30, 41, 52, 98. 352. dominus, 172. dominus gregis, 344. Domus Augustana, 25, 27. Domus Aurea, 17, 18, 26, 27, 36, 200, 354. Domus Flaviana, 27, 98. Domus Gaiana, 26. Domus Liviae, 25, 80. Domus Severiana, 27. Domus Tiberiana, 26. 250. Domus Transitoria, 26. Druso, jardines de, 195. duendes, 363. duodecim scripta, 313. duovir, 181. duplez, 145. Durazzo, 352. E eculeus, 172. Edad Media, 314. edificación, industria de la, 222. editio actionis, 262. editores, 250. educación femenina, 158. effusum, 52. Egipto, 209, 223, 239, 244, 342. Egregiae Lateranorum aedes, 30. ejercicios deportivos, 34, Elba, 206. elenchi, 150. elephantus herbariuis, 197. Emporium 21, 39. empresa, especulaciones de, 213. endromis, 146. 404 Eneas, 229, 378. Eneida, 23, 332. Enio, 123, 192, 230. Enrique IV, 386. entremeses, 132. Epaminondas, 316. Equilia, 93. equitación, 98. Equus Constantini, 10. Erenio, M., 281. ergastulum, 172. Erucio, 268. Escévola Mucio, 39, 336. Escipión el Africano, 152. Escipión Emiliano, 318. Escitia, 209, esclavitud, la, 165, y sip. esclavos, 130, 213, esclavos, castigos a los, 172. esclavos, condición jurídica de los, 171. i esclavos, habitaciones para los, 93. esclavos, matrimonio de los, 171. esclavos, trato a los, 170. escritura, 235. escritura, instrumentos de, 237. escritura, material para la, 248. escritura, piel de animales, ma- teria para la, 239. escuelas, 227 y sig. escuelas de baile, 317. escuelas de los histriones, 318. escuelas, objetos para escribir, 228. escuela del rhetor, 228. escuelas, institución de las, 227. Esculapio, 285. escultor, 213. esmeraldas, 209. España, 221. espejos, 112. espejo de plata, de Boscoreale, 113. espectáculos públicos, 331 y sig. Espurio Carvilio, 227. Esquilino, 7, 8, 14, 17, 26, 28, 34. 36, 193, 196, 373. essedarius, 305. essedum, 305. Estabia, 182, 184. establos, 93. Estacio, 10. estadio, 34. estancia con fuente y pila, 77. ÍNDICE ALFABÉTICO estatuas, 191. estatua de Clelia, 194. estatua de Marsias, 195. estucos, 83 y sig. estucos de las paredes, 222. estudio, aposentos de, 95. Etruria, 205. Eumenes de Pérgamo, 239. Eutrapelo, 126. Evandro, 23, 392. ezaclinon, 127. exarare, 247. Excubitorium, 5. exedra, 76, 88, 101, 194. F fabri argentarii, 218. fabri ferrarii, 218. fabri tignarii, 219. fabri aurarii, 218. fabulae, 248. faces, 109. faciale, 299. factiones, 334. Faetón, 244. Fagutal, 192. familia funesta, 179. familia rustica, 91, 168, 169, 172. 218. familia urbana, 168, 169, familiarecae, 82. Fanio, 238. Fanniana, 238. fantasmas, 364. farcimina, 120. farmacéuticos, 276. farmacias, 277, 283. fasces calamorum, 244. fascia pectoralis, 146. fasciae crurales, 323. fauces, 72. Faustina, 10. fautores, 345. Favor, 353. Fedro, 279. Fenicia, 220. fenicóptero, 122. ferculum, 132, fernet, 281. Festo, 177. {NDICE ALFABETICO 405 fibulae, 149, Fidenas, 41. Fido Cornelio, 358. Fiésole. La suspensión del Calde- rarium, 299. figuli, 218. filtros, 276. finanzas, 213. Fiorelli, 185. fistula, 327. flabelium, 149. flammeum, 161, 354. flautistas, 218. Flavios, los, 27, 31, 155. Floralia, 332, Florencia, 39, 189, 192, 196, Florencia, baptisterio, 388. Foca, emperador, 10. Fontana, arquitecto, 185. fores, 72. formidines, 326. formula, 263. Foro, 4, 7-11, 12, 13, y sig. 46, 195. 258, 259, 267, 377, 384, 391, 393. Foro de Augusto, 8, 11. Foro Boario, 7. Foro Campo Vacciano, 377. Foro de César, 8, 11. Foro de Nerva, 385, Foro de Trajano, 194, 393. fortificaciones, 37. Forum Augusti, 11. Forum Boarium, 21. Forum Cuppedinis, 21. Forum Holitorium, 21. Forum fulium, 11, 198. Forum Nervae, 11. Forum piscarium, 8. Forum Traiani, 11. Forum Transitorium, 11. Forum Vespasiani, 11. foveae, 326. Francia, 94. Frangipanes, castillo de los, 385. frescos murales, 83 y sig. Frigidarium, 95, 295, 296, 301. fritillus phimus, 311. frontes, 241. frutas, 122, Fulcrum, 105. Fulvio Flaco, 24. fullonica, 182. funales cerei, 110. funalia, 110. funalis, 334. funda, 323. funera indictiva, 177. funerales, loz, 175 y sig. funus, 176, funus acerbum, 176. funus plebeium, o tacitum, 176. funus privatum, 176. funus publicum, 176. fusorium, 81. G gaditanae, 136, Gaeta, 353. Galba, Servio Sulpicio, 267-269. 397. Galba, jardines de, 195. Galeno, 170, 286. galerus, 323. Galia, 210, 211, 221, 288, Gallicae, 211. gallineros, 93. garum, 123, 124, 182, 183. garum. industrias del, 124. Génova, 35, 189, 192, 196, 206. Genserico, 378. geometría, 236. Germania, 288. gerres, 122. gestationés, 95, 98. Geta, jardines de, 195. gimnasia, 95, 296, 298. gladiadores, 52, 136, 332, 337. gliraria, 122. glutinator, 239. Goethe, 346. grabatus, 105. Graco, Cayo, 232, 259, 268. Gracos, los, 20, 24. graeculi, 166. grammaticus, 169, 229, 230, 231. gronaria, 93. graneros, 93, graphium, 247. Grecia, 152, 220, 277, 293, 342, 345, 370, 371. Grecia, Magna, 230. greges, 344. grulla, 122. 406 Guerra Púnica, Primera, 114. Guerra Púnica, Segunda, 152, 153. 183. Guicciardini, 316. gustatio, 132, 133. gustus, 132. gymnasium sphaeristerium, 95. gypsati, 166. habenae, 147. habitaciones, 75. habitaciones de los criados, 193. hamus, 328. hasta caelibaris, 161. hebillas, 149. Héctor, 378. hechiceria femenil, 372. Heliogábalo, 24. heptaclinon, 127. Herculano, 182, 229, 242 H Herculano, crátera, 131. Herculano, trípode de bronce, 108. Hercules olivarius, 197. Herondas, 229. herrero, taller de un, 210. Hespérides, 41. hieratica, 238. hierbas laxantes, 121. hierro, 218, hierro, industria del, 206. hipódromo, 98, hippocomi, 252. hippodromus, 27, 98. histrio, 343. Homero, 175, 188, 230. Horacio, 13, 15, 18, 21, 36, 42, 46, 81, 83, 107, 139, 142, 147, 187, 168, 188, 219, 229, 230, 244, 262, 266, 293, 304, 307, 316, 319, 321, 323, 332, 349, 350, 364, 373, Horae, 113. horno, 183. horno para el pan, 79. horquillas, 149. horrea, 21, 93. horrea chartaria, 238. hérreos, 93. hortalizas, 121. Hortensio, 24, 259, 268, 269. ÍNDICE ALFABÉTICO horti, 196. Horti Aboniani, 195. Horti Maecenatis, 36, 196. Horti Pompei superiores, 195, Horti Sallustiani, 31, 379. hortus rusticus, 98. l hospital de los esclavos, 286. hosteria, 51. huertos, 98. humeris vectare, 308. humus, 393. huesos, 207. Aypaethri, 105. hypocausis, 301, 302. iacula, 323. iaculum, 328. ianua, 72. iatralipta, 286. iatraliptes, 299. fcaro, 336. icneumones, 117. ientaculum, 125. iglesia de San Adriano, 384. iglesia de San Lorenzo de Miran- da, 384. iglesia de Santa Maria la Antigua, 384. iglesia de Santos Cosme y Da- midn, 384. iluminación, 109. imagines, 108. impluvium, 71, 73. imprenta, invención de la, 238. impuestos, cobro de los, 212, imus, 126. imus in medio, 126. in iure, 263. im ius vocare, 262. in Vatinium, 268. inaures, 149. indicere:funus, 177. industria, 205, y sig. industria agrícola, 212. industria de la cerámica, 205. industria de la púrpura, 221. industria, crisis de la, 223. industria doméstica, 223. industria de la edificación, 222. ÍNDICE ALFABÉTICO industria del hierro, 206. industrias, multiplicación de las, 208. industrias, organización de las, 214. industria de la púrpura, 221. industrias pequeñas, 213. industrias en Pompeya, 183. infectores, 220. Inglaterra, 94, 371, 388. instita, 146. instrumentos de caza, 323. instrumentos para escribir, 237. instrumentos quirúrgicos, 282, 283. instrumentum, 104. instrumentum domus, 103. instrumentum venatorium, 323. inter falcacios, 197. interula, 148. Iso, Batalla de, 85, 88. Isquia, 207. Istria, 207. Italum acetum, 349 y sig. Itinerarum Eniziedlense, 379. Iuppiter Uptimus Mazimus, 28. iuris consultus, 261, 263, 264. J jabalí, caza del, 323. Janículo, 39, 40, 41, 380. jardín con euripus. Pompeya, 76. Jove, 332. joyas, 206. joyas de oro, 205. juegos, 49. juegos de azar, 136, 311, 313, 314. juegos circenses, 331 y sig. juegos infantiles, 307, 308, 309, 310, juegos de los mayores, 311 y sig. juegos a los dados, 311-313. juegos gladiadores, 337. juegos de la palestra, 315. Julián, filósofo, 153. Junio Baso, 356. Juno, 332. Júpiter, 211. Juvenal, 14, 31, 52, 66, 70, 71, 158, 229, 230, 311, 349, 407 L lacerna, 139, 144. Lacio, 205. Laconia, 220. Laconicum, 296, 298. Lacunar, 84. lacus Curtius, 197. lacus pastorum, 191. ladus jatrunculorum, 313. Laeca, M., 197. ¿aena, 139, 145. lagoena, 127. Lamia, 363. láminas de cristal, 209. láminas de talco, 209, 222. lamminae, 172. lámpara. Pompeya, 104. lámparas, 109. lámparas de aceite, 109, lámparas dimyzos, 111. lámpara de tres picos, 110, lamparillas, 111. lanas, 207, 211. lanceae, 321, 323. lanterna, 112. lanterna cornea, 112. lanterna de vesica, 112. lapis specularis, 104, 209. laquei, 326. lararium, 74. Lareolus, 336. laserpicio, importación del, 280. laserpicium, 280. Laterani, casa, 195. Lateranorum aedes, 30. laticlave, 141. laticlavium, 141, 221. latra, 313. latus clavus, 141. laudatio funebris, 178 Laurento, 95. Laurento. Ville de Plinio en, 97. lavatrina, 294. lecti Archiaci, 219. ¿ectica, 304. lecticarii, 166. lector, 136. lecturas publicas, 232. lectus, 105, 179. lectus cubicularis, 105. lectus funebris, 175. 408 lectus genialis, 163. lectus lucubratorius, 105. lecho cubicular, 105. lecho ezaclinon, heptaclinon, oc- taclinon, 127. lecho focus, summus imus, 125, 126. lecho triclinar, 78, 105, 107, 129. leges imperfectae, 260. leges sumptuariae, 134. legumbres, 121. Lelio, 268. lemures, 364. Leneo, 195. Léntulo, 357. Leén IV, 380. Lépido, 352, 353. lepidus, 241. leporaria, 117. lex Cincia, 260. ler Oppia, 150. lex Othonis, 345. lex Roscia theatralis, 345. leyes imperfectas, 260. libaciones, 132. libelliones, 43. libertos, 171, 173. libitinarii, 176 librarit, 249 librarius, 228. libreros, 43, 221, 249 y sig. libros, 249. libros, papel para, 238. libros de papiros, 241. libros de pergamino, 240. libros usados, 43. Licinio Calvo, 24. liebre, caza de la, 326. ligula, 129, 148. limen, 72. limen inferum, 72. limen superum, 72. limina potentiorum, 30. linea, 328. linium, 247. lintea, 299. linternas, 710. liguamen, 123. liguare, 130. lira, tocadores de, 136. lirén, cría del, 122. litera, 304. medios, ÍNDICE ALFABÉTICO litterator, 228. Livia, 25. Livio Andrónico, 343. loco filiae, 159. locus consularis, 126. locus imus, 126. locus medius, 126. locus summus, 126. locus summus in imo, 126. Lollia Paulina (mujer de Caligu- la), 150. longa, 146. Louvre, Museo del, 93. Luca, catedral, 388. Lucernae, 109. Lucilio, 349. Lucrecio, poeta, 276, 324, 364. luchas gladiatorias, 332. ludi, 4, 331. ludi Apollinares, 332. ludi Cerealia, 332, 334, ludi circenses, 331, 332. ludi Dea Flora, 332. ludi Dea Mater, 332. ludi Floralia, 332. 334. ludi gladiatorii, 332, 333, 345. ludi magister, 158, 228. ludi Megalenses, 332. ludi plebeii, 332. ludi Romani, 332. ludi seaculares, 332. ludi scaenici, 331, 341, 343, 344. ludi saeculares, 332. ludus, 227. ludus latrunculorum, 313. ludus litterarius, 227. ludus Troiae, 332. lugubris éiulatio, 177. lunula, 148. Lupercal, 23. luteam, 161. lychnuchi, 111. lychnus trimyzos, 110. lyristae, 136. Ll llagas purulentas, cura de las, 282, M Macedonia, 342. Macella, 4. ÍNDICE ALFABÉTICO Macellum, 8. Macellum Liviae, 8, 193. Macrobio, 133. madera, arte de la, 219. maenae, 122. maestranza, 213. maestranza serviles, 213. maestro de escuela, 46, 158, 228. magister del banquete, 133. magister canum, 324. magistrado, 262. magistri, 6, 217. magistri officiorum, 168. malum armeniacum, 122. malum cudonium, 122. mamillare, 146. Mamurra, 30. manceps, 252. mancipatio, 159. mangones, 166. mangostas, 117. Manio Valerio Messalla, 114. manjares, los, 117 y sig. mano de obra, competencia de la, 216. mantele, 129. manteles, 129. manteleta, 145. mantos, 139. mantos con capuchón, 145. mantos impermeables, 145. manumissio, 173. manumissio censu, 173. manumissio inter amicos, 173. manumissió per epistolam, 173. manumissio per mensam, 173. manumissio testamento, 173. manumissio per vindictam, 173. manus, 159. mappa, 120. Marcelo, teatro de, 34. Marcial, 17, 27, 31, 35, 40, 47, 66, 70, 98, 106, 107, 122, 124, 136, 158, 198, 109, 207, 211, 221, 232, 233, 243, 244, 247, 250, 266, 271, 287, 312, 319, 327, 333, 350, 352, 359. Marco Aquilio, 269. Marco Aurelio, 30, 34, 154. Marco Celio, 356. marfil, 235. Mario, 258. Marruecos, 108. Marsias, 11. 409 marsupium, 304. masaje, 209. masajistas, 299. Masencio, 10, 18. mausoleo de Augusto, 34, 35, 385, 387. matriculae, 261. matrimi, 162. matrimonio, 159, y sig. matrimonio, ceremonia de, 160. matrimonio, contrato de, 161. matrimonto cum manu, 159. matrimonio de los esclavos, 171. matrimonio libre, 159. matrimonio de la mujer romana, 158. matrimonio sine manu, 159, 160. Mecenas, 36, 46, 126, 195. mediastini, 169. medicii oculari, 287. medicinas, 275 y sig. medicina científica, 280. medicina egipcia, 277. medicina empírica, 280. medicina homeopática, 277. medicinae, 266. médicos, 275 y sig. médicos especialistas, 286. médicos gladiadores, 286. médicos orientales, 277. médicos, la palpación, 278. médicos, preparación científica, 278. médicos privados, 277. médicos profesionales, 280. médicos públicos, 277. médicos de las vestales, 286. Medicus Palatinus, 286. meditari causam, 267. meditatio, 267. medius, 126. melenas, 155. membrana, 235, 239, 241. membranarii, tiendas de los, 240. Menandro, 231. Meninx, isla, 220. mensa, 132. Mensa tripes, 107. Mensae, 107. mercados, 21. mercados, grandes, 23, 37. meridianas, 114, 114, 115. merienda, 125. 410 mermeladas, 122. mesa con plegables, Pompeya, 106. mesa, 106. Mesala, 25. mesita de mármol, 74. metales, 218. metales, trabajo de los, 205, metales preciosos, 211. mica aurea, 30. Milán, 192, 390. miliarium aurem, 10. Milón, 25. mimos, 177, 332, 336. minerales de la Galia, 211. Minerva, 332. minio, 197. ministri, 130. Mitra, 140. mitrae, 149. Módena, 207. Mole Adriana, 381. molino y horno de pan. Pompeya, 84. monilia, 149. Monopodia, 107. Mons Oppius, 195. Mons Querquetulans, 30. Mons Testaceus, 21. Monte Caprino, 377. Montecasino, catedral, 388. Montes Vaticani, 40. 41. morae, 323. mores, 172, moriones, 136. Mormó, 363. mosaicos, 83 y sig., 87 209, 222. mosaico de triclinio. Pompeya, 134. Muciano, 369. muebles, 101 y Sig. mueblea adornados con ámbar, 208. muebles, constructores de, 219. muelas, dolor de, 281. mujeres en la familia romana, ‘157 y sig. mujeres en los banquetes, 157. mujeres, educación de las, 158. mujeres, matrimonio, 158, muliones, 252. mulomedici, 252. mulsum, 132, 157. Munancio Planco, 8. Murallas aurelianas, 7, 37. ÍNDICE ALFABÉTICO Murallas servianas, 37. Muralla serviana, trazado de la, 29. Murat, 185. muria, 123. murra, 129. Museo Capitolino, 85, musivarii, 222. myza, 111. N naenia, 177. Nápoles, Carlos III de, 185, Nápoles, 284, 339. Nápoles, Museo Nacional, 87, 88, 104, 106--109, 120. Nasidieno, 126. nassae, 328. natación, 315. Naumachioe, 4, 41, 331. navaja de afeitar, 151 y sip. negotia, 249. nemora, 98. Nemrod, 323. Nepote, Cornelio, 316. Nerón, 7, 17, 26, 27, 30, 34, 36, 50, 52, 196 198, 200, 289, 311, 331. 333, 338, 353, 354. Nerva, 11. Nicias, 214. Niobe, 395. nodus Herculeus, 161. Nórico, 211. notarius, 228. nubere, 161. Nubilarium, 93. Numa Pompilio, 218. Numidia, 31. nundinae, 228. O objetos para uso de señoras, 141, 142, 143, 145. obstragula, 147. octoclinon, 127. oculista, 279, 288. oculista, sello de, 287, 288, ÍNDICE ALFABÉTICO Odeón, 34. venophorus, 130, oecus, 70, 76. oecus Corinthius, 76, 79. oenophorus, 78. officina, 238. officinae, 238. officinae minii, 197. Olimpo, 211. onager, 122, opera togata, 142. operae, 168. operum, 168. opisthographum, 238, oporothecae, 93. oprae, 345. orator, 261, 264, 265. Orbilio, 229. orbis, 107, 108, 155, 307. ordinarii, 169. ordo decurionum, 181, Orfeo, 336. orífices, 218. ornamentos femeninos, 141, 142, 143, 145. Orontes, 14. Orsini, los, 385. Orvieto, catedral de, 388. Ostia, 20, 66, 87, 70, 71, 80, 206. ostiarius, 82. ostras, 117. otium, 249. Ottobuoni Fiano, palacio, 35. Ovidio, 15, 129, 245, 346, 358. orygarum, 123. P Pablo VI, 389, Pablo Emilio, 227. Padua, 207. paenula, 144, 304. paenula gausapina, 145. paenuia seortea, 144. paginae, 239. pájaros, caza de los, 322, 326. Palacio Ottobuoni Fiano, 35. Palacio Real, 22. Palatino, 5, 7. 10. 17, 19, 21 y sig.. 25, 30, 39, 194, 195, 250, 379, 385 Palatinus, 22. 411 Palestrina, 205. palta, 139, 147, 148, pallium, 144. pan, 121. pan, horno para el, 79. pan, molino y horno, 84. panadero, tienda del, 220. panaderos, 46, 49. panis acerosus, 121. panis candidus, 121. panis clibanicus, 121. panis fJurfureus, 121. panis secundarius, 121. pantalones largos, 140, Panteón, 382, 384. Panteón de Agripa, 34, 35. Panteón en el Campo de Marte, 381. papel, 236, 248, papel de cartas, 239, 240. papel para libros, 238. papel de papiro, 238. Papilo, 124. Papino Carbon, C., 264. papiros, 209, 235, 236, 238, 240, 242 y sig. papiros, almacenes de, 238. papiros de fabricación egipcia, 238, 240, 242. papiros, fábricas de, 238. papiros de Herculano, 242. papiros, libros de, 241. papiros, talleres de, 238. Papyrus, 110, 235. paredes, estucos en las, 222. paria, 333. parietes tubulati, 302. Paris, 35, 39. Parma, 207. Paseos, 38. Pasieno, 356. patella, 129. paterae, 130. paterfamilias, 75, 103, 171, 249, 280. patibulum, 172. patria potestas, 159. patrimi, 162. pavimentarit, 222. pavimentos, 222. pavo real, 122. pedale, 299. pedicae, 326. 412 peinado, 149. peinado alto, 155. peinado de corte, 155. peinado femenino, 154. peinado nupcial, 161. peinadoras, 155. pelucas, 155, 284. pendientes, 149, 150. penna, 244, per pectinem, 154. perfumes, 209. pergamino, 235, 236, 240, 241. pergamino, códices de, 247. pergamino, libros de, 240. pergulae, 82, 228, periódicos, 248. peristilo, 67, 68, 74, 78. peristromata, 106. peristylium, 65, 76, 77. pero, 148, perros amaestrados para la caza, 324. Persia, 251. Persio, 49, 250, 308. pesca, 321 y sig., 328. pesca con anzuelo, 328. pesca con redes, 328. pesca con sedal, 328. pescados, 122, pescado, salsas de, 123. petasus, 148. petauristarii, 136. petorritum, 306. Petrarca, 257, 388. Petronio, 149. pharmacopola, 276. phylirae, 238. Piazza del Esedra, 199. pictores parietarii, 222. pieles; curtido de las, 221. pies, excoriaciones de los, 282. pietas, 175. pigmentarii, 276. pilae, 334, pilae Mattiacae, 155. pilares, 72. pilentum, 306. pilleus, 148. Pincio, 31, 38, 394. pira funeraria, 179. pirámides egipcias, 222. Pisa, catedral de, 388, ÍNDICE ALFABÉTICO piscina, 91, 95. piscina pública, 199. piscinae, 117, piscinae natatoriae, 296. Pisón, 195. Pistoia, 192. placenta, 120. plagae, 326. plagosi, 229. plagosus, 229, piagula, 106. plagulae, 140, 239. Planco, 352. plata, 218. platina, 129. plato, 129. plato de plata, de Boscoreale, 129. Platón, 115, 236, 363. plaustra, 48, 93, plaustrum, 305. Plauto, 8, 73, 230, 312, 341, 344, 349. Pléyade, 342. Plinio, 40, 91, 94, 95, 98, 114, 125, 135, 136, 150, 170, 183, 184, 232, 233, 260, 265, 275, 280, 281, 321, 323, 364, 366, 368, 369. Plinio, villa en Laurento, 97. Plinio, villa en Toscana, 96, 98. plumas de bronce, 244, plumas de metal, 244. plumas de pájaro, 244. Plutarco, 227, 236. plutei traianei, 198. plutens, 105.. pocula, 129. pocula gemmata, 130. Pola, 207. polenta, 121. Polibio, 177, 321. Polo, Marco, 117. polypticha, 245. pollice verso, 333. pollinctores, 175, 177. pomerium, 20, 23. Pompa, 177. pompas fúnebres, 175. Pompeya, 71, 75-77, 101, 106, 108- 110, 120, 124, 125, 181 y sig., 207, 210, 295, 303, 305, 338, 344, 346. Pompeya, baño de la villa de Dio- medes, 95. Pompeya. Brasero, 104. ÍNDICE ALFABÉTICO Pompeya, bronce artístico, 120. Pompeya, calderos, 131 Pompeya, candelabro para lámpa- ras, 103. Pompeya, Casa de las bodas de plata, 73, 82. Pompeya, Casa del Cirujano, G3, 67, 87. Pompeya, Casa de Edipo Rufo, 72. Pompeya, La Casa del Fauno, 9, 88. Pompeya, Casa de Pansa, 88. Pompeya, Casa del Poeta trági- co, 78. Pompeya, Casa de los Vetti, coci- nas, 80. Pompeya, casas con balcón, $3. Pompeya, Cryptoporticus, 94. Pompeya, fresco de una casa, 4%. Pompeya, fresco floral en pared, 86. Pompeya, Jardin con euripus, 76. Pompeya, lámparas, 104. Pompeya, lecho triclinar, 105. Pompeya, mesa con plegables, 106. Pampeya, molino y horno de pan, 384. Pompeya, mosaico de triclinio, 134. Pompeya, plano de las termas es- tabianas, 294. Pompeya, recipiente para calen- tar agua, 130. Pompeya, ruinas de, 65. Pompeya, taberna con mostrador, 31. Pompeya, termas del Foro. Tepi- darium, 297. Pompeya, triclinios, 78, 79. Pompeya trípode de bronce, 107, Pompeya, vestíbulos, 72. Pompeya, Villa di Boscoreale, 93. Pompeyo, 195. Pompeyo, teatro de, 344, 385. Pomponio Ático, T., 31, 169, 214, 250, Pons Aelius, 41, 381. Pontifex maximus, 17. popinae, 43, 50, 296. Porsena, 336. Porta Caelemontana, 195. Porta Capena, 38. Porta Collina, 30, 48, 136, 28 413 Porta Querquetulana, 30. Porta Trigemina, 3, 48. portalámparas, 111, 112. Pórtico de Catulo, 195. Pórtico de Octavia, 384. pórticos, 95. Porticus Octavia, 34, 250. postes, 72. posticum, 72, 73. postizos, 155. postres, 132. potestas, 159. potorium, 107, 129. Pozzuoli, 206, 207, 221. praeceptores, 158. praecoz, 122. praefecti, 251. praefectus vetriculorum, 252. praeficae, 13, 177. praefurnium, 301. praefurnium del caldarium, 300. praepositus, 213. praesides, 251. praetexta, 161, 175. praetoria, 94. prandium, 125, 228. prasina, 334. Prata Mucia, 39. Prata Quinctia, 39. Prati, 41. presagio, 367. Priapo, 374. procoeton, 78, 95. Procopio de Cesárea, 379, 381. Próculo, Julio, 195. procurator, 168. productos alimenticios, 206. promittere, 153. pronuba, 161, 163. Publio Escipión Emiliano, 321. Puente Milvio, 39. pueri a cyatho, 130. ”"uerta Appia, 37. Puerta Capena, 37, 200. Puerta Carmentalis, 37 Puerta Colina, 37, 38, Puerta Esquilina, 38. Puerta Flumentana, 37. Puerta Nomentana, 37. Puerta Salaria, 37. Puerta Trigemina, 37 pugillaes, 246. 414 puis, 121. pulmenta, 129, pulvinaria, 304. pulvini, 106, pura, 130. púrpura, 221. puteal, 73. puteal Libonis, 13. pyrgus, 311, Q quadrante lavatum, 293. qualesquales, 169. quaterniones, 240, quemaduras, 282, Quinquatrus, 228. Quintiliano, 142, 250, 263, 265, 270. Quinto, 25. Quinto Estertinio, 285. Quinto Marcio Filippo, 114. Quirinal, 11, 30, 31, 37, 194, 197. R raeda, 305, 306. rapere in tus, 262. rascaderas, 301. Rautilio Namaciano, 379, Ravena, 206. Recia, 371. recipiente para calentar agua. Pompeya, 130. redemptor, 215. redes para la caza, 326. regalos, 136. regitla, 161. Regolo, jardines de, 195. Régulo, Manio Aquilio, 40, reloj, 113, 114. reloj de agua, 113, 115, reloj de sol, 113. Remo, 23. Renacimiento, 389. repositorium, 107, 127, 129. repotia, 163. repudium, 160. res, 189, retia, 328. retiarii, 333. retratos, 82. ÍNDICE ALFARÉTICO rez convivii, 133, rhetor, 228, 231. rhytion, 130. ricinium, 139, 147. Rienzo, Cola di, 389. Rin, 211. Robert el Guiscardo, 386. rodaballo, 123. Rodas, 190. Roma de hoy, plano de la, 33. Roma imperial, 19, 344 y sig. Roma imperial, plano de la, 32. Roma Quadrata, 5, 22, Rómulo, 22, 23, 194, 353. rostra, 8, 10, 178, 194, Rotonda, la, 35. Rubra, 41. rumores, 248. russata, 334. sabana, 299. Sabina, 91. sacculus, 130. Sacellum Streniae, 10. Saepta, 13, 17, 34, 166. Saepta Iulia, 389. Ségana, 373. sagatio, 51. sagena, 328. sagum militare, 144. Sagunto, 285. salarii, 43. Salerno, 206. salero de plata, de Boscoreale, 126. salinae, 21. salinum, 127. salmonete, 123. salmuera, 123, salsas, 123. saltatio, 316. Salustio, 322, salutatio matutina, 72, salvajina, caza de la, 324. salvajina, cría de la, 122. Samos, 14. San Adriano, iglesia de, 384. : San Lorenzo de Miranda, iglesla j de, 384. | San Pablo, basílica de, 380. {NDICE ALFABETICO San Pedro, basilica de, 18, 380. San Silvestre, monjes de, 384. sandalias, 147. sanguineum, 161. Sant’Angelo, castillo de, 41. Santa Francisca Romana, iglesia, 18. Santa Maria la Antigua, iglesia, 384, Santa María la Mayor, 389. Santos Cosme y Damián, iglesia, 384. sapo, 155, 298. Sarna, 185. sdtiras, 349 y sig. Saturnales, 148. Scalae Gemoniae, 28. scalprum, 244, scamnum, 106. scaphium, 130. scapus, 239. scientia herbarum, 275. scimpodium, 105. Scissor, 129. Scoparii, 132, scrinia, 101. scuiponea, 148. schedae, 239. secundae mensae, 132. Secundus, 250, sedas, 209. sella, 106, 229. sella gestatoria, 304. sello, 181. sello del oculista, 287, 288. Séneca, 13, 46, 70, 79, 114, 150, 170, 219, 300, 302, 337. genio, 312. señoras, objetos para su uso, 141, 142, 143, 145. seplasarii, 276. Septentrión, 379. Septimio Severo, 10, 27, YB. Septimio Severo, arco de, 391, 393, Septimontium, 4, 5. Septizonium, 27, 385, 386. sepulcrum, 179. servi ab epistolis, 249. servicios postales, 251, Servilio Noniano, M., 369. servilleta, 129. Servio Tulio, 37. 415 servus a cubiculo, 78. servus proelucens, 49. Sevelli, 385. Sex crines, 161. Sexto Roscio Amerino, 268. Sicilia, 151, 236, 269. sigma, 127. signos mágicos, 368. Sila, 183. silfio, 280. Silio y Scapula, jardines de, 195. Silvae, 10. silla de manos, 304. sinus, 142, 144, 326. Siracusa, 152, 190, 221, Siro, 193. Sitaco, 122. sobrevestes, 146, socci, 147, 148, Sócrates, 367. solarium, 113. soleae, 130, 147, 148. sombrero, 148. sombrilla, 149, sordidatus, 153, Sorrento, 207. sortijas, 149, 150. sortilegios, 363 y Sig. Sosii, hermanos, 250, Sotérico, 219. specularia, 209, 210. specularii, 222. sphaeristerium, 296, 298, spina alba, 162. sponda, 105, 106. sportula, 135. spuma Batava, 155, 211. Espurio Carvilio, 227. Stationarii, 252. Statua Mamuri, 194. Statua Pisonis, 194. Statua Planci, 194, stibadium, 127. stilum vertere, 247. Stilus, 247. stoía, 130, 146, 147. stola matronalis, 147. stolatae, 146. stragula, 106. stramenta, 106. stratores, 252. strictim, 154. 416 strictoria, 140. strigili, 298. strophium, 146. structor, 129. suasoriae, 231. subligar, 139, 146. subliguculum, 139. submittere, 153. subsellium, 106. subucula, 140, 146. Suburra, 7, 13, 16, 17, 20, 36, 192. sucinum, 207. Suetonio, 276, 311, 353. Suiza, 94. Sulmona, 206. summus, 126. sumptuarius, 168. supellez, 104, Supersticiones, 363 y sig. suplez, 103. suscipere inimicitias, 265. suspensurae, 302. sutores, 221. synthesis, 130, 146, 148. T taberna, 44. taberna con mostrador, $7, 82. tabernae, 73, 82, 228. tabernae librariae, 44. tabernae veteres, 8. tabernola, 197. tabletas enceradas, 235, 244, 245, 246, 247. tabletas de madera, 247, tablinum, 67, 70, 74-76, 78, 88, 101, 125, 182. tabula aleatoria, 311. tabula latruncularia, 313. tabula lusoria, 313. tabulae dealbatae, 240. tabulae nuptiales, 161. tabularium, 10, 28. Tacito, 265, 311, 338. taedae, 109. taenia, 146. talco, láminas de, 209. tali, 311. talus, 312. taliebarii, 169, 252. ÍNDICE ALFABÉTICO Tarento, 207, 221, 304. Tarpeya, roca, 28. Tarquino Prisco, 151. Tarquino el Soberbio, 192. Teatro de Balbo, 344. teatro griego, 222. teatro de madera, 343. Teatro de Marcelo, 34, 344, 377, 385. teatro de piedra, 344. Teatro de Pompeyo, 344, 385. teatros, 4, 341 y Sig. teatros de mamposteria, 342. tejas, 207. tejidos, 207. tejo, 236. tejuelas, 235. telas, 221. Templo de Adriano, 34, 35. Templo de Antonino y Faustina, 383, 384. Templo de Apolo, 250, Templo de Augusto, 384. Templo de Bacco, 195. Templo de Castor, 13. Templo de Cástor y Pólux, 8, 26. Templo de la Concordia, 389. Templo de Diana, 13, 20, 19%. Templo de Flora, 44, 197. Templo de Hércules invictus, 389. Templo de Isis, 183. Templo de Isis y de Serapis, 14. 34, 389. Templo de Juno Moneta, 27. Templo de Jano, 7, 389. Templo de Jove, 381. Templo de Júpiter Capitolino, 27, 389. Templo de Júpiter Óptimo Máxi.- mo, 379. Templo de Júpiter Stator, 194. Templo de la Libertad, 24. Templo de la Magna Mater, 23. Templo de Marte Vengador, 11. Templo de Metellino de Isis, 195. Templo de Oriente y de Occiden- te, 18. Templo de Quirino, 197. Templo de Saturno, 28. Templo de Venus Genetriz, 11. Templo de Venus y Roma, 385. Templo de Vesta, 8, 13, 195, 381. {NDICE ALFABETICO Templo de la Victoria, 23. Templum Antonini et Faustinae, 10. Templum Concordiae, 10. Templum Divi Fulii, 10. Templum Pacis, 250. Templum Sacrae Urbis, 384. Templum Saturni, 8. Templum Urbis, 18. Templum Urbis et Veneris, 18, 200. Templum Vespasiani, 10. tenderos, 44. Teodorico, 377. Tepidarium, 95, 295, 297, 301, 302. Terencio, 73, 193, 341, 349, Termas, 4, 295, 299, 300, 315. Termas de Agripa, M. Termas, Apodyterium, 296. Termas, Caldarium, 298. Termas, calefacción de las, 301. Termas del Campo de Marte, 34. Termas de Caracalla, 109, 389. Termas de Caracalla, plano de las, 19. Termas de Constantino, 194, 385, Termas de Diocleciano, 19, 31, 194, Termas estabianas de Pompeya, 294. Termas de Fiésole, praefurnium del caldarium, 300. Termas del Foro, Tepidarium, 297. Tesalia, 342. tessellarii, 222. tesserae, 311, 312. testudinatum, 74. tetrástilo, 88. tetrastylum, 73. Tétricos, casa de los, 195. theca libraria, 244. thermae, 95, 293, 295. Thermae Constantinianae, 30. thermopolia, 120, 183. Thuja, 108. Tíber, 3, 7, 8, 14, 16, 20, 34, 35, 39- 41, 294, 315, 344, 353, 380. Tiberio, 10, 25, 26, 250. tibia, tocador de, 344. tibicen, 344, tienda de carnicero, 45. tiendas, 305. tiendas del Foro, 8. tiendas de los membranarii, 240. 417 tiendas de unguentarii, 276. Tigelio, 167. tijeras, 151. tinctores, 220. tinta, 242. tinta simpática, 242. tintero, 242, tintorerías, 183, 207. tintoreros, 218, 220. tinturas para los cabellos, 155, 211, 299. Tirón, 170. Tito, 7, 10, 27, 182, 337, 353. Tito Tazio, 194. titulus, 166. Tívoli, 380. Tívoli, Villa Adrlana, 87. tocador de tibla, 344. tocadoras de castañuelas, 136, tocineros, 45. toga, 139, 142, 175. toga picta, 144. toga praetezta, 144. toga pura, 144. Tolomeo Filadelfo, 342, tonsores, 152, 168, 222. Toral, 106. Torre Anunziata, 185. tórtoia, 122. torus, 106. Toscana, 95. trabea, 14. tractus Venerius, 312. tráfico, 212. tragum, 328. Trajano, 10, 11, 250. Trales, 14. Transtiber, 39, 380. Trapezophorus, 107. Tribunal de] Pretor, 14. triclinia, 78, 94. tricliniarcha, 132. triclinios, 78, 79, 94, 101. triclinios de albañilería, 108. triclinium, 67, 125. Trifón, 250. Trimalción, 133, 148, 281. Trípode de bronce. Herculann, 108. Trípode de bronce. Pompeya, 107. Trípode de Delfos, 107. triptycha, 245. 418 trivia, 307. trochus, 307. tronstrina, 152. Tryphon, 250. tugurios, 83. Tugurium Faustuli, 23. Tullianum, 28. túnica, 139 y sig. tunica, 139, 140, 146. tunica interior, 140, 146. tunica molesta, 172. tunica palmata, 141. tunica recta, 161. tunicae, 140. turarti, 276. turbo, 307, 373. turricula, 311. Turris Maecenatiana, 196. tuscanicum, 73, 88, Túsculo, 41. tutulus, 155. umbella, 149. umbilicus, 241. Umbilicus Romae, 10. umbra, 126. umbraculum, 149. umbral, 72. unctor, 299. unctortum, 296. unguentarii, 276. ungúentos para los cabellos, 155. uniones, 150. univira, 160, 161. urbanidad, 355. ustrina, 179. usus, 159. V Facci prata, 24. Vacco, 24. vajilla, 105, 106, 211. vajilla de plata, de Boscoreale, 127. vajilla triclinar, 112. Valerio, C, 281. valetudinarium, 93, 286. valvae, 72. Vallis Murcia, 19. {NDICE ALFABETICO vaporarium, 302. Varrón, 114, 151, 152, 177, 285. vasa Arretina, 219. vasa Saguntina, 129, vasa sigillata, 211. vaso y jarro de plata, Boscoreale, 119. vasos, 129. vasos de arcilla con relieves, 211. vasos de barro cocido, 207. Vaticano, 380. Vatinio, 269. Vedio Polión, 171. vehiculos, 304 y sig. vela, 304. Vela Cilicia, 103. Velabro, 7, 8, 13. Velabrum, 16, 21. Velaria, 104. Velia, 10, 17. venabulum, 321, 323. venalicti, 166. venatio, 321-323. venationes, 334, venator, 323. vendedores ambulantes, 43. Venecia, 35, 189, 192. veneta, 334. Ventidio Baso, 354. Venus Genetrix, templo, 11. verna, 170. Verona, 196. Verres, 147, 207, 265. verriculum, 328. versiculi, 354. versipelles, 365. Vespasiano, 7, 11, 177, 200, 250, 353. vespiliones, 177. vestibulos, 72. vestibulum, 72. vestidos, 139 y sig. vestigatores, 324. vestiplicus, 142. vestis cenatoria, 146. Vesubio, 182-184. veterinarios, 252. Vetio, 259. Veyos, 354. Via Appia, 38. Via Aurelia, 195. Via Flaminia, 34. {NDICE ALFABETICO Via Lata, 34. Vía Salaria, 48. Vía del Septentrión, 48. Vía Sacra, 7, 10, 11, 20, 194, 392. Via Tecta, 38. Viae, 4. viajes, los, 303 y sig. vicarti, 169. Vici, 4, 6. Vicomagisiri, 6. Vicus Iugarius, 10, 16, 20. Vicus longus, 194. vicus Sandaliarius, 44. Vicus Tuscus, 10, 16, 20. Vicus Unguentarius, 44. Vicus Vitrarius, 44. vidrieros, 44. Vigiles, 5. vilica, 168. vilicus, 91, 168. villa, 95, 98. Villa Adriana de Tivoli, 87, 222. villa di Boscoreale, 93. villa de Diomedes, en Pompeya, 95. villa fructuaria, 93, Villa de Plinio, en Laurento, 94, 97, Villa de Plinio, en Toscana, 95, 46. villa rustica, 91-93, 104, 221, 286, 293. Villa rústica de Boscoreale, 92, Villa urbana, 91, 93, 94, 293. villae, 117. 419 Viminal, 14, 31, 37. vinateros, 342, 343, 352. vindicta, 173. Vindulo, 350. vino, 120. vinos generosos, 206. Virgilio, 23, 48, 196, 216, 332. vitelliani, 246. Vitiges, 379. vitrarit, 222. Vitruvio, 65, 73, 301. Vitruvio, Vacco, M., 24. vittae, 149, 161. volsellae, 153. volumen, 240. vulgares, 169. vulturius, 312. W Westminster, abadía de, 388. Winnefeld, 98. X Xystus, 98. Z zapateros, 218, 221. Zenodoro, 200. Zotheca, 95. zuecos, 147.