LA APOLOGÍA DE SÓCRATES. ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 A ARGUMENTO. La apología puede dividirse en tres partes, cada una de las que tiene su objeto. En la primera parte , la que precede á la deliberacion de los jueces sobre la inocencia ó la culpabilidad del acu- sado, Sócrates responde en general á todos los adversa- rios que le han ocasionado su manera de vivir léjos de los negocios públicos y sus conversaciones de todos los dias en las plazas, en las encrucijadas y en los paseos de Ate- nas. Sócrates, se. decia, es un hombre peligroso, que in- tenta penetrar los misterios del cielo y de la tierra, que tiene la maña de hacer buena la peor causa, y que enseña públicamente el secreto. Sócrates responde que jamás se ha mezclado en las cosas divinas; que su ense- ñanza no era como la de los sofistas que exigian un salario, si bien sobre este último punto no habia acusacion. En fin, en apoyo de esta enseñanza popular, esforzándose en hacer ver á los unos su falsa ciencia, y á los otros su ig- norancia, invoca una mision sagrada recibida del dios de Delfos. ¿Era este el camino de congraciarse , teniendo en frente los resentimientos profundos que hacia mucho tiempo habia excitado su punzante ironía ? No; toda esta justificacion, que elude los cargos más bien que los re- chaza, sólo podia servir para aumentar la desconfianza de los jueces, prevenidos ya en su contra. Así es que su verdadero valor y su interés aparecen por entero en la consecuencia moral, que Sócrates pro- cura deducir con tanta profundidad como ironía. Dice que ~ on Platón, Obras completas, edición dę Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 ~ on 41 ha conversado sucesivamente con los poetas , con los po- líticos, con los artistas y con los oradores; es decir, con los hombres que pasan por los más hábiles y los más sabios de todos; y como ha visto en los unos y en los otros, en medio de su exagerada pretension á una sabidu- ría y á una habilidad universales, igual incapacidad para justificarlos hasta en el dominio limitado de su respectivo arte, declara que á sus ojos la sabiduría humana es bien poca cosa, ó más bien ,: que no es nada si no se inspira en la única verdadera sabiduría, que reside en Dios, y que sólo se revela al hombre por las luces de la razon. Pero los enemigos de Sócrates no se contentaron con ¡acusaciones generales, y formularon, por boca de Melito, estas dos acusaciones concretas: primero, que corrompia á los jóvenes; segundo, que no creia en los dioses del Estado y que los sustituia con extravagancias demoniacas. Estos dos cargos se llamaban y apoyaban el uno al otro , por- que tenian por fundamento comun el crimen de ultraje á la religion. Sobre el primer punto, Sócrates responde solamente que por su interés personal no era fácil que corrompiera á los jóvenes, porque los hombres deben esperar más mal que bien de aquellos á quienes dañan. Su defensa sobre el segundo punto no es más categórica. Porque, en lugar de probar á Melito que cree en los dioses del Estado, Só- crates cambia los términos de la acusacion, y prueba . que cree en los dioses, puesto que hace profesion de creer en los demonios, ¡hijos de los dioses. ¿Pero estos dioses son los de la república? Sobre esto nada dice. Su arenga toma de repente un carácter de elevacion y fuerza, cuando invocando su amor profundo á la verdad y la energía de su fe en la mision de que se cree encar- gado, revela, delante dé los jueces, el secreto de toda su vida. Si no ha vivido como los demás atenienses; si no ha ejercido las funciones públicas, no ha sido por capricho Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 45 S ni por misantropía. Obedecia resueltamente la voluntad de un Dios, que desde su juventud le estrechaba á consa- grarse á la educacion moral de sus conciudadanos. Así es que contra sus intereses más caros, se ha visto, aunque voluntariamente, convertido en instrumento dócil de la Divinidad. ¿Y no preveia las luchas y los odios que de- bia causarle semejante mision? Sí; pero estaba resuelto á sacrificar en su obsequio hasta la vida. Esta confianza admirable , que enlaza y domina el debate, hace ver cla- ramente que Sócrates cuidaba ménos del resultado de su causa que del triunfo de sus doctrinas morales. En este último discurso, que le es permitido, sólo ve la ocasion de dar una suprema enseñanza, la más brillante y eficaz de todas. Se nota, sin embargo, una gran oscuridad sobre la na- turaleza de ese demonio familiar, que Sócrates invoca tantas veces. ¿Era en él la luz de la conciencia, singular- mente fortalecida y aclarada por la meditacion y por una especie de exaltacion mística? No hay dificultad en creer- lo. Pero tambien hay materia para suponer, fundándose en algunos pasajes del Timeo y del Banquete, que Sócrates admitia, como todos los antiguos, la existencia de séres intermedios entre Dios y el hombre, cuya inmensa dis- tancia llenan mediante la diferencia de naturaleza, y ejercen en un ministerio análogo al de los ángeles en la teología cristiana. Los griegos los llamaban demonios. es decir, séres divinos. ¿Y era alguno de estos genios. el que se hacia escuchar por Sócrates? Piénsese de esto lo que se quiera, la duda no desvirtúa en nada el efecto moral de las páginas más originales de la Apología. En la segunda parte, comprendida entre la primera - decision de los jueces y su deliberacion sobre la aplica- cion de la pena, Sócrates, reconocido culpable, declara sin turbarse que se somete á su condenacion. Pero su firmeza parece convertirse en una especie de orgullo, que ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de-Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 46 debió herir á los jueces, cuando rehusando ejercitar el derecho que le daba la ley para fijar por sí mismo la pena, se cree digno de ser alimentado en el Pritáneo á expensas del Estado, que era la mayor recompensa que en Atenas se dispensaba á un ciudadano. Moralmente tuvo razon; pero bajo el punto de vista de la defensa, no puede ne- garse que esta actitud altanera debió aumentar el número de los votos que le condenaron á muefte. Este era indudablemente el voto secreto del acusado, puesto que en la última parte de la Apología, una vez pronunciada la pena, dejó ver una alegría que no era figurada. Su demonio familiar le habia advertido el re- sultado que daria el procedimiento, inspirándole la idea de no defenderse, y su muerte era á sus ojos-la suprema sancion de sus doctrinas y el último acto necesario de su destino. Así es que la idea que desde aquel acto le pre- ocupó más, fué probar que miraba la muerte como un bien. De dos cosas, una: ó la muerte es un anonadamiento absoluto, y entónces es una ventaja escapar por la insen- sibilidad á todos los males de la vida , ó es el tránsito de un lugar á otro, y en este caso ¿no es la mayor feli- cidad verse trasportado á la mansion de los justos? Esta despedida de la vida, llena de serenidad y de esperanza, deja tranquilo el pensamiento sobre la creencia consola- dora y sublime de la inmortalidad; creencia que una boca pagana jamás habia reconocido hasta entónces con pala- bras tan terminantes. Ella implica ciertamente la distin- cion absoluta del alma y del cuerpo y la espiritualidad del alma. ` Aquí se ve que la Apologia de Sócrates, si bien está escrita en la forma ordinaria de las defensas forenses , en el fondo es ménos politica que filosófica, y Platon no la ha sometido tanto al exámen de los ciudadanos de Atenas, como á la de los filósofos y moralistas de todos los países. Si su objeto principal hubiera sido justificar civilmente la 1 ~ on Platón, Obras completas, edición de-Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 41 conducta de su maestro, su defensa sería pobre, porque no consiguió probar, ni la falsedad de las acusaciones in- tentadas contra Sócrates, ni su inocencia ante las leyes atenienses. ¿Sócrates habia atacado realmente la religion y las instituciones religiosas de Atenas? Esta es la cues- tion. Siendo la religion, como las leyes mismas , una parte esencial de la constitucion, el atacarla, sea valiéndose de la ironía, 6 por medio de una polémica franca, era un crímen de Estado. Además, no sólo era un derecho, sino que era un deber en todo ciudadano acusar y perseguir públicamente ante los tribunales al autor de tales ata- ques. Y es preciso confesar, que el hombre que en el Zu- tifron se burla de los dioses del Olimpo; que califica de cuentos insensatos las tradiciones mitológicas y de trá- fico ridículo las ceremonias del culto ; el hombre que se pone en guerra abierta con el politeismo, no podia sus- traerse á la acusacion de impiedad. Hé aquí por qué Pla- ton le defiende mal. Pero, á decir verdad , importa poco á sus ojos , y quizá entraba en su plan, sacrificar la de- fensa legal á fin de probar la superioridad moral de su maestro sobre los hombres de su tiempo, por la profunda incompatibilidad de sus creencias con las de éstos. Sócrates no hubiera aparecido como un gran filósofo, si hubiera sido absuelto. Entre otros caractéres, ¿su originalidad no consiste en habér creido en un solo Dios en pleno politeis- mo? ¿Y no consiste su grandeza en haberlo dicho, y en haber muerto por haberse atrevido á decirlo? ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 ~ ; ai on Platón, Obras completas, edición de. Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 APOLOGÍA DE SÓCRATES. Yo no sé, atenienses, la impresion que habrá hecho en vosotros el discurso de mis acusadores. Con respecto á mí, confieso que me he desconocido á mí mismo; tan persuasiva ha sido su manera de decir. Sin embargo, puedo asegurarlo, no han dicho una sola palabra que sea verdad. Pero de todas sus calumnias, la que más me ha sor- prendido es la prevencion que os han hecho de que es- teis muy en guardia para no ser seducidos por mi elo- cuencia. Porque el no haber temido el mentis vergonzoso que yo les voy á dar en este momento, haciendo ver que no soy elocuente, es el colmo de la impudencia, á menos que no llamen elocuente al que dice la verdad. Si es esto lo que pretenden, confieso que soy un gran orador; pero no lo soy á su manera; porque, repito, no han dicho ni una sola palabra verdadera, y vosotros vais á saber de mi boca la pura verdad, no ¡por Júpiterl en una arenga vestida de sentencias brillantes y palabras escogidas, como son los discursos de mis acusadores, sino en un len- guaje sencillo y espontáneo; porque descanso en la con- fianza de que digo la verdad, y ninguno de vosotros debe esperar otra cosa de mí. No seria propio de mi edad, venir, atenienses, ante vosotros como un jóven que hu- biese preparado un discurso. Por esta razon, la única gracia, atenienses, que os pido es que cuando veais que en mi defensa emplee tér- j 4 ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 50 minos y maneras comunes, los mismos de que me he ser- vido cuantas veces he conversado con vosotros en la plaza pública, en las casas de contratacion y en los demás sitios en que me habeis visto, no os sorprendais, ni os irriteis contra mí; porque es esta la primera vez en mi vida que comparezco ante un tribunal de justicia, aunque cuento más de setenta años. Por lo pronto soy extraño al lenguaje que aquí se ha- bla. Y así como si fuese yo un extranjero , me disimula- riais que os hablase de la manera y en el lenguaje de mi pais, en igual forma exijo de vosotros, y creo justa mi peticion, que no hagais aprecio de mi manera de hablar, buena ó mala, y que mireis solamente, con toda la aten- ` cion posible, si os digo cosas justas ó nó, porque en esto consiste toda la virtud del juez, como la del orador: en decir la verdad. Es justo que comience por responder á mis primeros acusadores, y por refutar las primeras acusaciones, ántes de llegar á las últimas qne se han suscitado contra mi. Porque tengo muchos acusadores cerca de vosotros hace muchos años, los cuales nada han dicho que no sea falso. Temo más á estos que á Anito y sus cómplices (1), aunque sean estos últimos muy elocuentes; pero son aquellos mu- cho más temibles, por cuanto, compañeros vuestros en su mayor parte desde la infancia, os han dado de mi muy malas noticias, y os han dicho, que hay un cierto Sócra- tes, hombre sabio que indaga lo que pasa en los cielos y en las entrañas de la tierra y que sabe convertir en buena, una mala causa. Los que han sembrado estos falsos rumores son mis más peligrosos acusadores, porque prestándoles oidos, llegan (1) Los últimos acusadores de Sócrates fueron Anito, que mu- rió despues lapidado en el Ponto, Licon, que sostuyo la acusación, y Melito. Véase á Eutifron. ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 51 los demás á persuadirse que los hombres que se consa- gran á tales indagaciones no creen en la existencia de los dioses. Por otra parte, estos acusadores son en gran nú- mero, y hace mucho tiempo que están metidos en esta trama. Os han prevenido contra mí en una edad, que or- dinariamente es muy crédula, porque erais niños la mayor parte ó muy jóvenes cuando me acusaban ante vosotros en plena libertad, sin que el acusado les contra- dijese ; y lo más injusto es que no me es permitido cono- cer ni nombrar á mis acusadores, á excepcion de un cierto autor de comedias. Todos aquellos que por envidia ó por malicia os han inoculado todas estas falsedades, y los que, persuadidos ellos mismos, han persuadido á otros, quedan ocultos sin que pueda yo llamarlos ante vosotros ni refutarlos ; y por consiguiente, para defen- derme, es preciso que yo me bata, como suele decirse, con una sombra, y que ataque y me defienda sin que ningun adversario aparezca. ; Considerad, atenienses, que yo tengo que habérmelas con dos suertes de acusadores, como os he dicho: los que me están acusando há mucho tiempo, y los que ahora me citan ante el tribunal; y creedme, os lo suplico , es pre- ciso que yo responda por lo pronto á los primeros, porque son los primeros á quienes habeis oido y han producido en vosotros más profunda impresion. Pues bien, atenienses, es preciso defenderse y arran- car de vuestro espíritu, en tan corto espacio de tiempo, una calumnia envejecida, y que ha echado en vosotros profundas raíces. Desearia con todo mi corazon, que fuese en ventaja vuestra y mia, y que mi apología pudiese ser- vir para mi justificacion. Pero yo sé cuán difícil es esto, sin que en este punto pueda hacerme ilusion. Venga lo que los dioses quieran , es preciso obedecer á la ley y de- fenderse. Remontémonos, pues, al primer orígen de la acusacion, ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 52 sobre la que he sido tan desacreditado y que ha dado á Melito confianza para arrastrarme ante el tribunal. ¿Qué decian mis primeros acusadores? Porque es preciso pre- sentar en forma su acusacion, como si apareciese escrita y con los juramentos recibidos. «Sócrates es un impio ; por una curiosidad criminal quiere penetrar lo que pasa en los cielos y en la tierra, convierte en buena una mala causa, y enseña á los demás sus doctrinas. Hé aquí la acusacion; ya la habeis visto en la comedia de Aristofanes, en la que se representa un cierto Sócrates, que dice, que se pasea por los aires y otras extravagan- cias semejantes, que yo ignoro absolutamente; y esto no lo digo, porque desprecie esta clase de conocimientos; si entre vosotros hay alguno entendido en ellos (que Melito no me formule nuevos cargos por esta concesion), sino que es sólo para haceros ver, que yo jamás me he mezclado en tales ciencias, pudiendo poner por testigos á la mayor parte de vosotros. Los que habeis conversado conmigo, y que estais aquí en gran número, os conjuro å que declareis, si jamás me oisteis hablar de semejante clase de ciencias ni de cerca ni de léjos; y por esto conocereis ciertamente, que en todos esos rumores que se han levantado contra mí. no hay ni una sola palabra de verdad; y si alguna vez habeis oido, que yo me dedicaba å la enseñanza, y que exigia salario, es tambien otra falsedad. - No es porque no tenga por muy bueno el poder instruir å los hombres, como hacen Gorgias de Leoncio, Prodico de Ceos é Hippias de Elea. Estos grandes personajes tienen el maravilloso talento, donde quiera que vayan, de persuadir á los jóvenes á que se unan á ellos, y abandonen á sus conciudadanos, cuando podrian estos ser sus maestros sin costarles un óbolo. Y no sólo les pagan la enseñanza, sino que contraen con ellos una deuda de agradecimiento infinito. He oido - ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 53 decir, que vino aqui un hombre de Paros, que es muy hábil; porque habiéndome hallado uno de estos dias en casa de Callias hijo de Hiponico, hombre que gasta más con los sofistas que todos los ciudadanos juntos, me dió gana de decirle, hablando de sus dos hijos:—Callias, si tuvieses por hijos dos potros ó dos terneros, ¿no trata- riamos de ponerles al cuidado de un hombre entendido, á quien pagásemos bien, para hacerlos tan buenos y her- mosos, cuanto pudieran serlo, y les diera todas las bue- nas cualidades que debieran tener? ¿Y este hombre entendido no deberia ser un buen picador y un buen la- brador? Y puesto que tú tienes por hijos hombres, ¿qué maestro has resuelto darles? ¿Qué hombre conocemos que sea capaz de dar lecciones sobre los deberes del hom- bre y del ciudadano? Porque no dudo que hayas pensado en esto desde el acto que has tenido hijos, y conoces á alguno? —Sí, me respondió Callias.—¿Quién es, le re- pliqué, de dónde es, y cuánto lleva? —Es Éveno, Sócra- tes, me dijo; es de Paros, y lleva cinco minas. Para lo sucesivo tendré á Éveno por muy dichoso, si es cierto que tiene este talento y puede comunicarlo á los demás. Por lo que á mi toca, atenienses, me llenaria de orgu- llo y me tendria por afortunado, si tuviese esta cualidad, pero desgraciadamente no la tengo. Alguno de vosotros me dirá quizá: —pero Sócrates, ¿qué es lo que haces? ¿De dónde nacen estas calumnias que se han propalado contra ti? Porque si te has limitado å hacer lo mismo qu? ¿hacen los demás ciudadanos, jamás debieron esparcirse tales rumores. Dinos, pues, el hecho de verdad, para que no formemos un juicio temerario. Esta objecion me parece justa. Voy á explicaros lo que tango me ha desacreditado y ha hecho mi nombre tan famoso. Escu- chadme, pues. Quizá algunos de entre vosotros creerán que yo no hablo sériamente, pero estad persuadidos de que no os diré más que la verdad, ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 54 La reputacion que yo haya podido adquirir, no tiene otro orígen que una cierta sabiduría que existe en mi. ¿Cuál es esta sabiduría? Quizá es una sabiduría puramente humana, y corro el riesgo de no ser en otro concepto sabio, al paso que los hombres de que acabo de hablaros, son sabios, de una sabiduría mucho más que humana. Nada tengo que deciros de esta última sabiduría, por- que no la conozco, y todos los que me la imputan, mien- ten, y sólo intentan calumniarme. No os incomodeis, atenienses, si al parecer os hablo de mí mismo demasiado ventajosamente; nada diré que proceda de mí, sino que lo atestiguaré con una autoridad digna de confianza. Por testigo de mi sabiduría os daré al mismo Dios de Delfos, que os dirá si la tengo, y en qué consiste. Todos conoceis á Querefon, mi compañero en la infancia, como lo fué de la mayor parte de vosotros, y que fué desterrado con vos- otros, y cow vosotros volvió. Ya sabeis qué hombre era Querefon, y cuán ardiente era en cuanto emprendia. Un dia, habiendo partido para Delfos, tuvo el atrevimiento de preguntar al oráculo (os suplico que no os irriteis de lo que voy á decir), si habia en el mundo un hombre más sabio que yo; la Pythia le respondió, que no habia nin- guno. Querefon ha muerto, pero su hermano, que está presente, podrá dar fe de ello. Tened presente, atenien- ses, porque os refiero todas estas cosas; pues es única- mente para haceros ver de donde proceden esos falsos ru- mores, que han corrido contra mi. Cuando supe la respuesta del oráculo, dije para mi; ¿Qué quiere decir el Dios? ¿Qué sentido ocultan estas pa- labras? Porque yo sé sobradamente que en mí no existe semejante sabiduría, ni pequeña, ni grande. ¿Qué quiere, pues, decir, al declararme el más sabio de los hombres? Porque él no miente. La Divinidad no puede mentir. Dudé largo tiempo del sentido del oráculo, hasta que por úl- timo, despues de gran trabajo, me propuse hacer la ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 yy prueba siguiente: —Fuíá casa de uno de nuestros con- ciudadanos, que pasa por uno de los más sabios de la ciudad. Yo creia, que allí mejor que en otra parte, en- contraria materiales para rebatir al oráculo, y presentarle un hombre más sabio que yo, por más que me hubiere declarado el más sabio de los hombres. Examinando pues este hombre, de quien, baste deciros, que era uno de nuestros grandes políticos, sin necesidad de descubrir su nombre, y conversando con él, me encontré, con que todo el mundo le creia sabio, que él mismo se tenia por tal, y que en realidad no lo era. Despues de este descubrimiento me esforcé en hacerle ver que de ninguna manera era lo que él creia ser, y hé aquí ya lo que me hizo odioso á este hombre y ¿los amigos suyos que asistieron á la conver- sacion. Luego que de él me separé, razonaba conmigo mismo, y me decia: — Yo soy más sabio que este hombre. Puede muy bien suceder, que ni él ni yo sepamos nada de lo que es bello y de lo que es bueno; pero hay esta diferencia, que él cree saberlo aunque no sepa nada, y yo, no sa~ biendo nada, creo no saber. Me parece, pues, que en esto yo, aunque poco más, era mas sabio, porque no creia saber lo que no sabia. Desde allí me fuí á casa de otro que se le tenia por más sabio que el anterior, me encontré con lo mismo, y me granjeé nuevos enemigos. No por esto me desanimé; fuí en busca de otros, conociendo bien que me hacia odioso, y haciéndome violencia, porque temia los resultados; pero me parecia que debia, sin dudar, preferir á todas las cosas la voz del Dios, y para dar con el verdadero sentido del oráculo, ir de puerta en puerta por las casas de todos aquellos que gozaban de gran reputacion; pero ¡oh Dios! hé aquí, atenienses, el fruto que saqué de mis indaga- ciones, porque es preciso deciros la verdad; todos aque- llos que pasaban por ser los más sabios, me parecieron no om Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 56 serlo, al paso que todos aquellos que no gozaban de esta opinion, los encontré en mucha mejor disposicion para serlo. Es preciso que acabe de daros cuenta de todas mis ten- tativas, como otros tantos trabajos que emprendí para conocer el sentido del oráculo. Despues de estos grandes hombres de Estado me fuí á los poetas, tanto á los que hacen tragedias como á los poe- tas ditirámbicos (1) y otros, no dudando que con ellos se me cogeria in fraganti, como suele decirse, encontrán- dome más ignorante que ellos. Para esto examiné las obras suyas que me parecieron mejor trabajadas , y les pregunté lo que querian decir, y cuál era su objeto, para que me sirviera de instruccion. Pudor tengo, atenienses, en deciros la verdad; pero no hay remedio, es preciso decirla. No hubo uno de todos los que estaban presentes, inclusos los mismos autores, que supiese hablar ni dar razon de sus poemas. Conocí desde luego que no es la sa- biduría la que guia á los poetas, sino ciertos movimien- tos de la naturaleza y un entusiasmo semejante al de los profetas y adivinos ; que todos dicen muy buenas cosas, sin comprender nada de lo que dicen. Los poetas me pa- recieron estar en este caso; y al mismo tiempo me con- vencí , que á título de poetas se creian los más sabios en todas materias, si bien nada entendian. Les dejé, pues, persuadido que era yo superior á ellos, por la misma ra- zon que lo habia sido respecto á los hombres políticos, En fin, fuí en busca de los artistas. Estaba bien convenci-. do de que yo nada entendia de su profesion, que los encon- traria muy capaces de hacer muy buenascosas, y en esto no podia engañarme. Sabian cosas que yo ignoraba, y en esto eran ellos más sabios que yo. Pero , atenienses, los más (1) Se llamaban asi los poetas que hacian himnos en honor de. Baco. , ES ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 57 entendidos entre ellos me parecieron incurrir en el mismo defecto que los poetas, porque no hallé uno que, á título de ser buen artista, no se creyese muy Capaz y muy ins- truido en las más grandes cosas; y esta extravagancia quitaba todo el mérito á su habilidad. Me pregunté, pues, á mí mismo , como si hablara por el oráculo, si querria más ser tal como soy sin la habili- dad de estas gentes, é igualmente sin su ignorancia , ó bien tener la una y la otra y ser como ellos, y me res- potidí á mí mismo y al oráculo, que era mejor para mí ser como soy. De esta fridagacion, atenienses, han nacido contra mí todos estos odios y estas enemistades peligro-- sas, que han producido todas las calumnias que sabeis, y me han hecho adquirir el nombre de sabio; porque todos los que me escuchan creen que yo sé todas las cosas sobre las que descubro la ignorancia de los demás. Me parece, atenienses, que sólo Dios es el verdadero sabio, y que esto ha querido decir por su oráculo, haciendo entender que toda la sabiduría humana mo es gran cosa, ó por mejor decir, que no es nada; y si el oráculo ha nombrado á Só- crates, sin duda se ha valido de mi nombre como un ejem- plo, y como si dijese á todos los hombres: «el más sabio entre vosotros es aquel que reconoce, como Sócrates, que su sabiduría no es nada. » Convencido de esta verdad, para asegurarme más y obedecer al Dios, continué mis indagaciones, no sólo en- tre nuestros conciudadanos , sino entre los extranjeros, para ver si encontraba algun verdadero sabio, y no ha- biéndole encontrado tampoco , sirvo de intérprete al práculo, haciendo ver á todo el mundo, que ninguno es sabio. Esto me preocupa tanto, que no tengo tiempo para dedicarme al servicio de la república ni al cuidado de mis gosas, y vivo en una gran pobreza á causa de este cultg que rindo á Dios. ` Por otra parte , muchos jóvenes de las más ricas famj- om Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 58 lias en sus ocios se unen á mí de buen grado, y tienen tanto placer en ver de qué manera pongo á prueba á todos los hombres que quieren imitarme con aquellos que en- cuentran; y no hay que dudar que encuentran una buena cosecha, porque son muchos los que creen saberlo todo, aunque no sepan nada ó casi nada. Todos aquellos que ellos convencen de su ignorancia la toman conmigo y no con ellos, y van diciendo que hay un cierto Sócrates , que es un malvado y un infame que corrompe á los jóvenes; y cuando se les pregunta qué hace ó qué enseña, no tienen qué responder, y para disimular su flaqueza se desatan con esos cargos triviales que ordi- nariamente se dirigen contra los filósofos; que indaga lo que pasa en los cielos y en las entrañas de la tierra, que no cree en los dioses, que hace buenas las más malas causas; y todo porque no se atreven á decir la verdad, que es que Sócrates los coge in fraganti, y descubre que figuran que saben, cuando no saben nada. Intrigan- tes, activos y numerosos, hablando de mi con plan com- binado y con una elocuencia capaz de seducir, há largo tiempo que os soplan al oido todas estas calumnias que han forjado contra mi, y hoy han destacado con este ob- jeto á Melito, Anito y Licon. Melito representa los poetas, Anito los políticos y artistas y Licon los oradores. Esta es la razon porque, como os dije al principio, tendria por un gran milagro, si en tan poco espacio pudiese destruir una calumnia, que ha tenido tanto tiempo para echar raices y fortificarse e vuestro espiritu. Hé aquí, atenienses, la verdad pura; no os oculto ni disfrazo nada, áun cuando no ignoro que cuanto digo no hace más que envenenar la llaga; y esto prueba que digo la verdad, y que tal es el orígen de estas calumnias. Cuantas veces querais tomar el trabajo de profundizar- las, sea ahora ó sea más adelante, os convencereis plena- mente de que es este el origen. Aqui teneis una apologia w oi E Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 59 que considero suficiente contra mis primeras acusa- ciones. Pasemos ahora á los últimos, y tratemos de responder á Melito, á este hombre de bien, tan llevado, si hemos de creerle, por el amor á la patria. Repitamos esta última acusacion, como hemos enunciado la primera. Héla aquí, poco más ó ménos: Sócrates es culpable, porque cor- rompe á los jóvenes, porque no cree en los dioses del Estado, y porque en lugar de éstos pone divinidades nuevas bajo el nombre de demonios. Hé aquí la acusacion. La examinaremos punto por punto. Dice que soy culpable porque corrompo la juven- tud; y yo, atenienses, digo que el culpable es Melito, en cuanto, burlándose de las cosas sérias, tiene la particular complacencia de arrastrar á otros ante el tribunal , que- riendo figurar que se desvela mucho por cosas por las que jamás ha hecho ni el más pequeño sacrificio, y voy á probároslo. ~ Ven acá, Melito, dime: ¿ha habido nada que te haya preocupado más que el hacer los jóvenes lo más virtuosos posible? MELITO. Nada, indudablemente. SÓCRATES. Pues bien; dí á los jueces cuál será el hombre que me- jorará la condicion de los jóvenes. Porque no puede du- darse que tú lo sabes, puesto Yue tanto te preocupa esta idea. En efecto, puesto que has encontrado al que los cor- rompe, y hasta le has denunciado ante los jueces, es pre- ciso que digas quién los hará mejores. Habla; veamos quién es. Lo ves ahora, Melito; tú callas; estás perplejo, y no sabes qué responder. ¿ Y no te parece esto vergonzoso ? ¿No es una prueba cierta de que jamás ha sido objeto de tu cuidado la educacion de la juventud? Pero, repito, ex- ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 60 celente Melito, ¿quién es el que puede hacer mejores á los jóvenes? MELITO. Las leyes. SÓCRATES. Melito, no es eso lo que pregunto. Yo te pregunto quién es el hombre; porque es claro que la primer cosa que este hombre debe saber son las leyes. MELITO. Son, Sócrates, los jueces aquí reunidos. l SÓCRATES. ¡Cómo, Melito! ¿Estos jueces son capaces de instruir á los jóvenes y hacerlos mejores? MELITO. Sí, ciertamente. SÓCRATES. ¿Pero son todos estos jueces, ó hay entre ellos unos que pueden y otros que no pueden? l METITO. Todos pueden. ' SÓCRATES. Perfectamente, ¡por Juno! nos has dado un buen número de buenos preceptores. Pero pasemos adelante. Estos oyentes que nos escuchan, ¿pueden tambien hacer los jó- venes mejores, ó no pueden? MELITO. Pueden. a SÓCRATES. . ¿Y los senadores? : MELITO. Los senadores lo mismo. SÓCRATES. Pero, mi querido Melito, todos los que vienen á las asambleas del pueblo ¿corrompen igualmente á los jóve- nes ó son capates de hacerlos mejores? oi E Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 81 MELITO. Todos son capaces. ` SÓCRATES. Se sigue de aquí, que todos los atenienses pueden ha- cer los jóvenes mejores, menos yo ; sólo yo los corrompo; ¿no es esto lo que dices? MELITO, Lo mismo. SÓCRATES. Verdaderamente, ¡buena desgracia es la mia! Pero continúa respondiéndome. ¿Te parece que sucederá lo mismo con los caballos? ¿Pueden todos los hembres ha- cerlos mejores, y que sólo uno tenga el secreto de echar- los á perder? ¿Ó es todo lo contrario lo que sucede? ¿Es uno solo ó hay un cierto número de picadores que puedan hacerlos mejores? ¿Y el resto de los hombres, si se sirven de ellos, no los echan á perder? ¿No sucede esto mismo con todos los animales? Sí, sin duda; ya convengais en ello Anito y tú ó no convengais. Porque seria una gran fortuna y gran ventaja para la juventud , que sólo hubiese un hombre capaz de corromperla, y que todos los demás la pusiesen en buen camino. Pero tú has probado suficien- temente, Melito, que la educacion de la juventud no. es cosa que te haya quitado el sueño, y tus discursos acreditan claramente, que jamás te has ocupado de lo mismo que motiva tu acusacion contra mi. Por otra parte te suplico ¡por Júpiter! Melito, me res- pondas á esto.—Cuál es mejor, ¿habitar con hombres de bien ó habitar con pícaros? Respóndeme, amigo mio; porque mi pregunta no puede ofrecer dificultad. ¿No es. cierto que los pícaros causan siempre mal á los que los tratan, y que los hombres de bien producen á los mismos un efecto contrario? l MELITO. Sin duda. ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 62 SÓCRATES. Hay alguno que prefiera recibir daño de aquellos con quienes trata á recibir utilidad. Respóndeme, porque la ley manda que me respondas. ¿Hay alguno que quiera más recibir mal que bien? MELITO. No, no hay nadie. SÓCRATES. Pero veamos; cuando me acusas de corromper la juven- ` tud y de hacerla más mala, ¿sostienes que lo hago con “conocimiento ó sin quererlo? MELATO. Con conocimiento. SÓCRATES. i Tú eres jóven y yo anciano. ¿Es posible que tu sabidu- ría supere tanto á la mia, que sabiendo tú que el roce con los malos causa mal, y el roce con los buenos causa bien, me supongas tan ignorante, que no sepa que si convierto en malos los que me rodean, me expongo å recibir mal,* y que á pesar de esto insista y persista, queriéndolo y sabiéndolo? En este punto, Melito, ye no te creo ni pienso que haya en el mundo quien pueda creerte. Una de dos, ó yo no corrompo á los jóvenes, ó si los corrompo lo hago sin saberlo y á pesar mio, y de cualquiera manera que sea eres un calumniador. Si corrompo á la juventud á pe- sar mio, la ley no permite citar á nadie ante el tribunal por faltas involuntarias, sino que lo que quiere es, que se llama aparte á los que las cometen, que se los repren- da, y que se los 'instruya; porque es bien seguro, que estando instruido cesaria de hacer lo que hago á pesar mio. Pero tú, con intencion. léjos de verme é instruirme, me arrastras ante este tribunal, donde la ley quiere que se cite á los que merecen castigos, pero no á los que sólo tienen necesidad de prevenciones. Así, atenienses, hé aquí una prueba evidente, como os decia ántes, de que Melito ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 63 jamás ha tenido cuidado de estas cosas, jamás ha pensado en ellas. Sin embargo, responde aún, y dinos cómo corrompo á los jóvenes. ¿Es segun tu denuncia, enseñándoles á no re- conocer los dioses que reconoce la patria, y enseñándoles además á rendir culto, bajo el nombre de demonios, á otras divinidades? ¿No es esto lo que dices? MELITO. Sí, es lo mismo. SÓCRATES. Melito, en nombre de esos mismos dioses de que ahora se trata, explícate de una manera un poco más clara, por mí y por estos jueces, porque no acabo de comprender, si me acusas de enseñar que hay muchos dioses, (y en este caso, si creo que hay dioses, no soy ateo, y falta la ma- teria para que sea yo culpable) ó si estos dioses no sou del Estado. ¿Es esto de lo que me acusas? ¿O bien me acusas de que no admito ningun Dios, y que enseño á los demás á que no reconozcan ninguno? : MELITO. Te acuso de no reconocer ningun Dios. l SÓCRATES. , ¡Oh maravilloso Melito! ¿por qué dices eso? ¡Quél ¿Yo no creo como los demás hombres que el sol y la luna son dioses? MELITO. No ¡por Júpiter! atenienses, no lo cree, porque dice que el sol es una piedra y la luna una tierra. SÓCRATES. ¿Pero tú acusas á Anaxagoras, mi querido Melito? Des- precias los jueces, porque los crees harto ignorantes, puesto que te imaginas que no saben que los libros de Anaxagoras y de Clazomenes están llenos de aserciones de esta especie. Por lo demás, ¿qué necesidad tendrian los jóvenes de aprender de mi cosas que podian ir á oir todos om Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 64 los dias á la Orquesta, por un dracma á lo más? ¡Magnífica ocasion se les presentaba para burlarse de Sócrates, si Sócrates se atribuyese doctrinas que no son suyas y tan extrañas y absurdas por otra partel Pero dime en nom- bre de Júpiter, ¿pretendes que yo no reconozco ningun Dios? MELITO. Sí, ¡por Júpiter! tú no reconoces ninguno. SÓCRATES. Dices, Melito, cosas increibles, ni estás tampoco de acuerdo contigo mismo. A mi entender parece, atenien- ses, que Melito es un insolente, que no ha intentado esta acusacion sino para insultarme, con toda la audacia de un imberbe, porque justamente sólo ha venido aquí para tentarme y proponerme un enigma, diciéndose á sí mismo: —Veamos, si Sócrates, este hombre qne pasa por tan sabio, reconoce que me burlo y que digo cosas que se contradicen, ó si consigo engañar, no sólo á él, sino á todos los presentes. Efectivamente se contradice en su acusacion, porque es como si dijera: -- Sócrates es culpa- ble en cuanto no reconoce dioses y en cuanto los reco- noce.—¿Y no es esto burlarse? Así lo juzgo yo. Seguidme, pues, atenienses, os lo suplico, y como os dije al princi- pio, no os irriteis contra mí, si os hablo á mi manera or- dinaria. Respóndeme, Melito. ¿Hay alguno en el mundo que crea que hay cosas humanas y que no hay hombres? Jue- ces, mandad que responda, y que no haga tanto ruido. ¿Hay quien crea que hay reglas para enseñar á los caba- llos, y que no hay caballos? ¿Que hay tocadores de fláuta, y que no hay aires de fláuta? No hay nadie, exce- lente Melito. Yo responderé por tí si no quieres respon- der. Pero dime: ¿hay alguno que crea en cosas propias de los demonios, y que, sin embargo, crea que no hay demonios ? ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 65 MELITO. No, sin duda. - SÓCRATES. i ¡Qué trabajo ha costado arrancarte esta confesion! A! cabo respondes , pero es preciso que los jueces te fuercen á ello. ¿Dices que reconozco y enseño cosas propias de los _ demonios? Ya sean viejas ó nuevas, siempre es cierto por tu voto propio, que yo creo en cosas tocantes á los demonios, y así lo has jurado en tu acusacion. Si creo en cosas demoniacas, necesariamente creo en los de- monios; ¿no es así? Sí, sin duda; porque tomo tu silencio por un consentimiento. ¿Y estos demonios no estamos convencidos de que son dioses ó hijos de «dioses? ¿Es así, sí ó nó? ! MELITO. Si. : SÓCRATES. Por consiguiente, puesto que yo creo en los demonios, segun tu misma confesion, y que los demonios son dio- ses , hé aquí la prueba de lo que yo decia, de que tú nos proponias enigmas para divertirte á mis. expensas, di- ciendo que no creo en los diosés , y que, sin embargo, creo en los dioses, puesto que creo en los demonios. Y si los demonios son hijos de los dioses, hijos bastardos, si se quiere, puesto que se dice que han sido habidos «de ninfas ó de otros séres mortales, ¿quién es el hombre que ` pueda creer que hay hijos de dioses, y que no hay dio- ses? Esto es tan absurdo como creer que hay mulos nacidos de caballos y asnos, y que no hay caballos ni asnos. Así, Melito, no puede ménos de que hayas inten- tado esta acusacion contra mí, por sólo probarme, y á X falta de pretexto legítimo , por arrastrarme ante -el tri- bunal; porque á nadie que tenga sentido comun puedes persuadir jamás de que el hombre que cree que hay cosas concernientes á los dioses y á los demonios , pueda creer, 5 ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 66 siá embargo, que no hay ni demonios, ni dioses, ni héroes; esto es absolutamente imposible. Pero no tengo necesidad de extenderme más en mi defensa, atenienses, y lo que acabo de decir basta para hacer ver que no soy culpable, y que la acusacion de Melito carece de funda- mento. Estad persuadidos , atenienses, de lo que os dije en un principio; de que me he atraido muchos odios, que esta es la verdad, y que lo que me perderá, si sucumbo, no será ni Melito ni Anito, será este odio, esta envidia del pueblo que hace víctimas á tantos hombres de bien, y que harán perecer en lo sucesivo á muchos más; porque no hay que esperar que se satisfagan con el sacrificio sólo de mi persona. Quizá me dirá alguno: ¿ No tienes remordimiento, Só- crates, en haberte consagrado á un estudio que te pone en este momento en peligro de muerte? A este hombre le daré una respuesta muy decisiva , y le diré que se en- è gaña mucho al creer que un hombre de valor tome en euenta loz peligros de la vida ó de la muerte. Lo único que debe mirar en todos sus procederes es ver si lo que hace es justo ó injusto, si es accion de un hombre de bien ó de un malvado. De otra manera se seguiria que los semi-dioses que murieron en el sitio de "Troya debieron ser los más insensatos, y particularmente el hijo de Fhe- tis, que, para evitar su deshonra, despreció el peligro hasta el punto, que impaciente por matar á Hector y requerido por la Diosa su madre, que le dijo, si mal no me acuerdo: Hijo mio , si vengas la muerte de Patroclo, tu amigo, matando á Hector , tu morirás porque Tu muerte debe seguir d la de Hector; él, despues de esta amenaza, despreciando el peligro y la muerte y temiendo más vivir. como un cobarde, sin vengar á sus amigos, oi Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 _ 67 ¡Que yo muera al instante ! (1) gritó, con tal que castigue al asesino de Patroclo, y que no quede yo deshonrado. , Sentado en mis buques, peso inútil sobre la tierra (2). ¿Os parece que se inquietaba Fhetis del peligro de la muerte? Es una verdad constante, atenienses, que todo hombre que ha escogido un puesto que ha creido hon- roso, ó que ha sido colocado en él por sus superiores, debe mantenerse firme, y no debe temer ni la muerte, ni lo que haya de más terrible, anteponiendo á todo el honor. Me conduciria de una manera singular y extraña, ate- nienses, si despues de haber guardado fielmente todos los puestos á que me han destinado nuestros generales en Potidea, en Anfipolis y en Delio (3) y de haber expuesto mi vida tantas veces, ahora que el Dios me ha orde- nado, porque así lo creo, pasar mis dias en el estudio de la filosofía, estudiándome á mí mismo y estudiando á los demás , abandonase este puesto por miedo á la muerte ó á cualquier otro peligro. Verdaderamente esta seria una desercion criminal, y me haria acreedor á que se me citara ante este tribunal como un impío, que no cree en los dioses, que desobedece al oráculo, que teme la muerte y que se cree sabio, y que no lo es. Porque temer la muerte, atenienses, no es otra cosa que creerse sabio sin serlo, y creer conocer lo que no se sabe. En efecto, nadie conoce la muerte , ni sabe si es el mayor de los bie- nes para el hombre. Sin embargo, se la teme, como si se ri (1) Homero. Iliada, lib. 18, v. 96-98 (2) Homero. Iliada, lib. 18, v. 104. (8) Sócrates se distinguió por su valor en los dos primeros sitios, y en la batalla de Delio salvó la vida å Xenofonte, su dis cipulo , y á Alcibiades, ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 63 supiese con Certeza que es el mayor de todos los males. ¡Ah! ¿No es una ignorancia vergonzante creer conocer una cosa que no se conoce ? Respecto á mi, atenienses, quizá soy en esto muy di- ferente de todos los demás hombres, y si en algo parezco más sabio que ellos, es porque no sabiendo lo que nos espera más allá de la muerte, digo y sostengo que no lo sé. Lo que sé de cierto es que cometer injusticias y des- obedecer al que es mejor y está por cima de nosotros, sea Dios, sea hombre, es lo más criminal y lo más ver- gonzoso. Por lo mismo yo no temeré ni huiré nunca de males que no conozco y que son quizá verdaderos bienes; ` pero temeré y huiré siempre de males que sé con certeza que son verdaderos males. Si, á pesar de las instancias de Anito, quien ha ma- nifestado, que ó no haberme traido ante el tribunal, ó que una vez llamado no podeis vosotros dispensaros de hacerme morir, porque, dice, que si me escapase de la muerte, vuestros hijos, que son ya afectos á la doctrina de Sócrates, serian irremisiblemente corrompidos, me dijéseis: Sócrates, en nada estimamos la acusacion de Anito, y te declaramos absuelto; pero es & condicion de que cesarás de filosofar y de hacer tus indagaciones acostumbradas; y si reincides, y llega á descubrirse, tú morirás; si me dieseis libertad bajo estas condiciones, os responderia sin dudar: Atenienses, os respeto y 0s amo; pero obedeceré á Dios ántes que á vosotros, y mién- tras yo viva no cesaré de filosofar, dándoos siempre con- sejos, volviendo á mi vida ordinaria, y diciendo '4 cada uno de vosotros cuando os encuentre: buen hombre, ¿cómo siendo ateniense y ciudadano de la más grande ciudad del mundo por'su sabiduría y por su valor, cómo no te avergitenzas de no haber pensado más que en amon- tonar riquezas, en adquirir crédito y honores, de despre- ciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría , y de no x ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 69 trabajar para hacer tu alma tan buena como pueda serlo? Y si alguno me niega que se halla en este estado , y sostiene que tiene cuidado de su alma, no se lo negaré al pronto, pero le interrogaré, le examinaré, le refutaré; y si encuentro que no es virtuoso, pero que aparenta serlo, le echaré en cara que prefiere cosas tan abyec- tas y tan perecibles á las que son de un precio inesti- mable. l Hé aquí de qué manera hablaré á los jóvenes y á los viejos, á los ciudadanos y á los extranjeros, pero principalmente á los ciudadanos; porque vosotros me to- eais más de cerca, porque es preciso que sepais que esto es lo que el Dios me ordena, y estoy persuadido de que el mayor bien, que ha disfrutado esta ciudad, es este ser- vicio continuo que yo rindo al Dios. Toda mi ocupacion es trabajar para persuadiros, jóvenes y viejos, que ántes que el cuidado del cuerpo y de las riquezas, ántes que cual- quier otro cuidado, es el del alma y de su perfecciona - miento; porque no me canso de deciros que la virtud no viene de las riquezas, sino por el contrario , que las ri- quezas vienen de la virtud, y que es de aquí de donde nacen todos los demás bienes públicos y particulares. Si diciendo estas cosas corrompo la juventud, es pre- ciso que estas máximas sean una ponzoña, porque si se * pretende que digo otra cosa, se os engaña ó se os impo- ne. Dicho esto, no tengo nada que añadir. Haced lo que pide Anito, ó no lo hagais; dadme libertad , ó no me la deis; yo no puedo hacer otra cosa, aunque hubiera de morir mil veces... Pero no murmureis, atenienses, y con- cedme la gracia que os pedí al principio: queme es- cucheis con calma; calma que creo que no 0s será infrnc- tuosa, porque tengo que deciros otras muchas cosas que quizá os harán murmurar; pero no os dejeis llevar de vuestra pasion. Estad persuadidos de que si me haceis mo- rir en el supuesto de lo que os acabo de declarar , el mal om Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 0 no será sólo para mí. En efecto, ni Anito, ni Melito pue- den causarme mal alguno, porque el mal no puede nada contra el hombre de bien. Me harán quizá condenar á muerte, ó å destierro, ó á la pérdida de mis bienes y de mis derechos de ciudadano; males espantosos á los ojos de Melito y de sus amigos; pero yo no soy de su dictámen. A mi juicio, el más grande de todos los males es hacer lo que Anito hace en este momento, que es trabajar para ha- cer morir un inocente. J En este momento, atenienses, no es en manera alguna por amor á mi persona por lo que yo me defiendo, y sería un error el creerlo asi; sino que es por amor á vos- otros; porque condenarme sería ofender al Dios y desco- nocer el presente que os ha hecho. Muerto yo, atenien- ses, no encontrareis fácilmente otro ciudadano que el Dios cenceda á esta ciudad (la comparacion os parecerá quizá ridícula ) como á un corcel noble y generoso , pero entorpecido por su misma grandeza, y que tiene necesidad de espuela que le excite y despierte. Se me figura que soy yo el que Dios ha escogido para excitaros, para punzaros, para predicaros todos los dias, sin abándonaros un solo instante. Bajo mi palabra, atenienses, difícil será que encontreis otro hombre que llene esta mision como yo ; y si quereis creerme, me salvareis la vida. Pero quizá fastidiados y sofiolientos desechareis mi consejo, y entregándoos á la pasion de Anito me con- denareis muy á la ligera. ¿Qué resultará de esto? Que pasareis el resto de vuestra vida en un adormecimiento profundo, á ménos que el Dios no tenga compasion de vosotros, y os envie otro hombre que se parezca å mí. Que ha sido Dios el que me ha encomendado esta mi- sion para con vosotros es fácil inferirlo, por lo que os voy á decir. Hay un no sé qué de sobrehumano en el he- cho de haber abandonádo yo durante tantos años mis pro- pios negocios por consagrarme á los vuestros, dirigién- ~ on Platón, Obras completas, edición de-Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 11 dome á cada uno de vosotros en particular, como un pa- dre ó un hermano mayor puede hacerlo,.y exhertándoos sin cesar á que practiqueis la virtud. Si yo hubiera sacado alguna recompensa de mis siho taciones, tendriais algo que decir; pero veis claramente que mis mismos acusadores, que me han calumniado con tanta impudencia, no han tenido valor para echármelo en cara, y ménos para probar con testigos que yo háya exi- gido jamás ni pedido el menor salario, y en prueba de la verdad de mis palabras os presento un testigo irrecusable, mi pobreza, Quizá parecerá und que me haya entrometido á dar á cada uno en particular lecciones, y que jamás me haya atrevido á presentarme en vuestras asambleas, para dar mis consejos á la patria. Quien me lo -ha impedido, atenienses, ha sido este demonio familiar, esta voz di- vina de que tantas veces os he hablado, y que ha servido á Melito para formar donosamente un capítulo de acusa- cion. Este demonio se ha pegado á mí desde mi infancia; eş una voz que no se hace escuchar sino cuando quiere se- pararme de lo que he resuelto hacer, porque jamás me excita á emprender nada. Ella es la que se me ha opuesto siempre, cuando he querido mezclarme en los negocios de la república; y ha tenido razon, porque há largo tiempo, creedme atenienses, que yo no existiria, si me hubiera mezclado en los negocios públicos, y no hubiera podido hacer las cosas que he hecho en beneficio vuestro y el mio. No os enfadeis, os suplico, si no os oculto nada; todo hombre que quiera oponerse franca y generosamente å todo un pueblo, sea el vuestro ó cualquiera otro, y que se empeñe en evitar que se cometan iniquidades en la re- pública, no lo hará jamás impunemente. Es preciso de toda necesidad, que el que quiere combatir por la justicia, por poco que quiera vivir, sea sólo simple particular y no hombre público. Voy á daros pruebas magníficas > ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 i “2 de esta verdad, no con palabras, sino con otro recurso que estimais más, con hechos. Oid lo que á mí mismo me ha diio, para que así conozcais cuán incapaz soy de someterme á nadie yendo contra lo que es justo por temor á la muerte, y.como no cediendo nunca, es imposible que deje yo de ser víctima de la injusticia. Os referiré cosas poco agradables, mucho más en boca de un hombre, que tiene que hacer su apolo- gía, pero que son muy verdaderas. Ya sabeis, atenienses, que jamás he desempeñado nin- guna magistratura, y que tan sólo he sido senador. La tribu Antioquida, á la que pertenezco, estaba en turno en el Pritaneo, cuando contra toda ley os empeñasteis en procesar, bajo un contesto, á los diez generales que no habian enterrado los cuerpos de los ciudadanos muertos en el combate naval de las Arginusas (1); injusticia que * reconoceis y de la que os arrepentisteis despues. Entónces fuí el único senador que se atrevió á oponerse á vosotros para impedir esta violacion de las leyes. .Protesté contra vuestro decreto, y á pesar de los oradores que se prepa- raban para denunciarme, á pesar de vuestras amenazas y - vuestros gritos, quise más correr este peligro con la ley y la justicia, qùe consentir con vosotros en tan insigne iniquidad, sin que me arredraran ni las cadenas, ni la muerte. Esto acaeció cuando la ciudad era gobernada por el pueblo, pero despues que se-estableció la oligarquía, ha- biéndonos mandado los treinta tiranos á otros cuatro y á mi á Tolos (2), nos dieron la órden de conducir desde Salamina á Leon el salaminiano, para hacerle morir, (1) Este combate fué dado por Cellicratidas, general de los la- cedemonios, contra los diez generales atenienses. Estos últimos consiguieron la victoria. (2) Tolos era ls sala de despacho de los Pritaneos ó sena- dores, ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1; Madrid 1871 3 porque daban estas órdenes á muchas personas para com- prometer el mayor número de ciudadanos posible en sus iniquidades; y entónces yo hice ver, no con palabras sino con hechos, que la muerte á mis ojos era nada, permíta- seme esta expresion, y que mi único cuidado consistia en no cometer impiedades é injusticias. Todo el poder de estos treinta tiranos, por terrible que fuese, nò me inti- midó, ni fué bastante para que me manchara con tan im- pía iniquidad. Cuando salimos de Tolos, los otro cuatro ea á Sa- lamina y condujeron aquí á Leon, y yo me retiré á mi casa, y no hay que dudar, que mi muerte hubiera. seguido å mi desobediencia, si en aquel momento no se hubiera verificado la abolicion de aquel gobierno. Existe un gran número de ciudadanos que pueden testimoniar de mi ve- racidad. ¿Creeis que hubiera yo vivido tantos años si me' hubiera mezclado en los negocios de la república, y como hom- bre de bien hubiera combatido toda clase de intereses bastardos, para dedicarme exclusivamente á defender la justicia? Esperanza vana, atenienses; ni yo ni nin- gun otro hubiera podido hacerlo. Pero la única cosa que me he propuesto toda mi vida en público y en particular es no “ceder ante nadie, sea quien fuere, contra la justi- cia, ni ante esos mismos tiranos que mis calutoniedores quieren convertir en mis discipulos. Jamás he tenido por oficio el enseñar , y siha habido algunos jóvenes Ó ancianos que han tenido deseo de verme á la obra y oir mis conversaciones, no les he ne- gado esta satisfaccion, porque como noes mercenario mi oficio, no rehuso el hablar, áun cuando con náda se me retribuye; y estoy dispuesto siempre á espontanearme con ricos y pobres, dándoles toda anchura para que me pre- gunten, y, si lo prefieren, para que me respondan á las cuestiones que yo suscite, ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 14 Y si entre ellos hay algunos que se han hecho hombres àe bien ó pícaros, no hay que alabarme ni reprenderme por ello, porque no soy yo la causa , puesto que jamás he prometido enseñarles nada, y de hecho nada les he en- señado; y si alguno se alaba de haber recibido lecciones privadas ú oido de mí cosas distintas de las que digo pú- blicamente á todo el mundo, estad persuadidos de que no dice la verdad. Ya sabeis, atenienses, por qué la mayor parte de las gentes gustan escucharme y conversar detenidamente conmigo; os he dicho la verdad pura, y es porque tienen singular placer en combatir con gentes que se tienen por sábias y que no lo son; combates que no son desagrada- bles para los que les dirigen. Como os dije ántes, es el Dios mismo el que me ha dado esta órden por. medio de oráculos, por sueños y por todos los demás medios de que la Divinidad puede valerse para hacer saber á los hom- bres su voluntad. . Si lo que digo no fues cierto, os seria fácil conven- cerme de ello; porque si yo corrompia los jóvenes, y de lecho estuviesen: ya corrompidos , seria preciso que los más avanzados en edad, y que saben en conciencia que les he dado perniciosos consejos en su juventud, se le- vantasen contra mí y me hiciesen castigar; y si no que- rian hacerlo, seria un deber en sus parientes, como sus padres, sus hermanos, sus tios, venir á pedir venganza contra el corruptor de sus hijos, de sus sobrinos , de sus hermanos. Veo muchos que están presentes, como Cri- ton, que es de mi pueblo y de mi edad, padre de Crito- bulo, que aquí se halla; Lisanias de Sfettios, padre de Esquines, tambien presente; Antifon, tambien del pueblo de Cefisa y padre de Epigenes; y muchos otros, cuyos hermanos han estado en relacion conmigo, como Nicos- trates, hijo de Zotidas y hermano de Teodoto, que ha muerto y que por lo tanto no tiene necesidad del socorro oi E Obras completas, edición de. Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 15 de su hermano. Veo tambien á Parales, hijo de Demodoco y hermano de Teages; Adimante, hijo de Ariston con su hermano Platon, que teneis delante; Eartodoro, hermano de Apolodoro (1) y muchos más, entre los cuales está obligado Melito á tomar por lo ménos uno ó dos para tes- tigos de su causa. Si no ha pensado en ello, aún es tiempo; yo le per- mito hacerlo; que diga, pues, si puede; pero no puede, atenienses. Vereis que todos estos están dispuestos á de- fenderme, á mí que he corrompido y perdido enteramente á sus hijos y hermanos, si hemos de creer á Melito y á Anito. No quiero hacer valer la proteccion de los que he corrompido, porque podrian tener sus razones para de- fenderme; pero sus padres, que no he seducido y que - tienen ya cierta edad, ¿qué otra razon pueden tener para protegerme más que mi derecho y mi inocencia? ¿No sa- ben que Melito es un hombre engañoso, y que yono digo más que la verdad? Hé aquí, atenienses, las razones de que puedo valerme para mi defensa; las demás que paso en silencio son de la misma naturaleza. i Pero quizá habrá alguno entre vosotros, que acordán- dose de haber estado en el puesto en que yo me hallo, se irritará contra mí, porque peligros mucho menores los ha conjurado, suplicando á sus jueces con lágri- mas, y, para excitar más la compasion, haciendo venir aquí sus hijos, sus parientes y sus amigos, mientras que yo no he querido recurrir á semejante aparato, á pesar de las señales que se advierten de que corro el mayor de todos los peligros. Quizá presentándose á su espíritu esta diferencia, les agriará contra mí, y dando en tal situa- cion su voto, le darán con indignacion. (1) Cuando Sócrates fué condenado, Apolodoro exclamó: Sócrates , lo que me aflige más es verte morir inocente! Sócrates, pasándole la mano suavemente por la cabeza, le dijo con la risa en los labios: —Amigo mio, ¿querrias más verme morir culpable? ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 8 Si hay alguno que abrigue estos sentimientos, lo que no creo, y sólo lo digo en hipótesis, la excusa más racio- nal de que puedo valerme con él es decirle : amigo mio, tengo tambien parientes, porque para servirme de la ex- presion de Homero, Fo no he salido de una encina d de una roca (1) sino que he nacido como los demás hombres. De suerte, atenienses, que tengo parientes y tengo tres hijos, de los cuales el mayor está en la adolescencia y los otros dos en la infancia, y sin embargo, no les haré comparecer aquí para comprometeros á que me absolvais. ¿Por qué no lo haré? No es por una terquedad altanera, ni- por desprecio hácia vosotros; y dejo á un lado si miro la muerte con intrepidez ó con debilidad, porque esta es otra cuestion; sino que es por vuestro honor y por el de toda la ciudad. No me parece regular ni honesto que vaya yo á emplear esta clase de medios á la edad que tengo y con toda mi reputacion verdadera ó falsa ; basta que la opinion generalmente recibida sea que Sócrates tiene al- guna ventaja sobre la mayor parte de los hombres. Si los ¡que entre vosotros pasan por ser superiores á los demás por su sabiduría, su valor ó por cualquiera otra virtud se rebajasen de esta manera, me avergiienzo decirlo, como muchos que he visto , que habiendo pasado por grandes personajes, hacian, sin embargo , cosas de una bajeza sorprendente cuando se los juzgaba, como si estuviesen persuadidos de que seria para ellos un gran mal si les ha- cian morir, y de que se harian inmortales si los absol- vian; repito que obrando así, harian la mayor afrenta á esta ciudad, porque darian lugar á-que los extranjeros cre- yeran, que los más virtuosos, de entre los atenienses, pre- feridos para obtener los más altos honores y dignidades (1) Odissea , lib. 19, v, 163. - ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 7 por eleccion de los demás, en nada se diferenciaban de miserables mujeres; y esto no debeis hacerlo, atenienses, vosotros que habeis alcanzado tanta nombradia; y si qui- siéramos hacerlo, estais obligados á impedirlo y declarar que condenareis más pronto á aquel que recurra á estas escenas trágicas para mover á compasion, poniendo en ridículo vuestra ciudad, que á aquel que espere tranqui- lamente la sentencia que pronuncieis. Pero sin hablar de la opinion, atenienses , no me pa- rece justo suplicar al juez ni hacerse absolver á fuerza de súplicas. Es preciso persuadirle y convencerle, porque el juez no está sentado en su silla para complacer violando la ley, sino para hacer justicia obedeciéndola. Así es como lo ha ofrecido por jurámento, y no está en su poder hacer gracia á quien le agrade, porque está en la obligacion de hacer justicia. No es conveniente que os acostumbre- mos al perjurio, ni vosotros debeis dejaros acostumbrar; porque los unos y los otros seremos igualmente culpables para con los dioses. No espereis de mí, atenienses, que yo recurra para con vosotros á cosas que no tengo por buenas, ni justas, ni piadosas, y ménos que lo haga en una ocasion en que me veo acusado de impiedad por Melito; porque si os ablan- dase con mis súplicas y os forzase á violar vuestro jura- mento, sería evidente que os enseñaria á no creer en los dioses, y , queriendo justificarme, probaria contra mí mis- mo, que no creo en ellos. Pero es una fortuna, atenien- ses, que esté yo en esta creencia. Estoy más persuadido de la existencia de Dios que ninguno de mis acusadores; y es tan grande la persuasion, que me entrego å vosotros y al Dios de Delfos , á fin de que me juzgueis como creais ' mejor para vosotros y para mí. ( Terminada la defensa de Sócrates, los jueces, que eran 556, procedieron á la votacion y resultaron 281 vo- A ; ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 “8 tos en contra y 275 en favor; y Sócrates, condenado por una mayoría de seis votos, tomó la palabra y dijo:) No creais, atenienses, que me haya conmovido el fallo que acabais de pronunciar contra mí, y esto por mu- chas razones; la principal, porque ya estaba preparado para recibir este golpe. Mucho más sorprendido estoy con el número de votantes en pro y en contra, y no esperaba verme condenado por tan escaso número de votos. Ad- vierto que sólo por tres votos no he sido absuelto. Ahora veo que me he librado de las manos de Melito; y no sólo librador, sino que os consta á todos que si Anito y Licon no se hubieran levantado para acusarme, Melito hubiera pagado 6.000 dracmas (1) por no haber obtenido la quinta parte de votos. : Melito me juzga digno de muerte; en buen hora. ¿ Y yo de qué pena (2) me juzgaré digno? Vereis claramente, atenienses, que yo no escojo más que lo qùe merezco. ¿Y cuál es? ¿A qué pena, á qué multa voy á condenarme por no haber callado las cosas buenas que aprendí durante toda mi vida; por haber despreciado lo que los demás buscan con tanto afan, las riquezas, el cuidado de los negocios domésticos, los empleos y las dignidades; por no haber entrado jamás en ninguna cábala, ni en ninguna conjura- cion, prácticas bastante ordinarias en esta ciudad ; por ser conocido como hombre+de bien, no queriendo conser- var mi vida valiéndome de medios tan indignos? Por otra parte, saheis que jamás he querido tomar ninguna profe- sion en la que pudiera trabajar al mismo tiempo en pro- (1) Era preciso que el acusador obtuviese la mitad más una quinta parte de votos. (2) La ley permitia al acusado condenarse á una de estas tres penas; prision perpétua, multa, destierro. Sócrates no cayó en este lazo, æd t š oi EEN Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 9 vecho vuestro y en el mio, y que mi único objeto ha sido procuraros á cada uno de vosotros en particular el mayor de todos los bienes, persuadiéndoos á que no atendais 4 las cosas que os perteriecen ántes que al cuidado de vos- otros mismos, para haceros más sabios y más perfectos, lo mismo que es preciso tener cuidado de la existencia de la república ántes de pensar en las cosas que la pertene- cen, y así de lo demás. Dicho esto, ¿de qué soy digno? De un gran bien sin duda, atenienses, si proporcionais verdaderamente la ro- compensa al mérito; de un gran bien que pueda conve- nir å un hombre tal como yo. ¿Y qué es lo que conviene á un hombre pobre, que es vuestro bienhechor, y que tiene necesidad de un gran desahogo para ocuparse en exhortaros? Nada le conviene tanto, atenienses, como el ser alimentado en el Pritaneo, y esto le es más debido que á los que entre vosotros han ganado el premio en las cor- ridas de caballos y carros en los juegos olímpicos (1); a porque éstos con sus victorias hacen que aparezcamos fe- lices, y yo os hago, no en la apariencia , sino en la reali- dad. Por otra parte, éstos no tienen necesidad de este so- corro, y yo la tengo. Si en justicia es preciso adjudicarme una recompensa digna de mí , esta es la que merezco , el ser alimentado en el Pritaneo. Al hablaros así, atenienses, quizá me acusareis de que lo hago con la terquedad y arrogancia con que deseché ántes los lamentos y las súplicas. Pero no hay nada “de eso. El motivo que tengo es, atenienses, que abrigo la can- viccion de no haber hecho jamás el menor daño á nadie queriéndolo y sabiéndolo. No puedo hoy persuadiros de ello, porque el tiempo que me queda es muy corto. Si tu- (1) Los ciudadanos de grandes servicios eran mantenidos en el Pritaneo con los cincuenta senadores en ejercicio, ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 80 vieseis una ley que ordenase que un juicio de muerte du- rara muchos dias , como se practica en otras partes, y no uno solo, estoy persuadido que os convenceria. ¿Pero qué medio hay para destruir tantas calumnias en un tan corto espacio de tiempo? Estando convencidísimo de que no he hecho daño á nadie, ¿cómo he de hacérmelo á mi mismo, confesando que merezco ser castigado, é impo- niéndome á mí mismo una pena? ¡Qué! ¿Por no sufrir el suplicio á que me condena Melito , suplicio que ver- daderamente no sé si es un bien ó un mal, iré yo á es- coger alguna de esas penas, que sé con certeza que es un mal, y me condenaré yo mismo á ella? ¿Será quizá una prision perpétua? ¿Y qué significa vivir siempre yo es- clevo de los Once? (1) ¿Será una multa y prision hasta que la haya pagado? Esto equivale á lo anterior, porque no tengo con que pagarla. ¿Me condenaré á destierro? Quizá confirmariais mi sentencia. Pero era necesario que me obcecara bien el amor á la vida, atenienses, si no viera que si vosotros, que sois mis conciudadanos, no ha- beis podido sufrir mis conversaciones ni mis máximas, y de tal manera os han irritado que no habeis parado hasta deshaceros de mi, con mucha más razon los de otros paises no podrian sufrirme. Preciosa vida para Sócrates, si á sus años, arrojado de Atenas, se viera errante de ciu- dad en ciudad como un vagabundo y como un proscrito! Sé bien, que, á do quiera que vaya, los jóvenes me escucha- rán, como me escuchan en Atenas; pero si los rechazo ha- à rán que sus padres me destierren; y si no los rechazo, sus padres y parientes me arrojarán por causa de ellos. Pero me dirá quizá alguno: —¡Quél Sócrates, ¿si mar- chas desterrado no podrás mantenerte en reposo y guar- dar silencio? Ya veo que este punto es de los más difíci- (1) Eran los magistrados encargados de la vigilancia de las prisiones. ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 81 les para hacerlo comprender á alguno de vosotros, porque si os digo que callar en el destierro seria: desobedecer á Dios, y que por esta razon me es imposible guardar silencio, no me creeriais y mirariais esto como una iro- nía ; y si por otra parte os dijese que el mayor bien del - hombre es hablar de la virtud todos los dias de su vida y conversar sobre todas las demás cosas que han sido objeto de mis discursos, ya sea examinándome á mi mismo, ya examinando á los demás, porque una vida sin exámen no es vida, aún me creeriais menos. Así es la verdad, ate- nienses, por más que se os resista creerla. En fin, no estoy acostumbrado á juzgarme acreedor á ninguna pena. Ver- daderamente si fuese rico, me condenaria á una multa tal, que pudiera pagarla, porque esto no me causaria ningun perjuicio; pero no puedo, porque nada tengo, á menos que no querais que la multa sea proporcionada á mi indigencia, y en este concepto podria extenderme hasta una mina de plata, y á esto es á lo que yo me condeno. Pero Platon, que está presente, Criton, Critobulo y Apo- lodoro' quieren que me extienda hasta treinta minas, de que ellos responden. Me condeno pues á treinta minas, y hé aquí mis fiadores, que ciertamente son de -mucho abono. (Habiéndose Sócrates condenado á sí mismo á la multa por obedecer á la ley, los jueces deliberaron y le conde- naron á muerte, y entónces Sócrates tomó la palab y dijo:) En verdad, atenienses, por demasiada impaciencia y precipitacion vais á cargar con un baldon y dar lugar á vuestros envidiosos enemigos á que acusen á la república de haber hecho morir á Sócrates, á este hombre sabio, porque para agravar vuestra vergonzosa situacion, ellos me llamarán sabio aunque no lo sea. En lugar de que si o de om EN Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 82 hubieseis tenido un tanto de paciencia, mi muerte venia de suyo, y hubieseis conseguido vuestro objeto, porque ya veis que en la edad que tengo estoy bien cerca de la muerte. No digo esto por todos ios jueces, sino tan sólo por los que me han condenado á muerte , y á ellos es á quienes me dirijo. ¿Creeis que yo hubiera sido condenado, si no hubiera reparado en los medios para defenderme? ¿Creeis que me hubieran faltado palabras insinuantes y persuasivas? No son las palabras, atenienses, las que me han faltado; es la impudencia de no haberos dicho cosas que hubierais gustado mucho de oir. Hubiera sido para vosotros una gran satisfaccion haberme visto lamentar, suspirar, llorar, suplicar y cometer todas las demás baje- zas que estais viendo todos los dias en los acusados. Pero en medio del peligro, no he creido que debia rebajarme á un hecho tan cobarde y tan vergonzoso, y despues de vuestra sentencia no me arrepiento de no haber cometido esta indignidad, porque quiero más morir despues de ha- berme defendido como me he defendido, que vivir por haberme arrastrado ante vosotros. Ni en los tribunales de justicia, ni en medio de la guerra, debe el hombre hon- rado salvar su vida por tales medios. Sucede muchas ve- ces en los combates, que se puede salvar la vida muy fácilmente, arrojando las armas y pidiendo cuartel al enemigo, y lo mismo sucede en todos los demás peligros; hay mil expedientes para evitar la muerte; cuando está uno en posicion de poder decirlo todo ó hacerlo todo. ¡Ah! Atenienses, no es lo difícil evitar la muerte; lo es mucho más evitar la deshonra, que marcha más ligera que la muerte. Esta es la razon, porque, viejo y pesado como estoy, me he dejado llevar por la más pesada de las dos, . la muerte; mientras que la más ligera, el crímen, esta adherida á mis acusadores, que tienen vigor y ligereza. Yo voy á sufrir la muerte, á la que me habeis condenado, pero ellos sufrirán la iniquidad y la infamia á que la ver- 4 si yi E Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 83 dad les condena. Con respecto á mí, me atengo á mi cas- tigo, y ellos se atendrán al suyo. En efecto, quizá las cosas han debido pasar así, y en mi opinion no han po- dido pasar de mejor modo. ¡Oh vosotros! que me habeis condenado á muerte, quiero predeciros lo que os sucederá, porque me veo en aquellos momentos, cuando la muerte se aproxima, en que los hombres son capaces de profetizar el porvenir. Os lo anuncio, vosotros que me haceis morir, vuestro castigo no tardará, cuando yo haya muerto, y será ¡por Júpiter! más cruel que el que me imponeis. En deshaceros de mí, sólo habeis intentado descargaros del importuno peso de dar cuenta de vuestra vida, pero os sucederá todo lo contrario; yo os lo predigo. Se levantará contra vosotros y os reprenderá un gran número de personas, que han estado contenidas por mi presencia, aunque vosotros no lo apercibiais; pero des- pues de mi muerte serán tanto más importunos y difíciles de contener, cuanto que son más jóvenes; y más os irrita- reis vosotros, porque si creeis que basta matar á unos para impedir que otros os echen en cara que vivís mal, os engañais. Esta manera de libertarse de sus censores ni es decente, ni posible. La que es á la vez muy decente y muy fácil es, no cerrar la boca á los hombres, sino hacerse mejor. Lo dicho basta para los que me han condenado, y los entrego á sus propios remordimientos. Con respecto á los que me habeis absuelto con vues- a tros votos, atenienses, conversaré con vosotros con el mayor gusto, mientras que los Once estén ocupados, y no se me conduzca al sitio donde deba morir. Conce- dedme, os suplico, un momento de atencion, porque nada impide que conversemos juntos, puesto que da tiempo Quiero deciros, como amigos, uná tosa que acaba de sucederme, y explicaros lo que significa. Si, jueces mios, (y llamándoos así no me engaño en el nombre) me om E Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 84 ha sucedido hoy una cosa muy maravillosa. La voz divina de mi demonio familiar que me hacia advertencias tantas veces, y que en las menores ocasiones no dejaba jamás de separarme de todo lo malo que iba å emprender, hoy, que me sucede lo que veis, y lo que la mayor parte de los hombres tienen por el mayor de todos los males, esta voz no me ha dicho nada, ni esta mañana cuando salí de casa, ni cuando he venido al tribunal, ni cuando he co- menzado á hablaros. Sin embargo, me ha sucedido mu- chas veces, que me ha interrumpido en medio de mis dis- cursos, y hoy á nada se ha opuesto, haya dicho ó hecho yo lo que quisiera. ¿Qué puede significar esto? Voy á de- círoslo. Es que hay trazas de que lo que me sucede es un gran bien, y nos engañamos todos sin duda, si creemos que la muerte es un mal. Una prueba evidente de ello es que si yo no hubiese de realizar hoy algun bien, el Dios no hubiera dejado de advertírmelo como acostumbra. Profundicemos un tanto la cuestion, para hacer ver que es una esperanza muy profunda la de que la muerte es un bien. Es preciso de dos cosas una: ó la muerte es un abso- luto anonadamiento y una privacion de todo sentimiento, ó, como se dice, es un tránsito del alma de un lugar á otro. Si es la privacion de todo sentimiento, una dormida pacífica que no es turbada por ningun sueño, ¿qué mayor ventaja puede presentar la muerte? Porque si alguno, despues de haber pasado una noche muy tranquila sin ninguna inquietud, sin ninguna turbacion, sin el menor sueño, la comparase con todos los demás dias y con todas las demás noches de su vida, y se le obligase á decir en conciencia cuántos dias y noches habia pasado que fuesen más felices que aquella noche; estoy persuadido de que no sólo un simple particular, si no el mismo gran rey, encontraria bien pocos, y le seria muy fácil contarlos. Si la muerte es una cosa semejante, la llamo con razon un om E Obras completas, edición de. Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 85 bien; porque entónces el tiempo todo entero no es más que una larga noche. Pero si la muerte es un tránsito de un lugar á otro, y si, segun se dice, allá abajo está el paradero de to- dos los que han vivido, ¿qué mayor bien se puede ima- ginar, jueces mios? Porque si, al dejar los jueces preva- ricadores de este mundo, se encuentran en los infiernos los verdaderos jueces, que se dice que hacen allí justi- cia, Minos, Radamanto, Eaco, Triptolemo y todos los demás semi-dioses que han sido justos durante su vida, ¿no es este el cambio más dichoso? ¿A qué precio no comprariais la felicidad de conversar con Orfeo, Museo, Hesiodo y Homero? Para mí, si es esto verdad, moriria gustoso mil veces. ¿Qué trasporte de alegría no tendria yo cuando me encontrase con Palamedes, con Afax, hijo de Telamon, y con todos los demás héroes de la antigüe- dad, que han sido víctimas de la injusticia? ¡Qué pla- cer el poder comparar mis aventuras con las suyas! Pero aún seria un placer infinitamente más grande para mí - pasar allí los dias, interrogando y examinando á todos es- tos personajes, para distinguir los que son verdadera- mente sabios de los que creen serlo y no lo son. ¿Hay al- guno, jueces mios, que no diese todo 'lo que tiene en el mundo por examinar al que condujo un numeroso ejér- cito contra Troya ó Ulises ó Sisifo y tantos otros, hombres y mujeres, cuya conversacion y exámen serian una felici- dad inexplicable? Estos no harian morir á nadie por este exámen, porque además de que son más dichosos que nos- Otros en todas las cosas, gozan de la inmortalidad, si he- mos de creer lo que se dice. Esta es la razon, jueces mios, para que nunca perdais las esperanzas aún despues de la tumba, fundados en esta verdad; que no hay ningun mal para el hombre de bien, ni durante su vida, ni despues de su muerte; y que los dio- ses tienen siempre cuidado de cuanto tiene relacion con ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871 86 él; porque lo que en este momento me sucede á mi no es obra del azar, y estoy convencido de que el mejor partido para mí es morir desde luego y libertarme así de todos los disgustos de esta vida. Hé aquí por qué la voz divina nada me ha dicho en este dia. No tengo ningun resenti- miento contra mis acusadores, ni contra los que me han condenado, áun cuando no haya sido su intencion ha- cerme un bien, sino por el contrario hacerme un mal, lo que seria un motivo para quejarme de ellos. Pero sólo una gracia tengo que pedirles. Cuando mis hi- jos sean mayores, os suplico los hostigueis, los ator- menteis, como yo os he atormentado á vosotros, si veis que prefieren las riquezas á la virtud, y que se creen algo cuando no son nada; no dejeis de sacarlos á la ver- güenza, si no se aplican á lo que deben aplicarse, y creen ser lo que no son; porque asi es como yo he obrado con vosotros. Si me concedeis esta gracia, lo mismo yo que mis hijos no podremos ménos de alabar vuestra jus- ticia. Pero ya es tiempo de que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Entre vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, ex- cepto Dios. , ~ on Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871